LECTORES DE SENSIBILIDAD: Cómo el progresismo construye a la «ultraderecha»

Una de las claves para entender por qué ganó Milei se encuentra en el tipo de mundo que pretende construir el progresismo reformista desde hace décadas. El mundo que las viudas del Estado de bienestar imponen desde el poder. Un mundo absurdo e invivible, violento e insensato, que crea las condiciones para la irrupción, en espejo, de propuestas de salida para la sociedad que son absurdas e invivibles, insensatas y violentas.

Se trata de un mundo en el que se reemplazan los hechos por los dichos y los problemas en la vida por los problemas en los textos. Reiteradas veces mencionamos la discalculia peronista, esa obsesión nac&pop infantil e infantilizante que consiste ocultar un hecho para creer (o hacer creer) que no sucedió, porque ese hecho no tendría efectos reales sino apenas simbólicos.1 Así, para Axel Kicillof, el problema de la pobreza no es que impida una vida digna, sino que estigmatice. Entre el desarrollo (biológico y cognitivo) deficitario a causa de la malnutrición, por un lado, y la mirada gozosa, confortada, de «los chetos»2, por otro, a Kici le preocupa fundamentalmente la segunda, aunque sea a costa de impedir, por dejarla oculta, resolver la primera.

Nobleza obliga, el peronismo no ha inventado esta estrategia. En realidad, no ha inventado nada, pero sus políticas no siempre proceden de la misma usina del mundo occidental y cristiano. A veces copia las ideas que le llegan de Europa, de la Iglesia Católica, y otras veces copia las del establishment yanqui. Como en este caso.

Nos referimos a uno de los ejemplos más turbios que nos ha dado esta época, porque enturbió el conocimiento, la intelección del mundo: la aparición de una censura que, siendo un recurso muy antiguo, se ha remozado con vestiduras progresistas. Las censuras y persecuciones estalinistas son repudiables. Pero si esas persecuciones se ejecutaban al presumido amparo que otorgaban los intereses históricos de las mayorías, la nueva censura se realiza al amparo de la sensibilidad de las minorías. Si en aquel mundo de la Guerra Fría la causa era justa (la emancipación de los trabajadores, la mayoría de la humanidad) pero el camino elegido se volvía contra esa misma causa, en este mundo regido por el establishment progresista ni la causa (el poder para las minorías) ni el modo (la censura) merecen nuestro respeto.

El capricho antiilustrado

Las raíces del problema seguramente podrían rastrearse un par de siglos atrás, en los debates acerca de los límites y alcances del proyecto emancipatorio de la Ilustración. Pero no iremos tan lejos. Al comenzar su libro La deriva reaccionaria de la izquierda, Félix Ovejero relata cómo se dio de bruces con el progresismo en el seno de la academia norteamericana, a comienzos de los años noventa:

Mi particular epifanía tuvo lugar en 1991, durante una estancia de un año en la Universidad de Chicago. Sucedió en septiembre, cuando seguía por televisión el examen al que una comisión del Senado sometía al juez Clarence Thomas, candidato de George Bush a la Corte Suprema. Thomas había sido acusado de acoso sexual por una abogada, Anita Hill, activista afroamericana, negra como el propio Thomas.

La calidad intelectual del debate me impresionó. Las apreciaciones sobre sexismo y racismo resultaban de enorme altura. Las comparecencias eran seguidas con suma atención por la comunidad académica.

Todo eso sucedía en Hyde Park, el campus universitario enclavado en mitad del barrio negro, uno de los más pobres y miserables de Estados Unidos, un paisaje devastado, como de posguerra, en el que había numerosos edificios calcinados con ventanas rotas y cañerías destripadas. Protegidos de nuestros vecinos por el cuerpo privado de policía de la universidad, el segundo en número de Illinois, después del de la propia ciudad de Chicago, vivíamos en una burbuja.

