ALBERTO NO ES LO OTRO DEL PERONISMO

Si esto le pasó a la primera dama de un gobierno peronista, y ella ha considerado más factible denunciar con los libertarios en el gobierno, es porque el peronismo (a los ojos de alguien que está en su interior y conoce sus secretos) es machista y misógino. Aterradoramente machista y misógino.

Hoy, el peronismo y el progresismo hacen hincapié en el regodeo de los libertarios por esta noticia porque sustrae un poco la atención, al menos mediáticamente, de las turbulencias económicas. Al poner el énfasis en ese regodeo esconden (o intentan esconder) el efecto más rotundo que esta noticia extiende entre la población. Un efecto que no es de sorpresa sino de indignación, que no se resume en «No lo puedo creer» sino en «¿Y qué esperabas de ese hijo de puta?». Esta cuestión es determinante: el conocimiento masivo, en la población, de la impostura y falsedad del progresismo peronista.

La afirmación «Yo te creo, hermana» se basa en un supuesto contrario a la presunción de inocencia. Pero no es un capricho sino la constatación de una realidad. Todos los ciudadanos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario. Pero, en términos de violencia machista, la opresión se ve tan extendida que el sentido común procede a invertir la carga de la prueba. Esto no hace caducar la presunción de inocencia y el debido proceso, sino que, ante la generalización del acto delictivo, modifica el curso de dicha presunción. Puede ser jurídicamente reprobable pero los caminos del progreso presentan –necesariamente– una relación de ambivalencia con el derecho establecido: lo cuestionan, lo desconocen, lo modifican, lo reivindican en una serie de sinuosos movimientos.

Hoy, la extensión de la violencia machista es reconocida al margen del juicio público que se tenga sobre ella. Existe para los conservadores y reaccionarios, aunque relativizan su importancia («no es tan grave», dicen) y familiarizan su causalidad («hay que poner orden en la casa», dicen). Existe también para los progresistas, pero sin atenuantes ni matices, y con la convicción de que merece ser condenada.

Esta violencia, además, al hallarse capilarmente diseminada por toda la sociedad, presenta dos caras (aun tratándose del mismo acto). Una es su particular expresión en el ámbito privado, sus condiciones únicas y singulares: la que compromete a cada mujer que la sufre, las modalidades en que se concreta y los tiempos en que cada mujer consigue (o lo intenta) terminar con esa violencia. La otra cara es el lugar que ocupa ese acto puntual en el terreno social de la lucha generalizada de las mujeres por terminar con el patriarcado en el marco de una agenda feminista.

Toda la repercusión social y política de este caso no tiene relación con el ámbito privado. No se trata de acercarle a Fabiola el teléfono de un abogado, escucharla en un café, señalarle algún recurso para que se aleje del golpeador u ofrecer otra de las tantas acciones concretas y particulares necesarias para avanzar en la resolución de estas situaciones. No se trata de eso. Todos sabemos de lo que se trata. Y los socialistas, a diferencia del peronismo, de los progres, de los liberales y de los libertarios, no queremos hacernos los boludos.

Porque para los libertarios este es un buen momento, una excelente ocasión. Pero sus enunciados delatan qué mal plantean el problema. No es lo mismo disolver el Ministerio de la Mujer porque no era necesario, que hacerlo porque no cumplía su función. Merced a semejante déficit conceptual y político, arrojan el niño con el agua sucia: por supuesto que ese ministerio era inútil, pero lo era a causa de la misoginia del gobierno peronista, no porque los problemas a resolver fueran irreales o insignificantes.

La propia Fabiola no denunció mientras existía ese ministerio. Denuncia ahora, cuando ya no existe. Porque Fabiola tenía claro que la ministra de «mujeres y diversidades» no sólo era del palo de Espinoza y Alperovich, sino también alcahueta de Alberto Fernández. Y que era mejor callarse.

Al contrario de lo que pretende la fingida indignación libertaria, la violencia machista visibilizada por las luces que el feminismo conectó socialmente (y cuya medida más clara es la «inversión de la carga de la prueba» que mencionamos) justifica y exige, a la vez, una política feminista. No era necesario cerrar el ministerio: alcanzaba con el cese en su cargo de la cómplice del patriarcado que cobraba el sueldo de ministra. Y la designación de alguien eficiente en su lugar. Al indignarse, los libertarios exhiben que aprendieron del peronismo a utilizar las banderas feministas en provecho propio, vaciándolas de todo contenido real.

Sin embargo, el gran escándalo político ocurre en otro campo. Lo vemos en la desesperación por mostrar que Alberto Fernández es lo otro del peronismo. Porque, si alguien aborrece lo que hizo el presidente peronista y, además, se siente identificado con el campo progresista, entonces es lógico que ese procedimiento lo reconforte. El problema es que precisamente de esto se trata el escándalo. Esto es lo que millones de personas han entendido mientras otros millones hacen esfuerzos por resistirse a entender: el campo progresista es el que le adjudica a partidos burgueses la voluntad y la posibilidad de defender intereses mayoritarios. Y eso es falso, no sucede y termina en esta escena aborrecible.

