APALEAR CHANCHOS PARA DETENER LA LLUVIA: El Banco Nación contrató a una numeróloga
En su libro Montoneros. La soberbia armada (1984), Pablo Giussani recuerda el relato de un tío, quien explorando el río Amazonas dio con una aldea indígena cuyos pobladores tenían un modo muy peculiar de hacer frente a las crecidas del río:
Cuando el río crecía y amenazaba desbordar su cauce, los indios de la aldea no hacían lo que racionalmente haría cualquiera de nosotros –huir, treparse a los techos o construir defensas físicas contra el desborde. Lo que hacían era correr con grandes palos a los establos y apalear fervorosamente a sus animales, con preferencia a los cerdos, que reaccionaban al castigo con estremecedores chillidos. Era ésta una suerte de tecnología mágica que apuntaba a espantar con el estruendoso lamento de las bestias el espíritu maligno que se había apoderado del río.
Giussani observa, reflexivo, que este modo de enfrentar la realidad tiene dos implicancias importantes:
La primera… es la imposibilidad de aprender de la experiencia. No es posible, en efecto, que la experiencia cuestione, desmienta o corrija los contenidos de una concepción que empieza por negarle validez.
La segunda es la necesidad de delegar en otros una facultad cognoscitiva que el hombre común no está en condiciones de ejercitar por su propia cuenta. El conocimiento de la realidad, no pudiendo originarse en ese modo universal y ramplón de tomar contacto con las cosas que es la experiencia, tiene que emanar de la autoridad que se les reconoce a determinados individuos considerados excepcionales y superiores.
El saber, en esta concepción mágica del universo, no es algo que el hombre común ejercita, sino algo que recibe, una revelación difundida por hechiceros provistos de poderes extraordinarios que les permiten alcanzar, en raros y sublimes momentos de éxtasis, atisbos visuales de ese mundo normalmente invisible.
A falta de un estudio científico de la realidad, la gestión peronista del Banco Nación contrató a un «individuo excepcional y superior» para que pusiera en juego sus «poderes extraordinarios». Silvina Batakis, presidenta del Banco Nación y ex ministra de Economía, autorizó el pago de casi dos millones de pesos ($1.800.000) a una numeróloga por un servicio de asesoramiento personal durante seis meses para la gerente de la entidad, María del Carmen Barros. A falta de un saber concreto, una revelación mágica. Verónica Laura Asad, conocida como «Pitty, la numeróloga», precisó detalles de las sesiones:
Al principio, venía a mi oficina una vez a la semana. Después pasaron a ser dos veces y finalmente tres veces. Me pedía hacer lo que yo sé hacer, que tiene que ver con números. A través de los números, vos podes sacar diferentes cosas. Hay un número en la puerta de tu casa, en el celular, en el cielo y todo se puede aprovechar.
Y agregó:
El banco tiene su número, los empleados tienen un número, las actividades que se hacen, hay un ejercicio que es de mayor motivación. Todos tenemos un número, vibramos a través de los números, tenemos una energía que manejamos. Entonces, vos podés asesorarte a través de esa energía. Hablamos sobre cómo manejar el personal, cómo comunicarse en una situación según su fecha de nacimiento.
El trasfondo de magia en el discurso de la numeróloga es común a todas las empresas esotéricas. Marcelo Larraquy nos cuenta, en su libro López Rega, el peronismo y la Triple A (2004), cuáles eran los postulados del más célebre brujo peronista, en el capítulo titulado «El Conductor Cósmico»:
López Rega quería que [su libro] Astrología esotérica funcionara como un manual de autoayuda, un amigo mudo, de consulta diaria. […] El método que López ofrecía a las grandes masas de no iniciados consistía básicamente en tomar los conceptos del sistema astrológico y volverlos extensibles a todo. A la música, el arte, la danza o el alfabeto. En una parte del libro, por ejemplo, buscaba incluir dentro de un orden esotérico géneros musicales como el tango o expresiones artísticas como la danza, para que pudieran transmitir vibraciones espirituales en auditorios o teatros. Todo está supeditado al ritmo universal.
La relación entre la astrología esotérica de López Rega y la numerología energética en el Banco Nación no se apoya en una azarosa similitud. Durante la campaña electoral de 2021, la candidata a diputada nacional, actual ministra de Desarrollo Social de la Nación y cabeza de lista en la provincia de Buenos Aires (junto a Máximo Kirchner), Victoria Tolosa Paz, dijo en televisión que la carta astral de cada país explica sus avatares históricos:
Argentina es Cáncer. ¿Por qué es Cáncer? Por el día en que se independizó como país: 9 de julio de 1816… De ahí [de las cartas astrales] sale la crisis del 29 de los EE.UU., por qué el derrumbe de las Torres Gemelas, por qué pasa lo que pasó en la crisis del 2001 en Argentina…
Desde esa forma esotérica de explicar la realidad, puesta a dirigir las gestiones del Banco Nación y el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación (por su parte, López Rega fue titular del ministerio de Bienestar Social, además de secretario privado de Perón), los signos exteriores y perceptibles de las cosas son sólo máscaras de una realidad distinta, enigmática y normalmente inaccesible: lo que vemos es una apariencia, mientras que la verdadera realidad está escondida al conocimiento de los «no iniciados» y sólo se accede a ella por intuición mística o revelación divina.
