Somos abolicionistas porque somos feministas

Ayer, domingo 30 de julio, se conmemoró el Día mundial contra la trata de personas. En este marco, el jueves pasado se estrenó en las salas del Gaumont INCAA la película Nuestra venganza es ser felices, dirigida por Malena Villarino. Algunas compañeras de Feminismo y Socialismo estuvimos presentes y acompañamos tanto la «performance» que se realizó frente al Congreso (previamente a la proyección del documental) como la interpretación de las coplas abolicionistas a cargo de Celia, compañera feminista de Rosario. La película continuará en cartelera del Gaumont todos los días, hasta el miércoles 9 de agosto, a las 14:00 hs.

En medio de la instalación creciente de un clima «regulacionista» de la prostitución en muchos sectores sociales (incluso en el que más nos duele: el movimiento que se supone feminista), la circulación de un documental que se posiciona abolicionista es un aporte a nuestra lucha, la de las mujeres que nos reconocemos como sujeto político del feminismo y defendemos una agenda propia: por la liberación de las mujeres, por la abolición del género en tanto relación de opresión, por la abolición del sistema prostituyente, de la explotación reproductiva (promocionada como «alquiler de vientres») y de toda forma de mercantilización de nuestros cuerpos.

La película narra la vida de Sonia Sánchez (en primera persona), sobreviviente del sistema prostituyente, una de las instituciones más antiguas y violentas contra las mujeres. La historia de Sonia es un claro ejemplo de cómo operan conjuntamente el capitalismo y el patriarcado, ya que si bien las condiciones en las que ingresa a este sistema (como ocurre con cada mujer en situación de prostitución) tienen sus aristas singulares y particulares, hay dos determinaciones presentes en su caso que se repiten en la enorme mayoría de la población en situación de prostitución: ser obrera y ser mujer.

En primer lugar, formar parte de la clase obrera opera como determinante: no poseer medios de producción ni de vida nos obliga a trabajar por un salario para reproducir materialmente nuestras vidas. En el capitalismo, el motor es la acumulación de ganancias, basada en la explotación de una clase (desposeída) por otra (poseedora). Una de las consecuencias de esta forma de organizar la sociedad (tal como mencionamos en nuestra última nota) es la siguiente: el número de seres humanos desnutridos pasó de 571,8 millones en 2017 a 735,1 millones en 2022. Esto significa que el número de pobres crece, como así también su «grado» de pobreza; a su vez, los ricos son cada vez más ricos y menos numéricamente. Sonia, oriunda de Chaco, relata que llegó a la Ciudad de Buenos Aires, a los 16 años, con el objetivo de progresar: «progresar, para mí, era comer todos los días». En un sistema cuyas leyes de funcionamiento expulsan cada vez más a su «población sobrante», sumiéndola en condiciones de vida infrahumanas, la prostitución se presenta como una salida: pero no para toda la clase obrera empobrecida por igual.

Aquí aparece la segunda determinación característica y fundamental, presente en la población en situación de prostitución: la de nuestro sexo, ser mujeres. Vivimos en un mundo que, además de capitalista, es patriarcal: existe una subordinación jerárquica de hombres sobre mujeres; esa subordinación, basada en nuestro sexo biológico, opera a través del género: conjunto de normas, estereotipos y roles, impuestos socialmente a las personas en función de su sexo. El género es un instrumento que favorece y perpetúa la situación de subordinación en la que nos encontramos las mujeres. Por ello luchamos por abolirlo. Esta determinación se ve reflejada en los números: «la problemática de la trata con fines de explotación sexual en la Argentina afecta principal y casi exclusivamente a las mujeres (98% de las víctimas)»1. A su vez, sostiene el informe publicado por la OIT (Organización Internacional del trabajo) en 2022: «las estimaciones mundiales de 2021 revelan que, en cualquier momento del período de referencia, 6,3 millones de personas se encontraban en situación de explotación sexual comercial forzosa. El género es un factor determinante: casi cuatro de cada cinco personas sometidas a estas situaciones son niñas o mujeres»2. Asimismo, se expresa en la feminización de la pobreza a nivel global: el 70% de las personas pobres en el mundo, somos mujeres3. El sistema prostituyente opera como institución en el sentido de que la existencia de una sola mujer prostituida habilita esa posición social para todas. Lo que el sistema prostituyente defiende no es el derecho de las mujeres a venderse sino el derecho de los varones a comprarnos. La posibilidad de comprar el libre acceso al cuerpo de una mujer naturaliza e instala socialmente la idea de que las mujeres somos objetos posibles de ser mercantilizados y violados (incluso, como potencialidad, para las mujeres que no estamos en situación de prostitución). Es decir, genera un consenso social sobre la práctica y concede que esa sea una fuente de ingresos para sobrevivir, una opción legítima para millones de mujeres y niñas sumidas en la pobreza y la desesperación.

Al hablar de sistema prostituyente, enfatizamos su caracter sistémico: en él confluyen eslabones fundamentales de una misma cadena de montaje, como la trata y la pornografía.

La prostitución es inseparable de la trata ya que el negocio de la explotación sexual necesita renovar permanentemente las mercancías que ofrece (principalmente mujeres y niñas) y la trata garantiza esa fluidez. Los datos indican que alrededor de 4.000.000 de mujeres y niñas son ingresadas anualmente a la prostitución (constituyendo el 98% de las víctimas de trata). La trata alimenta el recambio e ingreso permanente de población a la situación de prostitución.

