«NADIE SE SALVA SOLO»: Un eslogan burgués para la unidad nacional

La crítica se dice de varias maneras. Todas presentan un requisito común, que es el fundamento de la actividad crítica: un desnivel, cierta asimetría. La crítica es un recurso que se nos ofrece (o del que echamos mano) cuando hay una diferencia de saberes, de razones, de capacidad analítica o sensibilidad estética frente a una obra, un fenómeno, un proceso. Quien critica construye una pericia, una interpretación, una hipótesis, una explicación, para alguien que no puede construirla. Por eso, entre iguales no hay crítica: hay diálogo. El diálogo es otro tipo de ejercicio de la palabra, que no por menguante deja de tener su propia lógica y su merecida valoración. Pero hoy queremos hablar de la crítica.

Entre la población ilustrada del mundo existe un sector de la clase trabajadora (en número decreciente) que todavía requiere formación educativa (de profundidad creciente) para ejercer el pensamiento, la crítica artística y cultural. Este sector es capaz de advertir –e indicar– claves de lectura, decisiones formales, simetrías estructurales, contextos y asociaciones, que habilitan el consumo enriquecido de una obra, el entendimiento sofisticado de un fenómeno. El acceso a este tipo de crítica está habilitado –en general– para quienes, previamente, han conseguido desarrollar en sus cerebros las capacidades simbólicas y cognitivas que sólo una educación exigente y sostenida en el tiempo puede favorecer. Se trata, además, de un tipo de crítica que establece una relación sesgada, oblicua, con el significado de su objeto: lo valora como recurso constructivo, no como enseñanza, moraleja o conclusión. Por eso la relación con su entorno temporal es profunda, pero tortuosa con su entorno histórico: al exhibir lo que una obra expresa de similar, diferente o híbrido con su contexto de aparición, no puede saber qué lugar tendrá esa expresión –ni si tendrá lugar– en el más largo aliento del tiempo histórico. Esta incertidumbre alimenta la tentación de apostar al futuro: ¿qué obra será un clásico?, ¿cuál será recordada?

Ese primer modo de hacer crítica, que interpela a trabajadores previamente educados en el valor y el disfrute de la interpretación formal o la asociación propicia, se complementa con un segundo tipo de crítica, que se ofrece a otra capa de la población trabajadora y que funciona de manera exactamente inversa: no demanda un esfuerzo, corrobora algo previo. El desnivel, en este caso, es retórico. Y la tarea de subsanar ese desnivel se agiganta con la degradación educativa. Nos estamos refiriendo al tipo de crítica que es pródiga en argumentos destinados a estructurar y confirmar lo que el espectador ya sentía antes de contemplar, lo que el lector ya experimentaba antes de leer, lo que el oyente ya pensaba antes de escuchar, pero sólo podía enunciarlo en forma caótica. Se trata de un ejercicio crítico orientado al placer y la satisfacción. Esta manera de hacer crítica brinda una retórica capaz de expresar agradablemente un sentimiento previo.

Un tercer ejercicio de la crítica es posible. Es el que pretendemos ensayar y desplegar. En este caso, el desnivel en que hace pie la crítica, la diferencia que la funda, es la debacle social, el desmoronamiento del universo cultural: entre el mundo que conocimos y el actual ocurrió un cataclismo, un derrumbe colosal en términos de remuneración económica, público destinatario y formación educativa. A partir de ese quiebre intentamos pensar. Nuestra crítica no se emparenta con la primera: no tenemos las herramientas que permiten operar una crítica técnica consistente para la razón y enriquecedora del campo sensible. Mucho menos se emparenta con la segunda, que tiende a confirmar, conservar y repetir: «Es como yo pensaba». El tipo de crítica que intentamos poner en práctica es el desarrollo de argumentos que buscan el cambio de ideas políticas, no el refinamiento juicioso de la sensibilidad ni la satisfacción ratificatoria de los prejuicios.

No buscamos cualquier cambio de ideas. Buscamos el socialismo.

La cultura conserva, el cerebro también

El boom de El Eternauta en Argentina nos provee muchos ejemplos de aquel segundo tipo de crítica, ese modo de ver y de leer que busca la confirmación agradable, no el análisis formal ni la pregunta incómoda. Se trata del modo mayoritario y creciente de ejercitar la crítica, reproducido y ampliado por la degradación educativa. Entre este modo de ver El Eternauta y los últimos resultados de las pruebas Aprender hay más de un lazo de comunión.

No nos referimos únicamente a la degradación de ciertas facultades cognitivas (imaginar, memorizar, intuir, calcular, anticipar, conceptualizar, analizar, sintetizar…), sino también al modo natural de funcionamiento de nuestro cerebro: como todas las conquistas evolutivas, nuestra mente es poderosamente conservadora. ¿Por qué? Porque su función es mantener la vida y expandirla. Entonces la degradación educativa y la naturaleza conservadora de la conciencia apuntalan una necesidad propia de un sector político y social huérfano de perspectiva: El Eternauta complace esta necesidad, imaginariamente.

