Sencillito #83: INTELECTO GENERAL (El conocimiento y su distribución)

En tanto el capitalismo es un sistema basado en la separación entre productores y productos, entre trabajo y riqueza, entre el intelecto y las manos, necesariamente se nos aparece como si sus partes se contradijeran entre sí. Un sistema cuya pasión por el crecimiento y la acumulación genera crisis y pobreza, no se expone fácilmente a la comprensión razonada.

Nos interesa aquí observar qué relación se establece, en el capitalismo, entre el conocimiento humano y el conjunto de la humanidad. Esta relación presenta varias dimensiones, como por ejemplo el amplio universo del «acceso» a los frutos del saber humano, es decir, qué posibilidades tenemos de disfrutar las maravillas descubiertas, los conocimientos disponibles y las tecnologías que nos mejoran la vida. Esta dimensión es, quizás, la más importante. Pero ya la hemos abordado en otras ocasiones a través de su variable dominante: la pobreza1.

Dirigimos nuestra mirada de hoy a la distribución, no de los frutos del conocimiento humano sino del conocimiento mismo: la educación. Se trata de un problema que, a lo largo de la historia del capitalismo, ha sufrido tensiones que se contraponen, pero cuya tendencia general es la degradación2.

Muchos y pocos

Las naciones que lograron su independencia o unidad nacional, como la Argentina, han tenido que proveerse de una clase obrera capaz de impulsar el desarrollo del capitalismo en sus territorios. La educación fue entonces una necesidad imperiosa para la propia clase burguesa. No hay que confundir desarrollar el capitalismo (o sea, que rijan esas relaciones de propiedad en lugar de otras) con un capitalismo desarrollado (o sea, que se realice en una competitividad tal que permita ocupar algún lugar de relevancia en el mercado mundial).

Esta exigencia del propio mercado empujó al Estado burgués a promover la educación proveedora de cualidades de la fuerza de trabajo que propician la explotación y valorización generalizada. En ese sentido, la ley Laínez de creación de escuelas y la ley 1.420 de educación laica, gratuita y «obligatoria» son dos insignias de la Argentina «oligárquica» en ascenso y consolidación. Pero el resumen del siglo nos muestra que los desarrollos tecnológicos se apropian del conocimiento humano, del saber hacer de los trabajadores y los depositan en las máquinas.

Si las potencias intelectuales de la producción amplían su escala en un lado –escribió Marx hace 150 años–, ello ocurre porque en otros muchos lados se desvanecen. Lo que pierden los obreros parciales se concentra, enfrentado a ellos, en el capital. Es un producto de la división manufacturera del trabajo el que las potencias intelectuales del proceso material de la producción se les contrapongan como propiedad ajena y poder que los domina.3

Lo vemos de manera insistente todo el tiempo: las máquinas, en el capitalismo, nos desplazan en la misma medida en que resuelven con mayor velocidad y precisión nuestras tareas4. Y el efecto que este fenómeno prodiga a nivel social es que se necesita menos destreza para trabajar o, dicho de otro modo, que se le exige menos destreza a la mayor parte de la clase trabajadora. (Eso sin contar que una porción muy importante de esa mayoría ni siquiera consigue hacerse explotar de manera sostenida).

Como producto del impacto tecnológico, el trabajo genérico es más simple. Los jóvenes detectan esa creciente escasez de razones, de motivos, de estímulos para el esfuerzo que requiere el ejercicio de aprender cosas que de poco sirven para garantizar una «movilidad social ascendente» o, al menos, un puesto de trabajo estable. «La aspiración es no ir a la universidad y conseguir la mayor rentabilidad posible sin tener que hacerlo», decía Fernández Rojas en un diálogo que reseñamos5. Esa tendencia genera la base subjetiva de la crisis educacional. A la vez –y en contradicción con esa tendencia– la innovación tecnológica demanda procesos de elaboración cada vez más complejos, lo cual significa una mayor formación académica para los trabajadores que deben llevarlos a cabo.

En resumen: muy pocos obreros, de muy elevada formación, producen los softwares y las máquinas que sustituyen el trabajo complejo de muchos, de muchísimos más, que sólo deben realizar tareas tendencialmente más simples… si es que consiguen trabajo.

