Acerca del llamado «Lenguaje inclusivo»
En su monólogo Supernaturaleza, estrenado por Netflix, el comediante británico Ricky Gervais se queja de «las mujeres anticuadas, ésas que tienen útero: malditos dinosaurios» y reivindica, con irónico aplomo, a «las mujeres nuevas, ésas que se ven ahora: que tienen barba y verga». Esta sección inicial del monólogo expone, corrosivamente, uno de los problemas más asombrosos del tiempo que nos toca vivir: importa menos la materialidad biológica de los cuerpos que el sentido gramatical de las palabras. «¿Cómo que no son mujeres? —remata Gervais— ¡Miren sus pronombres!»
El anuncio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (GCBA) acerca de «prohibir el lenguaje inclusivo» en las escuelas ha provocado un concurso de tonterías disfrazado de debate. Porque, al leer la resolución ministerial y las Guías de Recursos aprobadas, se ve que no sólo no se prohíbe el llamado «lenguaje inclusivo» más de lo que se prohíbe escribir «vaca» con be larga, sino que se propone otro como alternativa al masculino genérico. Lo que nos interesa criticar aquí es el escenario en el que se representa esta distracción que sólo interesa a una porción minoritaria de CABA y de la academia: tanto la coalición Cambiemos como el Frente de Todos comparten el idealismo según el cual la realidad se cambia cambiando las palabras.
Sin embargo, no es la pasión por la filosofía del lenguaje lo que motivó este anuncio progenitor de pavadas, sino la inmediatez de la coyuntura electoral. Se trata, primero, de mostrar públicamente algún tipo de reacción oficial ante los malos resultados de las evaluaciones estandarizadas FEPBA (Finalización de Estudios Primarios de la Ciudad de Buenos Aires) y TESBA (Tercer año de Estudios Secundarios de la Ciudad de Buenos Aires), apuntando al llamado «lenguaje inclusivo» como si éste fuera una causa y no una consecuencia de la degradación educativa. Segundo, se busca la cohesión del electorado de Cambiemos, que ve en el llamado «lenguaje inclusivo» una bandera kirchnerista y, por lo tanto, un modo de atizar brasas en esa parrillada de neuronas llamada la «grieta». Tercero y de yapa, se consigue aplazar, opacar y distraer la mirada sobre cuestiones materiales de la agenda educativa como el salario docente, las condiciones edilicias y el alimento de los comedores escolares; desplazamiento, opacidad y distracción que le vienen muy bien al Frente de Todos para no discutir la pobreza, el desempleo, la vivienda, etc., y por eso se lanza a este feroz combate por los morfemas y los pronombres.
Veamos qué parece ser este debate, qué es en realidad y por qué, si queremos cambiar la gramática, primero hay que cambiar la sociedad.
No somos equis
El llamado «lenguaje inclusivo» abarca más aspectos que el del género masculino/femenino: la predilección por el participio pasivo («minorizado» y «racializado» en lugar de «minoritario» y «racial»), el uso de eufemismos queer para disociar a la palabra «mujer» de ciertas características sexuales («leche pectoral» en lugar de «leche materna», «persona gestante» en lugar de «mujer»), el tema de los pronombres personales «él», «ella», «ellas», «ellos» (cuya referencia extralingüística deja de ser objetiva para depender de la subjetividad de la referencia). No obstante, los anuncios de la ministra de Educación Soledad Acuña y del Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta apuntaron directa y explícitamente a un solo aspecto, «regular la utilización de la e, x, @, etc. por parte de los docentes en las escuelas», apoyados en un informe de la Real Academia Española que cita la web oficial del GCBA: «el uso de la @ o de las letras “e” y “x” como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español». (Puede verse esto en la entrada «En qué consiste la regulación del lenguaje inclusivo en las escuelas», buenosaires.gob.ar, que consultamos el viernes 10 de junio de 2022).
Sin embargo, la letra de la resolución de la discordia no dice lo que fue anunciado:
Artículo 1°: Establézcase que, en el ejercicio de sus funciones, los/as docentes en los establecimientos educativos de los niveles inicial, primario y secundario y sus modalidades, de gestión estatal y privada, deberán desarrollar las actividades de enseñanza y realizar las comunicaciones institucionales de conformidad con las reglas del idioma español, sus normas gramaticales y los lineamientos oficiales para su enseñanza.
Como se ve, este artículo no prohíbe el llamado «lenguaje inclusivo» más de lo que prohíbe las conjugaciones verbales equivocadas, el erróneo empleo de los signos de puntuación o la falta de acento ortográfico en las palabras agudas terminadas en ene, ese o vocal. Lo único que hace este artículo es ratificar una obviedad: que las instituciones escolares oficiales deberán utilizar el idioma… bajo las normas oficialmente institucionalizadas del idioma. En pocas palabras, que la escuela debe enseñar el idioma con las reglas del idioma.
