MEMORIA COMPLETA: Rodrigazo, Triple A y Plan Cóndor (50 años recordando al peronismo en el gobierno)

Las efemérides tienen algo de capricho. A menudo sirven para la repetición inmovilizante: contemplar el pasado como una forma de evitar pensar y actuar en el presente. En la tradición de izquierda, este hábito suele integrar una liturgia indiscutible. Se puede recordar una revolución sin tocar su actualidad. O velar la momia de un dirigente bolchevique sin imitar su actitud, en vida, de estudio riguroso del presente para actuar en él. Incluso se puede homenajear la acción de algún grupo guerrillero y honrar su disciplina marcial comenzando el acto una hora después de lo anunciado.

También la efeméride, esa ocasión convencional (un ciclo de traslación del planeta alrededor de sol) asociada a cierta superstición con los números (las series de diez, irresistiblemente distintivas en el sistema decimal), puede ser tomada como una oportunidad para traer al presente un acontecimiento y convocar a la reflexión. No a la reflexión sobre lo acontecido, simplemente, sino fundamentalmente a la reflexión sobre cómo actúa en nuestro presente eso que aconteció. Y sobre cómo tenemos que actuar nosotros, trabajadores socialistas, hoy.

Aprovechar esa instancia es un asunto de debate, disputa y elaboración. O, al menos, debería ser así. Como lo fue hasta que el peronismo se apropió de la palabra “memoria” y la deformó para instrumentarla según su conveniencia[1].

Absurdos previsibles

Este año se cumple medio siglo de dos acontecimientos muy importantes para la lucha de clases y la represión en Argentina: el Rodrigazo y el Plan Cóndor. El primero fue el fin de una estructura de acumulación en Argentina y el comienzo de otra, que la dictadura profundizó, pero no inició. Asimismo, la dictadura profundizó, pero no inició, el Plan Cóndor, que fue suscrito por el gobierno peronista junto a dictaduras del sur de América.

Además, el año pasado se cumplieron, sin recordatorio de los memoriosos y sus comisiones, cuatro décadas del pacto Alfonsín-Isabel. Un pacto necesario para la impunidad. Pero no hubo ejercicio de memoria incómoda, que es lo que necesitamos para pensar y actuar en el presente. Esta falta de voluntad es deliberada y es lo que llamamos negacionismo peronista. Un tipo de negacionismo que se hace evidente en declaraciones como esta, de una agrupación peronista del barrio de Boedo:

A 50 años del golpe del 24 de marzo de 1976 las organizaciones de la Red de Cultura de Boedo se expresan por Memoria, Verdad y Justicia.

Este 24 de septiembre, a seis meses de cumplirse los cincuenta años del inicio de la última Dictadura Cívico-Militar, conmemoramos el 16 de septiembre de 1976, en que se produjera la llamada Noche de los Lápices:

En la semana del 16 al 20 de septiembre de 1976, en plena Dictadura Cívico-Militar, fue secuestrado un grupo de estudiantes secundarios que se manifestaban por el boleto estudiantil y enseñaban a leer a los chicos en las villas.

Esta operación se acuñó como “La noche de los lápices” en las oficinas de inteligencia de la dictadura. Fue producida con el apoyo de algunos de sus educadores, para tratar de truncar un proyecto que los represores consideraban “peligroso” y, a la vez, producir un escarmiento para otros jóvenes.

De los secuestrados, el único que apareció con vida fue Pablo Alejandro Díaz. A la vez que en La Plata sucedía lo relatado, estudiantes de una escuela de Ituzaingó sufrían el mismo destino.

Como Biblioteca Popular, homenajeamos y reivindicamos el compromiso de aquellos/as jóvenes que lucharon por sus derechos y los de las siguientes generaciones. Desde sus escuelas, desde nuestra memoria, desde la historia, aquellos lápices siguen escribiendo.

Biblioteca Popular Arturo Jauretche Av. Boedo 1868, Boedo, CABA.

