Sencillito #20: «Si sucede, conviene» (Misoginia peronista y explotación sexual)

Esta semana, Wado De Pedro (actual ministro del interior y probable candidato presidencial del peronismo) asistió al ciclo audiovisual de Infobae La entrevista informal, cuyas preguntas son realizadas por jóvenes, en un tono descontracturado e intimista. La segunda persona asignada para dar curso a la entrevista se presenta como Leandra: «Yo soy trabajadora sexual»; le pregunta al ministro si alguna vez «consumió trabajo sexual» o hubiera estado abierto a eso. Él responde que no, que tuvo la suerte de tener «una educación» y que, además, cree que en Mercedes (ciudad en la que creció) no existía. A continuación, Leandra le pregunta si se considera abolicionista o regulacionista. Wado responde:

Me parece que todo lo que tenga que ver con la integridad física, con la salud y la libertad de las personas, voy a estar siempre a favor de eso. No soy abolicionista en el sentido de que no tiene que existir algo que existe, porque eso es negar la realidad, y: hay muchas discusiones; yo estoy a favor de la libertad y de la protección de las personas trabajadoras.

Ante las preguntas de quien se autodenomina «trabajadora sexual», Wado (que no la contradice en absoluto, manifestando así su primer signo de conformidad con que las personas prostituidas son «trabajadoras») empieza desplegando justificaciones de antaño sobre la violencia prostituyente: que la prostitución existe y accionar contra eso sería «negar la realidad». Este era el argumento hegemónico antiguamente, cuando se sostenía que la prostitución era un mal necesario para preservar el matrimonio, el orden social, un mal inherente a la condición humana. Es la lógica que ha justificado, bajo un supuesto deseo irrefrenable de los varones (que necesitan descargar) las vejaciones más tremendas en la historia de la humanidad, sobre el cuerpo de las mujeres. A su vez, es la línea argumental que podemos rastrear hoy en las explicaciones de quienes reivindican la explotación reproductiva de las mujeres (alquilándolas como incubadoras humanas): el deseo crea derechos. Es el mismo núcleo que encontramos en la peligrosa avanzada en defensa de los pedófilos, ubicándolos como una orientación sexual más: la pedofilia existe, pues entonces ¿luchar por abolirla, sería «negar la realidad»?

Wado, finalmente, complementa su respuesta con parte del discurso más afianzado hoy, que recoge los argumentos del lobby proxeneta en boga (trabajo sexual y libre elección sobre el propio cuerpo), sosteniendo «Yo estoy a favor de la libertad y de la protección de las personas trabajadoras». A pasitos de Milei, que también expresó estar a favor de la libertad de quienes quieran vender sus órganos, pues es un mercado más.

Quizás Wado (funcionario del actual gobierno) entiende que el patriarcado ya no existe (obra y gracia de Alberto, que expresó públicamente su felicidad por estar poniéndole fin) y entonces olvida el ABC del sistema prostituyente: que es una institución que reproduce, revitaliza y refuerza en acto, una de las formas más violentas de subordinación en la que el capitalismo y el patriarcado nos ubica a las mujeres y niñas obreras, más empobrecidas. Que no hay integridad física, salud, libertad, derechos, ni protección posible cuando de lo que estamos hablando es de violaciones sistemáticas de los cuerpos de las mujeres y niñas, por parte de un prostituidor, dinero mediante. Que las secuelas físicas y psíquicas en las mujeres prostituidas, dejan un daño irreparable y ensordecedor. Que no es posible hablar de consentimiento. ¿Cuál es la libertad y la protección de las mujeres, violadas una y otra vez? Pero, él sostiene estar a favor de eso, aunque exprese cierta distancia personal con el asunto.

Tiene sentido. En pleno año electoral, Wado se postula como el candidato probable de la jefa; y es una porción importante del electorado kirchnerista, el que reivindica discursivamente un progresismo que la política real del peronismo desmiente con el codo. ¿No es acaso, la aceptación, sumisión, resignación ante las relaciones de explotación de una clase por otra, en el sistema capitalista, lo que caracteriza a sus votantes más progres?

Allí, cuando conversamos, muchos indican repudiar las relaciones sociales de producción propias del capitalismo, hasta pueden referir simpatía con «la idea» de un mundo socialista; pero, basado en un supuesto criterio de realidad, sostienen que todo aquello son espejitos de colores y que entonces, el peronismo es la única fuerza política con chances reales de ganar una elección y la que más derechos y dádivas le ofrece al proletariado. Son aquellos votantes de «nariz tapada», que se desvelan por la noche con el fantasma de «vuelve la derecha» y del «Ah, pero con Macri». Son los que coquetean con el misticismo de «Si sucede, conviene».

De Pedro no aprovecha la pregunta de quien se autodenomina «trabajadora sexual» para desplegar, histriónicamente, el listado de beneficios y benevolencias que el lobby proxeneta le atribuye hoy a la prostitución. Basta verlo y escucharlo para interpretar que su «educación» no lo orienta a la reivindicación de la explotación sexual (al menos, no públicamente). Pero es esa misma mezcla que opera en el votante progre-K desilusionado, de resignación expresa en la defensa de un mal menor, que lo lleva a sostener que está a favor de la posición regulacionista (aunque se observa que ni siquiera está en tema sobre qué significa abolicionismo o regulacionismo). Algo parecido al rotundo, sorpresivo pero (por sobre todas las cosas) oportuno, cambio de posición que tuvo Cristina ante la interrupción voluntaria del embarazo, basado en preocupaciones autorreferenciales sobre que dirían de ella las amigas de sus nietas o su hija.

Es que, en este punto, prima recordar algo fundamental: por más buenas intenciones de sus votantes, por más predilección o rechazo que Wado pueda tener ante la institución prostituyente, su rol es el de dirigente del peronismo. ¿Y cuál es la historia del peronismo con respecto a la prostitución? En 1936, la ley de profilaxis social, impulsada por el socialismo, puso a la Argentina en la senda del abolicionismo. En 1944, Edelmiro Farrell habilitó la instalación de «casas de tolerancia» cercanas a los cuarteles. En 1947, Perón convirtió en ley esa habilitación y, en 1954, autorizó la instalación de prostíbulos y la creación del sindicato de meretrices.

El peronismo es un partido burgués que en funciones pone en práctica (más allá de la valoración moral de sus dirigentes particulares) los expresos intereses de clase que llevan a sus dirigentes de turno a operar como Estado proxeneta: sencillamente porque la trata de personas constituye el delito transnacional más lucrativo, después del tráfico de drogas y de armas. Wado no tendrá muy aceitado el speech del emprendedurismo, «sé tu propia jefa», la «libre elección», que repite la posición reglamentarista, pero… por la plata baila el mono, señores.

El peronismo, más allá de los discursos de justicia social, renuncia a librar la única batalla que verdaderamente nos acercaría a algo parecido a sus lemas igualitarios: la de ponerle fin a las relaciones de explotación en las que se basa el sistema capitalista y al patriarcado (del cual, la prostitución, es una institución escuela). El razonamiento es el mismo expresado por Wado: existe, no se puede negar la realidad. Que es casi, casi, un «Si sucede conviene».

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