En un artículo previo mostramos cómo la figura del «intelectual comprometido» pasó del desprecio generalizado por la clase obrera en 1871 a una «teoría del compromiso» emergida durante los 30 gloriosos años transcurridos entre 1945 y 19751. Allí desplegamos las características de esa teoría, según la cual, tanto la obra artística y cultural como su autor individual deben pronunciarse explícitamente acerca de la realidad social, política y económica del mundo.
Desde el fin de ese período excepcional de posguerra, hace medio siglo, hasta el día de hoy, la figura del intelectual fue cambiando merced a, por lo menos, tres fenómenos: (i) la proletarización en aumento de las masas (que absorbió prácticamente a todos los intelectuales), (ii) la mercantilización de aspectos artísticos y culturales que se consideraban intocables por la lógica del capital y (iii) la degradación educativa de una población sobrante que se incrementa sin cesar.
Hoy, entre las fracturas al interior de la clase trabajadora producidas en los últimos 50 años, sobresale la que separa a una capa mayoritaria (y creciente), cada vez más embrutecida y confinada a su esfuerzo individual para sobrevivir, de una capa minoritaria (y menguante), educada en las sutilezas del pensamiento, aferrada a los restos del Estado de Bienestar y paranoica ante la amenaza del desempleo2. En Argentina tuvimos que sorprendernos con el fenómeno Milei para caer en la cuenta de esa transformación cocinada a fuego lento durante décadas:
En las PASO 2023 se han levantado los habitantes del mundo al que ya no le importa el Estado, porque el Estado los ha abandonado hace años. El universo de los trabajadores sin voz, porque no escriben en blogs ni revistas electrónicas, porque no fueron a la escuela a aprender sino a ser depositados para que no molestaran a sus adultos responsables cuando éstos tienen que salir a hacer changas, porque no fueron promovidos en virtud de la ilustración alcanzada sino porque (los que aprenden de verdad y usufructúan ese saber, como Darío Z) los han convencido de que no importa aprender sino evitar la estigmatización. Un universo al que el mundo de la cultura y la educación le critica su falta de cultura y educación, sus L-Gantes, sus lenguajes tumberos, sus discursos machistas, cosificadores y sus perreos. O peor, no los critica y los ensalza.3
Nos proponemos aquí mostrar la deriva del «intelectual comprometido» en la trayectoria de Oscar del Barco y ejemplificar su estatus actual con El temblor de las ideas, de Diego Sztulwark, y Zurda, de Myriam Bregman. Veremos cómo del Barco intentó convertir la teoría crítica de Marx en obra literaria; cómo Sztulwark pretende hacer, de una obra literaria, una teoría política; y cómo Bregman repite una estrategia desgastada para el quieto mundo de una descripción errónea que ya cumplió 87 años. Marx rebajado a escritura. Kafka ascendido a estratega. Y el pobre Trotsky, fotocopiado.
Oscar del Barco y la escritura del Dios
Todos los rasgos que podríamos atribuirle a la figura del intelectual comprometido se amontonan en la biografía del filósofo cordobés Oscar del Barco4. Escritor, editor, docente, pintor y poeta, fue enlace del Ejército Guerrillero del Pueblo (grupo armado que iniciaría la revolución argentina desde Salta, una vez que el Che la hubiera llevado a cabo en Bolivia) y traductor de la obra insignia de la «deconstrucción» derrideana: De la gramatología5. A lo largo de su producción escrita conviven dos almas, menos en riña que en danza: Antonin Artaud y Karl Marx, la experimentación artística (auxiliada por alucinógenos) y la transformación política (auxiliada por la ciencia), la lengua que canta enloquecida la intrascendencia del ego y la mano que dispara distinguiendo cartesianamente al enemigo. No nos interesa aquí si del Barco «leyó correctamente». Nos interesa que ambos términos (Artaud y Marx) constituyen una versión sofisticada de aquella doble exigencia de fidelidad a la belleza y los humillados que titulamos «El dilema de Camus».

Guillermo David, Pablo Lovizio, Claudio Maryniuk, Verónica García Viale, Mariano Repossi y Samuel Cabanchik en la Jornada Oscar del Barco: Escrituras y filosofía, en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional, el 9 de abril de 2025.
Derrotado el proyecto socialista (no sólo) en Argentina y desde el exilio, del Barco elaboró un intento de superación de aquel dilema en tres importantes libros de filosofía política: Esencia y apariencia en El Capital (1977), Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninista (1980) y El otro Marx (1983). En ellos indagó las causas de la derrota (incluida la deriva de la URSS), las halló en un «teoricismo burgués» (teoría fetichizada, convertida en dogma) y concluyó en un deseo romántico de espontaneidad emancipatoria de las masas: nada podemos hacer sino «escuchar» y, a lo sumo, festejar cada pequeño éxito doméstico en la micropolítica de la emancipación individual (tan individual que su máximo triunfo es una intransferible experiencia mística de éxtasis)6.
Veamos qué dice la letra de Oscar del Barco:
Podemos intentar una especie de apotegma del leninismo: quien está en posesión de la teoría (la conciencia, la ciencia, el saber o la verdad) puede decidir; o de otra manera: la teoría funda la decisión. Esta inversión del marxismo es la que estructura, primero, un partido que se autoproclama la vanguardia del proletariado en razón de ese conocimiento general, teórico, y la que determina, en segundo lugar, la conducta política del partido.7
Ese apotegma leninista es una «inversión del marxismo» porque, para del Barco, la obra de Marx no impone una teoría a las masas sino que es «la forma teórica» de esas mismas masas pensantes. El sujeto del pensamiento revolucionario ha de ser el proletariado, no el partido –dice del Barco– y Marx lo supo siempre: su cerebro fue apenas el articulador de una teoría que no era suya. Para del Barco, la clase piensa y critica, Marx aprende y escribe. De este modo, Marx no sólo habría presentado una crítica radical de la sociedad capitalista, sino también una crítica radical del teoricismo burgués, o sea, una crítica radical de toda la metafísica occidental con su idealismo palpitante:
La revolución, por tanto, no solo debe pensarse como acto político, sino como concepto; y, en consecuencia, debe afirmarse que es la revolución quien piensa […] Conceptualizar la revolución como tal, en su propio movimiento, implica la destrucción del episteme occidental, conformado por un mundo de categorías (esencia, apariencia, verdad, ser, presencia) que dominan el pensamiento del conjunto de la sociedad.8
Si el capital como relación social (con su abstracción del trabajo, su fetichismo de la mercancía, su proceso impersonal y automático de valorización del valor) es metafísica en acto, entonces la crítica de la economía política (la teoría de Marx) debe ser la destrucción de la sociedad que engendra esa metafísica9. Una destrucción que ha de alcanzar tanto al fetichismo de la mercancía como al fetichismo de la teoría10. Según del Barco, Marx consigue esto incorporando a la clase obrera en el texto, es decir, integrando el espacio extra-teórico (el proletariado en lucha) desde donde se produce la teoría, convirtiendo a la propia escritura en «materialismo absoluto»: crítica del capital y crítica de la metafísica. Entonces la obra de Marx sería no la obra de un genio individual, sino la máxima expresión de un «movimiento modernista» que llegó, en cierto punto de la historia, para barrer todas las versiones de Dios en virtud de la emergencia novedosa del proletariado:
¿cuál es la relación entre los textos de Marx y los de Mallarmé (y por supuesto que este nombre no es casual aquí)? ¿En qué se funda el resurgimiento de Nietzsche en el ámbito de la crisis del «marxismo», o, en otras palabras, cómo vincular a Marx con Nietzsche partiendo de una presumible intertextualidad y de un similar uso de la crítica? Y la pregunta decisiva respecto a lo que podríamos llamar la emergencia del pensamiento contemporáneo (pienso no sólo en Mallarmé y su época sino también en Rilke, Joyce, Proust, Artaud, Schönberg y Braque, entre tantos otros): ¿no inauguró el proletariado como clase esencialmente a-tópica y errática un espacio original, no sólo de pensamiento sino fundamentalmente de ser? Y el desplazamiento de este hecho por el teoricismo, ¿no volvió incomprensibles los discursos marxistas en cuanto negación radical de todo logos?11
La aparición histórica de la clase trabajadora, según del Barco, inauguró «un espacio original, no sólo de pensamiento sino fundamentalmente de ser». Esta novedad «ontológica» únicamente habría sido comprendida por Marx, introduciendo «lo otro» (el proletariado) del discurso en su propio discurso (por ejemplo, en las llamadas «páginas sociológicas» de El Capital), escribiendo desde ese «afuera» que hizo posible su crítica, su propia escritura: una «escritura otra», radicalmente distinta de todo teoricismo burgués, una «escritura materialista», «revolucionaria» con respecto al «Logos capitalista», al «método científico», a la «razón instrumental». De ahí los nombres invocados, que abarcan la creación experimental en poesía, novela, teatro, música y pintura. La escritura de Marx superaría el dilema entre «vanguardia estética» y «vanguardia política»: ya no serían instancias paralelas sino dos caras de un mismo proceso literario.
