¿DÓNDE ESTÁ EL PELIGRO?

El capitalismo argentino, tal como lo conocemos, resulta inviable. No funciona. Esto lo sabe más o menos cualquiera que viva en este país. Lo que no sabemos es cuál es su grado de descomposición, qué tan hecho mierda está. (Para eso estudiamos, por ejemplo, «su recurrencia histórica» en el curso a cargo de Cristian Caracoche y la situación del Mercosur en las charlas con Juan Romero).

Sobre este diagnóstico, el presente se nos aparece como el bucle de un torniquete: tras un gobierno de ajuste (CFK), otro gobierno de ajuste (Macri) y otro gobierno de ajuste (Alberto), lo que viene es… un gobierno de ajuste. Se supone que, en el sistema capitalista, un ajuste se aplica para relanzar la acumulación. Pero en Argentina, no. En Argentina, un ajuste es el prólogo de otro ajuste, que a su vez es el prólogo de otro ajuste… y así. Un museo de la novela de la eterna degradación social.

El rol del peronismo ha consistido, como de costumbre, en hacer pasar esta situación sin mayores protestas. No es el gobierno de Alfonsín, con 13 paros generales. No es la reforma previsional de Macri, con 14 toneladas de piedra en el Congreso. Todo el peronismo, sus aparatos, la burocracia sindical, las patotas, los gobernadores, en fin, el multiverso peronista imbricado en el movimiento de masas esquiva, contiene, desvía o impide la iniciativa de la clase trabajadora para ocupar las calles en lucha contra el ajuste.

Por nuestra parte, quienes tenemos una situación un poquito mejor, nos hemos acostumbrado a la quietud, a la inmovilidad del televidente, a la contemplación de circunstancias horrorosas con la única reacción de una frase: «Mirá cómo vive esa gente». Casi como en esa antológica escena de Brandoni en Esperando la carroza: «Qué miseria, che. Qué miseria…». Una parte de la clase trabajadora mira –a través de la ventana o de una pantalla– a otra parte de la misma clase, demencialmente empobrecida (Carlos Pagni, insospechado de marxismo, escribe en El nudo: «una multitud que vive en condiciones infrahumanas en suburbios interminables»), y esa parte de clase trabajadora piensa acerca de la otra: «Mirá cómo vive esa gente».

Allí anidaba una bronca soterrada. Tan soterrada que ni siquiera los movimientos sociales han hecho, en todo este tiempo, una movilización a la Plaza de Mayo: siempre a un ministerio, nunca a la Casa Rosada. Tanta bronca soterrada, contenida, estaba al acecho de una oportunidad. Y la encontró –por ahora– en una elección en la que esa bronca ha sido la protagonista principal del domingo 13 de agosto, aunque no lo haya sido en la narrativa de la prensa en los días posteriores: sobre 35 millones de personas habilitadas para votar, más de 11 millones no fueron. Casi un tercio del padrón no fue a votar en elecciones obligatorias. 1,5 millones votaron en blanco o impugnaron. Y poco más de 7 millones votaron a Milei. Es decir que, del 55% de los electores habilitados, el 21% votó a Milei y el 34% expresó rechazo o indiferencia (que es una forma de rechazo) a la participación electoral.

Milei consiguió muchos votos allí donde el Estado no funciona, está ausente o está presente para mal. En cambio, allí donde todavía quedan vestigios de Estado, Milei obtuvo pocos votos. (Argumentamos esto, con los números que salieron de las urnas, en «Los fenómenos morbosos más variados»). De manera que entre la abstención, el voto en blanco y los votos a Milei, interpretamos que el principal componente a tener en cuenta es una bronca gigantesca, profunda y extendida en el tiempo (décadas, generaciones) contra el estado de cosas, es decir, contra el Estado burgués. La semana previa a las PASO nos escupió en la cara un hecho macabro y ejemplar: los actos de cierre de campaña fueron sustituidos por el asesinato a golpes de una niña de diez años, Morena, atacada en la entrada de su escuela para robarle el celular; la zona estaba liberada, ninguna maestra sabía hacer reanimación cardiopulmonar (RCP), la ambulancia del SAME tardó 40 minutos en llegar. Este episodio siniestro exhibe que la presencia del Estado burgués es de ficción: no había policía, no estaban capacitadas las docentes, el sistema de salud no llegó a tiempo.