Quienes suponen que esta serie de Netflix cambiará algo en términos políticos, no buscan otra cosa que una vuelta al pasado. Estamos hablando del peronismo. Una fuerza política que no puede reagruparse porque sus dirigentes se encuentran en una interna inagotable por el poder bonaerense, aunque su campo de batalla sea todo el territorio nacional. Consternados por esta pelea, los dirigentes de esta fuerza prevén efectos similares a los que ya se han producido en las elecciones anticipadas de diferentes provincias: LLA se consolida sin prisa y sin pausa, mientras los candidatos peronistas (muchos de ellos, ahijados de las intervenciones de CFK como presidenta del PJ) han quedado muy mal parados.

Ante la (por ahora) inviable unificación del peronismo para darle pelea electoral al gobierno de Milei, surge Ricardo Darín como solución. No como candidato, sino como ejemplo. A falta de estrategia, un personaje. Esto funciona como paliativo para una maquinaria tan antidemocrática como el peronismo, que no puede ofrecer ningún canal para el debate y el cambio de rumbo. A falta de un programa político, la crítica reconfortante de una serie.

La realidad no tiene suscripción a Netflix

La crítica del trotskismo es un ejemplo cabal de confirmación satisfactoria1. La serie El Eternauta es leída en la prensa de izquierda como denuncia de «la represión y la censura del actual gobierno» (Ideas de Izquierda), como «un aporte a la lucha diaria contra el imperialismo y la opresión de clase» (Prensa Obrera), como interpelación al «apetito y el deseo de pelear contra la muerte y las injusticias y conseguir nuestra libertad» (LID), como «un símbolo para la nueva era de resistencia», «cachetada limpia» y «golpe simbólico objetivo» contra el gobierno de Milei (LID). Esta lectura alcanza el paroxismo en reseñas como las que afirman: «Sucede que El Eternauta convoca a organizarse y a combatir en las calles, incluso con armas y barricadas. Como hacen, hoy día, los jubilados frente a la policía “brava” de Patricia Bullrich y Milei» (En Defensa del Marxismo). No importa si el siguiente párrafo es del PTS o del PO, pues ambas organizaciones dicen lo mismo:

El regreso exitoso de El Eternauta implica un golpe a la «batalla cultural» del gobierno de Javier Milei y sus aliados internacionales, por las mismas razones que la dictadura militar encontró en Oesterheld un enemigo: el mensaje de que el pueblo organizado puede enfrentar a sus enemigos.

Ante semejante fervor interpretativo, tenemos que decir: Avísenle a la realidad, porque al parecer no tiene suscripción a Netflix. El Eternauta es la serie más vista en el país y el lunes 12 de mayo los resultados electorales no parecían haberse enterado del «golpe simbólico objetivo» que ocasionó. Dijo La Política Online:

Explicó El Economista:

Fue una jornada positiva para LLA porque ganó Salta capital, la mayor sorpresa de la jornada. Formó parte del frente que se impuso Chaco. Y los oficialismos locales que ganaron se distinguen por sus buenos vínculos con la Casa Rosada. Recibió un buen envión para las elecciones en la CABA del próximo domingo.

E intentó disimular Página/12:

El superdomingo electoral, el primero del año, se realizó en Salta, Jujuy, Chaco y San Luis. Fueron comicios para elegir legisladores provinciales que se desarrollaron con normalidad y en los cuales ganaron los oficialismos. En todos esos distritos, sin embargo, los gobernadores mantienen un vínculo más o menos cercano con el presidente Javier Milei. […] La Casa Rosada, que se pasó la semana diciendo que eran elecciones provinciales y poco le importaban, podrá manotear esos éxitos locales, sobre todo el de la Capital de Salta y en el Chaco donde La Libertad Avanza integró la lista del gobernador Zdero y festejaron los resultados como si hubieran sido propios. El denominador común en todos estos distritos fue la poca participación y una caída de los representantes del PRO. El peronismo no consiguió triunfos, pero sí bancas en las cuatro provincias. Esto obligará a su dirigencia a replantear la estrategia en las provincias donde se votará en los próximos meses y también a nivel nacional, cuando lleguen los comicios de octubre.

Si «el denominador común en todos estos distritos fue la poca participación», entonces la pasión por el «héroe colectivo» y el «nadie se salva solo» se ha mostrado tan impotente para generar acciones de masas que ni siquiera acercó moderadamente a los votantes a las urnas. Por su parte, el escenario previsto para mañana en las elecciones porteñas tampoco se anuncia sacudido por el mensaje que el trotskismo ve con tanta nitidez:

Los intentos de presentar un producto cultural exitoso como si fuera un fenómeno de agitación de la conciencia social se enfrentan a una población indiferente al «golpe simbólico objetivo»: la serie no incide en la situación política. ¿Por qué? Porque los productos culturales son satisfacciones del cuerpo, no medios de lucha.

