La consigna «Lo personal es político» nació en el movimiento feminista a fines de los años 60 para sintetizar una denuncia multifacética: la sexualidad, el aborto, las tareas domésticas, las de cuidado y crianza, la apariencia exigida a las mujeres y otras cuestiones consideradas como exclusivas del ámbito «privado» son, en realidad, hechos socialmente condicionados para instrumentar la opresión patriarcal. Es decir que ciertos conflictos de índole aparentemente individual o intrafamiliar son, en verdad, problemas sociales que requieren un abordaje político.
Hoy, que lo personal sea político, parece significar (para muchos) otra cosa: que toda referencia a una causa política debe pasar primero por el yo, que toda reivindicación gremial debe ser narrada en primera persona, que toda lucha social debe decirse en los términos de la propia trayectoria biográfica, que toda práctica colectiva puede ser un buen disfraz para la autocompasión, la autoglorificación y el protagonismo individual. Esa apología del yo es parte sustantiva del sentido común en casi todo el progresismo1.
Por eso la multitudinaria marcha del 23 de abril fue precedida en las redes sociales por una caravana interminable de historias personales de auto superación y éxito académico: mi foto, mi libreta, mi título, mi CV… Y, en la misma marcha, el símbolo de la ilustración mediado por la selfie: mi libro, el producto cultural en cuya exhibición me regocijo y cuya portada me identifica como alguien docto, culto, educado, «intelectual».
En este discurso narcisista, la retórica de la autocompasión («estudiaba a té y galletitas», «mi viejo, albañil; mi vieja, ama de casa») se adhiere a la prepotencia de quien le refriega en la cara su historia de superación personal a los que no tuvieron la misma oportunidad. Como se ve en la imagen principal de esta nota, compartida en grupos de Whatsapp y colocada como «estado» en el teléfono de muchos progresistas el mismo día de la marcha, con esta inscripción sobreimpresa:
La imagen es representativa de la superioridad moral del progresismo ilustrado, que asume como un mérito de la «libre elección personal» y el propio esfuerzo individual esa ilustración recibida2. (Expresa también el antiyutismo abstracto de estos intelectuales que aborrecen a los ejecutores del desalojo en Guernica o de la desaparición de Facundo Astudillo Castro pero apoyan con el voto y el silencio cómplice al personal político peronista del que esa policía depende; un antiyutismo que siempre tiene la precaución de apuntar por debajo de los ministros del interior cuando son peronistas: Wado de Pedro, Florencio Randazzo, Aníbal Fernández, Carlos Corach, Carlos Ruckauf, Gustavo Béliz, José Luis Manzano…). Semejante concepción liberal, individualista, del acceso a las instituciones educativas y a los consumos culturales, que podría utilizar la fórmula Acá no estudia el que no quiere, anida en el progresismo desde hace mucho tiempo. Ya en los años 90 se mostraba como emblema y jactancia una frase atribuida a Charly García, discutiendo con un cana: «¿Y yo qué culpa tengo de que usted no haya estudiado?»3.
Al igual que ocurre con las marchas «por la cultura» y las protestas contra el cierre del INADI o del cine Gaumont, en la marcha universitaria no hubo ambición de unificar a los trabajadores (no se marcha contra la inflación, contra los despidos, a favor del pleno empleo, a favor de aumento salarial), sino apenas una aspiración corporativa a la defensa de un fragmento de la clase obrera (y en alianza con sectores burgueses)4. Sabemos que el corporativismo es –desde una perspectiva social, común– un grado superior a la atomización individualista. Pero si el año pasado el gobierno de Alberto, Cristina y Massa recortó brutalmente el presupuesto educativo sin que hubiera una marcha parecida a la del 23 de abril, entonces ese corporativismo nos despierta razonables suspicacias5.
Y aunque no hubiera elitismo en las consignas, en las redes y en el discurso, lo habría en la proporción demográfica: el reclamo que lanzó la convocatoria a la marcha del 23 de abril era «universitario», de manera que afectaba al 14% de los docentes y al 7,5% de los estudiantes del total del sistema educativo en todo el país6. Esta minoría le pidió apoyo no sólo a la enorme mayoría restante de docentes y estudiantes: le pidió apoyo al resto de la sociedad. En otras palabras, los universitarios le pidieron apoyo a una población en la que no abundan los títulos a reivindicar en fotos para Instagram. ¿No reparan, los universitarios, que hay un fuerte sentimiento anti-privilegios circulando en la sociedad y que allí reside la fuerza de Milei?
Hay algo muy incómodo en tantas historias de egresados universitarios exhibiendo en selfis su éxito personal y sus hazañas de superación ante un país que se hunde y que mira, desde afuera, con la ñata contra el vidrio de una pantalla táctil agraviante. Es como salir ileso de una catástrofe y gritar a los cuatro vientos lo afortunado que se ha sido frente a todos los lisiados que no lo fueron. Irónica falta de empatía entre los militantes de la sensibilidad, el amor y «el otro» como «patria».
Nos preguntamos qué pensarán y qué sentirán aquellos a quienes la educación pública ni los rescató, ni los salvó, ni los formó, ni ninguna de esas venturosas experiencias que otros tuvimos la fortuna de vivir.
NOTAS:
1 Ver, por ejemplo, «Lectores de sensibilidad: cómo el progresismo construye a la “ultraderecha”», publicada el 30 de diciembre de 2023; «Clavar el visto: a relacionarnos como cosas no se aprende en la escuela», publicada el 13 de mayo de 2023; «De un individualismo a otro», publicada el 20 de abril de 2024.
2 Tomamos nota del desprecio de ciertos intelectuales progresistas en «The Walking Dead», del ninguneo ante los votantes de Milei en «Peteco y la anti-política», de la caracterización de «imbéciles, ignorantes y zombis» y del grado de crueldad que pueden alcanzar en «El atroz redentor Paco Olveira».
3 Kristel Freire, «”No tengo la culpa de que usted no haya estudiado”: cuando Charly García le lanzó un balde de agua a la policía», publicada en el sitio A24 el 23 de octubre de 2021.
4 Hemos desarrollado estos problemas en «Divide y perderás», publicada el 23 de noviembre de 2023; en «¿Qué hacemos con la cultura? Arte y educación en el capitalismo argentino», publicada el 21 de enero de 2024; en «La cultura (peronista) es la sonrisa (burguesa)», publicada el 13 de abril de 2024.
5 Renzo Fabb, «Mientras promete más presupuesto educativo, Massa ajustó la educación en 2023 y planea más ajuste en 2024», nota publicada en IzqWeb el 27 de septiembre de 2023.
6 Las cifras exactas y las fuentes se pueden ver en «¿Y ahora qué? (Sobre la marcha universitaria del 23 de abril)», nota publicada el 25 de abril de 2024.