EXPLOTACIÓN REPRODUCTIVA: deseos, mercancías y derechos

El miércoles 23 de agosto, en un medio local de la provincia de Entre Ríos, se publicó la siguiente noticia:

En un caso inédito en la provincia, un juez de familia de la localidad de Gualeguaychú autorizó a una pareja que no puede concebir hijos a acceder a la gestación por subrogación de vientre. Así, por un tratamiento de fertilización asistida, una amiga de la familia llevará en su vientre al hijo de dicha pareja.

Esto marca un nuevo precedente y abre la puerta a la instalación comercial y la aceptación masiva de la explotación reproductiva («subrogación»), ya que como indica la Dra. Mercedes Cabrera (uno de los testimonios recogidos en la nota): «A partir de este caso tuvimos más consultas porque al sentar jurisprudencia allana el camino a un montón de personas que buscan tener un hijo».

El problema

La llamada «subrogación» es una forma de explotación de la capacidad reproductiva de las mujeres. Implica la mercantilización del cuerpo de las mujeres y de los bebés, es decir: nos convierte a bebés y mujeres en mercancías, en objetos para la compraventa. Esta práctica se expande porque alimenta un mercado internacional multimillonario, sustentado en la vulnerabilidad económica, social y psicológica de las mujeres obreras y en la indefensión de los bebés así nacidos. Constituye, por lo tanto, una violación de la dignidad y derechos fundamentales de las mujeres y de las niñas y niños, además de ser un ataque brutal contra nuestros derechos sexuales y reproductivos.

El «contrato de subrogación» es un compromiso mediante el cual una pareja o una persona, denominados «padres de intención», y una mujer, denominada «portadora gestacional», acuerdan que esta última quedará embarazada a través de técnicas de reproducción asistida para gestar un embrión ajeno, a partir de los gametos –propios o adquiridos– aportados por los compradores. Como contraprestación, la «portadora gestacional» recibe una «compensación», que generalmente consiste en una suma de dinero. La condición sine qua non para la existencia del contrato es que la mujer, de forma anticipada, renuncie a su derecho de filiación; se reduce así el ser de esa mujer al rol de incubadora humana.

Todo esto se basa en el supuesto de que la mujer NO ES su cuerpo sino que «tiene» un cuerpo. Y que este cuerpo es separable del «yo» de la mujer, separable de su conciencia, separable de su persona, exactamente como las religiones afirman que existe un alma separable del cuerpo. Consecuentemente, el niño que esa mujer da a luz y que creció en su interior tampoco tendría un vínculo fundamental con esa mujer. (Retomaremos este punto más abajo).

La operación de cosificarnos, fragmentarnos y promover conceptualizarnos como pedazos de carne inconexos, sin relación entre sí, es tan propia del patriarcado como absolutamente funcional al sistema capitalista, que aprovecha esta escisión religiosa entre un «yo inmaterial» y un «cuerpo-envase» para mercantilizarnos.

Alianza Patriarcado&Capitalismo

No desconocemos el lugar histórico que el patriarcado nos ha asignado (desde sus comienzos) a las mujeres, en base a nuestra capacidad sexual y reproductiva. En este sentido, la explotación reproductiva no es una novedad con respecto al lugar cosificado en el que la jerarquía genérica nos ubica desde la creación del patriarcado.

A modo de antecedente puntual, destacamos como un hito de esta práctica de subrogación el comercio con el embarazo llevado adelante durante la década del 70 en EE.UU. En ese entonces, varones cuyas esposas eran infértiles buscaban mujeres dispuestas a parirles un hijo a cambio de dinero («subrogación tradicional»). Recién en la década del 90, gracias a los avances científicos y tecnológicos en el ámbito de la medicina (trasplante de embriones) y en las condiciones de una sociedad que instrumenta la ciencia para acumular ganancias, se perfila el carácter de industria de la explotación reproductiva: la posibilidad de implantar el óvulo fecundado de una mujer en el útero de otra permite que esta segunda mujer, que cursa el parto y el embarazo, no tenga vínculo genético con el niño o niña nacido en esas condiciones («gestación subrogada»). De ahí que la industria de la subrogación instale la idea de que la mujer comprada con el fin de parirle hijos a otros no es la madre biológica de ese ser nacido, ya que ella no aporta el material genético. Pero este argumento borra el hecho de que el proceso de parto y embarazo define la maternidad biológica.

Claro que el corazón de esta industria que comercia mujeres y bebés tiene razones que la propia razón nunca entenderá. Miles de millones de razones. Según los datos que ofrece The Global Surrogacy Market Report, en 2018 la venta de bebés nacidos por subrogación generó ingresos por 6.000 millones de dólares. Se prevé que en 2025 la cifra de negocios del baby business alcance los 27.500 millones de dólares, lo que supone una tasa de crecimiento anual compuesta del 24,5 % para el período 2019-2025.

