En pocas horas se llevarán a cabo las elecciones. Tras nuestro desacierto en las predicciones de las PASO quizá deberíamos llamarnos a la cordura y aguardar los resultados. En lugar de ejercitar el vaticinio, intentaremos practicar algo que consideramos sano e indispensable para el abordaje y el tratamiento de los problemas sociales que nos interpelan: evaluar, anticipar y… equivocarnos. Para luego volver a evaluar, anticipar y equivocarnos… un poco menos. Por otro lado, «acertar» o «errar» es mucho menos importante que afinar, pulir, precisar las herramientas de análisis. Las conclusiones extraídas del entrenamiento que consiste en comparar «lo que conjeturamos que sucedería» con «lo que realmente ha sucedido» sirve menos para medir el grado de acierto que para verificar la utilidad y adecuación de las categorías de análisis. No se trata de quedarnos satisfechos con haber dado en el blanco ni se trata de esconder la cabeza como el avestruz (o mentirnos) ante las protestas de la experiencia, sino que se trata de aprender a leer cuáles caminos de intervención nos sugiere la realidad como los más propicios para la lucha. Analizar, debatir, concluir y hacerlo colectivamente son condiciones necesarias para el aprendizaje, la corrección y la mejora de nuestra militancia socialista.
Para no repetirnos demasiado, digamos que hay una gran coincidencia en el conjunto de la población y las clases sociales del país: se avizora, se espera incluso, un ajuste. Un ajuste importante. Lo anuncian sin disimulo las cuatro candidaturas burguesas y lo acepta –sin rechazo categórico ni plan para evitarlo–, el FITU. Término de los más polisémicos, «el ajuste», coincidir en él no significa exactamente lo mismo para cada caso: va a aplicarse un ajuste, grande, pero no está claro qué aspecto de la realidad social será ajustada ni de qué manera. Para la clase trabajadora este es el punto central, el acertijo de la Esfinge: ¿qué va a suceder después del domingo? Aquí entra en juego la brújula precaria de las expectativas, cuya aguja tiembla según miedos e ilusiones.
Para explicarnos: los que votan a Massa esperan que los precios y el dólar revienten, pero no el nivel de empleo estatal y los subsidios; para los que votan a Milei se espera casi lo opuesto, que contenga la inflación, aunque desaparezcan el Conicet y el Garrahan; para los votantes de Bullrich, la expectativa está en que ajuste algunos curros y flote entre los otros dos proyectos (ya que Bullrich se volvió Larreta el 14 de agosto).
Las variables económicas están desatadas, sí. Este ajuste de Massa es «el ajuste del mercado», como lo llama Carlos Pagni: ciego y bruto, indiscriminado. Mal o bien, se espera que quien gane ejecute el ajuste, pero con algún orden. Hay que decir también que se espera sin fe.
En la determinación del ordenamiento de ese ajuste funciona la independencia de clase, pero de la clase explotadora. Cada sector burgués se ha acercado a los candidatos para defender sus intereses. Esos coloquios, como el de IDEA, esas reuniones de burócratas sindicales, esas declaraciones de gobernadores, van marcando la cancha de lo que los diferentes sectores del campo burgués y sus funcionarios esperan salvar de la implacable torsión de la morsa.
El futuro, para nosotros, cuánto dejaremos o evitaremos que nos arranquen, dependerá de la independencia de la clase trabajadora. En este sentido resulta engañoso creer que el mundo es la expresión de lo que se dice (las terribles amenazas de Milei, las mágicas promesas de Massa, la supuesta estabilidad institucional de Bullrich), porque lo importante es siempre del orden de lo que se hace: coordinar y hegemonizar las condiciones del ajuste. Esto exige evaluar dos aspectos: el peso institucional que obtenga quien llegue a la presidencia y el grado de confianza que pueda usufructuar, es decir, el tiempo que tenga disponible para actuar de manera contraria a las expectativas depositadas en las urnas.
Nada de eso depende únicamente de lo que suceda en la cabeza de los trabajadores, sino también en la cabeza de sus organizaciones: qué hará el peronismo y qué le será posible hacer tras los resultados de las elecciones. Por lo pronto, ya se arrimaron sus mejores cuadros: Gerardo Martínez y Luis Barrionuevo. Ellos servirán de tubería para trasvasar al recipiente libertario mucho de lo que mañana se votará como «nacional y popular». Después de todo, entre el alquiler de vientres y la venta de órganos no hay un problema de principios sino de modalidades comerciales; entre la promesa de oponerse al aborto y el recuerdo de las dos décadas de oposición efectiva al mismo no hay más que diferencias de ocasión; entre el negacionismo teatral de Villarruel y las topadoras desmantelando el crematorio de la ESMA para hacer canchas de deporte no hay más que un déficit edilicio.
