LUDDITAS DIGITALES. Parte 2: Pantallas y degradación social

Quizá el rasgo más extemporáneo de la lectura sea hoy su exclusivismo, la exigencia de dedicación total que supone, incompatible con cualquier otra cosa. Leer, aun en los casos más corrientes, lectura en la playa, el subte, la sala de espera, aun con los objetos más triviales, best sellers, biografías, autoayuda, people press, exige la consagración plena como condición sine qua non. De no cumplirla, el resultado no es una lectura «peor», «fallida», «impropia»: no hay lectura, sencillamente. No es una cuestión de calidad sino de naturaleza. La lectura es exclusiva o no es. Esa es su perversión, su anacronismo y, naturalmente, su potencia: el secreto de su intensidad incomparable. Porque sólo la exclusividad –sólo la suerte de monogamia absoluta que impone– permite que la lectura funcione al mismo tiempo en todos los canales, todas las pistas, todas las frecuencias que es capaz de ocupar. Sólo así, refutando las objeciones con que la cultura multitasker trata de minimizarla, la lectura habla en lenguas y es a la vez imaginación, memoria, saber, intuición, cálculo, anticipación, conceptualización, conocimiento.

Alan Pauls, Trance (2018).

Waldo, un osito azul animado por computadora, actúa como panelista en un programa de televisión. Se burla de los invitados con chistes de mal gusto. La producción del programa advierte que Waldo mide cada vez mejor en audiencia y lo enfrenta públicamente a un candidato a diputado. Las diatribas del osito digital –siempre dirigidas contra «la elite gobernante» y haciéndose eco las quejas de «los desamparados»– se viralizan en las redes. El apoyo popular impone que Waldo sea admitido en un debate con candidatos de carne y hueso, se presenta a elecciones, pierde por poco margen pero el fenómeno se vuelve imparable. Algunos años después Waldo gobierna el planeta con puño de hierro, a través de las pantallas (las hogareñas, las portátiles, las que revisten muros a la intemperie) y con un discurso articulado en torno a ciertas palabras clave: «Cambio», «Fe», «Esperanza», «Futuro».

El Momento Waldo es el tercer episodio de la segunda temporada de la serie Black Mirror. Fue estrenado en 2013 y utilizado desde entonces por intelectuales diversos (desde Giulano Da Empoli hasta Ernesto Tenembaum) para explicar los casos de Donald Trump, Javier Milei, Jair Bolsonaro, Boris Johnson y similares. La sola utilización de una serie televisiva, por parte de esos intelectuales, no como disparador de una reflexión más profunda sino como explicación transparente de un fenómeno social, expresa algo de los tiempos que corren: la metáfora como un fin en sí, no como mediación sensible para el esclarecimiento de una teoría. Hemos hablado en otras notas acerca de la diferencia entre metáfora y concepto1, entre aprendizaje y educación2, entre la forma serial que puede parecer causa de embrutecimiento y la que llega para satisfacer las demandas de un cuerpo ya embrutecido3. En esta nota queremos ampliar el terreno de esas reflexiones.

En la Primera parte mostramos, con informes de la UNESCO y la OCDE, que el uso de computadoras e Internet en las escuelas no sólo no ha brindado los frutos que esperábamos sino que ha rendido otros, de sabor amargo. Hoy veremos que ese problema no es meramente educativo sino profundamente social. Del mismo modo en que argumentamos que la querella de los métodos de alfabetización yerra el diagnóstico de las causas de la degradación educativa4, en esta nota sostendremos que la degradación social de la vida cotidiana no se debe al concurso de las redes, aplicaciones y plataformas digitales que nos reclaman atención desde el celular, sino que la atención predispuesta, inclinada, aun adicta a ese reclamo es consecuencia de una forma específica, histórica, de organizar la producción de la riqueza social.

