IA: EL MIEDO NO ES SONSO. Parte 4: El temor de los socialistas

Una disrupción como la de la IA produce temores. Variados temores como los que hemos visto en las notas anteriores. Algunos expresan de manera particularizada los intereses de la clase dominante (los temores técnicos), otros son temores de esa misma clase explotadora pero a escala global (resultado de la competencia). También hay temores que corresponden a preocupaciones abstractas de las mayorías (la amenaza existencial). En esta nota, finalmente, llegamos al temor por los efectos inmediatos de la IA en las mayorías asalariadas. Se trata del único temor que, por el carácter de su protagonista, abre una perspectiva real a la disolución de los miedos y el disfrute de las oportunidades.

Digamos, de entrada, lo más importante: la IA va a crear desocupación, destruyendo empleo y produciendo efectos miserables en amplias capas de la clase trabajadora. Es la historia de la ciencia y la tecnología en el capitalismo: ayer fue el telar mecánico, hoy es la IA. Veremos a los apologistas del sistema argumentar que toda introducción de tecnología destruye empleos, pero se crearán otros nuevos que reemplazarán a los anteriores. Y que, en todo caso, los trabajadores deben «capacitarse» para no perder el tren del progreso. «Acá no labura el que no quiere».

Claire Chang, una líder del esfuerzo para sindicalizar la tienda REI en Manhattan, se graduó de la universidad en 2014.

Pero la historia real del capitalismo muestra que se destruyen empleos menos productivos y se reemplazan por otros más productivos: no es una transacción de equivalentes sino una con tendencia a producir más con cada vez menos trabajos. Es cierto que aparecen nuevos empleos, pero su mayor parte es de escasa calidad: no es lo mismo saber esmaltar agujas que vigilar a la máquina que las fabrica ya esmaltadas. La tecnología absorbe destrezas humanas, se hace más eficiente, y son cada vez menos los puestos de trabajo de alta calidad: diseño, programación, enseñanza de nuevas herramientas. La declinación del empleo es doble, en cantidad y en calidad.

Otro argumento de los defensores del capitalismo es que hemos experimentado revoluciones tecnológicas que no han provocado ese efecto de declinación del trabajo, sino el contrario. Pero estas curvas históricas de ascenso no se debieron a la creación de nuevas tecnologías sino a la incorporación de mercados y consumidores. Ocurre que el mundo es finito y ya no quedan países coloniales camino a la independencia nacional ni existe el «segundo mundo» del socialismo real dispuesto a ingresar al consumo global capitalista de manera directa. Las relaciones sociales capitalistas ya no sólo son hegemónicas, sino que han extendido su presencia casi al límite de lo factible.

«Liberar el potencial de los trabajadores»

Hay una distancia significativa entre las ventajas para la acumulación (lo que la IA «ya hace») y las amenazas para los trabajadores (lo que hay que «impedir que haga»). Mientras una esfera es la de la dinámica propia de esa tecnología, la otra es la de los deseos y las posibilidades remotas.

En «El temor de los burgueses» citamos dos intervenciones memorables. La primera, a propósito del automatismo en la adopción de innovaciones en el sistema capitalista, de Ajeya Cotra, directora de programas en Open Philantropy, sostuvo: «No adoptar la IA sería como no utilizar electricidad: simplemente no se puede no hacer».La segunda, acerca de la subordinación del empleo al carácter inexorablemente competitivo de los capitales, de Richard Baldwin, profesor de economía internacional en la IMD Business School: «La IA no te quitará el trabajo; pero alguien que la use sí podría hacerlo. Especialmente, si tú tampoco la usas.»

En pocas palabras: no se puede no competir. Se gana o se pierde. Pierden algunos capitalistas, claro. Pero sobre todo pierden los trabajadores, sea que sus patrones conquisten el éxito (y sustituyan obreros por tecnología), sea que fracasen estrepitosamente (y dejen obreros en la calle por la desaparición del capital que los contrataba). Para los trabajadores no hay muchas alternativas: desocupación y salarios reducidos.