El FITU, merced a su concepción del arte, no asume esa distinción. Por eso considera militancia al «jingle» y destaca como virtudes de un candidato pretendidamente socialista que sea «estudiante» (no que sea un trabajador), que defienda «la educación pública» (o sea, al Estado burgués), que defienda «el arte y la cultura» (como si se degradaran por voluntad del gobierno libertario y no como consecuencia de la acumulación capitalista).2

La indistinción entre la propaganda política socialista y una cultura de izquierda publicitaria llega a tal extremo que el reguetón se ha vuelto un arma cargada de futuro y se consideran sinónimos el internacionalismo y una «gira europea»:

Eso sí: aunque El Eternauta no haya conmovido la conciencia de clase, brinda consuelo y reparo a una fracción burguesa en crisis. Algo es algo. Y –lo que es más importante– la serie redunda en ganancias para sus productores. Estos sí que aprovechan la volada para convocar a una epopeya lúdica y una poética comercial:

En cambio, el nacionalismo burgués requiere una crítica que ordene la sospecha –o la esperanza– de que guarda en su seno una bandera, un relato y un liderazgo capaces de ponerlo de vuelta en carrera. Otra vez LID recoge los símbolos y organiza una narrativa para esa necesidad:

La fuerza original de El Eternauta es que se transformó en un símbolo de la resistencia a las dictaduras proimperialistas y antiobreras que se sucedieron en Argentina desde 1955. En este sentido la novela gráfica, concebida por Oesterheld es, junto a Operación masacre de Rodolfo Walsh, el retrato de una época y de una épica, la de la Argentina plebeya y proletaria que enfrentó al régimen proimperialista de la fusiladora. Incluso sus presupuestos ideológicos subyacentes, como el papel de los militares o la alianza que representan los protagonistas entre las clases medias y la clase obrera, Juan Salvo y Franco en la novela original, son tópicos del nacionalismo burgués y de la conciliación de clases que guiaban a gran parte de la llamada resistencia peronista. La resistencia era concebida bajo la política de un gran frente nacional contra el imperialismo.

Recordemos que, así como las FFAA habían derrocado a Perón y bombardeado Plaza de Mayo, erigiendo como héroes del gorilismo al General Pedro Aramburu o al Almirante Isaac Rojas; el General Juan José Valle se convertía en uno de los mártires de la resistencia, junto a los fusilados en los basurales de José León Suarez, por orden de los primeros.

De esta manera, El Eternauta representa una alegoría del peronismo que la crítica trotskista subraya con delectación, pues ve allí su propio destino histórico: heredar a los votantes del nacionalismo burgués3. Por eso, en la promoción de su gira europea, Myriam Bregman es presentada como «referente de izquierda argentina que desafía a Milei», no como dirigente socialista que desafía a la clase burguesa. Lo mismo cabe observar en la campaña electoral para CABA: los enemigos son Macri y Milei, al peronismo ni lo mencionan. Hay partidos burgueses y partidos bugueses…

No obstante, el texto de LID que venimos citando adquiere un matiz significativo al final:

Tras el genocidio de la última dictadura militar-cívico-eclesiástica, del cual el propio Oesterheld y su familia fueron víctimas, la idea de que los militares deben ser parte de una alianza antiimperialista, ha sido refutado por la historia. […]

El debate que abre El Eternauta, es un síntoma de una nueva era y plantea una pelea por su significado.

Como vemos, la consideración del Eternauta como «golpe simbólico objetivo» contra el gobierno de Milei cambia: ahora es «síntoma de una nueva era» que «abre el debate» y «plantea una pelea por su significado». La serie de Netflix ya no porta un sentido claro que provoca un efecto político «más allá de la intención del director o de los intereses de la plataforma», sino que invita a realizar una interpretación particular que habrá de imponerse en un debate. Pero, en otro zigzag de ideas, el texto concluye:

En un país donde nuestros jubilades tienen el coraje que le falta a la CGT y el peronismo, que abandonaron a su suerte a los Juan Salvo del presente; degradadas las ilusiones en la conciliación de clases, la idea de resistir, de la lucha de clases, de volver a las tradiciones de la lucha colectiva, de la solidaridad y el combate sin cuartel, contra los que nos quieren hundir en la barbarie, es un hecho político cultural que permite delinear las poéticas de una nueva épica social del «subsuelo sublevado» de la Argentina plebeya y proletaria.

Antes de que se resuelva la «pelea por su significado», la mera aparición de esta mercancía en la plataforma de entretenimiento más conocida del mundo «es un hecho político cultural que permite delinear las poéticas de una nueva épica social del “subsuelo sublevado” de la Argentina plebeya y proletaria». ¿El Eternauta ha golpeado objetivamente al gobierno… pero hay que debatir? ¿O bien hay que debatir… pero el golpe simbólico objetivo ya ha sido dado? Una de dos. O las dos, vaya uno a saber.

Por lo pronto, la realidad se muestra indómita al entusiasmo hermenéutico del trotskismo. No hay «poéticas de una nueva épica social» en El Eternauta, más allá del orgullo catastral en el disfrute de un relato apocalíptico. (Un disfrute que celebramos y compartimos). No hay nada significativo en términos de incidencia política en la realidad social. Justamente, la polisemia y los agujeros de sentido son cualidades necesarias para un relato exitoso: si es la serie más vista de Argentina, entonces la ven con divertido regocijo los mismos sujetos que votaron a Massa, a Milei y a Bullrich.

Y al FITU.

¿Juan Salvo es nuestro Federico Engels?