El domingo quedamos muy asustados quienes todavía tenemos alguna relación con el Estado. Y no quedaron tan asustados quienes no pueden preocuparse por el retroceso de lo que no está. O que, cuando está, es parte del enemigo: una «zona liberada» es el Estado burgués presente, en un pacto para que nadie impida los atentados contra la clase trabajadora. Porque el Estado burgués es un Estado de la clase explotadora. No es «la yuta». Es la organización del aparato represivo, administrativo, judicial, educativo, de salud… en manos de la clase burguesa. Y está quebrado, en retroceso, en extinción. Como toda nuestra sociedad, que se está extinguiendo.

La imperturbabilidad, virtud de la izquierda en Argentina

La izquierda demostró una virtud: su inmunidad ante cualquier emergencia de la realidad. Ser de izquierda es sacar 2,6%. Si la izquierda argentina participara en una elección en Nagasaki, en agosto del 45, sacaría el 2,6%. No importa si cayó una bomba atómica; no importa si la población sale a la calle y rompe todo; no importa si hay una hegemonía burguesa consolidada; no importa si los votos se reparten en tercios, en cuartos o si un partido saca el 54%; no importa si nadie vota o si todos votan… Ser de izquierda es sacar 2,6%. La consecuencia virtuosa de esta impasibilidad es que la izquierda mantiene sus dos diputados, su espacio electoral y los recursos asociados.

La contracara de esa virtud se expresó en las PASO: la izquierda forma parte de lo rechazado. Ejemplo ilustrativo es Jujuy, donde la izquierda obtuvo 50.000 votos justo antes de las movilizaciones contra la reforma constitucional e, inmediatamente después del conflicto, ese caudal se contrajo a 29.000 votos. Precisamente en la relación entre partidos que reivindican la tradición bolchevique y lucha de masas en las calles, donde se supone que el trotskismo inflama su capacidad de orientación y representación de los explotados, en tres meses la izquierda en el FITU perdió el 40% de los votos. ¿Cómo es posible? Vemos, como mínimo, dos razones: la izquierda defiende al Estado burgués, que una enorme porción de la clase trabajadora no quiere defender en este momento; y la izquierda participa de la distinción –rechazada en la figura de Milei– entre «ajuste bueno» y «ajuste malo»: quedar pegado al peronismo, considerarlo «lo otro de “la derecha”», es quedar pegado a lo que se rechaza.

El CONICET en campaña… por Milei

La marcha del CONICET el 18 de agosto es muy interesante para explicar cómo Milei va ganando, día a día, votos. Cuatro días antes el gobierno peronista ejecutó una devaluación tremenda: 20%. El aumento del lunes en la construcción se calcula en 9,2%: un solo día superó el aumento de las inflaciones mensuales desaforadas que ya teníamos. En esa misma semana en la que nuestro nivel de vida fue sacudido por una medida del gobierno de manera brutal, el CONICET marchó… contra un dicho. Hay una medida implementada, un hecho consumado, una realidad constatable y los científicos del CONICET marcharon contra un dicho: Milei dijo que va a cerrar el CONICET. Pero Milei no gobierna.

Movidas como esa marcha o como el cuestionamiento a personajes de historieta son el tipo de acciones sectoriales (por parte de quienes todavía defienden el usufructo del Estado) que provocan la indiferencia o el rechazo de amplios sectores de la sociedad hundidos en la miseria y la degradación.

Pero la cuestión no es que el CONICET emprenda acciones meramente corporativas y guiadas por el giro lingüístico, es decir, acciones más atentas a las palabras que a las cosas. La cuestión es que ser socialistas consiste en hacer todo lo contrario: sobreponernos a la mirada sectorial (puesto que participamos de alguna corporación), sobreponernos a nuestro interés particular, incluso en alguna medida ir en contra de nuestro interés personal, para defender un interés de clase social: qué afecta al conjunto de la clase trabajadora. Ser socialistas consiste en incluir a «esa gente» del «Mirá cómo vive esa gente». Esa gente que es, por ejemplo, la compañera del audio en el cortometraje que realizamos.

¿Fascismo? ¿O instituciones burguesas y barrabravas?

«¿Por qué el mercado no festejó el batacazo de Milei? ¿Acaso sus ideas no van en una dirección “pro-mercado”?», se pregunta El Economista. Y responde:

Al mercado no le disgustan las ideas de LLA, pero castiga la baja probabilidad de éxito en la ejecución de estas. Incluso haciendo una gran elección en octubre, LLA no poseerá un gran músculo legislativo y no tendrá ningún gobernador.

