ZOHRAN MAMDANI, 1: La jaula, el oso y el asado de Alberto

Imaginemos un oso hambriento en una jaula. Y a nosotros dentro de ella. Hay tres actitudes posibles, análogas a las tres actitudes que puede adoptar la vanguardia de la clase trabajadora en su proceder político. Tres acciones posibles para los militantes obreros en ese momento de zozobra.

Dos consisten en permanecer dentro de la jaula para, desde allí, o bien amansar al oso, o bien enfrentarlo. Es decir, o bien sumarse a la dinámica del capital, o bien dominarla desde su propio Estado burgués. Siempre compartiendo su jaula, porque es natural pensar que si estamos allí, los intrusos somos nosotros. Al tomar alguna de estas dos actitudes, dado que se trata de un oso hambriento, acabaremos gravemente heridos, si no devorados.

La tercera actitud consiste en salir de la jaula para, desde afuera, buscar cómo anular la ferocidad del oso e, incluso, ponerlo a nuestro servicio. El primer paso, el plan de fuga, se llama independencia de clase; el segundo, someter al oso, se llama socialismo.

Por supuesto que los barrotes de la jaula son férreos, inconmovibles. Pero todas las jaulas tienen una puerta: las crisis capitalistas. Y claro que la ferocidad del oso puede parecer domesticable. Pero un oso hambriento jamás privilegiará nuestra salud y amistad por sobre su apetito e instinto.

De esa manera pensamos la política burguesa: como una jaula en la que convivimos con un oso de apetito insaciable (el capital y su hambre de valorización). Y a nuestra política como la complicada, pero necesaria y posible, búsqueda de una salida de la jaula para pensar algún futuro. ¿Y dónde se encuentra esta salida? ¿Cuál es el modelo?

Lo que proponemos está a un costado de ese lugar donde quedó el asado prometido por Alberto Fernández. Cada votante que creyó en esa promesa kirchnerista (comer asado en la jaula, con un oso hambriento) puede ahora permitirse pensar y ver que, si creyó en esa fantasía, nuestra propuesta se concibe ardua pero más consistente y factible: ser socialista es no proponer jamás habitar la jaula con un oso hambriento.

Esta es la gran cuestión al evaluar qué puede significar, para los socialistas, el triunfo de Zohran Mamdani en Nueva York.

Tres claves para entender su victoria

Mamdani es un político burgués de 34 años, nacido en Uganda, en el seno de una familia de origen indio. Habla fluidamente varios idiomas. Es musulmán. Llegó a la ciudad de Nueva York a los 7 años. Ocupó el cargo de legislador por el estado de Nueva York desde 2020 (reelecto en 2022 y 2024), en esos 4 años presentó 240 proyectos (le aprobaron 3) y tiene asistencia perfecta a las sesiones (algo que ningún otro legislador puede mostrar como mérito). Su juventud, sus orígenes africanos y surasiáticos, su tradición musulmana fueron y son revulsivos para un sector importante, tanto del establishment como del resto de la población.

En su discurso de cierre de campaña nos ofrece varios elementos para entender lo que pasó y está pasando en Nueva York. Quizá también nos permita anticipar algo del porvenir. Ante 13 mil activistas y simpatizantes en el Forest Hill de Nueva York, el pasado 25 de octubre, dijo Zohran Mamdani:

Trece días después de anunciar nuestra candidatura, Donald Trump volvió a ganar las elecciones presidenciales. El Bronx y Queens experimentaron un giro a la derecha entre los mayores registrados en los condados de nuestro país. No importaba qué artículo leyeras o qué canal sintonizases, la historia parecía ser la misma: nuestra ciudad se iba a la derecha.

Se escribieron necrológicas sobre la capacidad de los demócratas para llegar a los votantes asiáticos, a los votantes jóvenes, a los votantes masculinos. Una y otra vez se nos dijo que, si teníamos alguna esperanza de derrotar al Partido Republicano, sería sólo convirtiéndonos en el Partido Republicano […] Fuimos a dos de los lugares que registraron los mayores desplazamientos a la derecha: Fordham Road y Hillside Avenue. Estos neoyorquinos estaban lejos de la caricatura de los votantes de Trump.

Nos dijeron que habían apoyado a Donald Trump porque se sentían desconectados de un Partido Demócrata que se había acomodado en la mediocridad y sólo dedicaba su tiempo a quienes aportaban millones. Nos dijeron que se sentían abandonados por un partido en deuda con las grandes empresas, que les pedía el voto tras decirles solo a qué se oponía, en lugar de presentar una visión de lo que defendía. Nos dijeron que ya no creían en un sistema que ni siquiera fingía ofrecer soluciones al desafío que definía su vida: la crisis del coste de la vida. El alquiler era demasiado caro. También lo era la alimentación. También lo era la educación infantil. También lo era el autobús. Y tener dos o tres trabajos seguía sin ser suficiente. Trump, pese a todos sus defectos, les había prometido un programa que les permitiría ganar mayores sueldos y reducir el coste de la vida. Donald Trump mentía. Dependía de nosotros cumplir las promesas que él les había hecho a los trabajadores que había dejado atrás. […]

Fue este un movimiento impulsado por decenas de miles de neoyorquinos comunes y corrientes que llamaron a las puertas entre turnos de doce horas en el trabajo e hicieron llamadas telefónicas hasta que se les entumecieron los dedos. Personas que no habían votado nunca anteriormente se convirtieron en acérrimos activistas de campaña. Se formó una comunidad. Nuestra ciudad llegó a conocerse entre sí y a sí misma. Esto, amigos míos, ha sido vuestro movimiento, y siempre lo será. […]

Todas y cada una de estas personas piensan que Nueva York está en venta. Durante demasiado tiempo, amigos míos, la libertad ha pertenecido solo a aquellos que se pueden permitir comprarla. Los oligarcas de Nueva York son las personas más ricas de la ciudad más rica, del país más rico, de la historia del mundo. No quieren que cambie la ecuación. Harán todo lo posible para evitar que su control se debilite. […]

Vamos a congelar el alquiler de más de dos millones de inquilinos con alquiler estabilizado y utilizar todos los recursos a nuestro alcance para construir viviendas para todos los que las necesiten.

Vamos a eliminar la tarifa en todas las líneas de autobús y hacer que los autobuses, que actualmente son los más lentos del país, circulen con facilidad por la ciudad.

Y vamos a crear un sistema universal de guarderías sin coste alguno para los padres, para que los neoyorquinos puedan criar a sus familias en la ciudad que aman.

Juntos, Nueva York, vamos a congelar el… [«¡ALQUILER!», grita la multitud].

Juntos, Nueva York, vamos a hacer que los autobuses sean rápidos y… [«¡GRATIS!», grita la multitud].

