Lejos quedaron los tiempos en que el medallero olímpico era interpretado como un indicador del estado de una confrontación más general entre el Este y el Oeste, entre el comunismo ateo y el occidente cristiano, entre las «dictaduras del proletariado» y las democracias burguesas. En esa época, la Guerra Fría alcanzó tal grado de intensidad que llevó, en su período final, a boicots generalizados como el de los Juegos Olímpicos de Moscú, en 1980: en el marco del recrudecimiento de las tensiones y en repudio a la invasión soviética a Afganistán, gran parte de los países occidentales se sumó al boicot (EE.UU., Alemania Occidental, Japón, Francia, Canadá, Chile, Argentina, Noruega, China, Turquía, entre otros). Cuatro años más tarde, cuando los Juegos Olímpicos se disputaron en Los Ángeles, 48 países (aliados o miembros del bloque soviético) devolvieron el golpe organizando unas «contraolimpíadas» denominadas «Los Juegos de la Amistad»1.
Esos dos momentos de politización masiva de los Juegos Olímpicos ya contaban con un precedente cercano: el de la mayoría de los (recientemente) independizados países africanos que, en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976, repudiaron a los neozelandeses que habían aceptado competir con la Sudáfrica del Apartheid2. Lejos en el tiempo quedaba el recuerdo de la pionera Turquía, que se negó a participar en los inaugurales Juegos Olímpicos «de la época moderna», en 1896, porque Grecia era su histórico rival geopolítico en el Mar Egeo. Por su parte, Irak, Líbano y Egipto boicotearon los Juegos Olímpicos de 1956, en protesta por la ocupación franco-británica del Canal de Suez y la presencia de Israel en Melbourne, mientras que España, Holanda y Suiza lo hicieron en rechazo a la invasión soviética de Hungría. La URSS y Hungría participaron, se agarraron a piñas en el partido de waterpolo y una parte de la delegación húngara tuvo que ser asilada políticamente en Australia.
En los Juegos de Múnich (1972), el comando palestino Septiembre Negro secuestró y asesinó a once atletas israelíes. En los de México (1968), el presidente Ordaz denunció el boicot de los Juegos como una de las motivaciones del amplísimo (y sangrientamente reprimido) movimiento estudiantil. En estos mismos Juegos, Tommie Smith y John Carlos, velocistas negros de EE.UU., alzaron su puño enguantado y desafiante como parte de la lucha por sus derechos civiles. El gesto era una señal característica de los Panteras Negras y les costó su carrera a ambos atletas, que fueron sancionados de por vida por las autoridades olímpicas. En cambio, en 1936, cuando los Juegos fueron organizados por Hitler en Alemania, las victorias (reconocidas o no) de los atletas considerados por los nazis «razas inferiores» fueron celebradas, desde el corredor Jesse Owens hasta la selección de fútbol de Perú.
Burguesía bífida
Esta enumeración de anécdotas, para nada exhaustiva, ilustra que los Juegos Olímpicos siempre han sido escenario de asuntos que van mucho más allá de la competencia deportiva. Y es que, al tratarse de un acontecimiento tan relevante a nivel internacional, con una gigantesca repercusión mediática, es inevitable que conflictos de la vida social y política se expresen allí.
Sin embargo, los capitalistas del sector –el deporte profesional y el espectáculo mediático– intentan impedir que la expresión de intereses políticos y económicos ajenos a la dominación burguesa empañen el show y le quiten espectadores (y, por lo tanto, sponsors). Así, en los Juegos Olímpicos no está bloqueada la expresión de intereses políticos y consignas ideológicas siempre y cuando esos intereses o ideologías hayan sido aceptadas, por sectores mayoritarios de la población, como parte del sentido común. Eso explica que la lucha contra el racismo que les costó la carrera a los deportistas Carlos y Smith (sancionados por las propias organizaciones deportivas de su país), ahora es parte de las campañas oficiales de las organizaciones deportivas internacionales.
En los últimos Juegos Olímpicos (sobre todo en los dos últimos) la discusión política entró por «la grieta» que divide al campo burgués en estos últimos años, se bifurca en dos exasperantes expresiones del individualismo y se manifiesta en forma de rechazo desde los propios participantes. Detengámonos en esto.
