Sencillito #42: DECIR A TIEMPO (Demorarse y hacerse el boludo no es una política bolchevique)

En 1917 los bolcheviques encabezaron la Revolución Rusa, un episodio histórico reivindicado por la amplia mayoría de las fuerzas de izquierda. Esa revolución es el punto culminante de muchas construcciones y estrategias. Pero una suele ser considerada crucial: la posición ante la guerra.

Los bolcheviques, desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial, se plantearon no sólo la oposición a ella, sino también la necesidad de levantarse contra el propio gobierno y contra los explotadores del propio país para transformar la guerra imperialista en guerra civil. La derrota del Imperio Zarista ante los Imperios centrales no traería grandes ventajas en derechos a los trabajadores rusos y, mucho menos, en el plano económico. La victoria, tampoco. La única certeza era que tanto la victoria como la derrota exigían el derramamiento de mucha sangre obrera, en ambos bandos.

El patriotismo es, sin lugar a duda, una forma superior del mal menor: se ponen en juego riesgos mayúsculos. No es la amenaza de cierre del Conicet o una ceremonia «negacionista». Oponerse a la guerra significa el riesgo de pasar por una corte marcial, bajo cargos de traición a la patria, y ser fusilado.

Asimismo, cuando el gobierno provisional se vio amenazado por las fuerzas de la restauración, los bolcheviques no brindaron ningún apoyo, salvo en las calles, en la acción directa, por la defensa de las libertades conquistadas por la revolución de febrero. El criterio político determinante era la división entre explotadores y explotados por sobre cualesquiera diferenciaciones internas, variables y volubles, entre los burgueses. E, incluso, entre los burgueses y las fuerzas restauracionistas del zarismo. Porque los socialistas rusos no querían promover confianza alguna en el mismo personal político que con sus políticas reaccionarias, pero democráticas, propiciaban la llegada de otros con políticas más reaccionarias, pero autoritarias. Esos socialistas se negaban a hipotecar su accionar futuro y su objetivo final, el socialismo, en un apoyo a los enemigos declarados de ese socialismo que querían construir.

Otro aspecto que parece olvidado de esa revolución tan reivindicada es que los bolcheviques hacían política: interpretaban, evaluaban y preveían escenarios. Por eso se hizo agitación y propaganda en contra de la guerra en medio del fervor patriótico, antes de que este fervor se disipara, colocándose en el camino que recorrería, conjeturable y previsiblemente, esa decepción y esa ruptura.

En el presente argentino, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores – Unidad, con una llamativa lentitud, declara (un día un partido que conforma el frente, otro día otro partido, poquito a poco, en una serie morosa) qué hará en uno de los dos escenarios que ya estaban planteados desde hace dos meses: un ballotage Milei-Massa o un ballotage Milei-Bullrich. No existe ningún elemento nuevo para incluir en el análisis. La interpretación y la decisión podía haberse tomado antes del 22 de octubre. Sin embargo, en un país atrapado por una distorsión del espacio-tiempo (una semana de la política argentina es una década de política noruega), el FITU expone y entrega a sus votantes a la publicidad burguesa durante días, sin direccionar su decisión. O peor: sugiriendo el direccionamiento hacia Massa mediante la tramposa expresión «Obviamente que no son lo mismo, pero todavía no decidimos». Expresión que significa: «Preferimos a Massa, voten a Massa».

«A los tibios los vomita Dios», decía Menem, parafraseando el Apocalipsis. Los pronunciamientos tardíos de las fuerzas del FITU (individualizados por fuerza, sin cohesión, sin potencia), en su calculada indefinición y volubilidad, deja expuesta a la principal fuerza política de izquierda en Argentina. Porque ni quienes rechazamos el apoyo a los candidatos de la burguesía ni quienes esperan un apoyo decidido a alguno de ellos podemos ni pueden estar satisfechos. En contraste con la incómoda morosidad del FITU para posicionarse ante lo previsible (un ballotage entre dos candidatos burgueses), la coalición Juntos por el Cambio se hizo pedazos porque, el mismo lunes a la noche, sus dirigentes tomaron posición ante un escenario que no esperaban: quedar afuera y que Milei ingresara al ballotage 7 puntos detrás del oficialismo.

Pensamos que esto ocurre porque no hay voluntad de batalla política, porque la política ante el ballotage es para la izquierda trotskista una desgracia que preferiría no tener que atravesar. Porque su terreno son las elecciones legislativas, la libertad de expresión de las minorías, la zona de confort en la que ha conquistado un lugarcito. A esta izquierda le incomoda la política que decide cómo funciona el país. «Hace tiempo», como un equipo goleado que sólo quiere que termine al partido, porque el triunfo es de los otros y ya no hay nada que hacer, salvo cumplir formalmente los minutos que quedan en la cancha.

Es obvio, naturalmente, que las dos coaliciones más votadas, por algo sean las más votadas. Decir que no hay que votarlos no es mayoritariamente bienvenido. Cada votante de un candidato ve, en el voto en blanco y en la abstención, un voto perdido para el triunfo de su propio candidato, no un voto menos para el rival. Pero ser socialista en un país capitalista no es decir lo que suene agradable en los oídos de la población trabajadora.

Como en aquella acción reivindicada de octubre de 1917, los socialistas anticipamos la realización de nuestra causa, en todo momento. Y cuando se define cómo será el país en el futuro próximo, mucho más. Porque una parte, una porción menor pero inquieta de la clase trabajadora, puede preguntarse sobre el régimen social cuando observa las disparatadas campañas de los burgueses. En otras palabras, no nos tomamos el colectivo que nos lleva a otro destino porque ya estamos en esa parada, sino que invitamos a otros a que nos acompañen a la parada del colectivo que conduce a otra sociedad.

No podemos saber con exactitud qué tipo de gobierno llevarán adelante uno u otro candidato del ballotage, porque depende de muchos factores a definirse fuera de las urnas. La combatividad de la clase obrera, la capacidad de contención que pueda ejercer la burocracia peronista sobre esa disposición a luchar, las alianzas que pacten los aparatos territoriales e institucionales burgueses con quien gane. Alberto Fernández, aun en su declinación final y en la cumbre de su inexistencia, pudo regalar un Espacio de la Memoria para que un ente privado construya un lugar de diversión, esparcimiento y olvido.

No sabemos con exactitud qué camino tomará la política burguesa. Sabemos que desfavorecerá al conjunto de la clase trabajadora (aunque le conceda algún beneficio particular a esta o aquella fracción). Nuestro rechazo a los dos candidatos burgueses no se apoya lo que pudiera quedar en pie. Sino en todo lo que ha sido y será demolido.

La izquierda en el FITU reivindica una acción revolucionaria, la Revolución Rusa, a la vez que niega la acción política que se encuentra en la génesis de esa revolución: el rechazo a la burguesía, a sus políticos, a sus burócratas y sus matones. Un rechazo inscripto en la intervención inmediata y decidida, no en la intervención demorada que llega para cumplir una formalidad cuando todo está decidido.

En sentido contrario, pensamos que hay que elevar la voz y expresar con claridad este rechazo. Que es la forma concreta, aquí y ahora, de avanzar hacia la concreción de nuestra causa, la causa de la clase trabajadora: el socialismo.

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