Juntos, Nueva York, vamos a ofrecer… [«¡GUARDERÍAS!», grita la multitud].[1]

Primer elemento: Mamdani no aceptó “la caricatura de los votantes de Trump” y escuchó las razones de ese voto. Fue a los lugares donde el Partido Demócrata perdió y lo que halló fue un rechazo a la élite neoyorquina expresada en ese partido, que ya “ni siquiera fingía ofrecer soluciones al desafío que definía su vida: la crisis del costo de vida”. Entonces votaron a Trump. ¿Esos votantes se volvieron “fachos”? No. Simplemente votaron a quien prometió “un programa que les permitiría ganar mayores sueldos y reducir el coste de la vida”. Y no lo cumplió. Esta observación de Mamdani es importante para el problema de la conciencia política[2], porque indica que no hay una oscilación ideológica de los votantes que va y viene, en lapsos de un año o dos, entre la “derechización” y el “izquierdismo” (mucho menos entre “el fascismo” y “el socialismo”). Sino que hay más bien modulaciones diferentes del rechazo a los representantes burgueses conocidos en base a un criterio materialista, no de “batalla cultural”. Tanto el voto a Mamdani como el voto a Trump compartirían este elemento de repudio a “la casta”, de enérgica reprobación a un conjunto de representantes que no satisfacen (“que ni siquiera fingen ofrecer soluciones a”) ciertas necesidades materiales básicas de enormes sectores de la población. Volveremos sobre este punto.

Segundo elemento: Mamdani construyó una base militante. “Fue este un movimiento impulsado por decenas de miles de neoyorquinos comunes y corrientes que llamaron a las puertas entre turnos de doce horas en el trabajo e hicieron llamadas telefónicas hasta que se les entumecieron los dedos”. A partir de una corriente formalmente autónoma (los Socialistas Democráticos de América, DSA, en cuyas filas se encuentran Bernie Sanders y Alejandra Ocasio-Cortez), Mamdani ha generado una mística y un compromiso de adhesión que le permitió sortear con éxito el estrangulamiento por falta de aportes de los grandes burgueses de su partido. Con una actitud para nada original pero totalmente abandonada, llegó a sumar 90 mil activistas por su candidatura, que resultó arrolladora. Un boca a boca masivo y entusiasta que dejó al aparato demócrata paralizado.

La campaña decidió renunciar a la venta de artículos promocionales, una fuente de ingresos para muchos candidatos, y adoptó lo que denominó “la estrategia de los muñecos cabezones de los Mets en cuanto a merchandising”. Produjo artículos especiales en cantidades limitadas —un gorro azul, abanicos de papel, pañuelos— que solo podían ganarse, incentivando así a los simpatizantes a dar no dinero, sino tiempo. Organizó una serie de eventos —una búsqueda del tesoro por toda la ciudad, un torneo de fútbol en Coney Island— que sus detractores tacharon de meras extravagancias, pero que atrajeron a miles de simpatizantes. Muchos de ellos se unieron posteriormente a un ejército de voluntarios sin parangón.

La campaña del Sr. Mamdani atrajo a simpatizantes a eventos poco convencionales como una búsqueda del tesoro y un torneo de fútbol. […] “Mi experiencia política en los últimos nueve años se ha caracterizado por la crueldad que se profesan las personas en Twitter”, declaró Katie Riley, responsable de la campaña. “Queríamos que la gente saliera al mundo a interactuar en persona”.

El contraste con el Sr. Cuomo no podía ser más chocante. Heredero de una dinastía política, había sido expulsado de la gobernación tras un escándalo de acoso sexual. Pero cuando se lanzó a la contienda en marzo, actuó como si aún estuviera al mando. Rara vez aparecía en público, amenazaba a los sindicatos y a sus compañeros demócratas para crear una atmósfera de inevitabilidad a su alrededor y dependía de 25 millones de dólares en donaciones de grandes sumas de dinero a un super PAC que lo apoyaba.[3]

Incentivar a los simpatizantes a entregar su tiempo, por sobre el aporte económico, es lo que se llama militancia: salir al mundo, interactuar en persona. Ahí estuvo el segundo factor de éxito.

Tercer elemento: Zorhan Mamdani exhibe un gran carisma personal, que todos le reconocen. Es un gran comunicador y activista, sabe aprovechar el uso del video y las redes sociales, exhibe con soltura su capacidad para desarmar a los oponentes ideológicos con humor y, cuando es necesario, con una respuesta cortante, pronunciada con una sonrisa. Se trata de lo que, hace pocas semanas, denominamos “La persona singular de la personificación política”: el carisma no es sólo una emanación de la personalidad ni, mucho menos, la expresión de una necesidad del capital. El carisma es resultado de una laboriosa, disciplinada construcción.

Esa cualidad es inseparable de una impresión: Mamdani, según todos los testimonios, parece poseer el don de la ubicuidad. No sólo ni simplemente “haciendo acto de presencia” aquí y allá, sino fundamentalmente denunciando aquí y allá, de manera clara y tajante, la reticencia del establishment de su propio partido al contacto directo con sus conciudadanos y a dar respuesta a las necesidades materiales de gran parte de la población neoyorkina. Mamdani no sólo fue adonde los otros no estuvieron, sino que dijo allí lo que los otros no hacen.

Muchos datos para leer el fenómeno

Mamdani es un político burgués. No un burgués que hace política, como lo fue su predecesor en el cargo una década atrás, Michael Bloomberg, que además de alcalde es el habitante más rico de la ciudad, con 105 mil millones de dólares de patrimonio. Un político burgués, es decir, alguien que se especializa en articular la confianza de la población con los intereses de los explotadores. Esto se puede lograr de muchas maneras. Porque la garantía de que los explotadores puedan seguir valorizando su capital indefinidamente se construye en base a coaliciones de intereses específicos y, también, en base a la confianza de la población. Esta composición de intereses y confianzas, además, tiene que atravesar el tamiz de las ideas hasta entonces prevalecientes. Son las crisis las que obligan a reacomodar alianzas e ideas: coaliciones de intereses capitalistas, agregados de sectores de la población, conglomerados de ideas políticas previas. Con este marco de interpretación leemos los números.

La ciudad de Nueva York ha sido gobernada por demócratas en 35 de los últimos 50 años, en 70 de los últimos 100. En el último medio siglo, la preponderancia demócrata sólo fue interrumpida tras la crisis por el aumento de la delincuencia en 1993, por la irrupción de la Tolerancia Cero de Giuliani y su sucesor, el multimillonario Bloomberg. Luego, en 2013, ganaron los demócratas 66 a 28%; en 2017 por 72 a 24%; en 2021 por 67 a 27%. Mamdani obtuvo 50,4% contra 40,6% de su oponente. ¿Ganó votos o los perdió?

Estuvo 18% por debajo de la media de los últimos tres alcaldes demócratas, pero consiguió 1.036.051 votos contra los 753.801 de su predecesor, el demócrata Adams en 2021. A la vez, los 854.995 de Cuomo, el demócrata que se presentó como “independiente”, también superaron los votos de Adams cuatro años atrás. Por su parte, el candidato republicano (Sliwa) pasó de 312.385 a 146.137, transfiriendo unos 170 mil votos al demócrata “independiente”. Mamdani, en cambio, se hizo con la mayor parte de los 900 mil nuevos votantes convocados para sufragar esta vez (2.055.656 frente 1.149.172).

