ZURDA, DE MYRIAM BREGMAN: La estrategia del ocaso

Editado por Penguin Random House –no por la editorial del PTS, que es el partido del que Myriam Bregman es dirigente nacional–, Zurda (Apuntes contra la resignación, la mansedumbre y el conformismo) está dedicado «A las futuras generaciones, deseando que las jóvenes estén a la cabeza de todas las luchas que surjan desde abajo y desafíen todos los órdenes que nos impongan desde arriba».

Es notable que la dedicatoria exprese el deseo de que «futuras» generaciones cumplan ciertas tareas, como si no hubiera tareas en el presente o no hubiera militantes capaces de realizarlas. También llama la atención esa cándida metáfora espacial, «los de arriba y los de abajo», como si el PTS no tuviera conceptos para nombrar la explotación y el dominio de clase, sino apenas dos adverbios de lugar (más cerca de la retórica de Eduardo Galeano o las canciones de Piero que del análisis marxista de la realidad). Y esa insistencia del trotskismo en politizar una etapa biológica, la juventud, como si la edad importara más que el programa político… ¿A qué se debe esta suerte de embellecimiento idealista de un rango etario? ¿Confunde el PTS la rebeldía adolescente, una actitud pre-política, con un proyecto de sociedad?

Por lo pronto, advirtamos que ni el título ni el subtítulo ni la dedicatoria contienen palabras capaces de delimitar políticamente esta obra. Palabras como «socialismo» o «comunismo», consignas como «contra la explotación», «contra la burguesía y sus representantes», «por la unidad de la clase trabajadora», etc., brillan por su ausencia. El libro se presenta, de entrada, indistinguible del peronismo.

Spinoza no tiene la culpa

Tras los agradecimientos de Bregman hay dos presentaciones: una de Andrea D’Atri y otra de Fernando Rosso. La primera se titula «Una pasión alegre», porque D’Atri elige a Baruch Spinoza para destacar que Zurda habla «de las pasiones tristes que promueve la ultraderecha en esta etapa decadente del capitalismo» [p. 13]. No se nos habla del personal político burgués que representa intereses de clase en disputa por plusvalor obrero en las normales condiciones del sistema capitalista. No. Según esta presentación de D’Atri, se trata de promotores de pasiones tristes «en la agonía del capitalismo» (como subtitula Trotsky su Programa de Transición).

Pero esa no es la única razón del título: la militancia de la presentadora, dice ella misma, es «una pasión alegre» y la prueba contundente es que en todas las fotos en que aparecen juntas ella y Bregman están riéndose «despeinadas»:

…las innumerables fotografías que nos han tomado juntas en cada una de las movilizaciones, las luchas y los encuentros militantes que hemos compartido con Myriam en tantos años. En todas, indefectiblemente, aparecemos riéndonos, despeinadas y hablando entre nosotras. Tanta casualidad no puede ser impericia de los fotógrafos… [pp. 13-4]

No nos interesa qué tan correctamente (con cuánta fidelidad académica a la letra de Spinoza) se leyó aquí el tratamiento spinoziano de las pasiones, desde el Tratado Breve hasta la Ética. Nos interesa qué dice esta presentación. La propia D’Atri reconoce que el anecdotario fotográfico es «algo trivial», «muy banal» pero, a la vez –reflexiona–, «conforma una metáfora», «un pequeño símbolo de la vitalidad con la que asumimos nuestros compromisos militantes». Por eso puede asegurar, sin margen para la duda:

nuestra militancia socialista revolucionaria es, sin duda, una pasión alegre. ¿Acaso puede haber algo más liberador y gratificante –especialmente para las mujeres–, en medio de tanta desolación capitalista patriarcal, que saberse conspirando con otras y otros por una sociedad sin opresiones, sin explotación, sin exterminios ni depredación del planeta? [p. 14]

Se nos ocurren muchas actividades más liberadoras y gratificantes que la militancia: la militancia implica compromiso, permanencia, disciplina. No es liberadora sino comprometedora. Y la gratificación es, en todo caso, un avatar de la tarea realizada, no una condición para cumplirla: la militancia no es, por necesidad, gratificante. ¿Una dirigente del PTS nos quiere hacer creer que un partido revolucionario se sostiene en base a una suerte de liberalismo hedonista y dejando que las cosas fluyan? Además: ¿por qué «especialmente para las mujeres»? ¿Ignora D’Atri que uno de los mayores obstáculos que el feminismo ha sufrido y padece es (citamos a Jo Freeman) «La tiranía de la falta de estructuras»[1]?

