«MIS DESEOS SON LA REALIDAD»
Diez años antes de que el AE saliera a la venta y se convirtiera en best-seller, Michel Foucault y Paul Ricoeur concibieron el trío «Nietzsche, Freud, Marx»1. Para Foucault, mediante innovadoras «técnicas de interpretación», Nietzsche, Freud y Marx habrían sido capaces de penetrar el mundo de las apariencias (las «máscaras», los «síntomas» y las «mercancías», respectivamente) para revelar el trasfondo que las genera (la Voluntad de Poder, el deseo inconsciente y las relaciones de producción). Así, Freud sería el crítico del «sentido manifiesto» en el discurso; Marx, el crítico de la «economía vulgar» naturalizada por la ciencia burguesa; Nietzsche, el crítico de «la moral» que esconde las relaciones de poder mediante las máscaras de «la verdad». Por su parte, Ricoeur les otorga a Marx, Freud y Nietzsche el título de «maestros de la escuela de la sospecha». ¿De qué sospechan estos maestros? De las representaciones de la conciencia:
…lo que distingue a Marx, Freud y Nietzsche es la hipótesis general que interesa a la vez al proceso de la conciencia «falsa» y al método de desciframiento… Freud ha entrado en el problema de la conciencia falsa por el doble pórtico del sueño y el síntoma neurótico… Marx ataca el problema de las ideologías en los límites de la enajenación económica… Nietzsche… busca por el lado de la «fuerza» y la «debilidad» de la Voluntad de Poder la clave de las mentiras y las máscaras.2
Acá tenemos todos los elementos que confluyen en la original concepción del deseo que presenta el AE. Para un freudiano, detrás del nivel consciente (palabra, lapsus) está operando el deseo («el Ello», el inconsciente). Para un marxista, detrás de la ideología (falsa conciencia de la realidad) está operando la producción («lo hacen pero no lo saben»). Para un nietzscheano, detrás del pensamiento (juicio, conocimiento) está operando la vida (Voluntad de Poder). Sólo falta estamparle un sello, como hace Deleuze: «Deseo… Nietzsche lo llamaba Voluntad de Poder»3. Si ordenamos las series, tenemos estas equivalencias:
Marx: Freud: Nietzsche: | (REPRESENTACIÓN) Ideología Conciencia Pensamiento | (PRESENTACIÓN) Producción Deseo Vida |
Así, la economía política de la crítica marxiana y la economía libidinal del psicoanálisis se vuelcan en una sola y misma economía (252, 351), una sola y misma «teoría general de los flujos» (246, 270): producción deseante. Este deseo productivo, «gracia», «virtud que da», puro flujo vital, no tiene agente ni finalidad: no es ni interior a un sujeto ni tiende a la exterioridad de un objeto. El deseo es Voluntad de Poder nietzscheana: «esencialmente activo, agresivo, artista, productivo y conquistador en el propio inconsciente» (127). «El deseo es en sí mismo, no deseo de amar, sino fuerza de amar, virtud que da y produce, que maquina…» (344). Impulso elemental, tendencia dionisíaca, realidad dinámica sin sentido, usina-flujo de lo real. «Piensen lo que piensen algunos revolucionarios, el deseo en su esencia es revolucionario» (121); «El deseo no “quiere” la revolución, es revolucionario por sí mismo, y de un modo como involuntario, al querer lo que quiere» (122).
De aquí proviene la concepción deleuziana del cuerpo como «Cuerpo sin órganos»: un índice de la Voluntad de Poder (el deseo) operando en el organismo, gruesa masa desorganizada en busca de un aumento voluptuoso de su propia existencia, pura materia intensiva que estropea los órganos que la hacen funcionar. El cuerpo sin órganos difiere del organismo, en tanto el organismo es el cuerpo biológicamente organizado4.
Esta concepción evolucionará rápidamente en Deleuze hacia la consideración del «ser mujer» como un «devenir». Primero, en el campo de los estudios literarios: «La mujer no es necesariamente el escritor, sino el devenir minoritario de su escritura, ya sea hombre o mujer»5. Después, en la ontología misma de la realidad: Mil Mesetas, complemento del AE, hará de los «devenires» y el «CsO» (cuerpo sin órganos) un pilar del sistema deleuziano. François Cusset documenta que, hasta mediados de los años noventa, el feminismo estadounidense desconfiaba de la «molecularización», el «devenir-mujer» y los flujos de deseo sin sujeto, ya que borraban por completo la dimensión «molar» de la opresión patriarcal y los medios de una lucha efectiva por la igualdad entre hombres y mujeres6. Pero esas defensas fueron minadas «desde adentro» con intervenciones como las de Judith Butler, cuya tesis principal acerca de la llamada «performatividad» implica necesariamente que «el “cuerpo” es en sí una construcción» cultural, lingüística7.
