Hace apenas unos días, el 12 de julio, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) publicó un informe con este titular: «122 millones más de personas empujadas al hambre desde 2019 debido a múltiples crisis, revela informe de la ONU». En ese informa detalla:
El hambre mundial, medido por la prevalencia de la subalimentación, se mantuvo relativamente sin cambios entre 2021 y 2022, pero todavía está muy por encima de los niveles anteriores a la pandemia de COVID-19 y afecta a alrededor del 9,2 % de la población mundial en 2022, en comparación con el 7,9 por ciento en 2019. Se estima que entre 691 y 783 millones de personas en el mundo enfrentaron hambre en 2022. Considerando el rango medio (alrededor de 735 millones), 122 millones de personas más enfrentaron hambre en 2022 que en 2019, antes de la pandemia. […]
La recuperación económica de la pandemia observada en 2021 se ralentizó en 2022. El aumento de los precios de los alimentos, los insumos agrícolas y la energía, magnificados por el impacto de la guerra en Ucrania, socavaron la recuperación del empleo y los ingresos de las personas más vulnerables, lo que dificultó un descenso del hambre. […]
Se proyecta que casi 600 millones de personas estarán crónicamente desnutridas en 2030, lo que apunta al inmenso desafío de alcanzar la meta de los ODS de erradicar el hambre. Se trata de unos 119 millones más que en un escenario en el que no se hubiera producido ni la pandemia ni la guerra de Ucrania, y unos 23 millones más que si no se hubiera producido la guerra de Ucrania. [Descargar el Informe]
A pesar de que el organismo intenta justificar el aumento mundial del hambre y los hambrientos adjudicándoselo únicamente a la incapacidad para enfrentar la pandemia y a los efectos de la guerra inter capitalista en Ucrania, los indicadores lo desmienten. Lo desmienten tanto en términos absolutos (es decir, en cantidad de personas) como en términos porcentuales sobre la población total:

Y lo desmiente no sólo por lo que se observa en el cuadro, en el que a partir de 2017 ambos indicadores negativos comienzan a crecer (3 años antes del estallido de la pandemia), sino también en los números de desnutridos absolutos y porcentuales. El porcentaje de desnutridos a nivel mundial pasó del 7,5% en 2017 al 7,9% en 2019; recién entonces comienza la pandemia y el dato se eleva hasta el 9,2% en 2022. En términos absolutos, el número de seres humanos desnutridos pasó de 571,8 millones en 2017 a 612,8 millones en 2019, para elevarse a 735,1 millones en 2022.
Es más: si tomamos el World Inequality Report 2018 [ver aquí], la tendencia mundial de los 30 años previos a 2018 fue de un aumento de la polarización social: entre 1980 y 2016 el 10% más rico de la población mundial se quedó con el 57% del crecimiento del ingreso; el 1% más rico con el 27%. En cambio el 50% más pobre se quedó apenas con el 12% del incremento; y el 40% del medio, con el 31%. De manera que no pueden adjudicarse a la pandemia de Covid y la guerra en Ucrania estos resultados del World Inequality Report 2020: «La mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza. En contraste, el 10% más rico de la población mundial posee el 76% de toda la riqueza». ¿Qué teoría puede explicar esta situación? El nuevo reporte, coordinado por autores insospechados de estar luchando por el socialismo, expone:
Las desigualdades globales parecen ser tan grandes hoy como lo fueron en el pico del imperialismo occidental a principios del siglo XX. De hecho, la proporción de ingresos que capta actualmente la mitad más pobre de la población mundial es aproximadamente la mitad de lo que era en 1820, antes de la gran divergencia entre los países occidentales y sus colonias.
De manera que el crecimiento del hambre y la desnutrición es un producto del sistema económico imperante a nivel mundial. La incapacidad de este sistema para resolver problemas sanitarios (como en la pandemia) o para evitar disputas por mercados y beneficios (guerra en Ucrania) empeoran el hambre y la miseria, pero no son sus causas. Al igual que ocurrió con otros fenómenos sociales, como la degradación educativa y la precarización de las condiciones laborales, la pandemia y la guerra simplemente aceleraron y profundizaron una tendencia histórica. No crearon, de repente, la desigualdad social.
Lo que hoy causa el hambre y la miseria es la apropiación privada, por una minoría explotadora, de la riqueza producida por la población mundial. El informe del aumento de la pobreza de los pobres contrasta y debe acompañarse del simultáneo aumento de la riqueza de los ricos. Es la manera correcta de entender que uno es producto del otro. No es un problema de la producción de riqueza. Es un problema de la propiedad de los medios para producirla. Son los dueños de los medios para producir riqueza quienes acumulan capital en mayores cantidades cada vez, hasta plasmar situaciones tan ridículas como indignantes:
Los diez hombres más ricos del mundo han duplicado con creces su fortuna, que ha pasado de 700 000 millones de dólares a 1,5 billones de dólares (a un ritmo de 15 000 dólares por segundo, o lo que es lo mismo, 1300 millones de dólares al día) durante los primeros dos años de una pandemia que habría deteriorado los ingresos del 99 % de la humanidad y que ha empujado a la pobreza a más de 160 millones de personas más.
¿Cómo se explica semejante desigualdad? Es a partir de esta información y estas contradicciones que se hace preciso retomar una de las críticas más reiteradas ante la propuesta de una sociedad socialista: «¿En qué país funciona o funcionó el socialismo? ¿Dónde hay algún ejemplo de sociedad, en todo el mundo, que se organice para la satisfacción de las necesidades de la población en su conjunto y no por el interés de una minoría que busca maximizar sus beneficios?»
Esa crítica se vuelve contra el capitalismo. Porque hace 30 años que el conjunto de la economía mundial es plenamente capitalista. Y los resultados están a la vista.
Podemos seguir jugando a la quiniela con nuestras vidas. Pero la que más chances tiene de ganar es la miseria del capitalismo.