Este multimillonario negocio de la explotación reproductiva expone, una vez más, la alianza entre patriarcado y capitalismo: las mujeres de la clase trabajadora somos la mercancía privilegiada que, a su vez, produce una nueva mercancía –los bebés– que es comprada como nuevo objeto suntuario por la clase burguesa. Explotadas económicamente al vender nuestra fuerza de trabajo, explotadas sexualmente en situación de prostitución, explotadas reproductivamente cuando nos usan de incubadoras humanas. El veneno ideológico del lobby proxeneta y pro subrogación quiere hacer pasar por «accesoria o irrelevante» la pertenencia de clase de las mujeres explotadas en estas industrias del sexo, reproductiva y de compraventa de bebés. Omitir que se trata de mujeres obreras esconde la determinación social estructural en la presunta «libre elección» de estas mujeres. Para que la propaganda adornada con el «empoderamiento» de estas «decididas» mujeres funcione, hay que barrer bajo la alfombra la desesperación y la miseria que las empuja a esa situación. Teresa Ulloa Ziáurriz, Directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe, no deja espacio para la duda al respecto: «Tanto en la explotación sexual, como en la explotación reproductiva vemos que más del 90 por ciento de las víctimas son mujeres precarizadas, sin oportunidades».

Sistema prostituyente y explotación reproductiva

El sistema prostituyente y la explotación reproductiva tienen muchos puntos en común:

  • En ambos, la mercancía somos mujeres (en su abrumadora mayoría, pertenecientes a la clase obrera), aunque en la subrogación se agregan también los bebés como nuevo producto.
  • Ambas prácticas generan ganancias millonarias para los burgueses propietarios del negocio.
  • Precisamente por lo antedicho (las ganancias), se buscan estrategias abordadas desde distintos ámbitos para lograr su mayor aceptación social y permitir, así, su expansión a nuevos mercados del mundo, con menos trabas jurídicas y comerciales. Este lobby opera a nivel académico, medios de comunicación, redes sociales y mueve el amperímetro de las políticas públicas llevadas a cabo por los Estados nacionales.
  • En la actualidad, el discurso hegemónico que trabaja para lograr consenso sobre ambas instituciones se posiciona como garantista: «La prostitución existe, por lo tanto conviene regularla como trabajo para garantizar el derecho de todas las partes involucradas». Exactamente esa misma lógica se traduce a la subrogación: «Ocurre, sólo basta pautarla para velar por el bienestar de todas las partes». En ambos casos se renuncia a la posibilidad de tomar una posición contraria que sostenga como inadmisibles o socialmente inaceptables estas prácticas, y que por lo tanto actúe en consecuencia con ello (apuntando, por ejemplo, a resolver el principal motor que fuerza a las mujeres a ingresar a estos mercados: la pobreza).
  • Es por ello entonces que cuando los promotores de la prostitución y de la subrogación abogan por la libre elección de las mujeres en venta, y argumentan en base al supuesto consentimiento brindado por ellas, mienten. Porque no somos seres aislados, somos sujetos constituidos en sociedad y las determinaciones sociales influyen y construyen nuestra subjetividad. Porque, al vivir en una sociedad patriarcal, las mujeres somos bombardeadas desde que nacemos (o incluso aún antes) con toda una serie de mandatos que responden a los estereotipos de género. Hoy lo vemos en la hipersexualización de las niñas a edades cada vez más tempranas, en los videos de TikTok y filtros que «embellecen», enseñándoles las transformaciones y maquillaje que el sistema patriarcal nos exige. Lo vimos esta semana con la macabra noticia de la muerte de una mujer muy joven (Silvina Luna), producto de intervenciones quirúrgicas «estéticas». Entonces, cuando nos dicen que la mujer en situación de prostitución consiente ser violada o, en la práctica de subrogación, ser utilizada como incubadora humana, debemos recordar todo esto que estamos mencionando. Todo ello que fue aprehendido, que se internalizó a través de los juegos desde pequeña, que se incorporó en las novelas de la tarde, en cada acoso y hostigamiento callejeros, en los programas de Olmedo y Porcel, de los Sofovich y los Tinelli. Todo ello opera en una mujer que contempla la opción de ingresar al sistema prostituyente o de poner el cuerpo para parirles hijos a otros. Que ante la situación en la que esa mujer se encuentra (que puede ser de mayor o menor vulnerabilidad económica, social, etc.) estas prácticas sean una alternativa posible para ganar dinero: eso es algo construido socialmente. Y en forma combinada: el capitalismo nos acostumbra a la obligatoriedad de vender nuestra fuerza de trabajo para reproducir nuestra vida, y a las mujeres en particular: nos acostumbra a normalizar que somos ofrecidas como cuerpos trozados, y esa es una función social que corresponde a los estereotipos de género. El consentimiento en estas condiciones está estructuralmente viciado: esa mujer «elige» en el marco de una doble vulnerabilidad, la cosificación aprendida (por el hecho de ser mujer) y la necesidad económica (por pertenecer a la clase obrera).
  • Otro denominador común entre la explotación reproductiva (subrogación) y la sexual (sistema prostituyente) es el argumento difundido por el lobby de ambas industrias acerca de que este «trabajo» logra sacar a miles de mujeres de la pobreza en la que están sumidas. Cuando observamos las cifras millonarias que se obtienen con estas prácticas podríamos confundirnos y pensar que entonces son tareas muy redituables para las mujeres en venta. Pero basta con leer informes y estadísticas, de las más diversas fuentes, para confirmar que no hay nada de altruismo rigiendo esta fábrica de bebés: la enorme tajada millonaria se reparte entre burgueses. De los 27.500 millones de dólares que se esperan como ganancia de la explotación reproductiva para el año 2025, 17.700 millones serán ingresos generados exclusivamente por las clínicas de fertilidad, lo que equivale a un 64% del total; el resto, un 36%, se lo reparten entre comercializadoras, servicios jurídicos y empresas satélites. Del total del negocio a nivel mundial, las mujeres sólo percibirían el 0,9% de los ingresos generados. La enorme mayoría de las mujeres que están en el sistema prostituyente o en la subrogación no logran salir de la necesidad de seguir vendiéndose como mercancía. Y peor aún: suman todas las secuelas psíquicas y físicas –que el atravesamiento por estas experiencias les provoca– de por vida.
  • Algo más opera en ambos casos: la apelación a sentir «empatía» por aquellos que desean tener un hijo y no pueden, por aquellos que sufren ante esa imposibilidad. Como si tener un deseo fuera condición suficiente para justificar su conversión automática en un derecho. Hasta hace un minuto, la argumentación hegemónica a favor del sistema prostituyente esgrimía la necesidad de «descarga» de los varones. Eso explicaba y justificaba el pago por violar a las mujeres en situación de prostitución. Con la explotación reproductiva pasa lo mismo: se la presenta como un «servicio a la comunidad», como un gesto «altruista», como un acto de empatía ante el sufrimiento de quienes no pueden gestar y, consecutivamente, como la celebración de un ritual que logra conformar «familias felices».

