UN MARXISMO SIN PROLETARIADO (Eduardo Grüner y el materialismo histérico)

Hay frases que únicamente sirven para finalizar un diálogo, llenar el silencio que podría ocupar una reflexión o, directamente, bloquear un problema. Por ejemplo: «Así estamos», «Qué le vamos a hacer», «Es lo que hay», «Se hace lo que se puede». La misma función cumple esta otra: Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Los socialistas no podemos suscribir esa frase, pues casi no hacemos otra cosa que imaginar, a diario, el fin del capitalismo. Sin embargo, no pocos intelectuales que reivindican la tradición socialista y son, a la vez, aficionados a la tragedia adoptan un tono tan laboriosamente solemne, escéptico y desencantado, que parecen absortos en la contemplación de un horizonte cuya línea se confunde con el trazo de esa misma frase: Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.

Es el caso de Eduardo Grüner, quien publicó hace poco un libro titulado La tentación del desastre (Red Editorial, 2023) y quien, consultado por el proceso de elaboración de ese material, se nos muestra tan atribulado por el presente que puede percibirse en sus palabras el ceño fruncido:

…dados los tiempos que nos toca vivir, me interesaba abordar no solo los antropólogos que hacen filosofía en general, sino a los que hacen, para hablar rápido, una filosofía apocalíptica. Es decir, que explícita o implícitamente contemplan la hipótesis del fin de la humanidad, o al menos del fin de la cultura y la sociedad tal como las conocemos, y para los cuales por lo tanto humanidad, cultura, sociedad e historia están en situación de emergencia, atravesadas por un permanente e irresoluble conflicto, que puede ser llamado trágico.1

Entrevistado para Página/12, Grüner pinta el panorama global con colores que están, más o menos, en la paleta de la crítica de la economía política inaugurada por la obra de Marx:

Cuando se dice que «el mundo está loco», hay que entender que, como hubiera dicho un personaje de Hamlet, hay método en esa locura. Ese método es la lógica de aquel Capital mundializado que decíamos, que consiste en la reproducción ad infinitum de sí mismo, cueste lo que cueste, e incluyendo la reproducción cada vez más ampliada de sus células cancerosas, hasta el punto de la autodestrucción, lo cual significa, claro, la destrucción de todos y todas quienes vivimos forzosamente adentro del Capital, puesto que hoy no hay un afuera.

Hasta allí, poco y nada que objetar: el capitalismo es un tipo de sociedad dominante en todo el mundo, cuya lógica tiene por finalidad la reproducción ampliada del valor que se valoriza. Pero, a continuación, Grüner observa:

No es irresponsabilidad ni inconciencia: como reza una famosa frase, «ellos saben bien lo que hacen, pero igual lo hacen»; como el doctor Frankenstein, no pueden detener al monstruo que han creado.

La observación nos deja perplejos. Hagamos a un lado la muy probable alusión a la fórmula de la «razón cínica» propuesta por Peter Sloterdijk y citada en la obra de Slavoj Žižek hasta el hartazgo: «ellos saben lo que hacen, pero igual lo hacen». Porque, en el contexto de la entrevista que estamos comentando, lo que nos interesa no es la referencia erudita sino el hecho de que la frase parece no encajar.

Si «no es irresponsabilidad ni inconciencia», ¿a quién le atribuimos entonces la responsabilidad y la conciencia? ¿Quiénes son los que hacen sabiendo lo que hacen? Es más: si –como el doctor Frankenstein– no pueden (¡¿quiénes?!) detener al monstruo que han creado, es decir, si el monstruo se ha independizado y actúa por su propia cuenta, ¿a quién le adjudicamos la responsabilidad? ¿Al monstruo? ¿Al doctor Frankenstein? ¿A Mary Shelley? Hasta aquí, no lo sabemos. Por lo pronto, Grüner retoma el hilo apocalíptico de su discurso:

Todo esto es, como decíamos, lo que vuelve sorpresivamente actuales a nuestros autores: contemplar la posibilidad del fin del mundo humano ya no es una alegoría o una metáfora. La relación entre antropología y política, en estas condiciones, abre la pregunta dramática y urgente por qué nuevo y radicalmente diferente «lazo social» podrá ayudar a sortear la tentación del desastre. Puede ser que ya sea tarde, que ya no tengamos tiempo. Pero ello no puede ser una excusa para desentendernos de la obligación de intentarlo, interrogando críticamente a la realidad como lo hacen los autores de marras.