La burguesía tiene, en un lugar privilegiado, dos condiciones de existencia. Una consiste en que ninguna minoría (la clase burguesa es muy minoritaria) debe postergar sus intereses en función de un bien común mayoritario. Esta es la bandera del progresismo y las «disidencias». La otra condición impone que la competencia sea, propiamente, la naturaleza humana. De manera que si algo la pone en entredicho no merece respecto. Esta es la insignia de la llamada «derecha».
Ambas fracciones se acusan mutuamente: a los llamados «progresistas» se los acusa de elitistas (y lo son); a los «neoliberales» se los acusa de impiadosos (que lo son también). Ambas fracciones confluyen en la negación de los intereses de las mayorías, pero difieren en cuál método es más eficaz.
Minoría aventajada
Contra esos dos programas políticos han recrudecido las quejas de los deportistas. La negación del sexo –del femenino, principalmente– ha sido uno de los escándalos en estos Juegos. Veamos de qué se trata.
La abrumadora mayoría de las especies animales que habitan el planeta se ha reproducido de manera sexual, es decir, por el encuentro de individuos de dos sexos (uno que fecunda, otro que gesta) que procrean otros individuos de alguno de esos dos sexos. No hay otra forma de reproducción de la vida: gametos grandes, solitarios y poco móviles (ovarios) que «se juntan» con gametos pequeños, multitudinarios y escurridizos (espermatozoides). Incluso las sustituciones tecnológicas del encuentro entre dos individuos, como la fecundación in vitro, exigen gametos donados por individuos de ambos sexos.
Ahora bien, la diferencia sexual no afecta únicamente a los órganos reproductivos y su apariencia, sino a la conformación general de cada individuo sexuado. Esto conduce, en el plano del deporte, a una temprana y necesaria categorización por sexo en reconocimiento de las diferencias corporales, promedio, objetivas. En reconocimiento, digámoslo de una vez, al derecho de la mitad de la humanidad que, en números de hoy, significa el derecho de más de 3.800 millones de personas: las mujeres3.
El permiso otorgado (en competencias de mujeres) a hombres que se autoperciben mujeres trampea la división en categorías por sexo, ya que la autopercepción no modifica el cuerpo (y cuando las tecnologías lo hacen, se centran sobre todo en la apariencia: la anatomía profunda y la fisiología no son pasibles de esa alteración pretendida). Así, las diferencias reales entre mujeres, que se dirimen en el terreno de la competencia, se ven alteradas por una diferencia que ya no se da entre mujeres, sino ante las mujeres. Entonces queda abolida la competencia, ya que el salto de calidad en la diferencia suprime la relación: en el terreno de la determinación corporal, meramente física, un hombre mediocre supera a destacadas mujeres. Y nunca sucede de la manera inversa4.
¿Dónde se ubicarían, entonces, las «minorías disidentes»? En el mejor lugar posible donde no se perjudique a la mayoría, superlativamente mayoritaria, del sexo mujer. Contra la abolición de su derecho a competir para favorecer la competencia de una ínfima minoría es que protestan las mujeres. El derecho de una «mujer-trans» (y del pequeño universo que representa) no puede sostenerse sobre –y contra– los derechos que la mitad de la humanidad posee para competir deportivamente.
Las federaciones deportivas, que inicialmente habían hecho oídos sordos al reclamo de las mujeres, han comenzado a escucharlas. No por solidaridad con ellas sino por el riesgo que la situación representa para sus negocios. El deporte vende competencia. Y la competencia queda abolida con la reunión de «mujeres-trans» y mujeres. ¿Quién pagaría por ver un torneo en el que ha sido completamente anulada la incertidumbre propia del agonismo? ¿Quién pondría avisos publicitarios en un campeonato en el que ya están definidos los campeones antes de comenzar? ¿Quién apostaría un solo centavo sin, al menos, la chance ilusoria de ganar?
En vistas de que estaban matando a la gallina de los huevos de oro, las mismas federaciones deportivas que aceptaron ningunear a las mujeres, ahora retrocedieron. No por feministas, sino por capitalistas.