Seis meses antes… Una efeméride anticipada es un absurdo. Pero en este caso se trata de un absurdo previsible. En un poema, Mario Benedetti llamó “absurdo previsible” a la muerte del Che Guevara:

Así estamos

Consternados

Rabiosos

aunque esta muerte sea

uno de los absurdos previsibles.

Previsible. No deseado. No querido. Sino propio de quienes lo realizan. Lo mismo sucede con estos recién llegados a la denuncia de los crímenes dictatoriales, otrora partícipes necesarios de la impunidad lograda desde 1983 hasta 1998. Porque, si no se apuraran a llegar al año 76, si no conmemoraran “seis meses antes”, podrían encontrarse con la incómoda posibilidad de recordar el año 1975, con su partido en el gobierno regando las calles con sangre de obreros y activistas.

La Triple A, el pacto y el impacto

También en septiembre, hace 50 años, fue perpetrada la Masacre de La Plata. Esta memoria permanece soterrada e impune. Sobre todo, impune por silenciada. Y no por voluntad de “la derecha” y el partido militar[2], sino porque sobre ella se construye la trampa del “campo popular”[3]. Así la recordó, en la revista Herramienta, un militante de aquella época:

El aroma de los tilos de aquella hermosa ciudad que supo ser La Plata en los años 70, seguramente está por volver con el inicio de la primavera. Vuelve también, sin embargo, el recuerdo amargo de lo que ocurrió aquel 5 de septiembre de 1975, cuando la militancia del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) sufrió un tremendo golpe, uno de los más duros entre los primeros que antecedieron al genocidio.

La Alianza Anticomunista Argentina –Triple A– secuestró y asesinó en aquella fecha trágica a ocho de sus militantes. Roberto Loscertales (Laucha), Adriana Zaldúa, Hugo Frigerio, Lidia Agostini y Ana María Guzner Lorenzo terminaron de cenar la noche del 4 de septiembre y decidieron ir a Petroquímica Sudamericana (hoy Mafissa), una fábrica cercana a La Plata que en ese momento estaba ocupada por sus trabajadores en conflicto. Llevaban un fondo de huelga que el PST había recolectado solidariamente. Nunca llegaron. El auto en el que viajaban fue interceptado en el camino por la Triple A. Sus cuerpos, con marcas de tortura y desfigurados, aparecieron al día siguiente en La Balandra (Berisso), a 26 kilómetros de La Plata, prácticamente a orillas del río. Hubo diversas reacciones, la más importante fue la paralización de actividades en el Ministerio de Obras Públicas, donde trabajan Adriana y Hugo, este último era un dirigente reconocido desde la huelga de los estatales de 1973.

Me resulta imposible olvidar el ambiente de consternación y de bronca que aquel día se vivía en el local del PST, en la calle 54, entre 8 y 9, a pocas cuadras de la Plaza San Martín y de la Casa de Gobierno. Recuerdo como si fuera hoy el rostro de Oscar Lucatti, nuestro querido Oscarcito: no podía creer lo que había pasado. Antes de promediar la tarde, él, Carlos Povedano y Patricia Claverie salieron del local a repartir volantes que denunciaban el crimen. Fueron secuestrados en la esquina, a plena luz, en un Fiat 125. Horas después sus cuerpos aparecieron en un descampado en las afueras de La Plata. En la Casa de Gobierno, adonde fuimos con el histórico abogado socialista Enrique Broquen y las hermanas de Adriana, nos dijeron que no estaba el gobernador Victorio Calabró, hombre de la UOM y de Lorenzo Miguel, que había sucedido forzadamente a Oscar Bidegain. Pero tampoco había algún ministro o un secretario, ninguna autoridad política ante quien hacer alguna denuncia. No había nadie, pero no había “vacío de poder”. La ciudad estaba en manos de la Triple A, íntimamente emparentada con la Policía Bonaerense. Y semejante “liberación de la plaza” tenía como objetivo –nos quedó claro de inmediato– que las bandas parapoliciales actuaran con total impunidad secuestrando y matando a nuestros compañeros. Comprendiendo la difícil situación decidimos no hacer una masiva convocatoria para despedir a los nuestros.[4]

