Las categorías femeninas en los deportes han sido –y continúan siendo– una paulatina, dolorosa, zigzagueante y esforzada conquista de las mujeres durante el siglo XX. En los Juegos Olímpicos de París 1900, de un total de 997 atletas, sólo 22 eran mujeres (repartidas en cinco disciplinas habilitadas). Casi un siglo después, en Barcelona 1992, 35 países presentaban aún delegaciones exclusivamente masculinas. Recién en Londres 2012 todos los países que participaron tuvieron representación femenina y las mujeres fueron admitidas en la totalidad de las disciplinas[1].
Los casos de Lin Yu-ting (Taiwán) e Imane Khelif (Argelia), participantes en la categoría femenina de boxeo (peso pluma y peso Wélter, respectivamente), convirtieron a los Juegos Olímpicos de París 2024 en el coliseo romano de un espectáculo deplorable: dos hombres recibieron medallas de oro por ganarles a mujeres en combate cuerpo a cuerpo.
Lamentablemente, ese tipo de espectáculo no es nuevo. El 13 de septiembre de 2014, el luchador Fallon Fox por poco asesina a Tamikka Brents en el primer round de una contienda de artes marciales mixtas, provocándole conmoción cerebral, fractura del hueso orbital y otras heridas que requirieron siete grapas en la cabeza[2].
Lo nuevo este año fue la amplificación del debate. Los Juegos Olímpicos constituyen un acontecimiento que recibe atención planetaria en virtud de su gigantesca repercusión mediática[3]. Por eso nos interesa tomar el caso de Imane Khelif, que ocupó mucho espacio en los medios, para pensar en la deriva reaccionaria que presentan el progresismo y la izquierda con su negación del sexo femenino.
XX/XY
El Comité Olímpico Internacional (COI) dejó de llevar a cabo las pruebas de verificación de sexo en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. En 2003 comenzó a permitir a hombres en categorías femeninas con sus primeras directrices transgénero. Su posición actual, en base a sus últimas directrices de 2021, sostiene que «no se debe presumir ventaja» del sexo masculino y que la regulación de cada deporte queda en manos de la federación respectiva. Estas directrices fueron cuestionadas científicamente por la Federación Internacional de Medicina del Deporte y la Federación Europea de Asociaciones de Medicina del Deporte (aquí).
Irene Aguiar, abogada especialista en derecho deportivo, observa que tanto esa no presunción de ventaja por razón de sexo como el dejar librado a cada federación la eventual integración de hombres en las categorías de mujeres, le imprime al marco de reglas una incoherencia que tiene como efecto práctico reforzar la desigualdad patriarcal:
[El COI] deja en manos de las federaciones deportivas la decisión y regulación de la eventual integración de las personas transexuales en las categorías correspondientes a su sexo sentido, pero, mientras, afirma que no se debe presumir una ventaja por el sexo del deportista, en contra de la evidencia científica disponible y de lo afirmado por el propio COI en los veinte años anteriores, dando prioridad a una supuesta «inclusión», obviando que permitir la participación de hombres biológicos en la categoría de mujeres per se excluye a las propias mujeres por su inferioridad física.
Las directrices del COI no dejan de ser recomendaciones. Sin embargo, resulta extremadamente abrumador que el máximo organismo del deporte olímpico vierta afirmaciones carentes de respaldo científico y tan dañinas para las mujeres deportistas, más si cabe, después de tantos años de ardua lucha por conseguir poder formar parte del espectro deportivo y por la igualdad en el mismo –igualdad que nunca se ha llegado a alcanzar–[4]
Tres años después de esas directrices asistimos al show de sus consecuencias con Imane Khelif como caso testigo. Ya en 2023, la Asociación Internacional de Boxeo (IBA, por sus siglas en inglés) había descalificado a Khelif en la categoría femenina para los mundiales (también a Lin Yu-ting) por no cumplir con los criterios de elegibilidad. La IBA aplica un único criterio de elegibilidad: tener cromosomas XX, comprobados mediante un test de verificación de sexo.[5]
Khelif falló dos pruebas de ADN y se niega a divulgarlas. Apeló una de las pruebas pero luego retiró la apelación. La abogada del Comité Olímpico y Deportivo Argelino, Nadia Bakour, envió una carta al presidente de la IBA exigiendo que los resultados permanecieran confidenciales. Estas maniobras oscurecen los hechos que permitirían un debate transparente.