De allí la función de los intelectuales, no como cerebros de la revolución, ni como dirigentes de los desheredados, ni como maestros de los ignorantes, sino como una ascesis total para dejar hablar y oír. A través de Marx y Gramsci, por ejemplo, es eso lo que habla, y nada más. Y Gramsci señala la hegemonía como el punto de caracterización del proceso: no se trata de «tomar» el aparato de gobierno y comenzar a dictar decretos, ni de tomar las fábricas para que éstas sigan funcionando igual que antes; se trata, en primer término, de una inversión, y luego de otra cosa que nada tiene que ver con la inversión porque ya no hay nada ni nadie a quien invertir; se trata de la absoluta, total soberanía de los explotados, de eso que irrumpe sin posibilidad de dueños, de la reivindicación total. La hegemonía es este proceso que transcurre no sólo en las grandes batallas políticas sino hasta en las palabras más insignificantes, en los ademanes, en los dichos, en lo más pequeño de lo más pequeño; es una construcción que se gesta en todas partes, en todos los niveles, en todos los órdenes; que avanza en mil frentes a la vez, de mil formas, y que no reconoce ningún momento privilegiado (por ejemplo la llamada «toma del poder») pues sabe que no hay privilegios, porque no se trata de una nueva forma de poder sino de la supresión de todo poder. De nada vale que los «revolucionarios» detenten el poder en nombre del pueblo, porque el poder es un bumerán que a la larga se volverá contra el pueblo. Y quienes piensen que se trata solamente de escribir o comer, están ya repartiéndose el cuerpo del pueblo; pues se trata ni más ni menos que del absoluto. Esto es lo que hizo Gramsci, respondió a una necesidad absoluta, a algo que lo trascendía, y su mérito es haberse entregado a ella. El texto se escribe cuando él deja de ser para la posibilidad del texto. Es lo mismo que si a uno lo estuvieran quemando vivo y no obstante se pusiera a escribir, ¿por qué y para quién?12
El dilema entre la estética y la política, la belleza y los humillados, se resolvería mediante el sacrificio místico del autor-asceta quien, al responder a una necesidad absoluta, trascendente, entregaría su ser a cambio del ser del texto. «Ni dirigente ni maestro», el intelectual debe ejercitar «una ascesis total para dejar hablar y oír» (veremos cómo este programa centrado en «la palabra y la escucha», lejos de toda dirección y pedagogía, está presente en El temblor de las ideas, de Diego Sztulwark). Mientras los humillados luchan, la respuesta de los intelectuales consistiría en la transubstanciación de la carne en papel y de la sangre en tinta, o sea, en convertir el propio ser del intelectual en escritura que plasme el pensamiento de las masas.
Este delirio místico tiene un corolario difícilmente evitable. Porque esa escritura, al fin y al cabo, queda asociada al embellecimiento artístico de la degradación y la locura: «Si el viejo Marx resucitara tendría que ir a los barrios miserables, a las cárceles y los manicomios»13. Esto explica el homenaje de Oscar del Barco a los últimos días de Antonio Bonino, en un manicomio de Oliva, antes del suicidio, como si resumieran algún valor artístico y filosófico rescatable14. Permite comprender también cómo la propia obra de Oscar del Barco pasó del marxismo explícito en busca de una renovación de ideas políticas (los tres libros que citamos) al tono radicalmente solitario de la ausencia de organización, programa y estrategia: La intemperie sin fin (1985), El abandono de las palabras (1994), Juan L. Ortiz, poesía y ética (1996), Exceso y donación, la búsqueda de dios sin dios (2003), Alternativas de lo posthumano (2010). Y ofrece motivos claros para el privilegio, en su lectura de Marx, de la parte menos sistemática, a la que le atribuye una «racionalidad no científica»15: la fragmentaria, inconclusa o lateral, las cartas, los borradores y manuscritos, las notas marginales, en fin, todo lo que se pudiera asociar con el estilo aforístico de Nietzsche. Si la irracionalidad está más cerca de lo real que la razón, si la razón es lo que oprime lo real para evitar su revolucionaria libertad (¿no es esta la concepción del deseo en El Anti-Edipo?), entonces para del Barco sólo de la irracionalidad puede venir un movimiento auténticamente revolucionario:
es lo real mismo lo que despeja la inversión; para eso Nietzsche inventó el término «superhombre» y Marx el término «comunismo»; se trata de un afuera de la inversión.16
El intelectual sacrifica su ser convirtiéndose en texto a la espera de que el movimiento de «lo real» engendre espontáneamente el comunismo (sea lo que fuere que se entienda por «comunismo» en estos textos). Suena a lo lejos una canción de Serrat: Barquito de papel, / sin nombre, sin patrón y sin bandera, / navegando sin timón / donde la corriente quiera… Esta corriente, «el movimiento de lo real mismo», sirve de excusa para la conservación del orden existente. Enseguida veremos cómo esta lectura espontaneísta del famoso pasaje de La ideología alemana («llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual») adquiere, fantásticamente, una carga de anhelos reformistas encallados en la puerta de un local del PJ y en la casa de Cristina. No sólo a lo largo del libro del peronista Diego Sztulwark sino también en el de la trotskista Myriam Bregman.
Por lo pronto, salgamos de aquí.
Diego Sztulwark y las ruinas circulares
Tras una dedicatoria «A náufragos, partisanos y desertores» y una cita de Kafka que funciona como epígrafe para todo el libro («Quizá haya otros modos de escribir, yo sólo conozco este, de noche, cuando el miedo no me deja dormir»), El temblor de las ideas explica:
Este libro es un ejercicio de comprensión. Comenzó a escribirse durante los primeros días de 2024, como modo de procesar un impacto político. Consta de tres registros de escritura diferentes: quiere ser, por un lado, una secuencia de microensayos de autoesclarecimiento del presente […]; una lectura de algunos textos de y sobre Franz Kafka, a quien leí apasionadamente como si fuera posible encontrar en ellos cierta clave de ingreso a problemas de estos tiempos […] y un diario político de la perplejidad, que venía redactando desde septiembre de 2022, tras el intento de asesinato a Cristina Fernández de Kirchner. El montaje del diario introduce episodios fechados –narrados en tiempo real, en primera persona–, como testimonio de una temporalidad agobiante y vertiginosa, en contrapunto con la cual me impuse la reflexión escrita. Son fragmentos que irrumpen cada tanto en la lectura, reponiendo el estupor en el que navegamos.17
El «impacto político» a procesar es, por supuesto, el triunfo de Milei. O, más precisamente, el fracaso del peronismo. Pero ese triple registro que compone esta obra (ensayar por escrito el «autoesclarecimiento del presente» recurriendo a Kafka y al diario íntimo) compromete todo el plan. En sus 364 páginas el libro no presenta un solo dato económico, una sola cifra demográfica, ninguna encuesta de opinión ni algún gráfico que enseñe la evolución histórica de alguna variable social de análisis. ¿Cómo ejercita, entonces, este autor la comprensión del «impacto político» a procesar? ¿De qué manera ensaya por escrito el «autoesclarecimiento» de la sociedad que eligió a Milei como presidente? ¿Cuál es la vía de acceso al conocimiento de posibles respuestas a las preguntas que Diego Sztulwark formula? La intuición:
Al mundo, más que conocerlo, hay que sorprenderlo a través de presentimientos, dimensiones del ver y del escuchar que actúan por contigüidad de lo que se ve y se escucha. Sensorialidades volcadas sobre el reverso de las cosas que nos hacen pasar en forma de la voluntad hacia la sensibilidad, engendrando nuevos sentidos para reiniciar el punto de vista de la transformación. [p. 291, resaltado original]
Kafkiano sería entonces el conocimiento intuitivo (a lo Bergson o a lo Lao Tse) del mundo […] Se trata de sueños y delirios que están «fuera» de la mente del «paciente». De un drama pre-lógico. De movimientos aberrantes que están en la génesis de cualquier lógica […] el movimiento que lleva a concebir el mundo menos como un teorema y más como un laberinto. [p. 130, resaltado original]
Se trata de una técnica de conocimiento de la realidad que advertimos en toda una estirpe de pensadores, generalmente filósofos, tan reacios a la medición científica de los fenómenos como aficionados a la literatura y la creación de neologismos. Así vimos a Giorgio Agamben afirmar que la pandemia era un invento, pocos días antes de que sus compatriotas abarrotaran los hospitales18. Así la «mente irónico-profética» de Franco «Bifo» Berardi se excitó en febrero de 2013, cuando «una paloma soltada de las manos del papa Francisco fue apresada y despedazada por un cuervo negro» y escribió uno de sus «presentimientos» prolijamente editados por Caja Negra19. Así el filósofo Darío Z sostuvo, haciendo caso omiso a las pruebas PISA y los informes de Argentinos por la Educación, que «hay más aula en una red social que en cuatro paredes con tipos que hablan bajando línea y pibes que están con la libido en otro lado»20. Así Paolo Virno engendró el término «postfordismo» como descripción del «modo de producción contemporáneo», no confrontándolo con la tradición de la crítica de la economía política sino «sobre la base de categorías extraídas de la filosofía política, de la ética, de la epistemología, de la filosofía del lenguaje»21. Este listado no es del todo caprichoso: Agamben, Berardi y Virno son algunos de los autores «inevitables» para Sztulwark.
