A pocos días de las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), Sergio Massa consiguió la candidatura pero no los dólares. Consiguió la candidatura de unidad, lo cual generó cierta confianza en la burguesía (lo que se llama «los mercados»), que suma a la leve desaceleración de la inflación (que sigue alta pero el último mes no superó al mes anterior). Y no consiguió los dólares, porque el FMI espera los resultados del domingo: si a Massa le va bien en las PASO, recibirá 7.400 millones de dólares pre-acordados y podrá aumentar los impuestos a las importaciones como forma de estirar el gobierno, hasta el 10 de diciembre, sin devaluar. Si le va mal, la burguesía exigirá una devaluación que alivie las cosas para un eventual próximo gobierno de la oposición.
A último momento, Grabois ratificó su candidatura dentro del espacio peronista. Sirve así a dos estrategias. Por un lado, contener el drenaje de votos hacia la izquierda (algo poco probable) o hacia el rechazo (como viene sucediendo) de quienes que no encuentran en Massa más que lo que es: un ajustador feroz y camaleónico. Por otro lado, ofrecer al kirchnerismo alguna opción en estas internas frente al aparato peronista más tradicional. Es difícil destejer la maraña de acuerdos y traiciones que estas jugadas suponen. Como suele decirse, el peronismo tiene un Día de la Lealtad y 364 para la traición. Sea como fuere, lo que Grabois no pudiera retener, en caso de un drenaje hacia la izquierda en las elecciones generales, comprendería apenas un plazo fijo, una forma de protesta coyuntural de peronistas enojados. Peronistas que volverán a reclamar ese depósito de inmediato, tras esas elecciones. No será una ruptura; será un préstamo sin opción. Porque su verdadera opción no estará presente en la presidencial pero seguirá actuando en la política nacional una vez transcurrida la fecha del sufragio.
La situación de Cristina es paradójica. Como principal dirigente de un espacio que ha gobernado muy mal, no saldrá ilesa de los resultados electorales. Y, a la vez, retiene la capacidad de ordenar al peronismo mediante el establecimiento de su fórmula más competitiva, el encuadre –sin mayores obstáculos– de su tropa (que no es lo mismo que encuadrar a sus votantes) y el diseño de las candidaturas que le aseguren conservar poder territorial en la provincia de Buenos Aires. Cristina ya no es la que era (una catalizadora de victorias peronistas) y, a la vez, sigue siendo la que fue (ninguna victoria peronista puede prescindir de ella, todavía).
En la vereda de enfrente, Bullrich y Larreta siguen compitiendo. Se mencionan mucho encuestas levemente favorables a Bullrich pero no se tiene en cuenta que, además del aparato porteño, Larreta ha realizado acuerdos con otros aparatos (como el de la UCR) que pesan a la hora de los bifes. Sea cual fuere el ganador, no se espera un próximo presidente que escape a estas 3 opciones: Massa, Larreta o Bullrich. El «cuco» Milei cumplió su función de agitar una propuesta extrema pero la propia burguesía se ha alejado de él: sus resultados en las elecciones provinciales han sido magros y ahora está empezando a sufrir los rumores y operaciones que lo van a acomodar muy probablemente por fuera de la segunda vuelta. En este marco de un consenso desarrollista (o «de centro», como le están llamando ahora) y rechazo burgués a las propuestas extremas, la izquierda argentina va a las elecciones como una pata integrada a esta estructura.
¿La salida es por «la izquierda que se planta»?
La denominación «izquierda» es amplia e imprecisa. No vemos su utilidad. Somos socialistas, nos definimos por nuestra propuesta de reorganización de los medios para producir en la sociedad a partir de un cambio en su propiedad. Porque este cambio de propiedad de los medios de producción, guiado por la satisfacción de necesidades humanas y no por la acumulación de ganancias, permitirá construir relaciones sociales fundadas sobre otras bases materiales.
Tampoco acordamos con la estructura organizativa de la izquierda socialista en Argentina (nos referimos principalmente al FITU). Ninguna discusión puede darse en profundidad si cualquier ínfima diferencia causa el alejamiento y la aparición de una nueva organización, reflejo de la original, centralizada y disciplinada. El carácter democrático carece de importancia cuando todo debate se canaliza mediante la ruptura. Y toda ruptura también carece de importancia cuando, luego, se sigue marchando en unidad para todos los acontecimientos políticamente relevantes.
Esa metodología hace inviable el debate. Y consideramos que un gran debate es necesario en la izquierda socialista. En primer lugar, para poner en cuestión la hipótesis programática que la sostiene. Las rupturas y los acuerdos tienen su motor inmóvil en las aproximaciones y expectativas de los dirigentes de cada agrupamiento disciplinado, tanto en el plano de la repercusión pública como en el plano de la obtención de cargos. Las idas y vueltas de los grupos, sus atracciones y repulsiones periódicas, son inexplicables sin considerar las especulaciones de ese tipo.
