Dejamos la nota anterior, «Del Coloquio de IDEA a la “ranchada filosófica”», en la observación de dos regularidades de un discurso, el de Darío Z, que parece saltar de un tema a otro sin cohesión. Una es hallar determinantes de la vida social en cuestiones secundarias. Otra es el uso constante de las citas descontextualizadas de Marx para proveerse una pátina de izquierda. Si Sztajnszrajber ejercita un método de acercamiento oblicuo –es decir, eludiendo los asuntos centrales– a los explotadores más ricos de la Argentina o al sistema educativo en su fase degradada, lo mismo hace con la filosofía.
En su libro Filosofía en 11 frases expone su modalidad de abordar cualquier tema afirmándose en lo lateral para difuminar las cosas importantes. Elige once frases para divulgar la filosofía y, tal como ocurre en su charla con los explotadores, en su charla con los pibes de la villa, cuando habla de Bilardo o cuando habla de Bielsa, siempre aparecen Marx y la izquierda.
¿Marx o menos?
¿Qué frase elige de Marx? «Todo lo sólido se desvanece en el aire», una frase que debemos más a la pluma sensitiva y amistosa del doctor Samuel Moore (traductor al inglés del Manifiesto comunista) que a Karl Marx1, si dejamos de lado que Friedrich Engels también metió mano en la redacción del texto original. La frase elegida por Darío Z no coincide exactamente con las versiones castellanas más canónicas. Por ejemplo, la edición soviética dice:
Todo lo estamental y estancado se esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.2
Por su parte, la versión castellana publicada en Obras Marx y Engels, bajo la dirección de Manuel Sacristán, registra la frase de este modo:
Todo lo estamental y estable se evapora, todo lo consagrado se desacraliza, y los hombres se ven finalmente obligados a contemplar con ojos desapasionados su posición frente a la vida, sus relaciones mutuas.3
La frase se encuentra en el apartado «Burgueses y proletarios» del Manifiesto comunista, al final de una larga descripción de lo que la burguesía ha conquistado en su ascenso al poder. Desde su aparición en la vida social hasta su apropiación del Estado y las fuerzas productivas para tallar la sociedad a su imagen y semejanza. «Lo estamental y estancado» no es cualquier cosa, sino la forma social anterior a la burguesía, descripta en el Manifiesto… porque ya no está vigente. Marx caracteriza a la burguesía como una clase revolucionaria en su tarea de destruir a la sociedad feudal:
La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería.
Lo que Marx describe es un sistema de explotación, el feudal, basado en instituciones estametales que delimitan lugares sociales, que dominan y expolian de manera visible y directa. Ese sistema fue aplastado por un nuevo sistema social, basado en la concurrencia de individuos libres a vender sus mercancías en el mercado. Una sociedad en la que quienes no tenemos otra, nos vemos obligados (para sobrevivir) a vender lo único que poseemos: la fuerza de trabajo.
¿Semántica o explotación?
Nada en el texto de Marx se refiere a un vacío existencial o a una licuación de las instituciones en general. Tan atento a las metáforas y la deconstrucción, Sztajnszrajber desatiende que el final del Manifiesto… dice bellamente:
Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución Comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella salvo sus cadenas. Tienen en cambio un mundo que ganar. ¡Proletarios del mundo uníos!
Marx usa un término que exalta la materialidad (invisible para la conciencia) de la sujeción del trabajador al capital: cadenas. Esas mismas que Sztajnszrajber, al negar que existan, refuerza.
Al contrario, para Sztajnszrajber todo lo que Marx escribe no es un Manifiesto (un llamado a la acción) sino «texto», semántica:
El Manifiesto inaugura una semántica en la cual aun estamos arrojados. Como explica Horacio Tarcus, sus términos son aquellos con los que aun pensamos la política: clase social, modo de producción, lucha de clases, dominación, revolución.
No estamos «arrojados a una semántica» sino viviendo en una sociedad que tiene ciertas características. Esas características que Darío Z expone de manera sesgada, para luego disolver y absolver al capitalismo.
