Si en las organizaciones de la izquierda socialista existen frentes gremiales, si se discute la actividad sindical en las reuniones, si hay muchas agrupaciones y listas vinculadas a los partidos pero con otro nombre, si vemos una proliferación incesante de «sellos», entonces quiere decir que la esfera gremial tiene una existencia relativamente autónoma con respecto a la esfera política.
La particular relación que subordina lo sindical a la política y, a la vez, lo exalta, se pone de manifiesto, por ejemplo, en los actos políticos de izquierda. La extensa lista de oradores se reparte habitualmente así: primero, muchos oradores «de soporte», presentados en virtud de su actividad sindical pero filtrados según su pertenencia partidaria; a continuación y como cierre del acto, la banda principal, normalmente compuesta por un solista: el dirigente partidario que no tiene actividad sindical (Alejandro Bodart, Gabriel Solano, Nicolás Del Caño, Manuela Castañeira, Christian Castillo, etc.). Lo mismo suele suceder con las listas de candidatos. Y, aunque menos visible, también sucede con la composición de las direcciones de cada organización partidaria.
Cual si fueran Ícaros del programa mínimo, los «luchadores gremiales» revolotean por todas partes sin acercarse al sol de «la política», pues se les derriten las alas. En cada escenario montado para los actos políticos, ese hiato entre los «luchadores que traen el saludo y las adhesiones de» y los dirigentes políticos «que baten la posta» es la expresión necesaria (aunque soterrada) del vínculo establecido entre el programa mínimo y máximo. Ese vínculo es lo que juzgamos necesario retomar.
Con estas líneas no pretendemos definir qué debe hacer el sindicalismo en todas las situaciones. Ni siquiera qué debe hacer el sindicalismo socialista. Lo que nos interesa es caracterizar lo que hacen los grupos de izquierda socialista, mayoritariamente trotskistas, en este momento, en nuestro país. Y debatir con eso que caracterizamos para pensar qué debemos hacer ahora, cómo debemos modificar, reorientar, nuestras acciones a partir de la crítica a ese vínculo entre lo gremial y lo político que integra el sentido común de la izquierda.
Ejemplo de la proliferación de sellos.
Excluimos de estas consideraciones la actividad de los grupos piqueteros. Aunque indudablemente forman parte de la clase trabajadora, sus modalidades de organización en Argentina son muy originales, sin que esta cualidad deba ser tomada de forma plenamente positiva. La fragmentación de las organizaciones piqueteras en un número equivalente al de las organizaciones políticas que actúan en el movimiento es un obstáculo obvio para la lucha por el beneficio del conjunto de la clase trabajadora. Además, en estas organizaciones se presenta una condición absolutamente opuesta a la actividad sindical que estamos analizando: en lugar de reclamar por las condiciones de reproducción de la vida de la clase trabajadora como representantes y parte de ésta (no estamos analizando el papel de la burocracia sino el de los activistas no rentados), las organizaciones intermedian con el Estado burgués la distribución del dinero y regulan las condiciones para que esto suceda. Tantas diferencias ameritan otro análisis.
La teoría
Históricamente, la actividad sindical se refería, de manera muy general, a la lucha por el programa mínimo: el conjunto de reivindicaciones y reclamos correspondientes a la reproducción inmediata de la vida de los trabajadores. Por su parte, la actividad política apuntaba al programa máximo, es decir, a la cuestión de la política: cómo se relacionan el poder y los trabajadores.
Sobre esa distinción agregamos lo siguiente: el programa mínimo, gremial, se refiere a lo que la clase trabajadora sabe y nadie sabe mejor que ella. El programa máximo, político, se refiere a algo que la clase no sabe y que, en principio, debe ser entendido primero por una vanguardia (ya que no existe la iluminación intelectual unánime) y, luego, debe ser explicado.