Para colmo, el equipo de Khelif ha lanzado una campaña de relaciones públicas, bajo el nombre «Beauty Code», destinada a recubrir al boxeador con estereotipos femeninos para confundir las percepciones y manipular emocionalmente al público. Esta campaña se combina con automáticas acusaciones de intolerancia y «transfobia» contra quienes cuestionen el sexo de Khelif, obstaculizando así cualquier búsqueda honesta de la verdad.
Embarcados en esa búsqueda, queremos tratar este asunto con el mayor rigor y claridad a nuestro alcance. En una nota titulada «La verdad como protector nasal», José Errasti (coautor de los libros Nadie nacie en un cuerpo equivocado y Mamá, soy trans) nos ofrece estas consideraciones preliminares:
Uno de cada varios miles de nacimientos presenta alteraciones en el desarrollo sexual (ADS). Existen tasas comparables de alteraciones en el aparato locomotor, digestivo o circulatorio. Hay muchos tipos de ADSs. Son condiciones estrictamente médicas, ni identitarias ni autodeterminadas, que han de ser manejadas a base de estudio y prudencia. Como en nuestra especie la función sexual es binaria, las ADSs ocurren tanto en varones como en mujeres. No desmienten el binarismo sexual de los humanos más de lo que las personas con polidactilia desmienten que los humanos tenemos cinco dedos en las manos. En el pasado recibieron nombres como «hermafroditismo» —absurdo: no son Hermes y Afrodita— o «intersexualidad» —absurdo: las personas con ADSs no están entre los dos sexos—.
El caso Khelif compromete tres posibles ADSs (alteraciones en el desarrollo sexual), también conocidas como DSDs (diferencias en el desarrollo sexual). Detengámonos a ver en qué consisten para saber si es cierto que la verdad resulta útil para proteger a los deportistas.
Tres DSDs
Colin Wright es doctor en biología evolutiva, becario del Instituto Manhattan para la Investigación de Políticas y miembro de The Killarney Group. En una nota recientemente publicada, Wright expuso tres tipos de diferencia en el desarrollo sexual (DSD, por sus siglas en inglés) relacionadas con atletas que poseen características sexuales «mixtas o ambiguas»: i) el síndrome de Swyer, ii) el síndrome de insensibilidad parcial o completa a los andrógenos y iii) la deficiencia 5-ARD.
Abordar estos fenómenos de la manera más nítida, racional y paciente que podamos es crucial para pensar el caso Khelif (y el problema social más general comprimido en el debate sobre este caso) ya que, como escribe Wright, «el uso del lenguaje ideológico por parte de la izquierda progresista parece diseñado para evitar el contacto directo con la realidad». Comencemos con el síndrome de Swyer, también conocido como «disgenesia gonadal XY»:
Este trastorno ocurre cuando el gen SRY en el cromosoma Y, que dirige el desarrollo masculino, está ausente o inactivo. Sin este gen, el cuerpo no puede desarrollar testículos. Sin embargo, en lugar de desarrollar ovarios, las gónadas permanecen indiferenciadas. Fundamentalmente, la ausencia de testículos significa que no hay producción de testosterona; así, el feto desarrolla la anatomía femenina interna (útero y cuello uterino) y externa (vagina y vulva). La falta de testosterona también impide que las personas con síndrome de Swyer experimenten la pubertad masculina, lo que significa que no obtienen las ventajas físicas típicas del desarrollo masculino, ni exhiben características típicas masculinas. En otras palabras, las personas con síndrome de Swyer no están androgenizadas.
