EDITORIAL #12: 4 respuestas tentativas a 4 preguntas tajantes

Como socialistas, como materialistas, no pensamos que las intenciones y los discursos determinen el mundo. Sino las experiencias y los sucesos de la vida real, económica, cotidiana. Eso sí: pensamos que las promesas, las intenciones, los discursos, se contrastan, de alguna manera, sobre ese fondo cotidiano de materialidad. Nadie «nos llena la cabeza»: la cabeza actúa de manera muy eficiente en busca de la supervivencia. No se trata de algo local ni coyuntural: se trata de la estructura general de los seres vivos desde que surgieron en la esfera terrestre. Las acciones, a veces, dan malos resultados. Es cierto. También es cierto que los seres humanos hemos desarrollado, evolutivamente, un recurso tan innovador como sorprendente: un cerebro que puede hacer preguntas con el fin de corregir esas acciones.

Pregunta 1: ¿Quién trajo a Milei?

Más de la mitad de los votantes argentinos, en 1983, confluyó en un voto progresista: Raúl Alfonsín contra la patota sindical, Herminio Iglesias y el pacto peronista con los militares. Esa experiencia progre terminó en una hiperinflación. Alfonsín dimitió para entregarle la presidencia anticipadamente al candidato que hizo campaña como alternativa al «lápiz rojo» y los recortes del Estado que proponía Eduardo Angeloz (UCR). «Revolución productiva y salariazo», semejante alternativa popular y progresista encarnó la vuelta del peronismo al poder, con la jefatura de Carlos Menem: un gobierno que trastocó la estructura de la clase obrera argentina creando un ejército de desocupados que nunca había existido. Y que dispuso, también, un salto tecnológico en el campo (que sería aprovechado, fundamentalmente, por un patagónico gobernador menemista durante su propio mandato presidencial). Los niveles de miseria provocados por la década ganada de Menem (ganó cinco elecciones seguidas) fueron enfrentados por el progresismo con un frente político que incluía desde la UCR hasta peronistas disidentes, sintetizado en la fórmula Fernando De la Rúa – Carlos «Chacho» Álvarez. La experiencia de la Alianza culminó, a los 2 años de vida, con el estallido de diciembre 2001 y el regreso del peronismo al poder de facto. La brutal exacción de riqueza a la clase obrera ejecutada por Eduardo Duhalde, junto a la represión que llevó adelante, ordenó las cuentas y preparó una nueva estructura social de acumulación. En 2003, la alternativa más votada no derrochaba progresismo pero era claramente «el mal menor»: votar al (desconocido) gobernador de los 90 para que no volviera el (conocido) presidente de los 90. El período kirchnerista comenzó con la acumulación relanzada (gracias al mencionado Duhalde, Jorge Remes Lenicov y Roberto Lavagna) y el contexto internacional muy favorable para países exportadores de materias primas. Cuando ese contexto cambió, el gobierno de los Kirchner se terminó: la desestabilización de todos los equilibrios económicos gracias a una política que, aún desde el punto de vista capitalista, era de una inmediatez delirante, condujo a la derrota del peronismo en 2015 a favor de Mauricio Macri. Cambiemos hizo campaña rescatando ciertos valores progresistas a los que el kirchnerismo no pudo contraponerle éxitos económicos, pues la inflación y el cepo eran inocultables: Macri ganó prometiendo gradualismo, mantener lo bueno, descartar lo malo y atacar la corrupción. Lo cual significaba sanear las variables económicas torturadas por los ministros kirchneristas. Pero, cuatro años después, otro frente del progresismo transversal ganó las elecciones. En campaña, el peronismo prometió la vuelta del asado a la mesa de los argentinos. Y concluyó su mandato con una inflación anual del 270% y figuras destacadas del gobierno, como Martín Insaurralde, paseando por el Mediterráneo con su novia mientras la pobreza trepaba al 40%. Carlos Puebla podría haber entonado: «Y en eso llegó Milei».

Este racconto de las promesas con que llegaron al gobierno los presidentes argentinos en los últimos 40 años intenta situar el debate que, a nuestro juicio, debería ser el centro de intervención del pensamiento socialista: el papel del progresismo argentino en la construcción y fortalecimiento de alternativas cada vez más reaccionarias como respuesta reactiva a sus gobiernos sucesivos. La amnesia defensiva del progresismo olvida lo que dice y hace, y menosprecia lo que producen sus dichos y acciones contrastadas. El spot «Valerosos corazones compañeros» nos muestra quiénes fueron los promotores del indulto. No por la vía de agitarlo en la campaña electoral sino por la vía de otorgarle poder a quien lo quiere llevar a cabo. Por su parte, declaraciones como esta de 2019 exponen quiénes fueron los promotores de los cuatro inolvidables años de Alberto Fernández.