Claro que no lo creemos. Sin embargo, D’Atri nos muestra (voluntaria o involuntariamente) el resultado de años de una política de la identidad y la satisfacción individual. Como si la realidad ya no determinara las tareas, pues ahora el disfrute orientaría los actos. Tal vez por eso el símbolo prevalece por sobre lo banal y la metáfora eclipsa la trivialidad en la insistencia de una imagen pre-política, en la reiteración de lo ya reconocido como baladí:

Y entonces elijo confesar que, así como en las fotos –riéndonos y despeinadas–, conversamos durante varios meses sobre muchos temas. Diálogos frecuentemente interrumpidos, largos audios de Whatsapp y un drive que se llenó de anotaciones inconexas como la bitácora de un barco a la deriva fueron la antesala de este libro. [pp. 14-5]

Si esa antesala (fuera) del libro se caracterizó por la interrupción del diálogo, el monólogo en Whatsapp[2] y las anotaciones inconexas, esta otra antesala (la presentación de D’Atri) se caracteriza por la alusión a un filósofo del siglo XVII (genial pero ignorante de las leyes que regulan el capitalismo), la autorreferencia al gesto narcisista por antonomasia en estos tiempos (la foto retrato destinada a las redes) y una orientación de las tareas militantes basada en los gustos (no en lo que sea necesario hacer).

Veamos qué dice Fernando Rosso.

Mariátegui, un poco, sí

«Recoger el guante», la presentación de Rosso, comienza con esta cita de José Carlos Mariátegui:

Mi pensamiento y mi vida constituyen una sola cosa, un único proceso. Y si algún mérito espero y reclamo que me sea reconocido es el de –también conforme un principio de Nietzsche– meter toda mi sangre en mis ideas.

La persona individual de Mariátegui (como la de Bregman, según entendemos que sugiere la cita) sería un ejemplo cabal de coherencia entre pensamiento y vida (el resto del libro confirma la intención de consolidar esta idea: importa más la biografía individual que el programa político). Mariátegui espera y reclama ser reconocido por eso. (¿También Bregman?) Entonces Rosso comenta:

Los ecos de la famosa Tesis XI de Marx resuenan en las palabras de uno de los marxistas más destacados de nuestro continente: hay que interpretar el mundo, sí, pero de lo que se trata es de transformarlo.

O bien Rosso no leyó con atención la cita elegida, o bien tiene problemas de audición para los ecos. Porque mientras Mariátegui habla, allí, de su propia persona como modelo de consecuencia (la misma consecuencia destacada por D’Atri entre decir la pasión alegre y reír en todas las fotos), la célebre Tesis XI sobre Feuerbach, en su contexto original de apunte traspapelado en el siglo XIX, culmina un razonamiento en once pasos cuyo objeto de reflexión y de crítica es la historia de la filosofía, no la persona del propio Marx[3].

Y si reponemos las líneas inmediatamente previas a la cita de Mariátegui que Rosso eligió para presentar el libro de Bregman, la distancia entre Marx y «uno de los marxistas más destacados de nuestro continente» se convierte en un abismo (tal vez uno de ésos que Nietzsche gustaba mirar largamente):

Como La escena contemporánea, no es éste, pues, un libro orgánico. Mejor así. Mi trabajo se desenvuelve según el querer de Nietzsche, que no amaba al autor contraído a la producción intencional, deliberada, de un libro, sino a aquel cuyos pensamientos formaban un libro espontánea e inadvertidamente. Muchos proyectos de libro visitan mi vigilia; pero sé por anticipado que sólo realizaré los que un imperioso mandato vital me ordene.[4]

Ignoramos cómo se hace un libro «espontánea e inadvertidamente», como quien tropieza o estornuda. Pero lo que más nos llama la atención es que Mariátegui considere al autor el instrumento de un imperioso mandato vital y ordenador. Como si el intelectual fuera una herramienta de la Historia o un elegido por la Providencia, cuando no el médium de fuerzas cósmicas, espirituales o populares. ¿Sostiene Rosso esta concepción del intelectual? ¿Del autor? ¿De la propia Bregman? Preguntamos en serio. Porque, de ser así, comprenderíamos por qué los integrantes de la Asamblea de Intelectuales Socialistas se creen personas especiales[5].

Dejaremos de lado otros comentarios que nos suscita la presentación de Rosso (emplea con liviandad el concepto de «movimiento real»; confunde la persona del patrón con su personificación social; arroja sentencias sin explicación, más cerca del arte compositivo de León Gieco que del periodismo socialista, como «Toda memoria es política»). Y nos limitaremos a su cierre, su remate, antes de pasar al resto del libro:

El miedo libertariano a la idea comunista, a la que percibe como una acechanza permanente no es sólo un delirio de su más que demostrada paranoia, es una expresión deformada de una potencia y un movimiento que, pese a las condiciones adversas, mantiene su fuerza vital.

Rosso sustituye la realidad por sus propios deseos. No hay ningún «miedo libertariano a la idea comunista». Tampoco hay, ante nuestros ojos, «una potencia y un movimiento» comunista que «mantiene su fuerza vital». Milei llama «comunista» a todo estatismo burgués y Rosso debería decirlo si no quiere quedar pegado al peronismo. De hecho, el peronismo sí le tuvo miedo al comunismo. No a «la idea», sino al movimiento real. Por eso creó la Alianza Anticomunista Argentina para secuestrar, torturar y desparecer militantes de izquierda. Por eso el peronismo asesinó a 13 militantes trotskistas (el último en 2010)[6].

