¿QUÉ HACEMOS CON LA CULTURA? Arte y educación en el capitalismo argentino

En las últimas semanas asistimos a una florida reaparición, en el ámbito público, de las expresiones de protesta por parte de los trabajadores de la cultura (o, al menos, de algunos sectores de ella). Unidos, en muchos casos, a sus patrones en reclamos comunes. Señalamos esta reaparición porque, a pesar de la tremenda decadencia que nos atraviesa desde hace años, en su gran mayoría esos mismos actores sociales se pronunciaban, hasta hace un par de meses, por la continuidad de esta decadencia.1

Hablamos de la miseria económica en la que el gobierno de Alberto, Cristina y Sergio, con la complicidad de la burocracia sindical, nos hundió a los trabajadores. Y hablamos también, sobre todo, de una concepción de la vida cultural basada en promover la ignorancia y el autodidactismo, en festejar la falta de elaboración y en liquidar los criterios artísticos mediante distinciones ajenas al terreno de la cultura.

Ya le dedicamos una nota al precandidato presidencial peronista Juan Grabois con Darío Z estimulando a los pibes de un barrio pobre, en una «Ranchada filosófica», a despreciar el valor de los exámenes2 (algo que, por supuesto, ambos profesionales universitarios no hicieron). Hemos visto a Alberto y a Cristina promover como ejemplo de emprendedurismo musical a L-gante3, en base al azar de la repercusión mediática en la competencia mercantil, no en la construcción de una sólida capacidad y una sofisticada destreza. Y hemos visto a la funcionaria que otorga la guita del Salón Nacional, Feda Baeza, diciendo que no hay criterio de calidad artística para repartir esa guita en premios porque «la calidad es ficticia»4.

Esa política, variopinta pero consistente, de desprecio por la educación en general y por la educación artística en particular, está en la base de la actual situación. Si el arte y la cultura son el resultado de un capricho inmediato sancionado con los likes de las redes sociales (y su monetización), o con el favor de funcionarios sin criterio (porque declaran que no lo hay), o de capacidades solipsistas que nadie puede evaluar: ¿qué es lo que hay que defender hoy, si todo es caprichoso, superficial y banal?

De este modo, al dejar pasar en silencio una afrenta tras otra a la cultura, los trabajadores de la cultura que en estas semanas han salido a protestar, debilitaron su posición. La Libertad Avanza sólo es la falta de criterio común llevada al extremo: Alberto y Cristina con la celebración de L-Gante; Feda y Darío Z como tímidos detractores del estudio, la formación y la calidad. Milei es lo mismo pero sin disimulo.

Características del sector cultural

Los trabajadores de la cultura son parte de la clase obrera. Ni más ni menos. En tanto no pueden vivir de sus rentas, de las ganancias que obtienen de su capital, lo son. Lo cual significa, también, que muchos artistas no son parte de nuestra clase: nos referimos a los productores de sus espectáculos, a quienes negocian sus obras en millones que luego reinvierten, esos artistas que pueden dejar de trabajar usufructuando propiedad intelectual.

Como en todas las actividades, la frontera de clase se encuentra poblada por un número en descenso, pero todavía existente, de pequeños burgueses, de capitalistas artesanales, sobre todo en el sector de la cultura. En general, este sector intermedio y agrisado, tal como sucede en el resto de la economía, incapaz de competir con capitales mas potentes y eficientes, anuda una alianza con los trabajadores para reclamar ayuda estatal.

Según datos oficiales del año 20225, el sector tiene las siguientes características:

  • El valor agregado bruto (VAB) de la actividad cultural representa el 2,4% del de la totalidad de la economía. Nada desdeñable pero no es determinante.
  • El 75% de la producción cultural se compone de: Publicidad (27% y en crecimiento), Libros y publicaciones, Audiovisual (18,1% y 17% respectivamente, ambos en retroceso) y Diseño (13,5%). En el 25% restante se agrupan con pequeñas contribuciones: Artes escénicas y espectáculos artísticos, Artes plásticas y visuales, Producción y edición musical, Patrimonio material, Formación cultural y Edición digital. Es decir que dominan los productos con un alto componente industrial (con la publicidad en crecimiento) mientras que las producciones artesanales (teatro, música) aportan poco dentro del total. En todos los casos los emprendimientos se encuentran contabilizados sin distinción de calidad, contenido ni tamaño.
  • Emplean estas actividades a 314.000 personas, que equivale al 1,6% del empleo total. El teatro y la música agrupan a 28.000 trabajadores, un número inferior, por ejemplo, al de repartidores, que se estima en 50.0006.
  • Las instituciones estatales de fomento, cuestionadas por las medidas del gobierno, cumplen una función importante pero lateral en el universo total del sector. Prueba de ello es la balanza comercial ampliamente deficitaria, que expone cómo lo producido no cubre la demanda y, sospechamos, probablemente no apunte a ella con precisión.
  • Las importaciones duplican a las exportaciones de bienes y servicios culturales. Además, las primeras significan el 0,64% de las exportaciones totales del país, mientras que las segundas ascienden al 1,04% de las importaciones totales.

Como vemos, el numero de trabajadores de la cultura es pequeño. Y esto contrasta con la universalidad de la cultura como recurso necesario para la reproducción de la vida. Sobre esta cuestión hay dos consideraciones a tener en cuenta.

La primera es la productividad: se produce mucha cultura de manera eficiente, para masas, con bajo costo unitario y, en gran parte, en el exterior. Así, una conexión a Netflix ofrece mucha cultura a bajo precio, como sucede con Spotify y la música. Productos masivos, estandarizados, para audiencias mundiales, de bajo costo unitario. En suma, la producción de cultura no escapa a las condiciones generales en que se fabrican celulares o fideos codito. Volvemos sobre esto más abajo.

La segunda consideración es de clase: al estar en juego la asignación de recursos sociales, de lo que estamos hablando es de trabajadores y de burgueses de la cultura, es decir, de aquellos que obtienen de la industria cultural sus medios de vida y sus ganancias, respectivamente. Desde esta perspectiva, el guitarrista que toca virtuosamente en una estación de subte es un mendigo; el que publica poemarios por su cuenta y lee sus poemas en encuentros poéticos pero maneja un Uber para vivir es un cuentapropista o un empleado precarizado; Jorge Luis Borges (de 1937 al 46) y Roberto Juarroz no son poetas sino empleados estatales.

Desde este enfoque, no hace falta tomar en cuenta la calidad de las obras ni la autopercepción de los individuos que las producen, sino el lugar que la sociedad les asigna a estos individuos y a sus obras en un momento histórico determinado.

Todo lo cual nos revela algo importante: la sociedad actual, en su conjunto, requiere menos artistas de los que encontraríamos disponibles. Y los requiere, además, en condiciones mucho menos dignas de las que esos artistas pretenden. Porque se trata de algo (la producción artística) que sólo reproduce –en este espacio particular de la cultura– condiciones de vida generales en nuestra sociedad. Y, precisamente por reproducir condiciones de vida generales de nuestra sociedad, la salida no debe ser la particularización del reclamo, sino su integración en el gran colectivo de la clase obrera: reclamo de defensa de los puestos de trabajo y reclamo de aumento de los ingresos para todos, porque no hay trabajos más importantes que otros en una sociedad heterogénea y compleja.

Al satisfacer el narcisismo de cada ocupación individual, la querella por la importancia relativa de una tarea específica, por el valor de cada saber parcial, de cada oficio característico, de cada destreza distintiva, tabica e impide la unidad de la clase obrera y el desarrollo de una conciencia de clase.

«Teoría del derrame» vs «teoría de la inundación»

Existen muchas maneras de abordar los problemas de la cultura, de acuerdo con el énfasis en unas u otras de las muchas variables en juego. Una consiste en tomar la relación entre los creadores de ese producto que denominamos «cultura» y las modalidades de acceso de sus consumidores.

Desde ese punto de vista, nos encontramos con dos paradigmas que hoy se vuelven explosivamente contradictorios. Uno de ellos tiene un nombre muy conocido porque es la versión parcial, sesgada, de una teoría económica más general: la «teoría del derrame». Vamos a abusar del esquematismo y de las imágenes hidráulicas para oponerle otro paradigma: la «teoría de la inundación». Los nombres pueden ser caprichosos pero la lógica de cada una no lo es.