Podemos formular la discusión en estos términos: el progresismo agita una urgencia real para defender una solución tan inmediata como imposible. Luego la urgencia se profundiza y la solución imposible exhibe su impotencia. El progresismo, entonces, olvida lo que hizo y vuelve a proponer lo mismo, cambiando de nombre. Ahora que ese vaivén de promesa y desencanto escarba en las profundidades de un pozo ciego, el progresismo se enoja con las conclusiones que han sacado millones de trabajadores, en lugar de enojarse con sus propias acciones progres, que son las que han promovido el desencanto.

A la inmediatez siempre frustrada de la solución progresista es factible oponerle la construcción mediada de una solución socialista. Estamos seguros de que hay muchos compañeros que creen necesario un cambio en la organización del país. Por un elemental instinto de clase, antes de culpar a los trabajadores por decisiones políticas que no compartimos en absoluto, responsabilizamos a los dirigentes burgueses por las promesas desalentadoras. Y, sobre todo, al arco progresista. Por embellecer esas promesas y, a la vez, desacreditar la noble y necesaria lucha por derechos y conquistas elementales, asociándola con los explotadores y su personal político.

Pregunta 2: ¿Qué es el gobierno de Milei?

Todo gobierno burgués actúa para la burguesía y sólo realiza concesiones cuando le son arrancadas o son favorables a la acumulación capitalista. Hoy, alguna medida progresiva no es imposible pero es cada vez menos probable.

Si combatimos a todo gobierno burgués es porque sus medidas, en términos globales, son antiobreras. Bajo todo gobierno burgués participamos de las luchas contra él o contra la clase que representa, los capitalistas. Lo hacemos porque, si la lucha avanza, mejoran las condiciones de vida de los trabajadores. Y, si la lucha no obtiene logros, crea condiciones para un debate político alrededor de esa imposibilidad o fracaso. Por eso un militante político, además de su horizonte (el socialismo, en nuestro caso), tiene que situar el cómo y el por qué se relacionan el sistema y los partidos en cada momento.

Con respecto a Milei, hay una serie de cuestiones con poco o nulo margen para el debate: se trata de un gobierno burgués, favorece a la burguesía en general y a un sector de ella en particular, como todos los anteriores. En esa ecuación burguesa, la presencia del Estado, el grado de su extensión y de sus funciones sociales y económicas, se ha modificado en términos de cantidad pero no altera la calidad de la experiencia. El gobierno peronista de Menem fue un gobierno plenamente democrático y burgués que realizó una reestructuración muy profunda de la economía argentina sin dejar de ser plenamente democrático y burgués.

Un segundo aspecto a examinar es si este gobierno democrático burgués procede a una transformación interior en que las libertades políticas de organización y agrupación son destruidas. No se trata de definir si hay o no hay represión, si hay o no hay corrupción, si hay o no hay provocaciones e interrupciones en actividades democráticas de los trabajadores. Se trata de evaluar si estos fenómenos han franqueado un límite y constituyen la centralidad del accionar desplegado por el gobierno, mientras la democracia y sus libertades se han convertido en una cáscara vacía, mera apariencia.

Este debate permanece en el horizonte de la izquierda desde hace 100 años. El fascismo y el imperialismo han sido convocados una y otra vez para justificar la necesidad de someter la política al sostenimiento del capitalismo en su mejor (o su menos peor) versión. En general, esta «táctica» ha supuesto una desconexión con las condiciones sociales y económicas. Ha supuesto que se podía torcer el resultado (la deriva represiva del poder) sin modificar los factores que llevan a él (la crisis económica). Ha querido el capitalismo sin sus consecuencias necesarias.

Ilustremos la idea con un ejemplo: la fórmula del cálculo jubilatorio del gobierno anterior (Alberto) fue peor que la del gobierno previo (Macri), la cual a su vez fue peor que la del gobierno anterior (Cristina). Y, sin embargo, el actual presidente ha modificado nuevamente la contabilidad para empeorarla. En esa serie histórica advertimos que el problema jubilatorio es mucho más profundo que la animadversión de Milei hacia el déficit fiscal o su «falta de empatía» con los jubilados.

