REDES SOCIALES DE LA SOLEDAD: Salud mental, conectividad y aislamiento.

El Cirujano General de los EE.UU., la máxima autoridad en salud pública de ese país, presentó recientemente dos informes que piden atención urgente: Nuestra epidemia de soledad y aislamiento, sobre los «efectos curativos de la conexión social y la comunicación», y Redes sociales y salud mental juvenil, en el que se advierte cómo el uso de las redes sociales puede «dañar profundamente» la salud mental de niñas, niños y adolescentes. Que ambos informes sean publicados casi al mismo tiempo produce un efecto paradójico: en el momento histórico en que una de las sociedades tecnológicamente más desarrolladas del planeta disfruta de la más veloz, multimediática y abarcadora conectividad comunicativa, padece una «epidemia de soledad y aislamiento» tan vasta que las autoridades de salud pública tienen que dar la alarma. ¿Cómo es esto posible?

Redes sociales, infancia y adolescencia

A propósito del Aviso sobre redes sociales y salud mental juvenil, Vivek Murthy, actual Cirujano General de los EE.UU., declaró:

La pregunta más común que me hacen los padres es: «¿Las redes sociales son seguras para mis hijos?». La respuesta es que no tenemos pruebas suficientes para decir que es seguro y, de hecho, cada vez hay más pruebas de que el uso de las redes sociales está asociado con daños a la salud mental de los jóvenes. [Ir a la fuente]

El Aviso, apoyado en una serie de investigaciones científicas recientes, observa que:

Las plataformas de redes sociales a menudo están diseñadas para maximizar la participación del usuario, lo que tiene el potencial de fomentar el uso excesivo y la desregulación del comportamiento. […] Las notificaciones automáticas, la reproducción automática, el desplazamiento infinito, la cuantificación y visualización de la popularidad (es decir, los «me gusta») y los algoritmos que aprovechan los datos del usuario para ofrecer recomendaciones de contenido son algunos ejemplos de estas funciones que maximizan la participación. […] Además, algunos investigadores creen que la exposición a las redes sociales puede sobreestimular el centro de recompensa en el cerebro y, cuando la estimulación se vuelve excesiva, puede desencadenar vías comparables a la adicción. Pequeños estudios han demostrado que las personas con un uso frecuente y problemático de las redes sociales pueden experimentar cambios en la estructura cerebral similares a los cambios observados en las personas con adicción al juego o al consumo de sustancias.

El problema es internacional y no afecta sólo a los países más desarrollados del planeta. Justo antes de que estallara la pandemia, la Sociedad Argentina de Pediatría recibió un artículo titulado «Uso de pantallas en niños pequeños y preocupación parental» [publicado aquí], en el que se alerta sobre la exposición de niñas y niños menores de 2 años a diversos dispositivos con pantalla (desde la televisión o la PC hasta el móvil o la tablet):

El desarrollo psicomotor del niño […] es un fenómeno evolutivo de adquisición continua y progresiva de habilidades, que abarcan el lenguaje, la cognición, la motricidad, la interacción social y la conducta, y este es producto de la interacción de factores genéticos y medioambientales (como el uso de tecnología). Por este motivo, es fundamental, en las consultas, el abordaje del uso de pantallas a edades tempranas y su probable relación con los trastornos del desarrollo, cuya prevalencia está en aumento.

Dado que la niñez y la adolescencia comprenden una etapa crítica del desarrollo del cerebro, la vulnerabilidad ante los daños potenciales que el uso de redes sociales puede provocar es mucho mayor que en la adultez. Si el Aviso del Cirujano General de EE.UU. señala que «la exposición a las redes sociales puede sobreestimular el centro de recompensa en el cerebro», en nuestro país Silvina Pedrouzo y Laura Krynski, de la Subcomisión de Tecnologías de Información y Comunicación de la Sociedad Argentina de Pediatría, ahondan en el tema para el caso particular del uso de TikTok como medio para obtener aprobaciones, comentarios, seguidores y «me gusta»:

Este reconocimiento social estimula el circuito dopaminérgico de recompensa (placentero), que es la base de los comportamientos adictivos y es lo que genera un fuerte incentivo para repetir estas acciones. […] Su algoritmo de inteligencia artificial (IA) está especialmente desarrollado para ser adictivo, debido a que es capaz de obtener más información que otras aplicaciones en muy poco tiempo de acuerdo a la actividad del usuario y así recomendar eficazmente contenido y personalizar anuncios. [Fuente]

Estos efectos fueron premeditados por los diseñadores de plataformas. En una entrevista realizada en 2017, Sean Parker, el primer presidente de Facebook, reveló de esta manera aquellos primeros años:

El proceso mental para construir estas aplicaciones, de las que Facebook fue la primera, consistía en respondernos la pregunta: «¿Cómo consumimos la mayor cantidad posible de tu tiempo y tu atención conciente?» Esto significa que necesitamos darte como un pequeño pinchazo de dopamina, de vez en cuando, porque a alguien le gustó o comentó una foto, un mensaje o lo que sea. Y eso va a conseguir que aportes más contenido, que a su vez te hará conseguir más likes y comentarios. Es un bucle de retroalimentación de validación social, exactamente el tipo de cosa que inventaría un hacker como yo, porque estás explotando una vulnerabilidad de la psicología humana.

La entrevista, que resulta escalofriante, fue titulada con esta frase del propio Parker: «Sólo Dios sabe lo que le está haciendo eso a los cerebros de nuestros hijos».

Una generación ansiosa, depresiva y suicida

La Dra. Jean M. Twenge, profesora de psicología social en la Universidad de San Diego –y una de las fuentes científicas en las que se apoyan los Avisos estadounidenses–, publicó un estudio cuyo título resume con elocuencia un aspecto preocupantes de este problema: «Aumentos en la depresión, las autolesiones y el suicidio entre los adolescentes estadounidenses después de 2012 y los vínculos con el uso de la tecnología: posibles mecanismos».

En su estudio de la llamada «generación Z» o «centennials» (nacida entre 1995 y 2012), que sucedió a la «generación millenial» (nacida entre 1980 y 1994), Jean Twenge registró disminuciones en la felicidad y en la satisfacción con la vida, a la vez que registra aumentos en la soledad, la ansiedad, los síntomas depresivos, los ingresos hospitalarios por conductas de autolesión, los intentos de suicidio y la tasa de suicidios:

En la mayoría de los casos, los aumentos en los indicadores de mala salud mental han sido mayores entre las niñas y las mujeres jóvenes que entre los niños y los hombres jóvenes. Muchos de estos indicadores han aumentado considerablemente: las autointoxicaciones entre las niñas de 10 a 12 años se cuadruplicaron; los ingresos hospitalarios por autolesiones se triplicaron entre las niñas de 10 a 14 años; el episodio depresivo mayor entre las niñas de 12 a 17 años aumentó 52%, de 13,1% en 2005 a 19,9% en 2017; las visitas a urgencias por ideación e intentos suicidas casi se duplicaron entre los niños y adolescentes; y el suicidio entre las niñas de 10 a 14 años se duplicó.

Indicadores de mala salud mental entre niñas y mujeres jóvenes estadounidenses, 2001-2018.

Twenge descarta «que estas tendencias hayan sido causadas por factores económicos», pues crecieron al mismo tiempo que la economía estadounidense (de 2012 a 2018). Además, los mayores aumentos en esos problemas de salud mental se registraron entre los adolescentes más jóvenes, que componen el grupo de edad con menos chances de preocuparse por los problemas económicos del país. Por otra parte, el declive del sector fabril y el aumento de la desigualdad se profundizaron desde la década de 1980, mientras que el aumento repentino de los problemas de salud mental señalados comenzó en 2012. ¿Qué causa, entonces, el aumento de las enfermedades mentales?