Pertenecer tiene sus privilegios

Los compradores son, en su mayoría, parejas heterosexuales que no pueden gestar; el segundo lugar porcentual está ocupado por parejas homosexuales; el tercero, por varones solteros; en el cuarto lugar porcentual están las mujeres que no quieren pasar por la situación de embarazo o perder un año de carrera en su profesión. Pero, ¿qué es lo que desean quienes compran mujeres y bebés?

En todos los casos de gametos propios (no adquiridos) aportados por las personas que compran mujeres gestantes y a sus recién nacidos, el deseo que está en juego es muy específico: no se trata del deseo de tener hijos, sino del deseo de perpetuar sus genes. El deseo es el de garantizar su descendencia genética, que no es equiparable al deseo de tener un hijo. Buscan un bebé recién nacido cuya custodia quede exclusivamente en manos de los compradores. En los casos de gametos adquiridos (no propios), se escogen atributos fenotípicos de un catálogo para obtener un bebé a medida, como quien elige un mueble o una frazada. En todos los casos, los compradores buscan que se garantice la ausencia, en la escena, de la mujer que gestó y parió.

El derecho internacional no prevé un «derecho a tener un hijo», ya que los hijos no son bienes o servicios que el Estado deba garantizar o suministrar. Los hijos son seres humanos titulares de derechos que la subrogación vulnera.

El lobby de esta industria recurre a la manipulación emocional que señalamos, al mismo tiempo que ubica a las mujeres gestantes en el rol de servir socialmente para reparar el sufrimiento de quienes no pueden tener hijos y así convertirlos en «familias felices». El cuento de la criada no es sólo una novela distópica: es el discurso del lobby pro subrogación.

A su vez, desde la perspectiva del bebé, la explotación reproductiva conlleva la violación intencionada de su salud primal, la violación de su derecho a conocer su identidad y sus orígenes y la violación del derecho a ser cuidado por su madre biológica. Además, la explotación reproductiva niega derecho a la tutela institucional de la que gozaría en el caso de una adopción y viola el derecho humano a no ser vendido, traficado, ni convertido en un producto comercial con control de calidad.