Trabajadores de Amazon esperando para votar afuera del almacén de la compañía en Staten Island. La mezcla de antecedentes educativos desempeñó un papel importante en el éxito del sindicato.

Los defensores de la IA ven el cataclismo que se avecina en el mercado de trabajo. El «efecto de nivelación superior» es un eufemismo para reconocer que pierden casi todos los de abajo y, también, una porción de los de arriba:

Comprendí que la IA desencadenará una ola de talentos a nivel mundial gracias a su capacidad para superar las brechas lingüísticas, culturales y de habilidades. […] la calidad y la puntualidad del trabajo de todos los consultores mejoraron con el uso de la IA generativa, pero los mayores avances se produjeron en los consultores con menos experiencia. Este efecto de «nivelación superior» ha sido ampliamente confirmado.

En retrospectiva, parece inevitable avanzar. La IA generativa se entrena con big data, pero utiliza técnicas para priorizar el trabajo de alta calidad, de modo que encapsula la experiencia de los mejores profesionales.

El uso de herramientas de IA puede ayudar a que el trabajo de los consultores junior se parezca más al de los más experimentados. Los consultores de alto nivel todavía tienen más que ofrecer a los clientes que sus colegas menos experimentados, pero la IA ayuda a que el trabajo de nivel superior sea accesible para los clientes que tienen menos dinero para gastar.

[…] con la ayuda de la IA, la mejora de las cualificaciones hace que los teletrabajadores extranjeros sean más intercambiables con los estadounidenses. El resultado es claro: las empresas estadounidenses pueden sustituir más fácilmente a los estadounidenses con talento mejorado por la IA que vive en lugares donde 10 dólares por hora permiten un estilo de vida de clase media.

Esta serie de experiencias me llevó a una revelación inesperada: la IA mejorará las habilidades, derribará las barreras lingüísticas y suavizará las diferencias culturales, liberando así todo el potencial de los trabajadores de oficina y profesionales de todo el mundo.

Donde dice que la IA «liberará el potencial de los trabajadores del mundo» debe leerse que «el nivel salarial se deprimirá hasta alcanzar a los países más miserables». La demanda de trabajos muy complejos que se crean se equipara con la gran cantidad de trabajos simples reemplazados.

La IA está impulsando la reestructuración de las cadenas de valor globales, lo que lleva a la reubicación de recursos para mejorar la eficiencia. Esta reestructuración incluye el resurgimiento de la fabricación en América del Norte y Europa y la automatización de servicios que requieren mucha mano de obra, como la contabilidad, el soporte legal y el servicio al cliente. […]

La IA también está provocando una profunda transformación del mercado laboral mundial. Si bien la automatización puede desplazar ciertos empleos que implican tareas repetitivas, también crea una demanda de nuevos puestos, como capacitadores en IA, científicos de datos e ingenieros de aprendizaje automático. Crea nuevas profesiones que implican el uso de IA para realizar trabajos tradicionales, como artistas basados en la IA. […]

En cuanto a los efectos nocivos (el sesgo en la IA que tratamos en «El temor técnico», el acceso desigual a estas nuevas tecnologías, la «brecha de habilidades» en la clase trabajadora, la «brecha tecnológica» entre las burguesías nacionales, etc.), éstos deberán ser abordados por las «partes interesadas»:

Si bien [la IA] impulsa el crecimiento económico, amplía la accesibilidad a los servicios y crea nuevas oportunidades, su implementación sin control puede exacerbar las disparidades económicas, regionales y sociales existentes. Para garantizar los beneficios inclusivos de la IA, las partes interesadas deben abordar cuestiones como el sesgo en la IA, el acceso desigual a la tecnología y las brechas de habilidades mediante el desarrollo y la utilización inclusivos de la IA. […]

La capacidad tecnológica se concentrará cada vez más en unos pocos países y la brecha tecnológica entre los países líderes y los países en desarrollo aumentará. Existe un riesgo real de desacoplamiento tecnológico debido a la competencia en IA y otras tecnologías clave entre los países líderes.

