Peronismo e izquierda en los 70
Sobre Conocer a Perón, de J. M. Abal Medina
¿Por qué no un tweet?
¿Por qué no 140 caracteres y nada más? «Para conocer a un cojo, lo mejor es dejarlo andar» (364), frase atribuida a Perón al final de este libro. Coincidimos con esa frase. Pero a quien no le guste o interese leer, o evaluar por cuenta propia los elementos que sostienen una afirmación, también podemos ofrecerle una lectura de estas 400 páginas con brevedad: El peronismo es la única fuerza política capaz de imponer el orden burgués en Argentina. Por eso es el principal enemigo de la clase obrera. Quien quiera conclusiones, ahí las tiene. Ahora recorreremos palabras y hechos (algunos, aun siendo abundantes, conforman sólo una pequeña porción) que nos permiten sostener esa afirmación.
Esta segunda parte de la nota [Leer la PARTE I] se encargará de desarrollar elementos que exceden y envuelven la actividad del autor y protagonista del libro. Vamos a ver, en la vuelta de Perón, su metodología antidemocrática y tramposa, que preparó la emboscada contra la vanguardia obrera. Emboscada dispuesta por algunos sectores del peronismo, con el General a la cabeza, y ejecutada con la colaboración necesaria del resto. Percatados del autor del libro y de por qué lo seleccionó Perón –lo vimos en la primera parte– conoceremos a otros elegidos (y aparentes elegidos) del General: Isabel, López Rega y algunos actores de reparto a los que Perón les hacía creer que eran protagonistas.
Ni Perón ni el peronismo pueden tener hijos
Hay que decir que la enfermedad y la vejez son utilizadas en el libro para justificar y esconder los efectos y los resultados de un modo concientemente decidido de conducción y de construcción política. Esta decisión se oculta atribuyendo el rumbo al desvalimiento causado por la enfermedad, como un destino obligado por el deterioro corporal del «Primer Trabajador». Abal Medina elabora un recorrido impecable para mostrar cómo pudo trastocarse el elogio de un alzamiento de los trabajadores contra una dictadura, en su condena y posterior persecución de quienes se habían alzado. La vejez del líder y la irracionalidad de su más cercano colaborador se propondrán como excusas para eludir la responsabilidad conjunta de los cómplices. El libro no aporta datos novedosos. Pero la insistente alusión a los aspectos más siniestros del período nos permite mostrar que no hubo errores ni desconocimiento. Por otro lado, se trata de la versión más acabada de la constitución del peronismo en partido del orden burgués en Argentina, a tal punto que el kirchnerismo puede explicarse perfectamente como versión degradada del peronismo de los 70.
Toda la historia del peronismo, hasta el día de hoy, se caracteriza por la destrucción sistemática, por parte de quien lo encabeza, de todos aquellos que puedan hacerle sombra desde el mismo movimiento. Cada líder peronista, en cada etapa histórica, dedica una parte nada despreciable de su energía a destruir a sus posibles sucesores, sin importar de qué exterior provengan los alimentos de la paranoia: ora la inteligencia del eventual aspirante al trono, ora su capacidad de gestión, ora su representatividad. Lo que Juan Abal Medina describe, desde la intimidad del General, es lo que ha hecho que (aun cuando pueda mantener el dominio de las organizaciones de masas y de gran parte de los órganos deliberativos y los gobiernos provinciales) le sea tan difícil a un gobierno peronista entregarle el mando a otro peronista. La única interna que el peronismo se dio para elegir un candidato presidencial fue realizada en 1988, mientras no estaba en el gobierno. Como Saturnos telúricos, los conductores peronistas se devoran a sus hijos. De aquí provienen la pasión por la reelección y las derrotas que suceden a esta peronchofagia.