Afirmar que eso equivale a «coartar la libertad de expresión» es ignorar que toda libertad (de palabra, de cuerpo, individual, colectiva) es concreta y está condicionada histórica y socialmente. No existe la libertad ilimitada. Toda libertad es libertad condicional. (El problema es qué condiciones, cómo se producen, por parte de quiénes y con cuáles fines. Pero esto es asunto para otro desarrollo.)
El artículo 2° aprueba las «Guías de Recursos» para los niveles Inicial, Primario y Secundario, disponibles online para quien guste examinarlas. En ellas se reflexiona acerca del «masculino genérico» (su historia lingüística, sus implicancias sociales y culturales, su valor simbólico, sus funciones en la interpelación personal, su uso en el aula, etc.) y se ofrecen alternativas que incluyen al género femenino cuando se habla de grupos, profesiones, etc., en los que hay varones y mujeres, o para los que se ha naturalizado el uso del masculino genérico. Es decir, el Ministerio de Educación del GCBA propone incluir el género femenino utilizando recursos que respeten las reglas vigentes del idioma. Por ejemplo, como vemos en el articulado de la resolución, la barra en «los/as».
Se podría objetar que el binarismo de género gramatical no alcanza para expresar la infinidad de «géneros autopercibidos» por los seres humanos, que el binarismo de género gramatical no es capaz de cobijar esa proliferación de sentimientos íntimos relativos al sexo a la que asistimos desde hace algunas décadas. (El imperio transexual: la creación de la mujer (1979), de Janice Raymond, ya señalaba críticamente algunos aspectos del activismo transexual, como el refuerzo de estereotipos de género tradicionales y la promoción de la dependencia fármaco-quirúrgica).

Sin ir tan lejos, recordemos lo que ocurrió en la ceremonia de entrega del «DNI no binario», en la que el presidente Alberto Fernández, la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad Elizabeth Gómez Alcorta y el ministro del Interior Eduardo de Pedro fueron sorprendidos por activistas que intervinieron el acto para proclamar la consigna «NO SOMOS “X”». Ese activismo tenía razón en su delirio: si el Estado puede abrir la flexión de género gramatical a un espectro indefinido más allá del femenino/masculino y hasta donde nos dé la fantasiosa creatividad de las autopercepciones íntimas (healgénero, felinogénero, dryagénero, ekragénero, aesthetogénero…), ¿por qué detenernos en la equis? ¡Que haya tantos géneros gramaticales como autopercepciones declaradas!
La Asociación Trans Cuirgénero Estatal (ATCUES) propone doscientos cincuenta y uno ―¡251!― géneros posibles para la especie humana. He aquí algunos de ellos: “Healgénero: género que trae paz mental a le identificade”, “Felinogénero: género correspondiente a gatos. Cuando te sientes peludite y mullide y quieres que te acaricien la barbilla”, “Dryagénero: forma de género, pero en conexión con un bosque vacío”, “Ekragénero: género que has estallado en un millón de piezas, destruido, o que te gustaría haber destruido”, “Aesthetogénero: una experiencia de género que deriva de, o se construye en, la estética” […] ¿Les parecen descabellados los 251 géneros…? La lista de LGBTA Wiki supera los cuatro mil. Más de cuatro mil géneros, con sus respectivas más de cuatro mil banderas…
El obstáculo para sostener esa proclama irracional es que el binarismo de género gramatical, femenino/masculino, no es un capricho del azar ni una arbitrariedad del «falogocentrismo heterocispatriarcal», sino una distinción funcional relativa a la reproducción sexual de los seres humanos: el sexo de nacimiento indica, con una exactitud elevadísima aunque no perfecta, qué función reproductiva posee potencialmente esa persona (fecundar o gestar; producir espermatozoides o producir óvulos), independientemente de que, por infinidad de razones, ejercite o no esa función, actualice o no esa potencia. De ahí que no se tengan noticias, en la historia de la humanidad, de que haya un solo idioma en el que las palabras para distinguir hombre/mujer (o día/noche, frío/caliente, vivo/muerto) no existan. Y es que se trata del milenario registro gramatical de aspectos absolutamente elementales de la vida social.
¿Y cómo se realiza ese registro? ¿Quién lo determina? ¿Con qué fines, para cuáles beneficios, en perjuicio de quiénes? ¿No hay luchas que dan como resultado parcial ese registro? ¿La lengua es neutral, aséptica e inocente?
