En el maremágnum del mundo actual hay tantas causas justas como personas. Quizá más. Podría uno dedicar la vida a proteger a algún tipo de pájaro. Sería justo hacerlo. Y sumar más especies de pájaros podría ser mucho mejor. O al menos, eso parece. Sin embargo, ese camino no conduce al ecologismo sino a un callejón sin salida. Hay aves que se alimentan de otras aves: proteger a unas es condenar a otras.
Las causas justas puntuales presentan un problema: no toman en cuenta las cantidades, las relaciones y las jerarquías; que son precisamente los medios a través de los cuales las causas justas se pueden transformar (y en la historia de la clase trabajadora hay muchos ejemplos) en grandes causas sociales. En cambio, desde el particularismo se asume este procedimiento: cuando una causa no me parece propia, adecuada y conducente, le agrego lo que a mí me parece correcto y me sumo. Es decir, se procede como en aquel ecologismo impaciente: sumando pajaritos.
Pero una convocatoria política coherente no se constituye mediante la adición de retazos si éstos no entrañan cierta cohesión lógica entre sí: no es posible marchar por lo mismo cuando, simultáneamente, se afirma que la mujer existe y no existe, que se apoya a la burguesía y que no se la apoya. Eso no articula soluciones, sino que desarticula objetivos.
En primer lugar, porque confunde e invierte tareas: muchas ideas requieren pocas personas que las escuchen mucho tiempo; la acción, al contrario, requiere mucha gente con pocas palabras convocantes. Precisamente eso es lo que refleja el luchismo: estar en la calle sin importar lo que esté pasando ni por qué, como señalamos acá.
En segundo lugar, porque lo que agregue a la convocatoria cada agrupamiento no es distinto de lo que piensa cada individuo en su fuero íntimo: no modifica la convocatoria ni el resultado. No lo pudieron lograr los Montoneros con Perón y culminó en su exterminio por la furia del General. Si ese desafío serio resultó infructuoso, ¿qué queda para cada grupo que marcha con consignas propias? Nada. No es más que la expresión liberal del máximo individualismo cosechado en este sistema.
Sobre las mujeres
La política no funciona bajo la forma de la adición. El problema de la política, que es en última instancia el problema del poder, atiende a las cantidades, las relaciones y las jerarquías. La postergación económica, social y política de una mitad de la humanidad por la otra mitad en base a su biología reproductiva es uno de los problemas más graves y más abarcadores que tenemos por delante resolver. Se trata del problema del sistema patriarcal. La solución de este problema tiene un sujeto político: las mujeres.
Este problema, que afecta en muchísimos aspectos a las mujeres, permea en colectivos (que sí son) minoritarios en su afán de emparentarse de alguna manera con ellas. Nos estamos refiriendo a aquellas personas y grupos que adoptan estereotipos sexistas (es decir, herramientas de opresión del sistema patriarcal) como si fueran rasgos constitutivos de las mujeres: usar vestido, maquillarse, lucir implantes para simular mamas, etc. En suma, modificar la apariencia como si eso pudiera anular millones de años de evolución de la vida sobre la Tierra. Y reducir el estatuto de la mujer al uso de cosméticos, indumentaria e intervenciones fármaco-quirúrgicas. El sistema patriarcal, al dar con un parentesco con las mujeres, asigna roles y tareas en relaciones de subordinación similares, aunque no idénticas (un hombre no puede experimentar ser socializado como mujer en el sistema patriarcal, simplemente porque no es mujer). Por eso, cuando atendemos a las cantidades en la población, al orden de las jerarquías y a las relaciones de subordinación, el problema no es la «disidencia» sino el patriarcado.
Los padecimientos de la minoría señalada se deben en gran parte al sistema patriarcal, cuya principal y mayoritaria víctima somos las mujeres. Sin embargo, no somos nosotras la cabecera de esa marcha. Lo cual no nos asombra, ya que la agenda promovida por ese colectivo minoritario niega la existencia de las mujeres («mujer es quien dice serlo») y reclama multiplicar los «géneros» (los estereotipos sexistas), reclamo antagónico a la abolición del género que vindica el feminismo.