Pasemos, pues, al libro escrito por Myriam Bregman con ayuda del Chipi Castillo, Raúl Godoy y la ya mencionada Andrea D’Atri.

Del eclecticismo a la inconsistencia

Zurda tiene cinco capítulos. Uno introductorio, titulado «Por qué somos de izquierda». En su empeño por evitar ser claros y tajantes, los dirigentes del PTS prefieren aludir a una coordenada de lugar, la izquierda, en vez de zanjar una definición política. En vez de reconocerse, en un libro que pretende hacer propaganda política, como socialistas, comunistas, marxistas, revolucionarios… se ubican en esa orientación de límites borrosos, tan propia de Mirtha Legrand y Javier Milei como de las pintadas de la Triple A y la retórica streamer de Blender.

En este capítulo reaparece Baruch Spinoza, no para pensar el miedo y la soledad con el Tratado político, superar el moralismo con las «Cartas del mal» o jugar con la idea de organización y el concepto de «singularidad» en la Ética... No. Tampoco para retomar alguna lectura filosófico-política interesante, como la de Vidal Peña sobre el materialismo, Diego Tatián sobre la amistad o Marilena Chauí sobre el profetismo en política (ya que de seguidores de Trotsky estamos hablando). No. Nada de eso. Bregman introduce a Spinoza mediante una entrada del diccionario de Ferrater Mora (lo cual refuerza nuestra sospecha de que Spinoza figura ahí exclusivamente porque está de moda) y tras una imagen (la única en todo el libro) que no podemos calificar de otra forma que como infantil:

El grafiti se vio en paredes de distintas ciudades, en diferentes momentos de auge de luchas sociales. Solía ir acompañado de la consigna «Organizate», en distintos idiomas. Sin embargo, en la actualidad, con el apogeo de la ultraderecha, nos quieren hacer creer que, cuando el pez grande nos persigue, el cardumen debe disgregarse, perder cohesión. [pp. 22-3]

Para Bregman, lo que educa en el individualismo es «el apogeo de la ultraderecha», no la vida cotidiana en una sociedad basada en la competencia de propietarios individuales privados. Es una conspiración entre individuos crueles y avaros, no la lógica impersonal de la forma-mercancía. Bregman (es decir, el PTS) invierte causas y consecuencias. Quizá por eso nombra a Spinoza y no a Marx para pensar el problema:

Porque, evitando que el pez grande nos trague, solos, indefensos, en inferioridad de condiciones, es lógico que nos inunden las pasiones tristes de las que hablaba Spinoza. [p. 23]

Recurrir a Spinoza para pensar el individualismo capitalista supone que es más pertinente el análisis de las pasiones del alma que la exposición del fetichismo de la mercancía.

Aquí, con el «compañero» Axel.

Esa impertinencia del marco teórico se combina con una inscripción, por parte de Bregman, en una amplia, difusa e inconsistente tradición que porta «las banderas de lo nuevo» [p. 26], que imagina otra vida en esta vida [pp. 26-7], que –como en la versión de «La muralla» de Leo Maslíah– está en contra de todo lo malo y a favor de todo lo bueno [pp. 27-8], que se rebela (porque Bregman tiene mucho rock, como Milei y todo el catálogo de Atlantic Records) y que lucha, lucha, lucha y lucha, «sobre todo» (¡sobre todo!, dice) «para defender la alegría en un presente colonizado por las pasiones tristes» [p. 29].

Hasta acá, nos quedó claro por qué Bregman es zurda. No nos queda para nada claro que sea comunista o socialista. Mucho menos, marxista. Pero van sólo 30 de las 166 páginas de este libro cuya antesala fue –y el que avisa no traiciona– «la bitácora de un barco a la deriva».

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El siguiente capítulo es «Hay que terminar con el capitalismo» y esboza cómo llegó Milei al gobierno desde un corte histórico autobiográfico: cuando Bregman viajó de Timote a Buenos Aires para cursar Abogacía.

En esa Argentina de los 90 se iniciaba un proceso de privatización de las empresas públicas y el entonces presidente Carlos Menem indultaba a los militares de la última dictadura. [p. 34]

No fue el peronismo. Fue Menem. No fue un partido político que representa intereses de clase. Fue un individuo. Para evitar ambigüedades, una nota al pie (las notas al pie de este libro merecerían una reseña aparte) nos aclara:

Aunque era un político peronista, su gestión es reivindicada por las derechas ultraliberales. Ex funcionarios de su gobierno y familiares integran el gobierno de Javier Milei. [p. 34]