Sin fuerza institucional, el mercado considera que la probabilidad de lograr llevar a cabo el gran ajuste fiscal y la agenda de reformas que requiere el país disminuye considerablemente. Demostrar que pueden armar un equipo sólido y eventualmente tener la capacidad y voluntad de negociar con otras fuerzas políticas es menester para traer tranquilidad antes de octubre.

¿Y qué fuerza política posee, en Argentina, «músculo legislativo», «gobernadores», «fuerza institucional», «capacidad y voluntad de negociar con otras fuerzas políticas» y ha sido históricamente capaz de «llevar a cabo el gran ajuste fiscal y la agenda de reformas que requiere el país»? El peronismo.

Recordemos que en las elecciones de 1989, gran parte de la clase obrera eligió en contra de Eduardo Angeloz, cuyo discurso de campaña giraba en torno a la desregulación, las privatizaciones y el «lápiz rojo» que marcaba áreas deficitarias de la administración pública. Ganó Carlos Menem, que hizo todo eso pero no lo dijo en campaña. En otras palabras, se eligió en contra del candidato que decía que iba a hacer cosas terribles pero no sabíamos cómo. Y fue elegido el que hizo cosas terribles y no las dijo porque tenía cómo.

Para llevar a cabo una reestructuración del capitalismo como la que ejecutó el peronismo con Menem de presidente, hay que tener un poder institucional MUY grande. La CGT, las provincias, intendentes, jueces… En el presente hay que sumar dos elementos: el manejo de los movimiento sociales y algo que se nombra poco cuando se habla de «fascismo»: barrabravas. Si alguien quiere aplicar un plan sangriento necesita barrabravas. ¿Y quién tiene barrabravas? El peronismo.

Si estuviéramos amenazados por el fascismo, los grupos y organizaciones socialistas deberíamos pasar a la clandestinidad. Porque el fascismo no es una entidad subclínica: no es como el colesterol, del que no nos enteramos hasta que hacemos un análisis. El fascismo es un hecho constatable, a la vista: bandas armadas pegándole a los obreros. ¿Podríamos llegar a una situación así en algún momento? Sí. Pero será un hecho. El fascismo es un hecho. No una promesa. Es una fuerza que actúa en la calle. No algo de lo que nos enteramos, como si abriéramos el sobre del análisis clínico, cuando se abren las urnas.

Además, Milei no es fascista. Es liberal. Y el fascismo es estatista. Se lo compara con Bolsonaro pero, sean cuales fueren los deseos de Bolsonaro, no pudo evitar entregarle el gobierno a Lula tras las elecciones.

Pero Milei cumple con una necesidad del reformismo: como ya no hay que conquistar la democracia –porque hace 40 años que es esto, así funciona la democracia burguesa–, entonces conviene creer que la democracia está constantemente amenazada. Ora por un «golpe blando», ora por un «fascismo» inminente. De manera que siempre estamos en posición de «defender la democracia»… lo cual equivale, siempre, a una alianza con algún sector burgués pero «democrático».

Dos clases sociales, dos lecturas de las PASO

No hay lectura común de estos resultados de las PASO para las dos clases sociales. La burguesía tiene un plan homogéneo, que es «Ahora viene el ajuste». Sus discusiones son ritmo, consenso y amplitud.

El ritmo es la velocidad en la aplicación del ajuste. ¿Es rápido o lento? ¿»Primer tiempo» o «segundo», como dice Macri? ¿De un saque o es gradual? Para hacerlo de un saque, hay que abrir muchos frentes a la vez. Para hacerlo gradualmente, hay que desgastarse en innumerables escaramuzas. En cuanto al consenso, se trata de establecer el mejor plan para consolidar la hegemonía: ¿apoyar a Milei?, ¿unirse en el centro con Patricia?, ¿conseguir que gane Massa? Finalmente, la gran discusión de la burguesía concierne a la amplitud del ajuste por venir: ¿hasta dónde hay que sacrificar? Hay que aplastar a la clase obrera, por supuesto. Pero, también, hay que sacrificar sectores burgueses. Y no es fácil acordar quiénes tienen que caerse del bote.

Por su parte, del lado de la clase obrera nos ocurre algo casi poético, casi propio de la obra de Roberto Juarroz: la clase obrera está rechazando lo existente en su forma ausente. Es difícil positivizar el rechazo de algo que está pero en ausencia. Está porque no está. Cómo expresar bajo alguna forma positiva, cómo decir qué queremos, cuando lo que queremos es que se vaya aquello que está presente porque nunca viene.

