Para los militantes socialistas, la prensa ha sido un elemento central de nuestra actividad. E, incluso, de nuestra vida. Mucho antes de que Lenin instituyera a la prensa del partido como un elemento organizador («no existe otro medio de educar fuertes organizaciones políticas que un periódico para toda Rusia», dice el Qué hacer en 1902), las publicaciones periódicas ya funcionaban como el foro aglutinante y homogeneizador que una fuerza política de cualquier tipo requiere.
El hecho de que actualmente las publicaciones periódicas en papel se encuentren afectadas por la aparición de las publicaciones electrónicas (y que aun las que logran sobrevivir en su formato tradicional coexistan con versiones online) no cambia en nada la centralidad y función de estas publicaciones. Es cierto que la disponibilidad en internet las hace más accesibles para quien tiene la determinación de encontrarlas, a la vez que las sumerge en el fárrago de posibilidades ofertadas al alcance de un click, perdiéndolas por completo para quien no las busca deliberadamente. Sin embargo, esto no es más que un avatar tecnológico de la herramienta llamada prensa, que mantiene su vigencia y la sostendrá mientras exista una sociedad de masas organizada alrededor del anonimato mercantil.
Define la acción militante
La prensa cumple, para los militantes, una función crucial: definir, mejor que ninguna otra herramienta, la acción militante. Porque un militante es quien, además de leer la prensa, la vende, la distribuye, la promueve, la oferta, la difunde como lectura periódica, interpretación de la realidad social y línea política de su organización.
Así, la prensa llega a personas que, en mayor o menor número, coinciden, se oponen, comparan los contenidos publicados. Disfrutar el inicio de un desarrollo que valdría la pena proseguir; detectar contradicciones, inconsistencias, comicidad involuntaria; hallar ideas novedosas sobre temas conocidos o información articulada de manera inédita… Son todas formas de un disfrute que no despreciamos en absoluto: defendemos el placer intelectual. Lamentablemente, este placer declina, acompañando la degradación educativa1.
Difundir la prensa de manera voluntaria es, quizás, la característica más esencial de un militante: promover ideas hacia afuera de la organización, mientras se las debate, comprende, discute y corrige hacia adentro. Un militante no puede quedarse quieto hasta el día en que, eventualmente, haya logrado despejar todas sus dudas. Ese día nunca llegará. Por eso debe obtener claridad y nitidez para sus ideas en la acción misma de promoverlas, compartirlas y –en el diálogo– advertir los puntos fuertes y los puntos débiles de su propia argumentación.
Por supuesto que existen muchas otras acciones militantes. Pero divulgar la prensa extrae su carácter aglutinador de, al menos, cuatro características:
1) Supone la necesidad de resolver los costos económicos, la existencia material, que tiene la prensa.
2) Supone reuniones para aclarar, oponerse o desarrollar las propias lecturas de ese material a difundir.
3) Supone pensar y prever a quién ofrecer la prensa y cómo acceder a ella, todo lo cual implica –hoy, sin ir más lejos– muchas más tareas que sólo «colgarla» en un portal (un portal que hay que crear, diseñar, pagar, mantener, etc.).
4) Supone también la concepción –determinante de la militancia– según la cual es el militante quien adhiere a una organización (aunque tenga que poner entre paréntesis algunas diferencias) y no la organización la que debe limar todas las asperezas hasta adecuarse a lo que cada militante piensa.
Tomando la expresión de Lenin, «un periódico para toda Rusia» no es lo mismo que un periódico para todos los rusos. La prensa (la socialista y la no socialista) siempre expresa un interés particular. Su objetividad es particular. La prensa socialista intenta expresar un interés particular: el de la clase trabajadora. Un interés que podría ser universal si, al realizarse, aboliera las diferencias de clase.
Como observamos, en este sentido la prensa socialista no difiere esencialmente de la prensa en general: toda actividad periodística es expresión (relativamente cotidiana) de un interés particular. En todo caso, el periodismo se diferencia de la ambición científica: renuncia a la universalidad para presentar, de manera articulada, un interés particular dentro del conjunto de los intereses sociales. Así, el llamado «periodismo científico» expresa los intereses de un sector social de la vida económica denominado «ciencia y técnica».