«Lo digital como causa»

Hace un par de semanas, Ezra Klein observó en The New York Times una correlación entre medios de comunicación y resultados electorales que nos interesa:

No todas las elecciones se llevan a cabo en nuevos entornos mediáticos, pero las que sí lo hacen suelen ser ganadas por el candidato que mejor entiende cómo está cambiando la atención. Franklin Roosevelt entendía la radio de una manera que Herbert Hoover no. John F. Kennedy entendía la televisión de una manera que Richard Nixon no. Obama aprovechó la primera ola de las redes sociales. Trump dominó la era algorítmica de las redes sociales, donde la indignación y la controversia se convertían en interacción. Las plataformas han cambiado de nuevo, persiguiendo el dominio de TikTok, y ahora los memes y los videos recortados y remezclados gobiernan.5

Nos interesa por dos razones. La primera: porque el uso de «nuevos entornos mediáticos» está vinculado siempre a las nuevas generaciones, «nativas» de esos nuevos entornos. En Argentina, por ejemplo, el promedio de edad de la población es 32 años6. Cuando el kirchnerismo, Victoria Villarruel y el FITU insisten con la agenda de los viejitos genocidas, Milei reafirma su conexión con la agenda de millones de jóvenes. ¿A cuántos trabajadores argentinos, hoy, les interesa el destino del Alfredo Astiz? Este factor demográfico merece ser tenido en cuenta, no porque la rebeldía se haya vuelto de derecha (la rebeldía es una actitud, no un proyecto de sociedad)7, sino porque permite interpretar mejor cuáles son las expectativas de millones de trabajadores.

La segunda razón de nuestro interés en aquella cita es la médula de esta nota: cómo está cambiando la atención.

Jóvenes, redes sociales y Milei compusieron un tridente clave para construir la popularidad del espacio libertario. No porque las redes hayan creado el fenómeno Milei sino porque amplificaron la forma y el contenido de un mensaje para cuya recepción ya estaban creadas las condiciones materiales. Y, tal como observa Ezra Klein, no se trata de una combinación exclusiva de este país. El tire y afloje por la plataforma X (ex Twitter) entre Elon Musk y el juez brasileño Alexandre De Moraes –quien abrió una causa contra «Milicias digitales»8– es otro ejemplo de este cruce entre demografía y plataformas:

En vísperas de las elecciones en Brasil de 2022, el tribunal facultó a De Moraes para ordenar unilateralmente el desmantelamiento de las cuentas que considerara una amenaza. […] Ha ordenado a X que elimine al menos 140 cuentas, la mayoría de políticos de derecha, entre ellos algunos de los comentaristas conservadores más conocidos de Brasil y miembros del Congreso. Algunas de esas cuentas cuestionaban la derrota electoral de Bolsonaro en 2022 y simpatizaban con la turba de derecha que irrumpió en el Congreso de Brasil y en el Supremo Tribunal Federal.9

Si este cruce entre demografía y plataformas tiene efectos políticos es porque hay una dimensión sociológica a tener en cuenta. El debate en EE.UU. alrededor de TikTok10 les permite a Andrés Malamud y Pablo Castro introducir esa dimensión en el podcast de El Economista:

Hay una interpretación del problema de la libertad de expresión en Twitter según la cual Twitter viene a reemplazar, o a cubrir, parte del espacio que cubrían los medios tradicionales. Si uno mira los medios tradicionales, hay una especie de establishment cultural que es sociológicamente diferente al resto de la población en general. […] Este debate se está dando en todo el mundo. En Europa he visto que la explicación es sociológica: los periodistas de la BBC o de El País o del medio que se te ocurra tienen una visión que no es la media del país. Hay una gran proporción de la población que está más a la derecha y se siente «silenciada». De alguna manera, Twitter es su vehículo, su voz.11

Ese corte «sociológico» entre un «establishment cultural» y «la media del país» (o sea, millones de trabajadores) es una pieza importante del rompecabezas. Lo que Castro y Malamud observan a nivel internacional, Nicolás Welschinger y Pablo Semán lo denominaron «sociedad política ampliada» para el caso argentino:

Los 40 años de democracia han creado algo que podemos llamar la «sociedad política ampliada», que es mucho más que los partidos políticos, sus dirigentes y sus militantes. También está compuesta por públicos estables de la política: pueden no ser muy extensos si se considera el total de la población, pero son muy efectivos en la retroalimentación de la conciencia de los elementos más activos de la política como una referencia permanente e inmediata, a punto tal que pueden ser confundidos con el electorado. Además, forman parte de esa «sociedad política ampliada» los medios de comunicación, las consultorías y, hasta cierto punto, la mirada académica que se contamina de la inmensa atracción que ejerce el dinamismo, la intensidad, el volumen de la escena constante de la ópera de la política que funciona 24/7, los 365 días del año.12