Porque el problema del país no es solamente que la economía capitalista no funciona, sino que no puede funcionar manteniendo vivos a tantos sectores burgueses incapaces de sobrevivir en condiciones de capitalismo normal. Estas fuertes tensiones son la base de los problemas en las coaliciones dominantes que abrieron la puerta al fenómeno Milei (volveremos luego a las condiciones que lo prohijaron por abajo).
Los políticos, por definición, deben poseer egos fuertes y ser muy personalistas. No se llega a nada en la política nacional sin esos atributos. Pero el espacio para que eso se despliegue, virtuosa o patológicamente, lo dan el consenso y las tensiones entre las clases. Duhalde se pasó una década a la sombra de Menem; Chacho Álvarez, meses a la sombra de De La Rúa. Hasta 2015, nadie osó cuestionar a CFK sin irse del peronismo; y durante los 4 años del actual gobierno, los detractores de CFK convivieron en el gabinete con sus adoradores. Macri fue intocable pero JxC no pudo armar una componenda para apropiarse de un gobierno futuro que, hasta hace 90 días, se le ofrecía prácticamente en bandeja.
Parece obra de estúpidos egoístas. Pero cuando no hay plan que incluya a la mayoría y hegemonice, cada uno debe luchar por la propia supervivencia, aun a costa del proyecto general (porque quien queda afuera, no sólo pierde el proyecto sino que se arriesga a desaparecer de la competencia política). Esta incredulidad de la burguesía en su propio personal político es lo que hundió a sus coaliciones mayoritarias en una desconfianza intestina, dejándole a Milei la composición de una candidatura bifacética, Hermes bipolar que predica con una biblia y una motosierra, Nerón liberal que cabalga sin estribos el delirio eficaz del sistema de precios: de una parte, Milei es un desquiciado con poco peso institucional («el loco»); de otra, es el único que exhibe una perspectiva de comando unificado (manda él y no cabe ninguna duda al respecto).
Las PASO fueron correctivas, excepto para el FITU. Cada coalición se ordenó ocultando su cara mas piantavotos, más grosera, que la había perjudicado antes de esa elección. Bullrich armó un gabinete con Larreta y se paseó por los triunfos radicales en las provincias. Massa sumó, a la desaparición de Cristina (que suma cuando se resta y resta cuando se suma), el apoyo de Grabois, la CGT, los gobernadores e, incluso, de su base progresista e ilustrada, que encontró en la Cruzada anti-Milei una coartada para traicionarse con autorrespeto. Milei juntó contactos en la casta y se mostró menos que sus oponentes, sobre todo durante las primeras semanas, evitando el mayor riesgo de quien juega al límite: morder la banquina e irse al pasto.
Las proyecciones anuncian que La Libertad Avanza controlaría sólo 8 de los 72 escaños en el Senado y 35 de los 257 en la Cámara de Diputados. Pero ese problema puede minimizarse porque existe el peronismo: sólo es cuestión de discutir el precio. Y para un libertario, negociar un costo es lo más normal y lo más deseado. Por eso funcionan tan bien los acuerdos entre Massa y Milei: para ambos, unirse por la patria y permitir que la libertad avance son dos maneras de hablar de lo mismo: escribir un número en la servilleta, acordar una cifra, ponerle precio a cualquier trato. «Milei también tiene derecho al fracaso», tituló pícaramente el Turco Asís. Y reflexionó:
Corresponde –si finalmente el presidente va a ser Milei– desdramatizar. La solidaridad con aquel que gana resulta siempre enternecedora. Abundan los postulantes capacitados para acudir en auxilio del vencedor. Para mojar la medialuna de las embajadas o secretarías, los «buscapinas» tendrán que apretujarse en la sala de espera de Luis Barrionuevo.
Los debates televisados dejaron a la vista, sin mucho margen para la duda, la existencia de un acuerdo tácito: cada uno despliega sus propias «virtudes» y dedica el mínimo esfuerzo en exponer a sus rivales. De esa manera, Sergio Massa atravesó las caricias con 138% de inflación anualizada y escándalos de corrupción sin sufrir el escarnio público. El FITU se sintió convocado por esa tibieza y colaboró.
