PEOR QUE EL TERRAPLANISMO. Parte 2: Una ley contra la racionalidad

En la primera entrega de este tríptico vimos que (a diferencia de la ley de IVE, aprobada en 2020 y promulgada en 2021) la ley de Identidad de Género salió expeditivamente del Congreso argentino en 2012. Analicemos ahora la letra de esta ley, porque asombra que todavía no haya sido puesta en discusión públicamente:

ARTICULO 1º — Derecho a la identidad de género. Toda persona tiene derecho:

a) Al reconocimiento de su identidad de género;

b) Al libre desarrollo de su persona conforme a su identidad de género;

c) A ser tratada de acuerdo con su identidad de género y, en particular, a ser identificada de ese modo en los instrumentos que acreditan su identidad respecto de el/los nombre/s de pila, imagen y sexo con los que allí es registrada.

Detengámonos en el núcleo del texto: toda persona tiene derecho a la identidad de género. ¿Y qué es la identidad de género?

ARTICULO 2° — Definición. Se entiende por identidad de género a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. Esto puede involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios farmacológicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que ello sea libremente escogido. También incluye otras expresiones de género, como la vestimenta, el modo de hablar y los modales.

Lo primero que sorprende al lector atento es que la definición incluye la palabra que se pretende definir: ¿cómo que la identidad de género es «la vivencia interna e individual del género»? Ediciones UNGS, la misma que editó y reeditó el espeluznante Yo nena, yo princesa, publicó un libro de Gustavo Arroyo con el título Teoría de las definiciones. Una introducción crítica, en cuya página 14 establece algo elemental: «Las definiciones constan de dos partes, el definiens y el definiendum […] el definiens enuncia las propiedades o características que son condición para pertenecer a la clase designada por el definiendum.» Una definición correcta no debe incluir el término definido.

El Artículo 2° continúa: «tal como cada persona la siente». Aquí se radicaliza el subjetivismo, ya que el único criterio de verdad pasa a ser el propio individuo que verbaliza su vivencia1.

Sigue el texto de la ley: «la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento». No sabemos qué es más asombroso: que se haya aprobado esto sin debate o que casi 15 años después siga vigente. El sexo NO se asigna. Durante milenios los seres humanos hemos observado, constatado y registrado el sexo de los recién nacidos con una precisión del 99,98%.2 Y, desde la década de 1960, un simple análisis de sangre materna durante el embarazo permite detectar fragmentos de ADN del feto y comprobar cuáles son los cromosomas (XX = mujer; XY = hombre). El sexo es un dato objetivo de nuestra condición biológica, no un capricho médico ni una injusticia social: la especie humana es binaria, un sexo fecunda y el otro gesta. La vida en la Tierra se desarrolló durante millones de años, formamos parte de una especie que resulta de esa evolución biológica y –así como carecemos de branquias y de alas, así como no somos invertebrados ni nos reproducimos por mitosis– nos reproducimos de manera anisogámica: dos gametos desiguales (uno grande y prácticamente inmóvil, el óvulo, y uno pequeño y muy movedizo, el espermatozoide) se fusionan para concebir un tercer organismo que no es ni el que gesta (la hembra) ni el que fecunda (el macho). En todos los animales y las plantas vasculares hay exactamente dos sexos y no más. (Y aunque un buen número de plantas y unas pocas especies de animales combinan ambas funciones en un solo individuo, en ningún caso constituyen un tercer sexo).

Que esta ley diga expresamente que el sexo se asigna en el momento del nacimiento (como si el sexo fuera un signo del zodíaco) remite a esos cuentos infantiles en que las hadas obsequian dones a algún recién nacido. No nos llama la atención que el transactivismo adorne su retórica con brillitos, hadas madrinas, unicornios y arcoíris, porque su ideología (además de embellecer con superficies de fiesta su dañino oscurantismo anticientífico) es perversamente infantilizante. Nos llama la atención que una ley nacional haya cambiado –sin debate alguno en la sociedad– el fundamento racional por un cuento de hadas.

Y atención: un cuento de hadas escrito en la exótica ciudad de Yogyakarta, en la no menos exótica isla indonesa de Java, a la vista pública de nadie.

Los Principios de Yogyakarta

En el año 2006, la fundación Allies Rainbow Communities (ARC International) organizó un evento privado con 25 personas de diferentes nacionalidades (jueces, académicos, expertos independientes de la ONU y representantes de organizaciones LGTBI) del que se desprendió el documento «Principios de Yogyakarta». Todas las personas que firmaron el documento lo hicieron a título personal, sin constituir reunión académica, gubernamental o de ONG alguna. No nos detendremos aquí en los detalles del evento, sus nombres propios, su financiación y sus vínculos con la industria farmacéutica3. Nos interesa señalar que de este documento salió la letra de la ley de Identidad de Género en Argentina (y otras similares, como la llamada «Ley Trans» española).

En las 40 páginas del documento aparece 158 veces la fórmula conjunta «orientación sexual e identidad de género». Se pretende así transmitir la idea de que son dos maneras de apuntar a un mismo fenómeno, como si todo lo aplicable a la orientación sexual lo fuera también a la «identidad de género». Cuando el texto pasa a decirnos qué significan esos términos, los trata por separado (por única vez). Sin embargo, la confusión no disminuye; aumenta:

La orientación sexual se refiere a la capacidad de cada persona de sentir una profunda atracción emocional, afectiva y sexual por personas de un género diferente al suyo, o de su mismo género, o de más de un género, así como a la capacidad de mantener relaciones íntimas y sexuales con estas personas.

Según esa «definición», la orientación sexual es inseparable del género. No obstante, aun tratándose de la orientación sexual, nada tiene que ver con el sexo (ausente en el texto que acabamos de citar). Entonces, ¿qué es el género? En ningún lugar del texto se explica qué es el género. Lo que se explica (o se pretende que los lectores tomemos como si fuera una explicación) es qué significa «identidad de género»:

La identidad de género se refiere a la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente profundamente, la cual podría corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo (que podría involucrar la modificación de la apariencia o la función corporal a través de medios médicos, quirúrgicos o de otra índole, siempre que la misma sea libremente escogida) y otras expresiones de género, incluyendo la vestimenta, el modo de hablar y los modales.