Admitimos que El Eternauta trajo algo novedoso: una fuente poco explorada por la cinematografía argentina (una historieta de ciencia ficción), con actores y técnicos locales, obtuvo el impulso financiero, publicitario y distributivo de una plataforma de streaming con alcance mundial como es Netflix. Esta es la verdadera noticia para los estándares locales: quién puso la tarasca. 15 millones de dólares para 6 episodios (comparable con la primera temporada de El Juego del Calamar: 20 millones para 9 episodios).

Por supuesto, el origen de los capitales invertidos fortalece el discurso libertario y desagrada al gusto nacional y popular. No debería extrañarnos que la serie haya sido disfrutada por motivos muy diferentes a los que supone el trotskismo. Este supuesto equivocado explica el lamento de LID:

El Eternauta es parte de nuestro saber y sentir colectivo: gracias al Eternauta sabemos qué sentir frente a la muerte y la invasión. (Qué cagada que sea Netflix quien la puso al aire, pero bueno. Hay que hacerse cargo).

¿Por qué es «una cagada» que Netflix haya puesto la guita? ¿De qué otro modo se podría haber financiado la serie? ¿Con dinero del INCAA (o sea, con entradas de cine pagadas por los trabajadores y plusvalor administrado por el Estado burgués)? ¿Cuál sería la alternativa elucubrada por los partidos de la Cuarta Internacional?

No conocemos pronuciamientos al respecto. Sin embargo, teniendo en cuenta que en el capitalismo las producciones de esta envergadura únicamente pueden ser llevadas adelante por burgueses, no sería forzado leer que al trotskismo le gustaría más que la serie El Eternauta hubiera sido financiada por otros explotadores pero… argentinos. Que vivan del trabajo ajeno pero reinvidiquen la soberanía de Malvinas, coman tortafritas y canten «No pibe» mientras manejan el auto. Burgueses nacionales y populares como el personaje Juan Salvo en la historieta original:

«También me he quedado sin mi fábrica», dice. Donde la palabra «también» equipara al explotado que perdió su empleo con el burgués que perdió sus medios de producción. Pero eso no es todo. Además de la financiación, al trotskismo lo decepciona la trama de la serie:

Salvo es cínico e individualista en 2025, mientras que en 1957 es un tipo que todavía cree en los valores del trabajo y la colaboración. Y aún así, el Salvo siglo XXI aprende a pelear en grupo, a ser parte de algo mayor. […]

En 1957 existía la esperanza de enfrentar colectivamente a la muerte; en 2025 es moneda corriente que nos quieran vender que cada cual se salva como puede.

Lo que debiera preocuparnos no es cuánto se aleja la serie de la historieta, sino cuánto se ha venido abajo nuestro ánimo de pelea colectiva entre 1957 y 2025. Pero, así como hay insistencias en la literatura, también las hay en la vida.

Seguimos hablando de los desaparecidos, de la represión y del genocidio de clase; estamos hablando de una serie basada en la historieta que escribió un militante que fue desaparecido. Si la historia de Juan Salvo, El Eternauta, nos sigue interpelando hoy, es porque todavía existe en nosotros el apetito y el deseo de pelear contra la muerte y las injusticias y conseguir nuestra libertad. Así como también cuando marchamos todos los 24 de marzo no es solo para recordar un duelo, sino porque la causa de nuestra clase sigue vigente y aún existe el horizonte de pelear por aquello por lo que peleaban los desaparecidos y desaparecidas.

Citamos extensamente para mostrar que ahí está el meollo del asunto: en la distancia entre lo que es (una oportunidad, quizás, para iniciar un debate) y lo que sueña el «campo popular» que sea (un espaldarazo a sus ideas y una reivindicación de esas ideas políticas en declinación). ¿Golpe simbólico objetivo contra el gobierno de Milei? ¿O constatación de que el ánimo de lucha se ha derrumbado en 2025? ¿«Nueva épica social del “subsuelo sublevado” de la Argentina plebeya y proletaria»? ¿O apatía generalizada que se expresa en las elecciones mediante un alto porcentaje de abstención?

Y si eso último fuera cierto, ¿no deberíamos cuestionar a quienes han engendrado este desaliento? ¿No deberíamos considerarlos principales responsables y, por tanto, nuestros enemigos de clase?

El arte no educa porque tiene otras obligaciones

En un ensayo titulado «El concepto de ficción», Juan José Saer compara a Solienitsin (su denuncia de los campos de concentración soviéticos en Archipiélago Gulag) con Umberto Eco (El nombre de la Rosa como ejemplo cabal de un puro juego literario) para observar que, en el fondo, ambos piensan la ficción de la misma manera, aunque en oposición simétrica: mientras el ruso pone la ficción al servicio de la verdad, el tano pone la ficción al servicio de lo falso. «A la gran revelación que propone Solienitsin», dice Saer, «Eco responde que no hay nada nuevo bajo el sol». Entonces Saer introduce a Borges, quien

no reivindica ni lo falso ni lo verdadero como opuestos que se excluyen, sino como conceptos problemáticos que encarnan la principal razón de ser de la ficción. Si llama Ficciones a uno de sus libros fundamentales, no lo hace con el fin de exaltar lo falso a expensas de lo verdadero, sino con el de sugerir que la ficción es el medio más apto para tratar sus relaciones complejas.4

Estas reflexiones son útiles para elaborar el fenómeno del que estamos hablando. Porque la crítica trotskista trabaja con el modelo de Solienitsin: la ficción al servicio de la verdad, como si «Nadie se salva solo» y «Lo viejo funciona» (dos eslóganes publicitarios que provocarían la envidia de Don Draper) fueran una revelación y una profecía.