El embellecimiento del peronismo es alevoso. ¿Acaso no hubo ex funcionarios menemistas en los gobiernos kirchneristas (es decir, peronistas en gobiernos peronistas)? ¿Qué hicieron los Kirchner durante las privatizaciones y el indulto a los milicos? Y ese «Aunque» inicial (una conjunción concesiva que opera aquí como adversativa), ¿no cumple la misma función retórica que aquel «asterisco» de Luca Bonfante en el debate con Iñaki Gutiérrez: distanciar al peronismo de las políticas que el peronismo dice combatir?[7]

Según Zurda, el peronismo es una fuerza progresiva para la clase trabajadora, distinta de «la derecha». El breve gobierno de la Alianza es calificado en el libro de «hambreador y represor» [p. 54], pero ningún gobierno peronista recibe esa calificación. El chileno Sebastián Piñera es un «millonario empresario» [p. 40] pero Cristina Fernández de Kirchner, que también es una millonaria empresaria, no recibe ese mote. El gobierno de Milei es «ultraliberal» [p. 79], pero los de Néstor y Cristina están desprovistos de adjetivos.

Esto permite completar la explicación del título del libro. Para el PTS no hay dos clases sociales en antagonismo irreconciliable de intereses. Sino dos campos por los cuales optar, con burgueses a ambos lados: la derecha y la izquierda, el odio y el amor, las pasiones tristes y las alegres, los burgueses deplorables y los que son «compañeros», el neoliberalismo «cruel y entreguista» versus el movimiento nacional y popular, el lado malo de la historia y su lado bueno [p. 46].

Hemos argumentado por qué la unidad del «campo popular» es contraria a la unidad de la clase trabajadora en «El campo de los sueños».

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El capítulo «Memorias del futuro» es un compendio de la actividad de Bregman como abogada defensora de los DD.HH. que pone el foco en ciertos hitos. El accionar de la Triple A sólo aparece en una nota al pie, donde se señala como único jefe político de la organización –adivinen– no a Perón, no a Isabel sino a López Rega [p. 54]. En la misma nota al pie leemos que los crímenes de esa organización paraestatal «se mantenían impunes», en pretérito imperfecto, como si hubieran sido juzgados. Pobre del incauto (o desinformado) lector.

En este capítulo hay dos apartados que Bregman dedica al caso Julio López. Se titulan «Dos veces desaparecido» y «Son treinta mil, fue genocidio». Allí no se nombra a un solo funcionario del gobierno nacional o provincial de aquel entonces, responsables políticos de la desaparición. Tampoco están citadas ni aludidas las célebres declaraciones de Aníbal Fernández y Hebe de Bonafini (por partida doble). ¿Por qué? Porque el negacionismo peronista es para el PTS un negacionismo «compañero», «progresista», «del campo popular», cuyo límite sería la falta de voluntad para cumplir tareas burguesas pendientes (recuperar Malvinas, romper con el FMI, dejar de ser colonia o semicolonia, etc.). En cambio, el negacionismo de Macri, Villarruel o Milei es un negacionismo «cruel», «de derecha», «neoliberal», basura, vos sos la dictadura. Se trata de la doble vara del progresismo que asquea a tantos trabajadores.

No estamos forzando la letra del texto. En el penúltimo apartado de este capítulo, Bregman observa que «el negacionismo es parte del discurso oficial del gobierno ultraliberal de Javier Milei». Preguntamos: la impunidad de los crímenes de la Triple A, impulsada y garantizada por el PJ, ¿no es negacionismo como parte de una política oficial? La designación de César Milani como Jefe del Ejército, ¿no es negacionismo como parte de una política oficial? La entrega del crematorio de la ESMA por parte del último gobierno kirchnerista a un club privado para que hiciera negocios[8], ¿no es negacionismo como parte de una política oficial? Tal como hemos subrayado en más de una oportunidad, al trotskismo lo escandaliza más el negacionismo discursivo de LLA que el mucho más palpable y rotundo de las patotas y las medidas de gobierno del peronismo[9].

Antes de pasar al siguiente capítulo queremos señalar una omisión llamativa, una ausencia clamorosa, entre los hitos de la actividad de Bregman como abogada: su defensa de Juan Grabois.

Alguien podría preguntarse cómo concilia Myriam Bregman (y todo el PTS) la defensa, por ejemplo, de la agenda feminista con la defensa de un funcionario del Vaticano. Respuesta: no la concilia, porque la agenda que Bregman defiende no es feminista. Así lo prueba el capítulo siguiente.

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«Somos marea» combina dos claudicaciones. Una ante el partido del orden burgués en Argentina, calificado por Bregman como «gobierno de progresistas» en alternancia con «ultraliberales reaccionarios» [p. 103]. Milei es considerado «machista» por su discurso pero nada se dice del golpeador Alberto, del violador Alperovich, del abusador Espinosa y del accionar encubridor del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Escandaliza más el discurso machista que su ejercicio práctico, hieren más la palabra y el gesto que el cachetezo y la violación. El operativo que reprimió en Guernica con topadoras e incendio es narrado como un «desalojo violento» ordenado impersonalmente: no se nombra al gobernador peronista Axel Kicillof [p. 97].