La convocatoria, entonces, no debería formularse en términos del derecho individual, sino del derecho colectivo: no hay más de dos sexos y el problema feminista pasa fundamentalmente por la abolición del género, la abolición del sistema prostituyente, la abolición de la explotación reproductiva, la brecha salarial, las amenzas a la ley de IVE, la violencia machista (en todas sus formas de expresión, la más brutal: el femicidio).
Obligar a un sujeto político mayoritario (la mitad de la población humana) a marchar tras la bandera de una minoría desarticula y desjerarquiza a las mujeres como sujeto. Es la antipolítica.
Sobre las marchas
Las marchas son el punto de partida de las actuales polémicas. Como socialistas, es decir, como militantes por un orden social que no esté fundado en la ganancia privada, no debemos ir a todas las marchas. Las personas no salen a la calle únicamente por nobles causas colectivas. También salen por causas egoístas: la Revolución Francesa tuvo La Fronda; la Revolución Rusa tuvo la Marcha sobre Roma.
En una sociedad basada en el interés individual privado, no hay razón para pensar que el egoísmo no pueda convocar masas. El liberalismo particularista puede hacerlo y, hoy, en mayor medida que los intereses colectivos sociales más amplios.
En nuestro país, la que tal vez haya sido la mayor movilización política de la historia argentina presentó un carácter profundamente reaccionario en la misma medida que popular: más de un millón de personas, en su enorme mayoría trabajadores, colmó las calles en apoyo a la fórmula Luder-Bittel en 1983.

El firmante de los decretos de aniquilamiento de la subversión y el partido de La Triple A (partido que no sólo aportó 180 intendentes a la dictadura de Videla, sino que pactó la amnistía para los milicos en caso de ganar en 1983), fueron apoyados por una inmensa multitud. Aquí encontramos otro rasgo para pensar las movilizaciones: la calle no es la población, las marchas no son la gente, la muchedumbre en movimiento no es la clase trabajadora. Mientras una porción muy importante de los trabajadores avivaba a los responsables de la masacre y festejaba que Herminio Iglesias prendiera fuego un cajón con el nombre de Alfonsín, mientras eso pasaba en la calle, otra porción de los trabajadores (muchos millones más) decidía repudiar todo eso con su voto.
La relación entre la calle y la conciencia nunca es simple ni directa. Además del posible –y no poco frecuente– dislocamiento entre las intenciones de la movilización y el resultado en la conciencia, existe un sinfín de marchas a las que los socialistas no deberíamos ir, como la plaza de Galtieri o la movilización del Campo. Pero, así como hay movilizaciones a las que obviamente no hay que ir (y entonces nos quedamos tranquilitos en casa), hay otras a las que los socialistas tampoco vamos porque reafirman la gestión egoísta en la vida social capitalista: San Cayetano, la asunción de Cámpora, la plaza del Bicentenario.
De manera que a las afirmaciones del tipo «Marchar siempre es bueno y el resultado siempre favorece a los que marchan», respondemos: Marchar es un acto político, su validez y sus resultados dependen de la situación concreta de cada marcha concreta.
Sobre el fascismo
La caracterización de fascismo no es un problema semántico (qué significa) ni histórico (qué fue). Para caracterizar el fascismo (proto fascismo, neo fascismo, pseudo fascismo o como se lo quieran nombrar) es necesario responder a la siguiente pregunta: ¿Ha operado –o está operando– el gobierno un cambio de régimen que suprime las libertades democráticas, impide la organización, reprime todas las luchas e incluso les quita a sectores de la burguesía sus derechos? Si la respuesta es afirmativa, entonces debemos derribar ese régimen para poder actuar políticamente y conseguir la defensa gremial de nuestras condiciones de vida.
El primer corolario de la existencia de un régimen de esas características es que no se lo puede enfrentar en lo electoral, pues las elecciones se hallan viciadas o directamente están prohibidas. El segundo corolario es que toda actividad militante debe corresponder a ese clima represivo pasando, por ejemplo, a condiciones de clandestinidad. El tercero, que las convocatorias a movilizar deben ser amplias, esto es, por derechos cuya pérdida afecte a todos: ¡Abajo la dictadura! ¡Democracia ya!