Otros datos nos permiten avanzar un poco más en la comprensión de lo que sucede: en la distribución racial, Mamdani obtiene una amplia ventaja entre negros e hispanos/latinos y asiáticos (17%, 18% y 11% de la población): 56%, 52% y 65% de los votos. Pero entre los blancos, que constituyen el 50% de la población, pierde por dos puntos (45% contra 47% de Cuomo). Gana entre los jóvenes con amplitud (75 a 19% entre los menores de 29) y cae entre los mayores de 65 años: 34% contra 57% de Cuomo. Sus porcentajes son muy altos entre las mujeres jóvenes, 82%, y baja al 34% en la franja de mayor edad. Sus votantes van creciendo a medida que aumenta el nivel educativo, en la franja del 3% de los votantes que no concluyó la secundaria, el 16% que sólo terminó la secundaria y el 13% que concurrió a la universidad sin terminarla es superado por Cuomo: 9%, 7% y 6% más de votos, respectivamente. Empatan en el 8% que tiene un título intermedio. Y Mamdani supera a Cuomo con creces entres los licenciados (32% de la población) y los que tienen títulos más elevados (27%), donde ganó el 57% contra el 38% de Cuomo[4].

En cuanto al nivel de ingresos, Cuomo ganó en la franja de menor ingreso 47% a 41% (el 15% que gana menos de 30 mil dólares al año) y de mayores ingresos 64% a 32% (en el 8% que gana más de 300 mil dólares anuales). En contraste, Mamdani salió airoso en el resto de los estratos, sobre todo en el 50% de la población que se ubica entre los 50 mil y los 200 mil dólares, donde su ventaja promedia los 20 puntos porcentuales.

Mamdani perdió (48% contra 35%) en el 45% de la población que nació en la ciudad y ganó (55% a 41%) entre los que tienen más de 10 años de residencia. Ganó también en el 16% de la población que lleva menos de diez años viviendo en Nueva York, 84% a 16%.

Lo primero que advertimos en estos datos es que la composición de la ciudad de Nueva York no se parece a la del resto del país. Si se intentara replicar el fenómeno Mamdani en todo el territorio nacional, debería modularse a otras realidades.

Un segundo aspecto relevante es algo que mencionamos: Mamdani reconoce que el votante de Trump no es un idiota, sino alguien cuyas razones, aunque lo conduzcan a una conclusión equivocada (votar por más capitalismo para resolver los problemas que engendra el capitalismo es un error), son atendibles. Al comprender que ese votante errático es alguien golpeado por la situación material, que así golpeado se aleja de la agenda progresista posmoderna (diseñada para dejar intactos los intereses que dirigen la política demócrata) para pasar enseguida a su abierto repudio, Mamdani no enfocó su estrategia en el rescate de esa agenda, sino en prometerle algo material a ese votante evanescente, volátil, demandante, al que los políticos (en Nueva York y en buena parte del planeta) le exigen lealtad a ideas abstractas una y otra vez traicionadas, como el asado de Alberto Fernández[5].

En ese sentido fue crucial que la campaña de Mamdani se centrara en un programa práctico. Aun siendo musulmán no dirigió su discurso hacia los problemas de Medio Oriente, aun siendo ugandés no puso el acento en la inmigración, aun siendo “afro” su color de piel no se apoyó en la defensa de los “racializados”, aun con estudios en teoría “decolonial” no orientó las consignas hacia la denuncia del imperialismo. Sino que ancló su campaña en derechos y necesidades concretas de los habitantes de la ciudad de Nueva York. Fundamentalmente, tal como lo exponen las preguntas al final del discurso que citamos más arriba, en tres problemas ligados a la supervivencia cotidiana: congelar alquileres, transporte gratuito frecuente y guarderías gratuitas.

Varias lecciones para aguzar la mirada

Hay un problema inocultable:

Mamdani opera en el epicentro de la desigualdad descontrolada. Es casi imposible comprender la magnitud de la riqueza concentrada en Nueva York. Hay 123 multimillonarios viviendo en la ciudad, con un patrimonio neto combinado superior a las tres cuartas partes de un billón de dólares. Y estas cifras seguramente se quedan cortas, dado el gran número de personas que han ocultado la compra de lujosos apartamentos en Manhattan mediante empresas fantasma.[6]

Al contrario de aquella frase que utilizó Milei al inicio de su mandato, en Nueva York sí “hay plata”. No hay ninguna ciudad en el mundo que concentre tanta riqueza: viven allí los poseedores de un patrimonio de 759 mil millones de dólares. La segunda ciudad más rica del planeta es Moscú, que tiene 400 mil millones. Dentro de EE.UU., a Nueva York le siguen San Francisco y Los Ángeles, cuyos vecinos reúnen 217 y 243 mil millones de dólares, respectivamente[7]. Mamdani ganó prometiendo resolver cuestiones de miseria material (guarderías, transporte y alquiler) en una ciudad donde el dinero abunda. Sólo el capitalismo puede hacer esto: vivir miserablemente en medio de la abundancia.

Nikhil Pal Singh, profesor de Análisis Social y Cultural e Historia en la Universidad de Nueva York, nos brinda este análisis del modo en que Mamdani construyó una nueva coalición burguesa, en tiempos críticos para las lealtades a las viejas alianzas:

Su victoria muestra una evidente habilidad política. Pero también demuestra un punto más importante: cómo la actitud de resistirse a la complacencia probada en las encuestas puede captar la atención, galvanizar un interés más amplio en la política y superar las expectativas crónicamente bajas. En lugar de perseguir una competencia infructuosa por un grupo finito de votantes medianos y márgenes estrechos, Mamdani ofrece una prueba local (ciertamente limitada) de una idea que tiene que estar en el centro de cualquier estrategia electoral de izquierda: las lealtades partidistas existentes son débiles, los no votantes pueden ser convocados, los votos no se pueden dar por sentado, en suma, está en juego la totalidad de los votos.

Mamdani muestra cómo los nuevos grupos nacen asumiendo riesgos políticos, se crean a través de la investigación de sondeo y la interacción performativa. Tal vez esto es lo que significa leer la situación. Mamdani, por ejemplo, tuvo que desandar cuidadosamente algunas de sus declaraciones anteriores, que eran hostiles a la policía, en respuesta a un entorno político centrado en la seguridad pública. Lo hizo al mismo tiempo que conservaba propuestas sustantivas, como delegar la atención de crisis de salud mental y falta de vivienda a un nuevo Departamento de Seguridad Comunitaria, en lugar de a la policía. Destiló su agenda de asequibilidad en una serie de propuestas memorables y de pequeño calibre sobre congelar los aumentos de alquiler para el número limitado de apartamentos de alquiler estabilizado, proporcionar autobuses gratuitos y sostener algunas tiendas, de propiedad de la ciudad, que venden alimentos a menor precio.

Pero hizo todo eso en el marco de una agenda mucho más ambiciosa para financiar el cuidado infantil universal a través de impuestos corporativos más altos y un nuevo impuesto a la riqueza millonaria. Hablamos de una política transformadora que requerirá una amplia influencia política y una gran habilidad para realizarla.[8]

El mecanismo de atracción para los votantes es la conjunción de una demanda material que se intentará satisfacer con el desarrollo paralelo de un prejuicio ideológico. Y esto replica, en el plano de las ideas y las palabras, la arquitectura de la función representativa de la política. Mamdani es un político burgués con pretensiones reformistas. Es decir, alguien que propone una articulación entre la población (la gobernabilidad) y los intereses capitalistas en base a la gestión de concesiones. En este caso, concesiones materiales. El desarrollo ideológico que pretende es que estas concesiones, si prosperan, sirvan para salvar al Partido Demócrata. Un Obama musulmán. Porque el partido de Mamdani está en una profunda decadencia. Pablo Pozzi y Valeria Carbone la describen de esta manera:

Georgi Dimitrov señaló en 1935 que «es una peculiaridad del desarrollo del fascismo norteamericano que, en su fase actual, emerge principalmente bajo el disfraz de la oposición al fascismo» para luego insistir que «es la dictadura terrorista declarada de los elementos más reaccionarios, más nacionalistas, más imperialistas del capital financiero». En esto Hillary Clinton se acerca al fascismo más que Trump. Pero la realidad es que ambos parecen representar variaciones de la misma tendencia hacia la fascistización del sistema político estadounidense.