Sin duda, estábamos ante dos mundos. La misma sociedad cuyas élites eran exquisitamente sensibles a la menor señal de violación de derechos convivía con naturalidad con un desprecio cotidiano a los derechos más fundamentales, un desprecio que violentaba la sensibilidad más elemental. […]

Las discusiones universitarias en torno a la comparecencia del juez resultaban casi ininteligibles. No era sólo un problema de mi precario inglés. Parecían filtradas por una lente distorsionada. Omitían lo evidente y se perdían en extravagancias. Una vez más me acordé de las palabras que Gil de Biedma utilizó para referirse a cierto tipo de académico: «Uno de esos seres cultos, sensibles y elaboradamente tontos. Tiene presbicia intelectual: no ve jamás lo obvio, sólo lo remoto y traído de los pelos. Carece de sentido común». […]

En un limitado espacio coincidían las desigualdades sociales más brutales y las reflexiones pretendidamente revolucionarias, las cuales carecían no ya del menor afán de verdad, sino simplemente del más elemental principio de realidad.

Ovejero desarrolla, en las 400 páginas siguientes, su crítica a «la aparición de un nuevo oscurantismo revestido de progresismo, que sustituye los argumentos por la intimidación». Esta izquierda antiilustrada se muestra con defachatez, por ejemplo, en el campo del feminismo, cuando acusa de «transodiantes» a quienes sostenemos la teoría de la evolución biológica, cuyo saber salta a la vista: hay dos sexos. En Argentina, sin ir más lejos, ese oscurantismo anticientífico adquirió estatuto jurídico al sancionarse la llamada «Ley de identidad de género» (26.743), según la cual no importa el sexo con que hayamos nacido sino

la vivencia interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la vivencia personal del cuerpo. […] Toda persona podrá solicitar la rectificación registral del sexo, y el cambio de nombre de pila e imagen, cuando no coincidan con su identidad de género autopercibida.

Pero el sexo no se «asigna» al nacer ni depende del «registro» escrito. Nacemos ya sexuados. La humanidad es sexualmente binaria y esto no depende de la autopercepción subjetiva o de un íntimo sentir: se trata de un dato objetivo de la realidad que es resultado de millones de años de evolución biológica.

Sin embargo, el gobierno peronista de Alberto Fernández estableció en Argentina un «DNI no-binario» e incorporó al Censo Nacional 2022 el conteo de autopercepciones, porque el progresismo carece «no ya del menor afán de verdad, sino simplemente del más elemental principio de realidad». Simultáneamente, el mismo Fernández negó los datos de pobreza del INDEC apenas concluyó su mandato. De este modo, a la vez que el progresismo niega la desigualdad social que produce el capitalismo, promueve la proliferación de las diferencias narcisistas según el capricho de cada individuo. Y quien se atreva a recurrir a la ciencia para poner en cuestión semejante delirio liberal será insultado sin debate y cancelado bajo el cargo de «discurso de odio».

El lector de sensibilidad

Con Minority Report (2002), Spielberg llevó al cine una de las fantasías paranoicas de Phillip K. Dick: anticipar un crimen incluso antes de que el criminal tuviera intención de cometerlo. El progresismo realiza una versión de esa fantasía gracias al instrumento de censura llamado «lector de sensibilidad». ¿De que se trata? Ilustremos este oficio con un caso emblemático: los libros del escritor británico Roald Dahl (1916-1990), que fueron examinados y modificados por pedido de la compañía que administra los derechos de autor, The Roald Dahl Story Company:

La «limpieza» de las páginas contó con la supervisión de la editorial Puffin Books, una división de Penguin Random House, y estuvo a cargo de lectores «sensibles» que aportó el colectivo Inclusive Minds, que dice trabajar para hacer que la literatura infantil sea más inclusiva. […]

La corrección de páginas consistió en suplantar las expresiones sobre y desde los personajes respecto de peso, salud mental, género y raza; incluyendo violencias de todo tipo. Ejemplos: la palabra «gordo» (fat) se eliminó de todos los libros. Mrs. Twit, ya no es «fea y bestial» (ugly and beastly), sino «bestial». En el mismo tono: «Una extraña lengua africana» (weird) ya no figura como extraña. Las palabras «loco» y «desquiciado» se eliminaron. En Matilda, donde se leía: «Consigue a tu madre o padre», ahora se lee: «Consigue tu familia». Y un abrigo ya no es negro, mientras que quien queda «tiesa como una estatua» (still as a statue) ahora luce «blanca como una sábana» (white as a sheet). La lista es tan larga como absurda.3