Imagen que ilustra esta nota sobre la represión en Guernica.

La otra claudicación baja las banderas de la histórica agenda feminista y su tradición ilustrada ante el oscurantismo misógino del transactivismo. Por ejemplo, cuando menciona los Encuentros Nacionales de Mujeres (ENM) y, en una nota al pie, aclara:

Actualmente se denominan «Encuentros Plurinacionales de Mujeres, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales», para destacar la histórica participación de mujeres de los pueblos originarios que habitan el territorio que ocupa el Estado argentino, como también de otras identidades sexogenéricas. [p. 90]

Esa explicación del cambio de nombre es conceptualmente floja e históricamente nula. En 2022 el peronismo, con fondos del Estado provincial de San Luis, convirtió el ENM en «Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries». La operación estuvo a cargo de la entonces secretaria provincial de la Mujer, Diversidad e Igualdad, Ayelén Mezzina, la misma funcionaria que –mientras ocupó, poco después, el cargo de ministra nacional de las Mujeres, Géneros y Diversidad– miró para otro lado cuando Fabiola Yáñez le pidió socorro por las palizas que le daba el presidente Alberto Fernández.

En cuanto al plano conceptual, no entedemos por qué hay que «destacar» la participación de algunas mujeres sobre otras: la agenda feminista es para todas las mujeres. ¿Unas son de «pueblos originarios»? Todos somos originarios de alguna región al sur de África: ¿debemos reclamar tierras en Botsuana? ¿Y qué son las «identidades sexogenéricas»? ¿El sexo depende de sensaciones subjetivas e individuales? ¿O se determina objetivamente por la función reproductiva en el marco de la especie? Hemos escrito bastante al respecto[10].

Bregman agradece en redes a Flor de la V, un hombre del peronismo que dice ser más mujer que las mujeres «porque yo decido serlo», como escribió en Página/12.

Las incoherencias de Bregman, en este punto, son de tal magnitud que llama «autodefinición identitaria» a la consideración de las mujeres como sujeto político del feminismo. Y llama autodefinición más política al particularismo difuso y proliferante, basado en sentimientos inverificables, englobado en etiquetas plurales que borran al sujeto político del feminismo (y, con él, borran la unidireccionalidad de la subordinación patriarcal de las mujeres a los hombres), reemplazándolo por una serie absurda de letras y símbolos (LGBTIQNB+) o «los transfeminismos»:

El movimiento, surgido desde abajo, conmovió a la sociedad y al propio movimiento de mujeres que, rápidamente, fue trocando su autodefinición identitaria por una más política: empezó a denominarse a sí mismo «movimiento feminista» o, en plural, como «los feminismos» o «los transfeminismos». [p. 91]

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Pasemos a «¿Quiénes mueven el mundo?»: una celebración de la fábrica recuperada Zanón, sin un solo dato acerca de la gestión de la producción, el nivel de los salarios y las condiciones laborales[11]. Pero, eso sí, con un listado exhaustivo de las bandas de rock que actuaron en los festivales solidarios:

Por allí pasaron, entre otros grupos musicales y solistas argentinos, Bersuit Vergarabat, La Renga, Ataque 77, León Gieco, Rata Blanca, Raly Barrionuevo, Todos Tus Muertos, Arbolito, La Delio Valdez. También los internacionales Ska-P y Manu Chao. Uno de esos recitales multitudinarios nos encontró a las abogadas y abogados en el escenario, abrazados con Lolín Rogni e Inés Ragni, Madres de Plaza de Mayo de Neuquén y Alto Valle, cantando El vals del obrero, mientras, abajo, estallaba el pogo: Este es mi sitio, esta es mi gente / Somos obreros, la clase preferente / Por eso, hermano proletario, con orgullo yo te canto esta canción / Somos la revolución… El público hacía flamear la Wenufoye, la bandera del pueblo mapuche, dando muestra de la fuerte unidad que los ceramistas habían tejido con los pueblos originarios de la región, tan castigados por el Estado, los gobiernos y las grandes empresas que ocupan sus tierras y expolian sus riquezas. [p. 120]

No hay una sola explicación acerca de quiénes «mueven el mundo». Ninguna, al menos, que permita entender qué son los tan reivindicados «pueblos originarios» (o «las juventudes», «las diversidades», «las mujeres», «las disidencias»…) si no pertenecen a la clase universal de quienes «mueven al mundo»: el proletariado, la clase trabajadora, los que estamos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para poder vivir, los que producimos la riqueza social.

Tampoco hay alguna teoría de las crisis capitalistas ni una sola referencia a la ley del valor o al plusvalor. Sólo hay anécdotas personales, algunas consignas de transición y un par de citas sueltas de Marx (una sola de El Capital, elegida por un misterioso criterio, ya que es políticamente utópica, poéticamente pobre y está bibliográficamente mal referenciada).

