LA PRENSA, 2. Jacobinos reformistas

La prensa reformista se parece mucho a la prensa socialista. Pero, en casi todos los sentidos, es su opuesto. En primer lugar, se presenta como democrática y abierta el debate, colecciona posiciones diferentes, disímiles, y las presenta en igualdad de condiciones. Es liberal al extremo del ridículo.

Pero esta supuesta apertura es, en verdad, el cierre hacia una porción de población y unos intereses muy pequeños y particulares: el de la decreciente fracción educada de la clase trabajadora y su temor a ser desplazada. Mientras, en conjunto, la clase trabajadora se embrutece por la degradación educativa, efecto de la precarización y la concentración del trabajo productivo, la prensa reformista se dirige a (y construye un) interlocutor absorto e indeciso ante la lucha y la oposición de las clases sociales.

Su función no es educar, señalar, clarificar la expresión de los intereses de la clase trabajadora en los distintos momentos y situaciones en la vida social, sino ofrecer el variopinto abanico de opiniones progresistas sobre esa misma vida social. Y dejar que los lectores saquen conclusiones.

Pero es obvio que las conclusiones no se sacan de un artículo sino del conjunto. Y la suma de todos los artículos promueve una conclusión inequívoca: la necesidad de unir el campo popular, esto es, la apuesta progresista al interior del capitalismo.

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Como el reformismo es una suma de particulares descontextualizados y fragmentarios, el modo mosaico de publicación funciona perfectamente como su mejor representante y más idónea expresión. Bajo la cubierta de una necesidad de amplitud en las lecturas y las búsquedas, se trafica de contrabando la apuesta a no extraer conclusiones de esas lecturas y búsquedas. Así, lo que aparece como respeto por las opiniones funciona igualando toda opinión y todo proyecto político.

Generosamente, la prensa reformista suele abrir sus puertas y sus páginas a marxistas individuales. Esta apertura confirma un espacio en el que conviven la independencia de clase y la conciliación de clases. Cuanto más abierta y silenciosa es la publicación de artículos socialistas, más se equiparan esos artículos a los del reformismo burgués, promediados en la existencia de un campo común: el conciliador campo popular1.

Veamos un ejemplo de cómo funciona este modo inclusivo, esta amplitud democrática, en la licuación de las ya bastante golpeadas ideas socialistas.

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La revista Jacobin publicó un artículo sobre el fútbol profesional en Argentina2. El deporte profesional es una actividad social de disfrute multitudinario que, como toda actividad social masiva, se realiza –en el capitalismo– bajo forma mercantil. La militancia socialista consiste (según nuestro modo de ver) en explicar exactamente eso: historiar sus raíces, exponer las variantes geográficas, regionales, las conexiones con otros sectores de la economía, aventurar perspectivas probables y, finalmente, ofrecer una salida socialista. O sea, todo lo contrario de lo que expone el artículo que publica Jacobin: una suma incoherente de prejuicios, información confusa y argumentación disociada, para defender una modalidad particular de vigencia del capitalismo.

Ya el título es incoherente: «Las raíces del fútbol argentino corren el riesgo de privatización». Pero desde sus raíces el fútbol argentino está privatizado. Surgió de la iniciativa privada de un profesor británico, se consolidó con la iniciativa privada de asociaciones deportivas fundadas por entusiastas en el umbral del siglo XIX y el XX, superó la primera marginación estatal que no lo consideraba (al deporte competitivo británico) como la mejor de las propuestas para la educación pública, gestionó fondos públicos de manera privada (lo que explica que no exista en CABA un único gran estadio olímpico sino cinco estadios de propiedad privada para más de 40 mil espectadores), reemplazó a los dirigentes fundadores por burgueses y políticos patronales en la segunda década del siglo pasado y negreó durante más de una década a los trabajadores del fútbol hasta que alcanzaron el estatuto legal de asalariados en 1931.

Privado, patronal y explotador desde hace un siglo, la amenaza que denuncia el reformismo se apoya en una desinformación deliberada:

Las mayores estrellas del fútbol argentino, desde Maradona hasta Messi, se iniciaron en los omnipresentes clubes deportivos de barrio del país. Estos centros comunitarios necesitan urgentemente el apoyo del gobierno, no la despiadada privatización que ofrece el presidente de extrema derecha Javier Milei.