Proponemos un ejercicio de imaginación. Sólo había 5 fórmulas, 1 era de izquierda. Milei se hizo fuerte en el comienzo acusando de comunistas incluso a los más rancios burgueses, como Larreta. ¿Qué hubiera pasado si Bregman aprovechaba el debate para doblar la apuesta? Si hubiera dicho, por ejemplo:
Te equivocás Javier, te quedás corto. Nosotros somos los comunistas de verdad: queremos dar vuelta la sociedad. No como vos, que lo decís «de mentirita». Queremos aplastar a la casta y a la clase que te banca. Nos proponemos expropiar todos los resortes fundamentales de la economía y organizar este desatino social y económico que es el capitalismo argentino. Y aunque no lo vamos a lograr ahora, seguiremos proponiéndolo todos los días después del 22 de octubre, trabajando para que la clase obrera descubra y viva en carne propia que cualquiera de ustedes nos va a seguir matando de hambre. No podemos lograrlo ahora. Pero estamos acá para decirles, a los 12 millones que no fueron a votar o votaron en blanco, que no confíen en estos candidatos explotadores, que compartimos su bronca y su decepción. Y que únicamente podemos confiar en nuestras propias fuerzas como trabajadores.
¿Qué hubiera pasado si, en lugar de respetar rigurosamente el orden del debate y mostrarse civilizada, se hubiera mostrado tramposa, irreverente y provocadora, doblando la apuesta de Milei?
No lo sabemos. Pero podemos hacernos una idea del destino hacia donde el FITU condujo la actual campaña, continuación natural de las anteriores. El cuadro siguiente, tomado de una encuesta cualitativa intitulada «Elecciones 2023: ¿La hora de los que no tienen nada que perder?», muestra qué lugar ocupa el FITU en el imaginario de los votantes: un lugar conservador y oficialista.
10,5 millones de abstenciones, 1,5 millones de votos blancos, suman una docena de millones de personas que no se expresaron esperanzadas en las PASO de agosto. El sentido de esa reticencia, su profundidad y sus consecuencias continúan siendo una incógnita para nosotros. Sin embargo, la idea de «reseteo» (sugerida por el sitio Sentimientos Públicos en la citada encuesta) parece adecuada al conjunto de los sucesos que venimos presenciando:
Lo que parece «agrietar» la elección del 22 de octubre no es tanto la supuesta discusión ideológica, ni el voto bronca o castigo hacia el oficialismo, sino más bien un impulso de aquellos que tienen poco que perder y viven por fuera de las instituciones del siglo XX a «resetear» el sistema. Resetear no es lo mismo que incendiar, ni dar un salto al vacío, ni tener bronca: resetear es hacer un movimiento rápido y contundente que permita barajar y dar de nuevo. El reseteo surge del hartazgo y tiene consecuencias inciertas (no se sabe qué información se perderá) pero es un impulso hacia el cambio, hacia un nuevo inicio. […] Estos son los límites del «voto bronca»: no es para terminar el gobierno de una coalición específica. Es un voto de reseteo con deseos de vivir mejor. Lo más pronto posible. Nadie quiere esperar.
Interpretar es dejar de sorprenderse y dejar de adjudicarle, a los otros, torpeza, vocación suicida o masoquista. Tenemos pocas dudas (porque nos parece mucho más probable) con respecto a lo siguiente: el esquema de interpretación que adjudica a la intervención del Estado burgués, en la cobertura de los particularismos, un papel progresista y a la lucha individual por la subsistencia, en un marco de igualitarismo universalista, el papel reaccionario (derecha), ha dejado de ser orientador y ha caducado completamente en estas elecciones. El mundo real, el mundo hoy existente, es un mundo en el cual el Estado se fue y en el que lo indispensable para sobrevivir son la habilidad y el coraje personales. En este sentido, bajo el título «El desafiante mundo del comercio ambulante en Nueva York», el New York Times observa:
En muchos rincones de Nueva York, la señal más visible de la crisis migratoria en la ciudad se encuentra en las calles y en el metro, donde un flujo de recién llegados ha estado buscando diferentes maneras de ganarse la vida. Ante un proceso desalentador para obtener un permiso laboral formal, muchos migrantes se han unido al competitivo mundo del comercio ambulante, vendiendo dulces, frutas y bebidas, a menudo con niños pequeños a cuestas. Durante décadas, el comercio ambulante ha sido la primera alternativa de los nuevos migrantes de la ciudad. Pero la afluencia repentina de recién llegados ha exacerbado las tensiones entre los vendedores ambulantes, quienes llevan mucho tiempo luchando por escapar del escrutinio de las fuerzas del orden y ganar batallas territoriales en una ciudad donde las leyes sobre las ventas son confusas y se aplican de forma desigual.