Dados los pronunciados rasgos faciales masculinos de Khelif y su significativa masa muscular en la parte superior del cuerpo, es casi seguro que Khelif no tenga el síndrome de Swyer. Si Khelif hubiera tenido esta condición, probablemente habrían procedido con el proceso de apelación [que luego retiró, como contamos arriba] y tenían una gran oportunidad de ganar.[6]
El segundo tipo de DSD es el síndrome de insensibilidad parcial (PAIS) o completa (CAIS) a los andrógenos:
Las personas con esta afección poseen cromosomas XY, desarrollan testículos normales y producen niveles masculinos de testosterona. Sin embargo, sus células contienen receptores de andrógenos defectuosos (por ejemplo, para la testosterona), que no responden a la testosterona producida por los testículos. Para las personas con insensibilidad completa a los andrógenos, esto resulta en una presentación externa totalmente femenina, a pesar de ser biológicamente masculino debido a la presencia de testículos internos. Es importante destacar que estas personas no muestran signos de androgenización porque sus cuerpos no responden en absoluto a la testosterona, lo que significa que no tienen una ventaja física en los deportes. Dada la apariencia androgenizada de Khelif, el síndrome de insensibilidad completa a los andrógenos se puede descartar de manera efectiva. Si Khelif tiene CAIS, es casi seguro que ganarían su apelación.
Sin embargo, el síndrome de insensibilidad parcial a los andrógenos (PAIS, por sus siglas en inglés) sigue siendo una posibilidad. Los individuos con PAIS experimentan una pubertad masculina parcial, lo que confiere ventajas físicas en el deporte, justificando su exclusión de la categoría femenina. Si Khelif tiene PAIS, es casi seguro que perderían su apelación.
El tercer tipo de DSD es la deficiencia de 5-ARD o «5-alfa reductasa» (que es el tipo de diferencia en el desarrollo sexual que impidió a Caster Semenya, en otro caso famoso, competir en la categoría femenina)[7]:
Las personas con 5-ARD tienen cromosomas XY y testículos que producen testosterona. Sin embargo, debido a una mutación en un gen que codifica una enzima llamada 5-alfa reductasa, la testosterona producida por sus testículos durante el desarrollo no puede convertirse en dihidrotestosterona (DHT), que es necesaria para el desarrollo de los genitales externos masculinos. Como resultado, las personas con 5-ARD, a pesar de ser biológicamente hombres, nacen con genitales que parecen típicamente femeninos o algo ambiguos. Esto puede llevar a que algunos de estos recién nacidos 5-ARD se registren erróneamente como mujeres en sus certificados de nacimiento.
Muchos con 5-ARD son criados como niñas, sin darse cuenta de su condición hasta la pubertad cuando, en lugar de comenzar a menstruar, sus testículos internos desencadenan la pubertad masculina. Esto da como resultado rasgos masculinos (androgenizados) y una ventaja física en los deportes. Esta es la condición más probable que se aplica a Khelif y es, probablemente, la razón por la que retiraron su apelación a la IBA en 2023.
Ahora bien, ¿qué porcentaje de la población humana posee alguno de estos tres DSD? La prevalencia combinada de individuos con síndrome de insensibilidad completa a los andrógenos (CAIS), síndrome de insensibilidad parcial a los andrógenos (PAIS), síndrome de Swyer o deficiencia de 5-alfa reductasa (5-ARD) es de aproximadamente el 0,0056 % de la población mundial. ¿Y si sumamos otras DSD que impidan determinar a simple vista, en un recién nacido, si es hombre o mujer? El 0,018%. Es decir que en el 99,98% restante de los casos la anatomía es inequívocamente masculina o femenina[8].
Ese dato es fundamental para evaluar si el diseño de reglas de competencia deportiva favorece a las mayorías, contemplando a las minorías, o favorece a las minorías en detrimento de las mayorías[9]. Volveremos sobre esto al final de la nota. Ahora veamos hacia dónde deberíamos dirigir las críticas (y el enojo) según el doctor Wright:
Khelif no es una mujer trans que simplemente decidió competir como mujer. Khelif tiene una diferencia en el desarrollo sexual que probablemente resultó en que el sexo de Khelif se identificara erróneamente al nacer. Debido a esto, Khelif fue criado como una niña y sigue creyendo que lo es, o al menos lo creía hasta hace poco. Recordemos que el entrenador de Khelif, el Dr. Cazorla, dijo que Khelif «estaba devastada, devastada al descubrir de repente que podría no ser una niña». No tengo ninguna razón para dudar de ello. Tal revelación sería impactante para cualquiera, y no tengo nada más que compasión por Khelif en este sentido.