¿Está el Estado en Rosario?

Sí.

Pero están matando gente todo el tiempo.

Sí, justamente, porque el Estado está y ha pactado con los narcotraficantes.

¿Entonces qué pedimos?

Más Estado.

¿O sea: más narcotraficantes?

No.

Entonces, ¿que se vaya el Estado?

Bueno, tampoco…

Esta falta de conexión se expresa en el Que se vayan todos, un cántico que difícilmente podía verse representado en consignas tan tibias como «La izquierda que se planta» o «La salida es por izquierda». Semejante nivel de rechazo y de enojo furibundo no podía expresarse en una tibia consigna para una elección de las tantas que han ocurrido en estos 40 años.

La idea del progresismo a lo Juan B. Justo también ha agudizado su crisis: la idea de que la sociedad se mueve «hacia adelante», progresa naturalmente y, en su avance, logra conquistas que la mejoran, incluye cada vez más amplios sectores de la población, los alimenta, los cura, los educa, y en ese progreso las ideas socialistas, las buenas ideas, moralmente superiores, van ganando terreno mientras las malas ideas, religiosas, anti-científicas, oscurantistas van perdiendo terreno y la sociedad es cada vez más culta, más educada, más sensible, más vivible… No. La sociedad capitalista no funciona así. Menos en Argentina.

Desde hace 40 años, lo que vemos es que una pequeña porción de la sociedad se eleva, se sofistica y se enriquece, mientras una amplia porción de la sociedad es expropiada y se embrutece, decae y se vuelve más enferma, más desposeída, con peores condiciones de vida… Esto ocurre en todo el planeta. Pero en Argentina ocurre de una manera particularmente acelerada.

Entonces vemos dos mundos: Galperín convive con los pibes venezolanos que pedalean para Rappi. Los countries, con los asentamientos. Vemos Nordelta y Guernica. Vemos la tercera copa del mundo y el Chiqui Tapia. Eso es el capitalismo. En términos sociales, se trata de una expropiación creciente que sólo se resuelve con una expropiación opuesta.

Por eso también las consideraciones de «izquierda y derecha» entran en crisis. Porque «izquierda» es una asociación extraña entre socialismo y progresismo. Pero el progresismo y el socialismo piensan y actún distinto. Por lo tanto, englobamos allí dos concepciones de la sociedad y dos maneras de hacer política que no tienen muchos puntos en común en momentos de crisis.

¿Qué hacer?

No debemos confundir masa electoral y vanguardia política. Masa electoral es aquello que se hace presente en las elecciones, movido por una actitud pasiva (cada dos años) y una concepción sentimental de la política. Vanguardia política es todo lo contrario: la institución de cierto grado de racionalidad, ir más allá de mi cuerpo, pensar en términos de colectivos mayores y en términos de acción: milito todo el año. La elección es un momento; la vanguardia actúa antes y después.

Nuestras acciones como Vida y Socialismo están dirigidas al entendimiento y la dirección de la vanguardia. Está claro que en las elecciones no hay ninguna posibilidad de incidencia de la izquierda. ¿Qué podemos hacer en este escenario? No luchar contra Milei cuando Milei no es gobierno.

Debemos convocar, llamar, a luchar contra el gobierno actual, porque ése es el camino para luchar contra el gobierno que venga. Si hacemos campaña para que Milei no llegue al gobierno, inevitablemente estaremos haciendo campaña para Masa o para Bullrich. ¿Quién más puede evitar que llegue Milei? ¿Solano? ¿Myriam? Hay sólo 3 candidatos con un tercio cada uno del electorado efectivo.

O bien, convocar, llamar, a luchar contra el ajuste. Lo ejecute quien lo ejecute. Ahora lo está ejecutando, como en los últimos 4 años, el peronismo. Milei dijo lo que va a hacer, eso es una ventaja. Pero no tiene los elementos institucionales para bancar, con hechos, sus dichos. El peronismo tiene el disimulo y la fuerza institucional. Milei es solamente un retoño del peronismo, uno de sus efectos.

Los dos son peligrosos. Pero nos atemoriza menos el discurso que la fuerza institucional. Nos asustan menos las palabras que los palos. Por eso, cuando nos preguntamos dónde está el peligro, nuestra respuesta se funda en la experiencia histórica –desde las telefonistas torturadas durante el primer gobierno de Perón hasta Mariano Ferreyra– y en el presente desolador. Nos asusta más el peronismo. Siempre.

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