Simple y complejo

Hay más: tareas artesanales, tareas liberales, desarrolladas de manera autónoma, van siendo incluidas progresivamente en el mundo del trabajo asalariado. Hace cien años, los médicos de Buenos Aires concurrían gratuitamente al hospital público, para formar a otros colegas y ayudar a los necesitados, mientras cobraban por su actividad privada liberal realizada en horario vespertino. Fue en la tercera década del siglo XX que esa fuente de ingresos se volvió insuficiente para la plétora médica y se realizaron protestas en reclamo por que se pagara el trabajo en los hospitales. Hoy, la inmensa mayoría de los profesionales del sector salud vive de un salario (aunque, en algunos casos, la figura del «monotributo» lo disimule).

Subsumidos en el universo del salario, gran parte del saber médico fue transferido a los aparatos y los fármacos, de manera que los médicos ofician, crecientemente, de apéndices del tomógrafo y el comprimido. Un diagnóstico realizado con una ecografía revela datos a los que la palpación más sutil no puede acceder. Además, el trabajo se descompone y se hace más colaborativo: esa ecografía es realizada por un técnico y es evaluada por un especialista.

El resultado final de estas tensiones y contradicciones es que los trabajadores de altísima calificación son más numerosos que nunca, porque los científicos, hoy, son mayoritariamente asalariados. Algunos, como sucede en todos estos esquemas piramidales del capitalismo atraviesan la frontera de clase y se transforman en burgueses, pero son una porción muy, muy minoritaria6. Estos grandes cerebros asalariados son, en términos absolutos, más numeroso que nunca. Pero su proporción en la población es cada vez menor y su distancia con el conjunto aumenta sin cesar.

De ahí que las pruebas PISA y los informes educativos (en Argentina, por supuesto, pero también en EE.UU. y la mayoría de los países, si exceptuamos los que arrancan desde muy atrás) hablen de «crisis educativa». Simultáneamente, somos testigos directos de la invención de maravillas difíciles de concebir, complicadas de imaginar inclusive. Así tenemos un mundo más bruto en general, con una porción de trabajadores muy formados intelectualmente. Todo lo cual podría parecer el fin de las esperanzas socialistas: una diferenciación social al interior de la propia clase trabajadora, creciente, irresoluble y sin salida.

Sin embargo, el hecho determinante de la vida social es la clase y no la inteligencia. De manera que, al proletarizar la inteligencia, el capital la somete –sin poder ni querer evitarlo– al régimen del salario, a la explotación. Es decir, a las condiciones de vida de toda la clase social a la que esos cerebros pertenecen.

«Condiciones de vida», no nivel salarial. «Condiciones de vida», no gustos particulares o placeres distintivos. La clase obrera internacional y nacional tiene –como siempre ha tenido– una importante amplitud de ingresos. Pero es la condición asalariada lo que la une. En ese dato objetivo, que marca la posición en la estructura de producción, se apoya la consigna de unidad cúlmine del Manifiesto Comunista: la unidad de los proletarios del mundo.

Natura y Nature

Como ejemplo de todo este planteo que intentamos resumir vemos que en ese mundo del conocimiento, ajeno a nosotros desde la inteligencia pero entrañable desde la condición asalariada, se padecen los mismos pesares que padecemos. Con otra perspectiva, quizá. Con otro glamour, inclusive. Pero son esencialmente los mismos.

Por ejemplo, estos cerebros bien pagos están sometidos al mismo esquema que las revendedoras de cosméticos: deben pagar sus productos iniciales para tener esperanzas de lograr en algún posible (pero no probable) futuro las anheladas ventas, es decir, becas o contratos:

Cuando Alicia Kowaltowski buscaba publicar nuevos resultados sobre las células pancreáticas a principios de este año, quería una revista con una audiencia internacional y una sólida reputación. La bioquímica de la Universidad de São Paulo estaba pendiente de sus estudiantes coautores, que necesitan publicar en revistas destacadas para mejorar sus posibilidades de conseguir citas posdoctorales en el extranjero, un objetivo para muchos investigadores que trabajan en países en desarrollo. Eligió la revista de acceso abierto Molecular Metabolism, producida por Elsevier, la editorial de artículos científicos más grande del mundo.

Kowaltowski sabía que, al igual que otras revistas de acceso abierto, cobra a los autores una tarifa, lo que hace que el artículo sea de lectura gratuita cuando se publica. Pero esperaba obtener un descuento, como lo había hecho en el pasado, porque trabaja en un país menos próspero. En cambio, después de que se aceptó el artículo, la revista pidió su tarifa estándar de 3.810 dólares. Ella se negó. La subvención del gobierno que financió el trabajo limita la cantidad que se puede destinar a dichas tarifas al equivalente de unos 2.100 dólares, un reflejo de los modestos presupuestos de investigación de Brasil. «Si terminas pagando, entonces estás perdiendo fondos para otras cosas, como productos químicos de laboratorio», dice Kowaltowski, quien este año recibió un Premio Internacional L’Oréal-UNESCO para Mujeres en la Ciencia por su investigación. Y no estaba ansiosa por aprovechar su cheque de pago mensual de alrededor de 3.500 dólares, después de impuestos.