Ambas instancias se nutren de una dinámica entre lo que llega desde el conjunto de la clase a la vanguardia y los militantes (por ejemplo, en un momento el reclamo de aumento de sueldo, pero en otro el reclamo de que se corrija la forma de liquidación de estos, y en otro momento no hacer nada), y lo que la vanguardia y los militantes intentan explicar al conjunto de la clase, o a sus sectores más combativos. Se trata, fundamentalmente, de trasmitir las razones por las cuales estos problemas (de conjunto) no pueden solucionarse dentro de una estructura social cuyo funcionamiento normal genera esos problemas y los agudiza.
Esta relación entre programa mínimo y máximo históricamente ha sido tema de gran debate socialista. Y hoy, en Argentina, no lo es.
En buena medida no lo es porque la hegemonía trotskista de la izquierda en Argentina ha establecido la idea de una transición objetiva entre uno y otro. El Programa de Transición, elaborado por Trotsky en 1938, que plantea esa escalera al cielo de lo mínimo a lo máximo, de lo gremial a lo político, posee dos elementos que deben ser interrogados1. El primero: ese programa se basa en la experiencia de una revolución llevada a cabo en un país autocrático y semifeudal, con una burguesía débil y una clase obrera joven y concentrada, en el marco del dinamismo no de una, sino de dos derrotas militares. Semejante escenario jamás se repitió.
Si ese primer elemento a interrogar es la elección de una experiencia concreta convertida en modelo a imitar, el segundo elemento a interrogar es el contexto en que fue escrito el programa trotskista: elaborado en 1938, caracteriza con acierto una época de guerras y revoluciones, pues aquella era efectivamente una época de guerras e intentos revolucionarios (la mayoría sin éxito, hay que decirlo). Se trató, por supuesto, del período turbulento transcurrido entre los años 1914 y 1945. Tres décadas signadas por la inestabilidad y la violencia pero envueltas en una dinámica cuyo sentido no estaba predeterminado con la nitidez presupuesta por el texto de Trotsky:
En todos los países, el proletariado está preso de una profunda angustia. Millones de hombres toman incesantemente el camino de la revolución, pero siempre se chocan con sus aparatos burocráticos conservadores.2
Los obreros no afluían a la revolución, apenas impedidos de conquistar el triunfo por las traiciones de sus conducciones burocráticas. Ese diagnóstico de 1938 pifió aun más en relación a los países capitalistas que experimentaron los llamados «30 gloriosos» años que le siguieron al programa de Trotsky: en ellos floreció una democracia burguesa robusta, no el fascismo. Tampoco acertó en el tipo de revolución que efectivamente aconteció en los países coloniales, exactamente lo contrario de la «revolución permanente»: independizarse de la metrópoli colonial y constituir un Estado burgués. O, en algunos casos, organizar una «democracia popular». Esto no fue lo previsto por el Programa de Transición: un deslizamiento indetenible hacia la revolución socialista, mediada, dirigida, por el verdadero partido de la revolución, cuyos militantes serían «la única esperanza del porvenir revolucionario»: la IV Internacional.
Ese diagnóstico erróneo es la base de una estrategia política que, casi 90 años después, vemos darse la cabeza contra la pared de la realidad argentina, una y otra vez.
La práctica
El Pollo Sobrero convoca a la formación de una nueva (no novedosa) corriente sindical y nos muestra (en un reportaje realizado por sus propios compañeros de organización para el periódico partidario) que sostenerse como trotskista implica negarse a analizar la realidad.
El Socialista.- ¿Por qué decidieron conformar A Luchar? ¿Qué pasa con la CGT?
«Pollo» Sobrero.- Desde que subió Milei, su política de brutal ajuste ha reavivado la lucha de la clase trabajadora. La burocracia de la CGT y las CTA eran sostenes del gobierno de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. ¡Hacía cinco años no llamaban a un paro nacional! Ahora que Milei está metiendo un brutal ajuste salarial, despidos, cierres y entrega de las riquezas naturales y empresas nacionales, ataca a los sindicatos, los convenios colectivos, las obras sociales, la CGT tuvo que llamar a dos paros. Pero estos dirigentes no son ninguna garantía de lucha ni continuidad. Después del 9 de mayo se borraron y ni movilizaron cuando se aprobó la Ley Bases. Es necesario fortalecer una nueva dirección combativa y democrática, consecuente, que no apueste a que los diputados o senadores peronistas voten a favor de los trabajadores, sino que derrotemos en las calles al Plan Motosierra de Milei y el FMI, e imponer a la CGT el paro de 36 horas con movilización y un plan de lucha.