Ahí está el término definido (definiendum) dentro de la definición (definiens), tal como vimos que ocurre en la ley argentina. Pero vayamos más allá. Según este texto, la identidad de género es una esencia que se vive individual e internamente y que podría no corresponder con el sexo (¡aquí está el sexo!, pero no como función biológica para la reproducción de la especie, sino como un don de las hadas o un avatar astrológico) asignado al nacer.

Tal como podemos comprobar, la letra del Artículo 2° de la ley argentina y su irracionalidad manifiesta provienen de los Principios de Yogyakarta, un documento elaborado en las sombras, que nunca ha sido aceptado por la ONU (de hecho, ha sido rechazado cuantas veces se presentó a la Asamblea General y al Consejo de Derechos Humanos de la ONU) y que sin embargo prolifera en clones: materiales didácticos, objetivos de ONGs, programas de partidos políticos y leyes de «reasignación legal» del sexo.

La filósofa y feminista española Alicia Miyares comenta al respecto:

La identidad de género nace con la pretensión, como se afirma en el principio tres de Yogyakarta, de que reemplace al sexo en todos los documentos de identidad: «Incluyendo certificados de nacimiento, pasaportes, registros electorales y otros» para que «reflejen la identidad de género que la persona defina para sí». Todo ello contradice de raíz lo postulado por el feminismo en lo relativo al género como pervivencia de las ideologías, normas y estereotipos sexuales que se han de abolir. Como afirmaría años después Robert Wintemute, profesor especializado en derechos humanos en el King College de Londres, asistente en este encuentro privado de 2006, la cuestión relativa a los derechos de las mujeres no fue en absoluto abordada por los allí reunidos. No se planteó consideración alguna relativa a las posibles consecuencias que podían derivarse para las mujeres de la aceptación de que la identidad de género reemplace al sexo en cualquier tipo de situación o documentación.4

Definiciones persuasivas

Las incoherencias que presentan estos Principios… y aquella ley no están desprovistas de intención política. El citado libro de Gustavo Arroyo, ese que publicó la misma editorial de la UNGS que avala el abuso y la manipulación de menores con Yo nena, yo princesa, nos ofrece esta herramienta de análisis en su página 21: «Hay un tipo de redefinición conocida como definición persuasiva». Y explica:

Supongamos ahora que uno quiere dar reconocimiento a una clase hasta ahora no reconocida y crear actitudes (favorables o desfavorables) en relación con ella. Si la clase en cuestión está emparentada con una clase ya existente que despierta el mismo tipo de sentimiento que uno quiere generar en relación con la clase nueva, podría ser conveniente designarla con el mismo término. Uno no debe hacer explícito que el término está siendo utilizado para designar un nuevo tipo de objeto, pues nuestra audiencia se podría preguntar si el nuevo tipo de objeto merece la misma valoración. El nuevo tipo de objeto debe ser introducido subrepticiamente en la clase que ya goza de una determinada valoración. Es posible incluso que en la nueva clase ya no quede lugar para los antiguos miembros de la clase, y que los nuevos sean proclamados como los verdaderos miembros. [p. 22, subrayamos]

Este recurso retórico es exactamente lo que opera en el texto de los Principios de Yogyakarta y la ley de Identidad de Género. Podemos leer tres movimientos:

A) Se adopta la palabra identidad —que está cargada con una milenaria tradición filosófica, una secular tradición científica y una decimonónica tradición política (relativa al surgimiento de los nacionalismos) y se la convierte en una «vivencia interna e individual tal como cada persona la siente». Esta operación blinda al término: nadie puede discutir la identidad porque se trata de un sentir «profundo» de cada persona. ¿Quién soy yo para poner en cuestión lo que otro individuo siente en «lo más profundo de su ser» acerca de sí mismo? Se trata de la legalización de una esencia incuestionable, análoga al alma de los escolásticos pero sin debate alguno (ni, mucho menos, sutileza filosófica o densidad conceptual). Sobre esta definición persuasiva se asienta todo el edificio jurídico (y todo el discurso) del transactivismo.

B) Se anuda la palabra identidad con la palabra género. Hasta los años 80, el feminismo hablaba de «roles sexistas» o «estereotipos sexuales» para denunciar los mecanismos de subordinación patriarcal. La academia anglosajona sustituyó esos términos por el concepto de «género» y los «estudios sobre la mujer» fueron reemplazados por los «estudios de género»5. Hasta ahí, la palabra mantenía su sentido crítico: género equivalía a estereotipo sexual, de ahí que el feminismo haya sido siempre y continuará siendo abolicionista del género (es decir, abolicionista de los estereotipos sexistas). Pero en los años 90, gracias a trabajos como el de Judith Butler, el género dejó de referirse a estereotipos sexistas socialmente construidos e impuestos en función de la subordinación patriarcal para empezar a referirse a una performance individual y a la vivencia íntima tal como cada persona la siente.

Así, el término blindado en (A) recibe el barniz académico de una palabra que no significa lo mismo en inglés que en castellano. Por eso en nuestro idioma pasamos del género en sentido gramatical, musical, cinematográfico o textil, al género como esencia íntima, subjetiva e incuestionable. Y por eso armas conceptuales del arsenal feminista como «violencia machista» o «crítica feminista» se convirtieron en «violencia de género» y «perspectiva de género», diluyendo la unidireccionalidad de esa violencia denunciada (de los hombres hacia las mujeres) y borrando al sujeto político del feminismo (las mujeres) en un concepto (género) que convierte la agenda política levantada contra un sistema de opresión, en la agenda individualista de los deseos personales, las vivencias íntimas y los sufrimientos de cada quien sin importar su sexo.

