Sencillito #45: DIVIDE Y PERDERÁS

Mientras Milei intenta construir hegemonía, el reformismo progre colabora dividiendo a la clase obrera.

En 1973, el gobernador Carlos Menem pronunció este incendiario discurso:

La revolución del 25 de Mayo tiene su sentido más profundo en la defensa que harán de ella la Juventud, las FAR y Montoneros. Hay aún muchos conservadores metidos en el Movimiento, en el gobierno nacional y ésta es una lucha a muerte.i

Pocas semanas más tarde, se conoció un cambio de posición por parte del encendido riojano:

Realineamiento del gobernador de La Rioja, Carlos Menem, que hasta entonces se proclamaba cercano a Montoneros, pero que, sensible a los nuevos vientos que soplaban en la interna, se transformó de pronto en un ferviente isabelino…ii

Así, Menem se plegó radicalmente a la ortodoxia y apoyó la persecución de quienes había elogiado. En 1987, lo podemos ver encabezando la «Renovación» que, tras la derrota peronista de 1983, competía con Alfonsín por las banderas socialdemócratas. Apenas dos años después, la caída del Muro de Berlín encuentra a Menem asumiendo la presidencia argentina. En pocos meses, nada queda de ese coqueteo con las ideas de los líderes europeos continentales, pues Menem se había convertido en un furioso continuador y en un conspicuo representante del neoliberalismo anglosajón, con relaciones carnales, ingreso al Primer Mundo y naves espaciales que partirían de Córdoba, se remontarían a la estratósfera y llegarían en una hora y media a Japón. Al final de su vida, Menem supo interpretar el papel de senador, tan necesario como fiel, para el armado político del populismo kirchnerista.

La zigzagueante trayectoria del riojano supo tocarse y alejarse de otra no menos relevante y muy presente en la actualidad. Nos referimos a la trayectoria de Patricia Bullrich. Ella también fue atraída y repelida por la ortodoxia peronista y por su pretendida «izquierda» a lo largo de su carrera política. Para concluir recalando en el PRO y defendiendo las mismas ideas que defendía Menem en los años 90 pero cuando Menem ya no las defendía: en los 2000.

Podría decirse que se trata de dirigentes, por usar un término de moda, que «no resisten un archivo». Pero resulta que sí sobrevivieron a los archivos. Casi podría decirse que crecieron en proporción directa a cómo se desdecían: a mayor incoherencia, mayor relevancia política.

También sería tentador afirmar que esos vaivenes son propios de esta época «fluida», «líquida», «fragmentada», «rapsódica»… Un fenómeno proveniente de la velocidad electrónica de las redes sociales y el exceso de información circulante, exclusivo de la era de las fake news y la «posverdad». Pero afirmarlo sería ponerle nombre nuevo a fenómenos ya conocidos. Porque si hablamos de la destreza camaleónica de Carlos Menem y Patricia Bullrich, no podemos eludir al proteico padre político de ambos: Juan Domingo Perón fue una verdadera máquina de desdecir y bascular entre posiciones adversas. Uno de los ejemplos más trágicos y brutales fue el paso de alimentar con retórica el fuego de la «juventud maravillosa» y sus acciones, a vituperar desde el palco a esos «imberbes del bombo» y masacrarlos prefigurando los crímenes de la dictadura (desaparición, tortura y muerte).

La cuestión del discurso de los políticos ha pasado al primer plano en los últimos meses, pero no como propuestas que deberán ser corregidas y precisadas en el juego entre sectores económicos, marcos internacionales, intereses personales de los grupos políticos, variaciones del clima de expectativas, la solidez de la confianza obtenida y la vertiginosidad de la desconfianza desatada. Sino que se equiparan los discursos a los hechos. Una materia tan lábil como la discursiva en política (y, sobre todo, los discursos de campaña) ya no es tomada como una declaración de intenciones que deberán pasar la prueba de la realidad ni como un conjunto de indicadores para la probable orientación de una política todavía inconcreta. Se toma a las palabras como si fueran cosas.

Así, el autoritarismo declarado y el discurso antidemocrático son el fascismo y la dictadura, no una expresión verbal de deseos. Estas exageraciones no pueden ser luego compensadas con matices y precisiones cuando son abolidas por la realidad (véase la motosierra del gobernador peronista Jaldo o al histórico peronista Guillermo Ferraro en el gabinete tentativo de Milei). Porque no se puede anular con palabras la conclusión práctica obtenida a partir de afirmar la amenaza indubitable e inminente del fascismo: apoyar al peronismo del «Hombre de la Embajada», el Abanderado de la Miseria, el Tenemos con quién de la inflación desencadenada.

