LA CHAMPIONS LEAGUE DEL CAPITAL: Apple, Microsoft, Nvidia y la IA generativa

En 2011 Apple, la compañía tecnológica del IPhone y las computadoras Mac, superó a Exxon como la empresa más valiosa en la Bolsa de Nueva York. Desde entonces, casi sin interrupciones, se ha mantenido al tope hasta el 12 de enero de este año, en que Microsoft la superó. Ese día, la empresa conocida por el sistema operativo Windows y su fundador, el magnate empresarial Bill Gates, cerró cotizada en 2,89 billones de dólares contra los 2,87 billones de la desplazada Apple.

Esta coronación de Microsoft es parte de un reordenamiento del mercado de valores provocado por la aparición de la inteligencia artificial generativa («redes neuronales» artificiales, capaces de crear contenidos novedosos en forma realista, desde imágenes y música hasta voces y textos). Una tecnología que ya da muestras de su potencial para alterar las empresas y crear billones de dólares en valor económico.

Cuando Apple reemplazó a Exxon, marcó el comienzo de una era de supremacía tecnológica. Los valores de Apple, Amazon, Facebook, Microsoft y Google eclipsaron a antiguos líderes del mercado como Walmart, JPMorgan Chase y General Motors.

La industria tecnológica sigue dominando la parte superior de la lista, pero las empresas con más impulso han puesto la IA generativa a la vanguardia de sus planes de negocio futuros. El valor combinado de Microsoft, Nvidia y Alphabet, la empresa matriz de Google, aumentó en 2,5 billones de dólares el año pasado. Sus actuaciones eclipsaron a Apple, que registró un aumento menor del precio de las acciones en 2023.

«Simplemente se reduce a la generación de inteligencia artificial», dijo Brad Reback, analista del banco de inversión Stifel. La IA generativa tendrá un impacto en todos los negocios de Microsoft, incluido el más grande, dijo, mientras que «Apple aún no tiene mucha historia de IA».

Microsoft no ha liderado una transición tecnológica desde la época de las computadoras personales, cuando su sistema operativo Windows dominaba las ventas. Ya era tarde para Internet, el teléfono móvil y las redes sociales.1

Como si fuera un comentario a las últimas fases de la Champions League, las empresas en la cúspide de las más valiosas de la Bolsa de Nueva York se encuentran en una vibrante competencia. A algunos otrora clásicos ganadores, como Exxon, hace años que les cuesta llegar a lo más alto, como les sucede a los equipos italianos desde 1990 hasta el presente. Otros, con décadas de trayectoria, retornan hoy triunfales, luego de largos períodos en los que no habían llegado a las finales, como Microsoft, tan parecido al Liverpool. Y también emergen nuevos aspirantes al título que no poseen tradición pero sí pretensiones bien fundadas, como el Manchester City de Guardiola: el caso de Nvidia2.

La nota del New York Times que registra estas transformaciones observa dos cosas que emparentan y a la vez distancian la lucha en la cúpula de la Bolsa de Nueva York con las finales del mayor torneo de equipos de la UEFA: la capacidad de modificar la productividad basada en saltos tecnológicos y la amplitud global de ese impacto. Veamos.

La calidad superior que el fútbol adquiere mediante el fichaje de los jugadores más talentosos, en la producción y la industria se presenta con el nombre de productividad: mayor riqueza producida en el mismo tiempo. Se trata de hacer rendir siempre un poco más la misma unidad de tiempo, lo que en el fútbol consiste en hacer rendir siempre un poco más la misma cantidad de jugadores (los once que pueden entrar a la cancha).

Asimismo, el tamaño del éxito está determinado por la audiencia global, por la atracción del torneo en el que cada equipo participa. Si en el caso de la Champions esto se mide según las retransmisiones al resto del planeta, en la Bolsa de Nueva York se expresa en términos de cuán amplia sea la posibilidad de utilizar nueva tecnología para distintas industrias (el equivalente a la audiencia global de una empresa).