C) Se mezcla deliberadamente la «identidad de género» con la «orientación sexual», de manera que el reconocimiento y las simpatías cosechados por lesbianas, gays y bisexuales tras décadas de lucha contra la persecución y discriminación quedan adheridos (por contigüidad acrítica) a la novedad terminológica de la «identidad de género». Así como el transactivismo expropió la historia de lucha del ENM, así expropia la historia de lucha LGB (lesbianas, gays, bisexuales). Retomemos las palabras de Gustavo Arroyo que resaltamos en negrita y analicemos cómo las siglas LGB recibieron la introducción subrepticia (hoy automática) de otras siglas que protegen su irracionalidad amparándose en conquistas que sí orbitaron –y orbitan– alrededor del sexo: lesbiana es una mujer que se siente atraída por mujeres; gay es un hombre que se siente atraído por hombres; bisexual es un ser humano que se siente atraído por mujeres y hombres. En cambio:

  • ¿Qué es una «persona trans»? ¿No hay aquí un tipo de persuasión retórica, esta vez morfológica, que utiliza únicamente el prefijo y esconde la raíz para evitar la distinción entre fenómenos muy distintos, como son el travestismo (fetichizar la apariencia del sexo opuesto sin someterse a hormonización ni cirugías), la transexualidad (someterse a hormonización y/o cirugías para el cambio de apariencia denominado «cambio de sexo») y el transgenerismo (declarar la vivencia de alguno de los miles de géneros que existen, con sus respectivas banderas, o incluso la vivencia del fluir entre géneros)? Además, no son el mismo fenómeno un niño de 3 años que dice querer ser una niña, una adolescente de 15 que dice querer ser un varón y un hombre de 50 años que dice sentirse mujer. Uniformar estos tres casos bajo una misma etiqueta borra la singularidad del funcionamiento del fenómeno (¿a qué condiciones biográficas responde el fenómeno en cada caso?) con el propósito de inflar una estadística ciega, precisamente, a la diversidad que presentamos los seres humanos.
  • ¿Qué es un intersexual? El término fue abandonado hace tiempo por la medicina, pues etiquetaba lo que hoy se denomina alteraciones del desarrollo sexual (ADS) o diferencias del desarrollo sexual (DDS). (También se usaba el término «hermafrodita», como si un ser humano pudiera ser mitad Hermes y mitad Afrodita). Hablamos en detalle de tres tipos puntuales de ADS en este artículo. Existen más de 40 variantes de ADS y todas orbitan alrededor de uno de los dos sexos. Una mujer con síndrome de Turner (como la actriz Linda Hunt) no es menos mujer que cualquier otra. Un hombre con deficiencia de 5-ARD (como el boxeador Imane Khelif) no es menos hombre que cualquier otro. No hay un espectro o continuo entre los polos hombre y mujer en el cual se establezcan esas variantes como si fueran gradaciones, de manera que pudiera existir un individuo 85% hombre y 15% mujer, o 63% mujer y 37% hombre. El sexo en la especie humana es binario y esta es una característica de la especie, no de los individuos. La letra I de las siglas LBGTIQ+ engloba una condición estrictamente médica que no tiene absolutamente nada que ver ni con la orientación sexual ni con vivencias íntimas.
  • ¿Qué es alguien queer? El término «queer» se traduce como «extraño e inclasificable» y se adoptó como reivindicación provocativa de lo que la propia «teoría queer» denomina «disidencias sexuales». Por eso el término fue inicialmente bienvenido por la agenda LGB, aunque ya no es tan así.6 Reformulemos la pregunta: ¿en qué se diferencia alguien queer de alguien trans? ¿Y en qué se diferencia de alguien homosexual o bisexual? Son preguntas que el transactivismo no puede responder sin enturbiar las aguas para que parezcan profundas. Porque queer es una palabra comodín que supuestamente designa a un grupo de personas discriminadas o perseguidas por algún motivo (con ese supuesto se impide el cuestionamiento, ya que la amenaza de cancelación es tácita pero está siempre lista para reaccionar como respuesta) aunque, en realidad, carece de significado preciso y oscurece el debate para eludirlo.
  • Finalmente, ¿qué significa el signo de adición (+) al final de las siglas? Si lo tomamos en serio (¿qué otras siglas conocemos con un signo de adición al final?), significa que la hilera queda abierta a la yuxtaposición de más letras y símbolos, en un indefinido jeroglífico sin sentido que atomiza a la supuesta comunidad hasta el íntimo sentir de cada individuo y burla toda posible crítica combinando definiciones persuasivas, confusiones conceptuales, chantaje sentimentalista y, por supuesto, la amenaza de cancelación por (i) «discurso de odio», (ii) «transfobia» y (iii) «fascismo». Detengámonos por un momento en estas acusaciones porque se trata de maniobras destinadas a silenciar toda crítica.

(i) Al acusar a alguien de esgrimir un discurso de odio se le atribuyen sentimientos para invalidarlo como interlocutor. Se trata de una forma de censura: disentir con lo que una persona está afirmando supondría un sentimiento de odio en quien no comparte opinión.

(ii) La acusación de transfobia emplea un neologismo que carece tanto de consistencia morfológica como de coherencia semántica. ¿Fobia? ¿Quién sufre crisis de angustia o ataques de pánico a causa de un prefijo? Se nos dirá que el término refiere a las «personas trans» pero, entonces, volvemos al comienzo: ¿qué es una «persona trans»? ¿Y quién sufre crisis de angustia o ataques de pánico ante la presencia de personas autodenominadas «trans»? Pero supongamos que existieran los «transfóbicos»: ¿no merecerían atención, cuidado, respeto y acompañamiento en su padecer involuntario? Y si no existieran, ¿no se está «patologizando» el disenso (y a «las disidencias») con semejante etiqueta?

(iii) En cuanto a la denuncia de fascismo, se utiliza la caracterización de un régimen político inmediatamente antipático sin que se cumplan los requisitos históricos mínimos que le dan sentido a esa caracterización: (a) presencia de un líder carismático, (b) acción de masas violentas en las calles y (c) amenaza concreta, real, del comunismo frente a la toma del poder. Mediante la utilización vacía de la palabra fascismo el transactivismo pretende generar en el auditorio una aversión instantánea contra el acusado. Lo mismo, pero a un nivel más degradado y vacío aún, ocurre con la vaga calificación de «facho» (vaga en las dos acepciones, por su vaguedad de sentido y por la vagancia de la inteligencia que la esgrime).