La pregunta por un «lazo social» nuevo y radicalmente diferente al lazo capitalista tiene una respuesta, el socialismo, que Grüner conoce pero por algún motivo calla. A menos que socializar los medios para producir la riqueza, bajo una planificación racional de la economía que apunte a la satisfacción de las necesidades humanas de toda la población sea, para Grüner, más difícil de imaginar que el fin del mundo.

Gramsci para derrotistas

El entrevistador, Demian Paredes, que parece no compartir nuestras inquietudes, da vuelta la página y pasa a otras preguntas: «¿Cómo ves la situación política actual, pensando en el fenómeno del gobierno nacional “liberal” que además se reivindica libertario? ¿Surgiría, a partir de tu libro, el planteo o la posibilidad de un “humanismo crítico” para oponerle?» Y Eduardo Grüner contesta:

Con todos los rasgos histórica y socialmente particulares que correspondan, nuestra situación nacional está marcada por el contexto global que describíamos, y quizá agravada por un funcionamiento del Capital particularmente brutal, como suele ocurrir en las sociedades mal llamadas «periféricas». Lo que se ve hoy en nuestro país es una degradación extrema, una verdadera descomposición social, cultural y política. Están, por supuesto, el crecimiento exponencial de la pobreza, la indigencia, la desocupación. Pero está, además, el crecimiento de la ignorancia, la hostilidad cotidiana, la indiferencia, la «guerra de todos contra todos».

Hasta aquí, el diagnóstico es similar al que venimos realizando en nuestras notas, sólo que nosotros no colocamos un adversativo entre «el crecimiento exponencial de la pobreza, la indigencia, la desocupación» y «el crecimiento de la ignorancia, la hostilidad cotidiana, la indiferencia». Sino que, según nuestra hipótesis, es precisamente porque la miseria material crece, que crece la «guerra de todos contra todos». Es precisamente porque en el capitalismo lo que se valoriza es el valor, que las relaciones sociales y los seres humanos se desvalorizan. Grüner apela a esos autores que considera «antropólogos que hacen una filosofía apocalíptica» como si el problema que señala con ese diagnóstico (que compartimos) tuviera solución o indicios de ella en alguna inclinación natural, en algún impulso esencial o algún tipo de fuerza intrínseca, propia del ser humano, que lo empuja hacia «la tentación del desastre».

Pareciera que estamos ante una crisis casi terminal de nuestra cultura (otra vez apelo a la pertinencia de nuestros autores), sin que aparezca un proyecto alternativo, al menos con suficiente llegada a las masas populares. Para volver a la tan socorrida idea de Gramsci, es en el vacío entre lo que no termina de morir y lo que no se decide a nacer que aparecen los peores monstruos.

El profesor Grüner cae en la trampa de las citas de señalador, que de tan esgrimidas por autoridades académicas ahorran el trabajo de cotejarla con fuentes. El error no sería un problema si la manoseada frase de Antonio Gramsci («El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos») no adoleciera de una traducción que habilita ser interpretada desde una moral individualista, liberal. La frase que Gramsci escribió es en verdad esta:

La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados.2

Al hablar de «monstruos», en lugar de «fenómenos morbosos», la tentación del desastre metodológico acecha y, en vez de tomar como punto de partida la totalidad, enseguida se busca individuos a quienes señalar y denunciar. Pero Gramsci, como buen marxista, seguramente leyó el prólogo a la primera edición de El Capital sin pasar por alto esta observación metodológica:

No pinto de color de rosa, por cierto, a las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí sólo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas.3

«Mi punto de vista», escribió Marx, «menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo». El problema principal en el capitalismo no son los monstruos sino las monstruosas relaciones sociales personificadas por individuos. De hecho, en el mismo prólogo a esa primera edición (¡1867!), incluso en la misma página, cuando Marx señala que las condiciones de vivienda y alimentación de los trabajadores, la explotación de mujeres y niños, etc., «llenarían de horror» a cualquiera que las contemplara, escribe este pasaje, que conversa con la cita mal traducida y lamentablemente atribuida al presidiario Antonio Gramsci:

Perseo se cubría con un yelmo de niebla para perseguir a los monstruos. Nosotros nos encasquetamos el yelmo de niebla, cubriéndonos ojos y oídos para poder negar la existencia de los monstruos.