Recordemos también, ya que de memoria se trata, el pacto Alfonsín-Isabel. Este acuerdo entre cúpulas entre los dos principales partidos burgueses desnuda lo poco que las vidas obreras y de los luchadores interesan al personal político de la clase explotadora. Y este desprecio por los compañeros incluye los líderes democráticos y del “campo popular”. El diario Página/12, insospechado de antiperonismo, publicó en 2007 los detalle de ese pacto:

Poco antes de las elecciones, el Congreso partidario había elegido a Isabel como presidenta del Consejo Nacional, un cargo que imaginaban decorativo una vez que Italo Luder ganara la presidencia. Pero luego de la derrota la expresidenta pasó a ser la principal autoridad partidaria y objeto de deseo del gobierno. En un reportaje al New York Times, Alfonsín se esperanzó con que Isabel fuera capaz “de controlar a los dirigentes sindicales más militantes” y a un grupo de periodistas franceses les dijo que a partir del regreso de la expresidenta podría tener un interlocutor único en el archipiélago justicialista. A través de la embajada en Madrid, el gobierno ofreció a los colaboradores de Isabel garantías políticas y económicas para su retorno al país. En la madrugada del 18 de mayo la Cámara de Diputados votó la ley de reparación isabelina. Desde las 62 Organizaciones, Miguel denunció que el gobierno quería dividir al peronismo, que no pudo oponerse a la sanción de un instrumento que beneficiaba a la viuda del fundador. El artículo 2 dice que “los jueces carecen de legitimación para juzgar a las autoridades constitucionales destituidas por actos de rebelión, por ausencia del presupuesto representado por el desafuero parlamentario o juicio político previstos constitucionalmente”. Todos los jueces, no sólo los de facto, y por toda la eternidad. […]

La amnistía oblicua a favor de Isabel no cubriría sólo los delitos patrimoniales sino también a los crímenes de la Triple y se preguntó qué ocurriría si algún juez la citara para pedirle explicaciones o recibirle declaración indagatoria. “Del articulado del proyecto surgiría la imposibilidad de concretar tal citación, lo cual impediría toda investigación al respecto”. Las actas institucionales podían ser derogadas, por decreto o por ley, pero las amnistías no pueden ser individuales. Si lo que se pretende es un indulto, el Poder Ejecutivo puede dictarlo. “Por la amnistía cesa la condena y todos sus efectos, con excepción de las indemnizaciones y de la obligación de reintegrar lo defraudado.” Por el indulto (que Alfonsín ya había dictado respecto de la inhabilitación) se extingue la pena, pero no las indemnizaciones derivadas del delito.[5]

Y no olvidemos el Rodrigazo, ese acontecimiento tan escurridizo para la memoria militante del campo popular. En mayo de este año, dijo La Nación:

El 4 de junio de 1975 murió la movilidad ascendente; fue olvidada la patria de los ganados y las mieses, forjada por criollos y millones de inmigrantes; se enterró el sueño de la educación pública, nervio motor de una transformación que asombró al mundo, y se anidó en el espíritu de los argentinos el temor al futuro. No se trató de índices de inflación, devaluaciones o transferencias inéditas de riqueza entre sectores: se trató de la ruptura del contrato social entre los argentinos y el Estado.[6]

También fue recordado, este año, por los empresarios que publican en el portal electrónico del Instituto Argentino para el Desarrollo Económico (IADE):

En marzo de 1975, el entonces ministro de Economía, Alfredo Gómez Morales, intentó una devaluación parcial y negoció con el FMI, pero no logró frenar el deterioro. Renunció a fines de mayo, y fue reemplazado por Celestino Rodrigo el 2 de junio, un técnico sin trayectoria política, cercano a José López Rega.