Por su parte, la pornografía educa a varones y mujeres sobre cuáles son los roles sexuales de cada uno, a la vez que brinda modelos y performances que luego se ponen en práctica tanto en los encuentros presenciales, como virtuales o de prácticas sexuales a demanda (como en las plataformas, donde los varones prostituidores le van diciendo a las mujeres de las webcam lo que ellas deben ir haciendo).

El discurso que circula con respecto a las plataformas de explotación sexual (la forma más novedosa de ingreso al sistema prostituyente), acerca de que se trata de mujeres que lo eligen libremente, reproduce uno de los argumentos de quienes consideran que la prostitución es «un trabajo más», al punto de reivindicar una supuesta lucha por los «derechos laborales» de las mujeres en situación de prostitución. Sin embargo, nuestras elecciones están determinadas por nuestras condiciones de vida, el entorno, lo que aprendemos desde chiquitas/os, lo que se transmite (muchas veces sin que nos demos cuenta) sobre cuáles son los lugares y roles posibles, y en una sociedad patriarcal: los lugares para las mujeres no son iguales que los que se habilitan para los varones. Más aún, cuando de mujeres de la clase obrera y empobrecida se trata. En este sentido, nuestras condiciones materiales determinan nuestras elecciones (no es lo mismo elegir “de qué trabajar” si tengo casa propia o alquilo, o si vivo en la calle, si pude acceder a estudiar y tengo títulos, si tengo niños u otras personas a cargo, si tengo ahorros, si en el hogar en el que estoy hay varios ingresos de dinero o sólo uno, etc) por lo que no podemos hablar de libre elección en la prostitución. Como tampoco podemos hablar de consentimiento. El aparente consentimiento que brinda la mujer prostituida está viciado estructuralmente. La relación sexual no puede ser un «trabajo más», es socialmente necesario que defendamos como requisito indispensable: la existencia del deseo adulto por parte de cada persona involucrada en una relación sexual. Si esa condición mínima no se cumple, estamos hablando de violaciones sistemáticas a cambio de un dinero. Sencillamente, de un acto sexual entre dos personas: una que desea y otra que no.

La promoción permanente acerca de las plataformas de explotación sexual (al estilo «Only fans»), esconde que la exposición de material audiovisual por parte de las mujeres en el espacio digital forma parte de la industria de la explotación sexual, es un tipo de prostitución y es material pornográfico (prostitución filmada). El espacio digital forma parte de la realidad: lo digital es real. Los efectos y secuelas psíquicas y físicas que producen la exposición de una actividad que pertenece a la intimidad, que debe ser placentera y estar anudada al deseo como condición necesaria, van en el mismo sentido que la prostitución presencial. Lo virtual en sí mismo (como parte de la realidad) ya produce todos los daños y riesgos que identificamos en la prostitución presencial. Se les paga para que simulen un deseo que no tienen. La plataformización le permite a la industria sexual una explotación sexual en escala ampliada, funciona como una herramienta multiplicadora de la cosificación de las mujeres y niñas.

Finalmente, la doble determinación social: la de nuestro sexo biológico (que se vuelve social por el montaje del género construido en base a él) y la de clase, está presente en la historia de Sonia; ambas se conjugan en ese momento en el cual ingresa al infierno del sistema prostituyente. En este sentido, nos parece muy valioso su testimonio a contracorriente de la instalación mediática de la prostitución como electiva y empoderante.

Es así como, dejando claras las determinaciones sociales que empujan a las mujeres a la situación de prostitución, entendemos que el camino de salida no podrá ser individual. Si las determinaciones son sociales, su salida será colectiva. Mientras una de nosotras siga en situación de prostitución, la lucha seguirá en pie, porque esa existencia funda y sostiene el caracter institucional con el que opera el sistema prostituyente.

El abolicionismo

Tal como sintetiza el cuadro que mostramos a continuación (confeccionado por Convocatoria Abolicionista Federal, en su guía Docente Abolicionista para ESI), el abolicionismo del sistema prostituyente busca proteger a las mujeres de los prostituidores y de quienes propician y lucran con la prostitución ajena; no criminaliza a las mujeres en situación de prostitución sino a tratantes, proxenetas y «consumidores» (puteros). Desalienta y sanciona la demanda que propicia la explotación sexual. Exige asistencia para la población en situación de prostitución (cuya amplia mayoría se trata de mujeres obreras).

Imagen extraída de la Guía Docente Abolicionista para ESI, confeccionada por la Convocatoria Abolicionista Federal.

Somos abolicionistas, porque somos feministas.

Feminismo y Socialismo

Imagen principal: Ilustraciones de Cinta Arribas.

NOTAS:

1 Informe “La pobreza tiene género”. Por Vega Alonso del Val, colaboradora de Amnistía Internacional. Disponible en: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/la-pobreza-tiene-genero/

2 https://www.mpf.gob.ar/protex/files/2021/10/Nuevo_informe_de_UFASE__La_trata_sexual_en_Argentina._Aproximaciones_para_un_an%C3%A1lisis_de_la_din%C3%A1mica_del_delito_.pdf

3 https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—ed_norm/—ipec/documents/publication/wcms_854797.pdf

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