Ese sector es el que ha quedado «a la izquierda» de una creciente masa de población que lo ve como «casta privilegiada», «elite progresista», un sector «favorecido por el Estado» cuando no es directamente percibido como «manga de parásitos»13. De ahí que Castro y Malamud puedan argumentar:

Los viejos medios hablan por la izquierda, las nuevas redes hablan por la derecha. […] Cuando se prohíbe alguna cuenta o se cierra Twitter, habitualmente es por «trumpistas» o «bolsonaristas», entonces la crítica de la derecha es: «La izquierda sigue gritando en los diarios y a nosotros no nos dejan hablar en las redes». Es una discusión válida que se fundamenta en la demografía, no sólo en la sociología: los medios son más de viejos, las redes son más de jóvenes. Y los jóvenes, por primera vez en la historia, son más reaccionarios que la generación anterior.14

Sociología, demografía, medios tradicionales, plataformas digitales, política, historia. Una izquierda compuesta por quienes todavía viven de los vestigios del Estado de bienestar y se aferran a las expectativas de ascenso social sembradas durante los Gloriosos 30 años de posguerra (de 1945 a 1975), y una derecha compuesta por gigantescas masas de población libradas a su suerte, que afirman el esfuerzo individual y la iniciativa privada como formas legítimas de garantizarse el sustento. En sintonía con esas observaciones, Giulano Da Empoli (conocido por su novela El mago del Kremlin) sostiene que las redes sociales utilizan «la rabia popular» en función del apoyo a tal o cual candidato político.

Los ingenieros del caos comprendieron antes que otros que la rabia constituía una fuente colosal de energía, y que podía explotarse para lograr cualquier objetivo, siempre y cuando se entendieran los mecanismos y se dominara la tecnología. […] Lo importante es alimentar la rabia con contenidos «calientes» que susciten emociones. […] Poco importa que sean positivos o negativos, progresistas o reaccionarios, verdaderos o falsos. Los conceptos que agradan son desarrollados y recuperados, y se transforman en campañas virales e iniciativas políticas. El resto desaparece, en un proceso darwiniano que tiene por único criterio la atención generada en la red.15

La pregunta que cualquier materialista se haría es: ¿de dónde viene esa rabia? Da Empoli hace como que lo va a decir. Pero no.

Detrás de la ira pública, hay causas reales. Los votantes castigan a las fuerzas políticas tradicionales y recurren a líderes y movimientos cada vez más extremos porque se sienten amenazados por la perspectiva de una sociedad multiétnica y, en general, penalizados por procesos de innovación y globalización que las elites les han endosado en dosis de caballo a lo largo del último cuarto de siglo.

No estaríamos hablando de Waldo, de Trump y Salvini, del Brexit y de Marine Le Pen si no hubiera una realidad material en la que los nuevos populistas pudieran confiar para desarrollar sus reivindicaciones. No obstante, cuando se examinan los datos más de cerca, estos elementos, si bien relevantes, no son suficientes para explicar la magnitud de la agitación actual. Así lo atestigua, por cierto, el simple hecho de que, casi en todas partes, no sean necesariamente los más pobres o los más expuestos a la inmigración y el cambio quienes se echan en brazos de Waldo. Los votantes de Trump registraron mayores ingresos en 2016 que los votantes de Hillary Clinton, mientras que en Europa los partidos xenófobos obtienen sus mejores resultados en las regiones con menos inmigrantes.

Si bien la desconfianza contemporánea se basa en razones objetivas cuya importancia nadie pretende negar, también se alimenta de un factor a posteriori, el auténtico tabú que nadie se atreve a mencionar: no son solo las elites las que han cambiado, sino también «el pueblo».

