EL PROGRESISMO DESASTRADO: Idealismo progresista y materialismo liberal

En una serie de programas que puede verse en YouTube bajo el título Causa parcial, Diego Sztulwark conversa con Juan Pablo Fernández Rojas. El primero interpreta el rol de un progresista entrado en años, culto y universitario, que vota al peronismo; el segundo es una suerte de intérprete, un traductor, del voto joven y proletario al liberalismo. No nos importa, a los fines de lo que intentamos pensar aquí, cuál es el grado de adecuación entre los actores reales y los personajes conceptuales que encarnan. Nos interesa el drama que se desenvuelve en la letra de lo que dicen.

En el episodio inaugural, «¿De qué está hecha la refutación al progresismo?», Fernández Rojas observa que vio a su padre arruinarse la salud durante décadas trabajando por poca o nula recompensa, de manera que no le parece «injusto» que entre sus aspiraciones juveniles se encuentre la de trabajar lo menos posible y la de no tener que ir a la universidad. Sztulwark se detiene en esto:

DS: O sea, ¿la universidad no es una aspiración sino que la aspiración es no ir a la universidad?

FR: La aspiración es no ir a la universidad y conseguir la mayor rentabilidad posible sin tener que hacerlo.

DS: ¿Porque la universidad sería vista como un tiempo en el cual uno tiene que comerse una serie de clases y de libros para ver si en algún momento eso da plata?

FR: Exactamente. Es apostar, también. ¿Vos qué sabés si vas a la facultad y te va bien? Te lo digo desde el punto de vista de los no amparados por la facultad. Porque si vos venís de una familia de abogados o de médicos, ahí ya sabés que te va a dar una salida, obviamente. Estamos hablando del resentimiento, ahora.

DS: Lo que estás diciendo es que el resentimiento es un sentimiento que tienen muchas personas que ya no creen lo que el progresismo les enseña sobre cómo apostar en la vida.

Analicemos poco a poco este duelo de interpretaciones. Porque mientras Sztulwark da por supuesto que la universidad es una aspiración indudable para el ascenso social, Fernández Rojas responde que ese juego progresista de «la igualdad de oportunidades» tiene las cartas marcadas de antemano: quienes provienen de familias burguesas o de la pequeña burguesía profesional poseen los medios materiales, la herencia cultural y los contactos familiares y extra-familiares que garantizan ora el desarrollo académico, ora la desocupación mantenida en virtud del capital acumulado por la familia. Sztulwark, sociólogo graduado en la UBA, seguramente conoce este pasaje de un texto clásico:

En las posibilidades de acceder a la enseñanza superior se lee el resultado de una selección que se ejerce a todo lo largo del recorrido educativo con un rigor muy desigual según el origen social de los sujetos. En realidad, para las clases más desfavorecidas, se trata de una simple y pura eliminación. El hijo de una familia de clase alta tiene 80 veces más chances de entrar en la universidad que el hijo de un asalariado rural y 40 veces más que el hijo de un obrero; sus posibilidades son incluso el doble de las de alguien de clase media.1

Se nos podría objetar que el libro de donde extrajimos la cita fue publicado en 1964 y que su blanco de crítica era el sistema educativo francés. Lejos en el tiempo y en la geografía, la investigación de Bourdieu y Passeron no tendría nada que decirnos acerca de la situación actual de la educación superior en Argentina a propósito de la desigualdad. Veamos entonces qué dice este informe elaborado por los analistas e investigadores del sitio Argentinos por la Educación, publicado en enero de 2022:

Apenas el 12,4% de los jóvenes del decil más bajo de ingresos cursa estudios universitarios en Argentina, mientras que en el decil más alto, el 46,0% de los jóvenes accede a la universidad. Las desigualdades se profundizan a medida que avanzan las carreras: en los últimos años hay mayor concentración de estudiantes de los sectores de mayores ingresos. […]

Más allá del ingreso a la universidad, las cifras muestran que, a medida que avanza la carrera, los estudiantes que permanecen en la universidad pertenecen a los deciles de mayores ingresos, mientras que los estudiantes de los deciles más bajos tienden a representar un porcentaje cada vez menor de la población universitaria.2

O bien se trata de una casualidad entre las citas textuales, o bien se trata del síntoma de una regularidad histórica y social. No negamos que existan las casualidades pero pensamos que, en este caso, se trata de una tendencia internacional engendrada por la manera en que se organiza la sociedad capitalista.

