Una de las formas menos habituales de ser marxista es imitarlo. Marx abandonó rápidamente su joven afición puramente literaria. Redactó una «novela humorística», Escorpión y Félix; un drama fantástico, Oulamen; y un puñado de poemas acerca de los cuales le escribió a su amada Jenny von Westphalen:
Mi cielo, mi arte se convirtió en un más allá inalcanzable, como mi amor. Lo real se difumina y lo difuminado carece de límites; asaltos al presente, sentimientos profundos pero amorfos, nada natural, todo construido en el aire…1
Era noviembre de 1837 y Marx tenía 19 años. Estaba sacudido por la crítica de Hegel al individuo romántico, «alma bella» en la desventura, aferrada a una identidad trágica que le permite eludir la actividad consecuente:
Vive en la angustia de manchar la gloria de su interior con la acción y la existencia; y, para conservar la pureza de su corazón, rehuye todo contacto con la realidad…2
En 1841 presentó su tesis doctoral sobre Demócrito y Epicuro. Le interesaban el materialismo y la crítica de la religión. Durante el mismo año, Feuerbach publicó La esencia del cristianismo.
Cuando la universidad truncó la carrera académica de los hegelianos de izquierda, Marx se convirtió en escritor free lance para la Gaceta Renana. Sus artículos de 1842 contra las leyes que condenaban a los campesinos alemanes que recogían leña, pusieron de relieve tanto un interés en el conflicto entre la propiedad y las clases sociales, como el acercamiento a los problemas de la economía política desde la crítica filosófica: «me vi por vez primera en el compromiso de tener que opinar acerca de lo que han dado en llamarse intereses materiales»3.
Sin abandonar Marx sus investigaciones filosóficas, la censura y la represión ejercidas por el Estado prusiano colaboraron con el análisis corrosivo de la teoría hegeliana del derecho y, en 1843, el interés materialista por la crítica de la religión maduró en un paso que Feuerbach no había dado: «la crítica del cielo llega a convertirse en crítica de la tierra, la crítica de la religión en la crítica del derecho, la crítica de la teología en la crítica de la política»4. Años más tarde recordaría:
Mi investigación desembocó en el resultado de que tanto las condiciones jurídicas como las formas políticas no podían comprenderse por sí mismas ni a partir de lo que ha dado en llamarse el desarrollo del espíritu humano, sino que, por el contrario, radican en las condiciones materiales de vida.5
Esa perspectiva podía captar cómo la igualdad formal decretada en los Derechos del Hombre y el Ciudadano (1789) escondía una desigualdad real: en el cielo de los derechos somos todos iguales pero en la tierra de la economía somos todos desiguales. Iguales ante la ley, desiguales ante la propiedad. Discutir sobre símbolos evita discutir sobre «condiciones materiales de vida».
Con la Tesis XI sobre Feuerbach, Marx selló la correspondencia de dos acciones: interpretar el mundo y transformarlo. En junio de 1845 viajó a Mánchester y Londres para contactar exiliados alemanes y militantes ingleses del movimiento cartista. Creó un comité de correspondencia comunista para tejer una red internacional con ramificaciones en Francia, Inglaterra y Alemania. Fue el embrión de la Liga de los Comunistas, nacida en 1847. Por esa época obtuvo empleo en el New York Tribune:
El enfoque básico de Marx en su columna del New York Tribune era tomar un acontecimiento que estaba en las noticias —unas elecciones, una revuelta, la segunda guerra del opio, el estallido de la guerra de Secesión— y tamizarlo hasta reducirlo a una cuestión fundamental de política o de economía. Y cuando llegaba a ese punto, emitía su juicio.6
Tomar un acontecimiento de las noticias y desnudar la estructura social que lo posibilita. No otra cosa es lo que intentamos hacer en este blog.
Marx no fue el primero en advertir los límites del liberalismo y explorar alternativas comunes, cooperativas, a la sociedad burguesa. Pero fue, junto con Engels, de los que cuestionaron atajos utópicos y críticas inconsistentes: La sagrada familia y La ideología alemana son obras cruciales en ese proceso. Y son dos obras motivadas no por el propósito del éxito editorial sino, como dejó escrito el mismo Marx, por el fin de «comprender nosotros mismos la cuestión». Escribir para comprender es otro rasgo que intentamos imitar.
Con el Manifiesto comunista se anudaba la potencia crítica de un programa con su necesario sujeto político, el proletariado. Pero la derrota de 1848 no sólo desbarató las ilusiones fatalistas del optimismo revolucionario, sino que le convidó al pensamiento un nuevo problema: no hay que subestimar el poder de la burguesía.