Sin embargo, la marcha «antifascista» de hoy no explica qué pretende en relación al fascismo denunciado. ¿Elecciones? Hay. ¿Un Parlamento en funciones? Hay. ¿Sistema judicial? Hay. ¿Derecho a reunión? Hay. ¿Sindicatos, prensa, partidos políticos? Hay. Por supuesto, hay todo eso bajo la forma de la democracia burguesa. ¿Cómo podría ser de otro modo viviendo en un país capitalista? El llamado «antifascismo» es un convite al peronismo mediante la amplitud de demandas imaginarias.
Ir detrás de un supuestamente indispensable antifascismo es la manera de abrirle la puerta al peronismo mediante unas demandas que, por imaginarias, no dejan a nadie afuera. Desde Cúneo hasta Kicillof, pasando por Massa y la burocracia sindical, todos pueden coincidir en el objetivo de que alguna vez se vaya Milei (y vuelvan los Sciolis, los Albertos, las Cristinas y los Juan Domingo).
Sobre el racismo
La marcha de hoy se autoproclama «antirracista» y no deja de sorprendernos. ¿Cuáles han sido las medidas de gobierno racistas? ¿Hay un marco legal que discrimine según «la raza»? ¿Hay, a nivel social, un movimiento supremacista basado en «la raza»? ¿Dónde, en Argentina, vemos sectores sociales significativos que ejecuten prácticas racistas de persecución, hostigamiento, violencia, expulsión y desprecio de personas o grupos?
Sabemos que al peronismo no lo conmueve la explotación reproductiva, ya que de los 12 proyectos presentados al Congreso para regular el mercado de bebés en Argentina, 7 (la mayoría) son suyos (y ninguno de La Libertad Avanza). Pero cuando Marley, Martín Redrado, Luciana Salazar, Flavio Mendoza y Flor de la V, entre otros, compran bebés de diseño, rubios y de ojos azules, ¿a nadie le parece un poquito nazi? ¿O, al menos, un tanto supremacista?
Sobre la conciencia
Un sector numeroso quemará un nuevo cajón de Herminio esta tarde. Contemplaremos el efecto, quizá, dentro de un par de meses, en las urnas. Pero Milei no se va a ir. Las «disidencias» no son el hambre, la inseguridad, la desocupación o el problema de la vivienda. Ante la debacle peronista, el presidente libertario exhibe que acomodó más o menos bien uno de los grandes temas: bajar la inflación. Con eso le alcanza. Y le viene muy bien al gobierno que la oposición sea este peronismo disidente y orgulloso, antifascista y antirracista, es decir, sin propuesta.
De la izquierda que marcha desconocemos cuál es su plan.
Nosotros consideramos necesario pensar y debatir estas cuestiones antes de marchar. Para saber con quiénes y por qué hay que hacerlo.
No podemos cambiar con nuestra voluntad las relaciones de fuerza ni el entusiasmo de los trabajadores ni las creencias políticas de la clase obrera. Pero podemos trabajar para ofrecer, en un tiempo no inmediato y por lo tanto sin espasmos convulsivos, con paciencia socialista, otra cosa.
Buen dia.
Quisiera saber quien o quienes escriben estos articulos sobre la idelogia de genero y la militancia transicionista. Muy esclarecedores y polemicos con el “sentido comun” imperante en el “progresismo” argento.
Mucha gracias.
Hola, Daniel. Te agradecemos la lectura atenta y el generoso comentario. Somos varios militantes los que redactamos todas las notas, incluyendo las de crítica a la ideología de género. No somos originales en esta perspectiva crítica, pasa que somos muy minoritarios en la izquierda. En nuestro canal de YouTube tenemos varias charlas sobre el problema, como la que nos dio Laura Lecuona (cuyo libro nos resultó esclarecedor) o esta otra, que nos dio José Errasti: https://www.youtube.com/watch?v=sEUllJCNv9Q
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