Trabajosamente entendemos que Da Empoli llama «causas reales» a la amenaza de una «sociedad multiétnica» y a la «penalización» ejecutada por «procesos de innovación y globalización». Sean lo que fueren (¿racismo y cancelaciones por parte de la cultura woke?), esa «realidad material» es desestimada por el autor: no es la pobreza extrema ni el contacto asiduo con inmigrantes. Entonces, ¿qué causa la ira que alimenta al algoritmo? ¿Cuáles son esas «razones objetivas cuya importancia nadie pretende negar» en que se basa la desconfianza generalizada hacia «las elites gobernantes»? Da Empoli regatea claridad al respecto. No obstante, establece con nitidez esta línea causal entre la innovación tecnológica y la desconfianza política:

Un elemento fundamental de la ideología de Silicon Valley es la sabiduría de las multitudes: no habría que confiar en los expertos, pues la gente sabría más. El hecho de caminar con la verdad en el bolsillo, en forma de un dispositivo pequeño, brillante y colorido sobre el que es suficiente ejercer una ligera presión para obtener todas las respuestas del mundo, incide inevitablemente sobre todos nosotros.

Nos hemos habituado a recibir una respuesta instantánea a nuestras peticiones y deseos. […] Una forma de impaciencia legítima se ha apoderado de todos nosotros: ya no estamos dispuestos a esperar. Google, Amazon y Deliveroo nos han habituado a que nuestros deseos se cumplan antes de que los hayamos formulado por completo. ¿Por qué la política debería ser diferente? ¿Cómo es posible tolerar los rituales dilatorios e ineficaces de una maquinaria gobernada por dinosaurios impermeables a cualquier solicitud?16

En la ecuación del ensayista no figura el sistema educativo como institución capaz de dotar a los seres humanos de un criterio para discernir entre fuentes confiables de información y fuentes que no lo son. Como si darle un mensaje de voz a Google o a Siri fuera equivalente a procesar, clasificar, ordenar, evaluar y sintentizar las gigantescas masas de datos que se almacenan en las entrañas de Internet (aquí hay un estudio al respecto). En su curioso materialismo, Da Empoli no ve clases sociales ni movimiento del capital, para él se trata de individuos autónomos deseantes y empresas particulares oferentes (ni siquiera es tenida en cuenta la mediación dineraria). Si en la primera parte de esta nota vimos cómo la prohibición de celulares en las aulas era un gesto de luddismo digital, ahora vemos el mismo gesto pero a nivel del conjunto social. Según Da Empoli, empuñar un celular nos provee de «una forma de impaciencia legítima», a la vez que desautoriza (automáticamente) las fuentes académicas, científicas y enciclopédicas del saber. Así, la tecnología nos cambia mágicamente. Lo mismo piensa Antoni Gutiérrez-Rubí (asesor de campaña de Cristina Fernández y Sergio Massa, por ejemplo) en su libro prologado por Jaime Durán Barba:

El clickbait (que podemos traducir literalmente como «cebo de clics») pretende, a través de un titular con gancho, que el usuario haga clic en el artículo para generar una nueva visita. El negocio ya no es la información, es la atención. Esta nueva manera de pensar (que hace de lo efímero, del salto permanente, de la inmediatez el nutriente de la conciencia) nos vuelve más caprichosos, impacientes y pueriles. […] La democracia de los cuatro años sucumbe a la demanda de los cuatro segundos. […] es el tiempo de nuestra paciencia cognitiva para seguir leyendo un artículo de un sitio web, por ejemplo. Pero no es sólo el tiempo que invertimos en lo que leemos, sino en la mayoría de las acciones que tomamos, cada vez más. También en el voto. En una época de tanta información disponible, ¿para qué decidir ya mi voto? Protejo mi decisión, la hago más íntima, más personal, hasta el último minuto. Aumenta así la fragilidad del mal llamado voto cautivo.17

Da Empoli y Gutiérrez-Rubí son ludditas digitales. Piensan que la tecnología es más determinante que las relaciones sociales. Pero, en realidad, ocurre exactamente lo contrario. No es el I-Phone (cuya letra inicial significa muchas cosas pero, literalmente, «Yo») lo que exacerba el individualismo narcisista, adicto al shock de dopamina que inyectan las notificaciones enviadas por un algoritmo. Sino una sociedad atomizada en propietarios (unos, de medios de producción y subsistencia; otros, únicamente de fuerza de trabajo) que se vinculan únicamente a través del mercado, que compiten entre sí por maximizar la acumulación (o, en la mayoría de los casos, por mantenerse con vida) a ritmos y velocidades cada vez más mecanizados, en un proceso tendencialmente más y más continuo.