«Es como el temor a los ferrocarriles»

Susan Athey, profesora de economía de la tecnología en la Universidad de Stanford, establece tres bifurcaciones (que vimos detalladamente en «El temor de los burgueses»): 1) La IA, ¿hará crecer la economía o la hará estancarse? 2) ¿Hará crecer la desigualdad de ingresos o la reducirá? 3) ¿Intensificará la concentración de capital o propiciará (mediante IA de código abierto) la multiplicación de pequeños capitales en competencia que equilibrarán las fuerzas del mercado?

La profesora Athey fantasea que la IA podría ocasionar beneficios socialmente progresivos en el reparto de la torta: «Si los empleadores compartieran estas ganancias con los trabajadores, la distribución del ingreso se volvería más equitativa». ¡Pero eso nunca ha sucedido! Al menos, nunca en virtud de una tecnología. Si los burgueses han cedido ganancias en ciertos lapsos históricos ha sido, en buena medida, gracias a la lucha de los trabajadores, que pararon el uso de las tecnologías mediante el enfrentamiento hasta torcer el brazo de los inversionistas. (Un ejemplo ilustrativo y reciente fue la huelga de guionistas y actores en Hollywood).

Una tecnología así concentrará más los buenos empleos y deprimirá más el mercado laboral a lo largo del mundo, en número y en calidad. Pero también abordará problemas humanos bajo la perspectiva del menor costo unitario. Esto explica la dualidad de las declaraciones que siguen, que expresan preocupación por los efectos de sus propias inversiones.

Eugenia Kuyda es la directora ejecutiva de Replika, que se fundó hace ocho años y básicamente creó el negocio de los «amigos de IA». Los «compañeros digitales» tienen como objetivo ayudar a las personas que «experimentan algún tipo de soledad» y mejorar su salud mental. La mayoría de las personas que tienen amigos en Replika tienen 35 años o más, dijo. El servicio no permite que se una nadie menor de 18 años y desarrolló estrictos procedimientos de verificación de edad a lo largo de los años. […]

Rana el Kaliouby, cofundadora de Blue Tulip Ventures, que invierte en empresas emergentes de IA, dijo que era optimista sobre la posibilidad de que los asistentes de inteligencia artificial ayuden a las personas a llevar una vida más saludable y productiva. Pero le preocupa el desarrollo sin control de software diseñado como «amigos» o «compañeros» de IA, especialmente su impacto en los jóvenes. Su hijo de 15 años es «un experto en tecnología», dijo. «Pero realmente espero que no tenga un amigo de IA porque no sé si tenemos las barandillas adecuadas».

Los trabajadores estadounidenses no se equivocan sobre las maravillas tecnológicas bajo el capitalismo:

una encuesta realizada el año pasado por el Pew Research Center reveló que el 52% de los estadounidenses estaba más preocupado que entusiasmado por la IA, frente al 38% del año anterior. Los expertos coincidieron en que las predicciones de que algún día millones de puestos de trabajo podrían perderse debido a la IA y a los robots han alimentado las preocupaciones de los trabajadores, pero también observaron que las preocupaciones sobre la introducción de nuevas tecnologías eran típicas. En el siglo XIX se temía que los ferrocarriles, al avanzar a gran velocidad, provocaran el colapso de los órganos de las personas, por ejemplo.

Las repuestas burguesas son doblemente falsas. Por un lado porque, como exponemos en varias publicaciones, mientras que la velocidad de los trenes no ha destruido los órganos internos, la velocidad de la vida digital sí está destruyendo un órgano: el cerebro, cuya capacidad de atención (entre otras) se encuentra amenazada. Por otro lado, no responde a la gran preocupación que señala la encuesta: la destrucción de medios de vida en el proceso de desarrollo de medios de acumulación privada.

«¿Esto es lo que queremos?»

El enfoque socialista debe eludir los planteos propios de la Inquisición, del estilo: ¿Qué importan estos problemas comparados con la Eternidad? ¿Qué importa perder el trabajo, si está amenazada la Vida tal como la conocemos? Debemos eludir esas preguntas. Son las preguntas del enfoque capitalista.