Los peligros que atrae este conjunto de ideas no se pueden exagerar. Mientras corregíamos este texto se desató un escándalo en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, porque sus autoridades legitimaron, aprobaron y publicaron dos tesis que validan la pedofilia8. Una se basa en textos de Foucault y Preciado. La otra, con apoyo en Deleuze y Guattari, sostiene que el pedófilo «rompe con estos paradigmas de organización corporal y no ve en el niño a un proyecto de cuerpo organizado, sino que ve en él a un Cuerpo sin Órganos»9. La tesis comienza con esta sórdida dedicatoria: «Dedicada a los niños y niñas de deseo inquieto, para que alguna vez puedan tocarse y ser tocados sin miedo ni culpa. A los pedófilos de deseo culposo, para que exorcicen su malestar y sus temores por amar a quienes aman». La proustiana «inocencia de la locura» que el AE enaltece en cada brindis por los amores del «abejorro y las flores», sirve de amparo a las «comunicaciones aberrantes» en las que «la culpabilidad, las declaraciones de culpabilidad, no están presentes más que para reír» (48, 74-5). Si el deseo es sujeto, el pedófilo es apenas un instrumento de la voluptuosidad. No tiene por qué sentir culpa: que exorcise su malestar por «amar a quien ama».
«DESABROCHEN EL CEREBRO TAN A MENUDO COMO LA BRAGUETA»
Ese concepto nietzscheano de «vida», Voluntad de Poder que opera a espaldas del pensamiento –por debajo de las representaciones de la conciencia–, es el deseo como «producción de lo real». Y quien se encuentra más cerca de –y mejor equipado para– experimentar esa dimensión es el loco, el esquizo, el enfermo: «Experiencia desgarradora, demasiado conmovedora, mediante la cual el esquizo es el que está más cerca de la materia, de un centro intenso y vivo de la materia» (27); «el esquizofrénico es el que está más cerca del corazón palpitante de la realidad, en un punto intenso que se confunde con la producción de lo real» (94).
De esta manera, para el AE, la psicosis y la esquizofrenia no tienen nada que ver con la carencia, con la pérdida o con la destrucción que provocarían en la personalidad, ni con las lagunas, vacíos y disociaciones que presentarían en una supuesta estructura del sujeto. Psicosis y esquizofrenia son tomadas en su positividad, como positividades, como «fábricas» que «ponen algo» en el seno del ser y que exhiben así el «verdadero» –y elogiable– funcionamiento del inconsciente. El único sujeto que reconoce el AE es «un extraño sujeto, sin identidad fija» (24), «sujeto nómada y vagabundo» (34), «sujeto aparente, residual» (340). Porque el verdadero «sujeto» del libro no es otro que «el deseo», la esquizofrenia como proceso de producción.10
De ahí que sólo la esquizofrenia y la psicosis –en tanto procesos positivos, productivos, afirmativos– sean capaces de ofrecer una experiencia directa con «lo real», alcanzando las profundidades de un «Yo siento» más auténtico que cualquier dato de nuestros sentidos y que todos los «Yo pienso» experimentables:
Hay una experiencia esquizofrénica de las cantidades intensivas en estado puro, en un punto casi insoportable… A menudo se habla de las alucinaciones y del delirio; pero el dato alucinatorio (veo, oigo) y el dato delirante (pienso…) presuponen un Yo siento más profundo, que proporcione a las alucinaciones su objeto y al delirio del pensamiento su contenido. Un «siento que me convierto en mujer», «que me convierto en Dios», etc., que no es ni delirante ni alucinatorio, pero que va a proyectar la alucinación o a interiorizar el delirio. Delirio y alucinación son secundarios con respecto a la emoción verdaderamente primaria que en un principio no siente más que intensidades, devenires, pasos. (26)
