Un campeón mundial por cada millón de pibes desechados*

Las cuestiones complejas poseen historia

A pesar de la inmensa montaña de dólares utilizados para la infraestructura, la publicidad y las coimas del Mundial, la selección de Qatar no logró más que convertir un gol y quedar eliminada en la primera ronda. Pudo comprar hinchas (tomando el ejemplo de los barrabravas argentinos) y construir una ficción más o menos parecida a las tribunas de las grandes ligas: no sólo los estadios sino también los barrios adyacentes. Pudo, sobre todo, taparle la boca a cualquiera que se atreviera a denunciar las condiciones de trabajo, la ausencia de libertades democráticas o la opresión a las mujeres y otros colectivos que imperan allí.

Todo eso pudo hacer, pero no pudo construir un equipo competitivo en una década. La razón de esta imposibilidad es que, a diferencia de los trabajos arriesgados, repetitivos y extenuantes, que el desarrollo de la productividad y la ingeniería requieren para construir, por ejemplo, islas artificiales o estadios climatizados en medio del desierto, jugar al fútbol sigue siendo una actividad artesanal. Pero de un talento inscripto en el cuerpo y asociado a un largo desarrollo personal, que refleja un desarrollo histórico. Sumado a que es más difícil obtener un gran futbolista, o cualquier deportista destacado de un deporte de equipo, que en un deporte individual.

La habilidad en la toma de decisiones colectivas, propia de los deportes de equipo, sólo permite el crecimiento de los deportistas si tienen la posibilidad de vivir en un terreno en el que hay otros (pequeños) que ya constituyen un desafío elevado de destrezas. Si desde pequeño se juega y se comparte con quienes ya saben, o aprenden, en un entorno favorable, aceleradamente. Y eso requiere de una historia, requiere de una tradición, requiere de algo inserto en la biografía de generaciones.

La historia se despliega sobre una ancha base

El otro elemento necesario es una base amplia de captación. Una combinación tan impredecible de destrezas y capacidades como las que se ponen en juego en el deporte, es reactiva a los manuales y a la rapidez de la trasmisión. Fichadores, ojeadores, delegados, el mundo del deporte profesional está plagado de personas que intentan descubrir el talento y comprarlo antes de su desarrollo, descubrimiento que pagaría con creces cuando llegue a su máximo nivel. Tan importante es esta amplia base de captación que, para no desalentarla, la FIFA contrariando los intereses inmediatos de cada club, pero contemplando los intereses de la industria de conjunto, obliga a pagar porcentajes de los ingresos que reciben los clubes por transferencias a los clubes formativos, incluso a pequeñas instituciones de la provincia que participaron en el desarrollo del jugador.

En Argentina, esta situación (la amplitud de la base de captación que renueva, que mantiene el nivel de competencia y destreza necesario ya desde los primeros pasos de los niños en los clubes) es la que explica la contradictoria situación de que una liga empobrecida sistemáticamente, manejada de manera corrupta y también falta de inteligencia (no necesariamente las dos cosas tienen que ir juntas), con 28 equipos y torneos imprevisibles cada semestre, triunfe. En el año 2010, La Fundación El futbolista, creada por Futbolistas Argentinos Agremiados, estimaba en 611.520 los jóvenes de 13 a 20 años practicando fútbol en alguno de los 2.534 clubes que integran el Consejo Federal de la AFA; que es parte del sistema de captación extendido en todo el territorio, lo cual representa más del 21% de esa franja etaria masculina. Llegarán a firmar un contrato profesional el 0,003% de ellos.

Según la asociación de futbolistas profesionales de Inglaterra, de los 600 jugadores ingleses que firman contratos profesionales a los 17 años, sólo el 16% sigue jugando al fútbol a los 21. Cada año llegan a Europa, provenientes de África, unos 15 mil aspirantes adolescentes a futbolista profesional. Esta amplitud en el número de los que arrancan, sumado al nivel histórico de competencia para esta disciplina deportiva en nuestro país, es decir, a nuestra historia futbolística, explica mucho de esta tortuosa contradicción: que la selección de la AFA dirigida por el Chiqui Tapia y su cáfila de burgueses aprovechadores sea campeona mundial.