De ahí que Axel Kicillof, actual gobernador de la provincia de Buenos Aires, mientras era ministro de Economía de la Nación, durante la segunda presidencia de Cristina Fernández, declarara que no contaba ni le interesaba contar cuántos pobres hay en el país:
Esa pregunta, cuántos pobres hay, es una pregunta complicada. Convengamos que es bastante relativa. Yo no tengo el número de pobres. Me parece que es una medida bastante estigmatizante.
Lo que vemos –la pobreza, por ejemplo–, no importa. Importa lo que no vemos (la «energía» detrás de los números, las fuerzas del zodíaco, el «ritmo universal»). Por eso el presidente de la Nación, Alberto Fernández, afirmó que «Gran parte de la inflación es autoconstruida, está en la cabeza de la gente» y precisó, días después:
Cuando hablo de «inflación autoconstruida» me refiero a la inflación psicológica, que no está en el consumidor. Está en el pequeño comerciante.
La inflación (más de 120% anual, según el INDEC) no es un dato de la realidad. Es una apariencia, un truco psicológico, una ilusión de nuestros sentidos. Los precios que vemos no son reales. La pobreza (más del 40%, según el INDEC) no es un dato relevante para la orientación de las políticas de asistencia estatal, sino «una medida bastante estigmatizante» para las personas que la sufren. Si hay miseria, que no se note.
Recuperemos el relato de la aldea indígena con que comenzamos esta nota para preguntarnos: ¿qué diferencia hay entre responder a la inflación con psicología y a la pobreza con ignorancia, y responder a la crecida de un río dándole bastonazos a los cerdos?
La realidad –nos dice el peronismo– sucede a espaldas de nuestra percepción y experiencia. Nada es lo que vemos. Por absurdo y cómico que pueda resultarnos, el peronismo sostiene que hay una naturaleza oculta de las cosas que funciona mediante relaciones estímulo-respuesta que son propias del hechizo: vibraciones espirituales, poder mágico de los números, cangrejos imaginarios en el cielo, un dios todopoderoso o la virgen de los milagros. «Estoy viva por Dios y por la Virgen», declaró Cristina Fernández, a propósito del fallido atentado contra su persona; «No la mataron a Cristina porque Dios es grande», explicó José Mayans, jefe del bloque se senadores peronista; «Dios es grande», alabó «el Cuervo» Larroque; «La cuidó Dios y no la policía», se persignó Juan Grabois. Por absurdo y repugnante que pueda resultarnos, el peronismo sostiene que es irreal lo que vemos: Chocolate Rigaud y Martín Insaurralde son excepciones asombrosas que nadie sabe de dónde salieron (como José López revoleando 9 millones de dólares), no la normalidad obscena del régimen burgués.
En suma, ante el mundo de visibilidades irreales que se nos presenta, el oscurantismo peronista nos revela un mundo de realidades invisibles. Lo que vemos, palpamos, oímos, experimentamos es irreal, «complicado», «relativo». Lo real está en otro lado, es invisible, impalpable, inaudible e inexperimentable. Este es el sentido exacto del apotegma «La única verdad es la realidad»: no la realidad que tenemos ante nuestros ojos, sino otra; una que está oculta para el común de los mortales y a la que sólo acceden individuos excepcionales y superiores provistos de poderes extraordinarios para la numerología, la astrología, la revelación divina u otras artes mágicas. «El Brujo» López Rega lo sabía perfectamente.
No son casos aislados sino ejemplos que responden a un tratamiento específico del mundo ante nuestros ojos: desconocerlo. Responden a una manera muy precisa de abordar la realidad: ignorarla. El Censo 2022 incorporó el conteo de «autopercepciones», de tal modo que para esa medición nacional no importa el dato objetivo, inmodificable, del sexo biológico de los seres humanos que habitan el territorio argentino sino el dato subjetivo, caprichoso, de lo que a cada quien le parece. ¿Cómo se planifican, por ejemplo, políticas de salud para el conjunto de la población si no se sabe cuántos varones y cuántas mujeres existen? Para colmo, Argentina sigue censando como si viviéramos en el último tercio del siglo XIX y no en el primer cuarto del siglo XXI, con un mecanismo anticuado, oneroso e ineficaz.
Pero ojo. No es que el peronismo le imponga sus supersticiones a la burguesía: es que la burguesía en Argentina necesita del oscurantismo peronista para sobrevivir al amparo de su Estado burgués. Porque una burguesía que no tiene futuro prefiere negar el presente, negar la verdad y, por lo tanto, negar los proyectos de sociedad que pudieran erigirse en base a esa verdad.