Por ejemplo, al describir al capitalista como alguien que «(invierte) en la producción de aquello que me garantice el mayor índice de productividad posible». Un capitalista invierte en aquello que entrega la mayor tasa de ganancia. Cierto es que Marx describe al aumento de la productividad como la vía regia para aumentarla. Pero no menos cierto es que asocia esa dinámica a las crisis sistémicas recurrentes a través de su tendencia decreciente. Y que, además de la productividad, menciona otros caminos para aumentar la ganancia, como el aumento de plusvalía absoluta mediante el aumento de la tasa de explotación. En un país como el nuestro, en el que la burguesía es doblemente parásita, por explotadora y porque al no poder competir vive subsidiada, esa descripción en términos de «semántica» a la que estamos «arrojados» la embellece. Si El Capital comienza con la famosa afirmación:
La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como un «enorme cúmulo de mercancías»…
Darío Z, al contrario, sostiene que:
La mercancía se vuelve sólo un medio para lograr que el capital crezca, un fantasma: la mercancía se desvanece en el aire…
Para Marx, las relaciones entre los hombres se presentan como relaciones entre cosas; para Darío, esas mismas cosas se desmaterializan. Entonces, la interpretación que propone es opuesta:
¿Qué es lo sagrado que se profana según Marx? La revolución incesante de los medios de producción, inédita, dice Marx, se lleva puestas todas las estructuras institucionales vigentes. Lo que comienza siendo una innovación tecnológica al servicio de la productividad industrial, termina siendo un resquebrajamiento superestructural de los vínculos sociales y, por ende, de sus formaciones institucionales.
¿De qué sociedad habla Marx¡ ¿De que sociedad habla Sztajnszrajber? Allí se encuentra toda la cuestión. Se trata de una interpretación, sí, pero aberrante, puramente metafísica: una sociedad que sólo existe en el pensamiento, más allá de toda materia.
¿La técnica o la tasa de ganancia?
Para Marx, la revolución incesante de los medios productivos por la burguesía quiebra unas relaciones sociales (las vigentes hasta su aparición y su revolución) e impone otras (las actualmente vigentes). Por dar un ejemplo y retomando los términos de Marx, la justicia estamental, propia de una sociedad feudal con privilegios, es reemplazada por la igualdad jurídica formal de todos los ciudadanos. O, para referirnos a nuestro país, el comercio colonial deja lugar al libre comercio regido por la ley del valor.
Al contrario de lo sostenido en Filosofía en 11 frases, la sociedad que se impone y sus instituciones no sufren un «resquebrajamiento superestructural» ni «se lleva puestos» los vínculos sociales producto de la revolución de los medios de producción, sino todo lo contrario. La mercantilización de la vida no ofrece mayores trastornos mientras las ganancias mantengan la renovación incesante de las inversiones. Para Marx, la tasa de ganancia decreciente es la que empuja tendencialmente a las crisis, no la revolución técnica, sino su contrario en alguna medida: el detenimiento de los incentivos para invertir y buscar esa revolución.
En resumen, del planteo del Manifiesto… según el cual la revolución tecnológica, con el ascenso burgués, derrumba al feudalismo, y que su detenimiento por falta de incentivos para invertir amenazará al capitalismo, pasamos a lo contrario en Sztajnszrajber.
Entonces, si todo se repite, si nada cambia nunca, la sociedad sólo puede encontrar la salida en el pasado. Porque la sociedad no puede ir a ninguna superación, sino hacia atrás. Sztajnszrajber inventa: «Marx cree que es posible desmantelar el dispositivo y por eso en su texto se percibe una añoranza de lo sagrado perdido», para dejar a Marx pegado al nazi de la Selva Negra al hacerle decir: «Lo nuevo no es más que lo originario. Lo originario pendiente, no realizado».
Si siempre sucede lo mismo, no sólo la revolución es imposible (un orden que reemplaza a otro orden), sino que las instituciones ya están en crisis (porque siempre lo están). Y si la sociedad es inmutable y sus instituciones nunca funcionan, entonces se desprende que los desequilibrios convocan a restablecer el equilibrio de manera vigorosa, manu militar. Por medio del Estado de excepción.
La clave del estado de excepción siempre es la misma: ante la amenaza de subversión de las instituciones, se habilita una zona por fuera de la ley que resguarde a la ley de sus propias debilidades. De última, se habilita desde la ley a las fuerzas armadas a ponerse por fuera la ley para cuidar el orden o sea, la ley.
