Sencillito #78: CAMELLOS EN PANAMÁ (Borges, Perón y los peronistas)

Observa Borges que observa Gibbon que en el Corán no hay camellos. Cuando los peronistas hablan del peronismo sucede algo análogo: nunca mencionan el poder burgués. Si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del peronismo bastaría esa ausencia para probar su carácter: ese poder es lo único que guía a los peronistas y, de tan omnipresente, se les hace innecesario evocarlo.

En esa utilitaria y sistemática práctica de ocultamiento de la obviedad, casi ningún peronista se declara peronista pleno, sino siempre peronista lateral, chúcaro (cuando no redondamente identitario y singular, como si hubiera un peronismo para cada individuo y, aun, para cada deseo). Mediums que ven cosas que los demás no podemos ver. De ahí que sean capaces de revelarnos todo un mundo de realidades invisibles oculto detrás del mundo de visibilidades irreales que se nos presenta. Al menos, eso dicen. Siempre1.

Con motivo de los 50 años del fallecimiento de Perón, la revista Panamá publicó un dossier homenaje. Junto a otras seis notas (de similar imprecisión), hay una que intenta colgarse de Borges para enaltecer a Perón. La idea que motoriza «El político argentino y la tradición» (firmada por Martín Rodríguez y Pablo Touzón) es que se puede explotar una cercanía temporal (entre una conferencia de Borges y otra de Perón) para retorcerla y exprimirle posibilidades imaginarias.

Esa idea se pone en marcha, precisamente, en un momento histórico en el que el autor de Ficciones no ha perdido un átomo de su reconocimiento, mientras que el autor de Conducción política, aunque tiene calles y plazas con su nombre, no ha podido convocar a los trabajadores para su conmemoración. Veamos cómo funciona el artefacto publicado en Panamá.

El tiempo que separa «El escritor argentino y la tradición» de «La Comunidad Organizada» es mínimo. Borges planta ahí una semilla venenosa fundamental contra la gauchesca letrada: «lo popular» es un artificio que se escribe desde una torre de marfil y que se come las eses a propósito. Perón había plantado otra semilla: el presidente más popular de la historia argentina no escribe sobre «lo popular», perfila más bien una utopía sofisticada. Ambos textos se corresponden, ya leídos a distancia y con sus armas coyunturales depuestas. Comparten algo: son dos argentinos que buscan el lugar de esa argentinidad en la gran novela universal. La conferencia de Perón es de 1949, la conferencia de Borges es de 1951.

No vemos que Borges y Perón compartan objetivos ni el lugar desde el cual buscan alcanzarlos. Borges inventa una centralidad desde la periferia, una inclusión perturbadora en la tradición occidental sin el respeto esterilizante de quien pertenece al «centro del dispositivo». De esa tradición extrae con maestría la tensión entre la lógica y el sujeto. En lugar de pensarla como dicotomía y oposición, lo hace como proliferación indefinida y sobriedad paradójica. Atribuciones erróneas, anacronismo deliberado, duplicaciones de lo mismo que son lo otro, sorpresa monstruosa ante lo familiar, laberintos sin paredes, persistencias en el olvido, el destino como lo que nos encuentra desprevenidos y, a la vez, como aquello que es decidido, elegido voluntariamente.

(Digresión. Decir que el universo borgeano es frío resulta de una lectura dualista que no aceptamos: la idea de que la mente no es el cuerpo2. Y, por lo tanto, que las ideas no tienen temperatura. Sin embargo, los juegos textuales de Borges son fascinantes, excitantemente cálidos. Fin de la digresión).

La invención de esa universalidad lateral, orillera, engendrada en el margen, es una gran construcción literaria. Y Borges fue un escritor que, al instaurar –mediante un modo de escribir– ciertas reglas para un mundo en el que caben muchos mundos (como en Tlön), consiguió inscribirse «en la gran novela universal».