Similar suerte han corrido la novela Al Faro, de Virginia Woolf,4 la saga de James Bond escrita por Ian Fleming,5 las intrigas y enigmas de Agatha Christie6 y hasta El Monstruo de Colores, de Anna Llenas, que cayó en la volteada de los lectores sensibles acusado de «encasillar las emociones»7.

Como no podía ser de otra manera cuando se recurre a la censura, el progresismo empezó a cosechar su siembra. En 2019 apareció el primer libro de Kosovo Jackson, quien había trabajado como «lector sensible» en los años anteriores. Adivinen lo que pasó.

Su libro, Un lugar para los lobos, entró en conflicto con la sensibilidad de la clase guardiana de Twitter, que lo consideraba insensible hacia los musulmanes y excesivamente centrado en las personas privilegiadas. Había una ironía obvia en su historia, un boomerang kármico: Jackson, que es negro y gay, a menudo trabajaba como «lector sensible» para las principales editoriales, lo que significaba que su trabajo consistía en señalar exactamente el tipo de contenido problemático por el cual ahora lo estaban echando de la ciudad. Era Robespierre con su propio cuello en la guillotina. Uno de los capitanes de la «cultura de la cancelación», que insta a la gente a evitar a los insensibles, los opresivos y los moralmente cuestionables, fue cancelado.8

El respeto a las minorías (so pena de cancelación) se llama «democracia»; el poder en manos de la minoría (la clase explotadora) se llama «capitalismo»; la conjunción de ambos se llama «democracia burguesa»: la prevalencia de lo minoritario. La censura y la cancelación son un avance del capital sobre la democracia con la excusa de… fortalecer a la democracia. Se trata de la imitación del recurso estalinista que consistía en fortalecer la lucha por el socialismo y el triunfo de los trabajadores… acallando a los trabajadores. Pero, si la censura estalinista llegaba a momentos de grotesco, la censura progresista no tiene nada que envidiarle. No sólo se mete con lo que hacen o dicen los personajes de las ficciones, sino también se meten con las cosas.

Al parecer, la Universidad de Wisconsin le ha hecho un favor a la gente negra (Black people). Levantó una piedra. Era grande, 42 toneladas, y al menos algunos estudiantes negros lo consideraban un símbolo de intolerancia. Porque, verán, hace 96 años, cuando la roca fue colocada donde estaba hasta ahora, alguien en un periódico local la llamó –prepárnese– «negra».

Eso no se convirtió en un apodo local desagradable y permanente para la roca. Fue simplemente algo que escribió en 1925 un garabateador que masticaba puros. Pero, aun así, el Sindicato de Estudiantes Negros de Wisconsin, haciendo uno de los tipos de demandas que esos grupos comenzaron a impulsar con especial fervor el año pasado, insistió en que se quitara la piedra, con el respaldo de la organización de estudiantes indígenas de la escuela.

Los informes noticiosos dicen que la roca ha preocupado a los estudiantes durante décadas; algunos lo vieron como un «monumento racista», como dijo uno, cuya ausencia ahora les permite «comenzar a sanar». Los estudiantes están dando forma a su interpretación de la roca como una especie de sofisticación o conciencia superior.

Pero lo que realmente exigen es que todos nos hagamos tontos. La idea, al parecer, es que no hay diferencia entre el pasado y el presente, que lo que un escritor dijo un día durante la administración de Coolidge sería doloroso para un estudiante que pasara por delante de la roca mientras escribía mensajes de texto el mes pasado, que esta roca es representativa del racismo de la misma manera que una estatua confederada es representativa del racismo sureño. ¿Entonces aparentemente el paso del tiempo es una ilusión?

