PEOR QUE EL TERRAPLANISMO. Parte 1: Yo nena, yo princesa

En la reciente edición de los Premios del Cine Europeo (los Óscar de Europa), el actor español antes llamado Carlos Gascón y ahora Karla Sofía Gascón obtuvo el premio a Mejor Actriz derrotando a cuatro mujeres: la danesa Victoria Carmen Sonne, la noruega Renate Reinsve, la británica Tilda Swinton y la también danesa Trine Dyrholm. En Argentina, la edición 2024 de los Martín Fierro Digital dispuso las condiciones para que otro varón derrotara a cuatro mujeres en una categoría femenina: el premio «Girl Power» fue para Flor de la V, quien le ganó a Cecilia Ce, Gineconline (Melisa Pereyra), Agus Cabaleiro y Galia Moldavsky. Que la Asociación de Periodistas de la Televisión y la Radiofonía Argentina (APTRA) le otorgara el premio «Girl Power» a un hombre es un gesto coherente con el mundo en el que Flor de la V puede decirle a una mujer, en Página/12, «soy más mujer que usted porque yo decido serlo»1.

Pasemos un momento al terreno del deporte, porque la Relatora Especial de las Naciones Unidas, Reem Alsalem, ha publicado un informe sobre la violencia contra las mujeres y las niñas en el deporte mediante el cual solicita protección para las categorías femeninas: según el informe, más de 600 atletas femeninas han perdido 890 medallas en 29 deportes diferentes a manos de varones que compitieron con ellas diciendo sentirse mujeres2. La abogada Irene Aguiar, especialista en derecho deportivo internacional, sostiene cifras aún más elevadas en base a los sitios HeCheated y SheWon:

Hombres que se identifican como mujeres han ganado no una, sino en más de ¡3.000 ocasiones! Más de 5.000 veces entre los 3 primeros puestos, casi 10.000 casos registrados.

Se han llevado más de 1.500.000€ en premios pensados para mujeres y establecido más de 300 récords femeninos.

Han lesionado a mujeres y niñas.

Y sigue pasando. Cada semana.3

Ya escribimos sobre los casos de Lin Yu-ting (Taiwán) e Imane Khelif (Argelia), dos varones que en los Juegos Olímpicos de París consiguieron medallas de oro golpeando mujeres en un cuadrilátero4. Pero así como en estos casos responsabilizamos al COI por indefinir las categorías y atenuar los controles para favorecer la inclusión de hombres en las competencias de mujeres, nos interesa ahora poner en cuestión una corriente de pensamiento (con sus expresiones jurídicas, teóricas y políticas) y no a las personas que se autodenominan «trans».

Comencemos por el reconocimiento de algún suelo común (para poder discutir es necesario estar de acuerdo en algo): existen personas disconformes con su sexo. Esta disconformidad puede ir desde un fastidio moderado hasta una profunda aversión hacia la imagen que devuelve el espejo. Hay personas que sufren por eso. Lo damos por hecho. El problema aparece cuando se considera que esa disconformidad, incongruencia o disforia, tiene como causa el desajuste entre una «identidad» subjetiva y un cuerpo equivocado, entre un alma sofocada que quiere ser libre y la prisión despótica del organismo biológico, entre una esencia innata y una existencia corrupta, entre una sustancia incorporal y un accidente de carne y hueso. Esto ya no es un hecho sino una afirmación metafísica que convierte la experiencia íntima e inmediata del yo vivida como pura, espontánea, autogenerada y natural, en el único criterio de verdad. Soy lo que siento que soy, soy lo que digo que soy.

En este artículo, el primero de una serie de tres, veremos cómo se desenvuelve esa metafísica en la obra ya canónica al respecto en Argentina: el libro Yo nena, yo princesa (Luana, la niña que eligió su propio nombre), escrito por Gabriela Mansilla y editado por la Universidad Nacional de General Sarmiento, con el patrocinio del INADI, la SENAF, la CHA y psicólogos progresistas como Alfredo Grande. Veremos también que esa metafísica considera dicho desajuste entre la identidad y el cuerpo como el fruto de una opresión política que apunta a la desaparición personal, a la aniquilación del «ser», y que el único remedio que concibe es una legislación capaz de aliviar el sufrimiento reconociendo el derecho a ser administrativamente lo que emocionalmente se quiera ser.