Dos días después de asumir, Rodrigo anunció por cadena nacional un paquete de medidas de shock que sería conocido como “el Rodrigazo”. El eje fue una drástica devaluación del 100% del tipo de cambio, combinado con fuertes aumentos en las tarifas de los servicios públicos (el combustible aumentó 180%, la electricidad 75%, el transporte, 70%, entre otros) y la liberalización del resto de los precios. Por el contrario, impuso un tope de aumento a los salarios del 45%.

El efecto fue inmediato y devastador. La inflación mensual, que era del 3,9% en mayo, saltó al 21,1% en junio y alcanzó el 34,7% en julio. En los meses siguientes se mantuvo en niveles sumamente elevados, lo que llevó a que la inflación para fin de año fuera del 335% anual. Esto provocó una caída del salario real en torno al 30%.

La reacción sindical no se hizo esperar. Apenas anunciadas las medidas, la CGT convocó a una huelga general el 27 de junio, la primera contra un gobierno peronista. Luego vendría otra huelga de 48 horas el 7 y 8 de julio. El gobierno perdió el control: el ministro de Trabajo renunció, se desautorizaron los techos salariales y Rodrigo tuvo que dejar el cargo el 21 de julio, apenas 49 días después de asumir.

El caos económico se combinó con una creciente ingobernabilidad. Entre julio de 1975 y marzo de 1976, Isabel Perón enfrentó paros constantes, rebeliones provinciales, presión militar y un clima de vacío de poder, que finalmente culminarían en el Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 por parte de las Fuerzas Armadas.

Un impacto que llega hasta nuestros días

El Rodrigazo marcó un hito en la historia de la economía argentina. No solo le puso un fin abrupto al modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), sino que marcó el inicio de la inflación crónica en Argentina. Como referencia, entre 1960 y 1974 la inflación promedio fue del 28% anual y la economía creció a un ritmo del 4,5% por año, mientras que entre 1975 y 1990 la inflación promedio fue del 595% anual y la tasa de crecimiento fue nula.[7]

Anticomunismo: las palabras y los hechos

Semejante silencio activo, ejercitado fundamentalmente por los foros de memoria adictos al partido del orden burgués (el peronismo), no es una cuestión del pasado. Hoy el peronismo reclama el apoyo de la población y se ofrece como alternativa democrática al “gobierno fascista” de Milei.

Vemos, como mínimo, tres ocultamientos en esa oferta.

En primer lugar, la democracia existente es burguesa. Se trata del régimen de gobierno más conveniente para el capitalismo, no de una forma abstracta inventada por los griegos hace 2.500 años como la mejor sociedad posible y deseable. Es un entramado institucional parido por la burguesía en el poder, cuya función consiste en garantizar la integración de los distintos compradores y vendedores de mercancías en esta sociedad, basada en la explotación de una clase por otra[8].

En segundo lugar, el fascismo se parece mucho más a los años de gobierno peronista (años escondidos cuya impunidad sigue siendo sostenida por el peronismo), a su reguero de sangre de luchadores, a sus exilios forzados, a sus amenazas y sus bombas, que al “Protocolo anti-piquete” de Patricia Bullrich[9].

Y en tercer lugar, la impunidad que consiguió el peronismo, la impunidad que el peronismo sostuvo desde el regreso de la democracia, primero salvando a la burocracia sindical colaboracionista, a Isabel y la Triple A, del juicio y el castigo; luego indultando a las Juntas; más tarde, protegiendo a César Milani y, mientras tanto, escondiendo los Archivos durante cuatro gobiernos[10]; esa impunidad, decíamos, continúa con este ocultamiento.

