…la ministra de Relaciones Exteriores aseguró en su cuenta de X (Twitter) que respalda al «gobierno democrático y el accionar de las fuerzas armadas contra el intento de golpe de agrupaciones socialistas narco-terroristas».1
Los políticos libertarios exponen a cada paso la imposibilidad de desplegar una vida social bajo sus criterios y condiciones. No se trata sólo del costo de imponerlo, sino de la inviabilidad de su funcionamiento. Ecuador, uno de los poquísimos países dolarizados, ha estallado bajo la presión de las bandas narco y su violencia.
Ante esta situación, la canciller Diana Mondino agita una mentira al asignarle un carácter «socialista» al narcotráfico. Porque… ¿no son los narcotraficantes el ejemplo más acabado del liberalismo?
El mundo del narcotráfico es el mundo del emprededurismo por antonomasia: desde el máximo jefe narco al último soldadito, cada uno hace la suya, toma riesgos, carece de protección (o imposición estatal), elude la onerosa carga impositiva de los emprendimientos, dinamiza el movimiento económico haciendo circular dinero, promueve constantemente el crecimiento de los negocios. No obligan a nadie a consumir, sino que se atienen al mercado e intervienen bajo sus condiciones, estrictamente bajo las condiciones de la demanda. Liberan al Estado del costo de la seguridad financiándose en forma privada. No admiten mecanismos regulatorios sobre la calidad de sus productos que no dependan de los mismos consumidores.
Puede que a los libertarios no les guste la dinámica que sus propuestas toman en la práctica y prefieran adjudicárnosla a los socialistas. Pero, ya que no explican de qué manera se da esa carambola argumentativa, arrimaremos alguna idea.
En la década del 60 los libertarios coqueteaban con las ideas de la contracultura, en su demanda de libertad para elegir la forma de vida que cada uno juzgara más adecuada. Épocas de revolución sexual, amor libre, píldora anticonceptiva, Roe vs. Wade (legalización del aborto), flower power y experimentación con LSD, fin del Código Hays en el cine y comunidades anti estatistas y anti industriales.
El ideólogo más citado por Milei, Murray Rothbard, participaba de esa entente progre libertariana hasta que comprendió que las ideas individualistas poseen carácter disolvente de la vida social y que, por lo tanto, sólo sirven de pantalla para la defensa de una modalidad particular de lo común, para un recorte de la realidad social, no para su conjunto. La contracultura atacaba el peso del Estado sobre la vida privada y, si bien eso no ponía ni puso nunca en riesgo al sistema, afectaba negativamente los negocios. Un individualismo radicalizado representaba un riesgo a la acumulación del capital (que requiere apariencia de libertad y realidad de sacrificio), por eso ponía en riesgo el desenvolvimiento de la acumulación del capital. Los libertarios entendieron que el núcleo único y excluyente de la libertad que propugnaban residía en la economía y, con más precisión, en la acumulación irrestricta del capital.
Advertido de que su utopía libertaria poseía un efecto disolvente sobre aquello mismo que pretendía desarrollar (la libertad económica como factor estructurante, sin condicionamientos extraeconómicos de ningún tipo), se resolvió a pactar con las más categóricas constricciones a la vida social de la sociedad civil. El paleolibertarianismo de Milei es eso: algunas variables económicas liberadas conviviendo con el más obtuso conservadurismo. La fórmula presidencial lo refleja perfectamente.
Los narcos son la expresión viva de la utopía libertaria. Viven librados a sus propias fuerzas y a las alianzas de cada grupo, de cada sector, de cada banda, de cada individuo. En resumen, realizan el usufructo de sus libertades de mercado sin la oposición, las restricciones ni los condicionamientos estatales. Como esos niños que antes de ser descubiertos dicen a vos en cuello «¡Yo no fui!», Mondino se ataja ante los efectos del programa de LLA puesto en práctica. Claro que pueden escudarse en que ellos propugnan que la libertad individual no dañe la libertad de otros, pero así funcionan las bandas narcos: respetándose. Hasta que no hay acuerdo sobre el lugar exacto en un territorio, un negocio, un cargamento y ya no se sabe dónde una libertad termina y comienza la otra. Entonces lo que comienza son los tiros.
Este salto atrás desde la violencia organizada estatalmente (el Estado de Derecho) a la violencia paraestatal privada es el ingrediente más importante en la debacle hacia la ruptura de las libertades democráticas, la que en nuestro país ha crecido al amparo (no en contra) de las políticas de las últimas décadas de empobrecimiento y precarización. Amparado por el Estado, el narco ahora aspira a librarse de él.
En algo tiene razón Mondino al escandalizarse, ya que propone seguir el camino de Ecuador y por ese camino llegaremos a la situación de Ecuador. No tiene razón al atribuirle estos problemas al socialismo. De hecho, conviene que leamos a un señor que sí confiaba en el mercado y su poder, el austríaco Ludwig von Mises, que en 1949, en su clásico La acción humana, escribió:
Conviene distinguir netamente la economía de mercado de aquel otro sistema –imaginable, aunque no realizable– de cooperación social, bajo un régimen de división del trabajo, en el cual la propiedad de los medios de producción correspondería a la sociedad o al Estado. Este segundo sistema puede denominarse socialismo, comunismo, economía planificada o capitalismo de Estado. La economía de mercado o capitalismo puro, como también se suele decir, y la economía socialista son términos antitéticos. No es posible, ni siquiera cabe suponer, una combinación de ambos órdenes. No existe una economía mixta, un sistema en parte capitalista y en parte socialista. La producción, o la dirige el mercado o es ordenada por los mandatos del correspondiente órgano dictatorial, ya sea unipersonal, ya colegiado.
En modo alguno constituye sistema intermedio, combinatorio del socialismo y el capitalismo, el que, en una sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción, algunos de estos sean administrados o poseídos por entes públicos, es decir, por el gobierno o alguno de sus órganos. El que el Estado o los municipios posean y administren determinadas explotaciones no empaña los rasgos típicos de la economía de mercado. Dichas empresas, poseídas y dirigidas por el poder público, se encuentran sometidas, igual que las privadas, a la soberanía del mercado. […]
Es la operación del mercado –y no el Estado al recaudar tributos– la que decide en quién incidirá, al final, la carga fiscal y cuáles hayan de ser los efectos de esta sobre la producción. De ahí que sea el mercado –no oficina estatal alguna– el ente que determina el resultado y las consecuencias de las empresas públicas.
Lo que sucede en nuestro continente no se trata, en modo alguno, de diferencias entre libertad y socialismo. Se trata de la deriva propia del capitalismo, que genera abrumadora riqueza concentrada junto a multitudinaria miseria y precarización. En esta tarea, las variantes burguesas se alternan obteniendo siempre el mismo resultado.
Mondino miente porque sabe que Ecuador es una imagen de nuestro futuro si sigue vigente el sistema de amplias libertades sólo para la propiedad privada de los medios para la producción. Algo que sólo puede ser superado por una sociedad de libertad para que los trabajadores seamos los constructores no sólo de la riqueza sino también de nuestro destino.
NOTAS:
1«El gobierno expresó su “respaldo total” a Ecuador en medio de una nueva oleada de violencia», ámbito, 9 de enero de 2024.