Así, Giorgio Agamben se apropia de Marx y de toda la filosofía4. El mismo Agamben, que escribió hace unos días «La invención de una epidemia», justo antes de que sus compatriotas comenzaran a abarrotar los hospitales. Para él, como para su seguidor vernáculo, el único problema es que no nos dejen ser libres, que no nos impidan deconstruirnos. Es la defensa irrestricta de la libertad individual (no sorprende que se haya sentido a gusto en el Coloquio de Idea). Porque:
Hoy, la deconstrucción nos trae una nueva izquierda, cuyo principal propósito es no aceptar ninguna certeza como última y entender que, si el poder se juega en la construcción de verdades, de lo que se trata justamente, en la pelea contra todo poder, es de Deconstruir.5
Sin embargo, a pesar del esfuerzo por hacer aparecer a Marx como un mosaico de pensadores distantes de su marco teórico (Heidegger, Agamben, Derrida, Foucault, Espósito), resulta imposible liquidar las propuestas del socialismo sólo proponiendo el autocuestionamiento individual y el retorno al pasado (que es lo mismo que no proponer nada). Eso sirve para montar espectáculos, donde la sensibilidad obtura el pensamiento y lo vertiginoso puede soslayar la superficialidad. Allí donde «el espesor crítico no es tan relevante como la puesta en escena» alcanza con los fuegos de artificios.
¿El ombligo o la ciencia?
Finalmente, ¿qué se hace con la propuesta de construcción del futuro que es propia del pensamiento socialista? El apartado dedicado a Marx culmina así:
Desnaturalizando, revolucionando el sentido común hegemónico del mundo capitalista en el que vivimos accederemos a otra propuestas de orden, en la cual alcanzaremos finalmente la verdadera individualidad: aquella donde lo individual y lo colectivo no confronten, sino que armonicen. Alcanzaremos una sociedad sin explotación del hombre por el hombre, en la cual el trabajo nos realice en lo que somos y donde la socialización de los medios de producción posibilite que cada uno viva de acuerdo a sus capacidades y satisfaga sus necesidades. Por eso lo inaprensible del planteo, su carácter fantasmático. Y por eso también lo terrorífico del planteo, por su radicalidad y por la zozobra que nos produce. […] ¿Es posible la revolución? ¿Tiene sentido revolucionar un orden para instalar otro mejor o, siempre que hay un orden, alguien pierde? […] Si algo busca el estado de excepción es recuperar la totalidad. Ingresé en la iglesia. Creo que por primera vez en mi vida me arrodillé.
Un paseo por algunas ideas de Marx, «interpretadas» de tal forma que nos lleven a una iglesia a arrodillarnos por primera vez. No hay mejor imagen del «marxismo» deconstruído. Ni mejor explicación de por qué ha llegado al lado del amigo de Francisco, Juan Grabois.
La estrategia cultural del kirchnerismo consiste en amplificar la voz de algunos sectores culturales afines para que aplasten con su malestar existencial el orgullo de clase y la combatividad. Crear un inmenso ombligo en el que, como en un bombo, resuenen los más variados reclamos individuales a condición de que se presenten en forma metafísica, abstracta y personal.
La experiencia, la autopercepción, los derechos individuales colisionando entre sí, la autorreferencia… todo el repertorio más caro al liberalismo condimentando el choripán peronista. Se presenta a la lucha material como carente de sustento teórico (para eso se ataca el marxismo) y las teorías se vuelven existenciales, fragmentarias, incoherentes y se despegan de la vida concreta.
Pero, en estos días de pandemia, esas teorías tuvieron la ocasión de mostrarse en acto. Opinaron que la pandemia era un invento. Pero se quedaron en su casa.
(Una versión de esta nota fue originalmente publicada en El Aromo el 04/04/2020)
NOTAS:
1 Ver al respecto el hermoso ensayo de José Sazbón, «El fantasma, el oro, el topo», en cuya primera parte reflexiona a partir de los diversos idiomas en que fue traducida esa frase.
2 Marx y Engels, Obras escogidas, Vol. 1, Madrid, Akal, 2016, p. 25. Edición que reproduce la preparada por el Instituto de Marxismo-Leninismo adjunto al CC del PCUS, cotejada con los originales que se guardan en Moscú.
3 Marx y Engels, Manifiesto comunista, edición bilingüe, trad. León Mames, Barcelona, Crítica, 1998, p. 43.
4 La filosofía en 11 frases contiene una bibliografía mencionada de 81 textos de 38 autores: 29 corresponden a Agamben, Derrida y Espósito (el 36%, 12% para cada uno); a los 35 autores restantes utilizados les adjudica menos del 2% de las referencias a cada uno. Desde un presocrático a un revolucionario proletario del siglo XIX, todo pasa por el filtro de la deconstrucción, el estado de excepción y la inmunidad-comunidad.
5 Alejandro Caravario, «Darío Sztajnszrajber: “Hoy la deconstrucción nos trae una nueva izquierda”», nota publicada en La Nación el 22 de febrero de 2020.