No encontramos ningún motivo de conveniencia para avalar la impunidad, ni total ni parcial. Ninguna razón para participar del negacionismo, ni completo ni sesgado. Ningún argumento para salvar asesinos y torturadores, ni militares ni civiles. Susana Zaldúa, hermana de una de las compañeras asesinadas por la Triple A, recordó en la revista Socialismo o Barbarie:

En pleno centro de La Plata, cerca de la Catedral, un comando de la Triple A los secuestra y los traslada a la seccional policial de la calle 56, entre 13 y 14, donde golpean brutalmente al Laucha. Tanto lo golpearon que “no se lo pudo velar con el cajón abierto porque tenía destrozada la cara”. Inmediatamente los trasladan a La Balandra, un descampado de Berisso y los acribillan a balazos. “Adriana, cuando vamos a reconocer su cuerpo, tenía 79 balas. Con Itakas fueron fusilados. Estaban todos dentro del auto, menos Ana María Guzner, que estaba fuera del auto”. “Asesinada a balazos, fuera del auto”, repite Susana como para convencernos de que no escuchamos mal. Los diarios del momento titulan: “Aparecieron cinco cadáveres en La Plata”.

“A la mañana nos avisan que ninguno de ellos había ido a dormir, por lo tanto comenzamos la búsqueda. Y durante el transcurso del 5 fuimos notificados de que aparecieron los cadáveres. El 5 a la mañana, enterado de la desaparición de Hugo un compañero llamado Oscarcito Lucatti, que trabajaba con él en Obras Públicas, va al local del partido, porque iba a haber una asamblea. Hacen el volante y salen del local Dicky Povedano, que era dirigente de Previsión Social, Patricia Claverie, una pibita de la juventud, que venía a estudiar a La Plata, creo que era oriunda de Bahía Blanca y Oscarcito. Los tres salen del local, que está en pleno centro de La Plata, a dos cuadras de la Plaza San Martín, donde está la gobernación. A media cuadra de allí, en 8 entre 54 y 55, los interceptan en un auto, delante de un montón de transeúntes, y desaparecen. Horas más tarde son encontrados en las afueras de La Plata, con las manos atadas atrás, típico asesinato de la Triple A, y acribillados a balazos los tres compañeros”…

“La Plata estaba en manos de la Triple A”, asegura Susana y nos ilustra: “Inmediatamente que nos enteramos de los primeros cinco muertos, la dirección del partido y mi familia van a entrevistarse con Calabró. No está. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Calabró, no está. Piden por el vicegobernador, no está. Piden por el ministro, no está. Van a ver al jefe de policía, tampoco está. No había absolutamente nadie. Sólo una secretaria. De modo que en La Plata no había ninguna autoridad. Absolutamente ninguna autoridad”.

“Hacer un velorio era peligroso porque la Triple A patrullaba la ciudad con los famosos autos sin patente. Y en principio discutíamos que era muy peligroso”. Pero la bronca pudo más y el velatorio se hizo. Del velorio participaron también trabajadores de Petroquímica Sudamericana y del ministerio de Obras Públicas. Estos últimos sostuvieron un paro de 72 horas para presionar por el esclarecimiento de los asesinatos.

“Yo creo que el ataque era a todo el que se oponía a los planes económicos del gobierno, que en última instancia fueron la antesala de lo que estamos viviendo hoy. Porque necesitaron aniquilar a esa vanguardia, para poder aplicar los planes después con todo. Entonces, todos los que se oponían evidentemente podían ser blancos de un ataque”.

La Triple A era solventada y dirigida por el gobierno nacional. En ese momento estaba Isabel Martínez de Perón. Susana busca un diario de la época. En la portada del diario El Día del 6 de setiembre de 1975 dice: “Asesinaron a tres mujeres y dos hombres” en alusión a la Masacre de La Plata. En la misma portada: “Contactos con la banca privada emprenderá el Dr. Cafiero en Nueva York”. Susana se enfurece y agrega “Cafiero hoy plantea ser el adalid de la ética y la moral, pero en el ’75 no dijo absolutamente nada por el accionar de las bandas fascistas. Es más, formaba parte de su gobierno… por eso es muy importante no olvidar, hay que tener memoria y saber que estos políticos hoy reciclados también formaban parte de ese gobierno”.[11]

Eso es anticomunismo: el de la Alianza Anticomunista Argentina. No el anticomunismo discursivo de Milei, que llama “comunismo” a todo estatismo burgués. Anticomunismo es el del secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición. Crímenes perpetrados por bandas parapoliciales que salían, armadas y en sórdido homenaje a George Orwell, en camionetas desde el Ministerio de Bienestar Social. Eso es anticomunismo. No el de las palabras, sino el de los hechos.