La teoría del derrame se resume en la difundida idea de algunos economistas burgueses según la cual, cuando los negocios marchan favorablemente, la acumulación del capital avanza, el crecimiento económico es estimulado por la concentración y crecen los capitales, parte de esa riqueza «se derrama» en la sociedad. De este modo, el enriquecimiento es bueno para los poseedores de medios de producción, obviamente, pero también para los demás, los desposeídos.

Trasladada a la cultura, la teoría del derrame nos diría que pocos artistas geniales derramando su maná sobré la población inculta propiciaría que ésta, a partir de su experiencia personal y autónoma, se enriqueciera culturalmente.

Oponemos la teoría de la inundación: una educación masiva capaz de provocar en los trabajadores la demanda de más y mejores entretenimientos, disfrutes y satisfacciones. Frente a una solución particular, «más plata para la cultura», defendemos la necesidad de una perspectiva sistémica: mejor vida para que millones accedan y deseen cultura.

Una cosa es aprendizaje y otra cosa, la educación

Aprendizaje y educación no son sinónimos. La palabra «aprendizaje» es muy amplia y si seguimos, como en el grupo «Conciencia»7, esa cuestión de manera amplia y científica, nos encontramos con que reúne al evolucionismo de Darwin y la biología moderna con Piaget, con las teorías sobre plasticidad neuronal, con la «tesis de la excepción humana», etc. E incluye a Freud para señalarnos que el ser humano engendra un obstáculo interior a ciertos aprendizajes, un asunto paradojal para la conciencia de este animal particular, no superior sino distinto, que somos. En este sentido, aprendemos del arte como aprendemos de toda experiencia, como aprendemos por el hecho mismo de vivir.

No podemos negar que un pibe que nunca prestó atención en clase pero vio las películas kirchneristas sobre Belgrano y San Martín tal vez aprendió algo sobre la revolución burguesa, sus protagonistas, su cronología. Pero aprender, que es parte de algo tan global como la evolución de las especies, que incluye modos de adaptación de los individuos, no nos dice nada sustantivo porque afecta a un universo demasiado amplio, demasiado general, demasiado nebuloso dentro del cual el aprendizaje que presuntamente proveerían los productos artísticos es insignificante.

En cambio, la educación es el proceso sistemático, sostenido en el tiempo y con resultados mensurables, de transmisión generacional de capacidades y recursos que se propone una sociedad dada. Ese saber es un cúmulo de conocimientos e información sobre la realidad (que incluye la vida social) asequible con prescindencia relativa de la experiencia personal como causa genética. Es decir, no hace falta recorrer el mismo camino que la sociedad realizó porque es posible el encuentro directo con las conclusiones elevadas producidas por experiencias ajenas, sociales, preexistentes. En otras palabras, no hace falta inventar la rueda o dominar el fuego en cada generación. Así, la educación cruza las pretensiones de la ciencia (lo que es para todos) con la conciencia (la apropiación personal de ese «para todos»).

Del otro lado, del lado del «educando», debe haber una contribución que no compromete «conocimientos previos» sino el interés, el deseo, las ganas, la necesidad inclusive. Normalmente, nos alienta la certeza de que ese esfuerzo de adquisición será útil para algo deseado que, en términos muy globales y para la clase trabajadora, no es otra cosa que mejoras en nuestros dos pilares vitales: obtener trabajo, mejorar la remuneración. Sin esa promesa de resultados, la educación se vuelve una carga desalentadora. Esto es lo que sucede en nuestro país. Y desde el marco burgués se responde aliviando la carga, ya que no se renueva la promesa de que estudiar sirva para algo8.