Pero veamos lo que ocurre cuando El temblor de las ideas enfrenta un estudio que, para bien o para mal, sí está afincado en mediciones: El Nudo, de Carlos Pagni22.
Pagni lee la conformación del sistema político de los años 2003-2023 bajo el prisma del cuadro polarizado que emergió durante la crisis entre el kirchnerismo y las patronales agrarias en 2008, según el cual la Argentina de los subsidiados habría impuesto sus términos a los productores ligados al mercado mundial. Esta imposición sería, a la vez, un bloqueo a las energías modernizadoras que podrían conducir al desarrollo argentino. Pero El nudo no toma en cuenta algunos datos elementales de la situación argentina. No menciona la intervención del terrorismo de Estado en la reconfiguración reaccionaria de fuerzas en el país, no se pregunta cómo las fuerzas populares habrían quedado en situación defensiva ante la victoria de las patronales agrarias en 2009, ni percibe la hipoteca que el peso regresivo del gigantesco endeudamiento del gobierno de Macri con el FMI, en 2018, impuso al curso político argentino. [p. 276]
Dejemos de lado que, como prueba esta cita, a Sztulwark no le molestan las patronales en general, sino sólo las que no son peronistas. Su problema nunca es la explotación sino la explotación no administrada por el partido del orden burgués en Argentina. Nos interesa ahora otra cosa: en abril de 2023, dos años antes de que se publicara El temblor de las ideas y un año antes de que «comenzara a escribirse», Sztulwark le preguntó a Pagni, en el programa de radio conducido por Tognetti, exactamente aquello:
DS: A mi manera de ver, el 76 es la gran omisión en tu libro. En el sentido de que no lo ligás ni a las causas de la informalización ni a las causas de la desindustrialización. Y, por otro lado, tampoco permite comprender, por omitido, el papel que cumplen los movimientos de DD.HH. en la propia formación de la actividad de esto que vos estás llamando «los pobres».
CP: Está bien, es un buen punto. Yo creo que lo que intento hacer en el libro no es una historia de la economía, sino más bien describo un problema, conceptualmente, que es un modelo que se agota antes de eso. El momento es el Rodrigazo. Un giro económico que precede a la dictadura. El ideólogo del Rodrigazo, que era [Ricardo] Mansueto Zinn, es el que va a ser el ideólogo de las privatizaciones de María Julia Alsogaray y de la privatización de YPF.23
Pagni desplaza el 24 de marzo del 76 como frontera entre el bien y el mal (la democracia y la dictadura), y conecta el peronismo de los 70 con el de los 90 (a través de la economía). Así, este fragmento del diálogo (recomendamos escuchar la entrevista completa) expone tanto el desvergonzado recorte peronista de la historia –que no asume ese preludio económico y político de la dictadura que fue el tercer gobierno de Perón ni registra la devaluación de Duhalde en 2002 como punto de apoyo del nuevo ciclo de acumulación– como la falibilidad del «diario político» de Sztulwark –que no sirve ni para recordar su propia conversación grabada con el autor de un libro al que critica–24. Un recorte de la historia que omite, por supuesto, el carácter peronista del gobierno de la década 1989-1999.

Diego Sztulwark, Fernando Rosso y Celeste Murillo en esta entrevista en Radio Con Vos.
El método de «conocimiento intuitivo» que ejercita Sztulwark tiene la consistencia del capricho. Uno de tantos ejemplos que se pueden citar son las cuatro invocaciones a Marx para hacerle decir cualquier cosa. En la página 291 emparenta la –tan bella como inocua– Tesis XI sobre Feuerbach con eso de que «al mundo, más que conocerlo, hay que sorprenderlo con presentimientos» (veremos que Fernando Rosso, del PTS, no es menos imaginativo e insolvente con la misma Tesis). En la 322 dice que «lo fantasmagórico en Kafka… recuerda la exposición del fetichismo en Marx en El capital», sin que el verbo «recordar» funcione ahí como algo más que la mera asociación libre de ideas temblorosas. Pero detengámonos en las otras dos invocaciones a Marx:
…se trata de buscar orientación, en lo que Marx llamó el «movimiento real». Sin esa orientación las políticas progresistas se tornan sólo una parodia discursiva de las ideas que se proclaman (distribución del PBI, modificación de las estructuras heredadas de la última dictadura, investigación de la deuda externa), promoviendo instituciones públicas degradadas y funcionando como una versión débil del neoliberalismo en curso. [p. 225]
El «movimiento real», del que hablaba Marx, nos delimita como seres capaces de registro, de reflexión y de sorpresa. El temblor como retorno del cuerpo –y al movimiento– frente al estupor y el aplastamiento organizado. [p. 16]
¿Qué tiene que ver esa apelación al «movimiento real» como «orientación a las políticas progresistas» con el comunismo del famoso pasaje de La ideología alemana de donde proviene el abusado concepto?
Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente. Por lo demás, la masa de los simples obreros –de la fuerza de trabajo excluida en masa del capital o de cualquier satisfacción, por limitada que ella sea– y, por tanto, la pérdida no puramente temporal de este mismo trabajo como fuente segura de vida, presupone, a través de la competencia, el mercado mundial. Por tanto, el proletariado sólo puede existir en un plano histórico-mundial, lo mismo que el comunismo, su acción, sólo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los individuos, es decir, existencia de los individuos directamente vinculados a la historia universal.25
¿Qué tiene que ver el peronismo de Sztulwark con el comunismo de Marx y Engels? Nada excepto en la ficción literaria como campo del absurdo que justifica la política de conciliación de clases. Si Oscar del Barco tramitó su frustración política con el socialismo intentando convertir la obra de Marx en literatura, Diego Sztulwark tramita su frustración con el peronismo intentando convertir una obra literaria en teoría política: «Kafka es un estratega. Se lo puede leer como se lee El príncipe de Maquiavelo» [p. 297]; «es en cuanto escritor que Kafka es un hombre político» [p. 304]; «El rodeo Kafka (sic) busca más cuando menos encuentra en el saber político constituido» [p. 349].
Este privilegio del diario personal como fuente, ese recurso del conocimiento intuitivo como método epistemológico y aquella técnica que consiste en colocar la literatura en lugar de la verdad son el resultado de años de una política de la identidad y la satisfacción individual. La realidad ya no determina las tareas. El disfrute orienta los actos.
En el empleo caprichoso de las imágenes literarias como si fueran categorías de análisis, en el recurso al «drama pre-lógico» hecho de «sueños y delirios que están fuera de la mente del paciente», en la apelación al «materialismo ensoñado» de Rozitchner [p. 206] o en «El rodeo K» (sobre el que de inmediato volveremos), advertimos el esfuerzo por amasar los despojos del kirchnerismo en el afán de recrear las experiencias burguesas que nos trajeron hasta acá: «Toda descomposición libera materia con la que ensayar nuevas composiciones. Hay, por tanto, un valor creativo en las ruinas y en los restos» [p. 16]. Ruinas circulares de un ensueño hecho de restos entregados a la insomne escritura (una escritura nunca «abandonada a la crítica roedora de los ratones», sino escrupulosamente facturada a la editorial Paidós):
El rodeo Kafka –por así llamarlo– sería la búsqueda de un verbo sustraído a la autocomplacencia, un redescubrimiento del contacto entre la palabra y la intensidad. Como diría Henri Meschonnic: de una carga máxima del cuerpo en el decir. [p. 349]
Esta carga máxima del cuerpo en el decir, ¿no se parece al delirio místico de Oscar del Barco, al sacrificio del autor que se vuelve texto, a la entrega del intelectual que deja de ser para que sea el decir, a esa finitud de carne y hueso que se vuelve instrumento de una necesidad absoluta, trascendente? En palabras más directas, ¿se postula Sztulwark para ser un Kafka del progresismo?
Y esa paradoja puesta en el subtítulo, «Buscar una salida donde no la hay», tan cercana a la paradoja de otro subtítulo, esta vez en Exceso y donación, de Oscar del Barco, «La búsqueda del Dios sin Dios» («Una búsqueda», escribe allí del Barco, «que sabe que no puede encontrar nada y que sin embargo insiste obsesivamente»), ¿qué intención política abriga? ¿Salir del apoyo recurrente al partido del orden burgués? ¿O esperar hasta las elecciones para volver a votarlo? ¿Romper con el peronismo? ¿O desensillar hasta que aclare?
Los ensayos buscan orientación en donde no la hay. Spinozistas, pretenden recobrar la creencia en los cuerpos y afrontar la dificultad de reunir las propias fuerzas dispersas, resistiendo a la corrosión del lenguaje y la descomposición política. Afrontar la impotencia generalizada apelando a la fuerza de existir. [p. 12]
No podía faltar la alusión a Spinoza, el excomulgado precursor de Nietzsche, el único al que Deleuze lleva realmente en su corazón… Pero el adjetivo no salva el propósito: apelar «a la fuerza de existir» no alcanza siquiera la dignidad de «honrar la vida», como diría Eladia Blázquez. Reconocemos, sin embargo, que no se trata de una extravagancia. Al menos, no lo es en cierto sector de la población. Spinoza está tan de moda en el progresismo universitario, que hasta el PTS recurre a él para justificar la aparición de un libro que contiene la malhadada intención de hacer propaganda revolucionaria.