Hasta ahora, mis críticas se habían dirigido al Comité Olímpico Internacional (COI) por no implementar las salvaguardas adecuadas y especificar criterios claros de inclusión/exclusión biológica para la categoría femenina. A Khelif nunca se le debería haber permitido poner un pie en el ring de boxeo femenino en los Juegos Olímpicos. No solo es injusto e inseguro, sino que también expone a estos atletas a cantidades masivas de odio público y vitriolo, del tipo que hemos visto dirigido a Khelif. Por lo tanto, creo que nuestra ira debería haber estado dirigida al COI por su absoluta ignorancia e incompetencia, no a Khelif.[10]
Suscribimos esas palabras. Wright aclara «hasta ahora» porque la campaña «Beauty Code» convierte, a los ojos del biólogo, en cómplice a Khelif. Sea como fuere, un punto queda claro: no decimos que Khelif sea «trans», decimos que es un hombre.
Sexo
La idea de que el sexo es una construcción social o lingüística, de que existe un continuo o espectro entre ambos sexos donde se hallaría la «intersexualidad» y de que algunos seres humanos podrían sustraerse de sus cuerpos sexuados con el simple trámite de autodeclararse «no binarios»[11], es una idea basada en ese 0,018% de los nacidos que presenta diferencias en el desarrollo sexual a simple vista ambiguas o indeterminadas.
Pero se trata de un malentendido elemental acerca de la naturaleza del sexo biológico, que se define por la función a la que está destinado –la reproducción de la especie– y no por la apariencia de los rasgos anatómicos. Desde las investigaciones de Darwin, la genética molecular ha ido desplazando a la taxonomía como criterio de clasificación de especies hasta volverla obsoleta[12]. En este sentido, el sexo se determina en relación al tipo de células sexuales, los gametos, que un organismo produce: individuos que producen gametos pequeños (espermatozoides) son machos, individuos que producen gametos grandes (óvulos) son hembras. Unos fecundan, otros gestan. No hay gametos intermedios entre óvulos y espermatozoides ni hay funciones intermedias entre fecundar y gestar. Esa es la división natural del trabajo reproductivo y por eso el sexo biológico en los seres humanos es un sistema binario.
Sin embargo –aclara Colin Wright–, resulta crucial tener en cuenta que el sexo de los individuos dentro de una especie no se basa en si un individuo puede producir ciertos gametos en un momento dado. Los hombres prepúberes no producen espermatozoides, y algunos adultos infértiles de ambos sexos nunca producen gametos debido a diversos problemas de infertilidad. Sin embargo, sería incorrecto decir que estos individuos no tienen un sexo discernible, ya que el sexo biológico de un individuo corresponde a uno de los dos tipos distintos de anatomía reproductiva evolucionada (es decir, ovarios o testículos) que se desarrollan para la producción de esperma u óvulos, independientemente de su funcionalidad pasada, presente o futura. En los seres humanos –y las personas transgénero y las llamadas «no binarias» no son una excepción– esta anatomía reproductiva es inequívocamente masculina o femenina más del 99,98 por ciento de las veces.
La distinción binaria entre ovarios y testículos como criterio para determinar el sexo de un individuo no es arbitraria ni exclusiva de los seres humanos. La función evolutiva de los ovarios y los testículos es producir óvulos o espermatozoides, respectivamente, que deben combinarse para que se produzca la reproducción sexual. Si eso no sucediera, no habría humanos. Si bien este conocimiento puede haber sido ciencia de vanguardia en la década de 1660, es extraño que de repente lo tratemos como controvertido en 2020.[13]
Ciertamente, la negación del sexo biológico nos retrotrae al debate entre la teoría de la evolución y el creacionismo, tan bien representado en la película Heredarás el viento (1960).[14] Porque la constatación del sexo del recién nacido indica con una enorme exactitud –no absoluta– cuál es la función reproductiva que el individuo desempeñará en su futuro, al margen de que (por muy diversas razones) esa función sea ejercitada o no. El sexo no tiene nada que ver con una esencia, un sentimiento, una vivencia íntima o una identidad. El sexo tiene que ver, ante todo, con la reproducción.
Y no sólo con la reproducción. Porque esa aparentemente leve variación en la representación gráfica de XX y XY implica todo un universo de mutaciones biológicas que se produce a nivel genético, afectando a las billones (millones de millones) de células que nos componen.