Por eso en EE.UU., a diferencia del experimento absolutamente implantado del fútbol en la década del 80, la actual MLS va creciendo en términos reales. Su competitividad se va afirmando lentamente, pero sobre bases sólidas. El equipo femenino es uno de los que dominan el escenario internacional y probablemente el principal obstáculo que tenga la representación masculina sea la existencia de otros deportes con los que tiene que dividir los entusiasmos.

Del pasado también se puede vivir un tiempo

Obvio que esto, en gran parte, depende de la posibilidad de conformar equipos con jugadores nacidos que han pasado sus primeros años aquí, aunque no hayan jugado jamás para la asociación a la cual representan. Afortunadamente para nosotros, Messi pudo jugar para la selección argentina, aunque no haya disputado jamás en su vida un partido en un torneo de la AFA.

Estas dos condiciones (conservar una gran base de captación en un entorno que favorece el desarrollo) pueden compensar sólo relativamente el efecto de la debacle en la organización institucional y económica. Aunque los jugadores de la Selección Argentina hayan vengado la afrenta deportiva de la opinión de Mbappé (sobre la preponderancia del fútbol europeo sobre el latinoamericano, basándolo en la frecuencia y el nivel de competencia), todos sabemos que en los últimos 25 años el fútbol parece darle más la razón a él, que al excepcional resultado de la Selección. De los últimos 24 semifinalistas (6 mundiales, 2 campeones de Sudamérica, 4 de Europa) 4 son de Asia/África (contando a Turquía del 2002), 5 son de América del sur, y son 15 los de Europa. Creer que Mbappé se equivoca desmerece el logro de la selección, y el esfuerzo de compensación y aprovechamiento de recursos que ésta tuvo que realizar.

La amplia base de captación no es sólo un elemento determinante sobre los resultados finales, sino fundamentalmente sobre el origen social de los jugadores de los distintos países. Porque la base de esta pirámide es tan esencial como su forma: se parte de una cantidad inmensa, sobre un porcentaje alto de niños y jóvenes que comienzan la práctica del fútbol en los países en que es muy popular este deporte. Durante varios años, todos se mantendrán compitiendo.

Sin embargo, en un corto período sobre el final de la adolescencia, ese inmenso número de aspirantes se restringirá de una manera abrupta y muy cruel. Incluso cuando ya se ha restringido el número a un pequeño, pequeñísimo, contingente, seguirá atravesando filtros que lo reducen cada vez más. Por último, incluso para los que logran ser futbolistas profesionales, la inmensa mayoría quedará por fuera de salarios que permitan asegurarse un medio de vida. Es decir que la gran mayoría de los futbolistas profesionales del mundo se encuentra, a los 30 y pico de años, careciendo de una manera eficaz de seguir ganándose la vida.

Lo que los une no es el color sino el origen miserable

Esto no es un secreto. Es la razón por la que la apuesta al deporte profesional (y, sobre todo, el fútbol profesional) para forjar el futuro de las niñas y los jóvenes suele ser aceptado, suele ser la opción de las familias más pobres, socialmente marginadas, desprovistas de recursos materiales y privadas de educación formal. Las familias y los jóvenes que pueden estudiar o desarrollar algún tipo de actividad que la sociedad requiere son parte de una perspectiva cuya trayectoria laboral es más amplia, más duradera y más probable. Ese 0,003% que llega a firmar su contrato profesional demuestra que esa pirámide es inmensamente más abrupta que la de la educación, aún con los grados de desigualdad y degradación educativa de los niveles iniciales que la han hecho mucho más empinada que décadas atrás.