Terry Eagleton agrega lo siguiente:

Porque una novela afirme hechos reales, éstos no se vuelven en modo alguno más verdaderos. Una vez más, el hecho de que sabemos que es una novela garantiza que no escrutemos estas afirmaciones en busca de su valor de verdad, sino que las entendamos como parte de un diseño retórico general. […]

Es difícil que la ficción cometa errores, porque una de las instrucciones invisibles que la acompaña es: «Entiéndase todo lo que se dice aquí como algo intencionado». […]

En pocas palabras, la ficción es una forma ideal para aquellos que sólo tienen un asidero frágil en el mundo de los hechos. Nadie puede desenmascarar su ignorancia. Esta es una de las razones por las que hay un estrecho lazo entre los intelectuales místicos y los autores creativos, que en ocasiones habitan en un mismo cuerpo.5

En el arte, los artistas se ocupan de darle un orden interesante e intencional a lo que la realidad expone de manera indolente y desencantada. O, como famosamente dijo Aristóteles hace 2500 años, «la función específica del poeta no es decir las cosas que ocurrieron, sino decir las cosas como podrían ocurrir, esto es, las cosas posibles según verosimilitud y necesidad»6. Por eso está perfectamente justificado que la serie El Eternauta, afectada por las obligaciones dramáticas, exponga teorías o conclusiones contrarias a la realidad: la fuerce, la obligue a servirla, organice los hechos «bajo una forma ideal», «como parte de un diseño retórico general», «como algo intencionado», «según verosimilitud y necesidad». Para eso es ficción.

Lo que no se justifica es derivar conclusiones políticas de un producto cultural destinado al entretenimiento. Por supuesto que una ficción puede provocar efectos reales en la conciencia, en la sociedad. Y –de hecho– lo hace. Pero no estamos hablando de cualesquier efectos, sino de unos muy precisos: los políticos.

Pretender que la instalación de las sentencias «Nadie se salva solo» y «Lo viejo funciona» sería beneficiosa para los explotados y oprimidos es un error teórico, estratégico y político. Porque si estas dos frases son históricamente falsas, en los últimos años –como veremos– han adquirido un carácter ridículo.

Es la clase, no el número

¿Por qué afirmar que «Nadie se salva solo» cuando la realidad demuestra con insistencia lo contrario? Gran parte de los esfuerzos de todo movimiento que lucha por su supervivencia gira alrededor de la afirmación opuesta. Si «Nadie se salva solo», ¿por qué ocuparnos de los rompehuelgas, de los alcahuetes, de los cagadores, de los esquiroles, etc.? ¿Para qué? Si lo que intentan, salvarse solos, es imposible. ¿Por qué, además, los individualistas persisten y se multiplican, si es tan absurdo su afán, si es tan inútil su perspectiva, si es tan quimérica su actitud?

Un año antes de que El Eternauta se estrenara en Netflix, se publicó La llamada (Un retrato), de Leila Guerriero. En 430 páginas, el libro presenta la biografía militante (y su actualidad como sobreviviente) de Silvia Labayru, ex miembro de Montoneros y ex detenida desaparecida. E «indaga en una segunda victimización: la que efectuaron muchos de los compañeros de militancia de Silvia, quienes la acusaron de traidora y la maltrataron por el “delito” de haber sobrevivido»7. El texto recoge otros testimonios, como el de Marta Álvarez, también ex militante montonera y ex detenida desaparecida:

Cuando salimos de la ESMA fue un espanto. El lema de los organismos de derechos humanos era «Vivos los llevaron, vivos los queremos», pero muchos salimos vivos y no nos quisieron. En la Secretaría de Derechos Humanos eran hostiles abiertamente. Te decía: «Pero vos sos del ministaff». Y yo decía: «Puedo hacer una declaración, contar a qué personas vi ahí adentro». «Vos sos del ministaff, es complicado hablar con ustedes.» El que a mí me salvó de la locura fue Maco Somigliana, del Equipo Argentino de Antropología Forense. Fui y le dije: «Lo único que quiero decir es a qué personas vi ahí adentro, no quiero otra cosa». Y me dijo: «Yo no juzgo». Maco fue el que abrió las puertas. Un día estaba con él, en las oficinas del Equipo, y llamó a Lita Boitano, la presidenta de Familiares de Desaparecidos y Detenidos. Le dijo: «Estoy acá con Marta Álvarez, que puede decir algo sobre la gente que vio». Y Lita le contestó: «Yo no hablo con gente del ministaff». A las Madres de Plaza de Mayo no podíamos ir. Dicho por Hebe de Bonafini: «Los tiramos por las escaleras si llegan a venir».8

Esa desconfianza sería inconcebible si fuera cierto que «Nadie se salva solo». Si se desconfía es porque se da por hecho que alguien, o algunos pocos («pocos» no es lo mismo que «nadie»), optan por salvarse solos.