No importa cuál sea el cuerpo biológicamente organizado. Importa la emoción verdaderamente primaria que rechaza los órganos que organizan el cuerpo. De aquí a la «autopercepción» del «género» hay un paso. Y es que considerar que los seres humanos nacemos simplemente hombres o mujeres resulta, para el AE, una mirada conservadora, cuando no reaccionaria, que se aferra a la dimensión meramente «edípica», «castradora» y «antropomórfica» de las cosas11. Hay que poner en crisis, nos dicen Deleuze y Guattari, esa concepción del sexo y de la sexualidad centrada en nuestra condición de seres humanos. Y uno se podría preguntar: ¿pero no somos seres humanos? Sí. Y por eso mismo el libro defiende un ejercicio de «desantropomorfización» del sexo:
…el inconsciente molecular ignora la castración, ya que los objetos parciales no carecen de nada y forman en tanto que tales multiplicidades libres… por todas partes una transexualidad microscópica, que hace que la mujer contenga tantos hombres como el hombre, y el hombre, mujeres, capaces de entrar unos en otros, unos con otros,en relaciones de producción de deseo que trastocan el orden estadístico de los sexos. Hacer el amor no se reduce a hacer uno, ni siquiera dos, sino hacer cien mil. Eso es, las máquinas deseantes o el sexo no humano: no uno ni siquiera dos sexos, sino n-sexos. El esquizoanálisis es el análisis variable de los n-sexos en un sujeto, más allá de la representación antropomórfica que la sociedad le impone y que se da a sí mismo de su propia sexualidad. La fórmula esquizoanalítica de la revolución deseante será primero: a cada uno sus sexos. (AE, 305)
Al señalar «relaciones de producción de deseo que trastocan el orden estadístico de los sexos», el AE describe cómo en ese nivel «molecular» del inconsciente donde «todo es posible» (34, 59, 104, 110, 319), nivel en el que el cuerpo sin órganos se sacude toda organización «molar», allí, el deseo es indómito a las categorías con las que ordenamos la realidad biológica de los cuerpos. De manera que «La sexualidad ya no es considerada como una energía específica que une personas derivadas de los grandes conjuntos, sino como la energía molecular» en virtud de la cual el AE sostiene que «somos trans-sexuados elemental o molecularmente» (76, 83). La transexualidad es nuestra «esencia no humana» a descubrir, a revelar, a liberar, gracias al trabajo militante del esquizoanálisis (362).12
De esta manera, el sexo biológico de los seres humanos, que indica la función reproductiva de cada individuo –fecundar o gestar–, herencia de una cadena evolutiva de millones de años, se convierte en una cualidad secundaria, accesoria, de esa sustancia energética transexual «vivida», «sentida», en virtud de la experiencia esquizofrénica. De esta lógica deriva el desafío queer a la biología: mientras los reaccionarios que defienden el determinismo biológico pretenden adecuar el género al sexo, el esterotipo cultural al dato biológico –si nació macho, debe comportarse así; si nació hembra, debe comportarse asá–, el transgenerismo pretende adecuar el sexo al género, la objetividad a la autopercepción –si se comporta así, entonces es hombre; si se comparta asá, entonces es mujer–, en un intento de adecuación de la materialidad al sentimiento que es llevado hasta el terreno de la intervención farmacológica y quirúrgica, con el propósito idealista de ajustar el cuerpo al alma. Por este camino el AE subordina la reproducción humana a una metafísica del inconsciente:
El inconsciente no sigue las vías de una generación que progresa (o regresa) de un cuerpo a otro, tu padre, el padre de tu padre, etc. El cuerpo organizado es el objeto de la reproducción por la generación; no es su sujeto. El único sujeto de la reproducción es el propio inconsciente que se mantiene en la forma circular de la producción. La sexualidad no es un medio al servicio de la generación, sino que la generación de los cuerpos está al servicio de la sexualidad como autoproducción del inconsciente. (113)
Así como la «astucia de la razón» hegeliana utiliza a los individuos para realizar sus fines, así el «inconsciente maquínico» del AE utiliza los cuerpos para autoproducirse.13 De manera que no son los «cuerpos organizados» los sujetos del acto sexual con fines reproductivos, sino que ellos son objetos al servicio del delirio productivo del inconsciente. El inconsciente, sujeto; los cuerpos, instrumentos.