Para analistas como Norman Pollack y Paul Street, existe una fractura de clase basada en donde los afectados por las políticas económicas del gobierno de Barack Obama prefieren a cualquiera que insista en «proteger» al trabajo y la industria nacional, aunque sea «horrible» en lo cultural, y no a los demócratas neoliberales. Este sector es el que sigue sufriendo la crisis de 2008. En cambio, para los sectores medios, y sobre todo los universitarios, individuos como Trump representan un peligro a sus conquistas sociales y culturales. Ellos opinan que el gobierno de Obama fue bueno y que avanzaba en la senda correcta. Trump vino a revertir esto. Para los trabajadores, por malo que sea Trump no va a ser peor que los demócratas con el North American Free Trade Agreement (NAFTA), el Trans-Pacific Partnership (TPP), y las guerras sin fin. En particular porque los sectores medios no parecen tomar muy en cuenta los intereses de los trabajadores y las minorías. Como señaló la activista afroestadounidense Jamilah Lemieux, al explicar por qué no iba a marchar en 2016 en contra de Trump: «¿dónde estaba toda esta gente blanca cuando nos movilizamos a Washington en 1995 y 1997?»

La periodista liberal Margaret Wente insistió que Trump quiere lo mismo que George W. Bush, y que si bien lo admite en público no es más machista ni más misógino que John F. Kennedy o Bill Clinton, o más racista que Richard Nixon y Ronald Reagan. Y recordó que millones de mujeres, que viven en pequeñas ciudades y pueblos cuya preocupación es la educación de sus hijos y cómo llegar a fin de mes, no tienen como preocupación central la misoginia del trumpismo. Al contrario, no hay que olvidar que Trump fue votado por 42% de las mujeres y 53% de las mujeres blancas.

Pero la gran pregunta es no solo por qué tantos obreros votaron a Trump, sino por qué no eligen a alguien que en serio defienda sus intereses. Y aquí no hay que dejarse engañar por la prensa del establishment. Por un lado, muchísimos obreros estadounidenses –blancos, negros, latinos y asiáticos– no votan. […] Todos los estudios demuestran que los más ricos (porque total gobiernan por otros medios) y los más pobres (porque su voto no cambia nada) casi no votan. Ahora los trabajadores que sí votan están convencidos de que Trump no solo es un cambio importante, sino que sí toma en cuenta sus intereses. […] En su discurso claramente parece más pro obrero que el «socialista» Bernie Sanders, y ni hablar de Hillary o Joe Biden. Más aún, si bien la derecha del Tea Party, los evangélicos, y algunos grupos milicianos lo apoyan, no hay que olvidar que el Klu Klux Klan de California, los hermanos Koch (grandes financistas de la ultraderecha), Wall Street y todo el complejo militar industrial apoyaron a Hillary, primero, y luego a Biden. Y la media del votante tiene mucha conciencia de que esta es la gente que se enriquece con la crisis que continúa endémica desde 2008. Hillary y Biden son los candidatos del establishment, mientras que Trump si bien es multimillonario aparenta no ser parte de lo mismo.

[…] En este contexto, Estados Unidos fomenta, y se ha convertido en receptor, de una ola inmigratoria mayor que la de 1900. Muchos de estos inmigrantes llegan escapando de condiciones de vida terribles y aun cuando sean muy explotados, les resulta mejor que la vida en los países de origen. Desde su perspectiva, la prioridad es mantener un trabajo, aunque mal pago y con pésimas condiciones laborales, a toda costa. El problema es que son reacios a la organización gremial, aceptan salarios y condiciones muy por debajo del mínimo y tienen escasos criterios de solidaridad de clase. El resultado es que la patronal los utiliza para eliminar conquistas laborales y bajar salarios. Lo que ve el obrero blanco y sindicalizado estadounidense es que estos inmigrantes vienen «a sacarles el trabajo». Eso se combina con la cultura del racismo, y la agresión sobre los trabajadores que les llega desde un Estado lejano, para conformar una mezcla central del populismo conservador de Trump. Este habla de limitar la inmigración, impedir que las empresas utilicen el NAFTA o el TPP para llevarse empleos a México o a Asia. […] Obama, el presidente «del cambio», empeoró muchas cosas, excepto para los sectores medios altos y los más ricos.

Ahora, ¿por qué le creen? Al fin de cuentas, Trump es un multimillonario cuya fortuna (que no heredó) la hizo explotando a trabajadores, sean estos inmigrantes o nativos. En realidad, lo que dicen los diversos testimonios y entrevistas con los «trumpistas» es que no le creen mucho que digamos. Lo que sí es que canaliza la rabia contra el establishment político y económico que representan políticos tradicionales como Biden o Hillary. En cierto sentido, Trump institucionaliza sentimientos clasistas que de otra forma podrían derivar, quizás, en alternativas antisistémicas. No es el primero en hacer esto. En 1968 lo hizo George Wallace por derecha, en 1988 Jesse Jackson por izquierda, y en 1992 Ross Perot por derecha una vez más. La diferencia es que Trump es muchísimo más virulento en atacar a ese establishment que sus predecesores. ¿Y por qué no lo apoyaron a Sanders? Algunos, sobre todo los trabajadores más jóvenes y politizados sí lo hicieron. Pero para la mayoría, el discurso de Sanders, si bien no era el del establishment, tampoco era de enfrentamiento directo con el mismo.

[…] Pero volvamos a Trump. Aun perdiendo [en las elecciones del 2020], los 71 millones de personas que votaron por él son más de los que votaron por Obama en 2008 y 2012. Son muchos millones para ser todos chumps (personas fáciles de engañar) o rednecks (el término peyorativo que se utiliza para referir a los trabajadores blancos rurales, de clase baja y de niveles educativos que no superan los de la escuela media). En particular, porque cuando revisamos los datos encontramos que tan tontos no son. Primero porque tenían la opción de un fiel representante de las políticas que los habían empobrecido durante tres décadas. En cambio, Trump siempre admitió la decadencia de Estados Unidos mientras prometía solucionarla. A diferencia de los sectores progresistas, que hablan el lenguaje de las políticas de identidad, Trump lo hace en el lenguaje tradicional del nacionalismo patriotero. Cuando acusa al establishment de no defender a los trabajadores, tiene razón. A diferencia de Obama con la crisis de 2008, Trump hizo que el Estado gastara un billón (trillón para ellos) de dólares para ayudar directamente a los hogares más pobres. Eso incluyó 670 mil millones en créditos para pequeñas empresas, 350 mil millones en subsidios al desempleo, un cheque por 1 200 dólares para todas las familias bajo la línea de pobreza, y un bono a los salarios de los trabajadores de la salud. A eso hay que agregar 70 mil millones en pagos directos a granjeros pequeños y medianos afectados por la guerra comercial con China. De ahí que sus porcentajes de votantes aumentaron entre trabajadores y desempleados, entre granjeros, entre mexicanos de Texas y Arizona, entre afroestadounidenses de Michigan e Illinois. Todo esto se sustenta en un proyecto político con firmes bases en la cultura estadounidense: el racismo, el nacionalismo, el machismo, la xenofobia. Pero eso no quita que están lejos de ser «tontos».[9]