Buenos Aires es la ciudad con más estadios de fútbol en todo el mundo. Solo en su área central (CABA) alberga 18 canchas con capacidad para más de 10 mil personas. Si se suma el área periférica (AMBA) que incluye los municipios contiguos de la provincia, la cifra se duplica a 36 estadios. Sólo en CABA –donde viven 3 millones de personas– existen 54 canchas públicas donde se puede jugar al fútbol de manera gratuita y libre. El número de canchas privadas para jugar de forma amateur es imposible de determinar con exactitud pero se estima que hay más de 400. Hace mucho tiempo que, en Argentina, el fútbol dejó de ser un deporte para ser un ordenador de la sociedad y un factor de poder. Acá, el fútbol, como el Peronismo, como la verdad, no es otra cosa que un campo de disputa.

Así comienza la nota. Confusa, tramposa. Por empezar, los clubes de barrio no se ven implicados en la amenaza señalada, ya que no se rigen por los estatutos de la AFA, no hay capitales que los quieran convertir en SAD: son ampliamente deficitarios desde que los cambios en la vida cotidiana desplazaron su entramado de actividades comunes por ofertas específicas como gimnasios, piletas, salones de fiestas, etc.

En segundo lugar, si los clubes de barrio no se encuadran en la categoría de los clubes de fútbol profesional, la palabra «cancha» también confunde deliberadamente. Alude tanto a estadios como a canchas (tanto a la infraestructura del negocio del espectáculo como a los espacios donde se juega), a canchas privadas y públicas, de once y de seis. Las 54 canchas de la ciudad en las que se puede practicar fútbol libre y gratuitamente son las de la quincena de polideportivos del Gobierno de la Ciudad. Pero esto excluye a los 215 clubes de barrio de la CABA que suelen tener varias canchas menores, pero en las que hay que pagar para jugar.

El remate del desconcertante delirio es esperable: el fútbol y «la verdad» son un territorio de disputa, «como el Peronismo». Ya no sólo se afirma solamente que el espectáculo deportivo privado no es privado, sino que de esa afirmación se llega al fondo político del asunto: el partido del orden burgués es «un campo de disputa». La experiencia montonera se orientó por esa tesis y… no terminó bien.

Advertidos de que el peronismo es su paraguas ideológico, avancemos rumbo a su desconcertante argumentación:

Por eso no es casualidad que uno de los primeros objetivos del gobierno anarcoliberal de Javier Milei haya sido –sea– el fútbol. Mejor dicho, las actuales organizaciones civiles que dirigen los clubes del fútbol argentino. La intención del gobierno es sustituirlas por sociedades anónimas. Es decir, que los clubes no sean más de los socios –que votan y eligen a sus dirigentes– sino Sociedades Anónimas Deportivas (SAD), empresas con directorios y fines de lucro.

Aquí, nuevamente, el propósito es la desinformación. La mayoría de los clubes del país, afiliados directa o indirectamente a la AFA, no serían deseables para inversores privados, quienes no invierten por maldad sino para obtener ganancias. Pero en los grandes clubes, esos que sí podrían ser rentables, el tamaño de la estructura hace que las elecciones y el funcionamiento democrático del club se encuentre tan mediado por la diferencia de clases como en el resto del país.

La democracia burguesa, igual que la democracia de los clubes importantes, es formalmente igualitaria pero realmente desigual. Desde hace décadas, ser presidente de un gran club implica ser previamente un burgués capaz de articular los intereses de otros burgueses para hacer la campaña, primero, y para hacer negocios particulares, después. Y esta afirmación es confirmada por los propios defensores de las asociaciones civiles, pues su temor implica que quienes están al frente de los clubes –los únicos que tienen el llavero para abrir las puertas a la privatización– podrían ir en contra de los intereses de los socios votantes, pero desprovistos de capacidad política. Podrían hacerlo en la misma medida que Milei lo hace, o Massa lo habría hecho, en el resto del país.