Las propuestas de pensar este problema en términos existenciales, no cotidianos, nos desenfocan de los problemas reales. Es decir, quiénes poseen la IA y para qué la quieren AHORA. Quizás una primera conclusión sea que para nosotros, los trabajadores, lo decisivo no es qué problemas nos puede traer la IA en el mañana, sino cuales nos está trayendo hoy.

Pero comencemos por una expresión reciente del temor que tienen los amenazados por la IA. Por ejemplo, los músicos británicos:

Más de mil artistas británicos, entre los que se encuentran Kate Bush, Tori Amos, Annie Lennox, Jamiroquai o Hans Zimmer, se han unido en un disco silencioso para protestar contra los cambios previstos por el Gobierno de Reino Unido en la legislación sobre derechos de autor, que permitirán el uso de sus creaciones artísticas en el desarrollo de la Inteligencia Artificial Generativa.

El álbum, llamado «Is this what we want?» [¿Esto es lo que queremos?], está compuesto por 12 canciones en las que no se oye nada, apenas unos ruidos domésticos, zumbidos, golpes lejanos o un aspirador. Precisamente, la unión de los doce títulos crean la frase «The British Government Must Not Legalise Music Theft To Benefit AI Companies», que se traduce como «el Gobierno británico no debe legalizar el robo de música para beneficiar a las empresas de IA».

El gastado (e ineficaz) recurso de la provocación con el silencio por parte de quienes se dedican a los sonidos es el menor de los problemas. El gran problema de esta iniciativa es que pretende disputarle al capital –que es quien está detrás de la incorporación de la IA por su batalla competitiva– en un territorio que poco le duele y mucho lo beneficia: el territorio del sentido. Un espacio que el capitalismo domina (la vida se despliega en un ámbito crecientemente mercantil) y poco le afecta: en cualquier momento las plataformas harán una serie con «la lucha de los músicos silentes» y ganarán dinero sin haber perdido un centavo por el disco mudo. El problema es rebuscar en métodos propios de un perimido capitalismo (que contaba con una amplia «clase media»: pequeños burgueses, profesionales liberales) las formas de enfrentar a un capitalismo maduro en el que los asalariados son la amplísima mayoría.

Guionistas en un piquete durante la huelga 2023 que duró casi cinco meses.

A diferencia de estas erráticas y desorientadas estrellas de la música, hemos visto un par de años atrás una lección dada por los actores y guionistas de EE.UU. Los sindicatos que agrupan ambas actividades también denunciaron, entre otras cosas, los efectos de la intromisión de la IA en sus actividades. Pero, en lugar de hacer la denuncia como libres pensadores, instando a la reflexión de «la gente», lo hicieron como clase obrera, interrumpiendo el flujo productivo y de ganancias. Así lo resumió un medio especializado:

La huelga conjunta de 2023 marcó la primera vez en 63 años que escritores y actores se unieron en paro, simbolizando la solidaridad entre los sindicatos y su firme determinación para abordar las preocupaciones contemporáneas en la industria del entretenimiento.

Al unirse, actores y escritores aprovecharon su poder colectivo como personajes fundamentales de la industria para presionar por la satisfacción de sus demandas en sus próximos contratos con la AMPTP [Alianza de Productores de Cine y Televisión].

Con actores y guionistas reteniendo su trabajo, y por ende, los beneficios que ese trabajo genera, los estudios y las casas productoras se vieron necesitadas de presentar propuestas en la mesa de negociación que permitieran el regreso de los actores y escritores a las producciones ante una suspensión indefinida que afectaba a toda la industria. […] Entre las principales cuestiones que llevaron a esta crisis se encuentran:

Residuales y Streaming

Las disputas sobre los residuales generados por nuevas fuentes de ingresos han sido el epicentro de cada gran huelga en la historia de Hollywood. La última huelga del WGA [Sindicato de Guionistas de EE.UU.], que duró 100 días en 2007-08, también estuvo relacionada con los residuales, en este caso, por la reutilización de películas y programas de televisión en nuevas plataformas de medios, incluidas las descargas digitales y la transmisión en línea.