Se toma el discurso autoritario como si fuera el fascismo en acto, sin observar si existen o no algunos factores determinantes: bandas armadas recorriendo las calles, ataques a locales de izquierda, intervención de sindicatos, represión en una medida radicalmente superior a la que sufrimos. Es decir, esas exageraciones hacen caso omiso al hecho de si existe, además de una «atmósfera» agresiva en los intercambios por Twitter o en YouTube, un poder institucional real actuando o, al menos, dispuesto a hacerlo ya.

Estas precisiones son importantes, obviamente, sólo para quienes pensamos que la burguesía es el enemigo y que sólo en presencia de prácticas fascistas concretas llevadas a cabo por una fracción de esa clase social enemiga sería concebible una acción común, con otra fracción burguesa, en defensa de la democracia. Nos encontraríamos ante ese escenario, por ejemplo, si estuviéramos en presencia de un gobierno como el peronista del 73-76. Ese fue un gobierno que efectivamente poseía todo aquello y lo puso en práctica: poder institucional, bandas armadas, sindicatos colaboracionistas… Lo último que acomodó fue su discurso. Cuando Perón ordenó aniquilar a los opositores, la maquinaria de la muerte ya estaba operando. El reformismo progresista ha elegido, desde hace muchos años, olvidar y mentir sobre esa experiencia macabra y siniestra que tanto nos ayudaría a pensar el presente.

¿Todo esto significa que Milei no puede avanzar en ese sentido? No. Significa que mientras el progresismo reformista se rinde, por una presunción apresurada, ante el peronismo causante del hambre, Milei intenta laboriosamente consolidar y robustecer las bases de su gobierno. Significa, además, que ese destino de hegemonía burguesa renovada no está fijado de antemano y que no lo estará siquiera cuando asuma el 10 de diciembre.

Comprando completo el discurso burgués, el progresismo reformista acepta que el problema del déficit es un problema de subsidios a los pobres. Y acepta, entonces, que el programa «fascista» consiste en recortar esos subsidios, recortar las conquistas laborales y reprimir violentamente la reacción defensiva de los trabajadores. De esta manera, el progresismo reformista asume que la reacción defensiva ocurrirá recién ahora y no antes porque sabe que la función del peronismo es ajustar con xilocaína. Para eso votó al peronismo. Para que siga fabricando hambre conteniendo las respuestas obreras a través de la burocracia peronista.

Pero ese discurso comprado por el progresismo reformista oculta algo fundamental: no sólo la clase trabajadora argentina debe sufrir un recorte (y dado lo que ya ha avanzado la degradación de la vida obrera bajo el peronismo, no será necesariamente algo muy distinto de lo que venimos viviendo), sino que también una parte considerable de la burguesía debe ser ajustada. Por eso el plan «fascista» de Milei necesita un apoyo que todavía no logró construir. Las idas y vueltas con los nombres para el gabinete expresan –y expresarán más allá del 10 de diciembre– el tejido de consensos necesario para aplicar, total o parcialmente, las medidas de gobierno anunciadas.

En la sobreestimación del discurso, quienes apoyaron y votaron al peronismo y su actual política de ajuste, desesperan por buscar y hallar signos y «pruebas» de lo que va a ocurrir, de la pesadilla sólo comparable con la última dictadura que vamos a padecer, y acusan de «cómplices» del fascismo, desde una curiosa superioridad moral, a los trabajadores que no votaron al mismo burgués que el progresismo reformista.

Desde esa interpretación progre, el voto a Massa era un gesto complejo, matizado, crítico, de aprobación de ciertos elementos (casi todos simbólicos) y reprobación de otros (casi todos económicos), un voto con la nariz tapada o «mirando para otro lado» porque «lo que está enfrente es peor», un voto paradojal (no a favor de Massa sino en contra de Milei), un voto intrincado, laberíntico. Y, para esa misma interpretación del progresismo reformista, el voto a Milei es un acto absoluto, simple, sin fisuras ni contradicciones, un voto monolítico a favor de la dictadura, el fascismo y el Falcon verde.