Toda esta constelación que conecta los avances tecnológicos (redes sociales, plataformas digitales, telefonía celular, IA) con sensibles cambios en la atención (el orden secuencial del sentido sucumbiendo al espasmo delirante), que afectan principal pero no únicamente a las generaciones más jóvenes y, como consecuencia, a sus decisiones políticas, encuentra la explicación que consideramos más atendible y consistente en un fenómeno histórico, específicamente capitalista, que Marx teorizó en 1867 y Harry Braverman actualizó en 197418: la degradación progresiva de la fuerza de trabajo.

Lo digital como consecuencia

Una diferencia crucial entre Literatura y revolución (1924), de León Trotsky, y El Capital (1867), de Karl Marx, es que el primero ya no sirve para militar el socialismo, mientras que el segundo sí. Esto se debe al objeto de estudio que cada uno de esos libros recorta y critica: mientras uno discute con las tendencias literarias en la Rusia de principios del siglo XX y su relación con los procesos sociales, el otro realiza un análisis abstracto de la mercancía y extrae de allí las leyes que rigen el movimiento del sistema capitalista. Por eso, mientras exista el capitalismo El Capital tendrá vigencia. Por el contrario, en tiempos de Netflix, Spotify, Taylor Swift y videojuegos, la literatura ha sido desplazada del centro de los consumos culturales de la clase trabajadora en todo el planeta. Y esto no se debe, como piensan Da Empoli y Gutiérrez-Rubí, a que tenemos celulares que nos vuelven caprichosos, sino a la ley capitalista de abaratamiento del costo unitario (por vía de la invención de métodos cada vez más sofisticados para extraer plusvalor relativo) y a que la educación (en tanto proceso sistemático, sostenido en el tiempo y con resultados mensurables, de transmisión generacional de capacidades y recursos que se propone una sociedad dada) se ha ido degradando al compás del funcionamiento normal del sistema capitalista.

En Francia […] cuando las personas nacidas entre 1945 y 1954 tenían entre 15 y 28 años, el 84% de ellas leía al menos un libro al año (sin contar los cómics). En cambio, este porcentaje llega apenas al 58% entre los conocidos hoy como millennials (los nacidos entre 1995 y 2004). En el caso del cómic, los valores son, respectivamente, del 59 y del 39%. En cuanto a los lectores asiduos (aquellos que leen al menos veinte libros al año, excluyendo los cómics), la proporción ha pasado del 35 al 11% […]

Esta tendencia al abandono progresivo de la lectura también se observa en EE.UU. Entre 1976 y 2016, la proporción de alumnos del último curso de bachillerato que no había leído «por placer» ningún libro en el último año subió del 11 al 34%. En paralelo, la proporción de lectores diarios (de libros o revistas) bajó del 60 al 16% […]

Encontramos una dinámica similar en el Reino Unido, donde se ha realizado un estudio muy amplio sobre el tipo de formatos que se leen. Entre 2005 y 2021, el número de estudiantes (de entre 8 y 18 años) que leía a diario «algo en papel o en pantalla» (ya fuesen libros, revistas, letras de canciones, cómics, blogs u otros soportes) pasó del 38 al 30%. Lo mismo puede decirse de los Países Bajos. […]

Recientemente, un estudio noruego se centró no ya en el porcentaje de usuarios, sino en el tiempo diario destinado a leer. Se examinaron dos cohortes. En la más joven (de 9 a 18 años), se observó una caída del 45% entre 1991 (51 minutos al día) y 2004 (28 minutos al día). En la de más edad (de 16 a 24 años), se identificó una reducción del 65% entre 1970 (35 minutos) y 2010 (12 minutos).19