Dicho todo lo cual, nos preguntamos: ¿Que tienen que ver la agenda feminista (igualdad real –de condiciones materiales de existencia– entre hombres y mujeres, abolición del género, abolición del sistema prostituyente, abolición de la explotación reproductiva), la agenda LGB (libre disfrute de la orientación sexual, sin persecución ni discriminación) y la agenda transactivista de la identidad de género (que el mundo reconozca mi vivencia íntima y se amolde a ella)?

Llamarle «feminismo» a la ensalada que mezcla esas tres agendas puede tener diversos propósitos, ya que es una operación tan propia del progresismo como de los libertarios. Nos interesa destacar que, al margen de las intenciones, esa mezcolanza produce efectos en una sola dirección: socava la historia y la teoría del feminismo, fragmenta y debilita al movimiento de mujeres, pone en peligro todos los derechos de las mujeres y las niñas basados en el sexo.

Quereme Trans (o te acuso de invisibilizarme)

Un ejemplo ilustrativo de todo ese andamiaje peligroso e insensato es la miniserie documental Quereme trans: Un informe necesario, que ganó el premio Martín Fierro de Cable 2024 en la categoría «De servicios». Emitida por Canal Encuentro en 2022 (durante un gobierno peronista), disponible en la plataforma BAFILMA del Instituto Cultural del gobierno (peronista) de la provincia de Buenos Aires, producido por Mulata Films y dirigido por Pablo Destito (director de la serie Mentira la verdad, conducida por el filósofo Darío Z)7, se trata de un proyecto creado e impulsado por Flor de la V (también peronista), quien asistió a la ceremonia y recibió el galardón8.

El primer capítulo, «INFANCIAS», comienza con un montaje de planos callejeros del sistema prostituyente (un hombre maquillado poniéndose un vestido, travestis parados en rutas y callejones), una manifestación de transexuales, Cris Miró en el programa de Mirtha Legrand y Flor de la V diciendo a cámara: «¿Alguna vez se preguntaron dónde están les niñes travesti, que no se ven por ningún lado?»9 Mientras tanto, las imágenes muestran niños (varones) maquillándose, usando vestidos, bailando. Al igual que sucede en Yo nena, yo princesa, para este informe con guión de Carolina Unrein y Paulo Soria, ser hombre o mujer se define por la ropa, los gustos, el sentimiento u otras características que nada tienen que ver con la función reproductiva. En una suerte de existencialismo degenerado, la esencia es la apariencia y el sexo es el estereotipo patriarcal10.

El lenguaje visual de ese comienzo pone al sistema prostituyente en conexión directa con «las infancias». Sin embargo, el informe completo no dice una sola palabra acerca de los niños (mayoritariamente niñas) secuestrados por el sistema prostituyente. Es más, en el cuarto capítulo, «TRABAJO», el documental afirma que la explotación sexual es «trabajo sexual» (Diana Sacayán expresa una posición abolicionista en el informe pero lo hace únicamente «para las personas travestis»). Y los datos leídos y sobreimpresos en pantalla se refieren únicamente a «mujeres travestis y trans»: no hay un solo dato acerca de «varones trans», que son mujeres, ni una sola mención a que las mujeres son la población abrumadoramente mayoritaria en el sistema prostituyente.

¿Qué tienen que ver con la agenda política del feminismo (i) esa posición regulacionista con respecto a la prostitución y (ii) esa omisión de las mujeres y los niños que son víctimas del sistema prostituyente?

«INFANCIAS» retoma la historia narrada en Yo nena, yo princesa y reproduce esta intervención de la propia autora del libro, Gabriela Mansilla: «Decir “una niña trans” es decir “una niña con pene”. Y procésenlo.» Sobreimpresa en pantalla queda subrayada la palabra «Procésenlo» (en modo imperativo, como el nombre de este informe autodeclarado «necesario»).

Que se hable sin explicación (ni temor a la denuncia por abuso de menores) de «les niñes travesti» y «las infancias trans» pone de relieve la mezcolanza de ideas y supuestos que se trafican al amparo del chantaje emocional y la amenaza de cancelación. Así, como puede verse en las imágenes, el panel desde cuyo centro Mansilla pronuncia aquellas imperativas palabras es pródigo en pañuelos verdes: ¿quién se atrevería a poner en cuestión un discurso emitido desde la legitimidad del reclamo feminista por el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo, aunque esta reivindicación no tenga absolutamente nada que ver con la creencia en un alma inmortal de una nena-princesa que se encontraría atrapada en el cuerpo mortal de un nene? Este es un buen ejemplo acerca de cómo el transactivismo utiliza al feminismo como escudo para traficar subrepticiamente posiciones irracionales, oscurantistas y concretamente peligrosas en relación a los derechos de las mujeres y las niñas basados en el sexo.

«EDUCACIÓN» se titula el segundo capítulo y su comienzo es notable por contradictorio. Vemos imágenes en blanco y negro de escolares en el noticiero Sucesos Argentinos con la voz en off de su inconfundible locución: «Se persigue que ni un solo niño quede sin asiento y que no haya un solo analfabeto en todo el primer Estado argentino». Sin embargo, Quereme Trans no persigue fines universalistas e ilustrados dirigidos a las mayorías sino fines particularistas e irracionales para minorías. Reclama atención personalizada para casos individuales que serían tan pero tan especiales que no figuran en los registros del conocimiento acumulado por la humanidad durante milenios: «Les travestis y trans no estamos en las láminas de pizarrones y de paredes», sostiene Flor de la V.11 Y denuncia: «Así y todo, la ESI todavía no propone, especialmente, ningún tratamiento de las identidades travestis y trans». Veremos, en la tercera entrega de esta serie de artículos, cómo la conducción trotskista del sindicato docente Ademys satisfizo –a sabiendas– esta demanda de Quereme Trans.