En el segundo artículo analizaremos el núcleo de la ley de Identidad de Género, su fuente de inspiración en los Principios de Yogyakarta y abriremos el problema a otras dimensiones de la vida cotidiana con la miniserie documental Quereme Trans: un informe necesario, recientemente premiada por APTRA.

Por último, en la tercera entrega, el blanco de nuestra crítica será el trotskismo, porque su deriva irracional ha llegado a las escuelas: la conducción del sindicato docente Ademys (CABA) acaba de lanzar una guía para que maestros y profesores acompañen «Infancias TRANS/TRAVESTIS». Nos acercaremos entonces a la agrupación MANADA, que reúne cientos de familias argentinas interpeladas por esta problemática y que surgió con la agrupación española AMANDA como referencia.

Antes de comenzar nos gustaría expresar un deseo: ojalá estuviéramos exagerando.

El género contra el feminismo

La ley de Identidad de Género pasó como por un tubo en Argentina, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Fue tratada en comisiones el 8 de noviembre de 2011, aprobada en Diputados 23 días después (167 votos a favor, 17 en contra y 7 abstenciones) y en Senadores el 9 de mayo de 2012 (55 a favor, ningún voto en contra y una abstención). En cambio, la ley de Interrupción Legal del Embarazo (ILE) fue sancionada 9 años después (durante el gobierno del golpeador Alberto Fernández) y promulgada en enero de 2021 como consecuencia de un camino mucho más escarpado, mucho más extenso y en función no de una minoría sino de una mayoría (la mitad de la población).

¿Por qué una histórica reivindicación del feminismo tardó tanto en ser debatida y aceptada, mientras que una idea como la de «identidad de género», que irrumpió impetuosa y muy recientemente en la consideración social –desde la academia anglosajona hacia la sociedad argentina, con la mediación de la academia local5 y el peronismo– fue tan rápidamente promovida al rango de ley nacional? Si al lector le llama tanto la atención como a nosotros, una breve historia del reclamo feminista por el derecho al aborto agigantará el asombro.

Sin irnos hasta la Rusia soviética (que en 1920 se convirtió en el primer país del mundo en legalizar el aborto voluntario y gratuito en hospitales públicos), digamos que, en Argentina, ya en las elecciones presidenciales de 1973 Nora Ciaponne, candidata a vicepresidente por el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), levantó la bandera del aborto legal entre otras tantas reivindicaciones feministas6. Al mismo tiempo y muy por el contrario, a cuatro meses de haber asumido Perón su tercera presidencia, el gobierno peronista sacó un decreto que

prohibía las actividades destinadas a la información, difusión y venta libre de métodos anticonceptivos en hospitales públicos. Se cerraron 60 servicios de planificación familiar, prohibiendo así todas aquellas actividades vinculadas con el control de la natalidad en los espacios públicos. Al mismo tiempo que se suspendía la difusión de anticonceptivos, se exigía para su venta una receta por triplicado: una para la farmacia, otra para la paciente y la tercera para la Secretaría de Salud Pública, que debía explicitar nombre, apellido y diagnóstico de la paciente.

El Decreto presidencial 659/74 no fue firmado por Isabel Martínez de Perón sino por Juan Perón y José López Rega, como ministro de Bienestar Social. No conforme con ello, fueron por más. Así, organizaron campañas populares de educación sanitaria para destacar los riesgos de someterse a métodos y prácticas anticonceptivas.7

El PST, que cambió su nombre en 1982 por Movimiento Al Socialismo (MAS), mantuvo la reivindicación del derecho al aborto en su programa de 1983 (con la fórmula Luis Zamora-Silvia Díaz) y, luego, desde el grupo Alternativa Socialista para la Liberación Sexual8.

Principales puntos del progrma del MAS en la campaña de 1983. En el punto 15 leemos: «Por el derecho de toda mujer a optar por el aborto, impidamos miles de muertes por año garantizando su realización en hospitales con una adecuada atención médica y totalmente gratis». Periódico Solidaridad Socialista, órgano oficial del MAS, publicación semanal, número 22. (Agradecemos a Luis Zamora el acceso al archivo del viejo MAS. Agradecemos también a Fernando Vilardo, quien nos facilitó este material).

Solidaridad Socialista, órgano oficial del MAS, 1983, número 28.