Un negocio mundial

Al comienzo, la industria de la gestación subrogada se localizó en países como India, Camboya, Nepal, la República Democrática Popular Lao, Tailandia y México. Actualmente, si bien EE.UU. encabeza el ranking, este negocio multimillonario opera deslocalizando y externalizando la explotación reproductiva hacia los países cuyos costos de producción son menores y/o existen menos trabas legales: Rusia, Kazajistán, Georgia, Albania, Armenia, Bielorrusia y, especialmente, Ucrania.

Hasta cierto punto, lo contrario sucede en otros países del ámbito europeo, en los que esta práctica se prohíbe expresamente: España, Francia, Italia1, Alemania, Suiza y Suecia, Austria, Eslovenia, Croacia, Bulgaria, Rumania, Hungría, Eslovaquia, Polonia, Noruega, Finlandia, Estonia, Letonia y Lituania. A nivel supranacional, en 2015, el Parlamento Europeo condenó la gestación subrogada:

La práctica de la gestación por sustitución, que es contraria a la dignidad humana de la mujer, ya que su cuerpo y sus funciones reproductivas se utilizan como una materia prima; estima que debe prohibirse esta práctica, que implica la explotación de las funciones reproductivas y la utilización del cuerpo con fines financieros o de otro tipo, en particular en el caso de las mujeres vulnerables en los países en desarrollo, y pide que se examine con carácter de urgencia en el marco de los instrumentos de derechos humanos.

Sin embargo, sostenemos que esta prohibición se debilita ante la suma de dinero adecuada, porque no impide a los ciudadanos acudir al mercado internacional de la subrogación y, luego, solicitar y exigir a las autoridades y tribunales de su jurisdicción validar contratos internacionales, amparándose en el interés superior del menor. En este sentido, los Estados cómplices son tan responsables de la explotación reproductiva de las mujeres como los Estados proxenetas y forman parte de esta industria multimillonaria que viola los derechos humanos.

En Argentina la situación es difusa y compleja. Si bien no existe una ley que prohíba o legalice la práctica, para el artículo 562 del Código Civil es madre de un niño aquella que lo gesta. Por ese motivo, en casi todas partes, aquellas personas que lleven adelante la gestación subrogada deben realizar una presentación judicial. Una de las excepciones a esta norma existe en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde rige un amparo colectivo que posibilita la inscripción de un bebé a nombre de sus padres, con el contrato de gestación frente a un escribano y el consentimiento informado de la clínica de reproducción, sin necesidad del fallo judicial.

A su vez, existen dos proyectos de ley, uno del peronismo y otro de la UCR, y que, con la excusa de solucionar un vacío legal, proponen regular la explotación reproductiva de las mujeres, superando la figura de «subrogación solidaria», en la que supuestamente no existe un vínculo comercial entre las partes y no se puede recurrir a agencias de subrogación, sino que los contactos se realizan, por ejemplo, a través de grupos de Facebook.

Son muchos los ejemplos de personas públicas que han recurrido tanto a la «subrogación solidaria» en Argentina como a la gestación subrogada en otros países, con una particularidad que se repite a escala global y que consiste no sólo en la instrumentalización y mercantilización de las mujeres, sino también en la cosificación del bebé sobre el que se pueden elegir ciertos atributos, como el sexo u otras características fenotípicas, como el color de piel, de cabello y de ojos, a través de la selección de los óvulos que se extraen de mujeres con determinadas características deseadas.

Abolir la explotación reproductiva

Al igual que ocurre con el sistema prostituyente, entendemos que las posiciones «intermedias» ante prácticas como la explotación reproductiva son una falacia. Aquellos pronunciamientos que simulan suavizar la postura tomada, que aparentan empatizar y velar por «todas las partes involucradas» (como los defensores de la subrogación exclusivamente «altruista»), intenta generar la aceptación social masiva de esta industria, lograr su expansión y avance legal en más territorios del planeta e incrementar aún más sus ganancias. Se cristaliza, paso a paso, la explotación reproductiva como institución que echa sus raíces en el mundo y prolifera.

Incluso hay una versión «feminista» del asunto, a través de la «libre elección», el «empoderamiento» de la mujer comprada para parir y a través del supuesto «mérito de disociación y desapego» hacia el bebé que nace de ella. Se ofrece la ilusión de la creación de familias felices a través del culpógeno mensaje de empatizar con aquellos que no pueden lograr un embarazo.