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La nota pasea por los trillados caminos del sentimentalismo, del caso individual, del ejemplo autoevidente. Señala algún fracaso o problema de un club privatizado, cuando no propone asociarse con un fondo de inversión. Este ejemplo forzado siempre tiene el cuidado de evitar decir los problemas que presentan los clubes que son asociaciones civiles, como también preservar al lector de los éxitos que ostentan las sociedades anónimas deportivas. Así, lo que son distintos formatos jurídicos para la gestión de emprendimientos económicos competitivos (que es lo que son los clubes hoy) aparecen tramposamente definidos de manera moral, entre buenos y malos. Se menciona que Estudiantes de La Plata firmó un acuerdo con el millonario estadounidense Foster Guillet que parece haberse empantanado, pero no se menciona que el Botafogo obtuvo por primera vez en su larga historia la Copa Libertadores este año. O se oculta que San Lorenzo tuvo que vender su estadio en la década del 80 por la mala gestión en las obras que se había comprometido 20 años antes, cuando el Estado le cedió los terrenos en el Bajo Flores para que tuviera, al fin, un estadio de cemento.

Luego llega la consabida lista de dramáticas situaciones de pequeños clubes de barrio y la ayuda que le han brindado exjugadores que comenzaron a jugar en sus canchitas, o esforzados militantes barriales. Al reformismo siempre se lo adereza con un vago sentimentalismo. Pero el desmanejo intelectual de referirse en igualdad de condiciones a clubes que practican el fútbol profesional y son parte del espectáculo millonario del deporte internacional, por un lado, y a pequeños clubes de barrio, por otro, también es típico de la prensa reformista. Más que explicar una realidad social, su tarea es confirmar un deseo de sus lectores3.

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A pesar de todo, la propia nota se contradice a sí misma al reconocer que no importaría el formato jurídico, porque bajo el capitalismo el mercado determina las condiciones de desarrollo de las entidades sociales. Por esta senda y con poco ingenio, todos los males del país se le atribuyen a los 18 meses de Gobierno de Milei:

Desde que asumió la presidencia Javier Milei, el país sufre los peores índices de recesión, desempleo y pobreza de los últimos 30 años. Destrozadas las utopías colectivas y con la nueva derecha en el poder, el espíritu del hiperindividualismo avanza en las nuevas generaciones. Hoy, como único horizonte utópico emerge una ecuación: plata rápida y fácil. En este contexto de crisis, las instituciones que no buscan el lucro –como los clubes de barrio– quedan expuestas a la ferocidad del mercado. Los clubes de barrio –primer eslabón del organismo futbolero, donde se forman los chicos desde los 3 a los 14 años– también quedarían expuestos al mercado.

La trampa de referirse a una cosa y otra como si fueran lo mismo no deja de repetirse, ahora reclamando presupuesto para los «clubes de barrio y pueblo» que son, explícitamente, lo opuesto a los clubes que se querría privatizar. Es decir, los «que tengan por objeto el desarrollo de actividades deportivas no profesionales»:

En enero de 2015 el Congreso Nacional sancionó una ley para crear el nuevo Régimen de Promoción de los Clubes de Barrio y de Pueblo. Los definió como «asociaciones de bien público constituidas legalmente como asociaciones civiles sin fines de lucro, que tengan por objeto el desarrollo de actividades deportivas no profesionales en todas sus modalidades y que faciliten sus instalaciones para la educación no formal, el fomento cultural de todos sus asociados y la comunidad a la que pertenecen y el respeto del ambiente, promoviendo los mecanismos de socialización que garanticen su cuidado y favorezcan su sustentabilidad».

Como queda claro en la definición de club de barrio, se trata de una entidad opuesta al club que practica fútbol profesional y posee un estadio para realizar espectáculos rentados multitudinarios. Si extraemos las anécdotas e intentamos comprender a qué se refiere la nota corremos el riesgo de enloquecer. Hay tanto en común entre una gran unidad económica (un club de fútbol profesional) y un club de barrio como lo hay entre una pileta olímpica y el piletón donde fregaba la madre del tango «El sueño del pibe».

Cuna de gigantes. Diego Maradona debutó en primera división en 1976 con la camiseta de Argentinos Juniors. A partir de ese momento, el club se transformó en una máquina de talentos exportables a todo el mundo. Argentinos Junior pasó a ser la cuna del fútbol argentino. Y si Argentinos era la cuna de las estrellas, Club Parque fue la incubadora. Porque antes de jugar en cancha de 11, los chicos comenzaban su formación en el club de barrio. Y, como Parque Chas, este club también estuvo derruido y a punto de caer.