Cubrirnos ojos y oídos, en el contexto de ese prólogo, equivale a poner entre paréntesis los cinco sentidos para concentrar nuestras fuerzas en el poder de análisis y abstracción de nuestro cerebro, como si fuera «un microscopio» o un «reactivo químico». De ese modo podemos penetrar con la inteligencia la forma en que se nos presenta la realidad para comprender por qué se nos presenta así: más allá de los monstruos, inteligir la génesis de la monstruosidad. Porque los monstruos son un efecto: para que desaparezcan es necesario combatir sus causas.

Hay un problema adyacente que ofrece aquella cita mal traducida. Aislada de la página completa del cuaderno en que fue escrita, comulga con el tono trágico, fatalista, de un discurso desencantado que no tiene nada que ver con el contexto de esos apuntes redactados en la cárcel por un socialista revolucionario. Pocas líneas más adelante Antonio Gramsci escribió:

También de esto se puede concluir que se están formando las condiciones más favorables para una expansión sin precedentes del materialismo histórico.

En este punto coincidimos con Gramsci: el socialismo no es una opción progresista sino revolucionaria. No es el producto de una sociedad que se expande, se educa, se desarrolla y avanza, sino una respuesta a la sociedad cuando se hunde y se degrada, cuando profundiza el individualismo, la violencia y «la guerra de todos contra todos»4.

Trotsky para peronistas

A pesar de aquella orientación metodológica (la causa está en las relaciones más que en sus términos, en la estructura social más que en los individuos que la componen, se trata de la personificación y no de las personas, los monstruos no vienen de la nada sino que son engendrados, etc.), cuando Eduardo Grüner explicita cuál sería la tarea de un «humanismo crítico», deja a un lado toda la potencia de abstracción y de análisis para quedarse con el material sensible, empírico, que le ofrecen sus cinco sentidos:

El «humanismo crítico», si existe tal cosa, empieza por tomar nota de la catástrofe. Y quiero ser claro en esto: como aborrezco la corrección política y desconfío del progresismo biempensante, no pienso disculpar ni «comprender» a quienes votaron lo que votaron: también sabían lo que hacían, e igual lo hicieron. En el mejor de los casos son el síntoma patológico de la descomposición que mencionábamos.

Los que votaron a Milei, ¿sabían lo que hacían o son el síntoma de la descomposición? Según lo que interpretamos, Grüner piensa que los votantes libertarios son una suerte de «síntoma conciente», por lo tanto responsable, de una catástrofe que –a juzgar por lo que Grüner dice y lo que calla– habría comenzado con la llegada de Milei al gobierno. «Sabían lo que hacían, e igual lo hicieron».

Hemos escrito acerca de este sesgo característico de muchos intelectuales progresistas: los trabajadores que votan al peronismo (es decir, a la Triple A, al indulto, al neoliberalismo de Menem, a Scioli, a Massa, etc.) tienen derecho a equivocarse pero los trabajadores que votan a Milei saben lo que hacen y no merecen ni la «disculpa» ni la «comprensión» de marxistas eruditos como el profesor Eduardo Grüner5.

Puede parecer que exageramos, pero en la reciente presentación de un libro de Alejandro Horowicz sobre Lenin y Trotsky subtitulado «Los dragones de Marx», Grüner aprovechó una referencia al cuento de Kafka «Ante la ley» para urgir a la acción:

Escuchamos hoy en día que «hay que esperar», que «hay que darle tiempo», y lo que nos está diciendo la alegoría de Kafka (que nos recuerda Alejandro) es que esperar es morirse.6