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«A modo de conclusión» destaca la composición de las listas electorales y la identidad de los individuos [p. 145] sin decir absolutamente nada acerca del programa político. Bueno, «nada» excepto por la negativa: los diputados del trotskismo son «anticapitalistas» [p. 148], no socialistas o comunistas; con el propio programa pasa exactamente lo mismo [p. 159]. El problema con esto es que el anticapitalismo se dice de muchas maneras: un señor feudal, un esclavista y un jipi también están en contra del capitalismo. Una delimitación política se zanja, fundamentalmente, por la positiva: qué tipo de sociedad queremos, no cuál no queremos. Se nos dice que Bregman lucha contra la represión y la impunidad [p. 147], pero no hace falta ser socialista para eso. Se nos dice también que el PTS está en contra de la minería [p. 145-7]… y acá nos vamos a detener un instante.

Hace unos días, en el programa de radio conducido por Reynaldo Sietecase, Myriam Bregman sostuvo que no hay que producir en Vaca Muerta sin mencionar, como alternativa, plan alguno para la producción y reproducción material de la sociedad en que vivimos. No hay que producir, ya se le ocurrirá algo al Conicet, pareció decir. El momento es interesante por sí mismo [a partir del minuto 22:47] pero también lo es porque el PTS editó el video para no dejar tan mal parada a Bregman [se puede ver y escuchar el corte aquí, a partir del minuto 23:24]. Esta maniobra deshonesta de borrado de la realidad no es novedosa para el PTS: recordemos, por ejemplo, la que le hicieron a Rolando Astarita en 2020.

Pero vayamos a lo central: el programa trotskista para la planificación de la economía. Porque la oposición al fracking y la minería a cielo abierto se funda en arguementos que también servirían para oponerse a la minería subterránea y la actividad petrolera convencional. Si el trotskismo fuera coherente, debería movilizarse para que se cierren todos los pozos petroleros y la minería total mundial. Claro que si semejante programar se cumpliera, no habría más minerales con los cuales trabajar: toda la industria de la construcción, la informática, las telecomunicaciones, la química, etc., desaparecería de un día para el otro. Volveríamos a una situación previa a la revolución industrial.

Regresemos al último tramo de este libro. Pues en el apartado del capítulo que lleva por título «Buscar una salida de fondo», uno esperaría encontrar, al fin, el programa de máxima, el programa socialista. Sin embargo, empieza con una enumeración de particularismos al mejor estilo de esas clasificaciones aberrantes en la enciclopedia china de Borges:

En cada una de las peleas del pueblo trabajador, en las que participé con nuestras compañeras y compañeros legisladores, obreros, estudiantes, jóvenes trabajadores y sin trabajo, activistas feministas, ambientalistas, de la diversidad sexual, intelectuales, intentamos «ir más allá» de ganar la batalla inmediata. [p. 152]

¿Qué son los obreros si no son trabajadores? Y los desocupados, ¿no son trabajadores? Los intelectuales, ¿de qué viven? Los activistas, ¿no trabajan? Esta es la inconsistencia, teórica y política, de una fuerza partidaria que se propone representar a una clase social para la que no tiene un concepto relacional (capital/trabajo, burguesía/proletariado, clase explotadora/clase explotada) sino múltiples etiquetas en yuxtaposición incoherente. Un partido que se propone vehículo de transformación de la realidad pero carece de un marco de interpretación (¡la Tesis XI!) que le permita destacar y atacar la relación fundamental en la sociedad capitalista, en vez de dispersar la lucha, el tiempo y las energías, en frentes considerados políticamente equivalentes (los estudiantes universitarios, el Garrahan, los jubilados, las mujeres, los pueblos originarios, el FMI, las disidencias y diversidades, el pueblo palestino, la mercantilización del agua, la asamblea de artisitas e intelectuales, etc.) y en los que se confunde lo gremial y lo político. Cuando este libro plantea, por ejemplo, la «defensa de nuestros bienes comunes naturales» [p. 147] exhibe la ausencia absoluta del más elemental análisis materialista: ¿cómo algo puede ser un valor de uso común si no se extrae y se hace circular?

Finalmente, ¿dónde queda ese «más allá» de la cita? «Ir más allá», ¿hacia dónde? ¿Con cuáles medios? ¿En qué condiciones? ¿Para lograr qué? Nada de esto se precisa. Apenas se anuncia que todo se decidirá «democráticamente» sin siquiera aventurar qué tipo de órganos de decisión serían deseables ni, por supuesto, cómo se concretarían materialmente.

La estrategia del ocaso

Zurda construye en primera persona una figura pública. Eso es todo. Sus métodos no escatiman patetismo: «un obrero se acercó y me agradeció, emocionado» [p. 127], «Una trabajadora se nos aproximó para recibir uno de los volantes que repartíamos… quería agradecernos» [p. 135], «cuando me encuentran en la calle… me lo agradecen» [p. 150]; «el actual presidente de la Cámara de Diputados de la Nación», Martín Menem, dijo que «los diputados de la izquierda son cinco, pero parece como cien» [p. 150].