Un fenómeno retórico
En debate con Beatriz Sarlo, el Magíster en Lexicografía Hispánica y columnista de Buenas tardes, China (Radio Con Vos) Santiago Kalinowski, observa que el llamado «lenguaje inclusivo» no busca volverse gramática, sino que su objetivo consiste en lograr un efecto reflexivo en quien lo escucha, provocar un llamado de atención en el auditorio acerca del sexismo codificado en la lengua. Se trata, para Kalinowski, de un «fenómeno retórico»: la configuración discursiva de una lucha política por la igualdad social.
La idea de que la lengua es aséptica y es inocente de todo a mí me parece peregrina, me parece extraña. ¿Qué podemos decir del masculino genérico? El masculino genérico se codificó en la lengua a lo largo de los milenios… Durante miles y miles de años el hombre, el macho de la especie, acaparó absolutamente todos los espacios de visibilidad, distribuyó los recursos valiosos… Cuando aparecieron otros espacios (la política, la ciencia, el arte, etc.), acaparó esos espacios y durante todo ese proceso de milenios se fue configurando una suerte de “bueno, ante la duda, tiene que ser un varón, porque esa es la realidad que nos rodea”. Ese es el modo en que se va codificando… correlato gramatical de un ordenamiento social ancestral de la especie, que es patriarcal.
La lengua cambia porque cambia la realidad social en que esa lengua cobra sentido. Si creamos una sociedad igualitaria y logramos sostener ese nuevo ordenamiento social durante siglos (o milenios), en una comunidad lingüística de cientos de millones de usuarios, entonces, dice Kalinowski, «ahí es probable que aparezca algo diferente al masculino genérico, al masculino no marcado». Ni siquiera podemos tener certeza al respecto: «es probable que aparezca» un cambio gramatical. Porque la lengua no se modifica a partir de una decisión consciente, de un cálculo especulativo o de un diseño consensuado. Los cambios en la lengua se producen a partir de procesos sociales que instituciones como la RAE se limitan a registrar y sistematizar.
Todo lo cual no significa que la lucha por el sentido de las palabras carezca de relevancia en el contexto más amplio de una lucha política, orientada por un programa de acción y a partir de un diagnóstico crítico del orden establecido. El mismo Kalinowski lo aclara: «la realidad se cambia haciendo política y la política se hace con la lengua (y muchas otras cosas)».
A propósito de esas «muchas otras cosas» puestas entre paréntesis ―en la cita de Kalinowski y en la defensa del llamado «lenguaje inclusivo»―, es que nos preguntamos: ¿es deseable crear una sociedad igualitaria, en virtud de la cual, eventualmente (y entre muchas otras consecuencias), aparezca en la lengua algo diferente al masculino genérico? Y agregamos: ¿es posible?
El movimiento se demuestra andando
El capitalismo es un tipo de sociedad basado en la apropiación privada de los medios de producción por parte de una minoría de la población mundial (la clase burguesa), mientras la enorme mayoría a la que pertenecemos está desposeída de esos medios (la clase obrera). En otras palabras, quienes producimos toda la riqueza social carecemos de los medios para producirla y, debido a eso, no podemos decidir qué producir, cómo producir ni para qué producir. Los productores fuimos separados de los medios para producir. Y así estamos. Este es el origen de la desigualdad social, de la explotación de una clase por otra.
La subordinación de las mujeres, codificada gramaticalmente en el masculino genérico, no desaparecerá como consecuencia necesaria de la socialización de los medios de producción. Por eso somos socialistas y, además, feministas: queremos terminar con la explotación, las clases sociales y el Estado, y, además, queremos terminar con el patriarcado y abolir el género.
No permitamos que el debate por las palabras nos distraiga del debate por las cosas. La desigualdad está en las relaciones sociales antes que en la gramática. Vindiquemos el materialismo de Carlitos Balá, cuando preguntaba por el sabor de la sal y no por el de las palabras.
Imagen principal: Niñas trabajando en las salinas (2007), José Castillo de Martín.
FUENTES:
Beatriz Sarlo y Santiago Kalinowski, Lengua en disputa (Un debate sobre el lenguaje inclusivo), CABA, Godot, 2019.
José Errasti y Marino Pérez Álvarez, «Neolengua, neogéneros, neoargumentos», capítulo 9 del libro Nadie nace en un cuerpo equivocado (Éxito y miseria de la identidad de género), Barcelona, Deusto, 2022.
Nota: Una versión de este texto fue publicada el 17/07/2022 en El Correo Docente número 35, www.razonyrevolucion.org