Las tensiones ponen de relieve los enormes obstáculos a los que se enfrentan los nuevos migrantes, muchos de los cuales están inusualmente poco preparados para iniciar el proceso de búsqueda de un trabajo estable. A diferencia de otros momentos de flujos migratorios en el pasado, muchos de los recién llegados no tienen amigos ni familiares en Nueva York, e ingresan en un sistema de albergues que está presentando dificultades para alojar a los 60.000 de ellos que requieren de la protección de la ciudad. A menudo llegan sin un número de teléfono que funcione. […] Mientras tanto, los migrantes, procedentes de Venezuela y otros países, encuentran cualquier margen en la economía informal donde puedan ganar dinero sin permisos legales, incluso en la calle. […] La comida del albergue para migrantes en el que se están quedando, ubicado en Jamaica, Queens, les ha estado causando malestar estomacal a los niños, así que han recurrido a vender caramelos para comprar sopas o cereales. Nunca es suficiente para alimentar a toda la familia; en un buen día, ganan unos 15 dólares en dos horas.
Esta descripción de un fenómeno que ocurre en el corazón del cosmopolitismo capitalista se repite, como en un juego de espejos degradados, sobre toda la superficie del planeta, con meros cambios en el nombre de la ciudad y el gentilicio de los migrantes. Goran Therborn, en una nota de la New Left Review, «Desigualdad y paisajes político-mundiales», explora la manera en que esta situación global indica un cambio social y cultural que exige nuestra atención como socialistas:
De sistemas de partidos en los que las personas de altos ingresos y educación elevada votaban históricamente a la derecha, mientras que los ciudadanos de bajos ingresos y menos educados votaban a la izquierda, se está pasando a un patrón diferente en el que, en cambio, la derecha es apoyada por votantes de altos ingresos con baja educación, mientras la izquierda es sostenida por personas con bajos ingresos y alta educación. El nuevo sistema, clasificado por razones matemáticas opacas como de «elites múltiples», alberga, por consiguiente, dos elites distintas: una «izquierda brahamán» de bajos ingresos y elevada educación, y una «derecha mercantil» de altos ingresos y baja educación. La noción de sistema de «elites múltiples» se invoca con frecuencia, siempre como una tendencia continua de gran importancia; pero ninguno de sus componentes –multiplicidad, carácter de elite, sistematicidad– es objeto de aclaración. Lo único que aprendemos es que es un efecto o expresión de la nueva tendencia de los más educados a votar a la izquierda.
De todas estas consideraciones surge que, para evitar asumir el papel de una «canalla neurótica», que señala siempre la culpa en el otro, debemos asumir que –en tanto parte ilustrada, estatalizada e integrada de la clase trabajadora– no podemos seguir señalando que los otros (los de la educación degradada, los expulsados de las coberturas estatales, los abandonados al resultado de sus esfuerzos individuales) se equivocan cuando no valoran nuestros beneficios como si fueran también de ellos, o como si alguna vez fueran a ser alcanzados por esos beneficios. La historia de los últimos 40 años nos muestra exactamente lo contrario: quienes permanecemos dentro de ese marco de beneficios nos vamos volviendo particularistas, bajo el disfraz de una forma universal («el Estado somos todos», mantra de los profesores universitarios que, desde las revistas progres para las que escriben, exhortan a que cambien de actitud electoral a los trabajadores que no obtienen del Estado más que problemas para su vida cotidiana). Esta posición del progresismo ilustrado que, bajo amenaza de ajuste, desprecia a millones de trabajadores porque éstos se niegan a apoyar la continuidad de las políticas que nos trajeron hasta acá, impide cualquier posibilidad futura de construir, de contribuir a lograr, lo que constituye la principal bandera del Manifiesto Comunista: «¡Proletarios del mundo, uníos!»
En resumen, la sociedad argentina se prepara para un ajuste que nadie sabe cómo será exactamente y, por lo tanto, tampoco se sabe cuál será el nivel de consenso efectivo ni de virulencia en la oposición suscitada. La sociedad argentina espera ese «reseteo» teniendo que optar el domingo entre tres opciones que no presentan diferencias cualitativas. Cualquiera de las tres, tras obtener un triunfo, se apoyará en los mismos tentáculos institucionales y paraestatales de siempre: los mercenarios de las legislaturas, los ñoquis de las distintas dependencias, la burocracia sindical, los señores feudales de las provincias y los matones asesinos de las barras bravas. El peronismo los tiene a todos como personal de planta del partido del orden. Pero carece de la frescura de lo novedoso. Milei llegaría con el empuje de lo que todavía no se ha quemado y con las dificultades propias de quien deberá anudar rápidamente contratos y concesiones con cada articulación de la maquinaria. Por su parte, JxC trajina el mestizaje entre ambas condiciones.
El domingo comenzaremos a saber cuál es el modo de la continuidad en Argentina. Comenzaremos a definir lo que viene, cuya novedad será mucho menor de lo que se augura. Lo cual significa que la seguiremos pasando tan mal como hasta ahora.
Imagen principal: Fotograma del spot de campaña 2019 del Frente de Todos.