Los planteos desreguladores de Milei conmueven a casi todos los sectores económicos de la sociedad argentina. En otras notas hemos señalado el impacto en la clase trabajadora que ha dislocado esquemas de interpretación muy arraigados1. En otras palabras, la idea de que lo estatal es bueno en sí mismo y por su propia naturaleza (compartida por un amplio sector de la burguesía, de la burocracia sindical y de la propia clase trabajadora) se ha visto radicalmente cuestionada.
Y no sólo por otro sector de la gran y pequeña burguesía y algunas franjas de la burocracia y de los trabajadores registrados: también por millones de integrantes de la clase trabajadora más pauperizada y postergada, de la población sobrante para el capital.
Esta pauperización y esta postergación –atribuida con razón a un Estado que hace mímica, imaginariamente presente y concretamente ausente– empujaron a amplias capas trabajadoras a una búsqueda política que rompió los esquemas interpretativos.
Sin embargo, también vemos en el arco de la burguesía –y en su sombra, que es la burocracia sindical– un movimiento ambivalente que se refleja en los zigzagueantes recorridos y resultados del gobierno de La Libertad Avanza en estos casi tres meses de estadía en la Casa Rosada. Ese movimiento de vaivén se puede resumir en una afirmación que sostiene cada actor económico y social: Estoy de acuerdo con el recorte, que es necesario, pero no a mí. Para cada actor económico y social, «El ajuste es el otro».
Esto incluye a todos los aparatos políticos que acompañan al actual gobierno pero… hasta el límite en el que flaquean las refinanciaciones, los fondos discrecionales del Estado nacional, los fideicomisos, las cajas de las obras sociales provinciales. Sobre todo, alcanza a los distintos sectores burgueses cuya actitud está perfectamente reflejada en el tratamiento de la ley ómnibus: aprobada en general y frustrada en particular. Es decir, un apoyo genérico a la idea de los recortes, que da lugar a una imposibilidad de ponerse de acuerdo acerca de cuáles partes hay que serruchar.
La respuesta del máximo dirigente de las patronales de la salud ha sido exactamente ésa: coincidimos en desregular, siempre y cuando signifique quitarnos cargas o impedimentos a la acumulación, pero rechazamos cualquier recorte a nuestros beneficios y exenciones fiscales.
Hasta aquí, lo que ya hemos mencionado en otros artículos2. Lo que nos interesa señalar ahora es qué interpretaciones se le imprimen a esta disparidad, a esta contradicción. Y cuál es la fuente que nutre semejante contradicción, según esas interpretaciones.
Maldad o estructura
La interpretación burguesa tradicional, la que está en crisis hoy, es subjetiva: la fuente de todos los males es una combinación de avaricia y falta de empatía. Quieren llevársela toda y no entregar nada al Estado ni a la sociedad. Se deduce de esa asignación de responsabilidades que los empresarios podrían hacer otra cosa. Así, lo que produce las miserias sociales es la catadura moral, la frialdad descorazonada de los patrones frente a los padecimientos de las mayorías desfavorecidas. Todo se resume en condiciones subjetivas de los actores, que llevan a los burgueses a no ser generosos, a no tener conciencia social, colectiva. Pero podrían, si fueran obligados por disposiciones estatales, actuar de otra manera.
Otra interpretación burguesa, la que viene a reemplazar a aquella más tradicional, posee la misma matriz subjetiva pero invertida. Achaca el problema a sectores que «no la ven», que no ven en ese mismo carácter subjetivo, en el egoísmo, el motor de la bonanza, del crecimiento y, más tarde, del acceso a la redistribución final. Sectores que no ven cómo la exacerbación del interés particular conduce al beneficio común. Sectores que, como no la ven, mantienen sus privilegios. Que no son privilegios de clase, no son privilegios basados en sus propiedades, sino que son privilegios «de casta»: de la relación que tienen con los estamentos del Estado para sacar «ventajita».