Volvamos al diálogo de Causa parcial, porque Fernández Rojas agrega que esa situación material que inutiliza la aspiración a estudiar en la universidad –situación anclada en las relaciones sociales del sistema capitalista y su división en clases: una poseedora de los medios para producir y otra desposeída de ellos– provoca en el cuerpo una pasión políticamente atendible: el resentimiento de clase. En sí mismo, como toda pasión, el resentimiento de clase no conduce necesariamente a la creación colectiva y razonada de un proyecto político. Sin embargo, en su inmediatez brutal, nos recuerda que la división en clases sociales es deplorable siempre, que no hay que confundir las reivindicaciones y conquistas de la clase explotada con las medidas de gobierno de los explotadores. Y que jamás da lo mismo apoyar a los explotadores que defendernos de ellos.

Pero Sztulwark interpreta el materialismo expuesto por Fernández Rojas en términos de «un sentimiento que tienen muchas personas que ya no creen lo que el progresismo les enseña». Es decir, mientras Fernández Rojas habla de obstáculos reales, efectivamente existentes, que impiden a «los no amparados» acceder a los bienes que son naturalmente propios de «los amparados», y mientras declara que esa realidad provoca el resentimiento de clase, Sztulwark lleva el asunto al delicuescente cielo de las creencias, no a la tierra dura de los datos objetivos (que son los que muestran Bourdieu, Passeron y Argentinos por la Educación). En las palabras de Fernández Rojas, el resentimiento nace de la experiencia vivida. En la interpretación de Sztulwark, amplias capas de la clase obrera experimentarían la vida no directamente sino a través de «lo que les enseña el progresismo», de tal manera que para estas capas el sentimiento sería provocado por un abandono de la creencia en el relato progresista, no por la realidad.

FR: Tenías dos discursos para un chabón de Bajo Flores pobre: o estudiás y te va a ir bien (o vas a tener la oportunidad de que te vaya bien, ¿no?), o te dedicás a laburar 30 años asalariado. Y hubo un tiempo en el que –desde el progresismo, desde la izquierda…– el trabajar era algo valioso: si sos un obrero sos algo valioso para la sociedad, porque sos el cuerpo de las revoluciones. Pero hoy sos otra cosa, no querés ser cuerpo de revoluciones: querés vivir bien, me parece.

DS: ¿Vos no sentís que una de las novedades de esta situación es que la sociedad se difumina, que estás muy solo en las apuestas, en los cálculos…?

FR: ¿Que individualiza al sujeto, decís?

En este esfuerzo de Fernádez Rojas por interpretar al propio Sztulwark, lo que «individualiza al sujeto» son las relaciones sociales impuestas por el sálvese quien pueda. (Nadia Ángela Viraca lo expone nítidamente en el cuarto programa de la serie, «Argentina cada vez más villera», minuto 27:42). En cambio, Sztulwark expresa que son las aspiraciones de los individuos que «eligieron libremente» el camino de las apuestas online, las monedas electrónicas o la timba financiera mediante aplicaciones del smartphone, las que «difuminan» a la sociedad y conducen a la soledad. En otras palabras, mientras Fernández Rojas plantea el problema en términos de una estructura social que «individualiza al sujeto» y lo pone en competición con otros por una tajada del dinero que se mueve en el mundo, Sztulwark intenta plantearlo en términos atomísticos o moleculares, como si las decisiones de estos individuos (junto a otros elementos «epocales»: el avance de «las ideas y valores» de «la derecha») fueran las que (ahora, en 2024 y no desde el nacimiento de la sociedad capitalista) difuminaran los lazos sociales, desvaneciendo en el aire todo lo sólido.

DS: Sí pero lo individualiza y te pregunto: ¿y lo deja muy solo? Porque, finalmente, las cosas que habría que calcular en la vida es: afectos, amores, quién te banca si estás en un problema de salud, en un problema de depresión… Todas estas cosas, ¿no son importantes? Seguro que sí, pero ¿cómo crees vos que entran en el cálculo?

FR: Yo creo que, en tanto discurso –y no creo que sea verdad–, te está diciendo que si conseguís el éxito económico, todo eso lo vas a tener garantizado. Viene con la ganancia: vas a conseguir afectos, vas a conseguir salud, vas a conseguir estabilidad, vas a conseguir muchas cosas que vos ves afuera. Las ves. Y aspirás a vivir acá [señala por encima de la medianera, hacia afuera], donde vive Bullrich.