Cuando hablan del pasado, los peronistas le bajan el precio a las tragedias y las convierten en episodios risueños o domésticos. Por ejemplo, el funcionamiento mafioso que el General tejió a su alrededor. La mafia es una organización que debe funcionar al interior de una legalidad, pero contradiciéndola en parte. Es una actividad propia de la sociedad capitalista –no puede funcionar sin dinero, sin circulación anónima de la riqueza– pero viola algunas de sus leyes. Esto le impide referirse al marco jurídico y los contratos, a los acuerdos públicos y las señales claras, para salvar entuertos o realizar pactos. De allí que, en su accionar cotidiano, predominen la insinuación, el guiño, las contraseñas, el código y la familia.
El estratega senil y pollerudo, un personaje de Roberto Arlt
Cuando queda una decena de páginas, dos veces en la misma carilla se menciona que Perón «estaba tratando de acotar las funciones de López Rega» (366). Y en la penúltima página del libro, el protagonista es convocado por el General, que quería verlo con urgencia «porque López Rega había salido por dos horas y había que aprovechar el tiempo» (376). Así, el astuto líder, el genial estratega de un movimiento multitudinario y poderoso, muere aterrorizado por un brujo demente del que, además, todos afirman que carece de respaldo popular y poder institucional.
Es una historia tan absurda que a nadie se le ha ocurrido hacer una biopic sobre ella porque sería poco creíble. Sin embargo, la decadencia argentina se ha sostenido en la fe de los peronistas sobre esa absurda explicación.
Pero también es posible encontrar la verdad en las palabras de esos personajes. Sólo hay que leer lo que escriben sin forzar el entendimiento para encontrar lo que se quiere encontrar. Conocemos al narrador: un católico relacionado con los militares, recién advenido al movimiento, tenedor de un apellido apto para los equívocos que el General y su astrólogo necesitan promover. Acerquémonos ahora a las manipulaciones del General, a través de la mirada de Abal Medina. Pues como dice Hernán Brienza en el prólogo: «Su mirada nos arroja una interpretación que nos permite comprender, en gran medida, los sucesos que marcaron a varias generaciones de argentinos» (11).
El autor ve y escucha con atención y lucidez, registra una cosa pero desecha lo que no encaja en lo que quiere sostener. Intenta forzar a que las cosas digan lo que no dicen. No vamos a aceptar esa interpretación canónica del peronismo que, en términos de Brienza, supone que:
Los hechos, las decisiones tomadas por los personajes de la historia, están fundadas en distintos encadenamientos racionales. Excepto quizás López Rega, los dirigentes políticos de cada uno de los sectores parten de una premisa que se puede compartir o no, pero que determina de alguna manera los pasos que van a seguir […] es una clave de lectura de una época, pero también es una llave para comprender y repensar el peronismo y hacerlo desde sus años más ubérrimos y abismales. Vuelvo a la cuestión de la racionalidad, Abal Medina explica una época, pero esa explicación está tan distante de la mitología peronista como de la superstición antiperonista. Se trata de una interpretación racional, posible, verídica, verosímil, creíble. No es objetiva, no es neutral, pero es honesta en términos intelectuales y espirituales (11-5).
Aportaremos, utilizando las palabras del propio Abal Medina, el elemento racional que falta. Este elemento es el carácter protagónico (e inevitable dentro del peronismo) del tándem que llegaría al poder a partir del ciclo insurreccional comenzado en el 69: Perón, Isabel y López Rega. Hay una descripción de la época en la que siempre, siempre, se pretende hacer pasar desapercibido el elemento más notorio y llamativo, la tarea que desde un primer momento estaba en la mira de la pandilla de Guardia de Hierro: contener a la izquierda y a los jóvenes insurrectos, por las buenas si era posible, de manera violenta si era necesario. Vamos a conocer las cualidades de los ejecutores del plan al que todos contribuyeron, algunos organizándolo y otros como colaboradores insensatos. Las citas podrán saltearse, aunque estarán allí, abundantes en exceso, únicamente para exponer que no hemos procedido a entresacar alusiones secundarias, sino a recolectar una verdad que insiste y se revela en el transcurso del libro, en paralelo al desarrollo de la propia historia de la emboscada peronista.