En ambas miradas, la relación con el poder y el Estado está en el centro de la interpretación, mientras que las clases sociales, la propiedad y la riqueza se convierten en elementos anecdóticos.
Pero hay una tercera modalidad de interpretación. Desde hace 70 años, la rama de la salud se ha industrializado incorporando tecnología, tardía pero aceleradamente. La fuerte impronta artesanal que ha caracterizado a la atención de salud ha sido largamente superada por un circuito colectivo estandarizado de trabajo, que descansa en una sofisticada aparatología y en fármacos complejos.
La «atención» ha dejado su lugar central en la economía de la salud para transformarse en la vía por la cual la tecnología llega a los usuarios, el canal a través del que se realizan, finalmente, las ganancias de las grandes empresas industriales, que son el núcleo y el centro de gravedad de la salud. Mientras el conjunto de la sociedad se empobrece, los tratamientos se revolucionan y se tornan mucho más eficientes y efectivos, a la vez que es más costoso adquirir los productos industrializados.
Como en ninguna otra rama de la vida social, en el ámbito de la salud es intolerable la distancia a la frontera tecnológica. La desigualdad es menos tolerable en este terreno porque significa aceptar muertes y discapacidades evitables, evidentemente evitables. Por decirlo de otra manera, si es tolerable andar en un Renault 12 modelo 85 y cruzarnos con un 0 km con motor turbo, dirección hidráulica y cambios automáticos, no es lo mismo sufrir y ver que la solución posible existe pero es muy cara y, entonces, aceptar la muerte y la enfermedad.
Por eso el sector salud tiene una gran incidencia en la vida social, en su cohesión y en la construcción de consensos políticos, mucho mayor que otras ramas. Desde dos ángulos opuestos.
Por un lado, se trata de las soluciones a los impedimentos del cuerpo y el dolor, algo que prácticamente no deja a nadie desinteresado y repercute en el humor social en la hegemonía política de manera muy directa. Porque afecta a los trabajadores y su conciencia.
Por otro lado, se trata de una actividad que incide en la disponibilidad de la fuerza de trabajo. Este segundo punto otorga a la salud su disparidad histórica como problema social: si faltan trabajadores, si hay alta tasa de ocupación, si los capitalistas requieren que no falten ni se enfermen ni –obviamente– se mueran, la preocupación es real y acuciante, entonces se interviene desde el Estado para suplir lo que no logra la rama privada. Pero si hay desocupación, precarización, si al capital le sobran los trabajadores disponibles en la población, entonces la acción estatal concertada de los burgueses, la salud pública, se vuelve una mímica, un simulacro para calmar la indignación sin pretender soluciones reales y resultados verídicos en los indicadores sanitarios.
Es lo mismo que sucede con la educación. En ambas ramas de la vida económica, el exceso de trabajadores –la población sobrante para el capital– repercute de manera singular porque da vuelta el interés de la burguesía: de inversión que mejora las ganancias se convierte en gasto que resta a las mismas.
Artesanado y gran industria
Sin embargo, a pesar de la incidencia del sector salud en la vida y la opinión de la población, sus avatares no pueden ser manejados con discrecionalidad política y puro voluntarismo. La lógica de la economía rige allí con la misma persistencia muda y ciega que en los mercados bursátiles. Esa es la razón por la que el evento determinante en el desarrollo del sector salud no es la mayor o menor intervención del Estado, sino el mencionado paso, tardío pero acelerado, del artesanado a la gran industria.
La gran industria aplicada a la salud ha modificado el papel de las clínicas y sanatorios, de los centros asistenciales y de diagnóstico. El mayor componente de su gasto es la tecnología, en general de origen extranjero y valuado en dólares. Tecnología que debe cubrir una demanda en moneda local recurriendo a la fuerza de trabajo local.