ES.- ¿Por eso impulsan «A Luchar»?
PS.- ¡Claro! Lo más importante es que hay miles de trabajadores de diferentes gremios y sectores, que están al frente de las luchas sin esperar a la burocracia. Estatales y sectores industriales enfrentando los despidos y defendiendo los convenios, docentes y trabajadores de salud por aumentos salariales y defensa de lo público, ferroviarios contra las privatizaciones, aceiteros contra el pago de ganancias […] Tenemos que batallar juntos desde una Corriente Sindical que impulse la unidad del sindicalismo combativo, el apoyo a todas las luchas, la coordinación, listas únicas de oposición contra las burocracias. Por eso vamos a lanzar A Luchar el 17 de agosto, con un Plenario Nacional de luchadores en un micro estadio del AMBA.3
Según el Pollo, la clase trabajadora siempre debe estar luchando, amenazando con grandes luchas o, al menos, preparándose para inmensas batallas. Estarían dadas las condiciones para la huelga general («hay miles de trabajadores luchando») pero las direcciones traidoras serían su principal impedimento. El problema sindical y el problema político son el mismo en virtud de una misma causa: el FMI. Así, para esta concepción del gremialismo, siempre estamos en 1938 intentando repetir 1917.
Por eso únicamente el trotskismo proveerá la dirección combativa y consecuente, la inmensa cabeza que se ofrece como tal porque carece de cuerpo. Y es que los dirigidos no se habrían dado cuenta de que toda la actividad se realiza, comienza y se dispara, desde arriba. Los activistas de base no se funden en espacios comunes, desde abajo hacia arriba, sino que la unidad consiste en plegarse a la propuesta de uno de los partidos.
ES.- ¿Cómo será la relación entre A Luchar y el Plenario del Sindicalismo Combativo?
PS.- Nosotros somos fundadores, partícipes y grandes defensores del PSC. Allí coordinamos sindicatos como el que dirigimos desde la Bordó, la Unión Ferroviaria Oeste, Ademys, ATEN Capital, AGD-UBA, Sutna, entre otros, comisiones internas, delegados y corrientes combativas de otros partidos. Hace un tiempo estas corrientes priorizan acciones propias, en vez de seguir impulsando que el PSC actúe unificadamente ante cada conflicto. Desde nuestro partido lanzamos A Luchar justamente para impulsar la unidad del sindicalismo combativo y democrático contra el ajuste de Milei, las multinacionales, los gobernadores y las patronales y la pelea contra la burocracia sindical.
La convocatoria a conformar esa corriente no difiere sino que reproduce la actividad de cada una de las agrupaciones de izquierda socialista en el país. Acaso IS sea la más explícita y desembozada, como cuando llamaron a votar decididamente a Massa, en lugar de hacer el llamado tácito, implícito, que obró el resto del FITU.
Otro ejemplo de proliferación de sellos.
Para los socialistas, las clases aprenden en la vida misma y en sus luchas. Pero ese aprendizaje no tiene un destino prefijado y objetivo. No hay un único programa que disputa, que puede disputar, ese destino. Hay varios. No hay una sola manera de intentar desarrollarlo, una sola estrategia. Hay varias. Por eso las tácticas de desarrollo de las luchas, desde las inmediatas y biográficas hasta las más generales e históricas, son también variadas. Esto es, precisamente, lo que justifica la actividad política: durante las crisis la conciencia cambia, sí, pero pensar que cambia siempre de la misma manera y en el mismo sentido es un prejuicio desahuciado por la historia.
