Sencillito #57: SER MUJER NO ES UN SENTIMIENTO

El relato de Tiziana (varón, que a sus 21 años decidió convertirse en «mujer trans») recuerda al drama familiar expuesto por numerosas familias que derivan en concluir que tienen un niño o niña «trans». Para ejemplificar con un caso local, la historia de Luana (la primer «niña trans» en el mundo con cambio de DNI) fue expuesta en el libro escrito por su madre Yo nena, yo princesa. Luana la niña que eligió su propio nombre (editado en 2016 por la Universidad Nacional de General Sarmiento). El denominador común en estas historias, es la reducción de quienes somos niñas o mujeres (hembras humanas adultas) a los estereotipos sexistas que se impregnan socialmente desde que nacemos (y antes aún), en una sociedad patriarcal y machista como la que habitamos. Curiosamente, es bajo un manto de supuesta empatía e inclusión, cómo se nos insulta a las mujeres igualándonos con las normas y conductas que más nos empobrecen y cosifican.

El descubrimiento de «ser mujer» por parte de un varón (o por parte de los adultos que crían a un varón), deviene de situaciones como la que relata Tiziana:

Jugaba con los Power Rangers y elegía el personaje de color rosa: «Mi mamá no me dejaba ser ese, se enojaba. Y en el jardín también me costaba representar ese color» […] «mi mamá sí, se enojaba mucho y me castigaba».

Desde esta perspectiva, las mujeres somos un color. Más tarde, en la entrevista, sostiene Tiziana:

También me operé las lolas, que es algo muy bueno porque es parte de la feminidad.

Con este razonamiento, tener mamas (producto del desarrollo de los caracteres sexuales secundarios en las personas de sexo femenino de la especie humana) es equiparable a la colocación de implantes a través de una intervención quirúrgica, y por caracter transitivo, esto último deriva en el hecho de convertirse en mujer.

Asimismo, en el libro Yo nena, yo princesa podemos ubicar infinidad de citas que van en la misma orientación. Los indicios que la madre recoge para concluir que su hijo varón era en verdad una nena son:

Noté que eras muy sensible, llorabas por cualquier cosa y tu hermanito no.

No te gustaba jugar a lo bruto.

Recuerdo una tarde que les puse música para bailar, yo tenía puesta una pollera y te quedaste mirándome hasta que fuiste a mi placard y trajiste una pollera mía para ponerte.

Llorabas mucho para que te pusiera las películas de princesas.

Mientras tu hermanito jugaba con autitos y trenes, vos solo aceptabas un peluche.

De las citas se desprende que la sensibilidad, el llanto, la exploración lúdica, los disfraces, los peluches, permiten concluir que un niño de 2 años es una niña. Hablamos de un libro que fue convertido en película y obra de teatro. Con enorme difusión. Una historia reivindicada con bombos y platillos por el transactivismo.

El relato de Tiziana acerca de lo que implica convertirse en una «chica trans» expresa la máxima cosificación de lo que se entiende por ser mujer:

tenía que salir a la calle con una remera cortita y una minifalda. Luego, con las hormonas, mi cuerpo fue cambiando. Cuando me dejé el pelo muy largo me sentí una reina.

Las mujeres somos lo que vestimos. Las mujeres nos definimos por el largo del cabello.

A su vez, cuenta que su madre la echó de su casa al enterarse de su transformación, y que la aceptación de la misma sobre su «nueva condición» se coronó con la noticia de que le había comprado su primer maquillaje. El maquillaje nos convierte en mujeres.

El caso de Tiziana expone otro elemento recurrente que interviene en los casos de personas que declaran autopercibirse «trans». Un fuerte componente homofóbico. A Tiziana le gustaban los chicos, pero tenía miedo de que la echaran de la casa.

A los 20 me separé de un novio que era heterosexual. Él me dijo que no podía tener nada conmigo porque quería armar una familia y su papá no lo iba a dejar. Me rompió el corazón. Hablé con mi mejor amigo y le dije que quería ser una chica trans.

El deseo de «ser una chica trans» opera cual terapia de conversión, un procedimiento que en décadas anteriores se aplicaba contra las lesbianas y los gays y que hoy cambia su significado en el contexto de la ideología queer y la «identidad de género», avalada legalmente en muchos países del mundo.

Actualmente, todo lo que no se ajusta al «modelo afirmativo de género» –que incluye amputaciones de órganos sanos y hormonación de por vida– es calificado como terapia de conversión. Pero lo cierto es que la verdadera terapia de conversión es conducir a aquellas personas disconformes con los estereotipos sexistas y/o con una orientación sexual no asumida a este tipo de procedimientos irreversibles, tal como sucede en este caso con Tiziana. Tratamientos cuyas pruebas, aún insuficientes, indican efectos secundarios negativos sobre los huesos, el sistema cardiovascular e inmunológico, la tiroides, los genitales, el sistema reproductivo y digestivo, los músculos, etc.