Estas cifras provienen del recientemente publicado Más libros y menos pantallas (Cómo acabar con los cretinos digitales), de Michel Desmurget. El investigador francés complementa esos resultados con los datos que el programa PISA publicó en 2018:

el 49% de los estudiantes del primer ciclo de la secundaria de la OCDE aseguraban que sólo leían si se los obligaba, un porcentaje 8 puntos superior al obtenido en 2009. Y algo aún peor: más de una cuarta parte de ellos (el 28%) estaban convencidos de que leer es una pérdida de tiempo, lo que supone 5 puntos más que en 2009.20

El problema no termina en el nivel secundario: los estudiantes que hoy rechazan la lectura son los docentes que mañana deberán propiciarla. Un equipo académico realizó un análisis exploratorio del uso de libros de texto y hábitos de estudio en el ámbito de la educación superior. Y probó que ese nivel del sistema educativo también experimenta un fenómeno de retroceso generalizado de la lectura.

Los resultados de nuestro estudio indican una posible desconexión entre las percepciones de los estudiantes y las de los profesores. Aunque los estudiantes saben que es importante leer, saben que el profesor espera que lo hagan y saben que esto afectará su calificación, la mayoría de los estudiantes aún no leen el libro de texto.21

Despejemos toda traza de idealismo: no es la educación lo que cambia a la sociedad sino que son las necesidades de desarrollo de una sociedad lo que determina las exigencias dirigidas a la educación. Si un capitalismo, como el chino, desarrolla fuerzas productivas a escala competitiva, entonces su sistema educativo debe corresponderle:

Las baterías son sólo un ejemplo de cómo China está alcanzando a las democracias industriales avanzadas en su sofisticación tecnológica y manufacturera. Está logrando muchos avances en una larga lista de sectores, desde los farmacéuticos hasta los drones y los paneles solares de alta eficiencia.

El desafío de Pekín al liderazgo tecnológico que EE.UU. ha ostentado desde la Segunda Guerra Mundial se evidencia en las aulas y los presupuestos corporativos de China, así como en las directivas de los niveles más altos del Partido Comunista. […] En comparación, sólo una quinta parte de los estudiantes universitarios y la mitad de los estudiantes de doctorado estadounidenses están en estas categorías, aunque los datos estadounidenses definen estas carreras de manera un poco más estrecha.

La ventaja de China es particularmente amplia en baterías. Según el Instituto Australiano de Política Estratégica, el 65,5 % de los documentos técnicos ampliamente citados sobre tecnología de baterías provienen de investigadores de China, en comparación con el 12% de EE.UU.22

Esto no es un caso limitado a cierta rama de la producción, a ciertas ciudades prósperas o a franjas minoritarias de la población. Cuando China ingresó a las pruebas PISA en 2009 se produjo lo que fue bautizado como «Momento Sputnik» para los EE.UU.: así como en 1957 los norteamericanos tomaron conciencia de su atraso en la carrera espacial, en 2009 tomaron conciencia de su atraso en la carrera educativa23. Las dos preguntas que aparentan la aporía del huevo y la gallina son: ¿Los chinos mejoran su productividad porque mejoran en educación? ¿O mejoran en educación porque mejoran su productividad?

Quien le otorgue más iniciativa a la conciencia, las ideas y la voluntad que a las relaciones sociales, responderá afirmativamente a la primera pregunta. Nosotros afirmamos lo contrario: (a) diversas fracciones de la burguesía compiten entre sí por acumular más y más rápido, (b) esa competencia empuja a la innovación tecnológica permanente, (c) esta nueva tecnología sustituye fuerza de trabajo (a la vez que exige formación de excelencia para una minoría), (d) por eso cada vez sobra más gente (para el capital), (e) por eso la educación dirigida a esa población sobrante empeora y, consecuentemente, (f) la fuerza de trabajo de las nuevas generaciones –como explicaron Marx y Braverman– se degrada, se descualifica, (g) pierde no sólo destrezas y virtuosismo laborales, sino también facultades cognitivas, emocionales y sociales engendradas por la humanidad (como especie) a lo largo de milenios.