La estrategia de un partido más empeñado en incrementar los likes que en consolidar un programa.

Se trata, para colmo, de una figura pública que no arremete, implacable y venenosa, contra el principal enemigo de la clase obrera en Argentina: el peronismo. Sino que lo considera una fuerza progresiva para los trabajadores, pero débil de voluntad para cumplir las tareas del nacionalismo burgués.

En lo esencial, Zurda reitera la estrategia transicional elaborada por Trotsky: el capitalismo entró en fase de decadencia [pp. 13, 138]; las democracias liberales están en crisis [p. 156]; vivimos tiempos de crisis, guerras y revoluciones [pp. 39, 48, 125, 156, 158]; los trabajadores se movilizan masivamente para la revolución [pp. 33, 37, 39n, 130, 156], pero son contenidos por direcciones traidoras o un peronismo tibio [pp. 162-3]; hay que agitar las consignas transicionales de ruptura con el FMI, no pago de la deuda externa, reducción de la jornada laboral y reparto de horas de trabajo [pp. 104, 137, 162].

Durante casi 90 años, esa estrategia se ha demostrado inútil y desmoralizante para la clase trabajadora. No se registra una sola revolución alcanzada mediante el método escalonado de las consignas transicionales. Y esto se debe tanto a un diagnóstico totalmente equivocado de la realidad como a una concepción anacrónica, anticientífica, del funcionamiento de la conciencia.

Zurda es una prueba más de que debatir la estrategia trotskista es tan necesario como urgente[12].

NOTAS:

[1]  Jo Freeman redactó «La tiranía de la falta de estructuras» en los años 70, como intento de sistematizar un problema recurrente (aun hoy) en los grupos militantes que defienden la horizontalidad contra la representación y el consenso contra la votación como principios organizativos. Freeman observa que en todo grupo humano existen estructuras tácitas, implícitas, que regulan las relaciones. Por eso una organización política debe asumir consciente y explícitamente sus formas organizativas: cuanta menos claridad haya sobre las fuerzas disponibles, las tareas a realizar y su reparto, más difícil será democratizar la toma de decisiones. Así, por ejemplo, no se puede revocar a los dirigentes de hecho que nadie ha votado de derecho.

[2]  Hablamos en «Clavar el visto» del envío de audios como un indicador de la transformación del diálogo en intercambio de monólogos.

[3]  El hábito de emplear citas como si fueran frases de señalador empobrece la argumentación. Hablamos de esto a propósito de una –tan socorrida como mal citada– imagen de Gramsci sobre unos monstruos que, en verdad, son unos fenómenos, en «Un marxismo sin proletariado (Eduardo Grüner y el materialismo histérico)» y en «LOS FENÓMENOS MORBOSOS MÁS VARIADOS» (Las PASO, un futuro preocupante y un presente abominable)». En cuanto a las once «Tesis sobre Feuerbach», digamos que integran un apunte que Marx no publicó ni planeaba publicar. Hay bibliotecas escritas al respecto y no se puede dar por supuesto que sea obvio lo que esas «tesis» dicen (sueltas o combinadas). Nos limitaremos aquí a observar dos cosas. Primero, que el adversativo «pero» en la tesis XI es un agregado de Engels, no está en el apunte original de Marx. Este simple dato bifurca las lecturas en ideas acerca de cómo se relacionan «interpretar» y «transformar» que no son necesariamente convergentes. Segundo: si se pretende argumentar con solidez, no se puede citar a Marx al tuntún, según el gusto literario, el choque fortuito de ideas o la resonancia fonética. No todo lo que salió de la pluma de Marx (un borrador, un manuscrito, un panfleto, una obra científica publicada, un texto póstumo, una nota periodística, un apunte marginal, un poema de amor o un pedido para el sastre) presenta valor equivalente. A este respecto, recomendamos leer la crítica al «vicio antifilológico» que Felipe Martínez Marzoa desplegó en el primer capítulo de La filosofía de El Capital. O bien entregarse al mucho más satisfactorio rigor religioso expuesto por Woody Allen en «Las listas de Metterling» y por Umberto Eco en El péndulo de Foucault.

[4]  Juan Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, México D.F., Ediciones Era, 1979, p. 13.

[5]  No sólo se creen personas especiales, distintas del resto de los trabajadores: se reúnen bajo el nombre de asamblea pero su funcionamiento no tiene nada que ver con lo que cualquier trabajador (y la historia del proletariado) conoce como asamblea. Hablamos en detalles sobre esto en «Comunistas del futuro, no en el presente: el curioso caso de la Asamblea de Intelectuales Socialistas».