Y hablando de delirios, hay una estrella internacional del firmamento filosófico contemporáneo en cuyos libros nunca faltan referencias a Deleuze y Guattari, en general, y al AE en particular. No vamos a detenernos hoy en el desarrollo y la crítica del transhumanismo como proyecto político, de su disidencia contrasexual, de su ontología del dildo, de su anticapitalismo erigido sobre la base del más avanzado capitalismo, de su fundamentación del papel emancipador del ano, etc. Nos bastará, por ahora, con citar Dysphoria mundi, el nuevo libro de Paul B. Preciado:
Tuve que declararme loco. Afectado por un tipo de locura bien particular que llaman disforia. Tuve que declarar que mi mente estaba en guerra con mi cuerpo, que mi mente era masculina y mi cuerpo femenino. A decir verdad, no sentía ninguna distancia entre lo que llamaban la mente y lo que identificaban como el cuerpo. Quería cambiar, eso es todo. Y el deseo de cambio no diferenciaba entre la mente y el cuerpo. Estaba loco, tal vez, pero si era así, mi locura consistía en rechazar la antinomia entre esos dos polos, femenino y masculino, que para mí no tenían más consistencia que una combinación siempre variable de cadenas cromosómicas, secreciones hormonales, invocaciones lingüísticas. Estaba loco, tal vez, pero si es así, mi locura era tan espiritual como orgánica. Esa disforia era la dueña de mi alma y de mis células. Me sentía atraído por otra cosa, por otro género, o mejor aún, por otra modalidad de existencia.14
La disforia, sujeto; el filósofo, instrumento.
«SI LO QUE VEN NO ES EXTRAÑO, LA VISIÓN ES FALSA»
Otras consecuencias nos quedan en el tintero: el nihilismo cínico que inspiró a la corriente «aceleracionista»; el elogio de la enfermedad mental que dio lugar a los llamados «Estudios locos»; la afirmación del «deseo revolucionario» de los niños, que «bastaría para hacer estallar» las estructuras básicas de la educación formal (390), que propicia la ausencia de límites en la crianza y en el aula (correlato de las terapias afirmativas); el cuestionamiento a la especialización en cualquier campo del saber, que habilita teorías pedagógicas como la del «maestro ignorante» (J. Ranciere); la invitación a «experimentar» los límites del «cuerpo organizado» y trascender los preconceptos «morales» de la conciencia a través del abuso de sustancias15… En fin.
El AE quiso ser la filosofía política del Mayo Francés. Y lo consiguió con creces. Su celebración de la diversidad y la locura, su crítica al «familiarismo», a la educación formal y a las organizaciones de izquierda (por no prestar atención al «deseo»), su concepción microfísica del sexo biológico (que lo convierte en algo inconstatable, metafísico), su exaltación del individuo degradado (el loco, el drogadicto, el presidiario) como potencial revolucionario, y la afirmación complaciente (cuando no celebratoria) de cualquier capricho «contestatario» como si fuera una amenaza contra el capitalismo, hacen del libro una pieza clave en la actual consolidación de la hegemonía irracionalista que postula al deseo como sujeto omnipotente, nuevo Dios secular de la Diversidad en la Tierra.
Si en un polo de las teorías sobre la conciencia colocáramos la obra de Juan Iñigo Carrera como ignorante de las pulsiones que preceden a la constitución de las estructuras de la razón, entonces en el polo opuesto colocaríamos la obra de Deleuze y Guattari como puro flujo que nos arrastra sin plan. De una parte, la conciencia razona y contempla, comprende y espera. De otra, el deseo actúa y revienta, agita y reprime. El puro pensar y el puro desear como las dos caras de una misma impotencia política.
[Leer PARTE 1]
Mariano A. Repossi.
NOTA DECLARATORIA: Quien esto escribe coordinó talleres de lectura del AE desde 2006 hasta 2018 inclusive. En esos años, la posición inicial que presentaba el texto como un aporte a la crítica del capitalismo y una apuesta por la emancipación humana, mutó en autocrítica al individualismo liberal que propiciaban las teorías que continuaron o se apoyaron en el AE.
NOTAS:
Imagen principal: Puente (2020), Johan Barrios.
1 No vamos a detenernos en la impertinencia del trío. Convidamos este link para que Nicolás González Varela diga lo suyo y nos limitemos a coincidir con él en este punto.
2F reud: una interpretación de la cultura, trad. Armando Suárez, Miguel Olivera y Esteban Iniciarte, México, Siglo XXI, 2012, p. 34.