Por otro lado, su historia permite ejemplificar cuál es la vía de ingreso por excelencia al sistema prostituyente: la pobreza; la desocupación; la necesidad. El mensaje que se desprende es confuso: el redactor de la nota nomina «trabajo» a la explotación sexual y sostiene que Tiziana «ganaba más de US$1000 por mes». A su vez, Tiziana refiere:

Lo más duro de toda esa etapa fue estar con hombres con los que no quería estar. Que no me gustaban. Me sentía un objeto y era muy feo, por más que había plata. Te pueden dar mucha plata, pero ser un objeto es como que te sentís sucia.

Una nota más, de tantísimas en los medios locales, que vende la explotación sexual como «trabajo» (promoción de OnlyFans, DivasPlay, etc.) y arroja el anzuelo de la salvación económica ingresando al sistema prostituyente. Algo que, sabemos, es un engaño.

El de Tiziana es un caso de tantos en los que las conquistas históricas que conseguimos las mujeres organizadas tras tantos años de lucha en el movimiento feminista, en este caso en el ámbito deportivo, son vulneradas por las políticas del transactivismo. Así relata su ingreso al equipo de fútbol femenino de Ferrocarril Oeste:

Hablé con una persona del club y le dije que era una chica trans. Me contestó que fuese igual. Recuerdo que era una prueba de 40 chicas y al final quedamos tres.

De tres lugares para mujeres, uno es ocupado por un hombre. ¿Cómo se alienta a una niña al entrenamiento si sabe que, por más esfuerzo que realice, en cualquier momento llegará un tipo y le quitará el lugar? Se tira así por la borda un proceso histórico de lucha por el cual se conquistaron las categorías diferenciadas por sexo en el ámbito de la competencia deportiva. Las categorías femeninas en los deportes, antes sólo protagonizados por varones, implican dos cosas: la participación de las mujeres y, además, el reconocimiento de un dato biológico, material, corroborado científicamente, acerca de que los cuerpos de varones y mujeres son distintos, sus aptitudes físicas, su fuerza, su musculatura, capacidad pulmonar, densidad ósea, etc. Todo ello justifica y exige la diferenciación por sexo para que exista una verdadera paridad en la competencia deportiva.

En este sentido, la doctora Sandra Hunter, por ejemplo, una especialista en las diferencias de sexo y edad en el rendimiento atlético, señala que las ventajas de los hombres biológicos son de origen estructural, tanto en relación a la altura y la longitud de extremidades como en relación al tamaño del corazón, el tamaño de los pulmones, etc. Dichas ventajas en el rendimiento deportivo prevalecen más allá de los tratamientos hormonales de supresión de la testosterona, especialmente cuando los tratamientos se inician a partir de los 12 años. Pero también puede encontrarse un mejor rendimiento antes del inicio de la pubertad.

En este contexto y luego de varios casos en los que «mujeres trans» arrasaran en deportes como ciclismo, natación, boxeo, running, por nombrar algunos ejemplos, el Comité Olímpico Internacional (COI) cambió el criterio (hasta noviembre de 2021 consideraba que la participación de las «mujeres trans» en el deporte de élite dependía del nivel de testosterona, que debía ser menor a 10 nanomoles por litro) y dio vía libre a las federaciones internacionales de los distintos deportes para que decidieran las condiciones de la participación de las «personas transgénero».

Tras inconducentes debates sobre cuestiones ya científicamente probadas y de persistentes denuncias por parte del lobby transactivista, la Federación internacional de atletismo, la Federación Internacional de Natación (FINA), la Unión Ciclista Internacional (UCI), la Federación Internacional de ajedrez (FIDE), la Liga Internacional de Rugby y el World Triathlon, entre otros, se pronunciaron en contra de que las «personas transgénero» participen en la categoría femenina. Por su parte y tal como el caso de Tiziana en Ferro lo comprueba, en Argentina la AFA permite que las «mujeres trans» compitan siguiendo el reglamento anterior del Comité Olímpico Internacional.

La presencia de «mujeres trans» en el ámbito deportivo trae aparejado también una invasión de espacios seguros logrados por las mujeres, para sí mismas. Tiziana cuenta:

Siempre me preguntan cómo es el tema del vestuario, porque yo no estoy operada. Pero sinceramente lo manejo muy bien, porque el vestuario no es como el masculino que corren en bolas. Acá las chicas se pueden llegar a bañar con calzas o top. Somos diferentes.