Sin embargo, en tiempos más recientes, la industria del entretenimiento experimentó un cambio aún más drástico, con la llegada de servicios de streaming como Netflix, Amazon Prime, Hulu y Disney+. A medida que estas plataformas ganaron protagonismo, surgieron preguntas cruciales sobre cómo se debían negociar los contratos y las compensaciones para los guionistas y actores que participaban en la creación de contenido para estos nuevos medios de suministrar entretenimiento. […]

Uso de Inteligencia Artificial (IA)

Otra cuestión fundamental que desencadenó las huelgas fue el uso de inteligencia artificial (IA) en la creación de contenido. Tanto escritores como actores expresaron preocupación por el creciente papel de la IA en la escritura de guiones y la replicación de actores en pantalla, lo que planteó interrogantes sobre la propiedad intelectual y los derechos de autor.

Ambos gremios deseaban garantías sobre cómo se utilizaría exactamente la IA por parte de los estudios y las casas productoras. Tanto el WGA como SAG-AFTRA [Sindicato de Actores de Cine – Federación Estadounidense de Artistas de Televisión y Radio] buscaron incorporar términos en sus contratos que restringieran la implementación de la IA y previnieran la sustitución de sus miembros y de sus productos de trabajo.

Así, mientras unos (actores y guinistas sindicalizados) buscan trastocar el funcionamiento del capitalismo, otros (los músicos nombrados) buscan trastocar conciencias bienpensantes (si alguien, primero, educó durante años a los oyentes en obras como la de John Cage para que sus sensibilidades supieran discernir entre ese un silente que protesta y uno averiado, además de educar sindicalmente en el propósito reivindicativo de semejante rebelión silenciosa). Se trata de la diferencia gremial rudimentaria entre entre silenciar todos los discos (bajo las siglas colectivas de una asociación de trabajadores) y hacer un disco silencioso (firmado por los nombres propios de individuos excepcionales).

Es Billy Elliot, no Terminator

La llegada de Trump al gobierno les permite a los reformistas sostener la creencia de que este movimiento de enajenación de las potencias humanas en las máquinas, de empobrecimiento material y cultural de las masas, fue causado por «la extrema derecha», sus medidas de gobierno y sus «discursos de odio». Sin embargo, en realidad, todo este movimiento ha sido, desde el punto de vista del análisis profundo, la ejecución natural de las leyes que regulan al sistema capitalista. Y ha sido, desde el punto de vista de la más inmediata actividad política, la continuación de las directrices instituidas por demócratas como Clinton y Obama. Trump cosecha esos frutos y se esfuerza por estar a la altura de la tradición demócrata que cultivó a los tech bro de Silicon Valley, tal como nos cuenta Ben Tarnoff desde la New York Review:

«Una cosa» que Obama tenía a su favor, ha lamentado Horowitz, era que «siempre estaba interesado en lo que tenían que decir las empresas». La frase es reveladora: el daño está en que se los ignore, en que se les niegue la atención respetuosa que se merecen.

Obama, como Bill Clinton antes que él, no sólo promovió los intereses de Silicon Valley. También adoró la tecnología. Internet encendería una nueva era de dinamismo estadounidense, haría del mundo un lugar mejor, democratizaría todo. Los empresarios tecnológicos eran estrellas de rock, sabios. Eran la vanguardia de la humanidad, que nos conduciría hacia un futuro glorioso. Esta es la retórica que ayudó a asegurar la lealtad de Silicon Valley a los demócratas en primer lugar. […]

El condado de Santa Clara votó por los republicanos en todas las elecciones presidenciales entre 1972 y 1984. Luego, en 1988, Michael Dukakis ganó el condado por un estrecho margen. Dukakis debía su perfil político al auge de la alta tecnología que se estaba desarrollando en su estado natal de Massachusetts. También fue un innovador del centrismo pro empresarial que luego perfeccionó Clinton, lo que lo ayudó a atraer a un bloque de votantes de profesionales adinerados, los llamados demócratas de Atari. Este tipo de política fue lo que atrajo a Silicon Valley al campo demócrata durante la década de 1990.