Todo lo cual no se traslada directa y necesariamente a la Argentina, que no es un relato literario, ficcional, sino un espacio de acumulación burguesa, una nación. Borges y Perón escriben, sí, pero modelan arcillas de naturaleza heterogénea. Y lo hacen desde lugares que son inconmensurables entre sí: la periferia cultural y el centro político, la literatura y el poder, Evaristo Carriego y Carl von Clausewitz, la heterotopía ficcional y el Estado burgués. Lo vemos entre los camellos tácitos de Panamá:

¿Dónde Perón dejó escrita su Utopía? Ahí. Perón está en el lugar que siempre sintió más cómodo, «el centro del dispositivo» que robó de Clausewitz. En el poder. Es 1949 […] Ahí, Perón lee la cultura occidental en un congreso filosófico en Mendoza, la base de su futuro libro. Como grabado en mármol. Tomándose demasiado en serio la tarea, pero con una ambición que delata una voluntad de pertenecer a una tradición cultural más vasta. La imagen solemne convoca en espíritu estos cincuenta años de ausencia: Perón lee su propia tragedia. No hay guiñadas de ojo, picardía, ni humor gauchipolítico, ni refranero sentimental, no dice que el peronismo es comer fideos los domingos con tu vieja. No es un peronismo para peronistas. En un texto breve hace uso de toda la cultura de Occidente. Proponía, como dice Borges, un «giro altisonante». Y lo hace también a la manera borgiana, entrando sin permiso al museo de Grecia, Roma y París y llevándose de ahí lo que considera necesario. Interviene las grandes obras de la filosofía occidental en un gesto audaz que vale mucho más –infinitamente más– que el resultado final a nivel teórico. Lo importante es el gesto, la impostura argentina de poder decir: todo esto también nos pertenece, porque a todo esto también pertenecemos.

Ninguna editorial comercial publicaría hoy «La Comunidad Organizada» porque nadie leería esa conferencia, comenzando por los peronistas. El poco valor autónomo del texto, por fuera de su relación con el poder, es el resultado de lo que hizo Perón en 1949. Ni siquiera los autores de la nota deben creer que un coronel golpista, que luego revalida desde el poder su estatus, necesita permiso para ingresar a algún lugar del país que gobierna. No hay «audacia» alguna en que un presidente organice un congreso filosófico y, sin formación profesional ni trabajos previos, se imponga sobre los eruditos que deberán aplaudirlo. Otra vez, el acierto de Gibbons y Borges: así como «prescindir del color local» confirma «lo verdaderamente nativo», así también estos lectores peronistas prescinden de lo central, el poder burgués, confirmando lo verdaderamente capitalista.

Entonces todo se transforma en relato fantástico y llamativa impostura: tener el poder, vivir para el poder, es lo mismo que no tenerlo. Un mecanismo indispensable para reubicar al peronismo, partido del orden burgués, en el lugar de la víctima. Gobernar y quejarse de los otros. Presumir de haber entrado con «gesto audaz» y ser el que despacha las invitaciones. Esa utopía, ese lugar imposible, sería el rasgo borgeano del peronismo. Maravilloso como artilugio literario. Nefasto como forma de garantizar las diversas modalidades del capitalismo argentino.

Aquel Perón payaba sobre los grandes temas. […] Rebuscado, inquieto, solemne. Bajo sus pies se moldeaba el barro que creía firme de su estructura: pronto debía revisar las bases de su modelo económico y aceptar el oxígeno de la inversión privada, incorporar a su diccionario la palabra productividad. Pero aún bajo ese gesto marmóreo había un hombre libre sin otra tradición que la cultura occidental. […] se colocaba en un lugar borgiano. «Creo que los argentinos podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas». […] Perón no quiere deconstruir Occidente. Perón quiere pertenecer a él.