Esto es ciertamente sofisticado como concepto literario, pero lo que hay en lo profundo de Faulkner se convierte en mera actuación cuando se empuña para que quiten una piedra debido a lo que una persona la llamó hace casi un siglo. Y una actuación cruda además. Básicamente, los estudiantes exigieron que se aceptara como percepción un tipo de miedo irracional y pre-científico: que una persona pueda sufrir daños significativos por parte de los muertos.9

La escritora y periodista española Rosa Montero denunció esta atmósfera de censura con palabras que parecen inspiradas en el episodio de la piedra llamada «negra» hace un siglo:

Es tal el caos mental que todo esto origina que hay personas que sostienen cosas como que no se puede usar el adjetivo «negro» de forma negativa («pensamientos negros» o «la negrura de la vida», pongamos). Pero, por todos los santos, ¿dónde dejamos el ancestral temor a la oscuridad, a las tinieblas y la noche? Yo pienso seguir utilizando «negro» para expresar esa congoja. ¿Y quién dice hasta dónde debemos llegar con eso de la corrección del pasado?10

Pero el problema político que intentamos dibujar con estos ejemplos no trajina, como cree Montero, simplemente el plano de las palabras. Sino esencialmente el de las relaciones sociales: la operación de censura progresista barre los problemas reales bajo la alfombra de presuntos problemas lingüísticos.

«No digas desigualdad, di différance…»

La insólita controversia por el uso de la palabra «negro» nos recuerda un trabajo anterior sobre disparidades raciales en prevalencia de cáncer de mama11, en el que señalamos que la raza sólo era un vector secundario de la causa real: el menor acceso a tratamientos recientemente desarrollados, pero no accesibles a la población con menores ingresos.

La aparición de la disparidad racial en la mortalidad por cáncer de mama puede atribuirse a un efecto de período de calendario más que a un efecto de cohorte de nacimiento, lo que significa que la introducción de nuevas intervenciones médicas fue probablemente el factor precipitante. En la década de 1980, dos intervenciones médicas se implementaron ampliamente en los Estados Unidos para el tratamiento del cáncer de mama: la mamografía y la terapia endocrina adyuvante, y las disparidades raciales en el acceso a estas intervenciones, así como en sus efectos, probablemente precipitaron la divergencia en la mortalidad.12

De esa manera la disposición subjetiva encubría la causa objetiva y dividía a quienes resultaban perjudicadas. Si el problema es la accesibilidad, la conclusión esencial es saber si las mujeres negras ricas, aunque pocas, se encuentran con mejores resultados que las mujeres blancas pobres. Y comparar cuál es el factor determinante: la clase social o el color de la piel.

Claro que si el acento se pone en la disposición subjetiva racista y no en las determinaciones económicas, entonces la cosa se soluciona mediante acciones y efectos simbólicos. Es más barato. No implica reformar los sistemas de salud ni –mucho menos–cambiar las relaciones sociales.

Convertir los problemas reales en problemas textuales, las cosas en palabras, permite además la cooptación de la elite ilustrada, que encuentra en la función censora al menos una tarea –y el medio de vida– de las que escasean en una sociedad que profundiza su embrutecimiento y su degradación educativa.

El New York Times, principal medio del sector social que despliega esta estrategia (órgano de difusión del partido demócrata yanqui y el establishment corporativo educativo de las grandes ciudades cosmopolitas de EE.UU.), percibe desde hace años el peligroso monstruo que ha contribuido a desarrollar. Pero teme que una crítica descarnada y consistente a esta censura alimente al trumpismo, que le ha ganado de mano en la denuncia del absurdo antidemocrático. Por eso no es casual que los artículos en los que se menciona la caza de brujas se publiquen en la sección que lleva por título «Opinión». Vanas precauciones: la censura siempre entrega una bandera al enemigo. Boomerang kármico. Y como toda censura se ampara en las buenas intenciones, ellas se desmoronan ante el movimiento que avanza en busca de libertad.

Nosotros, socialistas, todavía pagamos la hipoteca del estalinismo y su opresión. El progresismo empieza a pagar el precio de su hipoteca en una ventanilla sobre la que flamea la bandera de la libertad. Pero la paradoja no se encuentra en la libertad enarbolada por la ultraderecha. La paradoja se encuentra en la censura y la cancelación, el amordazamiento y la violencia, el absurdo y el disparate, ejercidos por el progresismo reformista.