No hubo precisiones acerca de cuál sería la acción contraria a esperar. Si esperar es morirse, ¿qué hay que hacer? ¿Desesperar? No lo sabemos. Tampoco sabemos si Eduardo Grüner realizó en público esa misma apreciación cuando Sergio Massa incorporó un millón y medio de pobres a las estadísticas, el año pasado. Ojalá que sí y nos lo hagan saber cuanto antes. Mientras esperamos esa réplica, volvamos a la entrevista publicada en Página/12, ya que Grüner la menciona en aquella misma presentación del libro de Horowicz, a propósito esta otra caracterización:

Se habla de «neoliberalismo», de «fascismo», de un capitalismo de la «crueldad», etcétera. Después de mucho discutir la cuestión con amigos y amigas, me decido por una categoría de uno de mis autores: lo Siniestro, traducción muy imperfecta del concepto de Unheimliche de Freud, que entre otras cosas alude a aquello «familiar», naturalizado o normalizado, que de pronto, sin dejar de ser eso, al mismo tiempo se vuelve horroroso, ominoso, amenazante. En eso se ha transformado nuestra democracia.

Los votantes de Milei han transformado la democracia argentina en algo tan pesadillesco y angustiante que el profesor Grüner necesita recurrir al idioma alemán y a un concepto «muy imperfectamente traducido» para nombrar lo que ve. En los últimos 40 años (28 de los cuales fueron gobernados por el peronismo), recién ahora, con el triunfo de Milei, la democracia burguesa se habría transformado en algo siniestro.

Es curioso que Grüner no sólo omita la responsabilidad y la conciencia de todos los gobiernos que nos trajeron hasta Milei, no sólo omita hacer la más ínfima alusión a la principal fuerza política garante del orden burgués en Argentina, el peronismo, no sólo señale a los votantes libertarios como la causa de lo siniestro, sino que olvide incluso sus propias ideas, tan nítida y lúcidamente expuestas en su propia obra escrita. Por ejemplo, en Las formas de la espada, donde nos habla de la «autonomía de un sujeto que todavía no existe»:

…es la misma actividad «autoinstituyente», «autocreativa», que por definición no tiene un cierre ni una finalidad predeterminada –no es teleológica–, la que especifica una de las tres tareas estrictamente imposibles que señala Freud: enseñar, psicoanalizar, hacer política. «Imposibles», porque justamente las tres deben suponer, para llevarse a cabo, una autonomía del sujeto que todavía no existe. Las tres deben ayudar a hacer emerger un sujeto autónomo en una sociedad heterónoma, dominada por «intereses particulares» que son interiorizados, alegremente, por los propios sujetos cuya plena autonomía requeriría su liberación de ellos. Esa es la dimensión propiamente «utópica» de las tres prácticas «imposibles».7

Ese Grüner de los años noventa –en que millones de trabajadores le hacían ganar al peronismo encabezado por Menem cinco elecciones seguidas– nos decía que para ser plenamente responsable hace falta conquistar primero la autonomía: un sujeto dividido, dependiente o dominado por intereses particulares alegremente interiorizados, no puede ser plenamente responsable ni conciente de sus actos. Lo cual tampoco es necesariamente un obstáculo insalvable para llevar adelante un proyecto emancipatorio. En su extenso estudio sobre la revolución haitiana, el Grüner de «la década ganada» –cuando millones de trabajadores votaban al peronismo encabezado por Néstor y Cristina– escribe:

Su revolución fue, pues, también una revolución filosófica. Eso, desde ya, no lo sabían, ni tenían por qué saberlo. E incluso tal vez haya sido ese no-saber el que les haya permitido producir una verdad.8

Tenemos la impresión de que cuando a Grüner le simpatizan sus objetos de estudio (ora los haitianos revolucionarios, ora los votantes de Menem, Kirchner y Massa), no sólo cobija la posibilidad de un no-saber, sino que ese no-saber es positivamente valorado. Cuando no le simpatizan (como ocurre con los votantes de Milei), no hay lugar para la ignorancia y el desconocimiento: se trata de sujetos que actúan con plena autonomía, plenamente concientes, plenamente responsables.