Vamos a por él.
Myriam Bregman y Pierre Menard, autor del Quijote
Editado por Penguin Random House –no por la editorial del PTS, que es el partido del que Myriam Bregman es dirigente nacional–, Zurda (Apuntes contra la resignación, la mansedumbre y el conformismo) está dedicado «A las futuras generaciones, deseando que las jóvenes estén a la cabeza de todas las luchas que surjan desde abajo y desafíen todos los órdenes que nos impongan desde arriba». Ni el título ni el subtítulo ni la dedicatoria contienen palabras capaces de delimitar políticamente esta obra, como «socialismo», «comunismo», «contra la explotación», «por la unidad de la clase trabajadora», etc. De manera que el libro se presenta indistinguible del peronismo. Y no sólo del peronismo, pues ¿qué otra cosa es la juventud que votó a Milei contra «la casta» si no «jóvenes generaciones» que desafían a los partidos burgueses tradicionales?
Tras los agradecimientos de Bregman hay dos presentaciones: una de Andrea D’Atri y otra de Fernando Rosso. La primera se titula «Una pasión alegre», porque D’Atri elige a Spinoza para destacar que Zurda habla «de las pasiones tristes que promueve la ultraderecha en esta etapa decadente del capitalismo» [p. 13]. También porque su militancia, dice, es «una pasión alegre» y la prueba contundente, según D’Atri, es que en todas las fotos en que aparecen juntas ella y Bregman están riéndose «despeinadas». Vaya presentación: referencia teórica a un filósofo del siglo XVII, genial pero ignorante de las leyes que regulan el capitalismo, y autorreferencia al símbolo narcisista por antonomasia en estos tiempos: la foto retrato destinada a las redes. Para colmo, D’Atri «confiesa» cómo se gestó este libro.
…conversamos durante varios meses sobre muchos temas. Diálogos frecuentemente interrumpidos, largos audios de Whatsapp y un drive que se llenó de anotaciones inconexas como la bitácora de un barco a la deriva…
Otro barquito de papel… Recordemos que El temblor de las ideas está dedicado «A náufragos, partisanos y desertores» y que los pasajes del «diario político» de Sztulwark fueron insertados como «fragmentos que irrumpen cada tanto en la lectura, reponiendo el estupor en el que navegamos». Es curiosa esta coincidencia entre las «anotaciones inconexas» y los «fragmentos que irrumpen», entre la «bitácora de un barco a la deriva» y «el estupor en el que navegamos», entre el diario personal y la foto para redes, entre el spinozismo de Sztulwark, que busca «recobrar la creencia en los cuerpos… apelando a la fuerza de existir», y el spinozismo de D’Atri, que legitima su militancia socialista revolucionaria en el vitalismo de las pasiones alegres pero no en la construcción y defensa de un programa coherente.
Con la esperanza de que Fernando Rosso le arrojara un salvavidas a este despropósito, seguimos adelante.
Esa esperanza duró poco. «Recoger el guante», la presentación de Rosso, comienza con esta cita de José Carlos Mariátegui:
Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de –también conforme un principio de Nietzsche– meter toda mi sangre en mis ideas.
Observemos que «meter mi sangre en mis ideas» es una metáfora familiar al «temblor de las ideas». Cercana también al título de un libro publicado por el PTS que hemos criticado en este blog: Ilustración sensible, de Facundo Martín26. Una familia de metáforas que implica la aceptación de un dualismo que rechazamos: la mente (fría y desapasionada) escindida del cuerpo (caliente y sensible). Ocurre que, según notamos, una vez que la ilustración siente y las ideas tiemblan (o reciben sangre), entonces el análisis político ya puede dedicarse a la «microfísica de la sensibilidad», en vez de atender al antagonismo de clase, los intereses en disputa, la competencia entre capitales, etc. Por eso Sztulwark (en diálogo con Fernando Rosso) define el fascismo con estas palabras:
Es el fenómeno por el cual nosotros sentimos que no podemos lo que podíamos, que no nos entendemos con facilidad y que nuestras percepciones sobre el presente se han oscurecido. Que la belleza y la inteligencia del mundo se han retirado.27
Pero no nos vayamos de tema. Mariátegui, en aquella cita de Rosso, no está diciendo que sus ideas hayan sufrido algún impacto político que las hiciera temblar, sino que su persona individual es un ejemplo cabal de coherencia entre pensamiento y vida, y que espera (y reclama) ser reconocido por eso. No sabemos si la referencia a Nietzsche es por esa presunta coherencia o por el común déficit de modestia. Lo cierto es que Rosso lee de esta manera esa cita:
Los ecos de la famosa Tesis XI de Marx resuenan en las palabras de uno de los marxistas más destacados de nuestro continente: hay que interpretar el mundo, sí, pero de lo que se trata es de transformarlo.
Nietzsche, Marx, ecos, resonancias… Libre asociación de Rosso, que parece no leer con atención lo que cita: mientras Mariátegui habla, en aquella frase, de su propia persona como modelo de consecuencia (la misma consecuencia destacada por D’Atri entre decir la pasión alegre y reír en todas las fotos), la cita de Marx –tomada al voleo, como si fuera una frase de señalador–, en su contexto original del siglo XIX, culmina un razonamiento en once pasos cuyo objeto de reflexión y de crítica está más cerca de la historia de la filosofía que de la persona del propio Marx28. Repongamos las líneas previas de la cita de Mariátegui que Rosso eligió para presentar el libro de Bregman, porque son esclarecedoras:
Como La escena contemporánea, no es éste, pues, un libro orgánico. Mejor así. Mi trabajo se desenvuelve según el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberada, de un libro, sino a aquel cuyos pensamientos formaban un libro espontánea e inadvertidamente. Muchos proyectos de libro visitan mi vigilia; pero sé por anticipado que sólo realizaré los que un imperioso mandato vital me ordene.29
Parece mentira: el autor, otra vez, como instrumento de un imperioso mandato vital y ordenador. Como si el intelectual fuera una herramienta de la Historia o un elegido por la Providencia, cuando no el médium de fuerzas cósmicas, espirituales o populares. ¿Se ve el hilo nietzscheano, vitalista, místico, que conecta la obra de Oscar del Barco con El temblor de las ideas y esta presentación de Zurda? Esquemáticamente: celebración del fragmento contra la organicidad del libro, concepción del autor como vehículo de un impulso espontáneo e inadvertido («cuando el miedo no me deja dormir»), primera persona del singular cuyo anecdotario («retazos de un diario personal») sirve de fuente privilegiada a partir de la cual se reflexiona sobre la realidad económica y política de una sociedad capitalista.
Con el fin de no extendernos demasiado, evitaremos los varios comentarios que nos suscita la presentación de Rosso (que también manosea el concepto de «movimiento real»; que confunde la persona del patrón con su personificación social; que arroja sentencias sin explicación, más cerca del arte compositivo de León Gieco que del periodismo socialista, como «Toda memoria es política»). Nos limitaremos a su cierre, su remate optimista, su arenga moderada, antes de pasar al resto del libro:
El miedo libertariano a la idea comunista, a la que percibe como una acechanza permanente no es sólo un delirio de su más que demostrada paranoia, es una expresión deformada de una potencia y un movimiento que, pese a las condiciones adversas, mantiene su fuerza vital.
La imaginación de Rosso se nos muestra desconectada de la realidad. Lo cual suele ser una virtud para la literatura fantástica pero también un escollo para el análisis político. No hay «miedo libertariano a la idea comunista». Milei llama «comunista» a todo estatismo burgués y Rosso debería decirlo si no quiere quedar pegado al peronismo.
De hecho, el peronismo sí le tuvo miedo al comunismo. No a «la idea», sino al movimiento real. Por eso creó una Alianza Anticomunista Argentina para secuestrar, torturar y desaparecer militantes de izquierda. Por eso el peronismo asesinó a 13 militantes trotskistas (el último en 2010)30.
Aquí dejamos las dos presentaciones del libro. Veamos qué escribió Bregman, con ayuda del Chipi Castillo y Raúl Godoy.

Andrea D’Atri, Alejandro Bercovich, Myriam Bregman y Guillermo Martínez en la presentación de Zurda en la Feria del Libro.
Zurda tiene cinco capítulos. Uno introductorio, titulado «Por qué somos de izquierda». No por qué somos socialistas o por qué somos comunistas. Pero reconocemos que tiene sentido que se titule así. Invocar a Spinoza para pensar el individualismo capitalista supone que da más o menos lo mismo el análisis de las pasiones en la Ética que la exposición del fetichismo de la mercancía en El Capital. Y es que Bregman se inscribe expresamente en una amplia, difusa e inconsistente tradición que porta «las banderas de lo nuevo» [p. 26], que imagina otra vida en esta vida [pp. 26-7], que –como en la versión de «La muralla» de Leo Maslíah– está en contra de todo lo malo y a favor de todo lo bueno [pp. 27-8], que se rebela (porque Bregman tiene mucho rock, como Milei y todo el catálogo de Atlantic Records) y que lucha, lucha, lucha y lucha, «sobre todo», ¡sobre todo!, dice, «para defender la alegría en un presente colonizado por las pasiones tristes» [p. 29].
