Sencillito #77: EL PROLETARIADO DEL FÚTBOL (Y el condenatorio reformismo de Anfibia)

En sus 27 años de vida, Joel vio llorar a su papá, Andrés, sólo una vez. No fue en el colectivo, al salir del club. Tampoco en los 45 minutos de viaje en tren desde Chacarita hasta Barrufaldi, San Miguel, tiempo que pasaron en silencio. Fue al llegar a la casa de su tío, donde sus padres dejaban el auto cada vez que viajaban desde Chaco a Buenos Aires. Andrés enfiló hacia el cuarto, se desplomó en la cama y se tapó los ojos con el brazo.

La familia intentaba procesar una noticia: Joel Mena Gerez, con 17 años, no seguiría jugando en las inferiores de Argentinos Juniors. Joel, el arquerito de Las Breñas, ciudad del sudoeste chaqueño. Joel, el chico que un grupo de entrenadores había ido a buscar a la puerta de su casa, hogar que dejó cuando terminó la primaria en busca de un sueño en la Capital Federal. Y no cualquier sueño, sino el de cientos de miles de niños argentinos: llegar a Primera División.[1]

Así, respetando el estilo periodístico que todavía mantienen los medios más tradicionales, que consiste en comenzar por variados ejemplos particulares antes de llegar a una conclusión general, comienza una nota de la revista Anfibia sobre los pibes que juegan en las inferiores del fútbol argentino y sueñan con jugar en Primera, es decir, sueñan con ser futbolistas profesionales. «El proletariado del fútbol», dice el encabezado de la nota.

Anfibia es una revista editada por la Universidad Nacional de San Martín. En esa nota se despliegan más casos parecidos al de Joel Mena Gerez, pibes a quienes se les ofrece una posibilidad como muy probable, pibes que sostienen su ilusión realizando un gran sacrificio y, finalmente, son desechados. Los que sortean las primeras pruebas y estampan las primeras firmas, pasan a vivir en las pensiones:

De acuerdo a un informe encargado por la Superliga Argentina de Fútbol (SAF) en 2019 –continúa Anfibia–, en las 24 pensiones de clubes que integraban la SAF vivían 1.014 niños, niñas y adolescentes. Para las psicólogas y la socióloga firmantes de la investigación, «se observaron habitaciones no acordes a la cantidad de jóvenes». Por las noches, muchos «permanecen sin un adulto a cargo y en algunos casos, peor aún, encerrados». No hay, tampoco, ningún tipo de normativa que regule su funcionamiento.[2]

La voz de los que participan en el sistema desde los lugares de conducción no puede evitar poner de manifiesto, reconocer en palabras, que se trata de un sistema que selecciona privilegiados en medio de un entorno general, el país en ruinas, que se hunde:

«Un chico de 14 años que se dedica al fútbol es un pibe distinto a cualquier otro de su edad. Más si vive en una pensión. Se le adelantan un montón de situaciones del mundo adulto. Pero es parte del juego, de la decisión de ser futbolista. Y esos 35 chicos de cada categoría son privilegiados, incluso aunque sólo una pequeña parte llegue a Primera. Son un grupo pequeño selecto entre cantidades y cantidades que se vienen a probar todos los días, que se llevan aprendizajes para toda la vida», dice Diego Abelando, preparador físico de las juveniles de Boca.

Para el entrenador, la clave contra la presión es aprender que «hay algo más allá de la pelota». Joel lo hizo, se llevó conocimientos que excedían el juego:

—La disciplina, el entrenamiento constante, la paciencia. Nos educaban de esa manera: para llegar había que ir al gimnasio, alimentarse bien, descansar las horas necesarias, tener claro el objetivo, el porqué del sacrificio.

Lo que bajo la promesa, masivamente frustrada, de una carrera dirigida al estrellato le brinda ese sistema de reclutamiento (disciplina, constancia, paciencia, alimentación saludable, descanso, objetivos que justifiquen el sacrificio…) es lo que cualquier sistema educativo de un país capitalista con alguna perspectiva de futuro ofrece. De ahí que el entrenador Abelando pueda hablar de «privilegios» mientras describe que esos chicos comen bien, estudian, juegan y planifican. En el país de los ciegos, el tuerto es rey. Por supuesto, la promesa de gloria y salvación económica raramente se cumple. La historia del «Zurdo» Aguilera va acompañada, en la nota, con la información acerca de la elevada tasa de fracasos: entre el 97% y el 99%.

En ese momento, hacia fines de los 90, Gabriel «Zurdo» Aguilera, tenía 13 años. Le llevaría más de una década aprender a largar la pelota. Como él, muchos: apenas entre el 1 y el 3% de los jóvenes que hacen inferiores en un club llegan a Primera. La proporción es compartida por entrenadores y dirigentes, aunque no hay cifras oficiales de la AFA o los clubes. Los motivos abarcan desde lesiones, ansiedad, consumos problemáticos y necesidades básicas insatisfechas hasta la falta de condiciones futbolísticas, de acompañamiento familiar, resistencia o suerte.

―A veces no llega el mejor, sino el que más aguanta ―comenta Adrián Del Río, entrenador de las infantiles de Huracán y ex jugador profesional.