Marx para militantes

Casualmente, en el grupo de lectura y estudio de El Capital que estamos llevando adelante9, arribamos hace poco a las páginas sobre «El carácter fetichista de la mercancía y su secreto». El contraste entre las declaraciones del marxista Eduardo Grüner y ese apartado crucial en el desarrollo argumental de Marx nos provee de importantes distinciones conceptuales y orientaciones políticas.

Por empezar, Marx nos dice que la mercancía refleja (o sea, muestra una imagen invertida, distorsionada de) los caracteres sociales del trabajo humano como si fueran propiedades objetivas de los productos de ese trabajo: en el capitalismo, el precio de un diamante se nos presenta con la naturalidad de su dureza; el precio del azúcar, con la naturalidad de su dulzura. Pero que las cosas tengan precio (y valor) no es una propiedad natural de las cosas. Es una propiedad social que las cosas adquieren bajo ciertas relaciones entre seres humanos, históricamente determinadas.

Lo misterioso de la forma mercantil consiste sencillamente, pues, en que la misma refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los productos del trabajo, como propiedades sociales naturales de dichas cosas, y, por ende, en que también refleja la relación social que media entre los productores y el carácter global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de los productores.10

Como en el capitalismo los productos del trabajo sólo adquieren validez social en el intercambio (la compraventa en el mercado), los productores no se relacionan entre sí directamente, sino que relacionan entre sí los productos de sus trabajos. Por eso el carácter social de esos trabajos se nos muestra, necesariamente, como propiedad natural de las cosas intercambiadas. Son las cosas las que se encuentran en relación directa, no las personas. Detengámonos un momento acá.

En el capitalismo, la producción no está planificada socialmente. No hay una coordinación que preceda a la realización de los trabajos individuales y los convierta, de entrada, en parte integrante de un contexto social. Por eso decimos que los productores no se relacionan entre sí directamente. Sus trabajos se realizan de manera privada e independiente de los demás trabajos de los otros productores.

Por ejemplo, para que un carpintero pueda fabricar un determinado número de mesas tiene que haber sido producida (y ofertada en el mercado) la madera necesaria; si el carpintero logra vender sus mesas y quiere comprarse ropa, esa ropa tiene que haber sido producida primero (y ofertada en el mercado). Pero como cada productor realiza el gasto de trabajo de manera privada e independiente, los productores de madera no saben cuánta necesitan los carpinteros, los carpinteros no saben cuántas mesas necesita la sociedad y los productores de ropa no saben cuánta ropa necesitan los carpinteros. Cada productor hace estimaciones, estudios de mercado, calcula más o menos, y después «vamos viendo». En eso consiste la anarquía y la irracionalidad del capitalismo: un descomunal derroche de esfuerzos humanos, con toda clase de sacrificios y destrucciones mediante, para después «ver qué onda».

Y en eso consiste «lo misterioso de la forma mercantil», que no es un fenómeno de ilusión óptica o de falsa conciencia (por eso no basta explicarlo para que desaparezca), sino el resultado objetivo de una determinada forma de organizar la producción social: los productores no se relacionan directamente, vía un plan de producción, sino indirectamente a través de sus productos en el intercambio.

Por consiguiente, el que los hombres relacionen entre sí como valores los productos de su trabajo no se debe al hecho de que tales cosas cuenten para ellos como meras envolturas materiales de trabajo homogéneamente humano. A la inversa. Al equiparar entre sí en el cambio como valores sus productos heterogéneos, equiparan recíprocamente sus diversos trabajos como trabajo humano. No lo saben, pero lo hacen.11

En el capitalismo, los seres humanos consideramos los productos del trabajo como «valores». No importa qué ideas nos suscite ese «valor», qué pensemos o creamos que se oculte detrás de él ni si el trabajo humano tiene o no algún lugar entre esas ideas. Los trabajos humanos se equiparan en el intercambio de manera objetiva, como resultado de esa organización social, independientemente de la conciencia que podamos tener los individuos de que esa equiparación se realiza de hecho.

Ahora bien, este fenómeno del fetichismo de la mercancía se plasma en la conciencia no sólo en relación a la toma de decisiones económicas sino también en relación a la toma de decisiones políticas. Porque si la economía política clásica (Adam Smith, David Ricardo) y la economía neoclásica (Alfred Marschall, León Walras) imaginan que los actores económicos toman decisiones racionales para la maximización del beneficio personal, muy por el contrario la crítica de la economía política (Marx) sostiene que los actores siguen una racionalidad que les viene impuesta por las relaciones económicas mismas: no lo saben, pero lo hacen.