Otro ejemplo: la mera existencia de la burocracia sindical en su conjunto es una expresión inequívoca de que la frase «Nadie se salva solo» podrá ser irreductible a la verdad y la falsedad en la ficción, pero en la realidad es falsa.

Más ejemplos: si «Nadie se salva solo», ¿cómo se explican las empinadas estructuras piramidales, tan en boga y crecientemente desplegadas por OnlyFans, los soldaditos narcos, las inferiores del fútbol profesional y los esquemas ponzi?9 ¿Cómo puede ser creíble la frase «Nadie se salva solo» en sistemas organizados para garantizar que, de entre decenas de miles que inician el ascenso a la pirámide, solo llegarán unos pocos? Si estos esquemas funcionan es porque todo el día convivimos con la presencia de algunos que se salvan mientras la inmensa mayoría se hunde.

La frase «Nadie se salva solo» sirve para consolidar un pensamiento falso en quienes ya creen en esa falsedad. A la vez, la misma frase clausura el diálogo con quienes –más conscientes del presente en que vivimos– opinan exactamente lo contrario.

«Nadie se salva solo» intenta hacer del número la clave del problema. Pero, en realidad, el número es una consecuencia. El problema de nuestra sociedad es que se organiza en función de los intereses de una clase minoritaria, sí. Pero no porque es minoritaria, no porque su número es menor en comparación con el resto, sino porque su interés es la acumulación y para eso se ve empujada a la competencia. Esto implica la expropiación creciente de capacidades y riquezas de una enorme masa (también creciente) de seres humanos. Se trata de la contradicción entre una clase social que compite por acumular (y por competir decrece en número) y otra clase social sometida a la explotación y la anarquía de la acumulación, a la que apenas se le permite reproducir su vida y cuyo número no cesa de crecer.

No es una cuestión de número. Es una cuestión de clase. El número es una consecuencia de la clase. Es la clase lo que explica las dinámicas con que se desarrollan numéricamente las poblaciones. Dicho de otra manera: lo importante no es juntar cantidades, sino aunar los esfuerzos de la clase trabajadora. Con la cantinela de que «Nadie se salva solo» se pretende justificar la construcción de una mayoría abstracta socialmente, que incluya patrones y sojuzgue obreros. Una mayoría abstracta que se caracterice por no ser «cruel» sino amorosa, no ser «individualista» sino cooperativa, no ser «de derecha» sino zurda.

Es la versión fabulada del drama social, la versión con moraleja: los capitalistas son malos y furiosamente individualistas; la clase trabajadora es buena y naturalmente cooperativa. Pero si fuera así, la revolución ya estaría hecha.

En realidad, la clase obrera está educada –porque así vive cotidianamente, vendiendo y comprando en soledad– bajo la lógica de la mercancía, por lo que naturalmente alterna entre el egoísmo y la generosidad. A su vez, el propio capitalista hace lo que le corresponde: sus intereses pueden ser (y a menudo son) colectivos, grupales. Por ejemplo, cuando construye asociaciones gremiales empresarias, o cuando los que acumulan en un territorio determinado construyen su propio Estado para defenderse de capitales extranjeros y desarrollarse colectivamente.

Si lo que importa en la política son los números abstractos, despojados de relación con la vida social, nadie, alguno, todos (esas figuras de la «Teoría de conjuntos») son determinantes. Pero si de lo que hablamos es de una sociedad explotadora real, entonces se trata de clase sociales: fundamentalmente de la clase obrera, de su independencia o de su sumisión a la conducción burguesa. Y esta sumisión a los explotadores, a ciertos explotadores, es lo que durante tres cuartos de siglo ha sido el peronismo. Y aspira a seguir siéndolo, aunque todavía no haya encontrado su Alberto Fernández para 2027. De ahí el entusiasmo por la aparición de Ricardo Darín: metáfora anticipatoria del peronismo, encarnación ficcionada de lo viejo que funciona, fábula burguesa de la unidad nacional.

La crítica trotskista confunde la lucha de clases con una moraleja. Y toma la serie de Netflix como un panfleto de agitación.

Una de Nueva York y una de Seúl

«Lo viejo funciona» es otro guiño al peronismo en decadencia. Una afirmación que les devuelve la esperanza a los que trajeron a Milei al gobierno: «¡Lo viejo funciona, Juan! ¡Lo viejo funciona!» Pero no es cierto. Lo viejo no sirve. Porque, a diferencia de los seres humanos (cuya caducidad temporal está pautada, más o menos, biológicamente), para los objetos no hay vejez sino obsolescencia, pérdida de utilidad: «viejo» significa inútil. Con pocos años, el compact disc ya es «viejo». Con más de un siglo de servicios, el motor de combustión interna todavía no lo es.

Sin embargo, para las interpretaciones del nacionalismo burgués, lo viejo habría sido abandonado por espurios mecanismos alienantes del imperialismo y su «industria cultural». Lo vemos en el tipo de amenazas que denuncia LID para el caso de Tierra del Fuego:

El drama fueguino es ilustrativo de una política más general del gobierno de La Libertad Avanza: impulsar a muerte el modelo extractivista de la minería, de Vaca Muerta y de los agronegocios y liquidar toda la industria de baja productividad, no competitiva.