Que el símbolo no esconda la cosa

Ya que esta nota tiene como pretexto el conteo de años, recordemos que tras el fin de la dictadura Jorge Rafael Videla vivió 30 años. De esos 30, pasó 5 en prisión efectiva bajo los gobiernos de Alfonsín y Menem, entre 1985 y 1990. El peronismo lo liberó sin que esto produjera crisis alguna en sus filas. Volvió a prisión durante 38 días en 1998 y pasó otros 5 años en cana bajo el gobierno de Cristina, cuando el viejo tenía entre 83 y 88 años de edad.

Se nos dirá que Néstor Kirchner descolgó un cuadro con el retrato de Videla e hizo caducar las “leyes de impunidad”. Pero esos gestos tardíos, publicitados como gestas triunfales, fueron apenas hábiles astucias del manual gatopardista: entregar, tras una insurrección popular, a unos octogenarios inútiles, salvando al partido que supo masacrar y salir impune.

Hoy ser socialistas es poseer pobres recursos. Así nos colocamos frente a enemigos poderosos. No lo elegimos, nos tocó esta época. Sin embargo, este enfrentamiento nos permite empuñar un genuino sentimiento de libertad y una auténtica sed de justicia, sobre una perspectiva de futuro coherente y racional. En cambio, el campo popular negocia olvidos. Nosotros no necesitamos olvidar por conveniencia. Para nosotros, los socialistas, la memoria es una deuda que se salda en el futuro. Sin mesianismo ni citas de Walter Benjamin. Sencillamente, no nos olvidamos. Los compañeros se esforzaron por algo, el socialismo. Nuestro homenaje consiste en proseguir el mismo esfuerzo.


[1]  Escribimos bastante al respecto. Por ejemplo, “¿La democracia burguesa en cuestión?”, “Éxito y fracaso de los votantes libertarios” y la entrevista a Carlos Loza “¡Abran los archivos!”.

[2]  De hecho, el 24 de marzo de este año, fue el gobierno de Milei, desde Casa Rosada, quien difundió este video a cargo de Agustín Laje con preguntas incómodas para el consignismo incólume del “Fueron 30 mil” que detiene su memoria el 24 de marzo de 1976 y omite denunciar la impunidad del peronismo.

[3]  Historizamos la “teoría del campo popular” en “El campo de los sueños: por qué la unidad del campo popular es contraria a la unidad de la clase trabajadora”.

[4]  Manuel Martínez, “A 39 años de la Masacre de La Plata”, publicado en Revista Herramienta

[5]  Horacio Verbitsky, “El pacto Alfonsín-Isabel”, nota publicada en Página/12 el 11 de febrero de 2007.

[6]  Alejandro Poli Gonzalvo, “El Rodrigazo y el fin del contrato social argentino”, nota publicada en La Nación el 13 de mayo de 2025.

[7]  Juan Manuel Telechea, “50 años del Rodrigazo: el día que se jodió la economía”, nota publicada en IADE en junio de 2025.

[8]  No queremos desviar la atención sobre el problema de la “memoria” que aquí presentamos. Pero tampoco queremos dejar pasar la ocasión para decir algo más acerca de la democracia burguesa. Hay dos aspectos a considerar, por decirlo de manera concisa y esquemática. Por un lado, la democracia burguesa es eso: burguesa. Se trata del régimen más adecuado para que los burgueses hagan negocios en igualdad de condiciones. Las campañas electorales son, en este sentido, el vehículo para comunicar, a cada fracción de la clase explotadora (y al resto de la población), qué fines se busca y con cuáles instrumentos se intentará alcanzarlos. Por eso las campañas electorales no difieren, en lo esencial, de cualquier venta en esta sociedad: hay que vender un candidato junto con una propuesta.