Las investigaciones realizadas por Marx durante dos décadas, que culminaron en 1867 con el primer tomo de El Capital (investigaciones cuyo registro abarca desde Miseria de la filosofía hasta el apéndice «La forma de valor» incluido a último momento para la primera edición, pasando siempre por el vértigo atormentado y avasallante de los Grundrisse), tenían el objetivo principal de comprender cómo funciona la vida social, más allá de las apariencias, para estar en condiciones de cambiarla. Interpretar y transformar. En su introducción a la teoría del valor-trabajo, Maxi Nieto observa:
En relación al campo de la economía política, lo que interesa a la investigación social no es otra cosa, según entiende Marx, que llevar a cabo la contabilidad del trabajo en la sociedad capitalista, es decir, determinar cuánto les cuesta a las personas (y no a las máquinas, la naturaleza o a los animales que puedan intervenir en el proceso productivo), en términos de su tiempo de vida, producir y reproducir sus condiciones materiales de existencia, averiguando al mismo tiempo cómo se reparte ese coste laboral entre los miembros de la comunidad, al desvelar el mecanismo específico por medio del cual una minoría de la población logra apropiarse gratuitamente de los productos del trabajo ajeno.7
Cuando Marx llegó a la convicción de que debía realizar esa tarea, no abandonó la lucha política ni renegó de la filosofía. Lo que hizo fue incorporar otras dos fuentes.
Por un lado, las disciplinas que tratan de inteligir y explicar el funcionamiento del mundo material. Desde las más duras, como la física, la química o la biología, aplicadas a la producción, hasta la economía política, la antropología incipiente y una historia despojada de rasgos teleológicos.
Por otro lado, en el marco de las grandes leyes que rigen «el movimiento de la sociedad moderna», Marx extendió su curiosidad e interés hasta la cotidianeidad más inmediata: periódicos, informes de inspectores de fábricas, actas de debate parlamentario y declaraciones de insignes burgueses, descripciones detalladas de la manufactura y las técnicas industriales, relevamientos médicos de la anatomía del cuerpo de los obreros y formas de contabilidad fabril.
Así, desde aquellos filósofos presocráticos en los que basó su tesis doctoral pasó a familiarizarse con Darwin, las máquinas de hilar en Mánchester, los resultados electorales británicos o la utilización de un procedimiento químico para la producción. Marx analiza, interpreta, comprende. No etiqueta y descarta. Jamás declaró que una disciplina científica o una corriente de pensamiento fuera «agente del imperialismo», estuviera «pagada por la burguesía» o fuera «funcional al sistema». Leía, invitaba a leer, criticaba e invitaba a criticar: tanto a Duhring como a Adam Smith, a Lasalle como a Bakunin. Por supuesto que los combatía. Pero no empleaba las etiquetas y los epítetos hasta después de haber desplegado detalladamente los por qué. La chicana, el sarcasmo y la mordacidad llegaban, cuando llegaban, como corolario de la argumentación, no en reemplazo de ésta. La canchereada, si llegaba, llegaba tras haber comprendido el lugar en la sociedad del objeto criticado, su funcionamiento interno, su relación con la totalidad de la vida social.
Imitar a Marx, hoy, sería conocer y asimilar en nuestro pensamiento las proposiciones de los últimos desarrollos científicos. Y, a la vez, las noticias de los actuales acontecimientos políticos. No para interpretarlos con la sola luz de sistemas filosóficos abstractos o de una eterna dialéctica marxista. Sino para construir y reconstruir nuestras proposiciones actuales y nuestras conclusiones, dejando de lado las premisas conocidas y cómodas, adoptando otras nuevas, actualizadas, que incorporen –sin negar– la preminencia del capitalismo como determinación fundamental de la vida social.
NOTAS:
1 Citado por Michael Heinrich, Karl Marx y el nacimiento de la sociedad moderna (Biografía y desarrollo de su obra) – Volumen 1: 1818-1841, trad. Sandra Chaparro Martínez, CABA, Akal, 2021, p. 207.
2 G. W. F. Hegel, Fenomenología del espíritu, trad. Wenceslao Roces y Ricardo Guerra, Buenos Aires, FCE, 2007, p. 384.
3 Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, trad. Jorge Tula, León Manes, Pedro Scaron, Miguel Murmis, José Aricó, México, Siglo XXI, 2008, p. 3.
4 «Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel», en Karl Marx y Arnold Ruge, Los anales franco-alemanes, trad. J. M. Bravo, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, 1970,p. 102.
5 Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, edición citada, p. 4.
6 James Ledbetter, «Marx periodista», entrevista publicada en Jacobin el 24 de agosto de 2022.
7 Maxi Nieto Fernández, Cómo funciona la economía capitalista (Una introducción a la teoría del valor-trabajo de Marx), Madrid, Escolar y Mayo, 2015,pp. 82-3.