Ready Player One

El escritor y periodista anglosuizo Johann Hari publicó una obra titulada El valor de la atención (Por qué nos la robaron y cómo recuperarla). Entrevistado por El Confidencial, Hari narró las condiciones de su investigación y ofreció una síntesis de sus hallazgos:

Lo primero que hice fue aplicar mi formación en Cambridge para establecer las bases y emprender un viaje por todo el mundo, desde Moscú a Melbourne, para entrevistar a más de 200 expertos en atención, a los mejores del mundo. Me leí todo lo que estaba siendo publicado al respecto y lo primero que me sorprendió es descubrir que la tecnología es sólo una parte del problema. Yo pensaba que era el único problema. […] Mi primera conclusión es que hay que replantearse lo que sabemos del tema. La raíz del asunto es nuestra forma de vida. Hay algo profundamente equivocado en nuestra manera de estar en el mundo.24

En las conclusiones del libro, Hari medita en torno a lo que considera que fue una suerte de revelación: «el mundo está acelerando… y ese proceso causa una merma en nuestros márgenes de atención». En base a un estudio de 2019, titulado «Aceleración de las dinámicas de la atención colectiva», Hari advierte que el progresivo déficit de atención puede remontarse a 1880 y señala a «la Revolución Industrial» como punto de inflexión histórica. ¿Qué es lo que viene ocurriéndonos? «Desde la Revolucion industrial […] nuestras economías se han construido alrededor de una idea nueva y radical: el crecimiento económico». Ese crecimiento tendría dos modalidades: una sana (conquistar nuevos mercados) y una insana (imponer necesidades). La perspectiva burguesa de Hari (y sus fuentes consultadas) no puede ver que la dinámica del capitalismo integra ambas modalidades en un mismo proceso. Para Hari, la riqueza de las naciones es natural y no hay nada que merezca interrogación y análisis en el hecho de que se nos aparezca bajo la forma de un enorme cúmulo de mercancías.

Para nosotros, en cambio, hay otra hipótesis plausible. Esquemáticamente, somos capaces de dos tipos de atención: una «endógena centrada» (que ejercitamos cuando leemos según la cita de Alan Pauls que colocamos al comienzo) y una «exógena difusa» (que entrenamos al jugar videojuegos de acción). La primera es como un haz de luz focalizado; la segunda es como un barrido que ilumina todo el campo perceptivo.

para obtener un resultado óptimo en los videojuegos de acción, es imprescindible desarrollar una atención exógena difusa, es decir, que vigile cualquier movimiento, por pequeño que sea, del mundo exterior. En consecuencia, se trata de una atención que, por su propia naturaleza, es justo lo contrario de la concentración: en el primer caso expandimos el foco y tratamos de no perdernos ni una sola de las señales externas de nuestro entorno; en el segundo, nos centramos y tratamos de ignorar en la medida de lo posible el efecto perturbador de esas señales.25

Según el repaso bibliográfico que hicimos hasta aquí, la tendencia histórica en el capitalismo estaría atrofiando la atención endógena centrada e hipertrofiando la atención exógena difusa. Por eso decae la exclusividad de la lectura y crece la «cultura multitasker». Por eso cuesta cada vez más concentrarse, por eso nos dispersamos cada vez con mayor facilidad, por eso las notificaciones del algoritmo son tan eficaces en obtener nuestra atención. (Esto afecta profundamente a la memoria, también, pero es un problema para otro desarrollo). «Menos libros y más pantallas» es una consecuencia de la degradación social, no su causa.

Hace 2500 años Platón proponía, en su programa político República, darle la espalda a las sombras y los reflejos, desentumecer los músculos y salir de la caverna para mirar la luz del Bien metaforizada en el sol. Para lograrlo había que reorganizar la polis casi por completo, pues las transformaciones en la estructura psíquica exigían primero una transformación de la estructura social26. Desde ese entonces, las conquistas esforzadas del primate superior que descendió de los árboles y pisó la Luna, que construyó la cúpula de la Basílica de San Pedro y arrasó Nagasaki, que inventó la escritura e Internet, están siendo poco a poco devastadas por una forma de organizar las relaciones sociales basada (i) en la propiedad privada de los medios para producir la riqueza, (ii) la explotación de una clase (desposeída) por otra (poseedora) y (iii) el supremo fin de acumular (esto es, valorizar valor) en desmedro de la satisfacción de las necesidades humanas en todo el planeta.

NOTAS:

1 «El Conde: una película chilena y una metáfora universal».

