Sencillito #85: LECCIONES DEMÓCRATAS

Estados Unidos es el país más poderoso del mundo e, independientemente de la opinión que se tenga sobre él, lo que allí sucede repercute en consecuencias para el resto del mundo. Mucho más cuando, en lugar de analizar una tendencia subterránea y de largo aliento, se trata de pensar lo que sucederá en una reñida elección presidencial.

Hace menos de 2 meses vimos el primer debate entre dos candidatos a la presidencia que todavía no eran candidatos: ambos debían ser nominados (formal y oficialmente) en las convenciones de sus respectivos partidos. Sin embargo, los líderes tradicionales y territoriales de las dos fuerzas políticas ya habían aceptado que sus apuestas irían por Donald Trump (que había aplastado todo intento de disputa de su liderazgo dentro del Partido Republicano) y Joe Biden (que hacía uso del privilegio, tradicionalmente conferido a los presidentes al terminar su primer mandato, de presentarse a una reelección).

Como en todos los países donde la posibilidad de ser reelecto existe, no presentarse significa (para el jefe de Estado saliente y para su organización política) reconocer una mala gestión de gobierno. Pero, en este caso, había un elemento extra que complicaba la ecuación: Biden ya no está en pleno uso de sus facultades mentales.

La tendencia al rejuvenecimiento de los presidentes, un trazo que va desde Ronald Reagan (70) hasta Barack Obama (47), se cortó al final del ciclo de este último y los políticos de más de 70 años recuperaron protagonismo: Hillary Clinton versus Trump, Biden versus Trump y, ahora, Trump versus Biden. La edad era un signo del carácter conservador y de una clara falta de renovación que venía siendo señalado con insistencia. El debate colocó ese signo en el centro de la escena: el presidente en ejercicio, que iba por la reelección, mostró innegables falencias cognitivas y fue vapuleado por un contrincante sin mucho arte ni argumento, pero con una firme voluntad.

Lo que siguió fue un enérgico y dinámico debate entre las tradiciones políticas que refrendaban al establishment: el candidato debía ser el presidente en ejercicio pero la persecución del triunfo se hacía pesadillezca por ese camino. Frente a esta perspectiva y la amenaza de Trump de desplazar a los demócratas del gobierno bipartidista y forzar una agenda unilateral –algo en lo que ya ha avanzado con los recambios de la Corte Suprema– el establishment demócrata cedió. Lo hizo a su manera, elípticamente, sin arriar fuera de la candidatura al maltrecho presidente en ejercicio, pero ensordeciéndolo con un enfático susurro que rezaba: «Gracias por los servicios prestados».

Finalmente, Biden renunció a la reelección y abrió paso a un giro previsible pero refrescante para la carrera presidencial: candidatear a la vicepresidente, mujer, negra y descendiente de inmigrantes indios. Un emblema visual, aunque no práctico, del enfrentamiento a todo lo que Trump ataca en su discurso: la pertenencia a una familia de inmigración reciente, la posesión del sexo subordinado y la cercanía fenotípica con los oprimidos detentadores de algún tono de piel.

Las deprimidas perspectivas demócratas rebotaron como una pelota de goma. Por primera vez, la candidatura anti Trump lo superaba y lo ponía a la defensiva. Al tal punto, que cometió la metedura de pata de llamar a la población negra a votar por él porque los inmigrantes pretendían «los trabajos de negros», una manera poco disimulada de observar que los trabajos de mierda les tocan a los negros (y que incluso pueden perder esos trabajos). De ese modo, Trump ocasionó que le retrucaran que es él quien pretende un trabajo de negro, ya que sucedió a Barack Obama y ahora compite con Kamala Harris.

Restaba la formalidad de la Convención Demócrata, en la que se ratificaría este movimiento de sucesión más esperado que inesperable. Fue interesante ver cómo se realizaba. En los hechos, casi no se tuvo en cuenta al viejo presidente. Las que ocuparon el centro de la escena –según todos los analistas– fueron las mujeres. Desde la muy popular Michel Obama hasta la radicalizada Alejandra Ocasio Cortez, desde la experimentada presidenta honoraria de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi al gran emblema del establishment Hillary Clinton, para culminar con la candidata nominada: Kamala Harris. Las mujeres fueron nombradas con esa palabra que precipitó la cancelación de J.K. Rowling: «mujeres». Nadie apeló a «las disidencias». ¿Por qué? Porque a la hora de ganar es necesario recurrir a las mayorías. Por esa misma razón ambos partidos atacan a «los ricos» y aseguran que defenderán a los trabajadores: porque a la hora de ganar, hay que recurrir a las mayorías.

La apelación a las mujeres en tanto mujeres, en tanto candidatas y en tanto votantes, abre posibilidades para el triunfo del Partido Demócrata. Las convoca por sus problemas como mujeres, fundamentalmente el controvertido paso atrás –luego de 50 años– en la legalización del aborto, sin que «las identidades» ocupen un lugar destacado en la campaña.

Agreguemos que el Partido Demócrata, aun siendo burgués, imperialista, beligerante y «okupa», nos da una lección de la que podemos sacar conclusiones: cuando se quiere derrotar a un rival, no se puede poner al candidato que más lo favorece (aunque sea el del aparato, pues el del aparato es la garantía del triunfo ajeno). Como no se cansaron de repetir, le están «inmensamente agradecidos» a Biden. Pero con él seguro perdían.

En ruinoso contraste, cuando el progresismo argentino aceptó votar a Massa quedó en evidencia que era más importante la persistencia del peronismo que la derrota de «la ultraderecha». Y ganó Milei.

No queremos decir con esto que Kamala Harris será un paso progresivo para la clase trabajadora y las mujeres (las dos principales mayorías en todo el planeta), ya que también fue negra y mujer la siniestra –para los pueblos del mundo– Condoleeza Rice. Queremos decir que hasta el Partido Demócrata norteamericano (el de Hiroshima y Nagasaki, el que declaró las guerras de Corea y Vietnam, el que inició el Ku Klux Klan y lo llenó de militantes) es capaz de concretar algún movimiento y realizar alguna apertura cuando se hace necesario para derrotar a sus rivales.

También queremos decir que, cuando se está en el gobierno, «las disidencias» pueden ser útiles para compensar con símbolos las carencias materiales de las mayorías y, también, para motorizar políticas de cancelación. Pero cuando se lucha por el apoyo político y electoral de la población, de alguna manera hay que colocar los intereses mayoritarios en el debate.

Es posible que Trump pierda donde Milei ganó, a pesar de que, sin duda alguna, por aparato e inventiva, por dinero y experiencia, Trump es mucho más que Milei. Pero no tiene enfrente al peronismo, que es el reaseguro de la derecha.

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