Algunos datos a tener en cuenta: Twitter salió al mercado en 2006; Steve Jobs lanzó el iPhone en 2007, el mismo año en que se presentó la red social Tumblr; en 2009 debutó Whatsapp; Instagram apareció a fines de 2010 (y, dos años más tarde, ya tenía más de 100 millones de usuarios); TikTok nació en 2018. El estudio de Twenge advierte que hay «aumentos similares en los problemas de salud mental entre los adolescentes en el Reino Unido y Canadá». Y reflexiona:

La explicación más simple es que el uso más frecuente de los medios digitales conduce a problemas de salud mental, por lo que a medida que aumenta el uso de los medios digitales, los problemas de salud mental también aumentarán. Sin embargo, esta explicación no determina por qué el uso más frecuente de los medios digitales puede causar problemas de salud mental ni explora las consecuencias del uso de los medios digitales más allá del tiempo empleado. Además, no reconoce que los efectos operan no sólo a nivel individual sino también a nivel grupal, de modo que el aumento en el uso de medios digitales entre los adolescentes puede afectar incluso a aquellos que no son usuarios frecuentes. […]

¿De qué manera el uso masivo de medios digitales (que comprende redes sociales, juegos en línea, mensajes de texto, transmisión de videos, etc.) puede afectar a quienes no sean usuarios frecuentes? Twenge ficciona un ejemplo ilustrativo:

Incluso si un adolescente individual elige no usar los medios digitales o usarlos a la ligera, logrando así la inmunidad de los efectos a nivel individual en la salud mental, la norma cultural prevaleciente puede tener un impacto. Imaginemos a Emma, una niña de 13 años en 2020, que no usa las redes sociales. El uso de las redes sociales no puede aumentar la depresión de Emma directamente (a nivel individual) porque su uso es cero. A nivel de grupo, sin embargo, Emma se ve afectada. Si Emma prefiere ver a sus amigos en persona en lugar de comunicarse a través de las redes sociales (como era la norma en la década de 1990 y antes), puede que no tenga éxito. ¿Con quién saldrá si sus amigos están todos en casa, usando Instagram?

El estudio finaliza con la exploración cuidadosa de seis mecanismos para comprender cómo el uso de medios digitales puede estar relacionado con el deterioro masivo de la salud mental juvenil: (1) desplazamiento de la interacción social en persona a nivel individual; (2) desplazamiento de la interacción social en persona a nivel generacional; (3) interferencia con la interacción social en persona; (4) interferencia con el sueño; (5) ciberacoso y entornos tóxicos; (6) información sobre autolesiones y contagio.

Excepto las alteraciones entre sueño y vigilia (que podrían entenderse como relación entre cada individuo con sus medios digitales), los mecanismos enlistados apuntan sin rodeos al núcleo del problema: la interacción social. Es decir, las relaciones entre seres humanos. Aquí localizamos el centro de nuestras preocupaciones.

Detengámonos un momento en la frase de Twenge que dejamos más arriba, resaltada, porque concierne a la mitad de los seres humanos jóvenes: «Los aumentos en los indicadores de mala salud mental han sido mayores entre las niñas y las mujeres jóvenes que entre los niños y los hombres jóvenes». Este punto merece un desarrollo profundo desde el feminismo y su crítica del género, porque los hábitos diferenciales entre niñas y niños son consecuencia de la división de roles y estereotipos que impone el patriarcado. Por ahora, mencionemos dos razones de ese mayor aumento del deterioro de la salud mental de las niñas con respecto a los niños.

La primera reside en cómo afecta a las niñas la brecha entre apariencia y realidad: desde la selección de escenas divertidas y placenteras que circulan como si así fuera TODA la vida, hasta el uso de filtros que distorsionan la percepción de la propia imagen real, la socialización de las niñas con la atención puesta predominantemente en la apariencia explica la inclinación a preferencias significativas como las coreografías sexualizadas (y otras instrucciones para el modelado de gestos agradables a la mirada de los hombres), el seguimiento de las cuentas de jóvenes famosas (cuyo principal capital es la imagen) y las recomendaciones sobre el aspecto (como indumentaria, peinados, maquillaje, uñas esculpidas, etc).