Pero lo que impulsó este realineamiento no fue únicamente la política, sino también la adulación. Los políticos demócratas le dijeron a los empresarios tecnológicos que gobernarían para su beneficio, y que los beneficios de la tecnología serían para todos.

En conclusión, la perspectiva de introducir la IA promueve variados temores. Algunos demasiado parciales, otros demasiado generales. Pero lo más importante para nosotros, los trabajadores, es el temor a lo que va a suceder en el corto y mediano plazo, no como ruptura, sino como repetición de nuestra historia en el capitalismo. Se trata de una película más cercana a Los compañeros (1963), de Mario Moniccelli, o a Billy Elliot (2000), de Stephen Daldry, con sus esquiroles, huelgas y organizaciones de clase, que a Terminator (1984) o Matrix (1999), con su futuro apocalíptico hecho de máquinas que nos dominan y héroes individuales que salvan el día.

Sin embargo, Matrix y Terminator presentan en la ficción un aspecto que es real y decisivo para nosotros: esta amenaza es nuestra creación, una creación del trabajo humano. Lo que esas ficciones no nos dicen es que la causa de que no tengamos el control de la IA son las relaciones sociales en el capitalismo. Tal como señalaba Marx, hace más de un siglo y medio, citando al economista burgués Johann Heinrich von Thünen:

Ahora bien, si volvemos a nuestra primera investigación en la que se demuestra… que el capital es únicamente el producto del trabajo humano… parece ser totalmente incomprensible que el hombre haya podido caer bajo la dominación de su propio producto –el capital– y que se halle subordinado a éste; y como es innegable que en la realidad es esto lo que ocurre, se impone espontáneamente la pregunta: ¿cómo ha podido devenir el obrero, de dominador del capital –en cuanto a creador del mismo– en esclavo del capital?1

Marx considera meritorio haber planteado esa pregunta, aunque la respuesta del economista burgués haya sido «sencillamente pueril». Ya que:

No pueden ocurrir las cosas de otra manera en un modo de producción donde el trabajador existe para las necesidades de valorización de valores ya existentes, en vez de existir la riqueza objetiva para las necesidades de desarrollo del trabajador. Así como en la religión el hombre está dominado por las obras de su propio cerebro, en la producción capitalista lo está por las obras de su propia mano. 2

El obrero, esclavo del capital, sólo puede liberarse a sí mismo combatiendo al sistema que lo esclaviza. No mediante declaraciones ni con políticos menos «crueles» o menos «de derecha». El sistema capitalista produce estas capacidades que se vuelven contra la clase trabajadora, tanto bajo unas ideas (demócratas, progresistas) como bajo otras (republicanas, conservadoras). Si es cierto que estamos bajo amenaza, también lo es que la salida sólo puede estar en manos de los trabajadores. Especialmente de los trabajadores que, por estar muy capacitados, tienen sus empleos en la mira. Por eso necesitamos construir la unidad de nuestra clase, a pesar de las apariencias diferenciales.

El temor socialista: no lograr la unidad de los trabajadores

De todo lo que hemos desarrollado en estas cuatro notas, lo más interesante es la emergencia de embriones, iniciativas de recuperación de la independencia y la unidad de nuestra clase, como camino y como salida. Así lo titula el New York Times: «La rebelión de la clase obrera universitaria»:

Durante la última década y media, muchos trabajadores jóvenes con educación universitaria se han enfrentado a una realidad inquietante: que les resultaba más difícil llegar a la clase media que para las generaciones anteriores. Este cambio ha tenido efectos profundos que transformaron la política del país y movilizaron a los empleados para exigir un trato más justo en el trabajo. También puede estar dando al movimiento obrero su mayor impulso en décadas. Los miembros de esta clase trabajadora con educación universitaria suelen ganar menos dinero del que imaginaban cuando se fueron de la escuela. […]

Estas experiencias –que, según la investigación económica, se volvieron más comunes después de la Gran Recesión– parecen haber unido a muchos jóvenes trabajadores con educación universitaria en torno a dos creencias fundamentales: tienen la sensación de que el gran acuerdo económico disponible para sus padres (ir a la universidad, trabajar duro, disfrutar de un estilo de vida cómodo) se ha roto. Y ven la sindicalización como una forma de resucitarlo.