Genes
Un gen es la unidad básica de herencia en los organismos vivos, una «instrucción» que le dice a una célula cómo producir una proteína específica. Las proteínas son esenciales para la estructura, función y regulación de los tejidos y órganos del cuerpo. Los genes son secuencias de ADN (ácido desoxirribonucleico) y se encuentran en los cromosomas.
El ADN está compuesto por dos cadenas que forman una estructura en hélice. Cada cadena integra cuatro tipos de nucleótidos que podemos imaginar como si fueran letras de un código. Cada secuencia de estos nucleótidos determina la información genética. Un gen específico es una secuencia particular de nucleótidos que codifica para una proteína específica.
La expresión génica es el proceso por el cual la información de un gen se utiliza para producir una proteína. Este proceso implica dos etapas principales: transcripción y traducción. Durante la transcripción, la información del ADN se copia a una molécula de ARN mensajero (ARNm), de cadena simple. Éste actúa como un delivery que lleva la información del ADN desde el núcleo de la célula hasta el citoplasma, donde se encuentran los ribosomas: «fábricas» de proteínas de la célula. En la traducción, los ribosomas leen la secuencia del ARNm y ensamblan los aminoácidos en la secuencia correcta para formar una proteína. Cada grupo de tres nucleótidos en el ARNm, llamado «codón», corresponde a un aminoácido específico.
Los genes son fundamentales porque contienen la información necesaria para construir y mantener las células y los organismos. Determinan características hereditarias como el sexo, color de los ojos, la altura… Y también influyen en la susceptibilidad a ciertas enfermedades.
Bajo el título «El impacto del sexo en la expresión génica de los tejidos humanos», un grupo de científicos presentó pruebas de que la expresión génica varía significativamente entre hombres y mujeres[15]. Tras analizar 44 tipos de tejido y empleando datos de secuenciación de ARN de 838 individuos, fueron descubiertos 13.294 genes con expresión genética diferenciada por sexo.
Pero lo novedoso de este hallazgo no radica tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, ya que las diferencias no se limitan a los tejidos comúnmente asociados con las características sexuales (como ovarios y testículos), sino que también se encuentran en una amplia variedad de tejidos que no están directamente relacionados con las funciones reproductivas.
Gráfico del artículo «El impacto del sexo en la expresión génica de los tejidos humanos» donde se aprecia la amplia variedad de tejidos en que se comprobaron diferencias según el sexo XY (hombres) o XX (mujeres). [Traducción: VyS]
Por ejemplo, se observaron diferencias en la expresión génica en tejidos como el cerebro, el hígado, el corazón y los músculos. Estas diferencias abarcan una variedad de funciones biológicas críticas, como la respuesta a medicamentos, el desarrollo embrionario, el metabolismo de grasas y la respuesta inmunitaria.
De manera que la identificación de estas diferencias puede mejorar la personalización de tratamientos médicos según el sexo del individuo en cuestión. Si los genes que regulan el metabolismo de las grasas se expresan de manera diferente en el hígado de hombres y mujeres, esto podría explicar por qué respondemos de manera distinta a ciertos tratamientos para la obesidad o las enfermedades hepáticas. Otro ejemplo es el cerebro, donde las diferencias en la expresión génica podrían influir en la prevalencia y el curso de enfermedades neurológicas o psiquiátricas entre los sexos.
El análisis de la regulación genética específica de cada sexo –y su integración con estudios de asociación del genoma (GWAS)– revela cómo los efectos genéticos diferenciados pueden influir en las características y enfermedades complejas. Esto es crucial para desarrollar estrategias de tratamiento médico más efectivas e igualitarias, pues los tratamientos que no tienen en cuenta estas diferencias pueden ser menos eficaces o incluso perjudiciales para un sexo en particular.
Ideas
Históricamente, la categoría de sexo ha sido fundamental para visibilizar las desigualdades que enfrentan las mujeres en diversos ámbitos, incluyendo la salud, la educación, el deporte, la seguridad y el empleo. Al permitir que el sexo sea elegido libremente y borrar los registros estadísticos basados en él, esta categoría se vuelve imposible de recuperar, lo que dificulta la identificación y el estudio de estas desigualdades. Sin datos desagregados por sexo es imposible demostrar la desigualdad y luchar contra ella para terminar con las desventajas específicas que enfrentan las mujeres.