2 «¿Qué hacemos con la cultura? Arte y educación en el capitalismo argentino».

3 «Películas, series, Gran Hermano y George Orwell».

4 Nos referimos a otra nota en dos partes: «Escolares cada vez más brutos, robots cada vez más piolas» y su continuación, «La culpa no es del software sino del modo de producción».

5 Ezra Klein, «Biden hizo a Trump más grande. Harris lo hace más pequeño», nota publicada en The New York Times el 11 de agosto de 2024.

6 Ver indicadores demográficos del Censo 2022 acá.

7 Desplegamos este asunto en «Milei es punk (y la cultura no es política)». También en «Es el capitalismo, no “la derecha”».

8 Agencia Lupa, «Bloqueo de X en Brasil: te explicamos lo que está pasando con la pelea legal entre Alexandre de Moraes y Elon Musk», nota publicada en Chequeado el 2 de septiembre de 2024.

9 Jack Nicas y Kate Conger, «Brasil suspende X ante la respuesta de Musk a un juez», nota publicada en The New York Times el 30 de agosto de 2024.

10 Michel Olguín, «TikTok vs. Estados Unidos: una batalla por la soberanía digital», nota publicada en UNAM Global Revista el 25 de abril de 2024. «Tik Tok vs Estados Unidos: las claves para entender el conflicto», nota publicada en Página/12 el 24 de abril de 2024.

11 Pablo Castro y Andrés Malamud, «Internas en la cúpula, violencia narco en Rosario y un experimento a cielo abierto en Brasil», episodio #17 del podcast Fenómeno Barrial.

12 Pablo Semán y Nicolás Welschinger, «El mangrullo de los necios», nota publicada por Le Monde Diplomatique en octubre de 2023.

13 Véase lo que decimos para el caso de los universitarios en «Despotismo ilustrado (Cómo los progres afianzan el voto libertario)». O en «El directorio del Conicet contra los personajes de historieta».

14 Pablo Castro y Andrés Malamud, «Internas en la cúpula, violencia narco en Rosario y un experimento a cielo abierto en Brasil», episodio #17 del podcast Fenómeno Barrial.

15 Giulano Da Empoli, «Ingenieros del caos: canaliza la ira y reinarás», publicado en El Cohete a la Luna el 1 de septiembre de 2024.

16 Giuliano Da Empoli, «Ira y algoritmos», nota publicada en El Cohete a la Luna el 18 de abril de 2024.

17 Antoni Gutiérrez-Rubí, Gestionar las emociones políticas, Buenos Aires, Gedisa, 2023, pp. 91-3.

18 Harry Braverman, Trabajo y capital monopolista (La degradación del trabajo en el siglo XX), trad. Gerardo Dávila, México, Nuestro Tiempo, 1984.

19 Michel Desmurguet, Más libros y menos pantallas (Cómo acabar con los cretinos digitales), trad. Lara Cortés Fernández, Barcelona, Península, 2024, pp. 54-7.

20 Michel Desmurguet, Más libros y menos pantallas, edición citada, p. 57.

21 Thomas Berry, Lori Cook, Nancy Hill and Kevin Stevens, «Análisis exploratorio del uso de libros de texto y los hábitos de estudio: percepciones erróneas y barreras para el éxito», artículo publicado en College Teaching, Vol. 59, No. 1 (Enero-Marzo 2011), pp. 31-39.

22 Keith Bradsher, «Cómo China construyó su destreza tecnológica: clases de química y laboratorios de investigación», nota publicada en The New York Times el 9 de agosto de 2024.

23 Chester E. Finn Jr., «Un momento Sputnik para la educación de EE.UU.», citado por Michel Desmurget en Más libros y menos pantallas, edición citada, pp. 80-3

24 Ángel Villarino, «La advertencia de Johann Hari: “Hemos perdido el superpoder de nuestra especie y no es solo por culpa del móvil”», entrevista publicada en El Confidencial el 23 de abril de 2023.

25 Michel Desmurget, La fábrica de cretinos digitales (Los peligros de las pantallas para nuestros hijos), Barcelona, Ediciones Península, 2022, p. 119.

26 Ver la charla de Marcelo Ghigliazza, «De la República de Platón a la República Argentina».

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