La segunda razón estriba en la forma en que se canaliza la agresividad: mientras los varones somos socialmente educados para la agresión predominantemente física, las mujeres son socialmente educadas para la agresión predominantemente relacional: rivalidad, competencia, comparación… entre mujeres. De ahí, por ejemplo, que en el uso de medios digitales se compruebe una tendencia mayoritaria de los varones hacia videojuegos agresivos (de disparos en primera persona, por ejemplo), mientras que las niñas y las adolescentes tiendan mayoritariamente a los juegos de puzzle y habilidad (tipo Match 3) y simuladores de vida real (como Family Farm Sims). [Ver aquí un estudio al respecto]

Ahora bien, en términos generales y pensando en el conjunto de las niñas, niños y adolescentes, debemos decir que los medios digitales y las redes sociales no son el origen de un problema novedoso sino el amplificador de una relación social característica del sistema capitalista: la que convierte las relaciones sociales entre seres humanos en un mundo donde las cosas tienen vida propia y se relacionan entre ellas. Desarrollemos este asunto.

No lo saben, pero lo hacen

Ni Jean Twenge ni la Sociedad Argentina de Pediatría ni el Cirujano General de los EE.UU. –al menos, hasta donde sabemos– han señalado al capitalismo como fondo problemático de sus avisos, informes e investigaciones. Pero advertimos que los medios digitales y las redes sociales promueven un esquema estructural de relaciones entre seres humanos sospechosamente similar al esquema de los negocios. Este esquema se comprende mejor si enlistamos una serie de características propias del funcionamiento de las redes sociales: disponibilidad, eventualidad, usuario, inmediatez y autonomía. Estas características componen un paisaje luctuoso en el que las personas somos apéndices de un mercado virtual que funciona automáticamente. «No lo sabemos, pero lo hacemos»: el trato personal es sustituido por el trato cosificado. Veamos.

Disponibilidad: condición esencial, en el mercado y en los negocios, propia de las cosas (cuando están listas para usarse) o de las personas (cuando están libres de impedimento para prestar un servicio). El mundo capitalista debe ser accesible en todo momento: la producción, la circulación y la distribución de las mercancías deben funcionar a todas las horas, sin interrumpción.

Eventualidad: los contactos son eventuales, volátiles, porque un sistema mercantil de competencia de todos contra todos jamás puede predecir la realización efectiva de las transacciones. En una escena de la película El lobo de Wall Street (2013), el joven Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) recibe este consejo de Mark Hanna (Matthew McConaughey):

La regla número uno de Wall Street es que NADIE, ni siquiera Warren Buffet o Jimmy Buffet, NADIE sabe si determinadas acciones van a subir, van a bajar o van a dar vuelta carnero. Mucho menos los corredores de bolsa. Todo es fugazzi, ¿sabés lo que es «fugazzi»? Eso: un fugazzi, un «muy volátil», es un «casi», es… polvo de hadas. No existe. Jamás se concretó. No es materia, no está en la Tabla Periódica de Elementos. No es real.

Un sistema especulativo como el capitalismo, en el que se toman decisiones sin tener controladas las variables esenciales del resultado, necesariamente es un sistema eventual, un sistema fugazzi.

Usuario: palabra omnipresente, que expresa muy bien la idea de cosificación y deshumanización. El ferrocarril Sarmiento no transportaba trabajadores cuando, en febrero de 2012, chocó; transportaba «usuarios». Esta palabra es gemela de otra: «consumidor». Ambos términos fueron incorporados a la Constitución Nacional en 1994 (ver art. 42), sin aclarar qué estatuto adquieren esas figuras: usuario y consumidor no equivalen, en la carta magna argentina, a «ciudadano» ni a «habitante del territorio nacional», así que vaya uno a saber de qué derechos gozan, si es que gozan de alguno. Lo cierto es que no expresan relaciones entre iguales ni relaciones en sentido estricto: «usuario» y «consumidor» expresan apropiación de cosas.