El caso Khelif exhibe de la manera más cruda que podamos imaginar el peligro que conlleva poner a competir mujeres y hombres en deportes de combate. Pero lo cierto es que un solo hombre en cualquier deporte puede provocar mucho daño, no sólo físico (golpes, lesiones), sino también simbólico (premios, reconocimiento), material (becas, sponsors), psicológico (autoestima) y moral a todas las mujeres del mundo que desean competir deportivamente. ¿Qué niña querrá entrenar sabiendo que, tarde o temprano, deberá competir con un varón? Hablamos de este problema en otras notas[16] y no abundaremos en ejemplos[17]. Pero destaquemos dos ideas finales.
Una es esta reflexión de la filósofa mexicana Laura Lecuona, que apunta a la inoculación permanente (y milenaria) de un sentimiento de inferioridad en las mujeres:
Toda esta discusión también ha de resultar muy desalentadora para las deportistas, porque, además de quitarles sus lugares, es como si se estuviera machacando una supuesta superioridad de los hombres en virtud de que son más fuertes.[18]
La otra idea es que la función de las reglas, las leyes, los reglamentos puede beneficiar la vida social favoreciendo a las mayorías, o puede perjudicar la vida social favoreciendo a las minorías. No hay ni podrá haber una ley o reglamento que no sea injusto con algún individuo, porque efectivamente somos diversos, singulares, distintos. Lo importante es que las normas de la convivencia hagan vivible la vida de la mayoría y, además, contemplen a las minorías. La categoría «sexo», hombre o mujer, XY o XX, es una norma muy satisfactoria que, inevitablemente, encontrará casos en los que se mostrará injusta. Pero si en una población de 8 mil millones de seres humanos funciona para 7.998.400.000, entonces nos podríamos dar por satisfechos.
NOTAS:
[1] Tomamos los datos de Laura Lecuona, Cuando lo trans no es transgresor (Mentiras y peligros de la identidad de género), México, Edición de autora, 2022, p. 319. Quien se sorprenda ante el carácter reciente de estas conquistas en la lucha por la igualdad de derechos, no saldrá de su asombro al conocer, por ejemplo, que el histórico Club Universitario de Buenos Aires (CUBA) recién a mediados del presente año aprobó el pleno acceso de las mujeres en sus instalaciones. Véase al respecto la nota de Evangelina Himitian, «Adiós al “only men” de Viamonte: contundente aval a la reforma de la tradicional sede central del CUBA», publicada en La Nación el 12 de agosto de 2024.
[2] Ian Shutts, «Después de ser noqueada por Fallon Fox, Tamikka Brents dice que los luchadores transgénero en MMA “simplemente no son justos”», nota publicada en LowKickMMA el 19 de abril de 2017.
[3] Hablamos de esto (y de la competencia deportiva en condiciones capitalistas) en «La verdad detrás de los Juegos Olímpicos (Y el debate entre dos mundos invivibles)».
[4] Irene Aguiar, «Las directrices “trans” del COI o cómo pasar de la inseguridad a la incoherencia», nota publicada en iusport el 1 de diciembre de 2021. Acerca de las ventajas deportivas de los hombres sobre las mujeres, el artículo de Emma N. Hilton y Tommy R. Lundberg «Mujeres transgénero en la categoría femenina de deporte: perspectivas sobre la supresión de testosterona y la ventaja en el rendimiento», publicado en Preprints el 13 de mayo de 2020.
[5] Irene Aguiar, «Caso Khelif: lo que se sabe y lo que no», nota publicada en iusport el 2 de agosto de 2024.
[6] Colin Wright, «Realidad vs ficción: El boxeador olímpico Imane Khelif es hombre y no se le debería permitir pelear con mujeres», nota publicada en Reality´s Last Stand el 3 de agosto de 2024. Ver también «El deporte y los DSD», nota publicada en el sitio Contra el Borrado de las Mujeres.
[7] «La verdad sobre el caso Semeneya», nota publicada en la hemeroteca del sitio Contra el Borrado de las Mujeres. Irene Aguiar, abogada especialista en derecho deportivo, publicó un hilo en X (ex Twitter) sobre el caso aquí.