Desde las páginas iniciales, las palabras de Abal Medina, y de los demás protagonistas que éste trascribe, cavan una incoherencia. Por un lado, se abunda en que el líder está dotado de virtudes únicas e inimitables:
«El General era un viejo criollo con toda la sabiduría, la agudeza y la calma de un paisano» (73); «un rasgo muy fuerte de honestidad, poco frecuente en la política, este tipo de reconocimiento» (102); «observaciones notables que revelaban a cada paso no solo su talento político, sino también la calidad de la información con la que contaba» (110); «el General nunca se confundió […] él ya tenía, obviamente, una gran visión de conjunto» (152); «burlón y chicanero, lo trató de brigadier para obligarlo a defenestrarse a sí mismo (a un comodoro)» (166).
Por otro lado, esa clarividencia choca contra la opacidad permanente de la conducta y de la conducción del General, que cada uno de sus lacayos interpretaba favorablemente hacía sí mismo. Errores de juicio de los que sólo parece escapar López Rega, quien a lo largo del período demuestra tener una evaluación objetiva y seria de lo que sucede, una clara percepción de todo lo que a los demás les queda sin entender. Incluyendo, en esta comprensión, el desprecio que le profesan y que no es un elemento menor de su estrategia.
«La Corte» mafiosa
«La Corte» es la denominación que el propio Abal Medina toma de Cámpora para llamar a la troika de Guardia de Hierro. Temida y despreciada en igual medida, son la base del funcionamiento mafioso, carente de reglas claras, proclive a la ofensa y a las venganzas traicioneras. Allí donde actuara, la Corte obligaba a una lectura de señales sutiles, a falta de honestidad y sinceridad. Designaciones, mensajes a través de intermediarios, nunca directos, plagados de alusiones, elipsis y malentendidos. Silencios y gestos, ascensos repentinos y caídas no menos abruptas. En resumen, un universo amenazante y conspirativo, poco afín a la democracia y las reglas de juego claras. La relación entre Alberto y Cristina es una copia degradada de ese funcionamiento. Lo que se hereda no se roba.
Como nunca se sabe bien de qué se trata y como nadie lo dice con claridad, la prudencia, la temperancia, evitar los atrevimientos, se vuelven cuestión fundamental:
«Isabel permaneció en la Argentina casi tres meses, no me pareció prudente verla, ya que Perón no me lo había indicado […] me pareció un atrevimiento llamar por teléfono […] le solicité que me indicara lo más adecuado para tener la posibilidad de ser recibido por el general. […] Cámpora hizo alguna referencia a cómo manejarse en “la Corte”» (95); «volvió a reiterar la absoluta falsedad de las versiones que circularon […] volvió a prevenirme en el sentido de que algunos que se decían compañeros y que “también vienen por acá” eran quienes las propalaban» (101), «“dígale que sea más prudente. A usted le hace caso” me dijo.» (102); «Me instó a que promoviera, en lo que pudiera, el aislamiento de ese sector» (113); «sentó a su lado a Antonio Cafiero, quitando el lugar a López Rega; un hecho que fue leído como el anuncio de que Cafiero podría ser el candidato a presidente designado por Perón» (124), «el General les había vendido un buzón» (148), «era la reunión organizada por Cámpora, y me parecía adecuado que fuera él el distinguido por Perón. Se lo dije, pero me respondió que Cámpora nos seguiría en su auto» (195); «Como Rodolfo había estado un rato antes y no le había dicho nada, me quedé mirándolo, y el General me dijo: “Sí, por qué no lo reto yo…. ¿sabe que pasa?, se me cuadra y empieza