Por ahora quedémonos con esta otra denuncia del informe creado por Flor de la V: «El binarismo, como ya sabemos, nos hace invisibles». Semejante extravagancia nos daría risa si no fuera puro ombliguismo ignorante como fundamento de una historia de revelación religiosa. Un ombliguismo ignorante que no circunscribimos a la persona de Flor de la V sino que extendemos a los guionistas del informe, su director, la productora Mulata Films, la gestión peronista del Canal Encuentro, APTRA y demás responsables institucionales de la legitimación y propaganda de estas peligrosas insensateces.

¿Cómo es que el binarismo sexual de una especie animal, resultante de millones de años de evolución de la vida en la Tierra, invisibiliza a ciertos individuos de esa misma especie? Quereme Trans no lo explica. Y no lo hace porque el mundo que nos propone es oscurantista, anticientífico y radicalmente liberal. Un mundo en el que a partir de la vivencia individual «tal como cada persona la siente» se pretende anular la objetiva naturaleza de las cosas.

Y, de tanto anular mágicamente, los diez capítulos de Quereme Trans no dicen una sola palabra ni muestran una sola imagen acerca de las personas desistidoras (las que se arrepienten de la «transición social» y recuperan su nombre original sin haber pasado por la intervención farmacológica o quirúrgica) y las personas destransicionadoras (las que se arrepienten después de haber pasado por alguna intervención farmacológica o quirúrgica). Si Quereme Trans comienza preguntándose «¿dónde están les niñes travesti, que no se ven por ningún lado?», una buena pregunta para los realizadores de ese producto sería: ¿Dónde están los arrepentidos, que no se ven por ningún lado? ¿Dónde está la pareja de jóvenes chilenas Hans y Ariel? ¿Dónde la joven inglesa Keira Bell?12 ¿Dónde está Nagore de Arquer? ¿Dónde Sandra Mercado Rodríguez? ¿Dónde una mención al Pique Resilent Proyect, fundado –citamos la web– por «cuatro mujeres destransicionadas y desistidas con el objetivo de compartir nuestras historias y brindar información sobre la destransición, así como apoyo para aquellos que puedan estar cuestionando su género o identidad»? ¿Dónde están las historias como la de Isabelle Ayala?

El libro La coeducación secuestrada, coordinado por Silvia Carrasco Pons (doctora en antropología y profesora titular en la Universidad Autónoma de Barcelona), registra más de 20.000 destransicionadoras que cuentan sus experiencias en Reddit, de forma anónima o nominal. La periodista Nuria Coronado Sopeña, en su libro No contaban con las madres, registra más de 53.00013. Si una verdad esencial como la identidad de género termina en arrepentimiento (a menudo con un daño psíquico y corporal irreversible), ¿deja de ser esencial o deja de ser verdad?

¿Donde se enmarca entonces la llamada infancia trans? La infancia trans es una categoría que pertenece al ámbito de las creencias, al servicio de una ideología, es decir, no existe más allá de la percepción subjetiva; lo que sí existe son niñas y niños con actitudes, gustos, personalidades y formas de expresión que no encajan con los comportamientos asociados a su sexo en un contexto cultural concreto. Lo trans es un concepto acuñado por adultos desde el que interpretan y etiquetan las conductas infantiles según los estereotipos sexuales del orden patriarcal. Es decir, convierten los comportamientos y preferencias de niñas y niños en indicadores que revelarían su identidad de género, siguiendo el constructo social que reduce ser hombres y mujeres a estereotipos sexistas.14

Quereme Trans (o te acuso de discriminarme)

Ya observamos que, en relación al sistema prostituyente, este «informe necesario» no considera a las mujeres ni como «varones trans» ni como mujeres propiamente dichas. No es un descuido sino la línea ideológica del guión, acorde al sesgo androcéntrico del transactivismo. Las fórmulas de cada reivindicación dejan deliberadamente afuera a las mujeres, aun como «varones trans»:

Luchamos para que esa no sea más una historia de ficción, sino la historia real de más y más chicas travestis y trans argentinas.

Y en otro capítulo:

La vivienda es uno de los problemas que afecta especialmente la vida de las mujeres trans y travestis.

Los capítulos «TRABAJO», «SALUD», «ESPACIO PÚBLICO Y PRIVADO», en los que el informe presenta las demandas al Estado en relación al cupo laboral, la vivienda, los tratamientos médicos, tienen una constante: desaparece toda mención a los «varones trans». Y, llamativamente, entre los testimonios en off y en pantalla tampoco hay «varones trans».

Este mismo sesgo fue señalado, hace poco, por la filósofa y feminista española Rosa María Rodríguez Magda con respecto a las 384 páginas del nuevo libro de Judith Butler, ¿Quién le teme al género? (Paidós, 2024).15 A esto, entre otros aspectos, se refiere el feminismo cuando habla de «borrado de las mujeres» por parte de la ideología de género. En el sexto capítulo de Quereme Trans, «VIOLENCIA», este androcentrismo alcanza ribetes difíciles de calificar sin recurrir a términos que sonarían hiperbólicos:

Los travesticidios, transfemicidios, son moneda corriente para un sistema penal funcional, conservador y misógino, que se articula con un sistema médico que sigue patologizando a las identidades trans, travestis y transgénero.

Para Quereme Trans no es misógino el marco jurídico que le permitió a Gabriel Fernández autopercibido mujer y por eso enviado a un pabellón de mujeres violar y dejar embarazada a una reclusa16. Porque para Quereme Trans la misoginia se dirige, principal y fundamentalmente, contra las verdaderas mujeres, esto es, las que deciden serlo: eso le aseguró Flor de la V, en el diario Página/12, a una mujer y, por lo tanto, a todas las mujeres y eso mismo afirma la fantasía de Gabriela Mansilla que analizamos en la entrega anterior: sos más nena que las nenas que conozco, elegiste tu nombre, tus colores, tus vestidos y muñecas. Elegiste «ser»… Desde el «razonamiento» transactivista, la misoginia se dirige contra el violador que decidió ser mujer, no contra la mujer violada y embarazada.

