EDITORIAL N°3: En la guerra internacional, como en la grieta nacional, ambos bandos son nuestros enemigos.

Un sistema gravitatorio ha sustituido a los bloques mundiales

Las relaciones internacionales han sufrido un cambio sustantivo desde la primera mitad del siglo XX (período en el que se sucedieron las dos guerras mundiales) y el presente. En aquel momento, casi todo el globo se encontraba atado a los países europeos por lazos coloniales, o similares. En la práctica, sólo América tenía naciones burguesas independientes. De manera que ambas guerras fueron inmediatamente mundiales en la medida que las metrópolis participaban de ella. La neutralidad que los países de Sudamérica (e incluso de EE.UU., que estuvo en ambas guerras sólo 7 de los 10 años que duraron) expresaba que en esos países existía un Estado burgués plenamente a cargo de los burgueses de cada nación, y que esa guerra no les parecía su guerra, no les convenía a sus intereses. Se sumaron tardíamente, merced a presiones económicas, no sólo diplomáticas. Grandes países como China, o inmensos territorios que hoy integran decenas de naciones (como el Medio Oriente), formaban parte de las potencias beligerantes.

El resultado de la guerra consolidó dos bloques con profundas diferencias y un proceso de lucha colonial, que enmarcado en la disputa entre ambos (la Guerra Fría) y en parte determinado por ella, borró el colonialismo del globo en dos décadas. Las mismas dos décadas signadas por lo que en las metrópolis y los Estados independientes se llamó «Boom de posguerra», cuyo correlato administrativo conocemos como «Estado de bienestar». La profunda destrucción que la guerra produjo en los aparatos productivos más adelantados de la época (excepto EE.UU.) y en sus poblaciones, promovió un relanzamiento de la economía, las ganancias y el crecimiento. A su vez, la rotunda amenaza que significaban la presencia del bloque soviético y las masas que derrotaron al nazismo, obligó a realizar grandes concesiones en una negociación paritaria mundial cuyo efecto general es el ya mencionado Estado de bienestar.

Este mundo ordenado por bloques, empatados en la potencia nuclear capaz de destruir el planeta, se fue debilitando a medida que nuevas naciones burguesas independientes se incorporaban al concierto del mundo. Un ejemplo ilustrativo de este proceso es la aparición de un movimiento de países «no alineados» (y dotados de cierta autonomía) con pretensiones de hacer valer sus intereses, menores pero reales. Son países de esta esfera los que tienen una actuación determinante en la gran crisis de 1973, producida por la Organización de Países Exportadores de Petróleo, mayoritariamente integrada por burguesías menores (en relación con las ex-metropolitanas). Esta crisis, que marcó el fin del boom, se superó con menos estabilidad a mediados de los 80.

El mundo reconfigurado tras dos guerras mundiales, más un elevado número de guerras y revoluciones anticoloniales, ya no responde a los esquemas interpretativos de la izquierda tradicional: la mitad de lo que esa izquierda propone hacer, ya está hecho; y los aliados que busca comprometer, hoy son conservadores de sus logros burgueses. Todo lo cual obliga a un forzamiento, que consiste en definir la debilidad económica como «opresión», y a una incapacidad: explicar por qué Videla y Pinochet –que en la concepción de esa izquierda tradicional son simples testaferros de los yanquis y acérrimos neoliberales– se negaron, respectivamente, a sumarse al bloqueo de granos contra la URSS y a privatizar el cobre estatizado por Allende.

El retraso competitivo de la URSS y su diferencial con respecto al nivel de vida occidental aportaban su cuota de problemas al dislocamiento general de un mundo cada vez menos polarizado. La burguesía de EE.UU. percibió que las propias burocracias comunistas nacionales tendían a la dispersión y defensa de intereses locales, de igual modo que las burguesías nacionales, permitiendo imaginar cuáles serían las vías de la restauración. Eso fue lo que impulsó la visita de Richard Nixon a la República Popular de China en 1972, manteniendo las tensiones con la URSS. No fue casual que la burocracia china, temprana negociadora con el capital imperialista, se haya reformado en burguesía paso a paso, mientras que la rusa lo haya hecho de manera tumultuosa y brutal.