a bromearme, y yo termino siempre riéndome. Usted sabe que Rodolfo es una de mis debilidades” […] también me encargó que le dijera a Rodolfo que fuera más cuidadoso con Isabelita, lo que me extrañó porque Galimberti era muy educado en el trato» (207), «me dijo tiene algo de mensaje para usted es indudable» (209), «me dijo simplemente póngalo a Cámpora y me advirtió que iba a tener problemas con el sindicalismo» (212); «en cuanto a Rucci y Lorenzo Miguel, me indicó que esperara a que su avión despegara, para decírselo a ambos» (213); «el general liquidó días después con una declaración fulminante» (221); «me hizo escuchar (no sin antes haber cerrado la puerta del despacho con llave) una cinta que le había hecho llegar Jorge Antonio y que no conocían, me advirtió, ni la señora Isabel ni López Rega» (244); «la señora está muy molesta con Cámpora» (255); «Lastiri, que luego de pedirme una reserva absoluta me dijo que su suegro, nada menos que López Rega, se había vuelto loco, pero que estaba armando, al parecer con apoyo de la señora Isabel, una intriga para voltear a Cámpora» (260); «Norma Kennedy, […] dijo que la estaban reclutando en una conspiración, aunque ella prefería negociar, pero que Galimberti tenía que entrar en razones y debíamos despegarnos el tío Cámpora porque ya no tiene arreglo» (261); «[Cámpora] se me salía del tema diciendo siempre que yo no entendía el manejo de la Corte» (262); «López Rega estaría ya reclutando disconformes, como lo demostraba el acercamiento a Norma Kennedy (…) López Rega: «Cámpora cree que el poder es de él, pero el poder no es de él”» (263), «Cámpora embarcado en la segunda vuelta tampoco tomó tan en serio como era debido esa advertencia» (264); «Después de las declaraciones de Galimberti sobre las milicias “vía Cámpora, llegó una indicación de no innovar respecto a la reorganización del movimiento. La verdad es que yo estaba muy fastidiado de todo este juego ridículo y sin ninguna motivación para intentar aclarar nada, ni defender una posición que hacía rato había dejado de interesarme. […] se lo dije a Cámpora con quien ya estaba francamente fastidiado, porque no se hacía cargo de ninguno de los problemas que él había generado, como los de la capital, la provincia de Buenos Aires y el enfrentamiento en “La corte”» (266); «saltó López Rega diciendo que Galimberti tenía que ser cesado, que él ya lo había anunciado. Todos coincidieron» (268); «el general en voz fuerte para que todos lo escucharan dijo que me esperaba a almorzar al día siguiente» (268); «Osinde, sintiéndose desplazado, estaba intrigando» (270); «intenté comunicarme con el General por teléfono, lo logré después de un día de soportar a López Rega diciendo tonterías, hasta que finalmente Perón tomó el teléfono» (278); «primero dejáramos actuar a Cámpora y luego veríamos» (278); «Cámpora dijo que “cuando el general quisiera ser presidente bastaría con que se lo dijera”. Y volvió a decirme que yo no entendía el manejo en “la Corte” de Perón» (289); «el General me hizo una seña genérica como señalándome a la casa y me dijo: “lo quieren hacer así y a mí no me importa”» (309); «hablando muy bajo me pasó al General que también en tono muy bajo me indicó que anunciara desde el movimiento la renuncia de Cámpora […] que no hiciera caso de otros mensajes que pudiera recibir por qué no serán realmente míos. Agregó: el interino va a ser Lastiri, no tuve más remedio» (311); «trascendió que el Consejo Superior nombrado poco antes ya había aprobado la fórmula Juan Domingo Perón-María Estela Martínez de Perón» (319).