En una suerte de exageración distópica del liberalismo estadounidense resumido en la fórmula Self-made man («Hombre que se hace a sí mismo»), el transactivismo lanza su Self-made trans en un delirio de omnipotencia difícil de exagerar. Yo, mi primera obra de arte es el título de la puesta teatral que este año protagonizó el hijo de Gabriela Mansilla17. No se trata, para el transactivismo, de llevar a la ficción artística o al relato religioso una imaginería imposible en la realidad (como hizo Ursula K. LeGuin en La mano izquierda de la oscuridad o como hizo la mitología griega con la historia de Tiresias). Sino que se trata de confundir la realidad con una materia moldeable a voluntad por cada individuo de la especie humana: «Luchamos para que esa no sea más una historia de ficción, sino la historia real de más y más chicas travestis y trans argentinas».

Quereme Trans (o te acuso de excluirme)

Un objeto en manos de Flor de la V recorre todo el informe premiado por APTRA: un libro de tapas duras titulado Quereme Trans. El libro es de utilería. No existe como tal fuera de la ficción audiovisual. Sirve para que el conductor haga la mímica de una lectura cuyas fuentes explicitadas son el Bachillerato Popular Travesti, Trans y No Binarie Mocha Celis y la Secretaría Letrada de Género y Diversidad Sexual del Ministerio Público de la Defensa de la Ciudad de Buenos Aires. Que en todo este «informe necesario» no haya un solo libro real, en cámara o citado, pero un libro falso persista en los diez capítulos es una ironía del guión de Carolina Unrein y Paulo Soria con la que nuestro borgismo no puede menos que simpatizar, aunque sea indeliberada. En el octavo capítulo, «DEPORTES», Flor de la V hace como que lee el falso libro:

¿Pueden usarse, por ejemplo, la fuerza muscular como medida del sexo? ¿Hay diferencias entre hombres y mujeres atletas cuando el entrenamiento es de alta competencia? ¿Cuánto pesan las diferencias biológicas? ¿Y qué otras diferencias impactan?

Conocemos muy bien estas preguntas porque nos topamos con ellas en Ilustración sensible, un libro de Facundo Nahuel Martín publicado por el PTS que criticamos hace poco acá y acá. Por razones de espacio, no repetiremos esa crítica (que también distribuimos en tres artículos) 18.

Continuemos con esta otra frase, sobreimpresa en pantalla con pretensiones de sarcasmo pero desde el más obvio desconocimiento en biología evolutiva y genética molecular: «Contame cuánta testosterona tenés y te diré qué sos y dónde podés competir». Mirando el libro vanamente abierto, Flor de la V recita:

¿Por qué el sexo, las hormonas, son el pilar que mantiene la construcción de la supuesta injusticia en las competiciones deportivas? Tener más altura o más equilibrio que el promedio no son condiciones que se tengan en cuenta, pero podrían considerarse igualmente relevantes para garantizar una competición justa. ¿O no?

No, Flor. El debate que plantea el feminismo se da en relación a las categorías existentes de hombres y mujeres, no a las categorías inexistentes de altura o equilibrio. Ningún petiso tiene prohibido jugar al básquet profesionalmente. Defendemos la protección de las categorías femeninas para que no compitan hombres en ellas. Irene Aguiar, abogada especialista en derecho deportivo internacional, cita diversos estudios científicos en «Por qué deben existir las categorías deportivas divididas por sexo biológico» y argumenta:

la cuestión no es el nivel de testosterona presente en el cuerpo, sino lo que ésta provoca en el mismo. Ésta produce un desarrollo que hace que el hombre tenga, entre otros, más altura, mayor masa total, mayor densidad muscular y ósea, mayores pulmones y corazón, menor masa grasa, mayores niveles de hemoglobina, hombros y tórax más anchos y caderas más estrechas.

Esto se traduce, entre otros, en que los hombres tienen mayor capacidad cardiorrespiratoria, son más fuertes, más rápidos, saltan y lanzan más lejos. Según diversos estudios, son un 50-60% más fuertes, un 10-15% más rápidos y tienen una capacidad 30-40% mayor para producir fuerza/potencia, incluso, a igual tamaño…

En «Caso Khelif: lo que se sabe y lo que no», Aguiar observa:

Las competiciones se dividen por sexo por algo, igual que se dividen por edad, discapacidad, peso… Y es porque hombres y mujeres tienen cuerpos diferentes que derivan en una ventaja competitiva de los hombres.

Categorizar la competición por sexo e incumplir la categorización en favor de una persona es injusto para el resto de competidores, como lo sería permitir a una persona de 20 años participar en la categoría de 14.

Con llamativo desdén por las mujeres denominadas «hombres trans», Quereme Trans sólo muestra en las imágenes a hombres que compiten en categorías de mujeres: Caster Semenya (carrera en pista), Mara Gómez (fútbol), Mía Fedra (tenis, tercero en el ranking argentino femenino), Saira Millaqueo (hockey), Jéssica Millamán (hockey). Otra vez, el sesgo androcéntrico del transactivismo. Al parecer, «Quereme Trans» significa «Quereme hombre en los espacios conquistados por las mujeres. Y, si no les gusta, procésenlo». Hablamos de esto en la nota «Ser mujer no es un sentimiento».

¿Qué dice la ciencia sobre todo esto? Que las diferencias deportivas basadas en el sexo pueden rastrearse hasta la niñez. Remitimos en las notas al pie a esta serie de investigaciones científicas recientemente publicadas: salto en largo, lanzamiento de bala y de jabalina19; carrera en pista de 100m, 200m, 300m, 400m, 800m y 1500m20; atletismo21; natación22. Y le proponemos al lector estas preguntas: ¿Qué niña tendrá ánimo para acometer el esfuerzo que exigen el entrenamiento y la competencia deportiva sabiendo que tarde o temprano será derrotada por un varón? ¿Qué niña querrá siquiera dedicarse por el mero disfrute a jugar un deporte sabiendo, desde muy pequeña, que si rechaza jugar con «mujeres trans» será acusada de discriminación, discurso de odio, transfobia y fascismo? ¿Qué clase de mundo nos propone la ideología de género?