Por otro lado, se trata de un régimen que permite encuestar a la población en condiciones de votar para saber qué tan aceptable es un candidato con su propuesta. La llegada de Milei, contra Massa, contra Larreta y contra Bullrich, demuestra que hay un margen de acción para la sorpresa relativa (relativa, porque Milei no era un candidato antisistema, sino anti “casta”). Algunas veces, muy pocas veces entre largos ciclos de previsibilidad, una parte significativa de la sociedad decide caminar hacia lo desconocido. Eso ocurrió en las PASO 2023: un tercio de la población apostó por el candidato que menos se parecía al resto de la oferta.

De manera que la democracia burguesa es repudiable en tanto burguesa pero, atención, en tanto que es democracia no es dictadura ni fascismo. Esto es importante para orientarnos con un mínimo sentido de realidad y evitar que otros trabajadores nos vean como personas estrafalarias. Cuando se afirma “Macri, basura, vos sos la dictadura” o “El gobierno de Milei es fascista” no sólo se banaliza lo que es una dictadura y lo que fue el fascismo, sino que además se bloquean las vías de comunicación con los trabajadores que con toda sensatez no ven ningún régimen dictatorial o fascista.

Al contrario de esto que decimos, tanto el enfoque progresista como el trotskismo leen la democracia burguesa exactamente al revés: el parlamentarismo y la defensa leguleya del personal político de la burguesía (defensa de CFK, por ejemplo) muestran la fe en la democracia en tanto burguesa mientras que, simultáneamente, la insistencia en calificar al gobierno de Milei (no al régimen ni, mucho menos, al sistema) de “fascismo”, borra la faz democrática de este régimen.

[9]  “Como es sabido, el avance más significativo de la violencia paraestatal surgió de la propia interna del peronismo. Incluso antes de Ezeiza ya actuaban ‘patotas’ sindicales vinculadas a la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y a otros grupos peronistas de extrema derecha como el Comando de Organización (C de O), la Concentración Nacional Universitaria (CNU), la Juventud Sindical Peronista (JSP) y la Juventud Peronista de la República Argentina (JPRA). A ellos se sumaron los grupos parapoliciales que integraron la Triple A, ligada orgánicamente al poder político peronista; la antigua Alianza Libertadora Nacionalista, grupo peronista de extrema derecha fundado en la década del cuarenta, y otros de alcance local como el Comando Libertadores de América, vinculado al III Cuerpo del Ejército con asiento en Córdoba; el Comando Nacionalista del Norte en Tucumán bajo el control del Comando de la Brigada V de Infantería o el Comando Moralizador Pío XII y el Comando Anticomunista de Mendoza conectados con el jefe de la policía provincial. Estos grupos comenzaron a actuar contra otros vinculados a la Tendencia del peronismo; pero también, de manera más amplia, contra funcionarios del gobierno, militantes sindicales y obreros, políticos y militantes de las diversas izquierdas, parlamentarios de la oposición, abogados de presos políticos, intelectuales, periodistas y otros sectores no necesariamente contestatarios ni ligados a las organizaciones armadas” (Marina Franco, Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, 1973-1976, Buenos Aires, FCE, 2021, pp. 59-60). Desarrollamos las afinidades del peronismo con el fascismo en varias notas. Por ejemplo, a) “Camellos en Panamá: Borges, Perón y los peronistas”; b) “¿Dónde está el peligro?”; c) “Ante el ballotage: ¿Eterno resplandor de una mente sin recuerdos?”; d) “La Triple A: la original (e impune) creación asesina de Perón”; e) “24 de marzo, de memoria y de lucha: contra el negacionismo peronista”; f) “En sentido contrario a la burguesía…”

[10]  Vease la entrevista que le hicimos a Carlos Loza, ex detenido-desaparecido, obrero portuario y militante de los DDHH: “¡Abran los archivos!”

[11]  Entrevista a Susana Zaldúa, “Masacre de La Plata: Tras sus huellas”, publicada en Socialismo o Barbarie el 13 de julio de 2004.

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