Pozzi y Carbone anticiparon lo que hace pocas semanas destacó Mamdani: el voto a Trump no es tonto sino incompleto. Por eso requiere una buena interpretación más que el rechazo alimentado por una presunta superioridad moral. Ya en 2016, Angie Beeman (por entonces profesora asistente de sociología en el Departamento de Antropología y Sociología de CUNY-Baruch College) observó con perspicacia qué problema enfrentaba el Partido Demócrata (un problema que todavía enfrentan; Mamdani viene a encarnar un nuevo intento de superación):

Es la misma razón por la que no podíamos confiar en Al Gore. Él y Hillary son demasiado de clase media. No suenan a clase trabajadora, pero irónicamente, Donald Trump sí. Le creemos cuando afirma de su padre: “Es gracias a él que aprendí, desde mi juventud, a respetar la dignidad del trabajo y la dignidad de los trabajadores. Era un tipo que se sentía más cómodo en compañía de albañiles, carpinteros y electricistas y yo también tengo mucho de eso en mí”. Él puede describir el trabajo que hacemos. Si le preguntáramos sobre los detalles cotidianos del trabajo de la clase trabajadora, probablemente sabría las respuestas. ¿Cuándo nos menciona Hillary Clinton? Ni siquiera estamos en su radar. Sabemos que realmente no le gustamos. Ella no nos respalda. No podemos depender de ella si necesitamos ayuda con la comida, las facturas o el cuidado de los niños. Ni siquiera le podríamos preguntar, pues no estamos en su camarilla.

Si Hillary quiere conquistarnos, tiene que hacer algo audaz. Tiene que empezar a hablar de nosotros como si entendiera cómo son realmente nuestras vidas. Tiene que mostrarnos que no es como todos los demás niños ricos y mimados que se burlan de nosotros. Su última decisión, ir a lo seguro con un vicepresidente de Kaine, no va a ser suficiente para las personas que simplemente vuela y olvida. Hay un diálogo en North Country [película de 2005] que refleja el problema que la clase trabajadora estadounidense tiene con Hillary. En él, el personaje de Charlize Theron, una mujer que intenta llegar a fin de mes trabajando en las minas de carbón, le dice a la abogada vestida con su elegante falda y chaqueta: “Señora, usted está sentada en su bonita casa, con pisos limpios, agua embotellada y flores en el Día de San Valentín, ¿y se cree muy valiente? Póngase en mi lugar. Dígame qué es ser valiente. Trabaje un día en la mina y dígame qué es ser valiente.”

Tal vez antes de que Hillary hable en el DNC, debería ver un poco de North Country o Norma Rae [película de 1979], desarrollar algo de empatía y comenzar a inspirarnos. Tal vez tenga miedo de que, si realmente comenzara a conectarse con nosotros, la invitemos al pozo donde vivimos.[10]

Mamdani es la esperanza demócrata. Quienes aspiramos a ir más allá del programa de guerra imperialista y economía para élites del Partido Demócrata, no podemos depositar esperanzas en él. Ya la depositan los propios jerarcas de ese personal político, como lo expone el newsletter de The Economist del 10 de noviembre:

Brian Harvey, en Nueva York, ve un “problema fundamental con la imagen del Partido Demócrata” y observa que, según las encuestas, el partido es solo ligeramente menos impopular que los republicanos cuando se pregunta quién debería controlar el Congreso. En contraste, “aproximadamente por estas mismas fechas en 2017, los demócratas aventajaban a los republicanos por poco más de diez puntos”. Varios de ustedes, incluyendo a Kit Kirkish, en San Diego, y al Dr. Kevin T. Ryan, afirman que los demócratas se desviaron del camino cuando ignoraron el descontento popular por el costo de vida y, en cambio (en palabras de Kit), “pregonaron su apoyo a la política identitaria, aumentando así el faccionalismo”. Allison Cary, de Florida, dice que “la imagen del partido en su conjunto es pésima”, pero tiene más esperanza de que los políticos adecuados —como Zohran Mamdani en Nueva York— “ofrezcan una visión esperanzadora para el futuro” y logren movilizar a la gente. Lo que el partido necesita, dice, no son las políticas del Sr. Mamdani, sino “imitar la capacidad de Zohran para comunicar una visión esperanzadora”.

Tomar la visión esperanzadora (en el Partido Demócrata) y tirar las políticas… De ahí viene “la derecha radical”. Se trata del resultado de una esperanza vacía, deliberadamente incumplida. Un partido formalmente apoyado en los sindicatos y las minorías raciales, pero realmente favorecedor de una miseria cotidiana evidente en las promesas de Mamdani, fue el antecedente y el promotor necesario del trumpismo. La radicalidad de la plataforma de Trump es la respuesta a una oposición que representa lo más propio del establishment.  

Ahí metió su cuña el trumpismo: el Partido Demócrata se ha vuelto enemigo de enormes capas de la clase trabajadora y representa, fundamentalmente, a fracciones cultas, liberales y adineradas de Nueva York. Esto nos obliga a reformular la división tradicional que colocaba al progresismo, la izquierda liberal e ilustrada, junto a la clase trabajadora y los intereses materiales. Ese ordenamiento ideológico del mundo fue útil durante la segunda mitad del siglo XX. Ya no[11].

Las lecciones que todo esto nos ofrece para pensar lo que sucede en Argentina están a la vista. ¿O acaso no fue la esperanza en Alberto lo que, ante su desastroso gobierno, empujó a millones de ciudadanos a la desesperada apuesta libertaria? ¿Y no es, acaso, el rechazo al retorno de la estafa peronista lo que impide el abandono de esa apuesta desesperada?[12]

Dos años contra todos los días

La clase trabajadora vota cada dos años (excepto en los sindicatos peronistas, donde no vota jamás o vota listas únicas, con suerte, cada cuatro años). La clase burguesa vota todos los días. Y lo hace de dos maneras: en primer lugar, decidiendo dónde pone o saca su dinero, lo cual influye de manera determinante en las decisiones de todos los políticos burgueses; en segundo lugar, a través de la cooptación de esos mismos políticos burgueses, desplegando a diario las políticas de lobby, alianzas, cercos, presiones y compra directa de votos en el Parlamento. De ahí los reacomodamientos, ante el triunfo de Mamdani, al interior del Partido Demócrata:

Desde las primarias, figuras destacadas del establishment demócrata de Nueva York han mantenido a Mamdani a distancia. El líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Hakeem Jeffries, tardó tanto en respaldarlo que se puso en ridículo. Los senadores Chuck Schumer y Kirsten Gillibrand (esta última tuvo que disculparse tras sugerir en la radio pública que Mamdani apoyaba la «yihad global») nunca lo apoyaron.