Al igual que sucede en el fútbol, esta feroz competencia tiene quienes velan por su legalidad y cierto grado de transparencia. Como en los torneos futbolísticos importantes, no se trata de una moralidad abstracta la que regula el «juego limpio» de la competencia, sino el poder y el interés de cada uno de los competidores. Todos comparten la preocupación por no ser «robados» ni «bombeados». Los clubes, que son empresas como las empresas de la Bolsa de NY a las que nos estamos refiriendo, invierten mucha guita y esperan retornos en ganancias. Si están dispuestos a perder en el terreno de la competencia no es porque sean buenos deportistas, sino porque ese es el único terreno en el que se puede ganar algo. Cuando no admiten perder es porque se les ha impedido competir o porque les han trampeado los resultados.

Satya Nadella se convirtió en director ejecutivo de Microsoft en 2014, cuando la empresa se tambaleaba. Cambió el foco de la compañía dirigiéndolo hacia el creciente negocio de esa red de servidores remotos conectados a internet para almacenar, administrar y procesar datos conocida como «la nube» (cloud computing). De esa manera, convirtió a Microsoft en un fuerte competidor de Amazon, empresa pionera en el campo. Entonces, Nadella dio un nuevo impulso a la compañía mediante una agresiva apuesta por la IA generativa.

En 2019, Nadella realizó la primera de varias inversiones de Microsoft en OpenAI, la empresa emergente que construiría el chatbot ChatGPT impulsado por IA. A finales del verano de 2022, quedó impresionado por una vista previa de la tecnología subyacente de OpenAI, conocida como GPT-4, y pronto comenzó a presionar a Microsoft para que agregara IA generativa a sus productos a lo que llamó un «ritmo frenético».

Comenzó agregando un chatbot al motor de búsqueda Bing, impulsó luego la IA en el sistema operativo Windows y aplicaciones productivas como Excel y Outlook para, finalmente, ofrecer los sistemas de OpenAI a los clientes de Azure, el producto insignia de computación en la nube de Microsoft. […]

Esta no es la primera vez que Microsoft se adelanta a Apple en los últimos años. Lo hizo en 2018, cuando su negocio de computación en la nube comenzó a florecer. Y en 2021, cuando la pandemia interrumpió las operaciones del iPhone de Apple. Pero este cambio podría ser más indicativo de un desplazamiento fundamental en la industria tecnológica. […]

El iPhone, que debutó en 2007, catapultó a Apple a la cima del mercado de valores. Entre 2009 y 2015, la compañía pasó de vender 20 millones de iPhones al año a más de 200 millones. Cuando las ventas de dispositivos se desaceleraron en los últimos años, Tim Cook, director ejecutivo de Apple, cambió el enfoque de la compañía: de vender más iPhones a vender más aplicaciones y servicios en sus iPhones existentes. La estrategia ayudó a que los ingresos anuales de Apple se dispararan a 383 mil millones de dólares, casi cuatro veces más que a finales de 2011, el año en que murió Steve Jobs, cofundador de Apple.

Pero la estrategia de Cook muestra signos de fatiga. Las compras de iPads y Macs disminuyeron, mientras el crecimiento de ventas por servicios como Apple Music se está desacelerando. Además, la compañía enfrenta desafíos en China, donde Huawei ha lanzado un nuevo teléfono y el gobierno restringe el uso de móviles inteligentes extranjeros. Mientras Microsoft y otros capitales han estado construyendo nuevos negocios en torno a IA generativa, Apple se ha mantenido «ausente en la conversación»3.

La especulación es inteligencia y el egoísmo, inevitable

En una de las escenas iniciales de la película El lobo de Wall Street, el joven Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio) recibe los consejos de un cínico y experimentado Mark Hanna (Matthew McConaughey) a través de este diálogo:

MH: El quid de la cuestión es mover el dinero del bolsillo de tu cliente al tuyo.

JB: Está bien, pero si a la vez conseguimos que el cliente haga dinero entonces ganamos todos, ¿no?

MH: No. La regla número uno de Wall Street es que nadie, ni siquiera Warren Buffet o Jimmy Buffet, nadie sabe si determinadas acciones van a subir, van a bajar o van a dar vuelta carnero. Mucho menos los corredores de bolsa. Todo es fugazzi, ¿sabés lo que es «fugazzi»?

JB: Sí, algo falso.