Competencia inhumana
El deporte de alta competencia tiende a la inhumanidad. El ser humano no es sólo un animal que compite. Ni siquiera es esa su característica más destacada. Es, sobre todo, un animal variopinto, múltiple, heterogéneo. La actividad sexual de los otros animales es simple; la humana es compleja, polimorfa, esquiva a la equivalencia entre individuos5. En cada aspecto de la vida podemos percibir esta variada y variable perspectiva ante las cosas. Semejante amplitud únicamente cede ante la miseria, ante la imposibilidad material de hacer muchas cosas.
El deporte moderno subyuga con maravillosos premios que paga como moneda de cambio de la inhumanidad, de la monotonía de la vida de la estrella deportiva. Ser «un profesional» equivale a sacrificar lo diverso para profundizar en lo mismo, una única cosa, un objetivo excluyente: el rendimiento. Tolerar todo por una sola cosa: ganar en la disciplina.
El capitalismo extrema sus variables, las lleva hasta el final. Eso es lo que los deportistas más exitosos han comenzado a denunciar. Lo han denunciado muchos y de diversas maneras (las quejas por el calendario de tenis, o el «¡Que mal que la estoy pasando!» de Gastón Gaudio durante la final de Roland Garros 2004 que… ganó). Pero las quejas impactan más en los oídos, se hacen visibles como un tren de frente, cuando no vienen de los perdedores sino de los ganadores. Y mucho más cuando llegan de boca de los más exitosos de la historia.
Como el nadador Michael Phelps, quien ganó 23 medallas de oro en cinco Juegos Olímpicos. O Simone Biles, con 7 oros en tres Juegos Olímpicos. Además de sumar, entre ambos, otras 9 medallas de platas yde bronce. Reparemos en que México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Chile, Uruguay y Perú sumaban, al comienzo de los Juegos Olímpicos de París 2024, 29 oros: uno menos que aquellos dos atletas juntos. En alusión al año 2004, en que obtuvo sus primeras ocho medallas (6 de oro y 2 de bronce), Michael Phelps declaró:
Ese año ya tuve una depresión estacional. Después, en 2014, tuve la segunda depresión. No quería estar vivo. No comía, no bebía, me fui a un centro de recuperación. Estaba luchando por mi vida más de lo que la gente podía imaginar. En esos momentos, cuando estaba mal, me daba golpes porque pensaba «No estoy haciendo mi trabajo […] Tenemos que cuidarnos. Quizá salir un rato a pasear, echarse una siestecita del burro de 10 minutos… Hay gente que está fuera de control y el autocuidado es algo que a veces se obvia. Tómate 10 ó 30 minutos al día para ti».6
Por su parte, Simone Biles, mujer y negra, fue –se vio obligada a ir– mucho más allá:
En enero de 2018, Biles reveló públicamente que había sido abusada sexualmente por el doctor del equipo Larry Nassar cuando era adolescente. Más de 350 atletas también se presentaron, y Nassar fue sentenciado a 175 años de prisión. Sin embargo, Biles también criticó a su federación de gimnasia, «USA Gymnastics», por su complicidad en el escándalo.7
Simone Biles se retiró de la competencia en los Juegos Olímpicos de Japón. Su cabeza no podía más, según declaró. Cargaba con el peso de la rutina y el entrenamiento, y con el de haber sostenido la denuncia contra el médico que había abusado de ella y de otras muchas jóvenes bajo su cuidado. Se lanzó contra todos y entonces… la atacaron. Por ejemplo, el actual candidato a vicepresidente de Trump, James David Vance, cuestionó que Simone Biles estuviera recibiendo elogios por haberse retirado de los Juegos de Tokio:
Creo que el hecho de que intentemos alabar a las personas, no por sus momentos de fortaleza, no por sus momentos de heroísmo, sino por sus momentos más débiles, hace que nuestra sociedad, digamos, terapéuticamente, se vea muy mal.8
La mayor parte de los deportistas de elite son burgueses. Pero son burgueses peculiares. A diferencia de los otros miembros de su misma clase social, mientras están en activo, los atletas de elite no sólo tienen que arriesgar su capital sino también su cuerpo. En este punto –estrictamente en este único punto– reflejan a la perfección el malestar de la clase trabajadora, desprotegida y explotada.