En 1986, el primer Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) trató el aborto como «derecho a decidir». Al año siguiente, el ENM creó la Comisión por el Derecho al Aborto (CDA). En 1992, la CDA presentó en Diputados el primer proyecto de anticoncepción y aborto. Durante la Convención Constituyente de 1994, el gobierno peronista de Carlos Menem intentó incluir en la reforma constitucional la «defensa de la vida desde la concepción». No lo consiguió pero en 1998 decretó el Día del Niño por Nacer. Los pañuelos verdes se utilizaron por primera vez en la marcha del XVIII° ENM (2003) y en 2005 se lanzó la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. En 2007 se presentó el proyecto de ley IVE, elaborado por la Campaña.9 De manera que toda la «década ganada» (13 años, incluido el año de Duhalde) y los 10 años de Menem suman 23 años de gobierno peronista sin siquiera habilitar el debate por el derecho al aborto, mientras morían miles de mujeres en abortos clandestinos10.

En 2018, durante la presidencia de Mauricio «vos sos la dictadura» Macri, el proyecto de la Campaña se debatió por primera vez en el Congreso. Vaya dictadura. La Cámara de Diputados dio 129 votos a favor y 123 en contra. Pasó a Senadores, donde obtuvo 38 votos en contra y 31 a favor. A fines de 2020, el año de la pandemia, el gobierno peronista presentó su propio proyecto, ninguneando así el proyecto de la Campaña y atribuyéndose el gesto político (atribución coherente con el DNI «no binario», el Censo 2022 que computó autopercepciones y, digámoslo todo, las palizas que Alberto Fernández le propinó a Fabiola Yáñez mientras la ministra de «mujeres, géneros y diversidad» miraba deliberadamente para otro lado)11. Tras 20 horas de debate, el proyecto enviado al Congreso por Alberto «Estoy muy feliz de estar poniéndole fin al patriarcado» Fernández consiguió en Diputados 131 votos a favor, 117 en contra y 6 abstenciones. En Senadores se debatió durante 12 horas y el proyecto fue aprobado con 38 votos a favor, 29 en contra y una abstención. Todo este proceso fue acompañado por centenares de horas de acalorada discusión en diversos noticieros y programas con paneles en radio, tv abierta, cable, streaming y podcasts, además de los portales periodísticos, las agrupaciones feministas y los sitios de debate político. Y un elemento decisivo e insoslayable: cientos de miles de mujeres movilizadas en las calles de todo el país durante años, en jornadas de lucha ejemplares.

Otra cosa ocurrió con la ley de Identidad de Género, tratada y aprobada en seis meses, sin debate (ni en el Congreso ni en los medios de comunicación), por el mismo gobierno (el de los Kirchner) que se negó a habilitar la consideración parlamentaria del proyecto de la Campaña.

Un caso testigo fue el cambio del registro legal del sexo en la partida de nacimiento y el DNI de Carlos Roberto Trinidad, ahora conocido como Florencia Trinidad o Flor de la V, de quien hablamos al comienzo12. El caso es relevante porque se trata de una figura pública muy conocida, que se ha posicionado políticamente en el campo del principal enemigo de la clase trabajadora (se ha declarado peronista en más de una ocasión)13, de manera que el hecho tuvo amplia difusión en los medios burgueses. Esto ocurrió en 2010.

El otro caso relevante compromete a un niño, no a un adulto. Se trata del primer caso, en todo el mundo, de un Estado burgués que reconoce legalmente la «identidad de género» de un menor y procede al cambio del registro legal del sexo en la partida de nacimiento y el DNI: un niño que pasa a ser, legalmente, una niña.

Yo nena, yo princesa

Gabriela Mansilla gestó y tuvo mellizos en 2007. Uno de ellos, Manuel, puede parecer el personaje protagónico del relato de Yo nena, yo princesa. Pero es la víctima de un delirio colectivo. La protagonista es, a todas luces, la narradora.

Después de nueve días de estar en neo ya estaban en casa, vos demandabas mucha atención; en cambio, tu hermano, nada. Llorabas mucho y dormías muy poco, y eso hacía que tu hermanito no durmiera.