La educación, pensada así, no es más que una trasmisión evaluable de destrezas.9 Supone la preexistencia y la preeminencia de lo social sobre lo individual. El aprendizaje es lo concluido a partir de una experiencia y, en tanto experimentamos lo que hay (nunca lo que podría haber o lo que debería haber), el aprendizaje educa en lo que ya existe. Por esta razón «educar con el ejemplo» es una forma de degradación cultural y civilizatoria, pues cada ejemplo no puede producir más que dos tipos de imitaciones: una igual o una peor. La educación, en cambio, va más allá del ejemplo: se educa superando la experiencia, confiando en los experimentos, en las conclusiones ajenas que alcanzaron validez universal. La educación no se reduce a la información sino que la información es un elemento (entre otros) puesto en juego para la adquisición de destrezas sociales que hacen, precisamente, relevante una información por su pertinencia, jerarquía, fuentes, concepto, relaciones, adecuación a un fin, etc.

En la decadencia del capital, la falta de motivación para acudir a la escuela ha conducido, como en casi todo ámbito social, a búsquedas desesperadas. Fundamentalmente, la de resolver la degradación educativa mediante recursos que no son sociales sino que tendrían su fuente misteriosa en la mera individualidad. Se trata de una apelación al alma, a una entidad interior y asocial, poseedora de todos los bienes del sujeto y a la que se accede por introspección. Pero si los saberes provienen de la sociedad, ¿por qué sería mejor encontrar un camino solitario, construido con las esquirlas de mis experiencias particulares, en vez de hacerlo guiado por un sólido conocimiento social estructurado para su transmisión?

Función social del arte y la cultura

Cada sociedad presenta una necesidad educativa (o más, en disputa) variable en extensión temática, en profundidad de resultados y en la población que debe recibirla. En los períodos de ascenso, la burguesía demanda cierta calidad de trabajadores y esto genera una ampliación educativa y una profundización de los conocimientos sin que el proceso vaya contra el interés de la propia burguesía, porque no es el conocimiento lo que produce rebeliones sino la imposibilidad de vivir como se consideraba digno y vivible en una sociedad y en un momento concretos. Por eso las sociedades cultivadas suelen ser conservadoramente progresistas.

Pero hay otros períodos, como el que vivimos, de expansión de la población sobrante para el capital. Períodos de concentración en núcleos de alta productividad que requieren pocos trabajadores muy educados, muchos trabajadores con rudimentos básicos (disciplina, alfabetización) y muchísimos más a los que únicamente se les pide que no molesten. En un país más rico esta situación se podría paliar con una renta básica universal. En los países pobres se convierte en tierra fértil para el narco.

Entonces, ¿el arte cumple una función importante para la educación? Pensamos que no. Los productos artísticos en particular y los productos culturales en general son dispares, torrentosos, están ligados al cuerpo, a las pasiones biográficamente constituidas, a las expectativas dominantes (en los sueños) y al rechazo de las más oscuras amenazas. Esos productos no se derraman sobre la sociedad aportándole genio, ilustración y refugio, como propone el arte por el arte, sino que se tornan inaccesibles. No funcionan entregándole a la sociedad lo que a ésta le falta, sino que elude escrupulosamente lo que la sociedad demanda. No señalan, con interpelación esclarecida, los caminos utópicos de la emancipación por venir, como el arte de vanguardia, sino que dejan al desnudo la ajenidad de los mundos fantásticos. El arte y la cultura siempre marchan detrás de la marcha de la sociedad. Y se esfuman si la sociedad se degrada.

El arte es un modo de satisfacción de sujetos reales, no una escuela de sujetos futuros. Su función es aportar, a la reproducción de la fuerza de trabajo, una parte del componente moral, en una sociedad dada: sueños, catarsis, satisfacción pulsional. Ninguno de estos tres elementos eleva por sí solo al sujeto, sino que requieren una educación exigente para su elevación.

De manera que no hay posibilidad alguna de derrame. Lo que hace que una sociedad se vuelva más culta, más educada y goce de las maravillas que la historia cultural nos ha legado, a la vez que produzca nuevas maravillas, es tiempo y educación. Disponer del primero es condición para encarar la segunda.