Pero el expresidente Barack Obama vio algo en Mamdani —lo ha llamado dos veces desde junio para saber cómo está—, al igual que la gobernadora moderada de Nueva York, Kathy Hochul. En un mitin celebrado en los últimos días de la campaña en el estadio Forest Hills de Queens, Hochul intentó animar al público antes de la intervención de Mamdani. «¡Impuestos a los ricos!», la multitud la abucheó. La tímida gobernadora, reacia a los impuestos, luchó por mantener la compostura. «¡Los oigo!», exclamó. Mamdani apareció en el escenario, se acercó a Hochul y levantó una de sus manos. Los abucheos se transformaron en un estruendoso aplauso.[13]

De ahí también que traduzcan en términos de “edad” un problema eminentemente político:

Mientras ocho senadores afines a los demócratas, con una edad promedio de unos 70 años, votaban con los republicanos para poner fin al cierre del gobierno de 40 días sin las concesiones en materia de salud que los demócratas habían exigido, el partido volvió a convulsionarse con dos preguntas que desde hace tiempo atormentan a sus miembros: ¿Cuándo la edad es demasiada edad y con qué vigor deben luchar contra los republicanos? […] Los demócratas aún lidian con las consecuencias de la calamitosa decisión de Joe Biden de buscar la reelección a los 79 años. Lo que se ha discutido menos son las consecuencias de tener tantos miembros del Congreso que están en edad de jubilación (o incluso la han superado con creces). Y como acaban de descubrir los votantes liberales, es mucho más fácil votar por algo que tu base odia si eres demasiado mayor para preocuparte por la reelección. […]

Luego está la cuestión de cuánto luchar y quién debería liderar la ofensiva. “Enfrentarse a Donald Trump no funcionó”, dijo el lunes King, senador por Maine, en MSNBC . “De hecho, le dio más poder”. Este sentimiento sorprendió a los demócratas, que apenas una semana antes habían obtenido victorias contundentes en California , Nueva Jersey y Virginia . Para muchos dentro del partido, las elecciones del martes representaron la primera vez en un año que podían sentirse satisfechos con su capacidad colectiva para contrarrestar a Trump. En cambio, muchos demócratas se sorprendieron al ver que un grupo clave de senadores cedía en la exigencia del partido, que durante 40 días había exigido a los republicanos que financiaran los subsidios de la Ley de Cuidado de Salud Asequible, cuando las encuestas mostraban que los votantes generalmente estaban del lado de los demócratas.

El descontento se alimenta de los recuerdos de la última batalla por el cierre del gobierno en marzo, cuando Schumer lideró a los demócratas del Senado para llegar a un acuerdo con los republicanos y mantener el gobierno en funcionamiento. Entonces, como ahora, la base del partido y la mayoría de sus miembros en el Congreso querían enfrentarse a Trump y sus aliados, mientras que un puñado de veteranos institucionalistas se mostraron reacios. […]

Todo esto ocurre mientras Trump otorgaba indultos preventivos a Rudolph Giuliani y a un gran número de personas que intentaron revertir los resultados de las elecciones de 2020. En un mundo sin la capitulación de los senadores demócratas, los indultos podrían haber sido un tema movilizador para que los funcionarios electos del partido se unieran en torno a él, mientras continuaban presionando para que se reconociera que el aumento vertiginoso de los costos de los seguros de salud era culpa exclusiva de Trump.[14]

El New York Times piensa como el FITU: la edad determinaría el programa político adoptado. Por eso creen que hace falta “una renovación” etaria, que “los jóvenes” son un sujeto político privilegiado e ingenuidades por el estilo[15]. La realidad es otra: el flujo de capital determina la política. Por eso Mamdani ya se acercó a los agentes que su propia base electoral quiso repudiar votándolo:

El Sr. Mamdani se puso manos a la obra. Le pidió a la Sra. Wylde, directora de la Partnership for New York City, una lista de todos los líderes empresariales importantes a los que debía llamar y comenzó a contactarlos uno por uno, incluyendo a Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock, y a Hamilton E. James, ex director de Blackstone. Hijo único de dos figuras culturales prominentes, el señor Mamdani se desenvolvía con soltura entre personas ricas y poderosas . Explicó por qué sus posturas fundamentales no cambiarían, pero también solicitó consejos y demostró una mayor flexibilidad de la que su reputación sugería. Su objetivo era ampliar la atención infantil gratuita y los autobuses, dijo el Sr. Mamdani en algunos grupos, pero estaba dispuesto a desechar un aumento de impuestos propuesto si podía encontrar otra fuente de financiación.

En una reunión multitudinaria con la Asociación para un Mejor Nueva York , un grupo de líderes empresariales con vocación cívica, […] sorprendió a los asistentes al proponer un cambio normativo que los promotores inmobiliarios llevaban tiempo solicitando para agilizar la construcción. Algunos que esperaban un ideólogo estridente se marcharon impresionados. […] “Hizo más preguntas y me escuchó con más atención a mí y a los demás presentes en la sala de lo que jamás he visto hacer a ningún político, seguramente en esta ciudad”, dijo el Sr. Rosen. El señor Mamdani también adoptó un nuevo tono con sus compañeros demócratas. […] había sido una piedra en el zapato de la señora Hochul durante años, llegando a decir que sus acciones eran la razón por la que “la gente no confía en los políticos”. 

Pero sabía que ella contaba con la confianza de los líderes empresariales y que tendría la llave para sacar adelante sus ambiciosos planes en Albany. Cuando ambos se sentaron a conversar a finales de junio, después del desfile del Orgullo de la ciudad, él se disculpó por sus críticas anteriores hacia ella y le pidió que trabajaran juntos, especialmente en torno a un interés común por el cuidado infantil. La Sra. Hochul se llevó una grata sorpresa. Inicialmente le dijo al Sr. Mamdani que consideraría apoyarlo, pero quería que aceptara mantener a Jessica Tisch, una tecnócrata muy respetada nombrada por el Sr. Adams, como comisionada de policía. El Sr. Mamdani se resistió en un principio, explicando que ni siquiera la conocía. La pregunta iba al meollo de uno de los principales conflictos de la campaña: ¿Hasta qué punto podía llegar el Sr. Mamdani cortejando a los poderosos sin comprometer sus creencias ni, lo que es crucial, alienar a su base progresista?

El señor Katz describió la campaña electoral general como una “historia de fricción constante entre intentar unificar un partido y no perder su carácter populista”. […] Las duras críticas del señor Mamdani hacia Israel influyeron en otro intento, menos exitoso, de acercarse al señor Bloomberg. El candidato sabía que el exalcalde tenía la posición y la fortuna únicas para influir en las elecciones generales. El señor Mamdani necesitaba marginarlo. La campaña tuvo dificultades para conseguir una reunión, pero cuando finalmente se encontraron en la sede de Bloomberg en Midtown este otoño, pasaron una hora amena debatiendo estilos de gestión y viendo fotos antiguas de la época del Sr. Bloomberg en el Ayuntamiento. El Sr. Bloomberg había comentado en privado a sus allegados durante el verano que había terminado con el Sr. Cuomo tras haber gastado más de 8 millones de dólares en su campaña para las primarias. El Sr. Mamdani salió de la reunión convencido de que había hecho lo suficiente para que la situación siguiera siendo así. Se equivocó. Molesto por los comentarios del Sr. Mamdani sobre Israel y preocupado por su inexperiencia, el Sr. Bloomberg finalmente envió 5 millones de dólares a dos super PAC que atacaban al Sr. Mamdani y reiteró su apoyo al Sr. Cuomo, pero lo hizo solo seis días antes del día de las elecciones. Para entonces ya era demasiado tarde. El señor Mamdani había consolidado su improbable coalición para las elecciones generales, cuya fuerza quedó patente una semana antes del día de las elecciones, cuando casi llenó el estadio Forest Hills en Queens. En el escenario estaban el senador Bernie Sanders de Vermont y la Sra. Ocasio-Cortez, figuras destacadas de la izquierda, pero también, por incómodo que pareciera para todos los presentes, la Sra. Hochul y los principales líderes legislativos de Albany. Todos se unían en torno al candidato demócrata.[16]