Nada te complacía, siempre necesitabas algo que yo no podía descifrar porque ni siquiera hablabas. Eran tan diferentes, el día y la noche. A él se lo notaba sereno, tranquilo; en cambio a vos algo no te dejaba en paz.14

Así comienza «La tristeza de Manuel», el capítulo inaugural del libro. Esa idea de «algo» indescifrable que anidaba desde el nacimiento en «el ser» del niño es uno de los estribillos del texto. Como veremos a continuación, la disconformidad con el estereotipo sexista de masculinidad (el color celeste o «jugar a lo bruto») y la adecuación al estereotipo sexista de lo femenino (llorar «por cualquier cosa», identificarse con las princesas de Disney, usar pollera) son interpretadas por el relato como manifestaciones jeroglíficas de ese «algo» recóndito que pugnaba por salir a la superficie. Todos estos elementos se presentan de entrada, en la segunda página del relato:

pintamos su habitación de color celeste, obvio, y verde. […] Todo era por igual; la ropa, los juguetes, las cunas celestes, pero había una diferencia, a tu hermano lo conformaba enseguida y a vos no conseguía calmarte. […] Noté que eras muy sensible, llorabas por cualquier cosa y tu hermanito no. Papá se enojaba y no quería jugar con vos porque en lugar de reírte te ponías a llorar, no te gustaba jugar a lo bruto.

Tendrías dos años más o menos y mamá te compró unas películas de Disney para que vieras con tu hermano. La que más te gustó fue La bella y la bestia, la viste tantas veces que repetías los movimientos de Bella y tratabas de cantar y decir los diálogos como te salían. […]

Recuerdo una tarde que les puse música para bailar, yo tenía puesta una pollera y te quedaste mirándome hasta que fuiste a mi placard y trajiste una pollera mía para ponerte. Te la puse, pensé que era un juego, todos los nenes se disfrazan para jugar, pero vos no, te pusiste la pollera y no te la quisiste sacar nunca más… [26]

Es difícil parodiar el libro, ya que La bella y la bestia es el arquetipo patriarcal de la división de roles, tareas, estatus y temperamento basada en la diferencia sexual: «Si veías La bella y la bestia, vos eras Bella y tu hermano, la Bestia» [27]. Esta identificación del estereotipo sexista femenino con las mujeres borra a las hembras de la especie humana: si ser mujer es gustar del color rosa, los vestidos, el maquillaje, llorar «por cualquier cosa» e imitar los «movimientos» de las princesas de Disney… entonces cualquier hombre que adopta alguno o todos esos rasgos puede ser considerado mujer. Y si un hombre puede ser una mujer, entonces la palabra «mujer» no tiene sentido.

Además, los estereotipos sexistas cumplen funciones ideológicas concretas en el patriarcado como sistema de subordinación de las mujeres a los hombres. Pero si los estereotipos dejan de ser funciones políticas denunciables de un sistema a combatir y pasan a ser sentimientos de una esencia incuestionable, entonces se diluye también el principal enemigo de la agenda feminista: el patriarcado.

Sin embargo, existe un sentido científicamente fundado, que es el que defendemos: mujer es la hembra adulta de la especie humana. Se trata del sexo biológicamente determinado a gestar (independientemente de que lo haga). Porque el sexo se define por la función en la reproducción de la especie, no por las opiniones o padecimientos de los individuos (mucho menos por la apariencia de los rasgos anatómicos).

En Yo nena, yo princesa, lejos de todo materialismo, ajena a la biología evolutiva y la genética molecular, la narradora está segura de que la disconformidad de Manuel con los estereotipos sexistas es una prueba irrefutable de la manifestación de algo oculto que pugna por expresarse, una esencia reprimida en busca de libertad. Como cuando Manuel lloraba por no hallar unas remeras de su madre para ponerse o elegía un juguete inadecuado al estereotipo sexista:

Lo que siempre noté fue que no era un llanto de capricho, llorabas con un sentimiento profundo, de dolor. […] Mientras tu hermanito jugaba con autitos y trenes, vos solo aceptabas un peluche. [27]

A esas disconformidades, el relato suma la descripción de otras afecciones: sueño interrumpido, caída de cabello, «problemas de conducta»… Hasta que ese «algo» indescifrable, doloroso, profundo y oprimido en Manuel pudo ser expresado en palabras:

Tenías ya veinte meses y comenzaste a hablar, entonces me pudiste decir:

Yo nena, yo princesa.