3 Diálogos, trad. José Vázquez, Pre-Textos, 1980, p. 103.
4 Deleuze dice tomar la noción de «Cuerpo sin órganos» de la obra del poeta Antonin Artaud. La convierte en «concepto» en Lógica del sentido (1969). Pero, tal como aparece en el AE, la relación entre el deseo y el «Cuerpo sin órganos» nos parece mucho más deudora de la relación entre «la voluntad» y «el cuerpo» en la obra de Arthur Schopenhauer. Sea como fuere, no hace falta enroscarse con el cripto-concepto de «Cuerpo sin órganos». Nadie sabe explicar claramente, sin recurrir a la oscura jerga deleuziana, a qué se refiere. (Cosa que puede oscilar entre lo inocuo y lo peligroso). Jacques Derrida, por ejemplo, en el obituario que publicó tras la muerte de Deleuze, confesó: «Continuaré o recomenzaré a leer a Gilles Deleuze para aprender, y tendré que errar solo en esa larga entrevista que debíamos haber hecho juntos. Mi primera pregunta, creo, habría tratado de Artaud, de su interpretación del “cuerpo sin órganos”, y de esa palabra, “inmanencia”, a la que siempre recurrió, para hacerle decir o para dejarle decir algo que todavía sigue secreto para nosotros.» Ni siquiera entre ellos entienden lo que quisieron decir. https://redaprenderycambiar.com.ar/derrida/textos/deleuze.htm
5 Diálogos, trad. José Vázquez, Valencia, Pre-Textos, 1980, p. 53. Los conceptos devenir y menor fueron preparados en el segundo libro que Deleuze y Guattari escribieron juntos y publicaron en 1975: Kafka. Por una literatura menor (trad. Jorge Aguilar Mora, México, Era, 1998), en cuyo análisis de La Metamorfosis los autores afirman, acerca del personaje de la hermana de Gregorio Samsa, lo siguiente (p. 27): «Ella aceptaba a Gregorio; quería, como él, el incesto esquizo, el incesto con fuertes conexiones, el incesto con la hermana que se opone al incesto edípico, el incesto que manifiesta una sexualidad no humana como devenir-animal». Ni se trata de una mera interpretación descriptiva, porque lo edípico es valorado negativamente (por represivo) mientras lo no humano es valorado positivamente (por liberador), ni se trata sólo de crítica literaria: las páginas del AE dedicadas a reflexionar acerca del incesto exponen que no se trata de ninguna metáfora. «Al presentarle el espejo deformante del incesto (¿eh, esto es lo que querías?), se avergüenza al deseo, se le deja estupefacto, se le coloca en una situación sin salida, se le persuade fácilmente para que renuncie “a sí mismo” en nombre de los intereses superiores de la civilización (¿y si todo el mundo actuase de ese modo, si todo el mundo se desposase con su madre, o guardase a su hermana para sí? ya no habría diferenciación ni intercambio posible…). Hay que actuar de prisa y pronto. Un peu profond ruisseau a calomnié [un pequeño arroyo profundo calumnió] el incesto» (125).
6 French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze & Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos, trad. Mónica Silva Nasi, Barcelona, Melusina, 2005,p. 159.
7 El género en disputa. El feminismo y la subversión de la identidad, trad. María Antonia Muños, Buenos Aires, Paidós, 2017,p. 58. La honestidad de Butler es notable: «confieso que no soy muy buena materialista. Cada vez que intento escribir acerca del cuerpo termino escribiendo acerca del lenguaje». Deshacer el género, trad. Patricia Soley-Beltrán, Barcelona, Paidós, 2010,p. 280.
8 Pedófilos e infantes, pliegues y repliegues del deseo (link), Tesis para optar al grado de Magíster Mención Estudios de Género y Cultura en América Latina, de Leonardo Arce Vidal (dirigida por Olga Grau Duhart) y El deseo negado del pedagogo: ser pedófilo (link), Informe de Seminario para optar al grado de Licenciado en Educación Media con mención en Filosofía y Profesor en Educación Media con Mención en Filosofía, de Mauricio Quiroz Muñoz (dirigida por Marcia Ravelo Medina Marcia).
9 Pedófilos e infantes…, Anexo N.º 2, aceptado para su presentación en el Congreso de Sociología de la Universidad de la Plata (Argentina) y aceptado para su exposición en el «Coloquio del Magister en Estudios de Género y Cultura» de la Universidad de Chile.
10 Y lo es no sólo en el contenido teórico del libro sino también en la forma estilística en que fue escrito: «No hemos pretendido hacer el libro de un loco, sino hacer un libro en el que no hubiera manera de saber, en donde no importase en absoluto saber, quién hablaba exactamente, si un terapeuta, un hombre sano, un enfermo presente, pasado o futuro… Nos imaginamos este libro como un libro-flujo», Remitimos a «Deleuze y Guattari se explican…», en La isla desierta y otros textos, trad. José Luis Pardo, Valencia, Pre-Textos, 2005, pp. 282-3. Se puede leer online en este link.