Inmediatez: valor que se desprende de la disponibilidad y la eventualidad. Si el mundo tiene que estar disponible para que el usuario-consumidor eventualmente lo tome o lo deje, eso se opone a cualquier disposición que obligue a la permanencia. La disponibilidad y la eventualidad son parte del mundo de la inmediatez. «No sé lo que quiero pero lo quiero ya». La tríada «disponibilidad-eventualidad-inmediatez» socava tanto la permanencia como el compromiso, deshumanizando las relaciones humanas con la tendencia a la mercantilización. Se trata de la expresión más visible y cotidiana de la sustitución de las relaciones entre personas por relaciones entre cosas.

Autonomía: si el entorno cotidiano se presenta y se percibe como eventualmente disponible y listo para ser usado y consumido de manera inmediata, la propia presencia se supone autónoma, independiente de todo lazo que permanezca más allá del evento. No se necesita de otros porque todo lo que se necesite –es decir, cosas, incluso cuando se refiera a otros, pues se trata otros tomados como cosas– debe estar disponible de manera inmediata para mi consumo.

Estas características son indicadores de la percepción capitalista de la realidad –alimento de un Yo caprichoso, narcisista y liberal, que deplora los límites–, no inventada sino fortalecida por los medios digitales y las redes sociales: los demás están ahí, en el mundo, para servirme. Y todo lo necesario para vivir se puede encontrar disponible bajo esta modalidad: «El mundo es tuyo», nos susurra el sistema. O, como explica la española Clara Ramas San Miguel en su libro Fetiche y mistificación capitalista (2018):

Esto es lo específico, precisamente, del modo de producción capitalista. Los productores permanecen aislados unos de otros si no acuden al mercado para poner en contacto sus productos para intercambiarlos. […] es el intercambio entre los productos, es decir, una relación entre cosas, lo que posibilita establecer una relación social entre personas.

El capital conquista geográficamente el planeta y absorbe cotidianamente las actividades humanas bajo el mismo proceso de separación: entre el productor y los medios para producir, entre el productor y su producto, entre el productor y el consumidor. Proceso en el que colabora la transferencia de capacidades humanas hacia las máquinas, de la que hemos hablado en el artículo «La culpa no es del software sino del modo de producción» y por la cual se realiza, en enormes masas de la población mundial, un vaciamiento de las destrezas cognitivas y motoras que el ser humano ha conquistado histórica y socialmente.

Los «perfiles» de cada «usuario», las «cuentas» (en sentido aritmético y bancario, es decir, en sentido financiero), obtienen reconocimiento social a partir de la cantidad de reacciones, comentarios, seguidores, «me gusta»… Este reconocimiento social se llama «valor» en el capitalismo: el contenido producido «se monetiza» para las empresas. No importa cuál sea ese contenido (una coreografía o una clase de física cuántica, el análisis de una escena cinematográfica o un manifiesto político, recomendaciones para atarse el pelo o una prueba absurda con riesgo de muerte), lo importante es que el producto «monetice», sean juguetes, comida, armas de fuego o personas en venta. Shakira y Bizarrap expusieron esta verdad sin metáforas: «Las mujeres ya no lloran, / las mujeres facturan». Igualmente literal es la complicidad entre medios digitales, plataformas y prostitución. Ése es el modelo que las redes alimentan en condiciones capitalistas: cada usuario se ve enfrentado a un dilema del reconocimiento social cuyas opciones más extremas (y esenciales) son facturar o fracasar. Como si cada usuario fuera, de pronto, una cosa obligada a «venderse» en el estandarizado mercado de los filtros, las apariencias y los likes.

«Las mercancías no pueden ir por sí solas al mercado», escribió Marx en En Capital. Pero los seres humanos podemos comportarnos como si fuéramos mercancías y, conectados a distancia con otras mercancías animadas, llegar solitariamente al mercado y quedarnos así, virtualmente conectados y realmente aislados. Porque la cosificación de las relaciones sociales propia del capitalismo acarrea una consecuencia muy grave para la salud mental, con cuya alerta internacional comenzamos este artículo y que ahora mismo abordaremos: la soledad.