Hasta acá, queda claro por qué Bregman es zurda. No queda para nada claro que sea comunista o socialista. Mucho menos, marxista. Pero van sólo 30 de las 166 páginas de esta «bitácora de un barco a la deriva».
El siguiente capítulo es «Hay que terminar con el capitalismo» y esboza cómo llegó Milei al gobierno desde un corte histórico autobiográfico: cuando Bregman viajó de Timote a Buenos Aires para cursar abogacía.
En esa Argentina de los 90 se iniciaba un proceso de privatización de las empresas públicas y el entonces presidente Carlos Menem indultaba a los militares de la última dictadura. [p. 34]
No fue el peronismo. Fue Menem. No fue un partido político que representa intereses de clase. Fue un individuo. O un semidiós. Para evitar ambigüedades, hay una nota al pie (las notas al pie de este libro merecerían un artículo aparte) que aclara:
Aunque era un político peronista, su gestión es reivindicada por las derechas ultraliberales. Ex funcionarios de su gobierno y familiares integran el gobierno de Javier Milei. [p. 34]
Nos preguntamos: ¿acaso no hubo ex funcionarios menemistas en los gobiernos kirchneristas (es decir, peronistas en gobiernos peronistas)? ¿Qué hicieron los Kirchner durante las privatizaciones y el indulto a los milicos? Y ese «Aunque» inicial, ¿no cumple la misma función retórica que aquel «asterisco» de Luca Bonfante en el debate con Iñaki Gutiérrez: distanciar al peronismo de las políticas que el peronismo dice combatir?31
Según Zurda, el peronismo es una fuerza progresiva para la clase trabajadora, distinta de «la derecha»32. Esto permite completar la explicación del título del libro. Para el PTS no hay dos clases sociales en antagonismo irreconciliable de intereses objetivos, sino dos campos por los cuales optar, con burgueses a ambos lados: la derecha y la izquierda, el odio y el amor, las pasiones tristes y las alegres, los burgueses deplorables y los burgueses «compañeros»33, el lado malo y el lado bueno de la historia [p. 46], el neoliberalismo cruel y entreguista versus el movimiento nacional y popular.
«Memorias del futuro» es un compendio de la actividad de Bregman como abogada defensora de los DD.HH. El accionar de la Triple A sólo aparece en una nota al pie, donde se señala como único jefe político de la organización no a Perón, no a Isabel sino a López Rega [p. 54]. En la misma nota al pie leemos que los crímenes de esa organización paraestatal «se mantenían impunes», en pretérito imperfecto, como si hubieran sido juzgados. Pobre del incauto (o desinformado) lector.
En este capítulo hay dos apartados que Bregman dedica al caso Julio López, «Dos veces desaparecido» y «Son treinta mil, fue genocidio». Allí no se nombra a un solo funcionario del gobierno nacional ni provincial de aquel entonces, como no se citan las célebres declaraciones de Aníbal Fernández y Hebe de Bonafini (por partida doble). ¿Por qué? Porque son peronistas. En el penúltimo apartado de este capítulo, Bregman observa que «el negacionismo es parte del discurso oficial del gobierno ultraliberal de Javier Milei». Preguntamos: la impunidad de los crímenes de la Triple A, impulsada y garantizada por el PJ, ¿no es negacionismo? El indulto a los milicos, ¿no es negacionismo? La designación de César Milani como Jefe del Ejército, ¿no es negacionismo? La entrega del crematorio de la ESMA por parte del último gobierno kirchnerista a un club privado para que hiciera negocios, ¿no es negacionismo?34
Tal como hemos señalado en más de una oportunidad, al trotskismo lo escandaliza más el negacionismo discursivo de LLA que el de las patotas y las medidas de gobierno del peronismo35.
«Somos marea» agrega, a la claudicación ante el partido del orden burgués en Argentina, la claudicación al oscurantismo misógino del transactivismo que ya hemos criticado abundantemente en otros artículos y charlas36.
«¿Quiénes mueven el mundo?» es una celebración de la fábrica recuperada Zanón, sin un solo dato acerca de la gestión de la producción, el nivel de los salarios y las condiciones laborales37. Pero, eso sí, con un listado exhaustivo de las bandas de rock que actuaron en los festivales solidarios:
Por allí pasaron, entre otros grupos musicales y solistas argentinos, Bersuit Vergarabat, La Renga, Ataque 77, León Gieco, Rata Blanca, Raly Barrionuevo, Todos Tus Muertos, Arbolito, La Delio Valdez. También los internacionales Ska-P y Manu Chao. Uno de esos recitales multitudinarios nos encontró a las abogadas y abogados en el escenario, abrazados con Lolín Rogni e Inés Ragni, Madres de Plaza de Mayo de Neuquén y Alto Valle, cantando El vals del obrero, mientras, abajo, estallaba el pogo: Este es mi sitio, esta es mi gente / Somos obreros, la clase preferente / Por eso, hermano proletario, con orgullo yo te canto esta canción / Somos la revolución… El público hacía flamear la Wenufoye, la bandera del pueblo mapuche, dando muestra de la fuerte unidad que los ceramistas habían tejido con los pueblos originarios de la región, tan castigados por el Estado, los gobiernos y las grandes empresas que ocupan sus tierras y expolian sus riquezas. [p. 120]
Ninguna explicación acerca de quiénes «mueven el mundo». Ninguna, al menos, que permita entender qué son «los pueblos originarios» (o «las juventudes», «las mujeres», «las diversidades», «las disidencias»…) si no pertenecen a la clase universal de quienes «mueven al mundo»: el proletariado, la clase trabajadora, los que estamos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para poder vivir, los que producimos la riqueza social. Ninguna teoría de las crisis capitalistas ni una sola referencia a la ley del valor o al plusvalor. Sólo anécdotas personales, algunas consignas de transición y un par de citas sueltas de Marx (una sola de El Capital, elegida por un misterioso criterio, ya que es políticamente utópica, poéticamente pobre y está bibliográficamente mal referenciada).
«A modo de conclusión» es el capítulo final y tomaremos ese título para resumir la estructura del libro. Zurda construye en primera persona una figura pública. Sus métodos no escatiman patetismo: «un obrero se acercó y me agradeció, emocionado» [p. 127], «Una trabajadora se nos aproximó para recibir uno de los volantes que repartíamos… quería agradecernos» [p. 135], «cuando me encuentran en la calle… me lo agradecen» [p. 150]; «el actual presidente de la Cámara de Diputados de la Nación», Martín Menem, dijo que «los diputados de la izquierda son cinco, pero parecen como cien» [p. 150]. Se trata de una figura pública que no ataca implacablemente al principal enemigo de la clase obrera en Argentina: el peronismo. Sino que lo considera una fuerza progresiva para los trabajadores, pero débil de voluntad para cumplir las tareas del nacionalismo burgués. Así, el PTS intenta mostrarse como un peronismo consecuente, más luchador y más honesto [pp. 154-5].
En lo esencial, Zurda reitera la estrategia transicional: el capitalismo entró en fase de decadencia [pp. 13, 138]; las democracias liberales están en crisis [p. 156]; vivimos tiempos de crisis, guerras y revoluciones [pp. 39, 48, 125, 156, 158]; los trabajadores se movilizan masivamente para la revolución [pp. 33, 37, 39n, 130, 156], pero son contenidos por direcciones traidoras o un peronismo tibio [pp. 162-3]; hay que agitar las consignas transicionales de ruptura con el FMI, no pago de la deuda externa, reducción de la jornada laboral y reparto de horas de trabajo [pp. 104, 137, 162]. Esta estrategia ha probado, durante casi 90 años, ser inútil y desmoralizante para la clase trabajadora. Debatirla es tan necesario como urgente38.
Pero la tenacidad del trotskismo se ha vuelto indistinguible del empecinamiento. Como si lo alentara una esperanza, inconscientemente borgeana, de que el cambio de contexto histórico ofrecerá una combinación de fenómenos capaz de hacer coincidir el mundo real con la descripción anacrónica del «profeta desterrado». Si el asombroso Pierre Menard acometió una empresa complejísima y de antemano fútil: no copiar El Quijote sino escribirlo, al menos parcialmente; si su éxito indeliberado fue enriquecer el arte detenido y rudimentario de la lectura, el trotskismo en cambio acomete una empresa sencilla aunque igualmente inane: fotocopiar una y otra vez el Programa de Transición esperando que el mundo, algún día, se calque sobre aquella descripción de 1938. Si Menard enriqueció el arte de la lectura, el PTS lo esteriliza. Pues la atribución de texto definitivo no puede sino corresponder a la superstición o el cansancio.