El conjunto de la izquierda clasista en Argentina se encolumna, cada 2 años, tras el FITU para las elecciones. Y para mantener esa regularidad, se prescinde de una construcción y un debate de fondo. El hecho de que tantas agrupaciones puedan, sin mayores inconvenientes, apoyar al FITU demuestra la coincidencia de fondo que hay en la estrategia y la hipótesis programática. Se debate sobre esencias (el verdadero, verdadero, trotskismo…) o sobre tácticas (intervenciones gremiales, paro de 24 horas o de 36, con o sin movilización…) o sobre eventos distantes en la geografía o el tiempo («paz ya», o «retiro de tropas previamente»…). No es que estos no sean o puedan ser temas importantes: es que se utilizan cuando no lo son para evitar reconocer que no existen razones de peso para contar con organizaciones diferentes.
Si existieran diferencias políticas de peso, en 12 años deberían haberles complicado la unidad del frente. Pero si esas diferencias son puramente funcionales a la existencia de agrupaciones separadas, se pueden cambiar unas diferencias por otras y seguir juntos. Se trata de diferencias tan insignificantes en relación a la estrategia general, que no justifican la ruptura. Pero justifican la imposibilidad de que exista un partido único. La realidad cambia, aparecen cosas nuevas, caducan las viejas, y siempre están en esa delgada línea entre la imposibilidad de unirse y la imposibilidad de separarse.
¿Qué es lo que está en juego en la interna del FITU?
En primer lugar, no cabe duda, una disputa por los cargos y por la publicidad. Pero ambas listas expresan algo más. Al menos en esta disputa del 2023, se han alineado dos trayectorias diferentes que vienen de larga data. Trayectorias diferentes, no tradiciones divergentes o programas distintos. Todo el FITU se encuentra desarticulado en organizaciones opuestas, enemigas muchas veces, pero carentes de diferencias políticas sustantivas: son trotskistas, reivindican el Programa de Transición, identifican al FMI como enemigo principal y llaman «derecha» a lo otro del peronismo. Cada una de esas organizaciones intenta desarrollar una estructura sindical propia y despliega, como en un teatro escolar, el narcisismo de las pequeñas diferencias.
En estas elecciones, la línea PTS expresa el «trotskismo liberal». Defensor de todos los derechos individuales y de las minorías en detrimento de las mayorías: fumar porro a pesar del drama social que representa la droga para los barrios más pobres de la clase trabajadora; el queerismo en reemplazo del feminismo como expresión política de los problemas de la mujer y, fundamentalmente, de la mujer obrera; la fragmentación de las particularidades y las «plurinaciones» en lugar de la unión de los proletarios bajo la bandera roja; el desarrollo de medios de comunicación modernos y amplios, y de métodos de organización para la izquierda propios de la democracia burguesa (como las PASO), más tributarios de la forma «ciudadanía» que los mecanismos de algunos partidos burgueses (como los radicales, que recurren a una convención que representa a los afiliados). IS se suma no por coincidir, sino para no quedarse afuera, porque la otra fracción tenía menos cargos para negociar.
Por su parte y aunque provengan de abstractas tradiciones opuestas (el altamirismo y el morenismo), el PO y el MST son el «trotskismo populista», asentado en el manejo de las cajas de organizaciones gremiales, sindicales o piqueteras. Su problema es que los aparatos territoriales generan un poder y una capacidad económica que no se transmite directamente a las elecciones burguesas. Y en éstas el PTS lleva las de ganar, porque es el terreno elegido para desplegar su estrategia: los derechos individuales del ciudadano.
¿El problema es el FMI o el capitalismo?
El FITU insiste con que el problema es el FMI, que condiciona las políticas del país. Pero hay dos maneras de «condicionar» desde la entidad financiera. Una es por la vía económica, como todo organismo de crédito que presta «a condición» de que se cumplan ciertos requisitos. Si el FITU se refiriera a esto, entonces el asunto no tendría nada de relevante para centrar en él la denuncia política: el FMI es una institución más, de todas las que componen la superestructura burguesa.
Pero si el FITU se refiere a que, por fuera de esa tarea crediticia, el FMI ejerce, políticamente, funciones de gobierno, entonces sería necesario explicar de qué manera lo hace. Porque esta caracterización eleva, acaso sin querer, por ejemplo, la figura de Néstor Kirchner a la de un revolucionario, ya que durante casi una década quebró ese condicionamiento y prescindió de los préstamos del FMI. Lo hizo de manera muy simple: pagó 9.810 millones de dólares con reservas de Banco Central, no para liberarse de una deuda financiera (ya que contrajo muchas otras a tasas mucho más elevadas) sino para emanciparse de una auditoría. A partir de entonces tuvimos que pagar intereses mucho mayores por los nuevos créditos a prestamistas directos y esto se hizo de la única manera en que se hace en el capitalismo: a costa de la plusvalía producida por la clase obrera en Argentina, es decir, a costa de nuestro sacrificio.