Kowaltowski y un coautor enviaron un correo electrónico a la revista 12 veces pidiendo un descuento. Finalmente publicó el artículo, pero Elsevier amenazó a Kowaltowski con emprender acciones legales si no pagaba la tarifa cotizada. Hasta la semana pasada, el asunto no estaba resuelto. Obtener descuentos es «una especie de batalla cada vez», dice. (Elsevier dice que determina las reducciones de tarifas caso por caso).

Kowaltowski es una de los innumerables investigadores que informan que están demasiado limitados para pagar estos cargos por procesamiento de artículos (APC), que pueden alcanzar más de 12.000 dólares por artículo y se están convirtiendo en el modelo de negocio dominante para la publicación científica. Las editoriales promocionan exenciones de tarifas o descuentos para los investigadores que los necesiten, pero obtenerlos es engorroso, dicen los autores. Eso es una preocupación, especialmente en el Sur Global, pero incluso algunos autores en países más ricos dicen que terminan pagando APC de sus propios bolsillos.

Ahora, los autores y los responsables de la formulación de políticas temen que la creciente dependencia de la publicación científica de los costosos APC signifique que muchos autores queden excluidos, lo que aumentará las desigualdades de larga data en la ciencia mundial. «Que te impidan publicar es peor que impedirte leer [un artículo] debido a los costos de suscripción, porque siempre puedes pedir a los autores [una copia del] artículo», dice Kowaltowski. Pero si los APC son inasequibles, advierte, el trabajo de muchos científicos se vuelve «inexistente».7

Ese mundo de la inteligencia es también un mundo en el que hay recortes presupuestarios que son enfrentados como en cualquier otra rama de la producción: con huelgas. Así sucede en la prestigiosa revista científica Nature, en Gran Bretaña:

El personal de la rama británica de Springer Nature, editora de la familia de revistas académicas Nature, se declaró en huelga hoy por segundo día como parte de un continuo enfrentamiento sobre las compensaciones.

Las huelgas, las primeras en los 155 años de historia de la publicación de Nature, son la última escalada en una disputa de 9 meses que ha atraído una atención significativa de la comunidad investigadora. Los trabajadores han rechazado la oferta de la empresa de un aumento del 5,8% y, en cambio, exigen aumentos salariales «justos» para hacer frente al aumento del coste de la vida.

Una carta abierta en apoyo al personal, publicada el 20 de junio para coincidir con la primera huelga, ha reunido hasta ahora más de 900 firmas, entre ellas de ganadores del Premio Nobel y directores de importantes institutos de investigación. […]

Las negociaciones salariales de fin de año comenzaron en septiembre de 2023 entre el gigante editorial y el Sindicato Nacional de Periodistas (NUJ), que representa a unos 380 editores, periodistas y personal de producción de Springer Nature con sede en el Reino Unido. (Más de 200 de estos empleados son miembros del sindicato, aunque NUJ también negocia en nombre de los no miembros). […] En una votación celebrada en mayo y junio que tuvo una participación del 90%, la huelga fue aprobada con el 93% de los votos.

Hablando desde la línea de piquete, una editora de una revista Nature Reviews que pidió no ser nombrada por temor a las repercusiones de Springer Nature, dice que aunque el estado de ánimo es «optimista», ni ella ni sus colegas habían querido estar en esta posición. «Amamos nuestros trabajos, amamos lo que hacemos, amamos a las personas con las que trabajamos y las comunidades a las que servimos», dice. Pero dado que la mayoría del personal ve aumentar las hipotecas o los alquileres junto con las facturas de servicios públicos y alimentos, añade, la brecha entre «lo que ganamos y lo que tenemos que pagar se ha … tan apretado, que sentimos que tenemos que decir algo».