Los intelectuales y la casa de Asterión
El intelectual tiene fe en que las ideas actúan por sí solas. Basta con que sean lo suficientemente ingeniosas. O cultas. O una combinación de ingenio y refinamiento. No importa si la mitad de los chicos en 3° grado de la Primaria resulta incapaz de entender lo que lee. No importa si otra mitad, en 6° grado de la Primaria, no alcanza desempeños satisfactorios en Matemática y un tercio no los alcanza en Lengua. No importa si la mitad de los adolescentes de 3° año en la Secundaria piensa que la inteligencia es un don natural que no se puede cambiar39. No importa si existe un mercado negro de títulos secundarios donde un Analítico legalizado cuesta cinco mil pesos (porque eso es lo que vale socialmente). En suma, no importa el contexto social de creciente degradación educativa ni sus causas inscriptas en el normal desenvolvimiento de las relaciones capitalistas. Y, como no importa, el intelectual prodiga sus ideas con generosidad allí donde lo invitan. Las esparce como si fueran semillas de futuro. Ya germinarán, piensa.
A veces, tales ideas del intelectual muestran la hilacha. Hemos escrito acerca de ciertas posiciones expresadas por Jorge Alemán, Mario Casalla, Martín Kohan, Diego Tatián40, Eduardo Grüner41, Adolfo Aristaráin42, Darío Sztajnszrajber43… Posiciones que exhiben este rasgo en común: el desprecio hacia los trabajadores que no votan al peronismo.
Ese desprecio es el reverso del aprecio por el nacionalismo burgués. Y no mejora cuando los autodenominados «intelectuales» se agrupan: la Asamblea de Intelectuales Socialistas, que ni funciona como asamblea ni explica por qué estas personas hacen rancho aparte con respecto a los demás trabajadores, manifiesta el apoyo al comunismo del futuro mientras defiende en el presente a una burguesa ladrona44.
En fin. Estas son las desventuras del intelectual comprometido. Atrapado en una perpleja urdimbre de símbolos y neologismos, de referencias literarias y novedades editoriales. No sólo como un Teseo que extravió el paradero de su Ariadna, la clase obrera. Sino también como Minotauro de sí mismo, objetivamente asalariado y subjetivamente intelectual, mitad hombre y mitad fantasía.
Nosotros y un epílogo como prólogo de prólogos
Una confianza desmesurada en la palabra, el texto y la metáfora ha ido, poco a poco, a lo largo de este medio siglo, en desmedro del análisis científico de la realidad y la reunión de voluntades en torno a un programa, una organización y una estrategia. Por eso, cada vez que recibimos la insistente pregunta por el mientras tanto, respondemos con las tareas que nos plantea el presente y que podemos cumplir en la medida de nuestras fuerzas: reagruparnos, estudiar, propagandizar.
Organizarnos y actuar no es sólo estar en la calle. O poner una mesita. En este momento, organizarnos y actuar es también –mucho más fundamentalmente– proponer, comprometernos y sostener la construcción colectiva de un programa y una práctica hoy ausentes. Hablamos de contribuir, con paciencia y constancia, a un profundo y consistente ponernos de acuerdo en la necesidad del socialismo y en el despliegue razonado de esa necesidad.
NOTAS:
1 Nos referimos a «El dilema de Camus: desventuras del intelectual comprometido», que funciona en dupla con este de hoy.
2 Expusimos este problema en varias notas, por ejemplo: a) «Intelecto General: el conocimiento y su distribución»; b) «IA – El miedo no es sonso, 4: el temor de los socialistas»; c) «Películas, series, Gran Hermano y George Orwell».
3 Extraído de nuestro sexto editorial: «La dignidad en el rechazo a las propuestas miserables».
4 Del Barco nació en Bell-Ville, provincia de Córdoba, en 1928. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Córdoba, donde luego enseñó historia y teoría política. Editó y tradujo obras de J-P. Sartre, M. Blanchot, L. Althusser, R. Barthes, J. Kristeva, G. Bataille, A. Artaud, J. Derrida… Co-dirigió los célebres Cuadernos de Pasado y Presente, fundó la editorial Signos (precursora de Siglo XXI Argentina, que co-fundó) y durante su exilio en México estuvo a cargo de la «Biblioteca socialista» de Siglo XXI México. Participó en los debates entre militantes exiliados en las revistas mexicanas Espacios y Controversia; tuvo un rol destacado en las argentinas Nombres y Confines. En la cronología de sus libros publicados se advierte un desplazamiento de intereses (desde la política hacia la estética) del que enseguida hablaremos. En 2004 escribió una carta abierta que provocó el debate conocido como «No matarás»; un debate encapsulado en el circuito de revistas académicas porque atentaba contra el naciente «relato kirchnerista» en torno al Nunca más, los organismos de DD.HH. y la interpretación de los años 70. El 24 de marzo de 2025, Casa Rosada lanzó un video en el que Agustín Laje pronunció un discurso convergente con el núcleo de los problemas formulados por Oscar del Barco en 2004. Así, lo que hace 20 años fue cuestionado «por izquierda» y silenciado por un gobierno «nacional y popular», hoy es sacado a la luz pública «por derecha» bajo decisión de un gobierno considerado «fascista». El resultado, ayer y hoy, sigue siendo el mismo: la izquierda autodenominada «revolucionaria» se niega a debatir el pasado y se ampara en consignas que supone incuestionables («Fue genocidio», «Fueron 30 mil», «Nunca más»). Aquí también la actitud religiosa sustituye al pensamiento.
5 Cuando la conducción trotskista de Ademys (sindicato docente de CABA) dice en la página 5 de su «Guía para acompañar infancias trans/travestis» (publicada en 2024): «¡Y sí, tenemos que romper nuestros prejuicios binarios! Muchas veces les jóvenes se deconstruyen más rápido que nosotres. Será su decisión cómo vestirse, cómo modificar su apariencia o cuerpos», el marco teórico del que proviene el verbo «deconstruir» –lo sepa o no la conducción de Ademys– es la obra de Derrida. Podríamos decir que el francés no tiene la culpa. Pero lo cierto es que tiene bastante responsabilidad en esta burundanga del progresismo. No podemos desplegar una crítica a su obra en esta nota al pie (y no queremos hacerlo en un artículo aparte), así que nos limitaremos a citarlo parcialmente confiando en que el sobrio (y un poco ocioso) lector empleará su propio criterio: «la desconstrucción no es ni un análisis ni una crítica […] no es un método y no puede ser transformada en método […] no es siquiera un acto o una operación […] en el “se” del “desconstruirse”, que no es la reflexividad de un yo o de una conciencia, reside todo el enigma […] La palabra “desconstrucción”, al igual que cualquier otra, no posee más alor que el que le confiere su inscripción en una cadena de sustituciones posibles, en lo que tan tranquilamente se suele denominar un “contexto”. Para mí, para lo que yo he tratado o trato todavía de escribir, dicha palabra no tiene interés más que dentro de un contexto en donde sustituye a y se deja determinar por tantas otras palabras, por ejemplo, “escritura”, “huella”, “différance”, “suplemento”, “himen”, “fármaco”, “margen”, “encentadura”, “parergon”, etc. Por definición, la lista no puede cerrarse, y eso que sólo he citado nombres; lo cual es insuficiente y meramente económico. De hecho, habría que haber citado frases y encadenamientos de frases que, a su vez, determinan, en algunos de mis textos, estos nombres. ¿Lo que la deconstrucción no es? ¡Pues todo! ¿Lo que la desconstrucción es? ¡Pues nada!». Jacques Derrida, El tiempo de una tesis, trad. Cristina de Peretti, Barcelona, Anthropos, 2011,pp. 25-7.
6 «Hay que tener en cuenta que Nietzsche vivió un instante de suprema identidad o de éxtasis que lo proyectó fuera de sí, más allá de la división entre sujeto y objeto donde todos vivimos, hacia una estado de unidad con el todo. A este estado místico, que en sí es semejante al experimentado por los místicos de todas las religiones, Nietzsche lo llamó Eterno Retorno. Tal estado se le aparece como salvación, de allí su urgencia. Dicho en otros términos: o los hombres acceden a la vivencia del Eterno Retorno o serán aplastados por el nihilismo del Sistema» (El abandono de las palabras, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados de la UNC, 1994, p. 369).Véase también el «Epílogo» de 2008 a la reedición El otro Marx. O los textos reunidos por Caja Negra en Alternativas de lo posthumano (2010), como «Observaciones sobre la crisis de la política» o «El “peligro” y lo que salva».
7 Oscar del Barco, Esbozo de una crítica a la teoría y práctica leninista, en Escrituras – filosofía, CABA, Biblioteca Nacional, 2011, p. 216. Resaltado original.
8 Oscar del Barco, Esencia y apariencia en El Capital, CABA, Marat, 2017, pp. 118-9. Resaltado original.
9 No es del todo vano recordar que –a pesar de las toneladas de fármacos, hímenes, fantasmas, huellas y diferancias que el francés supo reunir para enturbiar las aguas de su obra– desconstrucción es la manera en que Derrida tradujo para sus lectores la Destruktion heideggeriana de la metafísica desplegada en Ser y Tiempo. El ávido lector puede consultar «Destrucción y deconstrucción», de Hans-Georg Gadamer, en el segundo volumen de Verdad y método. Y, si no leyó la nota 5, más arriba, le solicitamos que vaya ahora mismo para ver por cuál sinuoso camino esta palabrita de Jacques Derrida se mueve entre Oscar del Barco y Myriam Bregman sobre un puente trotskista del sindicato docente Ademys.