El mismo problema hallamos detrás de este episodio: la oposición de los legisladores trotskistas a la llegada de vacunas de EE.UU. (Pfizer) para defender la soberanía burguesa sobre el territorio burgués («la patria»), retrasando las soluciones que necesitaba la clase trabajadora. En el rechazo «anti-imperialista» a la burguesía de EE.UU., que implicó el favor a otras burguesías que ofrecieron peores ofertas (los créditos a tasas mayores del chavismo; las vacunas de Putin que no llegaron nunca), no parece que los sufrimientos de la clase obrera hayan sido más importantes para el trotskismo que la soberanía nacional burguesa. Consideramos que debemos unirnos por la clase, no por la patria.
El electoralismo del FITU
El electoralismo no reside únicamente en la importancia que reciben los puestos, el aparato legislativo y la presencia en los medios que otorgan las elecciones. Reside también en la sustitución del funcionamiento orgánico, colectivo y concreto de la militancia socialista por el funcionamiento atomizado, individualista y abstracto de la forma burguesa encarnada en instancias como las PASO. Este domingo, ¿decenas?, ¿cientos? de miles de militantes de las diversas agrupaciones de izquierda socialista nos vincularemos a través de esa instancia. Otro tipo de lazo debemos engendrar entre nostras y nosotros.
Algunas pocas agrupaciones, sobre todo guevaristas, rechazan esta participación electoral. Pero no por razones fundadas en la situación concreta del presente, sino por una cuestión de principios. El carácter revolucionario se mide, para estas organizaciones, según el nivel de aversión a la legalidad burguesa. Por lo tanto –en sí mismo y en toda ocasión– no votar es más de izquierda, más socialista, más revolucionario. No compartimos esta metodología de elaboración. Aunque podamos arribar a conclusiones similares.
Finalmente, el electoralismo se hace carne cuando la militancia considera como principio político que su desarrollo debe tener lugar en una organización que participe de las elecciones. Pero cuando no se tiene en cuenta la dinámica que se está desarrollando entre la clase trabajadora y las instituciones burguesas, se repite un modo de intervención en piloto automático: lo mismo siempre. Con más del 40% de la población del país hundido en la pobreza, 17% en la indigencia y un 120% de inflación anual, ¿por qué el rechazo a las instituciones burguesas –alto abstencionismo y «voto bronca», indiferencia o repulsión ante las preguntas de los encuestadores– elude la opción del FITU? ¿Por qué la izquierda socialista no es percibida por la clase obrera en Argentina como un quiebre del orden capitalista estabecido?
La burguesía sí ha prestado atención a esa dinámica y por eso su oferta electoral incluye un candidato en el extremo liberal (Milei) y otro en el extremo populista (Grabois). En cambio, el FITU realiza una campaña calcada de cualquier otra anterior, en consignas y en candidatos. Las consignas que ordenan a ambas opciones del FITU («la izquierda que se planta» y «la salida es por izquierda»), tanto sirven al socialismo como a la liberación nacional. Podrían ser rubricadas por la mitad del peronismo, que cree que la derecha son los otros.
Cuando estos problemas no se incluyen en el debate, la intervención electoral se vuelve una costumbre regular en vez de ser una intervención política.
Separados donde deberíamos estar unidos, callados cuando deberíamos debatir…
A falta de diferencias políticas y programáticas, los ataques morales se vuelven una constante. Con la virulencia propia de un demente, se descargan descalificaciones e insultos sobre los mismos militantes con los que hay que compartir campañas y actividades, no sólo electorales, sino también sindicales.
Y es que, a falta de diferencias programáticas, las diferencias tácticas se plasman en el terreno sindical como si fueran estratégicas. Justamente en el terreno donde es necesaria la más amplia unidad: en la lucha de clases por las reivindicaciones inmediatas.
Precisamente en la actividad que debería convocar no solamente a todos los militantes de izquierda sino inclusive a todos los activistas y, yendo más lejos, al grueso de los trabajadores, justo ahí, se organizan agrupaciones que responden a cada partido. Lo cual conduce a una feroz disputa por cuestiones tácticas, inmediatas y cambiantes (como son las cuestiones sindicales). Así, partidos que no dirigen nada y que no están asentados en los lugares donde se lucha, se diferencian por la cantidad de horas de paro que proponen en las asambleas, el monto del dinero que hay que reclamar, o cualquier otra cuestión táctica y menor. Además, se utiliza el frente gremial como accesorio del frente político, lo cual genera que muchos compañeros perciban que los dirigentes gremiales únicamente están allí para hacer carrera política.