En este sentido, el permanente afán de los burgueses por aumentar su capital no proviene del ansia desmesurada de ganancias que un egoísmo innato e hipertrofiado les insuflaría. Proviene del imperativo de la competencia que exige ese comportamiento, so pena de ruina económica. Si el sistema capitalista poseyera una bandera, llevaría en ella esta inscripción: competencia o muerte12.

Y en ese mismo sentido, pensar que la responsabilidad por la catástrofe social en que vivimos le corresponde a «monstruos concientes de lo que votaron» es pasar del fetichismo de la mercancía a la personalización de las relaciones fetichizadas, que no se detiene por supuesto en trabajadores que votan: para esta personalización de las relaciones fetichizadas, el problema no sería el capitalismo sino los monopolios, las corporaciones, los bancos, los especuladores, los organismos de crédito, el capital financiero, el FMI, etc. Se pierde por completo el enfoque objetivista del marxismo y se adopta un método subjetivista de las leyes que regulan el movimiento de la sociedad moderna. De ahí el voluntarismo que pretende salir a controlar precios en brigadas patrióticas que, munidas de pecheras y otros instrumentos de persuación, exhortarían a cada gerente de supermercado para retener las riendas de la economía.

Pero si El Capital (Crítica de la economía política, no olvidemos el subtítulo) tiene alguna utilidad para la militancia es, entre otras razones, porque nos muestra que el fetichismo de la mercancía no es un fenómeno de conciencia que se podría eliminar por medio de una explicación pedagógicamente adecuada. El fetichismo es la consecuencia necesaria de una determinada praxis social, la producción de mercancías, que tiene efectos en el cerebro bajo la forma de una conciencia espontánea que naturaliza esa praxis. Como explica Marx en las páginas 98 y 99 de su obra citada:

A formas que llevan escrita en la frente su pertenencia a una formación social donde el proceso de producción domina al hombre, en vez de dominar el hombre a ese proceso, la conciencia burguesa de esa economía las tiene por una necesidad natural…

Por lo tanto, la tarea militante consiste en sumar voluntades con el propósito de reemplazar aquella praxis por otra, aquella forma de organización irracional de la producción (el capitalismo) por una forma racional (el socialismo). Si el fetichismo es un efecto, entonces hay que atacar sus causas, no sus manifestaciones consecuentes.

Adorno para la casa

Con el caso de Grüner como ejemplo, vemos que la terminología marxista puede servir de disfraz a una concepción de la sociedad que le presta herramientas al liberalismo y el progresismo: si la economía capitalista es manejable a voluntad por el poder político, entonces basta con votar proyectos «alternativos» y «populares» para controlar los precios y elevar los salarios.

Esa es la concepción de toda la izquierda, que abraza los supuestos del progresismo y que se opone a la tradición socialista: los precios están en manos de «un puñado de formadores», los «grupos económicos concentrados», los «poderes fácticos», y sólo el Estado burgués puede arbitrar entre las contradicciones de clase, siempre y cuando «el pueblo» haga su parte en la «correlación de fuerzas».

Muy por el contrario, para Marx (de cuyo nacimiento hoy se cumplen 206 años) no hay manera de controlar los precios porque sus movimientos tendenciales están regidos objetivamente, por la ley del valor. No subjetivamente, por la maldad, la crueldad o el egoísmo de «los oligopolios». Si algo enseña El Capital es que los seres humanos no dominamos el capitalismo a voluntad, a pesar de que fenómenos como el fetichismo de la mercancía sean perfectamente sociales.

Aquella interpretación retorcida de la crítica y de la política (que ve monstruos cuando no gobierna el peronismo, que personaliza las relaciones fetichizadas y que confía políticamente en el Estado burgués) protege contra las lecturas de El Capital como ciencia que justifica el esfuerzo militante de lucha por el socialismo en reemplazo del capitalismo. El marxismo que ejercita Eduardo Grüner es un marxismo mutilado de la fuerza material que le da sentido: un marxismo sin proletariado.