10Obsérvese cómo esta «doble destrucción» se parece a la idea de «literatura integral» u «obra total» que reseñamos en el debate Collazos-Cortázar, en función de la cual debían trastocarse a la vez «el orden del lenguaje» y «el orden político» si se pretendía una revolución auténtica. Entre las metáforas de esa época que aludían a destrucciones totales, queremos destacar una. En 1973, la empresa discográfica de capitales holandeses Phillips Records sacó a la venta el álbum Traigo un Pueblo en mi Voz, de Mercedes Sosa. Este álbum incluye «Triunfo agrario», una composición de Armando Tejada Gómez y César Isella, cuyos versos «Hay que dar vuelta el viento / como la taba. / El que no cambia todo, / no cambia nada» sintetizan el sueño de omnipotencia que obnubiló a más de un artista e intelectual durante los 30 gloriosos años. Pero una cosa es leer «cambiar todo» en el sentido de cambiar la estructura productiva de la sociedad, su núcleo material, es decir, no «todo» sino «algo» fundamental. Y otra cosa muy distinta es leer «cambiar todo» como lee un psicótico, lo cual conduce en el mejor de los casos a la incomprensión de la realidad y, en el peor, a un despotismo sanguinario (o el suicidio). Un caso ilustrativo del sueño de omnipotencia izquierdista, en el campo de la ciencia, fue caso Lysenko, que reseñamos aquí: «La biología no es transfobia».
11 Oscar del Barco, El Otro Marx, Buenos Aires, Milena Caserola, 2008,pp. 44-5.
12 «Tres notas sobre el problema de la hegemonía» (1978), en Escrituras – Filosofía, pp. 276-7.
13 «Notas sobre el problema de la ciencia» (1978), en Escrituras – Filosofía, p. 263. Y en Esencia y apariencia en El Capital, pp. 116-7: «El orden y el sentido del capitalismo están hipostasiados en Dios Idea. Dios-Idea como sentido (del hombre, del mundo) o el capital como sentido: la sociedad capitalista es la que da el sentido Dios; y en filosofía el Espíritu, la Idea Absoluta, etc.; todo lo que escapa o se resiste a ese sentido es arrojado al infierno (religioso) que es la “sublimación” de las cárceles, de los encierros (reformatorios, manicomios, fábricas), es el encierro convertido en religión. Pero el proletariado es el punto de muerte del sistema por cuanto, al no tener propiedad (ni de sí, pues debe necesariamente venderla), no pertenece estrictamente al sistema». Resaltamos.
14 Ver, por ejemplo, «Bonino o el fin del espectáculo» (2002) y «Boninopalabras» (2010), en Escrituras – Filosofía, pp. 515-25. También Antonio Oviedo, «Una vanguardia intempestiva: Córdoba», en Historia crítica de la literatura argentina, vol. 10: La irrupción de la crítica, Buenos Aires, Emecé, 1999, pp. 403-19.
15 El Otro Marx, p. 22.
16 El Otro Marx, p. 41.
17 Diego Sztulwark, El temblor de las ideas (Buscar una salida donde no la hay), CABA, Paidós, 2025. p. 11. Todas las citas provienen de esta edición y van entre corchetes.
18 Giorgio Agamben, «La invención de una epidemia», nota publicada en Página/12 el 5 de marzo de 2020. Hablamos de esa nota en «CORONAVIRUS: los laburantes en la línea de fuego (Parte 1)».
19 Franco «Bifo» Berardi, La segunda venida: Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis, trad. Tadeo Lima, CABA, Caja Negra, 2021, p. 9. En 2016, Bifo mostraba la técnica del diario íntimo, el autoesclarecimiento solipsista y la primera persona de un singular atormentado: «El primer borrador de este libro lo escribí en italiano entre los años 1996 y 2001. Luego me distancié, arrastrado por otras preocupaciones, y dejé de lado este texto sobre la conjunción y la conexión. Estaba atormentado por la derrota política de la nueva generación de trabajadores, por la precarización y el surgimiento de nuevas formas de agresividad política y religiosa. Pero, finalmente, comprendí que las respuestas a muchos de mis interrogantes políticos y culturales se hallaban en este desplazamiento de la conjunción hacia la conexión» (Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva, Buenos Aires, Caja Negra, 2017, p. 13). Al año siguiente: «Yo confié en Obama. A fines del verano de 2008, cuando el orden mundial se convulsionaba […] pensé que el nuevo presidente de los Estados Unidos anunciaba la emergencia de una nueva posibilidad, de un nuevo futuro. […] Sí, para quienes habíamos crecido en los años sesenta, un presidente negro parecía una señal del cielo» (Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad, Buenos Aires, Caja Negra, 2019, pp. 43-4). Bifo es el tipo de intelectual que se dice «comunista» sin el más mínimo marco de análisis marxista: se entrega al comentario de figuras personales y «antecedentes culturales», no critica la estructura productiva ni los intereses de clase. Habla en primera persona del singula porque no organiza ni se organiza con otros para elaborar un programa coherente que ofrezca alternativas «emancipatorias» a la clase trabajadora, por cuya realidad tan «atormentado» dice estar. Se hace preguntas sobre la realidad y se las responde con sus propios libros, que se publican en MIT Press, Verso Books y Caja Negra. Un ejemplo cabal de intelectual de izquierda: progre, solitario, acomodado y culto. Un comunista del futuro, no del presente. Como los intelectuales de la asamblea del PTS.
20 Darío Sztajnszrajber, «Alumnos del siglo XXI, docentes del siglo XX, escuelas del siglo XIX», publicado en YouTube por Canal 6 Posadas el 15 de agosto de 2018. Sobre el método pedagógico de Darío Z escribimos «Del Coloquio de IDEA a la ranchada filosófica» y «Usar a Marx para limpiarse el culo».
21 Paolo Virno, Gramática de la multitud (Para un análisis de las formas de vida contemporáneas), trad. Adriana Gómez, Juan Domingo Estop y Miguel Santucho, Madrid, Traficantes de sueños, 2003, p. 99.
22 Dedicamos tres notas a este libro de Pagni: (i) «El nudo, la soga y nosotros: límites y alcances de un intelectual burgués y materialista»; (ii) «El Macondo de Carlos Pagni»; (iii) «Tomar prevenciones por si se desata EL NUDO del peronismo».
23 «PAGNI FUE A LO DE TOGNETTI Y SE ARMÓ un profundo debate político junto a Diego Stulwark», publicado en YouTube el 20 de abril de 2023. La cita se escucha a partir del mintuo 34:10. Recomendamos escuchar el audio completo porque es evidente que Sztulwark cambia bruscamente de tema cada vez que una respuesta de Pagni apunta al peronismo.
24 Alguien podría observar que se trata, simplemente, de deshonestidad intelectual por parte de Diego Sztulwark, quien estaría negándole a sus lectores los contraargumentos que recibió en la cara. Preferimos discutir la eficacia, en términos de objetividad y acceso a la verdad, del método intuitivo expuesto en El temblor de las ideas, en lugar de especular acerca de las intenciones de tal o cual individuo. No siempre esta preferencia obtiene expresión cabal, lo reconocemos. Pero queremos dejar claro que el problema aquí es el intento de conocer la realidad a través de la literatura, el neologismo y la reflexión solipsista, en lugar de recurrir a mediciones de la realidad, un método científico y una organización política.
25 Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana (Crítica de la novísima filosofía alemana en las personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner y del socialismo alemán en las de sus diferentes profetas), trad. Wenceslao Roces, Barcelona, Grijalbo, 1970, pp. 37-8.
26 Dividimos la crítica en tres notas: parte 1, «La ciudadela de los intelectuales»; parte 2, «El materialismo de la ilustración sensible»; parte 3, «PTS, fase superior del programa trotskista». Sobre la diferencia entre metáfora y concepto escribimos en «El Conde: una película chilena y una metáfora universal».
27 Para Sztulwark, cuando el peronismo no gobierna es fascismo. La cita proviene de esta entrevista en Radio Con Vos, donde Sztulwark agrega: «La caotización (sic) de las percepciones es una estrategia políticamente organizada para transferir plusvalía de abajo hacia arriba. Esto es lo que quiero decir. Es una estrategia del capital que supone intervenciones tecnológicas, que supone una voluntad de aniquilación a toda retórica de igualdad, a toda retórica de contrapoder…» El esfuerzo por aparentar marxismo es poco sutil: Sztulwark elude toda consideración del carácter burgués del peronismo. Sin embargo, caotiza las percepciones de sus entrevistadores, que lo miran con una mezcla de impavidez y admiración. Detengámonos un momento en esta obscena reciprocidad.
El libro anterior de Sztulwark se titula La ofensiva sensible (Caja Negra, 2019). Al inicio de esta entrevista, Fernando Rosso confesó: «Yo le afané muchísimo para mi libro La hegemonía imposible». Por su parte, Celeste Murillo (también militante del PTS) comentó: «Yo también le robé mucho». Durante toda esa entrevista, uno de los acuerdos explícito fue considerar al peronismo lo otro de «la derecha». Otro acuerdo explícito es el de afirmar que la condena a CFK fue «proscripción». Otro (y paramos acá pero hubo más) es el que improvisan juntos Sztulwark y Rosso al aire: «Kafka es del partido de los desesperados por el comunismo… con una “K”, ahí, insólita».