El derrumbe del bloque soviético abrió una salida relativa a la crisis, caracterizada por la preeminencia de EE.UU., la deslocalización de las plantas industriales (desde los países más desarrollados hacia países con bajo costo de mano de obra), una gran disponibilidad de capitales y una contundente ofensiva política para desmantelar la gran paritaria del medio siglo: las conquistas sociales. Simultáneamente, la incorporación de una inmensa masa de trabajadores (más baratos) a la economía mundial directamente capitalista (a través de China y, en menor medida, a través de Europa del Este para la Unión Europea) revitalizó la producción y el mercado.

En la década del 90, la ofensiva neoliberal dio sustento empírico a la categórica afirmación de un punto central de la teoría socialista: el capitalismo produce sus propias crisis, intrínsecas a su funcionamiento. Porque tanto la década menemista, que acaba en el 2001, como la de las hipotecas en EE.UU., del 2008, prueban dos cosas: primero, que la economía capitalista, en sus mejores momentos, produce crisis profundas tan esperables como imprevistas; segundo, que estas crisis no se deben a factores exógenos. No hubo guerras ni epidemias que afectaran a Argentina ni a EE.UU., tampoco un ciclo de luchas clases violento y demandante: todo se desarrolló en el mejor de los mundos para el capitalismo y, aún así, estalló la crisis. A diferencia de la salida pujante tras las dos guerras mundiales, la estabilidad lograda por el neoliberalismo se caracterizó por lapsos breves y bases precarias.

Desde 2008, la pendiente hacia estabilidades efímeras y frágiles se acentúa. La salida de la crisis de las hipotecas ha durado menos que la salida del neoliberalismo. Y ha incorporado en los últimos tres años la crisis de la pandemia, la guerra en Ucrania y la quiebra de bancos.

Muchas burguesías en competencia y muchas industrias interconectadas

El mismo proceso combina la incorporación de países independientes al sistema económico mundial con la incorporación de mano de obra con diferenciales salariales muy importantes con respecto a los países centrales. A esto se agrega el desarrollo tecnológico, no sólo en la fabricación sino en los sistemas, que ha llevado a un desarrollo de las cadenas globales de valor (CGV) que representan una mayor interconexión entre los intereses de los distintos países.

No es nuevo que circulen mercancías y materias primas dentro del capitalismo: el «Triángulo Atlántico» funcionaba hace 400 años y llevaba mercancías manufacturadas de Europa a África, esclavos de África a América y materias primas de América a Europa. Posteriormente la circulación de mercancías enredó a todo el planeta mediante canales más numerosos y diversos: flujos financieros y de capital. Generalmente con promoción del desarrollo de la productividad de sectores necesarios para las exportaciones, en los países menos industrializados y en las propias colonias. A medida que estos flujos de capital incrementaban el consumo y el tamaño de la clase obrera en esos países, se conformó un mercado históricamente abastecido con los capitales amortizados, más pequeños o de menor productividad, mientras que el núcleo de la producción industrial (de gran escala y tecnología avanzada) permanecía en los países más desarrollados.