[…] La sensación de injusticia se acentúa por el propio éxito financiero de Springer Nature, señala. La compañía, propiedad de la empresa familiar Holtzbrinck Publishing Group y la firma de inversión británica BC Partners, registró un beneficio operativo de más de 480 millones de euros en su último informe anual, cobra miles de libras cada una por muchos de los artículos que procesa y se ha planteado que está buscando una oferta pública inicial por valor de miles de millones de euros. […]

El impacto de la huelga aún está por verse. […] Se planean otros 6 días de huelga en julio si el enfrentamiento continúa, pero los representantes de NUJ dicen que están dispuestos a llegar a un acuerdo. Un portavoz de NUJ dice que un aumento «a prueba de inflación» tendría que ser de al menos el 11%, pero que los miembros también son «realistas» sobre las presiones económicas sobre la empresa y quieren encontrar una forma sensata de avanzar.8

La asignación de las tareas de mayor demanda intelectual a trabajadores asalariados es correlativa de una degradación educativa que se percibe en todos los espacios en los que el régimen asalariado ya existía. Esos trabajadores, más minoritarios en número y muy distantes en su función, son hermanos de clase de los más pauperizados y precarizados trabajadores de los suburbios.

Con su conciencia sucede lo mismo que con la de todos lo demás trabajadores: si bien pueden trabajar de manera colectiva y estar imperiosamente necesitados de salario y preocupados por tener trabajo, en la vida cotidiana compiten entre ellos, les preocupa y los atraviesa la envidia, la competencia y el egoísmo.

Pertenecer a la clase obrera implica tener algunas preocupaciones históricas comunes, y algunas preocupaciones inmediatas que nos separan. Inclusive las preocupaciones históricas comunes unen a la clase obrera a largo plazo o de manera estratégica. Pero los modos de vida particulares, los gustos, las sensibilidades, el vino o la cerveza suelen presentarnos como distintos en la vida cotidiana.

Una misma clase

La idea de que la clase obrera adquiere características comunes en todos los aspectos de la vida y de que eso empuja a una conciencia común alentada por la vida colectiva, la solidaridad, etc., es muy forzada. Y lleva a la construcción de un obrero idealizado frente al cual todos los trabajadores reales son monigotes deformes.

Contrariamente, la condición asalariada nos une en estos aspectos centrales de la reproducción de la vida que no aparecen cada día en toda su dimensión, porque priman las satisfacciones inmediatas y los gustos grupales. Toda esa variopinta diversidad de todo calibre y color sólo depone su importancia al enfrentarse a las determinaciones más generales de nuestra vida: ante la pregunta sobre cómo vivir, cómo seguir viviendo.

Allí, el científico brillante y el peón semianalfabeto se dan cuenta de que necesitan un trabajo para tener un salario. Que el salario medio determinará lo que pueda hacer en la vida. Y que no importa cuánto se enriquezca la sociedad en la que vive, él (tanto el peón como el científico) nunca podrá vivir sin trabajar. Y eso es lo que nos une, no el coeficiente intelectual.

NOTAS:

1 Por ejemplo, «Es el capitalismo, no “la derecha”». O bien «El Quini 6 del capitalismo: ¿Y si este año te toca a vos?». Incluso «La verdadera teoría del derrame: El capitalismo chorrea caca».

2 Ver «La culpa no es del software sino del modo de producción», «MAD MAX: La educación argentina antes del váucher», «De la Argentina en que se comía a la que se come a sí misma», «Apuestas online y degradación educativa».

3 Karl Marx, El Capital (Crítica de la economía política), trad. Pedro Scaron, Buenos Aires, 2006, Siglo XXI, tomo I, pp. 439-40.

4 Para una breve, brevísima, historia de este proceso, «Que trabajen las máquinas», quinto episodio de nuestro podcast El Ojo Socialista.

5 «El progresismo desastrado».

6 Hablamos de esquemas piramidales y capitalismo en estas notas: «Redes y prostitución», «Reíte de Titanes en el Ring», «Cristiano Ronaldo y las revendedoras de Avon», «Apuestas online y degradación educativa», «Only Fans: ¿qué tienen en común los narcos, el porno y el sistema prostituyente?» , «Un campeón mundial por cada millón de pibes desechados», «Golpes en el piso a la esperanza infundada», «El proletariado del fútbol».

7 Jeffrey Braindard, «ABIERTO AL PÚBLICO. Los autores pagan cada vez más por publicar sus artículos en acceso abierto. Pero, ¿es justo o sostenible?», nota publicada en Science el 1 de agosto de 2024.

8 Catherine Offord, «El personal de la revista Nature en el Reino Unido organiza un segundo día de huelga por los salarios», nota publicada en Science el 24 de junio de 2024.

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