La incoherencia
Aseverar que tal o cual organización es EL partido de la revolución (aunque apenas agrupe a miles o, en general, a decenas de voluntades), en la idea de que su Comité Central se precede a sí mismo como existencia metafísica y mesiánica, blinda el entendimiento de los militantes contra las protestas de la experiencia. La realidad niega que esa estrategia situada y sitiada en 1938 sea capaz de proveer algún éxito para la clase trabajadora. Y, como es imposible sostener una organización que no actúe ni piense, una vez que la organización renuncia a pensar, la actividad política que no realiza pasa, desnaturalizada, a la actividad gremial.
De esa manera, la identidad de izquierda y la propuesta que la clase trabajadora debe sopesar para cambiar su vida no se delimitan con el programa y el debate democrático sobre él, confrontando con otras propuestas. El gremialismo de izquierda se define políticamente por una identidad común pero fragmentada en diferentes direcciones, en diversos dirigentes. Son fraternalmente estatistas (la palabra «público» es sinónimo de «deseable»), nacionalistas (la soberanía es un objetivo, incluso en el marco capitalista), liberales en el terreno de los derechos (las identidades vienen marcando su agenda desde hace décadas) y consideran al FMI como la bestia negra de la vida social (en lugar de criticar al capitalismo).
Es difícil entender cómo se mantienen separados partidos y grupos que votan a los mismos candidatos cada 2 años y coinciden en estas grandes proposiciones. Allí es donde se realiza la torsión sobre la actividad gremial. Es en la actividad gremial en donde recalan (allí, en lo ultra táctico) las diferencias constitutivas de una miríada de organizaciones.
Es allí o en lo extremadamente lejano (en la geografía, en la historia o en la erudición). Porque en la política concreta, la de aquí y de ahora, están de acuerdo. Fundamentalmente de acuerdo en sobrevivir y potenciarse mediante la unidad, pero preservando su diferencia mediante la exaltación de la actividad gremial. Va de suyo que en un marco así, donde la actividad gremial es la garantía de la diferencia, todo llamado a la unidad, y mucho más si es realizado desde arriba, está condenado a la esterilidad.
Dicho de otra manera, si coinciden en casi todo lo que habría que proponer políticamente en la Argentina de hoy, ¿cómo justifican, ante sus militantes y simpatizantes, la conformación de partidos diferentes? Y más aún: ¿cómo hacerlo permaneciendo en el FITU? Respuesta: asignándole una prevalencia política decisiva a la actividad sindical. Expropiándole esa táctica a los activistas y asignando un «responsable sindical» que «baje la línea» a los propios activistas. En esa inversión del curso de las cosas se recortan tres características (que aparecen en las palabras de Sobrero ya transcriptas), tres cualidades que orientan una impostada diferenciación política anclada en lo gremial: ser consecuente, combativo y honesto. Tres características del gremialismo que, despojadas del contacto con la realidad inmediata que las debería sostener, se ven inocuas e hilarantes en el mejor de los casos y, en el peor, se vuelven abstractas y peligrosas. Veamos.
Cada grupo se considera delimitado por la consecuencia, la lucha y la honestidad. Ser más consecuentes cuando los demás defeccionan. Por lo tanto, se invalidan los debates que pueden llevar a cambiar las posiciones. En un terreno tan relacionado con lo inmediato como lo gremial, donde intervienen los cambiantes estados de ánimo, las jugadas coyunturales de los trabajadores, pero también del Estado y de las patronales, la plasticidad es un bien más necesario que la ortodoxia doctrinaria, una presunta fortaleza de espíritu y la coherencia abstracta.
Combatividad, otro valor que se exalta bajo la forma del heroísmo: ir para adelante y luchar siempre, aunque no haya condiciones. Como si se quisiera olvidar (la acumulación de stocks es una de esas situaciones clásicas) que es la propia burguesía la que podría llegar a ser favorecida con el estallido de una lucha en ciertos momentos.