El rey desnudo
Este retorcido mecanismo mafioso de intrigas y señales, aguas movedizas en las que se anegarán la suerte y la vida de miles de argentinos, le había sido referido al protagonista por un testigo indudable. Y demuestra que desde temprano Perón conocía las acciones de López Rega: se ve con cuánta claridad sacrificaba peones para mantener a sus alfiles en el tablero. Hoy, a la distancia y aun a pesar de ser la estrategia de la contrarrevolución, no queda más que asumir admiración por la cantidad de infatuados a los que Perón movía como marionetas:
Jorge Antonio, una persona franca y directa muy querida por el General, me contó acerca del episodio que lo había llevado a distanciarse de Isabel por influencia de López Rega. La relación entre ellos era tirante, y Perón le había pedido en una ocasión a Jorge (como más tarde me lo pediría a mí en los mismos términos) que no le complicara el «frente interno». […] Contó que un día llegó López Rega a su oficina y le dijo que Isabel era su discípula y que entre los dos manejaban al General. Entonces le propuso una alianza porque «entre los tres podemos quedarnos con todo». (104-5)
Una parte de estas conversaciones ocurrió mientras Lanusse todavía estaba en el gobierno. El peronismo actuaba en la legalidad reconocido por el acta de los partidos políticos. Otra parte, tan extensa como la anterior, ocurrió con el peronismo ya en el gobierno. No hay ninguna explicación para el funcionamiento mafioso, oscuro e indirecto, que pueda atribuirse a la situación política, como lo reconocen varios protagonistas a lo largo del libro. No es una imposibilidad de Perón sino un estilo reconocido: «Y me dijo una cosa notable, que daba cuenta de la conciencia que tenía de su poder: “usted ya puede cumplir un papel importante en todo esto, porque el tiempo que hemos estado reunidos ya lo saben todos en el movimiento, y si usted es prudente, que sé que lo va a ser, cuando hable todos pensarán que soy yo el que habla”» (115); «lo vamos a modificar cuando el General lo indique (dijo Cámpora) yo le dije que Perón no lo iba a indicar de manera directa, que –como él sabía mucho mejor que yo– eso no estaba en su estilo de conducción» (250); Esteban Righi «si tengo que estar a lo que le dijo a Cámpora, Perón no quería ser presidente. Pero dicho a lo Perón, que era un gran ambiguo. A cada uno le decía una cosa distinta. […] No tengo la experiencia del Perón seductor, sino la del Perón mañero, complicado. Lo que le reclamábamos era que fuera claro. Que dijera: acepto ser el presidente» (265).
Un felpudo dominante
La construcción de la contrarrevolución en Argentina contaba con un recurso que los demás juzgaban a su favor y era exactamente lo contrario: la supuesta nulidad de López Rega e Isabel. Algo que el propio Perón dejaba ver, mientras los mantenía como su verdadero núcleo de confianza. La distancia entre las palabras y los hechos pocas veces ha sido tanta como con «el Brujo», dueño de la agenda y las visitas en el exilio y en su retorno, y uno de los tres ministros que desde el 25 de mayo de 1973 llegaron hasta agosto de 1975. Sin embargo, así lo imaginaban:
«López Rega, como luego supe que era habitual, se fue totalmente asustado» (104); «López Rega le propuso, desesperado y nervioso, que viajara a Asunción» (174); «dos veces se sentó López Rega y las dos veces Perón dejó de hablar y le encargó cosas menores» (197); «a su izquierda, López Rega y Osinde, dos presencias que con esa relevancia causaron sorpresa, sobre todo para quienes desconocían la audacia sin límites de López» (204); «por primera vez tuvo una expresión favorable sobre López Rega, que recuerdo muy bien: qué suerte que tengo conmigo este loco, que es capaz de no dormir para cuidarme» (243); «De diferentes formas, algunas muy delirantes, afirmaba que Cámpora sabía bien que había sido delegado y luego candidato por los manejos de ellos y que tenía que actuar en consecuencia. El nosotros en nombre del que siempre hablaba incluía la señora y la verdad es que en dos ocasiones lo hizo en presencia de ella que lo dejó hacer» (248); «le dije: perdón General pero la reestructuración está detenida. A lo que él contestó no, no, esas son cosas de López. Le dijo a Galimberti que lo invitaba a cenar y se quedó hablando conmigo en el estudio, que cerró con llave. Al rato, se levantó despacio, siguió hablando y me hizo una seña para que hiciera silencio, abrió la puerta bruscamente, y López casi se cae de boca adentro del estudio. El general le dijo: “vaya a hacer las compras y no ande de chismoso”. Me reí abiertamente. López me miró con odio, pero no me sostuvo la mirada» (269); «Al final le hablé de una cuestión que me resultaba difícil comentar, pero inevitable, qué va a hacer con este payaso, en alusión a López Rega» (270); «en dos ocasiones quiso convencernos de que incorporáramos al grupo a López Rega, lo que tomamos en broma. En un momento dijo: “No le creen problemas al General en su frente interno”, frase a la que en ese momento no le dimos importancia y que reaparecería en circunstancias menos sociales» (286); «“dice su amigo que no le cree problemas en su frente interno” era la segunda o tercera vez que oía esa frase, (de Perón) y siempre estaba referida a López Rega. No tuve más remedio que aceptar» (343), «el que no aguantó más fui yo y le dije: déjese de decir imbecilidades. Gelbard se quedó helado, y López tartamudeó algo y lloriqueó. […] López emitía como gemiditos» (344).