Educar en base a una promesa de futuro de abundancia y frustrarla de golpe es tan bestial como la sociedad en que vivimos, pero en una sobredosis letal. Por eso no es poco común el suicidio[3]:

El tema suele cobrar fuerza frente a las situaciones extremas, como los casos de suicidio que llegan a los medios de comunicación. Alexis Ferlini, arquero de 19 años de Santo Tomé, Santa Fe, se quitó la vida meses después de que Colón lo dejara libre sin darle tiempo para fichar en otro equipo. En Ingeniero Huergo, Río Negro, Leandro Latorre, «el polaquito» que había jugado tres años en Aldosivi, también. Tras una serie de lesiones, el club lo había sacado de la pensión y luego lo desafectó. «Si no se rompen el culo, van a terminar como Latorre», le gritaba un coordinador al resto del plantel mientras le pegaba una patada a la puerta. «Perdón por haber fracasado», le dijo Leandro en un último audio a sus padres. En abril de este año trascendió la noticia de la muerte de Fermín Núñez, de19 años, que se había sumado a Boca en 2016 y se incorporó a Huracán tras quedar libre, donde compitió hasta el 2021.

En varios artículos hemos expuesto cómo, en la actualidad del capitalismo, con una población sobrante en crecimiento a nivel mundial y una variedad de dispositivos de interconexión muy desarrollados (desde los digitales, que circulan información, hasta los de transporte, que movilizan cuerpos), el sistema piramidal, de captación amplia y éxito estrecho, ha llegado a ser un modo fundamental de obtención de recursos, extensión de público y vehículo privilegiado para desechar personas[4]. Desde los soldaditos narcos hasta las chicas de OnlyFans, pasando por las estructuras deportivas infantiles.

Este dispositivo piramidal se inserta y se potencia en unas relaciones sociales tan propicias como inextricablemente unidas a él. Una prueba de su pregnancia, de cómo se difumina por todo el tejido social, es que ciertas publicaciones se vean obligadas a mencionarlo. Es una prueba de su papel negativo que comiencen a aparecer voces que pongan de relieve los aspectos destructivos de ese sistema.

Y es una prueba del carácter reformista de esas voces (es decir, voces limitadas a lo poco que el capitalismo permite como soluciones) que se trate a esa estructura que organiza la realidad como si el problema fuera un conjunto de aspectos o fragmentos separados, de modo que las soluciones se limiten a las intenciones individuales. Así lo expone la revista universitaria en su (breve, muy breve) remate:

«Te hacen creer que si pagás el costo llegás», sintetiza Rafael, quien está cada vez más convencido de que los clubes necesitan menos técnicos y más «formadores» que acompañen integralmente a los jóvenes en su proyecto de vida una vez que deja de rodar la pelota. Caballero replica ese enfoque en Atlanta: «Primero la persona, después el futbolista». Jugadores y entrenadores coinciden en al menos un punto: la palabra de quienes son los rostros de los clubes en las inferiores tiene un peso capaz de realzar o destruir el futuro de niños y jóvenes.

―Muchas veces ni los clubes ni el entorno ayudan al pibe o le hacen ver por dónde tiene que ir, cuál es el objetivo final ―insiste Abelando, de Boca.

―¿Y cuál es?

―Ni llegar, ni salvarse. Jugar.

Esta es la marca del reformismo. Al no poder negar lo que funciona pésimo, e incluso describiendo su estructura funesta y su carácter sistémico, se le adjudica todo a la mala voluntad, la torpeza, la maldad o la crueldad de algunas personas. Individuos que, si se los reemplazara por los correctos, harían que la cosa funcionara bien.

Paradójicamente, el atractivo de esta promesa es que se sostiene en un sector económico que se ve –y lo es en la cúspide de la pirámide– muy exitoso. Pero es exitoso en virtud de la feroz competencia capitalista que estructura al deporte profesional internacional (como estructura todas las esferas rentables de la vida social). Es exitoso en base a esos espartanos mecanismos de supervivencia del que más aguanta, en base a reproducirlos y potenciarlos.

Por eso nos resulta extraña la esperanza en reformar el carácter moral y la actitud de los trabajadores de las inferiores en clubes que, en sus encumbrados sillones decisorios, tienen al Chiqui Tapia y a la familia Moyano recostados sobre un orden compuesto por barrabravas y burgueses, con todos los ardides del hampa que sirvan para hacer negocios en un país arruinado.


[1]  Solana Camaño, «Tu hijo no va a llegar a primera», nota publicada en Anfibia el 20 de junio de 2024.

[2] El informe, firmado por las psicólogas Cecilia Contarino y María José Suárez, y la socióloga Carolina Ramenzoni, se titula Pensiones de clubes pertenecientes a la Superliga Argentina de Fútbol 2019 y fue publicado en abril de 2020.

[3]  Lorena Oliva, «La historia del adolescente que se suicidó tras haber sido desvinculado de Aldosivi: “Te lesionás y te hacen creer que no servís más”», nota publicada en La Nación el 9 de abril de 2024.

[4]  Ver, por ejemplo, «ONLY FANS: ¿Qué tienen en común los narcos, el porno y el sistema prostituyente»; «Un campeón mundial por cada millón de pibes desechados»; «Cristiano Ronaldo y las revendedoras de Avon»; «Redes y prostitución»; «Noticias deportivas: Un sistema sin excepciones».

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