[6]  Entre el 25 de mayo de 1973 y el 23 de marzo de 1976 hubo 1.500 militantes muertos y 1.000 desaparecidos. Eso no fue obra de La Libertad Avanza. Ni Milei ni Victoria Villarruel firmaron los decretos de ascenso de los líderes de la Triple A (Osinde, Almirón, Villar, Morales…). Los firmó Perón. Mariano Ferreyra no fue el primer militante trotskista asesinado por el peronismo. «El 29 de mayo de 1974 un comando de la Triple A asesinó a Mario Zidda, Antonio Moses y Oscar Meza, tres militantes del Partido Socialista de los Trabajadores (PST)» (Ideas de Izquierda). «El 13 de diciembre de 1974, a plena luz y a la vista de numerosos testigos, un comando terrorista parapolicial secuestró a los compañeros Jorge Fischer y Miguel Angel Bufano, cerca de la fábrica Miluz, donde ambos trabajaban. Dos días después, aparecieron acribillados en un basural del sur del Gran Buenos Aires» (Prensa Obrera). En la Masacre de Pacheco (4 y 5 de septiembre de 1975), la Triple A asesinó a Adriana Zaldúa, Hugo Frigerio, Roberto Loscertales, Lidia Agostini y Ana María Guzner Lorenzo, Patricia Claverie, Oscar Lucatti y Carlos Povedano. (IzquierdaWeb). Suman 13 los militantes trotskistas asesinados por la fuerza política en cuya sede los dirigentes del FITU fueron a «ponerse a disposición»: «CFK CONDENADA: Sus tropas menguantes soñando con un 17 de octubre y el trotskismo con participar en él».

[7]  Analizamos el debate en «¡Decí algo de izquierda!».

[8]  Denunciamos esto en varias notas: a) «¡Abran los archivos! Entrevista con Carlos Loza»; b) «24 de marzo de memoria y de lucha (Contra el negacionismo peronista)»; c) «La ESMA y el negacionismo personista».

[9]  Ver, por ejemplo, «Ante el ballotage: ¿eterno resplandor de una mente sin recuerdos?». También «Por “el camino de la armonía”: la alternancia entre milicos y peronismo».

[10]  Sobre la deriva queer del trotskismo, «La deriva queer del trotskismo». Sobre el problema histórico de la izquierda con la ciencia, «La biología no es transfobia». Sobre las amenazas ideológicas a la ciencia, esta conferencia de Alan Sokal. También organizamos tres charlas, una con José Errasti, «Ni transfobia ni discurso de odio», y otras dos con Laura Lecuona: «Mentiras y peligros de la identidad de género» y «Lesbianas, homosexuales e identidad de género».

[11]  Hace algunas semanas, Bregman posteó en las redes la venta de una rifa solidaria «en apoyo a las fábricas recuperadas de Neuquén». Allí la dirigente trotskista explica por qué se recurre a este método para recaudar fondos: «Ellas y ellos son ejemplo de lucha. Pero la falta de respuesta de los gobiernos a los proyectos de renovación tecnológica, de créditos para inversión en la producción, planes de reconversión de la producción, de tarifas diferenciadas, fueron deteriorando la capacidad productiva de las gestiones obreras.» Ahí donde se podría mostrar que no hay voluntad (por más ejemplar, combativa, sin patrón, poética y honesta que fuere) capaz de resolver los problemas que derivan de la lógica del capital, Bregman desperdicia la oportunidad pidiendo lo mismo que los capitalistas de toda laya le piden al Estado burgués: que propicie las condiciones para desenvolverse rentablemente en el mercado.

[12]  Hemos escrito al respecto: a) «La educación sentimental (política) del progresismo»; b) «Interrogar nuestra militancia»; c) «El progresismo es opuesto al socialismo»; d) «Rey Lear: el drama del trotskismo y la esperada herencia peronista»; e) «El orgullo de la marcha 1F»; f) «PTS, fase superior del programa trotskista»; g) «Debate sobre el sindicalismo de izquierda»; h) «Monopolios y Estado burgués: El proceso contra Google y los disensos entre capitalistas». Hace poco Rolando Astarita nos dio una charla sobre la crítica al Programa de Transición, cuya referencia ineludible sigue siendo este texto.

2 comentarios en “ZURDA, DE MYRIAM BREGMAN: La estrategia del ocaso”

  1. Muy buena nota, análisis fino y sin chicanas. Como corresponde dudo mucho de Bregman y el PTS comenten algo. Hace mucho que el PTS abandonó su senda, aun tibiamente, socialista para volcarse al parlamentarismo burgués, y al intelectualismo posmoderno de las facultades de la UBA, para convertirse al post trotskismo neoliberal. Una pena sobre todo para los diversos militantes obreros que tiene y que son excelentes personas

    1. Gracias, Pablo, por la lectura y el comentario. También somos escépticos con los dirigentes del PTS. Pero confiamos en que hay otros como nosotros (pues no nos creemos originales ni muy inteligentes) haciéndose preguntas similares a las que nos hacemos. Ojalá otros militantes puedan leer esta crítica y debatir con nosotros en busca de acuerdos. Estamos en contacto. Un abrazo.

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