MH: Eso es: algo falso, un fugazzi, un «muy volátil», es un «casi», es… polvo de hadas. No existe. Jamás se concretó. No es materia, no está en la tabla periódica de elementos. No está en la puta realidad.

Cuando escuchamos o leemos que el capitalismo es un sistema «especulativo», se refieren a eso: nadie sabe qué apuesta, qué tecnología, qué inversión va a dar los mejores resultados. Primero hay que invertir con la mayor certeza posible y después hay que esperar las ganancias rogando que el margen de incertidumbre no se convierta en pérdidas efectivas. De manera que el mundo de la competencia capitalista está hecho de interpretaciones aproximativas, señales encriptadas y anticipos oraculares. Si inteligente es quien intelige, quien lee «entre líneas», más allá de lo evidente, entonces los especuladores se esfuerzan por ser inteligentes.

Eso nos permite comprender tanto la extrema «sensibilidad» de los mercados como el peso verdadero de la palabra «confianza». Poco importan las complejas ecuaciones econométricas: cada inversor, cada empresa, anticipa un movimiento a la espera de que sea refrendado por el mercado; pero ese movimiento debe, además, eludir y superar los actos y decisiones de los competidores.

Esta carrera desenfrenada entre las empresas a las que se suele llamar «monopolios» demuestra exactamente lo contrario: no son monopolios. Compiten sin conspiraciones ni arreglos entre ellas y un error les puede costar millones y millones de dólares. O la desaparición. Muchos hemos utilizado alguna vez el navegador Netscape, de una empresa creada en 1994 y disuelta en 2003, tras haber sido comprada por AOL en 1999 por 4200 millones de dólares. Netscape perdió «la batalla de los navegadores» frente al Internet Explorer de Microsoft, aunque esta última corporación fue condenada por prácticas monopólicas y debió pagar 750 millones de dólares y compartir tecnología con AOL. Muchas empresas de punta han desaparecido como Netscape, arrasadas por sus competidores, a pesar de producir productos para un mercado floreciente y en expansión.

El hecho de que las empresas capitalistas compitan no significa que todos competimos. La competencia capitalista tiene una consecuencia lógica: no existen monopolios, arreglos de precios ni cuotas de mercado como práctica predominante en el capitalismo global y en sus sectores determinantes. Esta afirmación tiene un interés que va mucho más allá de la curiosidad y el ansia de conocimiento sobre el funcionamiento específico de ciertas ramas o de ciertos sectores del capital. Nos informa que, frente a la profunda fragmentación y segmentación de la clase trabajadora, no hay una burguesía monolítica y coherente.

Esto sucede en todos los niveles en los que despleguemos el análisis. Desde los grandes bloques de países que agrupan conjuntos de empresas originarias de esos territorios (cuya expresión notoria en este momento son China y sus aliados, Estados Unidos y los suyos), hasta los bloques regionales que disputan hegemonías parciales. A veces aliados a cada uno de los bloques globales opuestos, a veces al interior del mismo bloque. Como sucede en Medio Oriente entre las burguesías saudita e iraní. Pero también, en la misma geografía, al interior del bloque «occidental», entre las burguesías israelí y saudita.

Ocurre además al interior de los propios países entre distintas ramas económicas, cuyas demandas e intereses se oponen a las de otra rama en el mismo territorio. Porque establecen relaciones disímiles con el mercado mundial y, por lo tanto, los afecta de manera opuesta el mercado de cambios. Porque producen mercancías que satisfacen necesidades potencialmente similares, como ocurre con los distintos espectáculos masivos. E, incluso, porque compiten en el nivel más inmediato por el mismo consumidor, como ocurre con dos kioscos ubicados en la misma cuadra.

Este último ejemplo nos permite ilustrar un punto al que nos interesa llegar.

Está claro que el patrón de cada kiosco posee un interés estratégicamente opuesto al de sus empleados. Que los salarios le quitan plusvalía (si aumentan) o le entregan más ganancias (si decrecen). Pero, la mayor parte del tiempo, cada dueño de un kiosco se encuentra preocupado por vender más, es decir, por apropiarse de más clientes y dejarle menos al otro kiosco. Mientras que las negociaciones salariales son mucho más esporádicas. Cada día el patrón del kiosco elabora estrategias para el combate con el otro patrón.