Mientras Sztulwark enumera los valores del amor y la afectividad, como si vivir en la calle, revolver contenedores de basura o deslomarse por dos mangos en la informalidad fueran asuntos secundarios en comparación con «tener a alguien que te banque si estás deprimido», Fernández Rojas clava una bandera materialista que todos los socialistas defendemos: quiere vivir bien. Pero, desde 1991, ni el capitalismo gobernado por peronistas (28 de los últimos 33 años) ni el capitalismo gobernado por la Alianza (1 año) ni el capitalismo gobernado por Cambiemos (4 años) le permitieron vivir bien a millones de Fernández Rojas. Tampoco lo permitirá el capitalismo gobernado por La Libertad Avanza.

En este punto nos preguntamos, lateralmente, por qué la izquierda del FITU no pudo decir en campaña que el problema no es quién gobierna en particular sino el sistema capitalista en general. Nuestra respuesta a esta pregunta se encuentra desarrollada en los editoriales que publicamos: porque la izquierda incluye al progresismo, que apoya al peronismo y rechaza la ciencia.3 Este problema tiene un principio de solución: hay que abandonar esa izquierda y rechazar al peronismo para concentrarnos en el socialismo como planificación racional de la vida social. Tenemos que aprender a escuchar a los Fernández Rojas. Sólo desde ahí podremos sostener un diálogo auténtico (no uno de sordos) y, eventualmente, exponer en qué sentido pensamos que la única salida razonable para vivir bien estriba en la hipótesis socialista.

El giro idealista del progresismo salta a la vista en su esfuerzo por escapar a las objeciones materialistas del liberalismo de Fernández Rojas violentando la explícita aspiración a «vivir bien», a vivir bien «acá, donde vive Bullrich» (con ostensible indicación manual más allá de la medianera), para convertirla en un asunto de «valores». Sztulwark empuja las palabras que señalan carencias concretas y que exigen soluciones urgentes hacia el brumoso espacio moral, espiritual, inmaterial de los valores. Llamativamente, Fernández Rojas es inequívoco en sus dichos: no quiere los valores o las ideas de Bullrich, quiere la casa de Bullrich, el barrio de Bullrich, la vida de Bullrich. El problema no es moral ni ideológico sino económico y político.

DS: Eso es otro tema, ¿no?, porque si yo escucho el discurso del resentimiento, hubiera creído que el resentimiento no se identifica con los valores de la clase dominante. Pensaría que los rechaza. Milei tiene una mirada, por ejemplo –y yo no creo que Milei sea un miembro de las elites, de la oligarquía–, pero yo lo miro y veo que hay una genealogía de miradas. Ahí está la mirada de Cavallo. Son los mismos ojos, la misma mirada, la misma creencia loca de que el mercado va a resolver todo. Y me cuesta mucho pensar que una generación nueva, que hace del resentimiento al presente una agitación, de repente apuesta a esa mirada.

FR: Pero vos, ¿cuál creés que es la imagen de Cavallo que quedó? Vos estás desde el lado progresista, ¿no?, y ¿creés que la imagen de Cavallo que quedó es la del que reventó al país en el 2001, la del que volvió como ministro, etc.?

DS: Yo puedo sacar el Página/12 y leerte. Y decirte: «Mirá, el tipo fue funcionario de la dictadura, estatizó la deuda, después participó de las privatizaciones, destruyó el patrimonio público, liquidó legislación laboral, liquidó industria nacional… Digamos, es un protagonista de la destrucción de todo un sentido colectivo de la vida y ni qué hablar del mundo popular (la desocupación a la que llegó, etc.). Pero sé que eso es leerte Página/12. Y estamos hablando de otra cosa: cómo el agite va interpretando los signos que le gustan.

FR: Yo soy inmigrante y vine en el 94. Era un bebé, cumplí 1 año o 2 años acá. Cavallo es la razón por la que vino mi familia acá.

DS: ¿Es la condición de posibilidad o es la razón?

FR: En este caso serían las dos cosas. No venías a buscarlo a él pero gracias a él viniste. Yo soy boliviano y mi viejo se mandó acá porque Argentina era el país de la oportunidad por el 1 a 1. Y mi viejo no es alguien de la elite, no es alguien burgués ni oligarca. Se recontra cagaba de hambre en Bolivia, con un pasado de militancia de izquierda obrera originaria, tenía que «levantar» 5 pibes, tenía que mantener 5 chabones. ¿Qué significa que vengas, en los 90, y la razón sea Cavallo? Que la razón sea Menem, que la razón sea el 1 a 1, que la razón sea el mercado, el capital y la privatización. ¿Por qué?