Pero hay otra razón por la que la prensa socialista no es «para todos», además de que claramente no es para los burgueses. La prensa socialista no es legible para los trabajadores que todavía confían plenamente en los patrones. Su lectura requiere una inquietud, una disconformidad, una interrogación previa. De ahí que una publicación socialista, que interviene sobre una crisis para profundizarla o sobre un acuerdo para afianzarlo, exija simultáneamente una forma organizativa.
Enriquece la acción militante
De manera que la prensa cumple, además, una tarea de estructuración de intereses particulares. Todo sector de la vida social necesita no solo de vivir esos intereses, sino también aclarárselos para sí y exponérselos al resto.
Por eso Marx incorpora, en su mayor obra científica, El Capital, numerosas publicaciones periódicas, tanto de organismos públicos como privados, que se ocupan de tareas particulares. ¿Por qué? Porque Marx no creía que el discurso determinara la vida, entonces tampoco pensaba que esos intereses pudieran expresarse como mentiras y falsedades para torcer la conciencia de las personas mediante engaños. La conocida sentencia «Clarín miente» es falsa. Los grandes diarios, en todos los países, expresan –en su medianía y sentido común– los intereses más generales de la burguesía en cada espacio nacional de acumulación.
Muy por el contrario, Marx lee los informes, las actas, los periódicos y las revistas como posicionamientos en el devenir cotidiano de las distintas ramas de la vida social. Y lo entiende así porque él mismo, antes de escribir El Capital, antes de escribir El Manifiesto, se formó escribiendo artículos para revistas y periódicos. En esa pulseada con la dinámica, proteica, multiplicidad de la vida social, Marx percibió tanto el movimiento de la realidad como su resistencia a entregarse sin inconvenientes al concepto y la letra escrita. Asimismo, ese trabajo ofrece al pensamiento una certeza: las ideas solas no hacen nada. Es necesaria la praxis. El talento organizativo para reunir voluntades en torno a un programa coherente es tan imprescindible como la perspicacia intelectual y el genio literario.
El ejercicio lector de la prensa puede hacerse en modalidad intelectual o en modalidad praxológica, es decir, una lectura que se agota en leer y otra que se prolonga en una práctica. Una empieza y termina en el ejercicio de la lectura. La otra convierte al lector en intermediario, de manera tal que la práctica altera la lectura y la lectura altera la práctica.
Por eso es praxis y no mera práctica: la praxis implica un lector que conecta las lecturas con las prácticas y, atención, que dialoga y debate con otros que leen de la misma manera en torno a la construcción de un programa para dirigir la sociedad. Esto es la militancia política.
La función de la prensa, entonces, consiste en expresar cómo debe entenderse, para cierta perspectiva de la vida social, lo que está sucediendo. Lo que los periodistas llaman objetividad no es el acercamiento a una verdad universal, sino la renuncia a los sesgos personales para expresar mejor algún interés social particular.
Afirma los intereses de la clase trabajadora
En contraste con la prensa y el periodismo, hallamos la vida política institucional. Fundamentalmente, la vida política del Poder Ejecutivo y el Parlamento. La mención a la prensa como «cuarto poder» revela un lugar jerárquicamente decisivo al interior de la democracia burguesa.
La política burguesa –en su faz democrática– es la actividad en la que cada programa particular de la burguesía pone a prueba en qué medida convoca la confianza de la clase trabajadora para llevarlo adelante. Funciona con una estructura tripartita: un interés socioeconómico real, un representante capaz de encarnarlo convincentemente para un electorado y, en tercer lugar, este mismo electorado, que le entrega su confianza al representante.
Puesto en esos términos, el funcionamiento real de la democracia burguesa está lejos de la farsa teatral en la que un títere cercado por el «círculo rojo» toma decisiones ajenas a la voluntad popular. Semejante interpretación dramatúrgica es la preferida por los burgueses cuando pierden, en la competencia con otros burgueses, la representación. Sin embargo, lo cierto es que hay un mediador real y concreto, para nada evanescente, entre los intereses crudos de la burguesía y su concreción efectiva en el Estado y su gobierno de turno: el voto de la población. De la misma manera en que no debemos exagerar el poder de ese voto, como si fuera totalmente autónomo, tampoco debemos considerarlo insignificante o presa fácil de la manipulación.
Así, cuando la institucionalidad burguesa atraviesa un período crítico y se destaca un tipo de representante que articula intereses de la burguesía pero de manera extraña y confusa, la prensa adquiere mayor preponderancia y mayor valoración social. Cuando el principal sostén de los intereses de la burguesía reside en el carisma personal y la cadencia discursiva de un representante, entonces la prensa se ubica en el centro de la escena. Por eso es reprendida y ensalzada a la vez.