Quizá Adorno tuviera razón: sería intelectual y políticamente honesto que al menos nos hiciéramos cargo de la posibilidad de tener que arreglárnosla con un marxismo «a medias», trunco, castrado del esqueleto y la carne que debía ser su cable a tierra en la historia material.13

Ese marxismo a medias, trunco, no es marxismo sino un subterfugio que permite apoyar y hasta votar proyectos «alternativos» y «populares» capaces de distribuir migajas materiales (con acomodos para «la cultura», eso sí) y de expandir derechos simbólicos (como declarar el Día del Orgullo Villero) para sentir la satisfacción por la reproducción del trágico destino de escritor de géneros culposos.

Y así es también como reaparece, vean ustedes por dónde, un personaje ya conocido por los lectores de Sitio, y que seguramente seguirá siendo un habitué de nuestras páginas mientras siga siendo un habitante de nuestras pampas: nos referimos al compañero Hystericus, al que habíamos descripto como aquel que «ha votado por Palacios sin ser socialista, por Frondizi sin ser desarrollista, por Cámpora-Perón sin ser peronista, y lo hará (lo hizo) por Alfonsín, sin por eso renovarse ni cambiar para nada». Y, lógicamente, cada vez se ha sentido traicionado, suponiendo que era el otro el que debía plegarse a su política.14

NOTAS:

1 Demian Paredes, «Entrevista a Eduardo Grüner», publicada en Página/12 el 28 de abril de 2024.

2 Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel. Cuadernos 1-5 (1929-1932), traducción y notas de Antonio J. Antón Fernández, CABA, Akal, 2023, p. 298. El orginal, que puede leerse aquí, dice: «La crisi consiste appunto nel fatto che il vecchio muore e il nuovo non può nascere: in questo interregno si verificano i fenomeni morbosi più svariati».

3 Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política, traducción y notas de Pedro Scaron, Buenos Aires, Siglo XXI, tomo i, vol. 1, 2002,p. 8.

4 Hablamos de esto en «Los fenómenos morbosos más variados», Sencillito #31 publicado el 17 de agosto de 2023.

5 Por ejemplo: «Desde esa interpretación progre, el voto a Massa era un gesto complejo, matizado, crítico, de aprobación de ciertos elementos (casi todos simbólicos) y reprobación de otros (casi todos económicos), un voto con la nariz tapada o “mirando para otro lado” porque “lo que está enfrente es peor”, un voto paradojal (no a favor de Massa sino en contra de Milei), un voto intrincado, laberíntico. Y, para esa misma interpretación del progresismo reformista, el voto a Milei es un acto absoluto, simple, sin fisuras ni contradicciones, un voto monolítico a favor de la dictadura, el fascismo y el Falcon verde.» En «Divide y perderás», Sencillito #45 publicado el 23 de noviembre de 2023.

6 Presentación al libro de Alejandro Horowicz, Lenin y Trotsky. Los dragones de Marx, en la Escuela de Antropología de Rosario, minuto 33:08.

7 Eduardo Grüner, Las formas de la espada. Miserias de la teoría política de la violencia, Buenos Aires, Colihue, 1997, p. 148.

8 Eduardo Grüner, La oscuridad y las luces. Capitalismo, cultura y revolución, Buenos Aires, Edhasa, 2010,p. 526.

9 Desde aquí se accede al registro de los encuentros realizados, que son gratuitos, se celebran bajo modalidad virtual y están dirigidos a militantes socialistas.

10 Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política, traducción y notas de Pedro Scaron, Buenos Aires, Siglo XXI, tomo i, vol. 1, 2002,p. 88.

11 Karl Marx, El capital. Crítica de la economía política, traducción y notas de Pedro Scaron, Buenos Aires, Siglo XXI, tomo i, vol. 1, 2002,p. 90. Resaltamos en negrita.

12 Ver «Monopolios y Estado burgués: el proceso contra Google y los disensos entre capitalistas», nota publicada el 16 de septiembre de 2023. También «Belocopitt: ¿demoníaco u obediente?», Sencillito #59 publicado el 29 de febrero de 2024. Y «Chat GPT: crisis en la cima liberal del mundo», Sencillito #49 publicado el 21 de diciembre de 2023.