La memoria selectiva de Sztulwark observa que Cavallo «participó de las privatizaciones, destruyó el patrimonio público, liquidó legislación laboral, liquidó industria nacional»… pero omite decir dentro de qué fuerza política realizó esa participación. Se trata de la fuerza política que gobernó durante esos diez años, ganando cinco elecciones consecutivas y que fue capaz de instrumentar una reestructuración del capitalismo argentino que ni la dictadura de Videla pudo lograr: el peronismo.

Es más: lo primero que Sztulwark señala es que Cavallo «fue funcionario de la dictadura», omitiendo que el peronismo le aportó 180 intendentes a la dictadura de Videla. Omite también que la dictadura tuvo como prólogo macabro y modelo a sistematizar el accionar de los escuadrones de la muerte de la Triple A, organizados por Perón y López Rega. Omite también, por ejemplo, que el peronismo arregló la amnistía para los milicos si ganaba las elecciones del 83. Omite que el peronismo estuvo en contra de la Conadep, en contra del Juicio a las Juntas y que pactó gobernabilidad para Alfonsín a cambio de que no se investigaran los crímenes de la Triple A. Omite que el peronismo indultó a Videla, Massera, Galtieri y demás milicos en 1989 (y que recién en 2005 el peronismo canceló las leyes que los protegían, cuando Jorge Rafael Videla tenía 80 años). Omite que Maxi Kosteki y Darío Santillán no fueron ejecutados por la policía de Carolina Píparo, sino por la del peronista Felipe Solá. Omite que cuando Julio López fue desaparecido bajo el gobierno peronista de Néstor, no fue Pato Bullrich quien dijo: «Estará tomando el té en la casa de la tía». Fue el peronista Aníbal Fernández. Omite que al militante socialista Mariano Ferreyra no lo mató una genealogía de miradas ni un discurso de odio, lo mató una patota sindical peronista. Omite que no fue Javier Milei quien promulgó una ley antiterrorista y puso en marcha el Proyecto X para espiar organizaciones sociales: fue Cristina Fernández. Omite que no fueron Villarruel y Lemoine quienes dieron la orden para incendiar los ranchos en Guernica y pasarles la topadora; fueron los peronistas Axel Kicillof y Sergio Berni. Omite la banalización de la ESMA por parte del peronismo, con «asaditos de la alegría» organizados por La Cámpora y festivales de cumbia con Sudor Marica. Omite que fue la Jefatura de Gabinete de Alberto Fernádez, a cargo del candidato a vice que Sztulwark votó al votar por Massa, la que le cedió el crematorio de la ESMA (donde incineraban los cadáveres de nuestros compañeros desaparecidos) al Club River Plate para hacer negocios y deportes.4 La memoria selectiva de Sztulwark es una suerte de anti-Ireneo Funes: olvida minuciosamente.

DS: Lo estás explicando muy bien. Porque en ese momento significaba realizar materialmente cosas que en la Bolivia de esa época no se podían realizar.

FR: Bueno, ¿por qué ahora un pibe no puede aspirar a eso?

DS: Sí que puede. Y es una especie de refutación que, cada tanto, las derechas le hacen al mundo de los progresismos, populismos o las izquierdas. Lo que pasa es que para mí es inevitable decirte: «Pero querido Pablo, en Bolivia, en esos años, se destruyó todo el proceso de la minería»… Y quedo en un lugar invalidado.

FR: ¿Y qué quiere decir eso en lo fáctico?

DS: En lo fáctico quiere decir que si yo charlo con tu viejo, me entiendo más fácil que con vos. Porque piensa lo mismo que yo.

FR: Claro. Pero él te admitiría, en el fondo, «Sí, pero yo vine con Menem. No lo votaría pero vine con él».

DS: Yo con Menem tuve teléfono. Y era muy importante, yo hasta los 18 años no tuve teléfono. No había manera de tener teléfono y, cuando se privatizó, tuvimos teléfono. Pero el problema es: ¿hasta qué punto podés separar esa obtención de algo, que vos querés en el momento, de un proceso que te está desposeyendo más radicalmente?