Ejemplificándolo: aún con la degradación salarial y laboral del trabajo en salud de la Argentina, quien puede dedicarle esfuerzo a una carrera terciaria o universitaria tiene muchísimas más chances de llegar a un título y vivir de desarrollar esa actividad, que cualquier niño que comienza en un club su carrera como futbolista. Y tiene muchas más posibilidades de resolver cómo sostenerse económicamente en el transcurso de toda su vida, que la casi totalidad de los aspirantes a deportistas.

La consecuencia de esto es que los equipos europeos exponen un contraste con el color de la piel de sus simpatizantes en las tribunas. Franceses descendientes de europeos, con buenos empleos y educación, contrastan su pigmentación con los seres humanos que se destacan en el campo de juego, en gran parte franceses descendientes de africanos, la mayoría de los cuales se encuentra más alejada de la educación, las buenas ofertas laborales y un entorno con buenos contactos. Los jugadores negros pueblan los equipos de las selecciones europeas y de las ligas europeas porque son los representantes escasos del éxito en una opción laboral extremadamente improbable y esquiva que, quienes pueden optar por otra cosa, eluden.

Por lo tanto, no es que unas presuntas habilidades de la piel oscura empujan a los seleccionados a nutrirse con tantos ingleses negros, franceses negros, holandeses negros, sino el racismo: la desigual situación de los franceses, cuyos antepasados habitaban las colonias. Dos de las tres selecciones que subieron al podio en Qatar, con hombres blancos de orígenes plebeyos en su mayoría, prueban que no hay ningún componente biológico determinante asociado a los ancestros africanos: Argentina y Croacia. Miserables que provienen de una inmigración diferente a la de los franceses pueblan esas selecciones con grandes jugadores que no son afrodescendientes. Lo que vemos cuando vemos el color de la piel de los seleccionados europeos no es una muestra de diversidad, sino exactamente lo contrario: la expresión inequívoca de la desigualdad social vinculada con el racismo.

Destilando millonarios sobre millones de desechados

Este origen mayoritariamente plebeyo y pobre de quienes apuestan a ser jugadores de fútbol es aprovechado por el periodismo deportivo para hacer campaña sobre la superación personal y la meritocracia. Si Modric o Alfonso Davis vivieron su infancia en un campo de refugiados y llegaron a ser deportistas destacados y poseer una cuenta bancaria millonaria, todos pueden apostar a reeditar esta historia de superación. La realidad es exactamente la contraria: cada jugador destacado y exitoso ha dejado atrás un tendal de aspirantes miserables fracasados, que muchas veces han dedicado los pocos recursos con que ellos y sus familias contaban en esta apuesta.

El capitalismo tiene esta particularidad de reproducir fracasos y catástrofes generales y en crecimiento constante, ofreciendo a la mirada un extracto de éxito, un elixir concentrado y escaso de triunfo y dinero, extraído de la sangre y el sudor de millones. Para que se entienda, los campeones surgen de un sistema que, entre otras cosas, mantiene en malas condiciones a los pibes mientras se los está evaluando para ver si tienen pasta de campeón o son basura. Al punto que, hace cuatro años, se denunció la existencia de una red de prostitución que funcionaba a través de gente ligada a las divisiones inferiores de Independiente, luego las ramificaciones llegaron a 8 clubes y más de 100 pibes. La denuncia se hizo pública en marzo del 2018. En marzo del 2022, cuatro años después, se decidió desarticular lo avanzado hasta el momento, considerar que no había una red sino distintos abusadores independientes uno de otro, de manera que los juicios se fragmentan, se reinician los trámites y se ganó impunidad.

Así se construyen futbolistas exitosos y se conquistan campeonatos, recogiendo lo que queda en pie, y desechando al resto.

Ricardo Maldonado.

* El título parafrasea el del libro Un Palito Ortega por cada millón de tucumanos hambreados, de Fernando De Leonardis, Buenos Aires, Años Luz, 2014.

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