Mientras JD Vance, senador republicano al momento de realizar esas declaraciones para la cadena Fox, reflejaba su sorpresa y su rechazo ante la debilidad, las quejas y denuncias de Biles provocaron una gran empatía en la población, porque no las sentía ajenas a su propia condición. Pero debemos insistir con un criterio de discernimiento: esos problemas denunciados no se tuvieron en cuenta por empatía sino por la misma razón que hoy alienta en los medios el escándalo de los boxeadores que compitieron en la categoría femenina: no matar a la gallina de los huevos de oro.
Mundo venidero
Los premios a ganar son caudalosos, el incentivo de gloria y dinero es desmesurado, entonces las presiones no sólo conducen a una adictiva unidimensionalidad de la vida, sino también al uso de recursos técnicos y farmacológicos cuyo permiso o prohibición es uno de los temas más complejos y debatidos del mundo del deporte9.
Aunque los medios masivos de comunicación le pongan sordina a ciertos debates, la caja de resonancia de los Juegos Olímpicos es tan inmensa (y se expande tanto con las redes y plataformas) que nos permite escuchar las quejas y los padecimientos que provoca el individualismo a ultranza alentado por el capital. El precio que se paga por sostener un show mundial de estas características se registra en los formidables ingresos de los deportistas (ingresos que resultan ofensivos si los comparamos, por ejemplo, con los salarios docentes).
Es probable que en una sociedad más humana los deportistas tengan una vida más variada y se vayan alejando de los récords actuales. Es probable, también, que en una sociedad así, el morbo de ver a alguien esforzarse hasta la extenuación y la destrucción personal sea mal visto. Y que las destrezas tengan que desarrollarse en terrenos más acotados. Es probable que muchas cosas tengan que cambiar radicalmente en una sociedad menos destructora de la humanidad.
Los Juegos Olímpicos exponen progresivamente lo contrario. Ahora, y cada 4 años, llaman la atención de miles de millones de espectadores para indicarnos hacia dónde se dirige nuestro mundo en manos burguesas. Ni los derechos para las minorías a expensas de las mayorías, ni la libertad de competir con ferocidad y sin restricciones tramposas son soluciones. Son, apenas, las expresiones voraces del problema.
La solución es construir otro mundo. Uno donde probablemente nadie corra 100 metros en diez segundos. Pero donde esté asegurado, a la vez, que nadie, nadie, tenga que correr la coneja.
NOTAS:
1 «Juegos Olímpicos 1984 y el plan de la Unión Soviética para llevar a delante un boicot sin precedentes», nota publicada en La Gaceta el 8 de mayo de 2024.
2 «Montreal 1976», nota publicada en Olé el 7 de abril de 2016.
3Irene Aguiar, «Por qué deben existir las categorías deportivas divididas por sexo biológico», nota publicada en iusport el 22 de febrero de 2022.
4 El sitio Boys vs. Women presenta una amplio estudio organizado en tablas estadísticas, a su vez recogidas en un cuadro por el sitio Contra El Borrado de las Mujeres bajo el título «Comparativa: chicos de secundaria versus mujeres olímpicas».
5Jared Diamond, ¿Por qué es divertido el sexo? (La evolución de la sexualidad humana), trad. Victoria Laporta, Barcelona, Debate, 2007. [Descargar]
6José Alonso, «Michael Phelps cuenta cómo luchó por su vida: “Pensé en suicidarme”», nota publicada por El Independiente el 16 de noviembre de 2023.
7Victoria Klein, «Cómo Simone Biles está dando a Donald Trump a la burla», nota publicada por ASB Zeitung el 5 de agosto de 2024.
8Neil Vigdor, «JD Vance queda bajo el foco por críticas a los “momentos más débiles” de Simone Biles», nota publicada por Infobae el 2 de agosto de 2024.
9Hablamos de la iniciativa que promueve organizar juegos olímpicos para atletas dopados en «Crímenes del futuro (Hormonas, libertarios y progresistas)».