Y la honestidad: ser notoriamente honestos, expansivamente honestos, honestamente honestos, todo lo cual termina descarrilando en el pobrismo y alejando a los mejores elementos de la clase trabajadora que, obviamente, pretenden vivir bien. Porque este deslizamiento de la honestidad hacia la pobreza y la vida austera enajena simpatías, incluso sindicales. ¿Por qué? Porque se lucha para vivir mejor, para vivir bien.
Esas tres características conducen a suplantar el debate acerca de la superioridad del programa político por la impostura de una superioridad moral de los militantes que encarnan ese exigente programa gremial. Exigente pero inocuo. Y es de esa manera que «el responsable gremial enviado por el partido» se transforma en una institutriz inglesa que no sólo sabe lo que hay que hacer siempre, sino que revisa las uñas de los activistas para ver si las tienen lo suficientemente limpias de «sectarismo», «desviaciones» y «charcas».
La tarea
Es importante señalar que hablamos de este momento porque las relaciones entre la vanguardia y la hegemonía de la clase trabajadora no son fijas. Y la lucha de clases no pasa siempre por la misma etapa. El análisis sobre el que Sobrero –o cualquier otro dirigente– convoca a participar es un refrito del Día de la marmota, siempre pasa lo mismo: las grandes luchas, las luchas colosales que ya están sucediendo o que se avecinan. (La estrategia de esas convocatorias goza de los beneficios de un reloj parado: acierta la hora dos veces al día). Pero no es lo mismo lo que reclamaba la realidad en 1920, en 1970 y que nos pide ahora.
En este momento nuestra tarea consiste en escuchar los ecos de los reclamos del programa mínimo, que no podemos producir sino acompañar, intentar organizar y dinamizar, pero no más allá de lo que sus interesados están dispuestos a sostener. Y señalar sus lazos con el programa máximo, que explica las carencias, imposibilidades y fracasos de ese programa mínimo.
Como cualquiera puede comprender, el programa mínimo no nos diferencia: nos une con sectores amplios de la clase. La actividad sindical no nos separa: nos une con sectores amplios de la clase. Luchar no nos separa, sino que –en los momentos en que vale la pena combatir– nos une con sectores amplios de la clase. La honestidad no nos diferencia: nos une con sectores amplios de la clase.
El resultado de semejante contrabando de programas y de acciones, perjudica y deforma la lucha. Porque lleva a pensar que únicamente los esclarecidos socialistas son consecuentes, honestos y combativos. Algo que se contradice con la historia de la propia clase trabajadora, que pocas veces a sido dirigida por marxistas, muchas veces ha luchado y no pocas ha obtenido triunfos. La muy famosa consigna final del Manifiesto Comunista no llama a la unidad de los «comunistas de todos los países», sino a la unidad de los proletarios.
Además, la pretensión de diferenciarse por un rasgo común suele conducir a exagerar ese rasgo (ser el más consecuente, el más luchador, el más honesto) hasta el punto en que el exceso lo convierte en otra cosa. Por eso no es raro que los compañeros nos vean como esquemáticos más que como consecuentes, como provocadores más que como combativos, como faltos de ambición más que como honestos. En resumen: nos ven como malos militantes más que como buenos delegados.
Debemos cambiar esto urgentemente. Porque el socialismo necesita dos cosas distintas: aumentar el número de buenos sindicalistas y que, algunos de ellos, se transformen en buenos militantes.
NOTAS:
1 Para una crítica profunda de ese programa recomendamos Crítica del Programa de Transición, escrito por Rolando Astarita. Para una crítica de nuestra propia cosecha, la serie titulada «Las dos vidas del trotskismo»: parte 1, «La educación sentimental (política) del progresismo»; parte 2, «Interrogar nuestra militancia»; parte 3, «El progresismo es opuesto al socialismo».
2 León Trotsky, El Programa de Transición y la fundación de la IV Internacional, trad. Rossana Cortez, CABA, Ediciones del IPS, 2008,p. 67.
3 «VII Congreso de Izquierda Socialista / Pollo Sobrero: “Vamos a lanzar la Corriente Sindical A Luchar”», publicado en el sitio de IS el 3 de julio de 2024.