El campo progresista es el que le adjudicó al peronismo una estrategia feminista que jamás tuvo y que todos los hechos de su historia niegan1. Entonces, como un boomerang, la verdad misógina del partido que instituyó el «Día del niño por nacer» contra la lucha por la IVE, pero legalizó los prostíbulos, vuelve y lastima. El campo progresista utiliza las mejores intenciones para empedrar el camino del infierno peronista. Esto obliga al progresismo a interpretar cada inocultable acto de violencia machista por parte de un dirigente peronista como si fuera una excepción de secundaria importancia, un caso aislado «más» de los que ya suman una superpoblación.

El progresismo se ve forzado a interpretar de esta manera porque siempre –sin importar cómo ni cuánto sea perjudicada una mujer– «peor es la derecha». Entonces interpreta que Alberto Fernández no es el dirigente elegido por Cristina y La Cámpora, elegido por todo el peronismo que nunca realiza internas competitivas para las candidaturas presidenciales, elegido por los gobernadores, los intendentes, los senadores y diputados peronistas y, finalmente, el elegido por los peronistas como peronistas. Pero lo cierto es que sí. Alberto Fernández no es un resultado de la lotería en Babilonia.

El progresismo se encuentra azorado y molesto porque su convicción de que se puede avanzar en beneficios para la sociedad a través del peronismo expone un rostro groseramente reaccionario. El progresismo, que confió en el peronismo, sabe que ha votado no al primer presidente golpeador (es de suponer que ha habido muchos más), sino al primer presidente que queda totalmente expuesto ante los efectos de la lucha feminista. Alberto Fernández fajando a su mujer complementa la foto del cumpleaños durante la pandemia. Alguien que se caga en 47 millones de argentinos, a los que prohíbe lo mismo que él se permite realizar, también puede cagarse en la agenda feminista, con su propia esposa.

El progresismo cree que los derechos de las mayorías son vulnerados únicamente por «la derecha», o sea por quienes proclaman esa voluntad de manera abierta. En esa creencia, Axel Kicillof ayer, en La Rioja, junto a Fernando Espinoza no representa, para el progresismo, una escena de la derecha. Recordemos que cuando Massa incorporó un millón y medio más de pobres a las estadísticas durante 2023, la campaña progresista a favor del peronismo sacaba a relucir «la ampliación de derechos» y «las políticas de género» que con Milei no tendrían cabida. Ahora que es obvio que el gobierno de Alberto se cagaba en los derechos y en el feminismo («Yo no soy feminista», les dijo Cristina en la cara a las militantes2), los mismos que llamaron a votar por Massa, de pronto, se preocupan por el número de pobres incrementado por Milei.

Aunque horroroso, el caso Fabiola es un caso menor. La gran tragedia del feminismo consistió en entregarle confianza al partido –y sobre todo a su dirigente, Cristina Fernández– que condenó a miles de mujeres a morir en abortos clandestinos durante el mandato de Néstor y los dos de Cristina: más de una década dándole la espalda al proyecto presentado por la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito3, luego de haber sido cómplice de la misma política durante los doce años anteriores, con Cristina como diputada y senadora.

El caso del golpeador Alberto Fernández tiene, como dijimos, dos caras. La privada, que seguirá el curso que la propia perjudicada pueda y quiera darle (y también en la medida en que la sociedad abra carriles para que avance). En cambio, el aspecto social y político del caso nos convoca a transformar el azoramiento y la estupefacción (de quienes todavía intentan ver en el peronismo un canal para el progreso) en un encuentro con la verdad.

La verdad es que eligieron al tipo que, mientras decía que había terminado con el patriarcado, le rompía la cara a su esposa. Esa elección no es un problema de Alberto Fernández, sino el resultado de una posición política. Así como lo es haber votado, para terminar con la miseria, al ministro del 270% de inflación y 45% de pobreza.

El progresismo que cree en la vía peronista siempre nos cuestiona a los militantes socialistas que somos pocos. Lo que nosotros le cuestionamos al progresismo es con qué compañía llega a ser muchos.

NOTAS:

1 Sobre el papel históricamente misógino del peronismo, «Feminismo no vota perucas». Sobre la defensa peronista del sistema prostituyente, «Si sucede, conviene». Sobre la defensa peronista de la explotación reproductiva, «Explotación reproductiva» y «Milei y el mercado de niños». Sobre el encubrimiento peronista de abusadores y violadores, «La violación».

2 Al día siguiente anunció que entronizaría a la Virgen de Luján en el salón de mujeres del Instituto Patria: «Tras la inauguración del Salón de Mujeres del Bicentenario, CFK compartió la imagen de la Virgen de Luján», nota publicada en Política Argentina el 5 de mayo de 2024.

3 Mariana Iglesias, «La campaña por la ley de aborto comenzó en 2005 y el proyecto ya se presentó 6 veces», nota publicada por Clarín el 23 de febrero de 2018.

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