El apoyo a los sindicatos entre los graduados universitarios ha aumentado del 55% a finales de la década de 1990 a alrededor del 70% en los últimos años. Y es todavía mayor entre los graduados universitarios más jóvenes, según datos proporcionados por Gallup. «Creo que un sindicato era realmente mi única opción para hacer de esto algo viable para mí y para otras personas», dijo Mulholland, de 32 años, quien ayudó a liderar la campaña para sindicalizar su tienda REI en Manhattan en marzo. […]

Y esos esfuerzos, a su vez, pueden ayudar a explicar un aumento de los trabajadores organizados de más del 50% en las solicitudes para las elecciones sindicales, en comparación con un período similar hace un año.

Aunque son una minoría en la mayor parte de los lugares de trabajo no profesionales, los trabajadores con educación universitaria están desempeñando un papel clave en el impulso hacia la sindicalización, dicen los expertos, porque a menudo se sienten más empoderados que los que no cuentan con esa educación.

«Hay una confianza de clase, yo la llamaría», dijo Ruth Milkman, socióloga del trabajo en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. «Una visión del mundo más amplia que abarca más que pasar el día».

Si bien otros trabajadores de empresas como Starbucks y Amazon también apoyan a los sindicatos y, a veces, toman la iniciativa de formarlos, la presencia de personas con educación universitaria en estos trabajos significa que hay una «capa de personas que particularmente tienen las antenas levantadas», agregó Milkman. «Hay una capa adicional de liderazgo».

Que los trabajadores que asistieron a la universidad se sintieran atraídos por trabajos no profesionales en REI, Starbucks y Amazon no es del todo sorprendente. En la última década, el apetito de las empresas por los trabajadores ha crecido sustancialmente. Starbucks aumentó su fuerza laboral global a casi 385.000 el año pasado, desde alrededor de 135.000 en 2010. La fuerza laboral de Amazon aumentó a 1,6 millones desde 35.000 en el mismo período. […]

Más de tres años después de obtener un título en ciencias políticas de Siena College en 2017, Brian Murray ganaba alrededor de 14 dólares la hora como consejero juvenil en un hogar grupal para niños en edad de escuela secundaria. Renunció a fines de 2020 y fue contratado unos meses después en un Starbucks en el área de Buffalo, donde su salario aumentó a $15.50 la hora. «El salario inicial era más alto que cualquier cosa que hubiera ganado», dijo Murray, quien ha ayudado a organizar a los trabajadores de Starbucks en la ciudad.

Brian Murray, centro, un barista que ha ayudado a organizar a los trabajadores de Starbucks en el área de Buffalo, obtuvo un título en ciencias políticas de Siena College en 2017.

Estos ejemplos parecen reflejar fuerzas económicas más amplias. Los datos de los últimos 30 años, recopilados por los economistas Jaison R. Abel y Richard Deitz del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, mostraron que el desempleo de los recién graduados universitarios se disparó a más del 7% en 2009 y estuvo por encima del 5,3% –el más alto registrado anteriormente– en 2015.

Jesse Rothstein, ex economista jefe del Departamento de Trabajo de EE.UU., descubrió en un documento de 2021 que las perspectivas laborales para los recién graduados universitarios comenzaron a debilitarse alrededor de 2005, luego sufrieron un golpe significativo durante la Gran Recesión y no se habían recuperado por completo una década después. […]

Si bien no hay una explicación simple para la tendencia, muchos economistas sostienen que la automatización y la subcontratación redujeron la necesidad de ciertos empleos de «calificación media» que realizaban los trabajadores con educación universitaria. La consolidación en las industrias que emplean a personas con educación universitaria también parece haber suavizado la demanda de esos trabajadores, dijo Lawrence Katz, economista laboral de Harvard, aunque enfatizó que los que tienen un título universitario generalmente ganan mucho más que los que no lo tienen.