Pero de lo que se trata, en todos los casos, bajo cualquier modalidad, sean cuales fueren los motivos que llevaron a los compradores a pagar por esta mercancía, sean cuales fueren los motivos por los que una mujer acepta vender su cuerpo –y, por lo tanto, no sólo su cuerpo–, en todos los casos ocurre una misma cosa: la mujer es reducida a un contenedor humano.

En todos los casos, un sector social perteneciente a una clase (en su enorme mayoría: burguesa) compra como mercancía a mujeres obreras que lo único que tienen para vender es su cuerpo. Bajo las leyes del sistema capitalista en el que vivimos, se propaga y multiplica la conversión en mercancías de todo aquello que pueda generar ganancias, reproduciendo una constante sustitución de las relaciones entre personas por relaciones entre cosas. El patriarcado, operando sobre nosotras a través de la cosificación y la fragmentación de nuestros cuerpos, avanza en el establecimiento de la aceptación social de vernos escindidas, rotas, descartables.

La llamada «teoría Queer» brinda los neologismos que apuntalan esta misoginia comercial: ya no somos mujeres, somos «cuerpos menstruantes», «personas gestantes», «vulva portantes»… La clase poseedora (burguesa) genera nuevos negocios con cada trozo de carne que nos amputan. Y algunas de nosotras llegamos a creer que ese útero no somos nosotras. Pero sí lo somos. Como somos esa vulva, esa boca, ese ano penetrado en las violaciones sistemáticas que el sistema prostituyente produce, como se producen automóviles en una línea de montaje.

Somos abolicionistas del género porque somos feministas y luchamos para terminar con lo que nos subordina y oprime por el hecho de ser mujeres. Por eso, también, somos abolicionistas del sistema prostituyente y de la explotación reproductiva. Porque cuando lo que existe es aberrante, luchamos contra ello, no aceptamos «regularlo». Porque cuando vengan a querer reglamentar la venta de órganos o la pedofilia, tendremos esta misma posición. Porque no basta con desear algo para que ese deseo legitime la creación de un derecho: los pedófilos, los puteros y hasta los nazis, son también sujetos deseantes. Porque no podemos renunciar a la necesaria tarea de pensar en qué consisten las prácticas sociales instituidas y a atrevernos a tomar posición ante ellas, y a decir: esto no es socialmente aceptable, aunque exista.

Por el mismo motivo, somos socialistas: porque no podemos resignarnos a vivir en un mundo en el que nos relacionemos como si fuéramos cosas, en el que se acepte y fomente que nos compremos unos a otros, en el que los avances científicos existan como instrumento de la acumulación de capital, en el que las comodidades y satisfacciones materiales sean un privilegio de quienes pueden pagarlas, en el que la enorme mayoría de la población humana es condenada a vivir vidas infrahumanas.

Referencias:

Ekman, Kajsa Ekis. (2017) El ser y la mercancía. Prostitución, vientres de alquiler y disociación.Barcelona. Bellaterra.

Lerner, Gerda (2022) La creación del patriarcado. Editorial Paidós.

Miguel Álvarez, Ana de (2015) Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección. Madrid: Cátedra.

Miguel Álvarez, Ana de (2014) La prostitución de mujeres, una escuela de desigualdad humana. Dilemata, Nº. 16.

No somos vasijas

Pulido Trejo, Ana (2021) En el nombre del padre: explotación de mujeres

con fines reproductivos y venta de bebés recién nacidos. Diez puntos básicos para conocer toda la verdad sobre el alquiler de vientres

Stop vientres de alquiler

Tribuna Feminista

1 Italia da el primer paso para penalizar a quienes alquilen vientres fuera del país

Imagen principal: Ilustración con cuya autoría (se ve la firma) no dimos aún. Las personas de las fotos han recurrido a la explotación reproductiva para tener hijos: Sarah Jessica Parker, Martín Redrado, Luciana Salazar, Kanye West, Kim Kardashian, Lucy Liu, Miguel Bossé, Amber Heard, Cristiano Ronaldo, Ana Obregón, Rebel Wilson, Ricardo Fort, Khloé Kardashian, Paris Hilton, Flavio Mendoza, Elon Musk, James Rodríguez, John Legend, Naomi Campbell, Nicole Kidman, Flor de la V, Sharon Stone, Elton John, Marley…

2 comentarios en “EXPLOTACIÓN REPRODUCTIVA: deseos, mercancías y derechos”

  1. Marita Bravo Reynoso

    Gracias por compartir!!! Excelente material de lectura y análisis! Patriarcado y capital: alianza criminal!!!
    Saludo fraternal a las mujeres socialistas!!!

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