[8] Leonard Sax, «¿Qué tan común es la intersexualidad? una respuesta a Anne Fausto-Sterling», artículo aceptado en The Journal of Sex Research el 5 de febrero de 2002.
[9] Hablamos de las implicancias políticas de esta evaluación bajo criterios pro mayorías o pro minorías en varias notas. Por ejemplo: «La batalla cultural y el susurro burgués», «La resignación crispada y el conformismo informado», «El error de Descartes (Apuntes para el problema de la conciencia)».
[10] Colin Wright, «Imane Khelif lanza una campaña de relaciones públicas hiperfeminizantes como distracción», nota publicada en Realitiy´s Land Stand el 16 de agosto de 2024.
[11] A propósito del caso Khelif, La Izquierda Diario reprodujo un artículo en el que se afirma lo siguiente: «Aquí sostenemos la visión científica y materialista de que tanto el sexo como el género pueden cambiarse. El hecho mismo de que existan personas intersexuales cuyas características físicas no sean exclusivamente masculinas ni femeninas demuestra que hay más de dos géneros, como afirman los pseudobiólogos de derecha. Entonces también es posible tener un par de cromosomas XY y no ser hombre. […] Por ejemplo, el “sexo biológico” a menudo se determina en función de la capacidad reproductiva. Pero muchas personas no pueden reproducirse en absoluto o deciden no hacerlo. En el caso de los andrógenos y los estrógenos, conocidos como “hormonas sexuales”, son hormonas que se encuentran en todos los seres humanos y tienen importantes funciones fisiológicas. Por ello, la bióloga estadounidense Anne Fausto-Sterling defiende que éstas deberían llamarse hormonas del crecimiento. El criterio o criterios de asignación no son en modo alguno “biológicamente claros”, sino que están sujetos a cambios sociales». Eso exactamente lo que estamos discutiendo: la posición de Fausto-Sterling según la cual existe un continuo o espectro entre ambos sexos. El artículo, firmado por Maxi Schulz, se titula «La boxeadora Imane Khelif y la agitación de las derechas» y fue publicado el 6 de agosto de 2024. Acerca del DNI «no binario» sancionado por el gobierno peronista de Alberto Fernández y emitido por el Estado nacional escribimos «La discalculia peronista (Parte 1): el cálculo de las autopercepciones». Sobre su relación con el individualismo progresista publicamos «De un individualismo a otro (Quien a hierro mata, a hierro muere)».
[12] Al menos, como criterio general. La taxonomía posee una utilidad marginal cierta como criterio de clasificación, pero la lógica mercantil y la degradación educativa refuerzan la tendencia a su desaparición. Véase al respecto Robert Lengellier, «Para salvar la vida en la Tierra, hay que ponerles nombre a las especies», nota publicada en The New York Times el 9 de julio de 2024.
[13] Colin Wright, «El sexo no es un espectro», nota publicada en Realitiy´s Land Stand el 1 de febrero de 2021.
[14] Es más, conservadores reaccionarios y progresistas de izquierda han instalado el debate en un terreno premoderno: mientras los primeros aseguran que el sexo biológico determina el destino social de cada individuo, los segundos sostienen que la palabra (el Verbo) puede abolir millones de años de evolución de la vida.
[15] AA.VV., «El impacto del sexo en la expresión génica de los tejidos humanos», artículo publicado en Science el 11 de septiembre de 2020.
[16] En especial, «Ser mujer no es un sentimiento».
[17] Véanse los ejemplos enlistados en el sitio Contra el Borrado de las Mujeres. Y agruéguese este, muy reciente: un equipo de fútbol femenino con cinco jugadores hombres gana la Premier League femenina en Australia. Lo hace tras «una temporada invicta en la que ganó todos los partidos, anotó 65 goles y recibió sólo 4». Ver Shayne Bugden y Josh Alston, «Flying Bats: El equipo australiano de fútbol femenino con cinco jugadoras trans gana la gran final en medio de estrictas medidas de seguridad después de permanecer invicto toda la temporada», nota publicada en Daily Mail el 26 de agosto de 2024.
[18] Laura Lecuona, Cuando lo trans no es transgresor (Mentiras y peligros de la identidad de género), México, Edición de autora, 2022,p. 324.