Una y otra vez la nota está apoyada en afirmaciones sin prueba empírica. Es cierto que el fútbol argentino ha producido grandes jugadores. Pero también lo ha hecho el brasileño, el francés, el italiano, el inglés, el africano… Y, en las últimas décadas, el belga, el español y el portugués. No hay una manera consistente de sostener que el formato jurídico del fútbol argentino es la llave maestra que incide en la calidad de los futbolistas.

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La nota deambula incansable, zigzaguea alardes de gambeta, pero es apenas el estilo del reformismo:

En la actualidad, la epidemia de las apuestas virtuales devora gran parte del tiempo de los adolescentes. El 80 por ciento de las apuestas son ilegales y, según un estudio de la provincia de Buenos Aires, un 40 por ciento de los apostadores son menores de 18 años.

Parece una tomadura de pelo. Y lo es. La epidemia de apuestas virtuales está sancionada, promovida y desarrollada por los dirigentes de los clubes democráticamente elegidos por los socios y por las estrellas de la selección, que hacen publicidad y llevan la publicidad en sus camisetas. Es cierto que los políticos de todo color, desde Insaurralde a Angelici, son grandes promotores de su negocio. Pero decir que los clubes cuyas camisetas estimulan las apuestas y el individualismo son «la última muralla del colectivismo» es forzarlo todo hacia la falsedad. Estamos hablando de los mismos clubes en cuyos estadios y televisaciones se expone la publicidad de las casas de apuestas a decenas de miles de jóvenes y niños4.

Así las cosas, los clubes de barrio se convirtieron en la última muralla del colectivismo. Desde los más pequeños –donde quizá en casi cien años no haya salido ningún jugador profesional– hasta los más prestigiosos, de donde surgieron tanto glorias pasadas como actuales figuras del fútbol europeo. Todos representan una afrenta quijotesca ante la atomización social generada por el capitalismo tardío. Estos clubes constituyen algunos de los pilares básicos de la sociedad argentina. Sobrevivieron a la dictadura y probablemente sobrevivirán también a la «motosierra» anarcocapitalista de Milei. Un gobierno digno de gobernar invertiría directamente en ellos. Hasta entonces, tendrán que depender de los mismos valores sociales que los han mantenido vivos.

El final no desentona con la confusión promovida. ¿El problema es un gobierno indigno de gobernar o el capitalismo tardío? ¿Es un sistema o una forma de gestionarlo? La imprecisa conclusión se suma a las imprecisiones anteriores: ¿se trata del fútbol profesional o de los clubes de barrio? ¿De los intentos de privatización de un pingüe negocio o de la falta de ayuda estatal a una actividad quebrada?

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No se pueden superar la deriva individualista, el empobrecimiento material y subjetivo, la violencia barra brava y la corrupción de los dirigentes, apostando a que todo siga igual y nada cambie. Lo que está sucediendo es efecto de lo que ha sucedido. Milei fue traído por el gobierno de los Fernández; las crisis de los clubes, por su formato privado y competitivamente mercantil.

Que el fútbol sea una alternativa para salvarse en el futuro y no para disfrutar y formarse en el presente, no es algo que promovieron las SAD inexistentes. Es algo que promovieron los actuales dirigentes de los clubes de la Argentina burguesa.

Por eso la prensa reformista es imprecisa y vacua. Para que cada individuo consiga sentirse a gusto, mimado, satisfecho.

Y todo siga igual.

NOTAS:

1 Sobre el antagonismo entre la unidad de la clase obrera y la unidad del campo popular escribimos «El campo de los sueños».

2 Emiliano Gullo, «Las raíces del fútbol argentino corren el riesgo de privatización», artículo publicado en Jacobin el 27 de marzo de 2025. Recomendamos leer también «La segmentaación programática del PTS: de la “amenaza” de las SAD a la Asamblea de Intelectuales Socialistas».

3 Sobre la crítica que funciona como ratificación satisfactoria de prejucios escribimos en «Nadie se salva solo: un eslogan burgués para la unidad nacional».

4 Abordamos el problema de las apuestas deportivas online en «Me escaneé el ojo y le puse todo al rojo».

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