No hay muchas variantes para un déficit creciente. Aumentar las cuotas tiene sus límites en el achicamiento del mercado. Rebajar el precio del trabajo, los salarios, ha sido la tarea a la que se han dedicado con sorprendente éxito el gobierno peronista durante 4 años y ahora el de Milei. Con la necesaria colaboración de la burocracia sindical peronista, ayer cómplice abierta y hoy imposibilitada de encabezar una resistencia exitosa y masiva por esa conocida trayectoria hecha de impavidez y colaboración con las patronales.
Dos sistemas de salud
Pero la necesidad de nuevos dirigentes sindicales, aunque imperiosa, no debe servir de excusa para postergar otras necesidades tan imperiosas como aquélla, pero menos evidentes. Los problemas de la salud de los trabajadores y los problemas de los trabajadores de la salud no pueden aspirar a una solución parcial ni sectorial. El sistema mixto que funciona en la Argentina, cuyo esquema básico planeó y echó a andar Ramón Carrillo durante el primer gobierno de Perón, fue desarrollado por todos los gobiernos subsiguientes sin excepción alguna: consiste en que el Estado se haga cargo de los no pudientes y de los sectores demasiado costosos, como las personas mayores o los que padecen enfermedades huérfanas, liberando al sector privado de ese peso en su capacidad de acumulación.
Para eso se fueron sumando al sistema de salud pública, progresivamente, otros subsistemas como el PAMI y recursos como el SUR (Sistema Único de Reintegros), que funcionan en base al aporte y el ahorro proletario. Simultáneamente, la mayor parte del aporte de los trabajadores al sistema de obras sociales se canaliza hacia la acumulación y capitalización privada, que ha desplazado en proporción de 3 a 1 al sector público en cuanto a tenencia y usufructo de tecnología. Así se cumple el sueño de Carrillo: una salud con tecnología del siglo XXI para los pudientes y otra salud, con camas del siglo XX, para los no pudientes.
Pero ese proyecto ha fracasado. No sólo por impericia (que abunda: alcanza con ver los vaivenes con la ley de vacunas para el Covid) y corrupción (innegable, valga un Ginés de muestra), sino por limitaciones estructurales. Nadie puede defender un sistema basado en la protección de pequeños negocios particulares, restándole efectividad al abordaje de problemas globales. No es racional defender un sistema que no puede siquiera –y por necesidades propias de la competencia y no por dificultades técnicas– hacer funcionar una historia clínica única integrada y con amplia disponibilidad.
Pero eso no es todo.
Dos caminos imaginables
Como nos demuestra cotidianamente la exigencia insatisfecha de dólares para el funcionamiento de la economía en términos normales, los sectores diversos de la economía deben compensarse entre excesos y faltantes. Si los que generan divisas son particulares ocupados exclusivamente de su acumulación, los sectores indispensables que requieren divisas igualmente indispensables sufrirán atraso y descomposición.
En una palabra: los problemas de la atención sanitaria no se resuelven sin un fluido aporte de los recursos industriales de punta. Y éstos, en un principio, deben ser importados para que, sólo luego, en base a un plan racional y centralizado, puedan ser parcialmente producidos de manera local.
Todo lo cual implica una poderosa inversión en educación, y una reconversión de la mímica educativa en una educación exigente y científica para lograr que esa renovación y actualización funcionen.
En suma: no hay ningún plan racional para las necesidades sanitarias que no tome como punto de partida esa realidad. No es el voluntarismo administrativo sino la resolución de la falta de recursos lo que permite una solución viable. Y, en un país como Argentina, eso no tiene más que dos caminos imaginables.
Uno es la seducción de los productores agrarios y demás rentistas de la tierra (petróleo, litio, cobre, potasio, etc.) para que cedan parte de la renta a cambio de ventajas en los manejos internos de los pesos. Eso funciona, relativamente, cuando se alinean los planetas de los precios altos, el dólar competitivo, la conflictividad social amenazante y poco más. En general, si hay, no liquidan; y si liquidan es porque hay poco. Décadas y décadas de discusión entre los intereses privados contrapuestos de la industria y la renta son dignas de tener en cuenta como marca de lo inviable. (Aunque hoy se dé una vueltita más con el derrame del crecimiento: a la larga el egoísmo más desenfrenado repercute como generosidad.) Contrariamente y tomando muy en cuenta los tropezones del gobierno de La Libertad Avanza, la totalidad es preponderante a la hora de abordar los problemas particulares.