En cualquier caso, la brecha entre las expectativas de los graduados universitarios y su empleabilidad ha llevado a años de efervescencia política. Un estudio de participantes en el movimiento Occupy Wall Street, que puso de relieve la desigualdad de ingresos y surgió de la ocupación en 2011 del parque Zuccotti en Manhattan, encontró que más de 3/4 partes eran graduados universitarios, en comparación con aproximadamente el 30% de los adultos en ese momento. Muchos habían sido despedidos durante los cinco años anteriores y «arrastraban una deuda sustancial» […]

Los maestros de escuelas públicas de todo el país abandonaron el trabajo en 2018 para protestar por los bajos salarios y la disminución de los recursos, mientras que las campañas sindicales proliferaron en las universidades privadas entre los estudiantes de posgrado y los profesores no titulares. […] Cuando su despertar se limitó a los lugares de trabajo de cuello blanco y las cafeterías hipster, dijo Barry Eidlin, un sociólogo que estudia el trabajo en la Universidad McGill en Montreal, su alcance era limitado. Pero en una empresa más grande como Starbucks, el activismo de esos trabajadores «tiene el potencial de tener repercusiones mucho mayores», dijo. «Se filtra en esta paleta más amplia de la clase trabajadora».

Los partidarios del sindicato con educación universitaria comenzaron a formar alianzas con aquellos que no asistieron a la universidad, algunos de los cuales también eran líderes en ciernes. […] Y luego está la victoria en Amazon, donde los partidarios del sindicato dicen que su coalición multirracial fue una fuente de fortaleza, al igual que la diversidad de opiniones políticas. «Teníamos comunistas directos y partidarios de línea dura de Trump», dijo Cassio Mendoza, un trabajador involucrado en la organización. «Era muy importante para nosotros». […] Cuando se le preguntó cómo el sindicato había reunido a tantas personas de todas las clases sociales y educativas, Spence dijo que era simple: la mayoría de los trabajadores de Amazon luchan con el salario, las preocupaciones de seguridad y los objetivos de productividad, y pocos son ascendidos, independientemente de la educación.

Como expresamos a través estas cuatro notas, el miedo no es sonso. Y la preocupación por la marcha del mundo, por la deriva de un mundo capitalista, es una muestra de inteligencia. La degradación educativa y subjetiva, la crisis climática, la desigualdad creciente, los peligros de la tecnología y sus efectos, no son fantasías paranoicas sino problemas reales. A ellos se les suma que quienes manejan el mundo a través de sus inversiones no comparten estas preocupaciones, sino que tienen otra: no perder en la competencia y valorizar más su capital.

El capitalismo, esa máquina ciega de acumulación, y sus peligrosos efectos serían suficientes para demoler cualquier esperanza. Pero algo resquebraja la sólida pared del desaliento. Si, aunque no seamos sus dueños, todo lo hemos creado mediante el trabajo, entonces los trabajadores podemos también adueñarnos de esos medios que son nuestra creación.

Y lo que es necesario para eso, la unidad de los explotados contra los explotadores, se plasma embrionariamente en su sector más educado, el que desde el fin de los «gloriosos 30» se encontraba alejado del resto de la clase. Este sector fue también el último en ser cuestionado por la crisis: la clase obrera registrada y educada. En EE.UU., estos trabajadores nos muestran un camino muy diferente al de Argentina: en lugar de un programa sectario, autocomplaciente y afín a algún sector burgués, enarbola demandas sentidas y de clase, sin confundir el programa mínimo con el máximo y logrando, así, la más amplia unidad obrera.

El miedo no es sonso. Aprender de los mejores ejemplos, tampoco. El temor de los trabajadores socialistas, nuestro temor como militantes, es no conseguir la unidad de la clase trabajadora.

Christian Smalls, en el centro, fundador del Sindicato de Trabajadores de Amazon, asistió a un colegio comunitario.

NOTAS:

1 Karl Marx, El Capital (Crítica de la economía política), trad. Pedro Scaron, México, Siglo XXI, 2009, Tomo I, Volumen 2, p. 771.

2 Obra citada, pp. 770-1.

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