En 1967, varios hombres intentaron expulsar violentamente a Kathrine Switzer de la Maratón de Boston. Como mujer, no tenía permiso para participar.
En 2024, un hombre (que ya robó varios podios a las mujeres diciendo sentirse mujer) tiene permiso para correr la Maratón de Boston en la categoría femenina.

Las categorías femeninas en los deportes han sido –y continúan siendo– una paulatina, dolorosa, zigzagueante y esforzada conquista de las mujeres durante el siglo XX. En los Juegos Olímpicos de París 1900, de un total de 997 atletas, sólo 22 eran mujeres (repartidas en cinco disciplinas habilitadas). Casi un siglo después, en Barcelona 1992, 35 países presentaban aún delegaciones exclusivamente masculinas. Recién en Londres 2012 todos los países que participaron tuvieron representación femenina y las mujeres fueron admitidas en la totalidad de las disciplinas. Pero ahora resulta que las niñas y las mujeres deben ceder lugares en los equipos, becas en las universidades, podios en las competencias, sponsors y contratos, para no hablar de la autoestima socavada en todo el planeta sólo porque los hombres se han metido a competir en las categorías femeninas.

Todavía falta lo peor

Si el mundo que impulsa el transactivismo es irracional y peligroso, si su objeto de humillación, parodia, explotación y borrado son las mujeres y las niñas, el problema alcanza otra dimensión cuando pensamos en el conjunto de las familias trabajadoras.

Porque el trotskismo, una corriente política de tradición socialista revolucionaria que debería velar por los intereses de la clase social a la que pertenecen esas familias, abrazó el delirio transactivista: desde apoyar que el histórico Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) fuera expropiado por el aparato peronista y convertido en «Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries» (EPMLTTBIyNB) hasta avalar con participación activa que la asamblea organizadora del 8M 2024 estuviera conducida por la proxeneta Georgina Orellano y un hombre llamado «María la Emperatriz», no previmos que el trotskismo pudiera superar esos niveles de misoginia y desorientación oscurantista.

Sin embargo, la conducción del sindicato docente Ademys (CABA) presentó en el EPMLTTBIyNB 2024 una guía para que los trabajadores de primaria y secundaria puedan acompañar infancias trans/travesti. De esto hablaremos en la tercera y última entrega de este tríptico titulado «Peor que el terraplanismo». [Leer la Parte 3]

NOTAS:

1 El feminismo, no la ideología de género, ha conquistado el peso legal de las vivencias íntimas de las mujeres para dos ámbitos de la vida cotidiana: el derecho al aborto y la denuncia por violación. El primer ámbito se encuentra bajo decisión de la mujer embarazada, no hay más criterio que su decisión individual basada en razones que varían según cada singularidad biográfica pero que implican el cuerpo y la vida materiales de la mujer del caso. El segundo ámbito puede ser muy difícil de probar (como en la violación intramarital, por ejemplo), pero está fundado en hechos empíricos que la historia de generaciones y generaciones de mujeres violadas registra. Además, el proceso de investigación implica peritajes de diverso tipo, que incluyen la materialidad del cuerpo de la mujer. En ninguno de estos dos casos la ley desdobla en un dualismo metafísico cuerpo/alma a las mujeres ni obliga al resto de los seres humanos a abandonar conocimientos científicamente fundados y reemplazarlos por algún padecimiento o arbitrariedad como si fuera una verdad incuestionable. A diferencia de un embarazo y una violación, que son hechos objetivos, comprobables, la identidad de género como «vivencia interna e individual tal como cada persona la siente» es inverificable y, por lo tanto, no se puede distinguir de la fantasía, el oportunismo, el desvarío o el antojo, un desorden emocional o un contagio social.

2 Leonard Sax, «¿Qué tan común es la intersexualidad? una respuesta a Anne Fausto-Sterling», artículo aceptado en The Journal of Sex Research el 5 de febrero de 2002. También Colin Wrigth, «Entendiendo el binario sexual», nota publicada en Reality’s Last Sand el 4 de agosto de 2024.

3 Ver al respecto este artículo de Nuria Fernández-Fernández: «La implementación de la libre autodeterminación de género en España».

4 Alicia Miyares, Delirio y misoginia trans (Del sujeto transgénero al transhumanismo), Madrid, Catarata, 2022, p. 27.

5 Para una historia de la «ideología queer» (que también llamamos, indistintamente, «ideología de género», «transactivismo» o «transgenerismo»), recomendamos leer:

  • Cuando lo trans no es transgresor (Mentiras y peligros de la identidad de género), de Laura Lecuona (2022).
  • Distopías patriarcales (Análisis feminista del «generismo queer»), de Alicia Miyares (2021).
  • La mujer molesta (Feministmos postgénero y transidentidad sexual), de Rosa María Rodríguez Magda (2019).
  • Delirio y misoginia trans (Del sujeto transgénero al transhumanismo), de Alicia Miyares (2022).
  • Nadie nace en un cuerpo equivocado (Éxito y miseria de la identidad de género), de José Errasti y Marino Pérez Álvarez.
  • La estafa del transgenerismo (Memorias de una destransición), de Sandra Mercado Rodríguez y Marina López Domínguez (2022).
  • La coeducación secuestrada (Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación), volumen coordinado por Slivia Carrasco Pons (2022).
  • Material girls (Por qué la realidad es importante para el feminismo), de Kathleen Stock (2021).
  • Sobre la existencia del sexo (Reflexiones sobre la nueva perspectiva de género), de Kajsa Ekis Ekman (2021).
  • El género daña (Un análisis feminista de las políticas del transgenerismo), de Sheila Jeffreys (2014).
  • «El género y la negación del cuerpo», cap. 1 de La filosofía se ha vuelto loca. Un ensayo políticamente incorrecto (Ariel, 2019), de Jean-François Braunstein.