Ya no era un juego ni con lo que jugabas, era lo que decías ser. Ahí empezó tu larga lucha para tu tan cortita vida. [28]

Según esta manera de presentarnos los hechos, la esencia disconforme de Manuel era previa al lenguaje. Por fortuna, esa esencia era traducible al castellano y Manuel pudo expresarla cuando adquirió las palabras rigurosamente exactas: esencia de nena, esencia de princesa. Ahí está el núcleo de este cuento: un niño de 20 meses de vida dice, enuncia, pone en palabras, su «ser» y, a partir de entonces, todo el libro narra la «larga lucha» de esa interioridad sojuzgada que sólo quiere manifestarse libremente. Así, el segundo capítulo se llama «Dejarla ser» y los siguientes «Luana va al jardín», «Comienza la lucha por el DNI», «Un círculo de amor en torno a Luana», «La lucha por el DNI concluye» y «Un deseo a las hadas». No hay una página sin padecimientos que enaltezcan el combate de la narradora y el niño contra un mundo que se les pone en contra.

Imagino qué desesperación has tenido con todos encima de vos diciéndote que no a todo, contrariando tu deseo de ser una nena e imponiéndote que eras un nene, qué horror viviste, mi cielo. [32-3]

Millones de años de evolución de la vida en la Tierra son considerados «una imposición». Toda una tradición científica derivada de las investigaciones de Darwin puesta en jaque por la desproporcionada valentía y la extraordinaria inteligencia de un niño en edad preescolar y su «madre coraje» (así la llama Alfredo Grande en el epílogo del libro). Porque para esta epopeya «nada es imposible» y «todo tiene solución» [235, 128, 119-20, 173]. Si hay que adecuar la apariencia del cuerpo a una interioridad oprimida para liberar un ser de la tiranía del sentido común que pretende «no dejarlo ser», se hace:

¿Qué son estas cosas que tengo acá?

Se llaman testículos.

¿Y para qué sirven los testículos, mamá?

Mi cara ya no tenía formas. ¿Qué te iba a decir?, ¿que ahí se formaban espermatozoides para que pudieras tener hijos con una chica? Por Dios, ya no sabía dónde meterme cada vez que me preguntabas algo. […]

Decime la verdad, ¿para qué sirven?

Sirven para que el día de mañana construyan una vagina si vos querés.

¿Cómo?

El día que vos no quieras más tu penecito, mamá te va a llevar a un doctor que puede transformar ese pene y testículos en una vagina, pero solo lo puede hacer un doctor y cuando seas grande. Nunca tenés que lastimarte el pene, todo tiene solución; si no lo querés más, vamos a ver al médico. [110]

La ligereza con que es tratada la vaginoplastia (extirpación de pene y testículos con posterior ahuecamiento de la entrepierna de un hombre con el fin de satisfacer el deseo de penetración de otro hombre15) es alarmante. Y siniestra. No menos que las etapas preparatorias, anunciadas en el capítulo «Un deseo a las hadas»:

El próximo año te espera la primaria. Estás creciendo y dentro de poco, menos de tres años, empezarán nuestras visitas al endocrinólogo para prever tu desarrollo hormonal y poder, por medio de un tratamiento, frenar la testosterona para que no desarrolles un cuerpo de varón, y esperar a la mayoría de edad para ver un tratamiento con estrógenos y, si vos deseás, una futura operación de reasignación de sexo. ¿Demasiado, no? Un poco fuerte y el tiempo pasa volando; cuando me quiera acordar, vas a ser una señorita y espero que el avance de la ciencia en estos temas de género te ayude a que tu cuerpo acompañe tu sentir. [232]

Con aterradora coherencia, Gabriela Mansilla pide este morboso «deseo a las hadas» en su diario dirigido a un niño de jardín de infantes. Estamos hablando de un niño en edad de creer (con pleno derecho a la fantasía, como todo niño) en Papá Noel, los Reyes Magos, el Ratón Pérez y el Viejo de la Bolsa. Un niño en esa edad sería capaz de expresar en palabras una verdad incuestionable acerca de su ser más profundo. Una verdad que reclamaría a gritos la mágica intervención de las hadas que invoca Mansilla: bloqueadores de la pubertad, hormonización cruzada y cirugía de «reasignación de sexo». Porque si un error cósmico o divino hizo nacer el alma de una nena en el cuerpo de un nene (y si una sociedad pérfida, cruel y despótica se niega a aceptarlo), ese error debe corregirse contra viento y marea:

No pienses más en que tenés un cuerpo diferente, no sos la única, pensá en el alma, en el ser y en nada más. Al fin y al cabo, el cuerpo muere, lo que queda es el alma y lo que fuimos e hicimos. Y tu alma, Lulú, más allá de tu cuerpo, tiene tanto brillo, más del que tienen los vestidos de tus princesas. [203-4]

Si fuera el relato premoderno de un delirio místico o el ilustrativo ejemplo de un dogma religioso, no nos parecería tan grave. Pero se trata de un libro editado, promovido y presentado institucionalmente por una universidad nacional (conducida por el peronismo), con apoyo directo de dependencias estatales (de un gobierno peronista) cuyo supuesto propósito es –o debería ser– la protección de los menores. El texto presenta diálogos como este:

¿Qué pasó que me pediste que te cortara el pelo?