El debate sobre el carácter del gobierno de Milei, sobre qué opinamos que significa en la vida argentina, está unido a esa vieja y amenazante cuestión de «no hacerle el juego a la derecha», la cual equivale a vivir para hacerle el juego al reformismo burgués y producir resurgimientos cada vez más vitales de «la derecha».

El gobierno de Milei es un gobierno democrático burgués con un programa de ajuste más radical que el anterior, justificado por el descreimiento con las experiencias previas. Hoy su fortaleza estriba en las frustraciones con el partido tradicionalmente de las masas populares argentinas, el peronismo. Y su debilidad radica tanto en la impericia como, sobre todo, en la falta de piezas institucionales para la negociación y el gobierno. De ahí que su estrategia de shock no sea algo optativo sino obligatorio, el único camino posible que dicha debilidad ilumina. Por eso la vida útil de este experimento social se juega, hoy, en el tiempo que demore alguna figura no tan desgastada (u otra, de novedosa aparición) en mostrarse como oposición moderada sin contaminación con el pasado.

Pregunta 3: ¿Cómo se presenta hoy el mañana?

Si las dos preguntas anteriores obtienen las respuestas que hemos apuntado, entonces la causa socialista se encuentra muy poco favorecida: un plan de profundos recortes a las condiciones de vida de los trabajadores, apoyado en el fracaso de las promesas progresistas. Por su parte, el partido del orden burgués tradicional argentino, el peronismo, es todavía poderoso en recursos institucionales pero también es visceralmente rechazado por la mayoría de la población. Un tercer sector burgués, más serio que Milei y menos expuesto en sus fracasos que el kirchnerismo, todavía es desconocido para la población (de ahí el tópico repetido en los medios: «no surgen los dirigentes de la oposición») y continúa preso de las históricas dificultades que presenta un país de economía caótica y en crisis para construir «la ancha avenida del medio».

En un escenario tan inestable, la estimación de los éxitos se establece en parámetros tan delirantes como delirante es la economía. Así, Milei exhibe como exitosa su lucha contra la inflación –y lo es para la percepción popular cotidiana–, no obstante estamos hablando de la inflación más alta de Latinoamérica (más alta incluso que la de Venezuela). Esto explica la necesidad del gobierno de utilizar (más que renegar de) los mecanismos democráticos. Insulta pero no cierra el Congreso; desprecia pero cuenta los porotos; organiza asados para festejar votaciones…

En comparación con el verano, los actuales aumentos de precios son un bálsamo. Pero en poco tiempo el verano quedará muy lejos, el dolor padecido será olvidado y el enojo por la falta de empleo, el crecimiento de la pobreza y la persistencia de la inflación (menor pero sustantiva) se hará presente.

Ya hay señales, incipientes, de desencanto ante la recesión y los números de pobreza. La burguesía murmura la necesidad de «contención social». CFK huele sangre y se lanza al ruedo: su Carta del 7 de octubre se dirige a alinear a la propia tropa («A los compañeros peronistas», está dirigida) en una interna que crece en inmovilidad, pero también pone de manifiesto que vislumbra, en el mediano plazo, el momento pendular de un progresismo de centro para el cual, ella, se propone como emblema.

La carta campea la ignorancia y la fábula, como de costumbre. Tras caracterizar el golpe del 76 como «el último episodio de los golpes militares que persiguieron, encarcelaron, torturaron y desaparecieron a los peronistas» (omitiendo a «los argentinos que nunca lo fueron» del título de la misma carta y omitiendo, por supuesto, a la Triple A y el decreto de aniquilación de «la subversión» como preludio del golpe), saltear mágicamente el gobierno del año 2002 y adjudicarle las derrotas del peronismo al mecanismo electoral de balotaje y «el tercio “post-pandemia”» (que habría surgido de la nada), la carta afirma:

nunca pudimos ponernos de acuerdo sobre cuál debe ser el modelo de acumulación económica; como sí lo hicieron los fundadores en EEUU –hace casi 250 años– o China –hace tan sólo 75 años– que, sin disparar un solo tiro, hoy ocupa el segundo lugar como economía global, disputando el primero justamente con EEUU.

De una parte, CFK parece no advertir que EEUU tiene su propio Campo vs. Industria, llamado Aislacionismo vs Internacionalismo, sin el cual la irrupción de Trump resulta incomprensible1. De otra parte, «sin tirar un solo tiro» significa descontar del proceso histórico, desde la Revolución Cultural y la Plaza Tiannamen hasta la actual represión a los uigures y las organizaciones de la clase trabajadora. Ni hablar de EEUU, su extensión de fronteras a sangre y fuego, su represión a las minorías raciales y, por supuesto, la clave de su despegue económico: la guerra civil estadounidense.