Una clase obrera que se empobrece económicamente, necesariamente se degrada en términos culturales y educativos10. Una clase obrera a la que no se le brinda una educación exigente, no puede acceder a –y mucho menos disfrutar de– bienes culturales complejos. Elevar la cultura sin elevar el conjunto de la sociedad es fracturar la unidad interna de la clase trabajadora. Haber consentido con el silencio, durante 4 años y con el apoyo explícito, en las elecciones, en medio de ataques sistemáticos a la clase trabajadora (a través de la inflación, la precarización, el aumento de las horas de trabajo), al gobierno de Alberto, Cristina y Sergio fue apoyar la destrucción sistemática del presente y el futuro del arte y la cultura en Argentina.

Una orientación provisoria

Desde el enfoque que presentamos, la defensa de las instituciones de promoción del arte y la cultura debe ligarse –aquí reside la perspectiva de éxito real– inmediatamente a la defensa de los puestos de trabajo de esas instituciones, unida a la defensa de los puestos de trabajo en general, vinculando la demanda particular de los trabajadores de la cultura con la demanda general del resto de la clase obrera.

Debe incluir la defensa del salario (no sólo de su existencia nominal sino también de su poder adquisitivo), que viene siendo recortado desde hace años, vinculando la demanda particular de los trabajadores de la cultura con la demanda general del resto de la clase obrera por aumento salarial.

Debe reclamar que mejoren las condiciones de vida del conjunto de los trabajadores del país. Porque de esa mejora, y de la mejora de su educación, surgirá la inundación de los espacios culturales por lectores ávidos e inteligentes, por espectadores cultos y perspicaces, por sujetos exigentes y dispuestos.

Queremos una sociedad en la que recortar esos bienes sea tan controvertido como aumentar el pan y la leche, porque esa sociedad estará habitada por sujetos que sienten esas maravillas del arte y de la cultura como el pan de cada día.

NOTAS:

1Ver, por ejemplo, esta solicitada en la que cientos de escritores, dibujantes, artistas, fotógrafos, cineastas, músicos e intelectuales llamaron a sufragar por el candidato de Unión por la Patria: «Figuras de la cultural nacional y extranjera llamaron a votar por Massa en el balotaje».

2Ver «Darío Sztajnszrajber, del Coloquio de Idea a la ranchada filosófica».

3Aquí, la glorificación del emprendedurismo y la salvación individual por parte de Cristina Fernández: «Cristina Kirchner puso de ejemplo a L-Gante para destacar el programa Conectar Igualdad». Un canto celebratorio de ese modelo de vida, con un aporte al innatismo de los talentos mediante las frases «Vos llegaste por tu merito, tenés que estar muy orgulloso por eso. […] Nunca te olvides que tenés un talento natural. Usalo bien. No todo el mundo puede llegar al otro como lo hiciste vos», quedó registrado por Página/12 en «Alberto Fernández recibió al cantante L-Gante en la Quinta de Olivos», publicado el 4 de octubre de 2021.

4Susana Reinoso, «Para la curadora del Salón Nacional de Arte, “la calidad es ficticia”», nota publicada en Clarín el 02 de septiembre de 2021.

5Usamos el informe técnico del INDEC titulado Cuenta satélite de cultura. Valor agregado bruto, comercio exterior, puestos de trabajo, generación del ingreso y consumo privado, publicado en agosto de 2023.

6Ana Clara Pedotti, «Repartidores en Argentina: ya hay cerca de 50.000 y ganan entre $ 1.500 y $ 2.000 la hora: buscan regularlos», nota publicada en Clarín el 01 de octubre de 2023.

7Organizamos varios grupos de estudio y trabajo acerca de los problema cotidianos de la clase obrera: Cultura, Educación, Feminismo, Economía, Conciencia, Salud… En nuestro canal de YouTube pueden verse los encuentros que grabamos y vamos subiendo.

8En la nota «El progresismo desastrado» mostramos, en palabras de uno de sus protagonistas, ese desaliento con respecto a la educación que recorre amplias capas del más joven proletariado argentino.

9«Lo que no se mide no se puede mejorar» es la consigna del podcast de Argentinos por la Educación. En ese sentido publicamos una crítica a la dirección troskista del sindicato docente Ademys (CABA) en la nota «Qué hacemos con las evaluaciones externas».

10En «La culpa no es del software sino del modo de producción» mostramos por qué no puede haber una educación ascendente en un país que se hunde.

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