Fernández Rojas pregunta «qué quiere decir eso en lo fáctico», en los hechos, en la experiencia concreta, en la vida material. Sztulwark huye hacia el campo lingüístico: «Si yo charlo con tu viejo, me entiendo más fácil que con vos». La dificultad del progresismo para enfrentar la realidad es extraordinaria. No obstante, Sztulwark reconoce que con Menem hubo beneficios concretos y duraderos (como el acceso al teléfono particular) para amplias capas de la población. Pero rápidamente sugiere que no se deben separar los beneficios inmediatos de los procesos «de desposesión» más radicales… ¿Y qué fue el ajuste de Duhalde que generó las condiciones para el gobierno de Néstor? ¿No fue un proceso de desposesión radical inseparable de los beneficios inmediatos que repartió el peronismo con Néstor y Cristina (no seamos ingenuos con este reparto, Cristina declaró enfáticamente que con los Kirchner los burgueses «la levantaron con pala»)? ¿Por qué en 2007 el peronismo intervino el INDEC para manipular las cifras de inflación, pobreza y PBI? ¿Por qué Kicillof, siendo ministro de economía de Cristina, se negaba a dar cifras de pobreza con la excusa de que se trata de una medida «bastante estigmatizante»? ¿Qué se pretendía ocultar?

Digámoslo de otra manera. En 1992, dos años antes de que Fernández Rojas migrara desde Bolivia porque allá su familia «se recontra cagaba de hambre», la pobreza en Argentina era del 20%.5 Hoy, 31 años después (de los cuales 27 fueron gobernados por el peronismo), la pobreza alcanzó el 45% antes de finalizar el mandato de Alberto Fernández.6 ¿No se ve el «radical proceso de desposesión» que acompañó los beneficios inmediatos y fugaces que Sztulwark reivindica cuando reivindica al kirchnerismo? ¿O acaso sucede que se otorga más relevancia al plano simbólico de los valores y derechos que al plano material de las necesidades concretas porque se da por supuesta la vida confortable que los Sztulwark disfrutan y que los Fernández Rojas reclaman?

El progresismo se encuentra absolutamente desorientado, sin astros que guíen su navegación a la deriva: Alberto Fernández festejó año nuevo por mil euros el plato tras abrir una caja de ahorro en Madrid; Sergio Massa declaró que el paro anunciado por la CGT es apresurado y se dispone a presentar en marzo un libro sobre su gestión como ministro de economía; Cristina Fernández come chocolates Rapanui en el Instituto Patria… Ni hablemos de Wado, Máximo, Larroque, Tolosa Paz, Manzur… Ante un progresismo totalmente desastrado, Juan Grabois juega al «¿Lobo está?» con sus dirigentes porque no tiene el coraje intelectual ni político de abandonar al peronismo, que nos trajo hasta acá.

El liberalismo comparte con el progresismo la confianza en que mediante reformas, ajustes y leyes, el capitalismo puede beneficiar al conjunto de la población. La refutación del progresismo está hecha de la misma materia que sus bienintencionadas ilusiones. Por eso el socialismo se opone a ambos: no es posible que el capitalismo le dé una buena vida a los casi ocho mil millones de seres humanos que hay en el planeta. Los liberales ponderan al mercado; los progresistas, al Estado. Por esto también el socialismo se opone a ambos: el Estado burgués garantiza la acumulación mercantil para el conjunto de la clase explotadora. El proceso contra Google por actividades monopólicas nos ofrece un ejemplo ilustrativo acerca del carácter burgués del Estado.

Una de nuestras tareas fundamentales consiste en escuchar con atención a nuestros compañeros de clase e identificar los puntos de contacto entre los límites del materialismo liberal y las posibilidades que abre la hipótesis socialista.

NOTAS:

1 Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron, Los herederos (Los estudiantes y la cultura), trad. Marcos Mayer, Buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p. 14.

2 Ivana Templado, Gabriela Catri, Martín Nistal y Víctor Volman, «Desigualdad educativa en el nivel superior».

3 EDITORIAL N° 5: «La hipótesis programática (Un debate ausente en la izquierda socialista)». EDITORIAL N°6: «La dignidad en el rechazo a las propuestas miserables». EDITORIAL N° 7: «¿La democracia burguesa en cuestión?».

4 Ver Sencillito #37: «LA E.S.M.A. Y EL NEGACIONISMO PERONISTA: Entrevistamos A Carlos Loza».

5 Julián Zicari, «Cuál fue la verdadera fábrica de pobres de los últimos 50 años», publicado en Ámbito el 7 de octubre de 2020.

6 Natalí Risso, «Agustin Salvia: “La pobreza aumentará entre uno y tres puntos en 2024″», publicado en Página/12 el 5 de diciembre de 2023.

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