13 Eduardo Grüner, La obsesión del origen. Después de «Heidegger», ¿se puede escribir «Adorno»?, Olivos, Ubu Ediciones, 2020,p. 189.

14 Eduardo Grüner, Un género culpable, CABA, Godot, 2013,p. 48.

2 comentarios en “UN MARXISMO SIN PROLETARIADO (Eduardo Grüner y el materialismo histérico)”

  1. Estimados,
    Muy buen artículo y descripción de los errores del progresismo; “el problema no sería el capitalismo sino los monopolios, las corporaciones, los bancos, los especuladores, los organismos de crédito, el capital financiero, el FMI, etc.”, el confundir causas y efectos; “… problema principal en el capitalismo no son los monstruos sino las monstruosas relaciones sociales personificadas por individuos”, el subjetivismo; “se pierde por completo el enfoque objetivista del marxismo y se adopta un método subjetivista de las leyes que regulan el movimiento de la sociedad moderna”, etc.

    Mi observación al artículo es la siguiente:
    En el primer párrafo se describe el fatalismo y obstáculo que supone la frase; “es más fácil imaginar el final del mundo que imaginar le final del capitalismo”. A continuación, en el 2do párrafo, se señala críticamente; “los socialistas no podemos suscribir esa frase, pues no hacemos otra cosa que imaginar, a diario, el final del capitalismo”.
    Sin embargo, el capitalismo se nos presenta a socialistas y no socialistas como un sistema concreto sin necesidad de recurrir a la imaginación. Pero, al contrario, su reemplazo, que nos evita la trampa de “continuidad capitalista o apocalipsis”, solo se ha imaginado.

    Creo que debemos enfrentar la alternativa del “apocalipsis” capitalista con acciones y propuestas socialistas concretas, más allá de las acostumbradas generalidades del tipo de una “asociación de productores libres”. Entonces, y por ejemplo: ¿Qué salario mínimo concreto, en pesos de ahora, puede implementar el socialismo en el mediano plazo, y de acuerdo a que propuesta y plan lo lograría?.

    SALUDOS
    PD. Me pueden ubicar en RRSS:
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    1. Muchas gracias, César, por la atenta lectura, por el comentario elogios y por la observación final. Sobre esta última, que concluye con una pregunta, pensamos lo siguiente:

      El salario es el precio de la fuerza de trabajo y expresa el valor de reproducción de esa fuerza (la canasta básica, lo mínimo indispensable que necesita un trabajador para hacerse explotar en condiciones normales cada día de laburo). Es decir, el salario supone la mercancía «fuerza de trabajo» (y todo el mundo de las mercancías, es decir, el mundo en que el trabajo adopta la forma de valor). Por eso en el socialismo no debería haber salario.

      Pero podríamos preguntarnos: «Mientras alcanzamos ese objetivo, ¿qué hacemos?» O sea, podríamos preguntarnos por la transición al socialismo, qué haríamos con el salario durante ese período. Y la respuesta debería contemplar todas las variables concretas de la singular situación histórica en que esa transición llegara a darse. Es decir, esa respuesta no puede ser elaborada ahora porque no hay ninguna transición al socialismo en camino.

      En tercer lugar, coincidimos completamente en que debemos elaborar «acciones y propuestas socialistas concretas, más allá de las acostumbradas generalidades del tipo “asociación de productores libres”». Por eso, hoy, lo que nos preguntamos es cómo realizar la transición de un puñado de compañeros a un centenar de militantes. Esta es una pregunta concreta para los socialistas.

      La especulación detallada y abstracta de la sociedad socialista (cómo sería el salario, cómo sería el transporte, cómo serían las viviendas, la cultura, el arte, la ciencia, etc.) es una tentación permanente de la que debemos cuidarnos. Porque se trata un modo confortable y sencillo de escapar a las preguntas inmediatas que comprometen nuestra vida cotidiana.

      Compensar imaginariamente las faltas reales de nuestro día a día no va a rellenar esas faltas.

      Un abrazo, compañero.

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