Por otro lado, le preocupan los precios de sus insumos. Que los impuestos sean bajos y que los subsidios sean altos. Que la energía venga con descuento, pagada con la recaudación que el Estado haga sobre otro sector que no sea el suyo.

Finalmente, con respecto a los productos que vende, el dueño del kiosco espera que no aumenten de manera frecuente, sabiendo que el traslado a los precios en primer lugar reduce potencialmente los clientes y, por lo tanto, las ventas. Pero temiendo, sobre todo, que a partir de cierta velocidad de aumento, de cierto nivel de inflación, la reducción de los salarios no compense el trastocamiento que produce. Que la renovación del stock pueda ser más cara que lo obtenido por las ventas.

La burguesía no piensa tanto en nosotros

La cabeza de un burgués, desde el kioskero hasta Satya Nadella (de Microsoft), se encuentra ocupada, la mayor parte del tiempo, por la competencia. Casi nunca por la amenaza de la revolución. Y, con alguna frecuencia, por los intereses de los trabajadores. Que este factor sea central en la economía capitalista no lo coloca permanentemente en el terreno de los problemas inmediatos. De igual modo, aunque la salud y la muerte son problemas absolutos en la existencia humana, sólo muy raras veces vivimos ocupados de ellos. La mayor parte del tiempo nos encontramos intentando resolver cuestiones inmediatas e insignificantes en comparación con aquellas.

¿Y adónde queremos ir con todo este recorrido? A lo que estamos viviendo hoy. Pero falta incorporar alguna definición más.

El hecho de que la burguesía sea una clase poseedora y explotadora, organizada alrededor del interés privado, no la hace egoísta: la obliga a serlo4. Aunque los dos kioskeros sepan que por esa cuadra solo circulan 25 compradores de caramelos y que un kiosco necesita por lo menos 20 para sobrevivir, ninguno de los dos puede dejar de luchar por superar al otro, porque inmediatamente su kiosco debería cerrarse. Pero para ganarle al otro debe incorporar nuevos artefactos publicitarios, ofertas combinadas y ampliar los productos ofrecidos. Es decir, volcarse a la necesidad de un mercado mayor para poder sobrevivir. Ambos saben que no sólo están en una crisis, sino que favorecen una crisis mayor. Sin embargo, cada uno es empujado por la lógica de la competencia a matar o morir. ¿Podrían sentarse a dividir por dos el esfuerzo y los resultados? No pueden. De la misma manera, ningún trabajador podría aceptar voluntariamente mantener su trabajo dividiendo por dos sus ingresos.

Esta fuerza propia del capitalismo, este empuje a la competencia, este forjador de un egoísmo indetenible, no puede ser desechado a la hora de pensar en la política. Al fin y al cabo, política se les llama a todos estos movimientos económicos concentrados en pocos gestos y decisiones. Ese mismo empuje «egoísta» es el que coloca en el pecho de cada burgués dos amores: el amor a su clase y el amor a sí mismo. Este empuje es el que explica que cada burgués, en este momento de Argentina, coincida en que es necesario el ajuste (por el amor a su clase y el funcionamiento de la economía capitalista), pero que ese ajuste no le toque a él (así expresa el amor a sí mismo, a su propia unidad productiva y a la necesidad de condiciones excepcionales para sobrevivir porque la crisis es muy profunda).

Como señalamos en otra nota, esto explica los apoyos en general y la falta de apoyo en particular5. Explica que el PRO hoy sea parte del gabinete y, a la vez, un gobernador del PRO prácticamente se insurreccione amenazando cortar la energía del país.

Hemos hablado, y seguiremos haciéndolo, acerca de la relación de las direcciones políticas burguesas en este momento con el movimiento obrero y la población en general. Ahora nos interesa observar que, en un sistema de intereses privados en competencia y lucha constante entre ellos, se debe ser cuidadoso con la lectura de las oposiciones inmediatas. Porque suelen no reflejar las contradicciones estratégicas. La oposición y el fracaso de la ley Ómnibus han sido leídos erróneamente como una muestra de la oposición a Milei en la clase obrera. Sin embargo, no es así. Al menos, no es ese el principal obstáculo que la hizo caducar.