6 Ver Silvia Carrasco Pons (coord.), La coeducación secuestrada (Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación), Barcelona, Octaedro, 2022, pp. 39 y ss. Tambien Jo Bartosch, «El grupo de presión trans Stonewall califica a las lesbianas de “racistas sexuales” por expresar su preocupación por ser presionadas para tener relaciones sexuales con mujeres transgénero que todavía tienen genitales masculinos», nota publicada en MailOnline el 21 de noviembre de 2021.

7 A Darío Z le dedicamos dos notas: «Del Coloquio de IDEA a la “ranchada filosófica”» y «Usar a Marx para limpiarse el culo».

8 Así lo expresó en su cuenta de IG.

9 Escribiremos un artículo aparte que tratará el fenómeno de la neolengua que trajo el transactivismo: el llamado lenguaje inclusivo. Tomamos posición al respecto en «¿Qué gusto tiene la palabra “sal”?» pero estamos preparando algo menos coyuntural, en base a argumentos lingüísticos, filosóficos y neurocientíficos que ponen en crisis este aspecto puntual del delirio transactivista.

10 En este capítulo inicial aparece Tiziana, un niño «autopercibido» niña. Infobae realizó un corto que subió a Youtube el 29 de enero de 2019 con el título «A solas con Tiziana, la “niña trans” que rompió el silencio a los 8 años» y publicó la nota «A solas con Tiziana, la niña trans que rompió el silencio a los 8 años: “Soñaba que me miraba en el espejo y era nena”» el 27 de enero de 2019. El corto es ilustrativo de todo lo que criticamos: un niño disconforme con el estereotipo sexista (la ropa, los juegos, los gustos, los comportamientos) es, para el transactivismo, la revelación de que su esencia innata no coincide con su cuerpo. Para el discurso que presenta este producto audiovisual –recomendamos verlo–, si un niño prefiere auriculares en vez de una bicicleta de Boca, si prefiere expresar sus emociones en vez de reprimirlas bajo el mandato de que «los hombres no lloran», si le gusta bailar y que no le digan «puto», entonces no es un niño que se sale del estereotipo patriarcal, sino que es una niña.

11 Por razones de espacio no podemos ilustrar esta posición de Flor de la V con ejemplos existentes. Pero recomendamos ver esta charla que nos dio José Errasti (coautor del libro Nadie nace en un cuerpo equivocado) en la cual, a partir del minuto 40, presenta un ejercicio escolar con láminas como el que reclama Quereme Trans. También sugerimos comparar las infundadas afirmaciones de Quereme Trans con las investigaciones concentradas en Mujeres invisibles para la medicina, de la médica endocrinóloga Carme Valls Llobet, publicado originalmente en 2006 pero actualizado y reeditado en 2020.

12 Ver Silvia Carrasco Pons (coord.), Ana Hidalgo Urtiaga, Araceli Muñoz de Lacalle, Marina Pibernat Vila, La coeducación secuestrada (Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación), Barcelona, Octaedro, 2022, pp. 186 y ss.

13 Nuria Coronado Sopeña, No contaban con las madres (La lucha de miles de familias contra el fenómeno trans), Barcelona, Deusto, 2024, p. 174.

14 Silvia Carrasco Pons, La coeducación secuestrada…, edición citada,p. 134. Pueden hallarse materiales sobre de estas autoras en el sitio Docentes Feministas por la Coeducación.

15 Rosa María Rodríguez Magda, «Judith Butler lanza su manual de combate», nota publicada en Tribuna Feminista el 15 de mayo de 2024.

16 «Dijo que se autopercibía mujer, lo cambiaron de pabellón y violó y embarazó a una detenida», nota publicada en Clarín el 11 de noviembre de 2024. Escribimos sobre este problema en «Cárceles Queer» y «Cárceles Queer 2».

17 «Se estrenó Nube: el debut artístico de Luana», nota publicada en MU el 4 de abril de 2024.

18 Facilitamos el hallazgo para el lector meticuloso: bajo el subtítulo «El éxtasis individualista de las teorías críticas contra la biología» está el mismo argumento de Quereme Trans. Se puede considerar que lo escrito en el apartado «Lo que se pierde cuando no se lee» sirve perfectamente de complemento. Y bajo el subtítulo «Nuevas y promisorias investigaciones sobre la identidad» avanzamos sobre un campo donde sí tiene sentido hablar de identidad en términos científicos: la crisis de la ontogenia, esto es, las variadas modalidades de complejos problemas de identidad genética como el cáncer, las enfermedades autoinmunes y las enfermedades degenerativas.

19 Gregory A. Brown, Brandon S. Shaw, Ina Shaw: «Diferencias basadas en el sexo en lanzamiento de peso, lanzamiento de jabalina y salto de longitud en atletas de 8 años o menos y de 9 a 10 años», artículo publicado en Revista Europea de la Ciencia del Deporte el 14 de diciembre de 2024.

20 Gregory A. Brown, Brandon S. Shaw, Ina Shaw: «Diferencias basadas en el sexo en las distancias de carrera en pista de 100, 200, 400, 800 y 1500 m en los grupos de edad de 8 años y menos y de 9 a 10 años», artículo publicado en Revista Europea de la Ciencia del Deporte el 5 de febrero de 2024.

21 Mira A. Atkinson, Jessica James, Megan E. Quinn, Jonathon W. Senefeld, Sandra K. Hunter: «Diferencias de sexo entre los jóvenes de élite del atletismo», artículo publicado en Medicina & Ciencia en los Deportes & Ejercicios, agosto de 2024.

22 Gregory A. Brown, Branden S. Shaw, Ina Shaw: «Diferencias basadas en el sexo en el rendimiento de natación en atletas de 10 años y menos en competencia nacional de piscina corta», artículo publicado en Revista Europea de la Ciencia del Deporte el 7 de diciembre de 2024. También Michael J Joyner, Sandra K Hunter y Jonathon W Senefeld, «Evidencia sobre las diferencias de sexo en el rendimiento deportivo», artículo publicado en Journal of Applied Physiology el 24 de diciembre de 2024.

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