Las CGV implican una deslocalización de la producción industrial, no sólo en cuanto a los países que sirven de sede para esas nuevas localizaciones, sino también en el desagregado de las plantas. Lo cual exige una compleja y sofisticada logística de transporte y coordinación, además de una interdependencia industrial y comercial mayores que nunca en la historia del capitalismo. Por ejemplo, la planta más importante de fabricación de semiconductores del líder mundial TSMC (Taiwán Semiconductor Manufacturing Company) se encuentra en Taiwán (tiene otras en China, Singapur y EE.UU.), le vende sus productos a Intel y Texas, entre otros, que a su vez utilizan los semiconductores para producir otras mercancías que venden al mercado global. Por ejemplo, TSMC fabrica los chips que la alemana Volkswagen incorpora a sus automóviles fabricados en México para el mercado norteamericano. Ya no se externalizan sólo los procesos secundarios, sino que se deslocalizan –o simplemente crecen como hongos– plantas para productos estratégicos en muchos lugares del mundo. Las CGV exhibieron su omnipresente y silencioso tejido cotidiano en los dos últimos años, primero con la crisis sanitaria que la dispersión del virus Covid provocó (desde de una ciudad industrial hipermoderna al resto del mundo en pocas semanas), luego con uno de los efectos de la pandemia: la crisis de los chips y de la logística de transporte (también provocada por la guerra comercial entre China y EE.UU.).

Al igual que en los albores del XX, cuando las burguesías de Europa se aprestaron a continuar la política de acumulación por otros medios (la guerra), la actual guerra en Ucrania despliega por otros medios la confrontación de intereses burgueses que se limitan entre sí. Desde comienzos del milenio, la Unión Europea primero y la OTAN más tarde, mediante lazos económicos y, luego, militares, han ido acorralando a la burguesía rusa, restándole socios y aliados. Aunque agresor indiscutido, el ataque ruso fue una salida desesperada por parte de una burguesía a la cual le han restringido, sin prisa y sin pausa, las posibilidades de acumulación. Rusia es el undécimo país por tamaño de su economía, con un cerco internacional que se cierra ahogándola: invade un país nueve veces menor, posee una inmensa capacidad destructiva nuclear que no puede usar y una supuesta superioridad militar convencional que no se ha demostrado (en parte porque Ucrania recibió y recibe apoyo de otras potencias, en parte quizás, porque desconocemos los objetivos perseguidos realmente en la invasión).

Las complicaciones para la negociación e implementación de las sanciones económicas contra Rusia exponen el carácter laberíntico, orgánico, del tejido comercial industrial que envuelve al planeta y que funciona como un vendaje estabilizador (o una camisa de fuerza) que contiene las crisis del siglo XXI. Si durante el siglo XX la capacidad de destrucción nuclear parecía ser el único impedimento para otra guerra mundial, hoy también actúa en ese mismo sentido la urdimbre perpleja de interacciones mercantiles y consumos, de interdependencias productivas a nivel internacional y de competencia entre innumerables intereses de diversas fracciones y alianzas burguesas (tan frágiles como imprescindibles). La reticencia de muchos países a pronunciarse contra Rusia a pesar de las definiciones de los organismos internacionales es congruente con la lentitud del cumplimiento de las sanciones occidentales hasta de parte de los aliados más dispuestos (que los acomodan a sus intereses interiores) y la frialdad del apoyo de las burguesías más cercanas a Rusia, con la única excepción, quizás, de Bielorusia.

Recordemos que no se emplean armas nucleares desde Hiroshima y Nagasaki, hace casi 80 años. En este sentido, el futuro de los arsenales bélicos seguramente se desarrolle más en relación al empleo quirúrgico del poder destructivo, que en relación al exterminio masivo e indiscriminado: complementar con drones inteligentes el poderío nuclear y la capacidad para movilizar efectivos. Así, el desarrollo tecnológico sigue siendo la clave de la guerra pero bajo nuevas premisas: si hasta hace algunas décadas el objetivo era tener el mayor tamaño y el mayor poder de destrucción (el arsenal nuclear), ahora la tendencia está orientada a la precisión, más que al tamaño (los sistemas guías para proyectiles). A su vez, no deja de tener importancia la posesión de arsenal nuclear, inmensos portaviones, submarinos sigilosos e incluso, aun hoy, infantería. Una situación tan compleja en el terrino de los intereses de cada actor, se refleja en la compleja combinación de recursos tradicionales y renovados, sutiles y brutales, con riesgos de bajas masivas y también con operaciones quirúrgicas. Porque es tan complejo ese equilibrio, las predicciones basadas en una variable limitada fueron erróneas. Rusia no aplastó a Ucrania en pocas semanas.