La ley y las medidas de Milei aspiran a tocar muchos intereses burgueses. Lo hace en un intento de salvaguardar la integridad del sistema y la capacidad de la burguesía como clase para conducir al país. El trago amargo es para la clase obrera, en primer lugar, pero también hay ricino para sectores de la burguesía y, por lo tanto, para sus representantes políticos: gobernadores, legisladores, ministros, incluidos los burócratas sindicales. Han sido ellos los que, en medio del desprestigio generalizado que arrastran, han logrado pausar el ritmo político desenfrenado de LLA. La prueba de ello es que la única demanda que agrupa a todos los trabajadores y excluye a los explotadores en este momento, «Aumento de salarios», ha sido postergada a pesar de la barbarie económica desatada. En cambio, se han construido alianzas y frentes, se han disuelto y vuelto a unir, pero entre intereses burgueses. «La patria no se vende» es la vaga y burguesa contraseña de esa conspiración.

Volviendo a la competencia para resaltar la solidaridad

El dramatismo de considerar a los explotadores como una clase unida, homogénea y siempre dispuesta a actuar de manera coherente y unificada es que, por un lado, un enemigo así es inexpugnable, imposible de derrotar, es una interpretación que desmoraliza al más entusiasta. Pero, por otro lado, la percepción inevitable de divisiones y enfrentamientos entre sectores poseedores nos lleva a imaginar que representan defecciones como clase, fracciones que se alejan de los intereses generales del capital, aliados en la lucha, compañeros de ruta.

La realidad es que una clase compuesta de explotadores privados independientes entre sí siempre tiene problemas para forjar su propia unidad. No sólo la clase obrera arrastra ese problema, la burguesía también. Las diferencias son notables e importantes porque mientras que la burguesía tiene mejores medios y un Estado que la unifica (aunque hoy esa unidad esté constantemente crujiendo), esa unidad se sostiene en un interés muy genérico (la propiedad privada de los medios de producción) y tambalea en todos los otros aspectos de la vida inmediata.

Para la clase trabajadora la situación es inversa: ninguna institución existente nos une y carecemos de medios. No nos sobra ni siquiera el tiempo libre indispensable para reunirnos, conversar y ponernos de acuerdo. Pero, a diferencia de los burgueses, los trabajadores en el fondo podemos establecer un sostén real y estratégico. Ya que no hay ninguna razón para que nuestra clase mantenga la competencia y el enfrentamiento como el único medio de cohesión social, y tenemos muchísimas razones objetivas para confiar en la solidaridad, la planificación y la racionalidad como una forma superior de unión y comunidad.

Retomando la analogía futbolística del comienzo, la unidad de la clase obrera, la adquisición de la conciencia de esa unidad, la conciencia de clase, puede funcionar como funcionan los equipos de fútbol. Los buenos equipos, ésos en los que no se trata de lo que cada uno hace y se lleva, sino de la mayor contribución al éxito colectivo. Así, los defensores evitan los goles y recuperan la pelota, y se la entregan a delanteros que son los que generalmente convierten. La versión más inmediata y conocida de la frase de un alemán que no escribió nada sobre fútbol pero pudo haberlo hecho: de cada cual según su capacidad y a cada cual según su necesidad. El socialismo.

NOTAS:

1Tripp Mickle y Karen Weise, «Microsoft supera a Apple para convertirse en la empresa más valiosa», nota publicada en The New York Times el 12 de enero de 2024.

2«Chat GPT: Crisis en la cima liberal del mundo», Sencillito #49, publicado el 21 de diciembre de 2023.

3Tripp Mickle y Karen Weise, «Microsoft supera a Apple para convertirse en la empresa más valiosa», nota publicada en The New York Times el 12 de enero de 2024.

4Ver «Belocopitt: ¿demoníaco u obediente?», publicada el 29 de febrero de 2024.

5Ver «Tesis sobre el cuento: no se sale de problemas propios con soluciones ajenas», publicada el 24 de febrero de 2024.

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