Esa interpretación de la historia del capitalismo no es fruto de la ignorancia: pretende asegurarnos que el desarrollo capitalista es un asunto de «orden y progreso», «paz y administración» (los lemas de Julio Argentino Roca), no de enfrentamientos brutales entre las clases. Además, con esa carta CFK prepara el camino para olvidar las gestiones que propiciaron a Milei: el peronismo no gobernó y ella nunca estuvo allí. Simplemente aconteció que el peronismo «se desordenó» y «se torció». Como si fuera un organismo autónomo o un arquetipo de la entropía: se torció a sí mismo, se desordenó solito. Sin dirigentes. Y como si CFK no fuera la principal de esos dirigentes.

A pesar de todo esto, el contexto de creciente desesperación puede jugarle una mala pasada a la memoria (enseguida hablaremos de esta facultad) y poner de nuevo en carrera al peronismo, enemigo principal de la clase trabajadora en Argentina2.

Pregunta 4: ¿Qué tenemos que proponer los socialistas?

La conciencia no tiene una memoria histórica, sino comparativa. Tampoco tiene una percepción total, sino selectiva. Esto no es fruto de un déficit teórico, de un fallo en la lógica de las decisiones o de un cinismo moral abominable. Sino un probado, notable y desarrollado –durante millones de años– mecanismo de supervivencia. No es un error de funcionamiento, sino una ventaja evolutiva.

De ahí que el método progresista de los pasos, los escalones, las fases o las etapas está condenado de antemano. La conciencia no se arrastra: salta3. La alianza con sectores burgueses en defensa de las libertades democráticas es un recurso legítimo únicamente en momentos muy puntuales en los que esas libertades se encuentran efectivamente amenazadas. No es el caso hoy: un discurso delirante no es una amenaza efectiva. (Y comparar una niña gaseada en CABA con las casillas incendiadas en Guernica no conducirá a matizar nuestra caracterización del peronismo).

Como hemos tratado de mostrar, cada apoyo a la ilusión progresista no ha generado avances para el conjunto de los trabajadores sino retrocesos inmediatos. No ha «mejorado las condiciones para la lucha» sino que las ha empeorado (tenemos la mitad del país hundido en la pobreza y a más de la mitad de los trabajadores en la informalidad).

Por eso, aún en estas condiciones adversas y siendo tan pocos, la militancia socialista tiene que proponer nuestro camino y no el practicado hasta ahora. Debemos realizar una tarea intelectual imprescindible, que no es prometer paraísos en la tierra ni utopías que sirvan «para seguir caminando». Nadie busca el Edén en las clases populares. Nuestra tarea es otra: comprender el funcionamiento de la conciencia, el objetivo conservador de la vida y unir a ello la necesidad de hacer algo contra la degradación y la miseria efectivas, crecientes e inevitables en el capitalismo.

Al heroísmo lo reemplazamos por la inteligencia. Si los seres vivos son conservadores, pedirles arrojo es pedir lo que no hay. Los hechos lo prueban cotidianamente: si es posible rehuir un combate, todo ser viviente elige hacerlo para perseverar en su ser. El elogio de la valentía viril y el arrojo revolucionario, además de anacrónico, invierte causas y efectos, extraviando el contacto con las masas.

El socialismo se volverá atractivo si logramos explicar que no lo proponemos para crear un mundo perfecto, sino para evitar seguir perdiéndonos en el abismo de la abyección capitalista. Allí, en esa conjunción del socialismo como límite y propuesta, es donde la hipótesis socialista puede llegar a encarnarse en las masas trabajadoras, tan maltratadas y vilipendiadas.

Es nuestra tarea explicar por qué la clase explotadora es el obstáculo a la conservación de la vida en condiciones vivibles. Y por qué es necesario independizarnos de ella en defensa propia.

NOTAS:

1 Señalamos esta adversidad en «Los libertarios y la finitud de la vida».

2 Publicamos varias notas sobre esta caracterización. Por ejemplo, «Ante el ballotage: ¿eterno resplandor de una mente sin recuerdos?» y «24 de marzo, de memoria y de lucha (Contra el negacionismo peronista)».

3 Así titulamos esta charla acerca del funcionamiento de la conciencia.

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