La literatura no es la economía ni es las relaciones sociales. Borges habla de «tradición» y resuenan Chesterton, las kenningar, Babel, Whitman, Las mil y una noches, el coraje de Cruz, una perpleja enciclopedia china, las inscripciones de los carros… En cambio, cuando Perón habla de «tradición», lo que resuena es la defensa irrestricta de la propiedad capitalista, eso que el eufemismo «Occidente» delata más de lo que esconde. Aquí también colgar a Perón de la irrupción borgeana es pretender difuminar la dura y terrible explotación y anarquía del capitalismo mediante esos tenues pedacitos de «niebla griega», con sus brillantes sombras especulativas, sus paradojas acerca del tiempo, la nadería de la personalidad y los avatares de Aquiles y la Tortuga. Por esta razón, lo que en Jorge Luis Borges es una obra inagotable, ávida de interpretaciones, en Juan Domingo Perón es apenas un gesto, un simulacro:

El legado es el gesto. Perón perdura siempre bajo la astucia que escondía su necesidad vital: resguardar cierta autonomía en relación con la doctrina y ortodoxia que él mismo «fundaba».

Y para que el simulacro funcione es necesario hacer del defecto –no tener programa ni doctrina que no sean el poder político y el orden burgués– una virtud. En su ambigüedad, Perón prefigura todas sus encarnaciones posteriores: no sólo Menem y López Rega, sino también –utilitariamente– Montoneros. Porque la ambigüedad en las ficciones no produce el mismo efecto que la ambigüedad en la conducción política:

Si escuchamos otra entrevista, la de Pino Solanas a Perón, podemos oír que está más agarrada a la ansiedad revolucionaria de la época. El cineasta colaba sus placas temáticas como una interpretación forzada de lo que Perón decía. «Socialismo argentino para los argentinos», cuando Perón trazaba la metafísica del hombre de la pampa, y no de un vietnamita. Con Perón, a través de Perón, se pudo crear el mayor movimiento obrero organizado y su secreto clasista: sin «conciencia de clase». Cuando Perón dice en sus propios términos, sin concederle lenguaje a la época: «construir una comunidad donde prime el esfuerzo y no el sacrificio», Pino parece que traga saliva y le dice: «Claro, hablamos de socialismo nacional… ¿No?». Es su indagación insegura, porque, ¿quién era ese General?

En esa «indagación insegura» advertimos el efecto de una pragmática del lenguaje que no corresponde al plano de la literatura sino al terreno de la emboscada. El incauto no sabe dónde está tendida la trampa (si no ignora, directamente, que se la tendieron) hasta el fatídico momento en que cayó en ella. Las torsiones del discurso de Perón alentaron a la JP como las vagas frases de una sibila (agarradas a la ansiedad de la época) confirmaban los anhelos y temores de quienes consultaban al oráculo.

El General dejó que sobreimprimieran placas temáticas a sus dichos mientras preparaba lo que su presa (Pino y la izquierda peronista) no podía (o no quería) ver venir. Una vez en el poder, la curva trazada desde Ezeiza y Osinde hasta Videla y Massera, pasando por el Documento Reservado del Consejo Nacional Justicialista del 1° de octubre de 1973, no dejaría dudas acerca del contenido real del peronismo y los designios de su conductor. Pertenecer a Occidente, en términos políticos, significa la defensa del capital a como dé lugar.

El universo borgeano se bifurca y se comprime, propiciando y resistiendo las interpretaciones, multiplicando el intenso placer de descifrar cómo fue posible anudar una cuerda de arena o amonedar el viento sin cara. Por su parte, el discurrir peronista se abre a la «indagación insegura» con guiños campechanos, picardía criolla y refranero sentimental, para concluir, categórico e inequívoco, en la respuesta que recibió la periodista Ana Guzzetti, cuando en febrero de 1974 le preguntó a Perón qué medidas iba a tomar «para detener la escalada de atentados fascistas que sufren los militantes populares». Perón, viejo pero lúcido, respondió sin metáfora:

–Tomen los datos necesarios para que el Ministerio de Justicia inicie una causa contra esta señorita…

De esto también se cumplen 50 años. No es cuento. El registro en video está aquí (o aquí). Y no olvidamos.

NOTAS:

1 Véase la serie La discalculia peronista, que publicamos en (por ahora) cuatro partes: «El cómputo de las autopercepciones», «¡Ábaco, sí; IA, no!», «Apalear chanchos para detener la lluvia», «La muralla y los censos».

2 Para avanzar en el problema de la mente en el cuerpo escribimos estos «Apuntes para el problema de la conciencia».

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