Como refiere L. Lecuona en su libro Cuando lo trans no es transgresor (Mentiras y peligros de la identidad de género):

El transgenerismo es un movimiento invasor que se empeña en ocupar los lugares que las mujeres, en un mundo hecho a la medida de los hombres, han construido para sí mismas. Además del feminismo y del lesbianismo, otros ámbitos a los que algunos varones exigen acceso son los baños y los vestidores de mujeres, la categoría femenina en los deportes, las llamadas cuotas de género en la política, los galardones expresamente creados para nosotras, los refugios para mujeres víctimas de violencia doméstica, las salas de hospital e incluso las cárceles de mujeres. Desde luego, la defensa feminista no busca excluir específicamente a las «mujeres trans», sino a los hombres en general, pero como la estrategia para entrar en ellos consiste en decirse mujeres, a quien denuncia esa táctica entrista, o simplemente prefiere quitarse el traje de baño lejos de la mirada masculina, la acusan de transfobia. Entonces las mujeres se obligan a disimular la incomodidad que les produce ese marcaje de territorio. Recitar «las mujeres trans son mujeres» no lo hará verdad a fuerza de repetición y tampoco consigue que la gente realmente lo crea. Como, a menos que una se autoengañe, creerlo es imposible, la mayor parte de las veces esa consigna logra algo muy distinto: que las mujeres entiendan que más les vale actuar como si lo creyeran.1

La inserción del transactivismo, que logra hegemonizar cada vez más espacios, tiene alcances a nivel académico, legislativo (por ende, impacta en las políticas públicas), educativo, deportivo, artístico, arrasando a su paso las históricas conquistas del movimiento feminista en la lucha contra la subordinación de las mujeres (en especial las de la clase obrera), en una fraternal alianza entre el capitalismo y el patriarcado.

Las mujeres feministas tenemos una agenda que va en sentido contrario a la del transactivismo. Mientras éste promueve al género como una identidad, como una esencia, como algo íntimo e individual, nosotras entendemos que el género es ese «conjunto de normas, estereotipos y roles, impuestos socialmente a las personas en función de su sexo. […] un instrumento que favorece y perpetúa la situación de subordinación en la que nos encontramos las mujeres. Por eso, admitirlo como “identidad” implica esencializarlo, anulando por completo las posibilidades de luchar contra las imposiciones que conlleva». Las feministas no podemos compartir agenda con quienes reivindican al género, lo sacralizan, lo convierten en deseo singular que a su vez se convierte en ley, que a su vez pierde su carácter social y exige derechos concedidos al capricho que brota de cada quien. Las feministas luchamos, hoy y siempre, por la abolición del género.

No podemos compartir agenda con el transactivismo porque entendemos que el patriarcado se construyó a través de un proceso histórico, sí, pero esa subordinación se organizó en base a nuestro sexo. Si nuestro sexo biológico es el cimiento sobre el que se organizó un sistema patriarcal donde las mujeres quedamos subordinadas, no es posible luchar contra esta estructura si perdemos de vista, si borramos, si tergiversamos, la categoria de sexo. Retomando a Lecuona:

Los roles y estereotipos sexistas están creados a partir del hecho biológico ineludible de que son las mujeres quienes gestan, paren y amamantan, para hacer cumplir el mandato no tan ineludible de que en una sociedad patriarcal desempeñen el papel de madres, cuidadoras y servidoras sexuales. Se nos imponen y nos marcan a fuego, aunque no queramos, no siempre nos demos cuenta y se hayan encontrado maneras sutiles de hacerlo.2

El sexo, en nuestra lucha, es nuestro origen. Por ello, los derechos conquistados por el movimiento feminista están basados en nuestro sexo. Por eso mismo, a su vez, el sujeto político del feminismo se define por la pertenencia al mismo sexo: las mujeres.

La avanzada del transactivismo crece a nivel mundial, alimentando el patriarcado; como la feminización de la pobreza sigue vigente y en crecimiento, mostrando que en el sistema capitalista –basado en relaciones sociales donde una clase poseedora (minoritaria) vive a costa de la explotación de una clase desposeída (la enorme mayoria)– el hecho de ser, además de obreras, mujeres, nos expone doblemente a la pobreza y a condiciones de vida infrahumanas. Nos convierte en carne de cañón para los negocios millonarios de la explotación sexual y de la explotación reproductiva, porque ese empobrecimiento nos deja más vulnerables aún para afrontar la violencia machista y patriarcal.

Por todo ello y por la liberación de las mujeres como faro, las feministas en Argentina (es decir, las abolicionistas) nos reagrupamos para seguir en pie de lucha. Así fue como nos convocamos en octubre de 2023, en la Reunión Federal de Mujeres, y así será que volveremos a encontrarnos este año, en las calles y en las nuevas instancias que forjamos y construimos colectivamente.

NOTAS:

1 Lecuona, Laura: Cuando lo trans no es transgresor. Mentiras y peligros de la identidad de género. Edición de autora. Pags.: 288 y 289.

2 Lecuona, Laura: Cuando lo trans no es transgresor. Mentiras y peligros de la identidad de género. Edición de autora. Pag. 35.

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