Para una crítica de esa «teoría de los campos» (una teoría que unifica al trotskismo con el nacionalismo burgués) escribimos: «El campo de los sueños: por qué la unidad del “campo popular” es contraria a la unidad de la clase trabajadora» y «Una estrategia socialista: unirnos y dividirlos». Acerca de la condena a CFK publicamos: «CFK condenada: sus tropas menguantes soñando con un 17 de octubre y el trotskismo con participar en él», «Régimen y programa en la política trotskista» y, de Rolando Astarita, «Argumentos de la izquierda en defensa de CFK».
28 Las once «Tesis sobre Feuerbach» son un apunte que Marx no publicó ni planeaba publicar. Hay bibliotecas escritas al respecto y no se puede dar por supuesto que es obvio lo que esas «tesis» dicen (sueltas o combinadas). Nos limitaremos a observar dos cosas. Primero, que el adversativo «pero» en la tesis XI es un agregado de Engels, no está en el apunte original de Marx. Este simple dato bifurca las interpretaciones en ideas acerca de cómo se relacionan «interpretar» y «transformar» que no son necesariamente convergentes. Segundo: si se pretende argumentar con solidez, no se puede citar a Marx al tuntún, según el gusto literario, el choque fortuito de ideas o la resonancia fonética. No todo lo que salió de la pluma de Marx (un borrador, un panfleto, una obra científica publicada, una nota periodística, un apunte marginal, un poema de amor o un pedido para el sastre) tuviera valor equivalente. A este respecto, recomendamos leer la crítica al «vicio antifilológico» que Felipe Martínez Marzoa desplegó en el primer capítulo de La filosofía de El Capital. O bien entregarse al mucho más satisfactorio rigor religioso expuesto por Woody Allen en «Las listas de Metterling» y por Umberto Eco en El péndulo de Foucault. Ah! Por cierto: cuestionamos este uso de las citas como si fuesen frases de señalador, a propósito de una –tan socorrida como mal citada– imagen de Gramsci sobre unos monstruos que, en verdad, son unos fenómenos: ver «Un marxismo sin proletariado (Eduardo Grüner y el materialismo histérico)».
29 Juan Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México D.F., Ediciones Era, 1979,p. 13. La mención a esa novela de Eco en la nota anterior nos hace ver conexiones por todas partes. La escena contemporánea fue una revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, integrada por discípulos de Horacio González como María Pía López, Verónica Gago, Guillermo Korn, Javier Trímboli y… Diego Sztulwark. Véanse los textos del colectivo editor de la revista ElRodaballo 11/12, bajo el título Diatribario: «La seducción de la barbarie», porque ahí ya están señalados varios de los problemas que planteamos. Si se presta atención a las firmas de esos artículos, tal vez sorprenda ver dónde están hoy algunos de aquellos izquierdistas.
30 Mariano Ferreyra no fue el primer militante trotskista asesinado por el peronismo. «El 29 de mayo de 1974 un comando de la Triple A asesinó a Mario Zidda, Antonio Moses y Oscar Meza, tres militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST)» (Ideas de Izquierda). «El 13 de diciembre de 1974, a plena luz y a la vista de numerosos testigos, un comando terrorista parapolicial secuestró a los compañeros Jorge Fischer y Miguel Angel Bufano, cerca de la fábrica Miluz, donde ambos trabajaban. Dos días después, aparecieron acribillados en un basural del sur del Gran Buenos Aires» (Prensa Obrera). En la Masacre de Pacheco (4 y 5 de septiembre de 1975), la Triple A asesinó a Adriana Zaldúa, Hugo Frigerio, Roberto Loscertales, Lidia Agostini y Ana María Guzner Lorenzo, Patricia Claverie, Oscar Lucatti y Carlos Povedano. (IzquierdaWeb). Suman 13 los militantes trotskistas asesinados por la fuerza política en cuya sede los dirigentes del FITU fueron a «ponerse a disposición». Ver a este respecto «CFK CONDENADA: Sus tropas menguantes soñando con un 17 de octubre y el trotskismo con participar en él».
31 Analizamos el debate en «¡Decí algo de izquierda!».
32 El breve gobierno de la Alianza es calificado en el libro de «hambreador y represor» [p. 54], pero ningún gobierno peronista recibe esa calificación. El chileno Sebastián Piñera es un «millonario empresario» [p. 40] pero Cristina Fernández de Kirchner, que también es una millonaria empresaria, no recibe esa adjetivación. El gobierno de Milei es «ultraliberal» [p. 79] pero los de Néstor y Cristina no reciben adjetivaciones.
33 No olvidemos la coherencia en esta serie de gestos: Myriam Bregman llamó «compañero» a Axel Kicillof en este debate; en ese mismo debate incluyó en un «nosotros» repulsivo a Juan Grabois; en otro debate le negó el saludo a Javier Milei pero se lo concedió a Leandro Santoro y a María Eugenia Vidal (reivindicó el gesto hace poco, en diálogo con Reynaldo Sietecase); fue a la casa de Cristina Fernández para «ponerse a disposición». Ver Rolando Astarita, «Bregman y el compañero Axel».
34 Denunciamos esto en varias notas: a) «¡Abran los archivos! Entrevista con Carlos Loza»; b) «24 de marzo de memoria y de lucha (Contra el negacionismo peronista)»; c) «La ESMA y el negacionismo personista».
35 Ver, por ejemplo, «Ante el ballotage: ¿eterno resplandor de una mente sin recuerdos?». También «Hay una represión cruel y otra sin querer queriendo: la doble vara progresista que asquea a los trabajadores».
36 Bregman califica al peronismo como «gobierno de progresistas» en alternancia con «ultraliberales reaccionarios» [p. 103]; Milei es considerado «machista» por su discurso pero nada se dice del golpeador Alberto, del violador Alperovich, del abusador Espinosa y del accionar encubridor del Ministerio de Diversidades y Coso; la represión en Guernica es narrada como un «desalojo violento» ordenado impersonalmente [p. 97]. Sobre la deriva queer del trotskismo, «La deriva queer del trotskismo». Sobre el problema histórico de la izquierda con la ciencia, «La biología no es transfobia». Sobre las amenazas ideológicas a la ciencia, esta conferencia de Alan Sokal. También organizamos tres charlas, una con José Errasti, «Ni transfobia ni discurso de odio», y otras dos con Laura Lecuona: «Mentiras y peligros de la identidad de género» y «Lesbianas, homosexuales e identidad de género».
37 Mientras corregíamos este artículo, Bregman posteó en las redes la venta de una rifa solidaria «en apoyo a las fábricas recuperadas de Neuquén». Allí la dirigente trotskista explica por qué se recurre a este método para recaudar fondos: «Ellas y ellos son ejemplo de lucha. Pero la falta de respuesta de los gobiernos a los proyectos de renovación tecnológica, de créditos para inversión en la producción, planes de reconversión de la producción, de tarifas diferenciadas, fueron deteriorando la capacidad productiva de las gestiones obreras.» Ahí donde se podría mostrar que no hay voluntad (por más ejemplar, combativa, sin patrón, poética y honesta que fuere) capaz de resolver los problemas que derivan de la lógica del capital, Bregman desperdicia la oportunidad pidiendo lo mismo que los capitalistas de toda laya le piden al Estado burgués: que propicie las condiciones para desenvolverse rentablemente en el mercado.

38 Hemos escrito al respecto: a) «La educación sentimental (política) del progresismo»; b) «Interrogar nuestra militancia»; c) «El progresismo es opuesto al socialismo»; d) «Rey Lear: el drama del trotskismo y la esperada herencia peronista»; e) «El orgullo de la marcha 1F»; f) «PTS, fase superior del programa trotskista»; g) «Debate sobre el sindicalismo de izquierda»; h) «Monopolios y Estado burgués: El proceso contra Google y los disensos entre capitalistas». Hace poco Rolando Astarita nos dio una charla sobre la crítica al Programa de Transición, cuya referencia ineludible sigue siendo este texto.
39 Ver al respecto: a) «Mad Max: la educación argentina antes del váucher»; b) «Escolares cada vez más brutos, robots cada vez más piolas»; c) «La culpa no es del software sino del modo de producción»; d) «Pantallas y degradación educativa»; e) «Pantallas y degradación social».
40 «The Walking Dead: intelectuales que tienen sueldos del Estado ven las próximas elecciones como si fuera una película de George A. Romero». A Jorge Alemán le dedicamos también una reseña: «Volver socialista al psicoanálisis».
41 «Un marxismo sin proletariado».
42 «Despreciar la democracia es de fachos».
43 «Del coloquio de IDEA a la “ranchada filosófica”» y «Usar a Marx para limpiarse el culo».
44 Ver al respecto «Comunistas del futuro, no en el presente: el curioso caso de la Asamblea de Intelectuales Socialistas».