El gremialismo se erige entonces en el sitio de las diferencias. ¡El gremialismo! Cuyas acciones surgen del estado de ánimo y de la disposición a la lucha de los compañeros del lugar; no de la genialidad ajedrecística y de visión esclarecida de los dirigentes. Mucho menos cuando éstos se encuentran ubicados muy afuera y muy lejos de los conflictos.
Los debates necesarios
Decimos «hipótesis programática» porque no pensamos posible que un partido, mucho menos un agrupamiento, elabore El Programa correcto en un gabinete. Sin convencer al grueso de la vanguardia que lucha y sin pasar la prueba de la realidad (esto es, sin avanzar en su concreción), todas son hipótesis programáticas. Esto no significa abandonar los esfuerzos por hacerlo con seriedad, recurriendo a la ciencia, a la información disponible y a los conocimientos más avanzados. Pero, incluso así, se tratará apenas de una hipótesis… hasta que comience a ser una realidad.
Es necesario un gran debate para contribuir a esa construcción. Un debate y no un diálogo de sordos, de manera que es imprescindible abandonar la idea de la posesión de una verdad irrestricta e indiscutible. Abandonar el método de la cancelación, de la expulsión y del insulto. Abandonar la sospecha permanente de fraccionalismo: si no se puede construir confianza –especialmente sobre las diferencias políticas– resulta imposible construir una herramienta punzante para la lucha de clases.
Por ejemplo, en lugar de un programa con eje en el socialismo –y en todo cuanto debemos decir, explicar, difundir, responder acerca del socialismo–, el programa de liberación nacional que levanta el FITU se caracteriza por consignas diseñadas para incluir a la «izquierda peronista», a los pequeños productores burgueses, a quienes reniegan de la unidad de la clase obrera apoyándose en alternativas particularistas: el FMI como causa (y no como consecuencia) de los problemas estructurales del país; el peronismo como si fuera «lo otro» de «la derecha»; el capital «productivo» como encarnación del Bien frente al Mal del capital «financiero» (hipótesis que omite la naturaleza orgánica del capital); la proliferación de «identidades ancestrales» y subjetivas que desplaza la importancia estructural de la posición social objetiva de los desposeídos.
Un ejemplo ilustrativo nos lo dio el diputado Vilca, del FITU, quien al asumir su banca juró por los pueblos originarios, enarbolando una bandera de muchos colores (la wiphala). No juró por la clase obrera, con la bandera de un solo color que sostiene y representa la pretensión de una unidad sin fronteras («¡Proletarios del mundo, uníos!», ¿se acuerdan?). Esa bandera (aquel «infame trapo rojo», en palabras de Cristina) repudiada por los burgueses, esa bandera que siempre ha sido motivo de orgullo, debe volver a serlo.
Otro ejemplo es el debate en torno a la existencia del sexo femenino, a los problemas que socialmente se derivan de la asignación genérica a ese sexo y en torno al ariete burgués que la negación del sexo representa para las demandas feministas. En este sentido, consideramos que el apoyo, por parte del FITU, al «Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries», en desmedro del trabajo y la militancia que las feministas en Argentina realizaron durante décadas para organizar y sostener el Encuentro Nacional de Mujeres (desde 1985) es un error político de enorme magnitud.
Cuestionamos, también, que sea posible construir, al interior del capitalismo, una «cultura socialista». En el mismo sentido en que no se puede apostar al desarrollo de plantaciones de lechuga en los patios y balcones de las viviendas para alimentar al conjunto de la población (sino a la expropiación del agro de mayor productividad), sostenemos que no es tan importante el debate acerca del contenido del arte y la cultura. Lo relevante es comprender su funcionamiento, su dinámica y las vías para su socialización.
Finalmente, pensamos que es necesaria una reconsideración de la conciencia. Las tesis del paso de la «conciencia en sí» a la «conciencia para sí» fueron formuladas cuando la ciencia ignoraba casi todo acerca del funcionamiento del cerebro. Entre la biología evolutiva de Darwin y las figuras de la conciencia de Hegel, nos enrolamos firmemente tras las hipótesis del primero, porque se han demostrado más consistentes a la luz de las investigaciones científicas contemporáneas.
Estas cuestiones son las que pensamos que hay que debatir. No las tácticas sindicales que dividen a las agrupaciones trotskistas por nimiedades.
Hagamos política. Quizá reunirnos y discutir sea un método más adecuado para la clase trabajadora que dirimir candidaturas en un modelo de elección (las PASO) en el que vale menos la voz (y el voto) de un militante con años de trayectoria, que el de dos kirchneristas desencantados a los que se les ocurrió que en esta elección son «de izquierda».
Vida y Socialismo, 12 de agosto de 2023.
Imagen principal: Foto de MR.