Muchedumbres solitarias

El Aviso del Cirujano General de los EE.UU. que dejamos al comienzo de este artículo, Nuestra epidemia de soledad y aislamiento, explica:

La soledad es mucho más que un mal sentimiento: daña la salud tanto individual como social. Se asocia con un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular, demencia, accidente cerebrovascular, depresión, ansiedad y muerte prematura. El impacto en la mortalidad de estar desconectado socialmente es similar al causado por fumar hasta 15 cigarrillos al día, e incluso mayor que el asociado con la obesidad y la inactividad física.

Que los dos últimos Avisos de la máxima autoridad en salud pública de EE.UU. dedicaran sus páginas a la epidemia de soledad y al uso de redes sociales es llamativo. Porque en la paradoja de una conexión virtual interactiva con millones de seres humanos y una sensación real de aislamiento y vacío existencial se pone de manifiesto la irracionalidad del sistema capitalista.

La soledad supone una condición duradera de malestar emocional en la cual un ser humano se siente alejado, incomprendido o rechazado por los demás, sin tener alguien con quien establecer lazos de intimidad, compromiso, amistad. La inversión capitalista de las relaciones sociales entre seres humanos, transformada en relaciones cosificadas entre humanos y relaciones sociales entre cosas, anega los lazos y los términos que todavía no están convertidos en lazos y términos comerciales. Una «historia» es algo que se desvanece apenas se lo visita. Un «amigo» es la designación de una cosa, no de una persona. En todas las redes sociales hay un uso instrumental de los otros seres humanos, convertidos en «seguidores» y proveedores de «me gusta». Por eso pueden acumularse de a miles, aunque no sepamos absolutamente nada de ellos. Todo lo cual refleja exactamente la relación entre los productores privados e independientes cuando llevan sus productos al mercado.

Otro índice revelador es la creciente predilección por el mensaje de audio en Whatsapp, en lugar del llamado telefónico o la conversación en un chat. Se trata del progresivo privilegio que el intercambio de monólogos ha ganado a costa del diálogo, es decir, en perjuicio del discurso entre dos, un ejercicio en el que se debe aceptar la palabra de un otro que acecha, interrumpe, desvía. Ahondamos sobre este asunto en «Clavar el visto». Y hablando de desvíos e interrupciones, antes de que acabara el siglo XVII, Baruch Spinoza dejó sin terminar su Tratado político, en el que alcanzó a escribir:

…aquella ciudadanía cuya paz depende de la inercia de sus súbditos, es decir, de quienes son guiados como corderos de modo que solamente aprenden a ser esclavos, más que ciudadanía merece el nombre de soledad.

En esas páginas, Spinoza le estaba pidiendo a la naciente burguesía europea que tomara las armas contra el poder crepuscular de la nobleza. Ese poder era personal y lo conformaban cuerpos decapitables. Hoy, en cambio, el poder del capitalismo es impersonal. Y las relaciones sociales no se degüellan, se transforman.

Comprender las causas profundas, estructurales, sistémicas, de la ansiedad, la depresión, la soledad… es un paso necesario –e insuficiente– para superar esta organización de la sociedad que produce el deterioro de nuestra salud mental de manera creciente e incesante.

¿Y mientras tanto?

Este cuadro desolador podría inducir a una actitud resignada, cínica o nihilista. Sin embargo, quienes somos socialistas nos vemos empujados a lo contrario: precisamente porque la salud mental de las niñas, niños y adolescentes está en riesgo es que debemos tomar medidas. El Aviso del Cirujano General de los EE.UU. no da muchas vueltas al respecto:

Nuestras niñas, niños y adolescentes no pueden darse el lujo de esperar años hasta que sepamos el alcance total del impacto de las redes sociales. Su infancia y desarrollo están ocurriendo ahora. Si bien el uso de las redes sociales puede tener impactos positivos para algunos niños, la evidencia señalada a lo largo de este Aviso del Cirujano General requiere una preocupación significativa con la forma en que está diseñado, implementado y utilizado actualmente. El uso de plataformas diseñadas para adultos por parte de niños y adolescentes los pone en alto riesgo de uso «no supervisado, inapropiado para el desarrollo y potencialmente dañino» según el Consejo Científico Nacional sobre la Adolescencia. En un momento en que estamos experimentando una crisis nacional de salud mental juvenil, ahora es el momento de actuar con rapidez y decisión para proteger a las niñas, niños y adolescentes del riesgo de daño.