La derecha local contra la censura

Alejo Schapire es colaborador de la revista macrista Seúl, reside en París y ha publicado hace 4 años La traición progresista. En el libro, como en toda la polémica a la que nos estamos refiriendo, se intercambian y se distinguen alternativamente tres términos: progresismo, izquierda y (muy eventualmente y de manera lateral) socialismo. Esta imprecisión tiene un profundo sentido político. Pero antes de precisar este sentido, leamos a Schapire:

Como es difícil borrar los clásicos de un plumazo, [la ofensiva progresista] pretende corregirlos. La sátira de los cuentos para niños en clave políticamente correcta hacía reír en los años 90. Hoy no se trata ni de iniciativas humorísticas, ni de relatos infantiles.

En enero de 2018, el Teatro di Maggio de Florencia agotó las 10.000 localidades disponibles para presenciar una nueva puesta en escena de la ópera Carmen de George Bizet. La obra generó gran expectativa, porque el director italiano Leo Moscato había reescrito el final. En esta versión y contrariamente al libreto original, Carmen no muere apuñalada por su amante, sino que la gitana arrebata el arma don José y le dispara, acabando con la vida del hombre celoso. El cambio del final, presentado como «feminista» por la prensa, fue sugerido por el director del teatro, indicó Moscato. «En nuestra época, marcada por el flagelo de la violencia contra las mujeres, es inconcebible que se aplauda al asesinato de una de ellas», explicó. La idea fue secundada por el propio alcalde de Florencia, hubo quien dijo apoyar este nuevo final de Carmen, argumentando que de este modo se envía un «mensaje social, cultural y ético que denuncia la violencia sobre la mujer, en aumento en Italia».

Al parecer, desde su creación en 1875, esta ópera, una de las más representadas en el mundo, cosecha aplausos por el asesinato de una mujer, y no por la interpretación de los artistas, los músicos, las puestas en escena… Con esta lógica, lo que ahora se aplaude, y está bien aplaudir, es la muerte de un hombre.

La historia recordará que el día del estreno de esta nueva versión, en el momento en que Carmen apunta con el arma al amante despechado, el disparo (el ruido) no salió, ya que el arma se trabó, pese a los denodados esfuerzos de la cantante Verónica Simeoni. «Al final, don José murió de un infarto», ironizó la crítica de La Stampa, subrayando lo grotesco de la muerte del policía que fallece sin razón aparente.

Así las cosas, los horribles reaccionarios recalcitrantes deberían pertrecharse con los clásicos en un sótano e intercambiar con otros infractores las obras antes consideradas maestras del arte occidental, como si se tratara de pornografía infantil en la deep web, o aprenderse de memoria las novelas condenadas a la hoguera, como en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.13

La sensibilidad individual se alza con éxito contra la cultura humana. Eso ya es un drama. Regalarle a la burguesía la crítica de este drama lo multiplica. Schapire critica al progresismo pero, en su libro, la palabra «izquierda» señala un amplio campo (históricamente unido por la defensa de las libertades democráticas) compartido por el progresismo reformista y el socialismo revolucionario. Ambas corrientes derivan del proyecto emancipatorio de la Ilustración: mientras el primero confiaba en que progresivas reformas dentro del capitalismo conducirían a la emancipación humana, el segundo advirtió los límites del sistema y su necesaria superación mediante una ruptura radical de las relaciones sociales imperantes.

Hoy nuestra tarea política indispensable –y aquí estriba el profundo sentido político que la imprecisión conceptual de Schapire borronea– consiste en romper, de forma irreversible, ese terreno común que forma «la izquierda» en unidad con el progresismo. La izquierda como tal no debe existir más, porque no hay un terreno que una al progresismo con el socialismo desde el momento en que el progresismo se ha sumado al bando oscurantista del rechazo a la ciencia.