11 Lo mismo pasa si pensamos que la homosexualidad elude la connotación reproductiva de la heterosexualidad: «ningún “frente homosexual” es posible en tanto que la homosexualidad es captada en una relación de disyunción exclusiva con la heterosexualidad, que las refiere a ambas a un origen edípico y castrador común… En una palabra, la represión sexual, más vivaz que nunca, sobrevivirá a todas las publicaciones, manifestaciones, emancipaciones, protestas… en tanto la sexualidad sea mantenida conscientemente o no en las coordenadas narcisistas, edípicas y castradoras, que bastan para asegurar el triunfo de los más rigurosos censores» (361). Para el AE, heterosexualidad y homosexualidad no remiten a las preferencias sexo-afectivas de hecho sino a preconceptos propios de una visión «humana, demasiado humana» del sexo y la sexualidad, «Voluntad de Poder mal entendida» (333). Vemos allí los rasgos primitivos de la confusión entre «orientación sexual» (elección del objeto de deseo en base al sexo) e «identidad de género» (íntimo sentir que acomoda la autoimagen a un estereotipo social), que hoy hegemoniza al movimiento «LGBT» (donde L, G y B remiten a la orientación sexual, mientras que la T remite a la identidad de género, en una maniobra de inespecificidad conceptual que homologa el travestismo, la transexualidad y el transgenerismo, como si pertenecieran al mismo nivel categorial, con el propósito político de mezclar sexo y género, borrando el primero y peraltando el segundo). Contra lo homo- y lo hetero-, en base a afirmar «las multiplicidades» (47-54), el AE otorga preeminencia a lo trans-.
12 Todo esto es retomado elogiosamente por Toni Negri y Michael Hardt. Commonwealt. El proyecto de una revolución del común, trad. Raúl Sánchez Cedillo, Madrid, Akal, 2001, pp. 338-40.
13 El AE tributa a la sustancia spinoziana que es «causa de sí», contra cualquier filiación con Hegel. La concepción del deseo en base a la Voluntad de Poder nietzscheana está también ligada al concepto de «conatus» en Spinoza.
14 Dysphoria mundi. El sonido del mundo derrumbándose, Buenos Aires, Anagrama, 2022, p. 17. Para una crítica de la obra de este filósofo, ver «La teoría queer a examen: Judith Butler y Paul B. Preciado», quinto capítulo del libro Nadie nace en un cuerpo equivocado (Éxito y miseria de la identidad de género), de José Errasti y Marino Pérez Álvarez (Barcelona, Deusto, 2022), que se puede descargar de aquí. Y «Transidentidad sexual», onceavo capítulo de La mujer molesta (Feminismo postgénero y transidentidad sexual), de Rosa María Rodríguez Magda (Madrid, Editorial Ménades, 2019).
15 En 1988 Deleuze fue entrevistado extensamente por Claire Parnet, una de sus discípulas. La entrevista puede verse en YouTube como «El abecedario de Gilles Deleuze». En la «D» de «deseo», Parnet le pregunta: «¿No te sientes particularmente responsable de la gente que pudo drogarse o que pudo tomarse demasiado al pie de la letra El Anti-Edipo?» Deleuze responde larga e incómodamente. Pero la sola existencia de la pregunta es un índice de los desastres y piltrafas que propició la lectura del libro en los años setenta y ochenta. Por ejemplo, puede leerse Velocidades malignas (Aceleracionismo y capitalismo), de Benjamin Noys (trad. Martín Iraizos y Alberto Ávila Salazar, Madrid, Materia Oscura, 2018), para una historia de la teoría aceleracionista, sus principales referentes y sus nocivas consecuencias políticas y vitales.
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Huí raudamente de la filosofía de Deleuze, cuando vi una foto impresionante de su mujer anoréxica. Hablaba de deseo, pero amaba la muerte.
Agradecemos tu comentario, Alicia. Algunos tardamos mucho en advertir los peligros de estas filosofías “de la diferencia” (Deleuze, Derrida, Lyotard, Ranciere…). Por eso consideramos tan importante la autocrítica como la paciencia en las discusiones con quienes todavía defienden esas posiciones. Un abrazo. (Mariano).
Gracias por este laburo de exponer una síntesis-crítica de un pensamiento, con tanto rigor.
Es muy útil para enfrentarlo mejor.
Abrazo.