Nada.

Contame.

Es que yo tengo que ser un nene.

¿Por qué tenés que serlo?

Porque tengo pene.

Pero vos sos una nena diferente.

Los nenes tienen pene, entonces tengo que ser un nene.

Vos tenés que ser lo que vos tengas que ser. ¿Qué querés ser?

Una nena.

¿Entonces?

Las nenas tienen vagina y yo no.

Vos sos una nena, no importa si tenés o no pene. [105]

El grado de manipulación y abuso que el texto registra es pavoroso. La técnica de alimentar el ego del niño como si fuera un ser de luz especialísimo, «más brillante que los vestidos de las princesas», capaz de hazañas inauditas en enfrentamientos titánicos contra las fuerzas conjuradas de una sociedad represora, está descripta en toda la literatura crítica de la ideología de género que citamos en las notas al pie. Se trata de la misma técnica utilizada para embaucar a los adolescentes y reclutarlos en el transactivismo: un discurso donde «ser único», «ser especial», «ser diferente», «ser lo que quieras ser», «ser no normativo», «ser disidente», juegan el mismo papel que en el discurso comercial de cualquier empresa bajo el lema El cliente siempre tiene la razón.

Dejaste de ser un nene triste para ser una nena feliz. […] Lograste que viéramos la nena que eras por dentro sin importar tu aspecto exterior, tu pelo bien cortito, la ropa que estabas obligada a usar […]

Cambiaste no solo tu vida, sino la de todos los que te rodeamos, pudiste mostrarnos que uno «es» más allá de lo físico, más allá de lo que se ve. Percibiste tu identidad mucho antes de saber cuál era la diferencia física entre un nene y una nena.

[…] Naciste en un cuerpo que no acompañó tu sentir, pero demostraste, siendo apenas una niña, que había un alma diferente en un cuerpo diferente.

Hoy sos más nena que las nenas que conozco, elegiste tu nombre, tus colores, tus vestidos y muñecas. Elegiste «ser», y mamá solo te apoya y acompaña en tus decisiones… [115-6]

Ahí tenemos otra confusión aberrante: «apoyar», «acompañar» y «respetar» consistirían en aceptar, avalar y decir que sí a todo lo que el niño quiera. Enfoque afirmativo. Como si el respeto y la condescendencia fueran exactamente lo mismo. Con esa idea de respeto, los profesionales de la salud deberían aceptar la autoimagen de una chica anoréxica que se viera gorda pesando 35 kg y deberían aceptar amputarle una pierna sana a cualquier hombre que reclamara esa cirugía por sentirse «no bípedo». Este enfoque ha abierto la puerta a una proliferación indefinida de «géneros» (con sus respectivas banderas) que es imposible ridiculizar16.

Ahí está también la metafísica en todo su esplendor: el cuerpo sexuado que somos dependería de la voluntad que elige, del sentir que se padece, de la palabra que se pronuncia. Elijo, luego soy; siento, luego soy; nombro, luego soy. La conciencia sería entonces ontológicamente previa al organismo que engendró –socialmente– esa misma conciencia. En síntesis, para esta ideología el pensamiento crea la carne. E incluso el texto va más allá: «Al fin y al cabo, el cuerpo muere, lo que queda es el alma». A este respecto, en un libro (escrito por los psicólogos José Errasti y Marino Pérez Álvarez y la desistidora Nagore de Arquer) que dialoga críticamente con obras como Yo nena, yo princesa desde el título hasta el punto final, Mamá, soy trans (Deusto, 2023) leemos:

En relación con el éxito y la miseria de la identidad de género, también debe destacarse su sentido metafísico, tanto literal –más allá de la física y la fisiología del cuerpo–, como filosófico oscuro relativo al «ser en cuanto tal» –ser uno mismo–. Este doble sentido metafísico de la identidad de género condensa su éxito social y su miseria conceptual.