Se agregan en estos días los deseos progresistas de que esos millones de trabajadores que votaron a Milei ahora la pasen peor de lo que ya la vienen pasando. Ejemplo ilustrativo es este tuit del cura Francisco Paco Olveira:

El cura dio explicaciones esta mañana, en entrevista con Tenembaum, ratificando y profundizando esas declaraciones: que los cagados de hambre lloren de hambre, porque no se merecen ni un plato de arroz por parte del peronismo. Esta es la doctrina cristiana que está en el ADN peronista: las franjas marginales de la clase obrera están más expuestas a resultar objeto de una relación instrumental y paternalista, de manera que se le dice al pobre que, por carecer de bienes materiales, tiene más facilitada su apertura interior a los valores cristianos. En el extremo de esta concepción, la villa sería un lugar con condiciones para vivir la fe con mayor plenitud, por eso los curas como Olveira deciden vivir en la villa: para estar más cerca de Dios. Se trata de una «teología del pueblo» cuyo propósito es conciliar, pacificar, contener y despojar a esas fracciones de la clase obrera de toda potencia política, manteniéndolas presas del clientelismo. «Teología del pueblo» es otro nombre para el partido del orden burgués, el peronismo: que los pobres sean felices viviendo para la mierda, que no protesten, que no critiquen, que no rechacen esa vida tan materialmente miserable y degradada pero tan millonaria y abundante de espíritu. Bienaventurados los que se cagan de hambre en silencio, porque de ellos será la caridad del Estado burgués. Si pasan a la acción directa, como ocurrió tímidamente en Guernica, entonces los esperan el fuego y las topadoras de Berni y Kicillof. Acaso «Dios castiga sin palo y sin rebenque», como dice el refrán, pues basta con negarle la comida a los hambrientos que protestan contra su deplorable situación cotidiana.

Entre la sobreestimación del discurso, la superioridad moral (con castigo terrenal incluido) y la adjudicación de simple maldad y estupidez a los que votaron al otro burgués que no era Massa, el progresismo reformista enajena el diálogo con los millones de trabajadores que expresaron, como pudieron, el rechazo a la precarización y el hambre. No a la precarización y el hambre de espíritu, del discurso o de la ideología. A la precarización y el hambre realmente existentes.

Mientras Milei recorre el espinel burgués, soltando líneas y carnadas para armar y rearmar su gobierno, el progresismo reformista insiste en profundizar la brecha entre quienes expresaron una verdad a medias sobre la situación de la clase obrera: es verdad que sus vidas necesitan un cambio radical pero es falso que Milei les dará uno que las beneficie. Mientras Milei trabaja para unir a su clase en un proyecto, el progresismo reformista trabaja para dividir a la clase obrera sobre la medianera burguesa de cuál fue el burgués votado en las elecciones burguesas.

Nos resta, por supuesto, abordar la compleja relación entre las necesidades e intereses de los distintos sectores sociales, la estructuración de un personal político para satisfacerlas y llevarlos adelante, las vacilaciones y los giros que se producen durante esta reconstrucción de lo que llamamos, cuando funciona, «hegemonía». Que no se limita, como señalamos aquí, a cumplir con lo prometido, como tampoco a desarrollar un plan escondido tras una mentira. Y que no puede resolverse con el tan simple como ineficaz mantra de la «personificación del capital». Pero todo este asunto integrará el temario del próximo plenario y, esperamos, del editorial de diciembre.

NOTAS:

i http://www.scielo.org.ar/pdf/rhaa/v51n1/v51n1a06.pdf El Descamisado, Año 1, Nº 4, 12-6-1973: 8

ii Larraquy Marcelo. López Rega: El peronismo y la Triple A. Punto de Lectura, 2007. Buenos Aires

2 comentarios en “Sencillito #45: DIVIDE Y PERDERÁS”

  1. Muy buena nota cumpas. Sigamos militando por un mundo mejor, por un mundo Socialista. Esta mierda de Gerentes Generales de la Burguesía, llamense Milei, Massa, Fernández, Pero, Balbin, Bullrich o Schiaretti nos van a seguir hundiendo en la miseria, como ya lo vienen haciendo desde hace más de 100 años.

    Utilicemos la lógica dialéctica y digamos que todos ellos, son la misma mierda, con distinto olor.

    Saludos

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