Para La Izquierda Diario, la causa de nuestros problemas es el imperialismo, no el capitalismo. Y la tarea socialista consistiría en defender los capitales improductivos nacionales contra esa amenaza foránea. Por eso, ante la impresión que El Eternauta generó para la crítica trotskista que citamos, la serie sólo puede concebirse como un error no forzado, virtud de una «resistencia creativa» nacional y popular que, como un caballo de Troya, habría provocado que esa maquinaria extranjera y alienante (Netflix) se volviera contra sí misma y nos ayudara a despertar mediante un «golpe simbólico objetivo».

Nuevamente, el verdadero golpe es el que la realidad le propina a estas interpretaciones. El sábado 3 de mayo, el New York Times publicó un ensayo, del escritor español Paco Cerdà, titulado «En medio de la oscuridad, encontramos alegría»:

El 28 de abril, el llamado «gran apagón», uno de los días más extraños de nuestras vidas, dejó a oscuras toda la península ibérica. Durante más de 10 horas estuvimos completamente incomunicados, sin poder llamar por teléfono ni conectarnos a internet. Los más afortunados habían rescatado alguna vieja radio de transistores con pilas para escuchar las noticias. Nosotros tres —mi pareja, mi hija de 6 meses y yo— no tuvimos esa suerte. Ahora ya era de noche. El miedo y todos sus fantasmas podían salir al acecho.

Por la ventana, de vez en cuando, circulaban coches y algunos caminantes con linterna. Uno podría imaginarse las otras cosas que estaban en silencio. Cómo las alarmas antirrobo —el gran negocio para mantener a raya el miedo— no funcionaban. Cómo las cámaras de seguridad se habían quedado ciegas. Nadie podía llamar a la policía. Esta, pues, era la noche soñada por los ladrones. Una noche en la que los desalmados podían aprovechar el amparo de la oscuridad y su silencio para irrumpir en fábricas, negocios, tiendas, pueblos aislados, casas de campo o viviendas urbanas. Pero no lo hicieron.

El gran apagón no fue una pesadilla. De hecho, fue más bien lo contrario. Algo parecido a un sueño: un mundo poblado por gente amable y bondadosa con las malas intenciones anuladas. Ciudadanos comunes y corrientes dirigían el tráfico en los cruces sin semáforos en funcionamiento. Otros llevaban agua y comida a los pasajeros varados en trenes que se habían detenido en mitad de la nada. Los taxistas, incapaces de procesar tarjetas de crédito, daban sus números de teléfono móvil para que los clientes pudieran pagar sus tarifas cuando volviera la electricidad. […]

De hecho, lo que he visto esta semana es lo mucho que nos fortalecemos como sociedad y como individuos cuando elegimos la alegría, la calma y el apoyo mutuo en lugar del miedo ante la adversidad. Esa vía nos dio, a oscuras, un privilegio que en otras partes del mundo no tienen con luz: sentirnos seguros en casa y en la calle. La derrota de los traficantes del miedo.

No fue una nevada mortífera sino un corte de luz. Y no había invasores sino el miedo «y todos sus fantasmas». Cerdà sostiene que, para fortalecernos, basta con «elegir» la alegría, la calma y el apoyo mutuo. Se deduce, pues, que en un lapso previo de extravío optamos por la pena, el desasosiego y el egoísmo. Así nomás. Por nada. O porque sí. O porque a veces somos unos tontos. Esta vivencia nos devuelve al Eternauta. Basta un apagón (en la realidad) o una nevada mortal (en la ficción) para recordarnos que la felicidad está al alcance de la mano y que sólo hay que volver a ese pasado que abandonamos sin causa o razón alguna. La camioneta F100 en la serie de Netflix o las noches a oscuras en la nota del New York Times son como el gobierno de Alberto Fernández: algo abandonado porque no servía. Y ahora, que nos acucian nuevos problemas, en lugar de buscar nuevas soluciones, las hallamos en pretéritos fracasos.

En este estricto sentido, más lúcida que la crítica trotskista es una que publicó Seúl, la revista del macrismo:

Es como si la serie, hablándole al peronismo deprimido por la derrota de 2023, dijera: hay que volver a esos comienzos gloriosos, compañeros. […]

Ese irredentismo melancólico atraviesa la serie y contrasta a cada paso con el original. Por ejemplo, Favalli, que en el libro era un hombre de ciencia, pragmático y racional, interesado siempre en la tecnología de punta —tanto que aprende a usar un lanzarrayos extraterrestre—, ahora es un tipo excitable, proclive a la paranoia y los estallidos de furia, que padece del síndrome de Diógenes: guarda cachivaches, radios viejas, guías telefónicas de papel. Claro: cuando la tecnología neoliberal se cae por obra de la invasión, esas cosas de pronto sirven. «¡Lo viejo sirve!», grita alborozado.