Los primeros en anticipar una muy probable victoria de Mamdani fueron los burócratas sindicales, que no someten a votación de sus afiliados los apoyos al personal político de la burguesía (cualquier parecido con la realidad argentina no es pura coincidencia). Por eso, desde hace meses, fueron virando sus posiciones:

El Consejo de Comercios de Hoteles y Juegos de Azar y el Local 32BJ pasaron de respaldar a Andrew Cuomo a Zohran Mamdani. Dos poderosos sindicatos de la ciudad de Nueva York que habían apoyado al exgobernador Andrew M. Cuomo en la carrera por la alcaldía de este año han decidido abandonarlo y respaldar a Zohran Mamdani […] Los dos respaldos, junto con uno de un tercer sindicato que no respaldó a un candidato en las primarias, parecían ser una clara señal de que los agentes de poder demócratas tradicionales están comenzando a consolidarse detrás de Mamdani.

Los líderes de los tres sindicatos, el Consejo de Oficios de Hoteles y Juegos; Local 32BJ SEIU, que representa a porteros y otros trabajadores de la construcción; y la Asociación de Enfermeras del Estado de Nueva York, dijeron que apoyaban a Mamdani, un socialista democrático, porque había hecho de la asequibilidad y de los trabajadores la pieza central de su campaña. Prometieron invertir en campañas sobre el terreno para ayudarlo a vencer al alcalde Eric Adams en noviembre. El cambio a Mamdani puede ser un guiño a la realidad política. (…)

El sorprendente cambio en el apoyo sindical se produjo a pesar de algunos esfuerzos del campamento de Cuomo para persuadir a los líderes sindicales de que se abstuvieran de mudarse […] El realineamiento laboral llega en un momento crucial para Mamdani, quien está trabajando para reunir al establishment demócrata detrás de él […]

El Partido Laborista desempeñará un papel clave para garantizar que el Sr. Mamdani llegue al Ayuntamiento. La mayor parte de los 40.000 miembros del sindicato de trabajadores hoteleros vive en la ciudad, y el sindicato generalmente supera su tamaño gracias a su sólida operación política. El sindicato de trabajadores de la construcción, 32BJ, tiene alrededor de 85.000 miembros en la ciudad. Los miembros de ambos sindicatos son en su mayoría personas de color, un electorado que Mamdani debe seguir cultivando para vencer a Adams. DC37, el sindicato de trabajadores municipales más grande de la ciudad, respaldó a Mamdani como su opción número 2 en las primarias, detrás de Adrienne Adams, la presidenta del Concejo Municipal. […]

La campaña de Cuomo parecía resignada a haber perdido el respaldo sindical. “Apreciamos y valoramos su apoyo durante las primarias”, dijo Rich Azzopardi, portavoz de la campaña. Manny Pastreich, presidente de la 32BJ, en un comunicado, dijo que “los conserjes de Nueva York, los trabajadores del aeropuerto, los trabajadores de servicios de edificios residenciales, los oficiales de seguridad, los conserjes de escuelas y los limpiadores de ventanas están listos para unirse a Zohran en el esfuerzo por lograr esa visión y hacer el trabajo necesario para llegar allí”.

Y Nancy Hagans, presidenta de la asociación de enfermeras, que tiene 30,000 miembros que trabajan en los hospitales públicos y privados de la ciudad, dijo que el sindicato estaba orgulloso de respaldar a “un candidato que constantemente pone los intereses de los trabajadores en primer lugar”.[17]

La clase trabajadora no vota todos los días. Pero puede complicar, con su voto bienal o luchando en las calles, la marcha de la política burguesa. Lo cual no necesariamente es bueno para el conjunto de los trabajadores, ya que complicar la política burguesa es complicar el funcionamiento de la economía en la que estamos insertos. Por todo lo dicho es importante comprender qué es un político burgués.

Un político burgués no es la personificación, sin metáfora, del capital. No es una representación de carne y hueso del automovimiento del valor. Sino un funcionario, una persona a cargo de un complejo de tareas. Este complejo puede resumirse en la conjunción de tres factores.

Por un lado, ciertos intereses materiales y particulares del capital. Si bien cada político burgués expresa un interés general –garantizar la propiedad privada de los medios de producción como fundamento para la explotación de los trabajadores–, cada uno también expresa ciertos intereses particulares articulados, que no son los del “conjunto de la clase burguesa” (como asegura, con imprecisa contundencia, el Manifiesto Comunista[18]). Mamdani ganó la interna demócrata y su derrotado, el ex gobernador del estado de Nueva York, Andrew Cuomo, renunciante a ese cargo por denuncias de abuso sexual, se presentó a la elección como “independiente” y contó con el apoyo de gran parte del electorado republicano, que privilegió un voto a quien pudiera vencer a Mamdani antes que a su propio candidato Curtis Sliwa.

Por otro lado, el político burgués tiene que ganarse la confianza de la población y lograr que las instituciones de la democracia burguesa se vean como la representación, más o menos fiel, de esa confianza. En otras palabras, el político burgués tiene que garantizar que no haya acción directa (o que haya la menos posible) para que los negocios se desenvuelvan con fluidez y dinamismo.

El tercer factor es casi de orden artístico. El político burgués tiene que conjugar un plan económico y la confianza popular teniendo en cuenta el sedimento ideológico de cada espacio de acumulación. Es decir, tiene que atender a las ideas prexistentes, a los prejuicios arraigados, a los esquemas de pensamiento que puedan ser tomados, desechados o resignificados, como la manera adecuada de interpretar y expresar esa conjunción entre intereses de la burguesía y confianza de los ciudadanos. El ejemplo que nos da Milei es ilustrativo: irrumpió como lo absolutamente novedoso, con ideas poco conocidas (Rothbard, Ayn Rand, Robert Lucas…), pero ahora se presenta como “heredero de Alberdi” y del liberalismo decimonónico.

En pocas palabras, todo esto se resume en términos de lo que hemos estudiado con Cristian Caracoche: el político burgués tiene que hacer que funcione la Estructura Social de Acumulación[19].

Un final para arruinar la confianza

Recapitulemos. Mamdani es joven, carismático, distinto. Construyó un aparato militante de base. E hizo campaña sobre demandas materiales y poco ideologizadas. Arrasó en todos los sectores postergados y convocó a los que no participaban (pero su rival demócrata, que se postuló fuera del partido, obtuvo el 40% de los votos y superó lo obtenido por el candidato demócrata en la elección anterior). Votó casi el doble de los que votaban hasta entonces.

La victoria de Mamdani es consecuencia de una constelación de causas: a) el fin de los 30 gloriosos años de posguerra; b) el giro del Partido Demócrata (con Clinton) hacia la delegación de los problemas sociales en el capital privado de envergadura; c) la irrupción de la “derecha radical” como respuesta a la lejanía de “la casta” demócrata; d) la crisis irresuelta de la economía para muchos sectores de la población estadounidense. Esto último es un efecto del capitalismo en el sentido más estricto: pobreza en la opulencia.