No hay solución real, de fondo y duradera a los problemas de la salud sin incrustar esa solución en una sociedad distinta a la actual. Una sociedad organizada en base a dar respuesta a los grandes problemas sociales, el respeto democrático a las mayorías y, por lo tanto, en base a un programa de expropiación de la burguesía más rentable y enriquecida.
La nación Argentina está rota. Ya no es inviable. Está rota. Por eso, porque se ha transformado en un despojo de nación, es que sus trabajadores consienten que su gobierno los trate a las patadas, muchos con la sola esperanza de que no retornen los que los hicieron mierda.
Ni los del gobierno anterior ni los del actual pueden solucionar con sus parches y sus mutuos insultos un problema propio de la producción y la distribución de la riqueza. Para hundir a Milei hay que sepultar al peronismo. El socialismo es lejano, sí. Pero necesario. Costoso, pero racional. Escarpado, pero posible. Es la solución sistémica a una debacle sistémica.
Los trabajadores de la salud conscientes de la situación de la salud en el país no podemos sino presentar a la sociedad una solución real. Y esa solución excede e integra a nuestra actividad en un programa mayor: el socialismo.
NOTAS:
1«Tenemos pocas dudas (porque nos parece mucho más probable) con respecto a lo siguiente: el esquema de interpretación que adjudica a la intervención del Estado burgués, en la cobertura de los particularismos, un papel progresista y a la lucha individual por la subsistencia, en un marco de igualitarismo universalista, el papel reaccionario (derecha), ha dejado de ser orientador y ha caducado completamente en estas elecciones. El mundo real, el mundo hoy existente, es un mundo en el cual el Estado se fue y en el que lo indispensable para sobrevivir son la habilidad y el coraje personales.» Sin tanta incertidumbre: la vamos a seguir pasando tan mal como hasta ahora, nota publicada el 21 de octubre de 2023.
2«Esta encerrona es pendular: si los pocos capitalistas que generan divisas son seducidos con muchas libertades no hay con qué sostener una masa creciente de necesitados de subsidios; si se les imponen requisitos, se retiran de la producción o recurren al mercado negro. El ciclo sólo ha dado respiro durante breves lapsos históricos en los que se han conjugado dos factores. Por un lado, precios internacionales altos para los productos primarios exportables, venta de lo acumulado por generaciones de argentinos, o exceso de dinero a nivel mundial y créditos baratos. Por otro lado, el hecho consumado de un previo guadañazo brutal al nivel de vida y el tejido social de la clase obrera. Quienes han tenido esa fortuna son mencionados como buenos gobernantes y administradores (Néstor Kirchner), a condición de que la debacle inevitable del sistema no haya llegado a disipar el espejismo (Carlos Menem). […] Este pulmotor de una clase caduca genera un histórico desfasaje entre lo que el país compra y lo que vende, y entre lo que el Estado ingresa y lo que debe sostener. La clave de estos déficits no es sólo el atraso productivo, sino también la anarquía de la producción ordenada por el interés particular privado, que cercena cualquier vía de solución. Los problemas de Milei para llevar adelante su plan de refundación nacional lo exponen: todos los sectores propietarios le reclaman terminar con los tratos especiales y recibir, a la vez, un trato especial. Este es el runrún que se expresó en las idas y venidas de la ley ómnibus y, ahora, con el DNU. Cada sector burgués pretende que haya recortes pero que se los apliquen a otros.» Tesis sobre el cuento: no se sale de problemas propios con soluciones ajenas, nota del 24 de febrero de 2024.