Por el lado del éxito social, la identidad de género como el sentimiento de sentirse uno el que es viene a ser la apoteosis del individualismo, subjetivismo y narcisismo de nuestro tiempo. […] Sin olvidar los malestares y el sufrimiento que implica la disforia o incongruencia de género, en el contexto social actual no deja de ser fascinante para un niño o adolescente ser reconocido como alguien especial que recibe todos los parabienes, atención y apoyos, en cuanto se sabe que es trans. A partir de entonces, se le otorga la razón en todo y nadie osará contradecirle en nada. Cualesquiera otros problemas que tuviera cobran nueva luz. Algo y alguien no le estaban permitiendo ser.

Por el lado de la miseria conceptual, la identidad de género como identidad sentida que alberga su propia evidencia viene a ser la divinización del yo. «Yo soy el que soy», dijo Dios en forma de zarza ardiente a Moisés. «Quiero ser yo mismo», «quiero ser», «al fin soy yo» son expresiones comunes en relación con la identidad transgénero, y no sólo sugerentes de una identidad primigenia independiente del cuerpo biológico y de la sociedad que meramente «asigna» la identidad al nacer. La identidad sentida estaría más allá del cuerpo y de la sociedad, por encima de las contingencias biológicas y sociales. La autodeterminación de la identidad de género por el sentimiento es la quintaesencia de la nueva alma, en tanto el sentimiento es la evidencia misma de esta identidad profunda y percepción interna, como a menudo se enfatiza, que el propio sentimiento revela, sin que quepa más que afirmarlo. A partir de aquí la cuestión es ser uno mismo. Ser. Como si alguien pudiera ser al margen del cuerpo y de la sociedad. Como no sea Dios. [pp. 39-40]

De esta manera, la idea de identidad de género nos propone un mundo que no sólo es anterior a Darwin sino que es anterior al Renacimiento. Un mundo de almas inmortales que habitan cuerpos azarosamente adecuados o erróneos, donde las inadecuaciones se corrigen con pelucas, maquillaje, implantes, hormonas y amputaciones (aquí sí se pone en juego toda la modernidad del capitalismo: la gran industria fármaco-quirúrgica al servicio de la valorización del valor). Y todo aquel que osare poner en cuestión este relato será insensata e implacablemente acusado de «fóbico», «odiador» y «fascista».

Lo que viene

Ahora que nos asomamos a este mundo y su ideología, en el próximo artículo leeremos el texto de la ley de Identidad de Género. El marco legal de todo este delirio. [Leer la Parte 2]

NOTAS:

1 Flor de la V, «Ser mujer», nota publicada en Página/12 el 16 de noviembre de 2021.

2 «Relatora Especial de la ONU pide que se haga un control de género en el deporte femenino», nota publicada por el sitio SexMatters el 17 de octubre de 2024. También Katie Daviscourt, «Mujeres deportistas pierden 890 medallas: funcionaria de la ONU publica un informe donde pide categorías deportivas exclusivamente femeninas», traducción publicada en El Blog de Salegre el 20 de octubre de 2024.

3 Irene Aguiar, en su cuenta de la red X. Los datos pueden hallarse en los sitios HeCheated y SheWon, además del apartado que dedica al deporte la alianza internacional Contra El Borrado de las Mujeres. También recomendamos leer, de Irene Aguiar, «Salvemos el deporte femenino», nota publicada en La Voz de Galicia el 23 de enero de 2024.

4 «Genes van, piñas vienen: El caso Khelif, la izquierda progresista y un delirio peligroso», artículo publicado el 31 de agosto de 2024.

5 Para una historia de la «ideología queer» (que también llamamos, indistintamente, «ideología de género», «transactivismo» o «transgenerismo»), recomendamos leer:

  • Cuando lo trans no es transgresor (Mentiras y peligros de la identidad de género), de Laura Lecuona (2022).
  • Distopías patriarcales (Análisis feminista del «generismo queer»), de Alicia Miyares (2021)
  • La mujer molesta (Feminismos postgénero y transidentidad sexual), de Rosa María Rodríguez Magda (2019).
  • Delirio y misoginia trans (Del sujeto transgénero al transhumanismo), de Alicia Miyares (2022).
  • Nadie nace en un cuerpo equivocado (Éxito y miseria de la identidad de género), de José Errasti y Marino Pérez Álvarez.
  • La estafa del transgenerismo (Memorias de una detransición), de Sandra Mercado Rodríguez y Marina López Domínguez (2022).
  • La coeducación secuestrada (Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación), volumen coordinado por Slivia Carrasco Pons (2022).
  • Material girls (Por qué la realidad es importante para el feminismo), de Kathleen Stock (2021).
  • Sobre la existencia del sexo (Reflexiones sobre la nueva perspectiva de género), de Kajsa Ekis Ekman (2021).
  • El género daña (Un análisis feminista de las políticas del transgenerismo), de Sheila Jeffreys (2014).
  • «El género y la negación del cuerpo», cap. 1 de La filosofía se ha vuelto loca. Un ensayo políticamente incorrecto (Ariel, 2019), de Jean-François Braunstein.

6 Mabel Bellucci, Historia de una desobediencia (Aborto y feminismo), Buenos Aires, Capital Intelectual, 2014, pp. 135-6.

7 Mabel Bellucci, obra citada, p. 215.

8 Ver la «Entrevista Alternativa Socialista», Boletín de la CHA, Año 2, nº 11, enero-abril de 1986, pp. 12-4.

9 Ver el sitio de la Campaña.

10 «Sin ley, zona de riesgo», publicación del sitio LatFem.

11 Sobre el DNI «no binario» escribimos «De un individualismo a otro». Acerca del Censo Nacional y el cómputo de las autopercepciones, se puede leer «La discalculia peronista (Parte 1)». Las palizas de Alberto a Fabiola nos dieron el pretexto para pensar más allá de los individuos en «Alberto no es lo otro del peronismo». Una de nuestras primeras notas estuvo dedicada a la misoginia peronista: «Si sucede, conviene». Y no fue la única: «Carta abierta a las compañeras feministas que van a votar» y «Feminismo no vota perucas».

12 «Flor de la V recibió su DNI femenino, tras años de lucha», nota publicada en Clarín el 14 de diciembre de 2010.

13 Caracterizamos al peronismo como el principal enemigo de la clase trabajadora en base a estos argumentos: «Feminismo no vota perucas»; «La ESMA y el negacionismo peronista»; «En sentido contrario a la burguesía»; «La discalculia peronista 1: El cómputo de las autopercepciones»; «La discalculia peronista 2: El desprecio por la verdad»; «La discalculia peronista 3: Apalear chanchos para detener la lluvia»; «La discalculia peronista 4: la muralla y los censos»; «Color esperanza»; «¡Abran los archivos!»; «La Triple A: La original (e impune) creación asesina de Perón»; «Explotación reproductiva: deseos, mercancías y derechos»; «Milei y el mercado de niños (Tenembaum, Rothbard y el peronismo)».

14 Gabriela Mansilla, Yo nena, yo princesa (Luana, la niña que eligió su propio nombre), Los Polvorines, UNGS, 2a ed., 2019, p. 25. En adelante colocamos entre corchetes, al final de cada cita de este libro, la paginación correspondiente.

15 Sandra Mercado Rodríguez es un hombre detransicionador que tiene un canal de YouTube donde cuenta su experiencia con la vaginoplastia y habla con otros hombres que se la han realizado. También publicó un libro, La estafa del transgenerismo (Tierra de Nadie, 2022) en cuyas páginas 74-105 describe el proceso escalofriante sin ahorrar detalles escabrosos que el transactivismo silencia.

16 Véase el comentario al respecto en Nadie nace en un cuerpo equivocado, pp. 231-4, donde presenta ejemplso como «Healgénero: género que trae paz mental a le identificade», «Felinogénero: género correspondiente a gatos. Cuando te sientes peludite y mullide y quieres que te acaricien la barbilla», «Dryagénero: forma de género, pero en conexión con un bosque vacío», «Aerogénero: género que cambia según la atmósfera, nivel de confort, quién está alrededor, la temperatura, la época del año…». Véase también «Insólito: un grupo de personas reclama ser “reconocidas como perros”», nota publicada en Página/12 el 20 de septiembre de 2023. «’Amo pastar cerca del arroyo’; joven ‘transespecie’ causa polémica en redes», nota publicada en Redacción el 20 de diciembre de 2024. «Así es la vida de la streamer que se siente perro: duerme en una jaula y la sacan a pasear todos los días», nota publicada en El Trece el 21 de marzo de 2024.

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