Del progresismo aliado a la quinta columna autoritaria

Van a cumplirse 45 años desde que una lúcida progresista argentina escribió, en plena dictadura, estas líneas:

La mayoría de los autores somos moralistas. Queremos –debemos– denunciar para sanear, informar para corregir, saber para transmitir, analizar para optar. Y decirlo todo con nuestras palabras, que son las del diccionario. Y con nuestras ideas, que son por lo menos las del siglo XX y no las de Khomeini.

El productor-consumidor de cultura necesita saber qué pasa en el mundo, pero sólo accede a libros extranjeros preseleccionados, a un cine mutilado, a noticias veladas, a dramatizaciones mojigatas. Se suscribe entonces a revistas europeas (no son pornográficas pero quién va a probarlo: ¿no son obscenas las láminas de anatomía?) que significativamente el correo no distribuye.

Un autor tiene derecho a comunicarse por los medios de difusión, pero antes de ser convocado se lo busca en una lista como las que consultan las Aduanas, con delincuentes o «desaconsejables». […]

Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: «¿Nosotros qué éramos…?»

El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la imaginación, que debería ser constitucional.

La nueva censura ya no se ampara directamente en el poder centralizado de la dictadura, tan torpe como visible, que denunciaba María Elena Walsh (Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes, Buenos Aires, Sudamericana, 1993, pp. 13-4; publicado originalmente en Clarín el 22 de febrero de 1979). Se ampara hoy en una difusa asignación de la tarea a la esclarecida vanguardia progresista, munida de una herramienta mucho peor que la teleología hegeliana, que el futuro ineluctable de la humanidad y que el triunfo inevitable del proletariado. Una herramienta que justifica las mediaciones más siniestras y extravagantes. Se trata de la sensibilidad de las minorías, encargada de perseguir a las mayorías, a la historia y a la ciencia.

Una multitud de censores privados en competencia (cada censor puede ser censurado a su vez, como le pasó a Kosovo Jackson, ese Robespierre de los tuiteros), amparada por el Estado burgués, refleja de manera cabal una estructura social de explotación y opresión en la que una clase de productores privados en competencia, amparada por el Estado burgués, nos aplasta. Esa estructura social se llama capitalismo.

NOTAS:

1La discalculia peronista, parte 1: «El cómputo de las autopercepciones». Parte 2: «¡Ábaco, sí; IA, no!». Parte 3: «Apalear chanchos para detener la lluvia». Parte 4: «La muralla y los censos».

2«Ni chetos ni pueblo: por una alianza obrera viable y necesaria».

3Omar Genovese, «El caso Roald Dahl o de cómo la corrección política terminó convirtiéndose en un negocio millonario», nota publicada en Perfil el 25 de febrero de 2023.

4Daniel Gigena, «La corrección política y la censura atacan de nuevo: esta vez, la víctima es Virginia Woolf», nota publicada en La Nación el 4 de julio de 2023.

5Mónica López Ocón, «La corrección política afina su puntería contra James Bond», publicado en Tiempo Argentino el 28 de febrero de 2023.

6«Los “lectores sensibles” reescriben a Agatha Christie: sus novelas no tendrán más “negritos” ni “orientales”», nota publicada en Infobae el 27 de marzo de 2023.

7Tommaso Koch, «La censura de libros infantiles se dispara: un debate colosal que incluye dudas, corrección política, libertad y millones de euros», publicado en La Nación el 8 de marzo de 2023.

8https://www.nytimes.com/2019/03/08/opinion/teen-fiction-and-the-perils-of-cancel-culture.html?searchResultPosition=63

9 https://www.nytimes.com/2021/08/24/opinion/antiracism-university-wisconsin-rock.html

10Rosa Montero, «Que lo quemen todo», nota publicada en El País el 23 de marzo de 2023.

11«Clase y raza en la prevalencia del cáncer de mama en EE.UU.»

12 https://www.vidaysocialismo.com.ar/clase-y-raza-en-la-prevalencia-del-cancer-de-mama-en-ee-uu/

13 Schapire, Alejo. La traición progresista, CABA, Edhasa, 2019, pp. 63-4.

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