Y propone cinco series de tareas –que invitamos a leer directamente del Aviso [aquí]– dirigidas (1) a los funcionarios políticos, (2) a las empresas de tecnologías, (3) a los adultos responsables del cuidado y la crianza, (4) a las niñas, niños y adolescentes, y (5) a la comunidad de investigadores y científicos.

Por su parte, la Sociedad Argentina de Pediatría ofrece «Recomendaciones de uso seguro de TikTok». Y aclara: «Si bien estas recomendaciones están realizadas basadas en TikTok, pueden hacerse extensivas a otras redes con el objetivo de navegar en forma segura». Transcribimos algunas de esas recomendaciones e invitamos a leer el texto completo:

* No se recomienda su uso antes de los 13 años.

* Limitar el acceso a imágenes e información a las personas más cercanas.

* Educar acerca de la huella digital en las redes, ya que ésta configura su identidad digital, es indeleble y es pública.

* Ayudar a construir una opinión crítica sobre la información recibida por este medio, ya que circula publicidad engañosa, así como también evitar exposición a contenidos inapropiados y ciberacoso.

* Promover el equilibrio entre las horas del sueño, la actividad física y el uso de las redes, de acuerdo a directrices propuestas por la Organización Mundial de la Salud sobre actividad física y hábitos sedentarios.

* Evitar el uso una hora antes de ir a dormir y durante las comidas principales, alejar los dispositivos de la habitación durante la noche. Los adultos deben dar el ejemplo y crear espacios libres de tecnología en el hogar. Las familias pueden consultar el Family Media Use Plan como herramienta para lograr un uso adecuado: (https://www.healthychildren.org/Spanish/media/Paginas/default.aspx).

* Estimular las actividades al aire libre y los encuentros sociales.

* Priorizar los contenidos educativos y las comunicaciones con familiares y amigos al utilizar redes sociales.

La recomendación de evitar el uso de redes antes de los 13 años fue reafirmada por el Cirujano General de EE.UU., quien sostuvo incluso que «En base a los datos que he visto, creo que 13 años es demasiado pronto». Este dato es crucial, porque apunta a la necesidad de favorecer el desarrollo cognitivo, afectivo y psicomotriz sin las perturbaciones y obstáculos que el uso de redes sociales promueve, con mayores riesgos, en niñas, niños y adolescentes. Ellas y ellos, tarde o temprano, se toparán con experiencias plenas de estímulos y deberán afrontarlas por sí solos: el alcohol, las drogas, el sexo, la violencia, la pornografía, etc. Cuanto más demoremos la iniciación en esas experiencias, mejor preparados estarán para interpretarlas, atravesarlas y elaborarlas.

Lo mismo decimos en relación a los medios digitales y las redes sociales: demorar la experiencia cuanto podamos. Alimentar los circuitos neuronales de esas vidas infantiles y adolescentes con estímulos de otro tipo: música, lectura, deporte, aire libre, encuentros sociales en persona… Y comprender críticamente el funcionamiento de las redes sociales en el marco del mundo que nos toca habitar.

Porque el problema no son las redes sociales ni los medios digitales. El problema es la vida y la salud amenazadas por el sistema capitalista. Los desarrollos tecnológicos deben estar al servicio de una vida mejor para el conjunto de la humanidad. Pero mientras la sociedad se organice en función de la acumulación de ganancias, esos desarrollos (que pueden hacer más confortable la vida) continuarán guiados por esta finalidad (que limita el disfrute al tamaño de la billetera). Lo cual es tan contrario a la razón como a la vida.

Mariano A. Repossi

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