Por lo tanto, el balance es necesariamente contradictorio. Expresa el deterioro de la representación política burguesa en la ciudad más rica del mundo, ligado a las demandas insatisfechas de mejora en las condiciones materiales de vida más elementales (vivienda, crianza, transporte). Expresa la desconfianza en unos políticos que no son conservadores por la edad que tienen, sino que el conservadurismo de su política partidaria mantiene en puestos prominentes a viejos políticos burgueses. Y expresa la necesidad de explicar pacientemente a la vanguardia de la clase trabajadora que ningún partido burgués puede resolver los problemas cuya raíz no es otra que el sistema capitalista.

Para Mamdani, se trata de convencer a la burguesía de que es necesario hacer concesiones para revitalizar el bipartidismo burgués.

Para nosotros, se trata de explicar las razones para no confiar en la burguesía ni en su personal político.

El que se quema con Obamas y Albertos, ve al “Estado presente” y llora.


[1]  Dossier “Mamdani frente a los poderes fácticos”, publicado en Sin Permiso el 1 de noviembre de 2025.

[2]  Sobre cómo interpretar resultados electorales para evaluar la conciencia política de una población hablamos en “Tarea necesaria. Un balance socialista de las elecciones legislativas”.

[3]  Nicholas Fandos, “Cómo Zohran Mamdani derrotó a la élite de Nueva York y fue elegido alcalde”, nota publicada en el New York Times el 4 de noviembre de 2025.

[4]  Esto nos recuerda algo que Göran Therborn señaló hace algunos años:

El cambio en la coloración política de la formación educativa se ha ido modificando a lo largo de mucho tiempo, comenzando al menos en la segunda mitad de la década de 1960 y alcanzando su punto de inflexión mundial, como promedio, en la década de 1990. La preferencia de los votantes de bajos ingresos por los partidos de centro izquierda, por otro lado, resulta relativamente estable, salvo en Estados Unidos y el Reino Unido.

En las elecciones presidenciales de 2016 y 2020 en Estados Unidos, el candidato demócrata ganó tanto entre la mitad inferior como entre el 10% superior de los perceptores de ingresos. En 2016 Trump ganó en el 40% intermedio, que en 2020 dividió su apoyo por igual. En las elecciones británicas de 2019, los votantes de bajos ingresos prefirieron a los conservadores frente a los laboristas, arrojando unos porcentajes de voto del 45 al 30% respectivamente. […]

¿Hasta qué punto son significativas las nuevas orientaciones políticas de los diferentes niveles de educación? [El libro] Clivages politiques et inégalités sociales define la educación «alta» y «baja» de una manera particular. «Alta» se refiere al 10% más educado de la población, «baja» al restante 90%. La «baja» educación de los votantes de la derecha mercantil en los países ricos simplemente significa que hay menos doctorados, menos titulados con másteres, menos estudiantes de posgrado y, en algunos países, estudios académicos más cortos que entre los votantes de centro izquierda.

El nuevo significado político de la educación superior es un cambio histórico importante que el equipo de Piketty ha puesto de relieve, pero el hallazgo está devaluado por su despliegue un tanto frívolo. La designación burlona de «izquierda brahmán» se refiere en gran medida, de hecho, a profesores universitarios no empleados por universidades de élite, posdoctorados, estudiantes de grado, profesores de secundaria, profesionales de trabajo social y bibliotecarios. Su realineamiento electoral se deriva de la expansión de la educación superior y las profesiones sociales, así como del largo 1968: las revueltas políticas de los sistemas universitarios a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, que dejaron un legado cultural perdurable, en él se cuenta la creación o refundación de un gran número de partidos de izquierda.

Göran Therburn, “Desigualdad y democracia”, New Left Review, número 129, julio-agosto 2021, pp. 7-31.

[5]  Véase “Cuatro elecciones y un rechazo general”, acerca de lo que vimos que tienen en común los electorados de Francia, EE.UU., Gran Bretaña y Argentina.

[6]  Les Leopold, “¿Llueve en el desfile de Mamdani?”, nota publicada en el blog Substack el 6 de noviembre de 2025.

[7]  Genna Contino, “Las ciudades con más multimillonarios 2025”, revista Forbes, publicada el 2 de abril de 2025.

[8]  Nikhil Pal Singh, “La promesa de Zohran”, nota publicada en Dissent el 5 de noviembre de 2025.

[9]  Pablo Pozzi y Valeria Carbone (compiladores), Crisis y decadencia de Estados Unidos (Las presidencias de Barack Obama, Donald Trump y Joe Biden), CABA, Ediciones Imago Mundi, 2024, pp. x-xvi.

[10]  Angie Beeman, “¿Por qué la clase media de Estados Unidos no confía en Hillary? Ella cree que es mejor que nosotros y lo sabemos”, nota publicada en Counter Punch el 26 de julio de 2016.

[11]  Acerca de las categorías que nacieron durante los “30 gloriosos años” del capitalismo, su funcionalidad política y su actual esterilidad, escribimos: a) “La solución y los imprescindibles”; b) “De amenaza fantasma a ubicuo espantapájaros”; c) “El dilema de Camus”; d) “La tentación irracionalista”; e) “Cine: una de esas mercancías que nos resistimos a ver como mercancías”.

[12]  Al respecto hemos escrito bastante. Por ejemplo: a) “Qué hacemos frente a las elecciones”; b) “La dignidad en el rechazo a las propuestas miserables”; c) “30 ideas para una acción socialista”; d) “Éxito y fracaso de los votantes libertarios”; e) “Por qué la unidad del «campo popular» es contraria a la unidad de la clase trabajadora”; f) “Una estrategia socialista: unirnos y dividirlos”.

[13]  Eric Lach, “Comienza la era Mamdani”, nota publicada en The New Yorker el 4 de noviembre de 2025.

[14] Reid J. Epstein, “La edad es el tema que los demócratas no pueden cerrar”, nota publicada en The New York Times el 10 de noviembre de 2025.

[15]  Veáse a este respecto “La estrategia del ocaso”, nuestra reseña al libro Zurda, de Myriam Bregman.

[16]  Nicholas Fandos, “Cómo Zohran Mamdani derrotó a la élite de Nueva York y fue elegido alcalde”, nota publicada en The New York Times el 4 de noviembre de 2025.

[17]  Dana Rubinstein y Nicholas Fandos, “Los principales sindicatos están dejando a Cuomo para respaldar a Mamdani en la carrera por la alcaldía de Nueva York”, nota publicada en The New York Times el 27 de junio de 2025.

[18]  Hablamos de la célebre definición del Estado en el Manifiesto Comunista (“El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocioso comunes de toda la clase burguesa”) a propósito del uso que Alejandro Bercovich le da en su libro recientemente publicado: El país que quieren los dueños: un conjunto de ensayos tan rotundo en su nacionalismo burgués como indeciso entre la ignorancia y la mala fe”.

[19]  Cristian Caracoche nos nos dio un seminario sobre su libro Duhaldismo, Kirchnerismo, Macrismo, que puede verse aquí, donde el concepto de Estructura Social de Acumulación es clave. También en su libro Capital industrial y representación orgánica: La acción política de la UIA en la posconvertibilidad (2002-2015), acerca del cual puede verse una charla aquí.

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