En efecto, qué idea consoladora para el peronismo crepuscular de hoy. Lo viejo sirve: la guía Filcar, el Sol de Noche, Manal, las cooperativas, los sindicatos ferroviarios, la comunidad organizada, el Rastrojero, los planes económicos de Kicillof, los planes quinquenales. Ustedes sigan nomás con la inteligencia artificial y los viajes a Marte. Ya van a ver: lo viejo sirve. Nosotros servimos. Es el «la puta que vale la pena estar vivo» de El eternauta.10

Por supuesto, la revista Seúl apoya a una fracción burguesa contra otra. Lo mismo que hace el apoyo al peronismo. La crítica macrista no se deja embaucar por los cantos de sirena del llamado a recuperar un presunto paraíso perdido. Pero defiende un sistema basado en la explotación que no puede engendrar otra cosa que la polarización social entre dos clases.

Unidad proletaria, no unidad nacional

Dijimos al comienzo que hay varias maneras de ejercitar la crítica. La que ensayamos aquí no es el desmontaje analítico de un principio compositivo ni es una retórica mejorada para un pensamiento confuso. La cultura y el arte son componentes de la reproducción de la fuerza de trabajo, satisfacciones del cuerpo, no artilugios para la opresión alienante ni despertadores de la conciencia de clase. Por eso intentamos hacer otra cosa.

La crítica que proponemos, esta manera de leer e interpretar los fenómenos sociales, no pretende extraer de un producto cultural el mensaje que confirma o rechaza nuestra posición política. Recurrir al arte y la cultura para transmitir lo que deberían transmitir el programa y la estrategia es un retroceso político. Los productos culturales son polisémicos: convocan a la interpretación, a la variedad de lecturas plausibles y aun al capricho gozoso. La causa socialista, en cambio, exige claridad conceptual y definición política.

Por eso nos dirigimos a quienes no quieren seguir pensando como hasta ahora porque ya no pueden seguir viviendo como hasta ahora. No nos guía el placer estético sino la necesidad vital. Queremos el socialismo porque el sistema capitalista no puede ofrecer una buena vida al conjunto de la clase trabajadora, no porque seamos utopistas en busca del reino de la libertad.

La crítica trotskista del Eternauta coincide con la fantasía nacional-burguesa del peronismo: la causa de nuestros problemas es una fuerza de ocupación extranjera (el imperialismo, el FMI), por eso debemos constituir la unidad nacional entre explotadores y explotados («nadie se salva solo») para salir adelante «con lo nuestro» (rock nacional y Malvinas).

Deploramos esa vuelta a lo viejo conocido (el peronismo). Nuestra explicación es marxista: el problema es el capitalismo, no una invasión extranjera. Hay unos seres humanos, como nosotros, que son propietarios privados de los medios para producir la riqueza social. Estos seres humanos personifican el vector de la amenaza y la destrucción de nuestras condiciones de vida y de todo lo que amamos (como el arte y la cultura). Estos seres humanos componen una clase social: la burguesía.

Para enfrentar a esa clase hay que construir la unidad de los trabajadores. Sólo esta mayoría explotada puede ser el sujeto del cambio histórico radical. Por eso, ante el eslogan publicitario «Nadie se salva solo» sostenemos el primer considerando de los Estatutos Generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores: «la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos».

De los obreros mismos. No de los obreros y los patrones.

CODA: «Todos quieren ser Fogwill», a propósito del caso de Leticia Martin en PERFIL.

NOTAS:

1 Al respecto publicamos «El arte del trotskismo: ¿cómo se supone que el arte sería un factor de cambio?».

2 Desarrollamos por escrito nuestras ideas acerca de la relación entre cultura y política en: a) «La solución y los imprescindibles: por qué la cultura y el arte no son una vía factible para cambiar el mundo»; b) «La batalla cultural y el susurro burgués: Milei, Roger Waters y el Pollo Sobrero»; c) «Milei es punk (y la cultura no es política)»; «¿Qué hacemos con la cultura?». También subimos charlas a YouTube: a) «¿Utopía o romanticismo?»; b) «Poesía y política»; c) «La deriva de la izquierda en política cultural».

3 Hablamos de esto en «Rey Lear: El drama del trotskismo y la esperada herencia peronista».

4 Juan José Saer, El concepto de ficción, Seix Barral, Buenos Aires, 2004, p. 14.

5 Terry Eagleton, Después de la teoría, trad. Ricardo García Pérez, Barcelona, Random House Mondadori, 2005, pp. 100-1.

6 Aristóteles, Poética, trad. Eduardo Sinott, Buenos Aires, Colihue, 2015, pp. 65-6.

7 Laura Haimovichi, «”La llamada”, el último libro de Leila Guerriero», nota publicada en Página/12 el 22 de marzo de 2024.

8 Leila Guerriero, La llamada (Un retrato), Barcelona, Anagrama, 2024, pp. 177-8.

9 Hablamos de esquemas piramidales en estas notas: a) «Redes y prostitución», b) «Reíte de Titanes en el Ring», c) «Cristiano Ronaldo y las revendedoras de Avon», d) «Apuestas online y degradación educativa», e) «Only Fans: ¿qué tienen en común los narcos, el porno y el sistema prostituyente?», f) «Un campeón mundial por cada millón de pibes desechados», g) «Golpes en el piso a la esperanza infundada», h) «El proletariado del fútbol».

10 Gonzalo Garcés, «Nadie se salva», publicada en Seúl el 4 de mayo de 2025.

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