En esos períodos, como sucede en EE.UU. con Trump, los más idóneos representantes de los intereses de la burguesía (los demócratas y republicanos tradicionales, institucionalistas, contemporizadores, moderados, dialoguistas) no son confiables para la población, por eso apoyan a quien mejor expresa el masivo malestar social: un líder carismático que despliega una violenta incorrección verbal y expresa un extendido embrutecimiento cultural.
El liderazgo basado en la confianza inmediata de la población está permanentemente obligado a forzar apuestas. Porque si esa confianza –no en un programa definido sino en el rechazo a lo previo– decae, entonces la burguesía también abandona al líder. No hay compromiso orgánico con quienes tienen su principal razón de ser en contener la negatividad. Entonces, en un círculo vicioso, la presión sobre el líder reconfigura la acción de gobierno según la inmediatez y la supervivencia.
Todo lo cual no significa que un gobierno de ese tipo sea necesariamente débil. Significa, en cambio, que está desprovisto de las mediaciones institucionales que la burguesía edificó a lo largo de siglos, de manera que exhibe una relación más inmediata con la población. Esto permite comprender cómo, tanto en Milei ahora como en el primer Perón, conviven dos actividades que se vuelven solidarias entre sí: la construcción de un partido desde el Estado (que es lo más alejado del liberalismo que podamos imaginar) y una carga de drama y verborrea muy adecuada al contacto inmediato con el humor social (de ahí la batería de insultos y las payasadas recurrentes).
Si los intereses particulares de la burguesía no encuentran eco en la caja de resonancia del aparato estatal, entonces se expresan a través de prensas más o menos amplias: desde el periodismo genérico de los grandes medios, agencias periodísticas y canales de noticias, hasta los órganos específicos de las organizaciones gremiales patronales u otras ramas específicas de la vida económica. La lectura de distintas publicaciones provee las coordenadas que permiten ubicar los intereses particulares en el devenir de la vida social. Y además, a la inversa, permite comprender cómo el devenir de la vida social redefine los intereses particulares. Esto en relación a la burguesía.
Por su parte, la difusión de la prensa socialista es una manera de amplificar y extender el interés (en nuestro caso, se trata –creemos– de un interés particular que pretende devenir universal: el de la clase trabajadora) hacia la opinión pública. A su vez, el encuentro y el debate con otros puede –y debería, preferentemente– mejorar la expresión de ese interés particular de cara a la población en su conjunto.
Consolida en base a coherencia, no a eclecticismo
La mención a «la» prensa, como si fuera una sola, tiene por objetivo explicitar que, en tanto organizada y unificada, no importa cuántas sean sus formas y vehículos: una organización socialista debe producir prensa con una lógica de interpretación unívoca y coherente. Al menos, si pretende intervenir en la vida real. En cambio, una organización cuya orientación fuera mercantil, produciría tantos objetos de consumo intelectual como potenciales segmentos de mercado prevea encontrar.
No es raro confundir la apertura pluralista al debate, la confrontación con ideas diferentes a las de la propia organización, con la tarea de difundir ideas contradictorias y eclécticas. Estar abierto al debate no implica obligarse a difundir lo que se considera equivocado, particular o marginal. Una organización socialista puede publicar en distintos formatos pero es una organización socialista: no un emprendimiento editorial. Puede disponer para la difusión de vehículos técnicos y niveles de complejidad muy diversos, pero no de ideas diferentes para cada uno de ellos.
No hay que confundir la prensa socialista con un emprendimiento editorial. El éxito de este último se mide en términos de visualizaciones, seguidores, likes y ventas. En cambio, el éxito de una prensa socialista se mide por la consolidación de cierta perspectiva, de cierto modo de interpretación de la realidad social.
Por eso no se trata tanto de construir un amplio equipo editorial como de poner en marcha un mecanismo colectivo de producción, revisión, distribución, escucha, debate y, nuevamente, producción.
NOTAS:
1 Sobre degradación educativa publicamos: a) «MAD MAX: La educación argentina antes del váucher»; las dos partes de ¿Hablo yo o pasa un carro?, b) «Escolares cada vez mas brutos, robots cada vez más piolas» y c) «La culpa no es del software sino del modo de producción»; las dos partes de Ludditas digitales, d) «Pantallas y degradación educativa» y e) «Pantallas y degradación social».