De manera que lo fundamental sigue siendo la frontera tecnológica. Por eso las grandes contiendas sobre «la seguridad», el intervencionismo estatal y la supremacía mundial en la competencia, se libran alrededor de esa frontera. Porque la competencia y la seguridad siempre han ido de la mano en el sistema capitalista. No se trata de cuestiones fundadas en la vaga providencia de «la soberanía nacional», sino de las muy terrenales cuestiones relativas al espionaje industrial, a la seguridad en la provisión de materias primas y el desempeño de los fletes, y al dominio de mercados en la competencia capitalista.

Por otro lado, para evaluar el predominio relativo de alguna potencia es indispensable considerar más de un factor: 1) Las libertades del mercado, las libertades de la población, cruciales para el aumento de la productividad, que permite un dinamismo tecnológico en el marco de las relaciones capitalistas, difícilmente imitable en entornos autoritarios. 2) La posesión de armamento, convencional, de destrucción masiva, y también de última generación, el número de efectivos. 3) El nivel de productividad y los sectores que domina cada burguesía, como lo expone la decisión de EE.UU. que impone restricciones, en sus vínculos con China, a la cadena de producción de chips de 5 y 3 nanómetros. 4) Las alianzas y disputas con otras burguesías. 5) El dominio de los mercados: industrial, publicitario, financiero.

En el conjunto de estas variables, el dominio es de EE.UU. ¿Podrá China superarlo? No parece sensato hacer pronósticos en un mundo tan inestable. Sin embargo, no arriesgamos demasiado al notar que un desplazamiento de EE.UU. por China requeriría una desestabilización importante, capaz de modificar sensiblemente las actuales ventajas estadounidenses y de crearle nuevos obstáculos. La crisis financiera que asomó sus primeros destellos podría ser un elemento desestabilizador de esa magnitud. O podría suceder todo lo contrario, como ocurrió con la crisis desatada en 2008.

No es nuestra guerra, que se detengan ya los combates

A un año de la guerra en Ucrania, la grave situación económica internacional (que arrastra efectos de la crisis de 2008) empeora, fundamentalmente para Europa, con el fin del acceso a materias primas baratas y con la amenaza de relocalización de sus industrias más productivas. Mientras tanto, la prolongación del conflicto bélico aumenta la probabilidad de incorporación de nuevos actores.

Toda esta compleja trama de intereses cruzados tiene como telón de fondo la destrucción de vidas y bienes. Mientras se cruzan las sanciones y los apoyos para ambos contendientes, en un año ha habido miles y miles de muertos, heridos, desplazados y refugiados. Ningún número puede dar idea cabal a través de las palabras. Las estimaciones menos creíbles, las de los propios gobiernos en pugna, asumen 15 mil bajas; otras estimaciones llegan a los 185 mil muertos. Mueren trabajadores para defender los intereses de dos burguesías. La película ganadora del Oscar, Sin novedad en el frente occidental, resume la posición que los trabajadores socialistas debemos adoptar y difundir ante la guerra en Ucrania: No a la guerra, basta de guerra, no es nuestra guerra.

Trabajar en contra de la guerra es trabajar en contra de los intereses de cada burguesía (y de todas las burguesías a la vez). Esto requiere abandonar la busca de virtudes relativas en alguno de esos bandos. Como hemos desarrollado, si hay intereses particulares, y desarrollos distintos, hay características diferentes también. Los burgueses de los distintos países no son exactamente iguales, pero sus intereses lo son. Y son antagónicos a los de la clase obrera. Por eso los depreciamos, junto con sus oportunismos, sus maquillajes y sus diversidades.

Vida y Socialismo, 25 de Marzo de 2023.

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