Las contradicciones que tensan el relato pueden quedar ocultas por el espíritu arribista propio del peronismo. Cada uno de los dirigentes se mueve guiado por la brújula del interés personal. Incluso cuando están dispuestos a rechazar una posibilidad de beneficio personal, no pueden ver más allá de sus propias narices. El propio Abal Medina, con respecto al entramado de La Corte, sólo considera la posibilidad de hacer o no hacer méritos personales en ella: jamás se le ocurre enfrentarla. Igual que todos los demás. No estaban dispuestos a perder las posibles preferencias de Perón enfrentándose a López e Isabel, porque comprendían que era enfrentarse al propio Perón:
«Los visitantes habituales, por las dudas, lo trataban bien y López lo aprovechaba para aumentar su poder» (104-5); «No tenía ningún interés en hacer méritos para lo que llamaban “la Corte” (…) nunca tuve una conversación con López Rega, ni en las cartas que le enviaba al General incluía los saludos a López Rega que se habían hecho habituales en casi todos los dirigentes peronistas. El crecimiento de esa figura que parecía simplemente grotesca, y terminó siendo nefasta, fue responsabilidad de muchos» (106).
Un dirigente Montonero, Roberto Perdía, cuenta en su libro y lo reproduce Abal Medina, la estupenda concepción y realización del programa esbozado por López Rega, Isabel y Perón:
Roberto Perdía cuenta que el último día en Madrid López Rega los invitó a tomar un café en el Hotel Monte Real cercano a la casa del General. Allí desplegó su teoría sobre el futuro apelando a la metáfora del guitarrista de Gardel. Lo que le dijo López Rega fue lo siguiente: el más eximio de los guitarristas de Gardel murió con él en el accidente de Medellín. El otro menos habilidoso había quedado en Buenos Aires para reducir los costos de la gira. Eso fue lo que lo salvó. Pero a la muerte de Gardel y de su mejor guitarrista, este, el menos habilidoso, se ganaría la vida suplantando su menor calidad con la fuerza de su título de El guitarrista de Gardel. Cerró la anécdota diciendo que ese era su futuro. Que el general sería presidente y que, a su muerte, lo sucedería Isabel. Entonces, llegaría su momento porque ejercería el poder a través de Isabel, que era su discípula […] Perdía reflexiona «nosotros no asignamos a esas y otras anécdotas e ideas ninguna significación y valor más que las de sueños de un delirante. Con el tiempo, comprenderíamos cómo nos habíamos equivocado» (258).
Dirigir es prever y la única verdad es la realidad
A medida que transcurren los episodios narrados, va quedando claro que Perón obtiene un éxito parcial. Ha logrado encarnar en su persona, de manera inmediata, gran parte del movimiento ajeno a él surgido en el 69. Pero no ha conseguido que ese movimiento se detuviera y confiara ampliamente en sus promesas y engaños. Semejante fracaso, que se hace evidente cuando no logra imponer una amnistía restringida a los presos políticos, lo lleva a permitir la masacre de Ezeiza y a encaminarse hacia una violencia paraestatal creciente. La supervivencia de su movimiento requería una explicación para este fracaso. Esta explicación aprovechará un componente añejo, propio del espíritu peronista –recordemos que la Constitución del 49 no contemplaba el derecho a huelga–, que consiste en afirmar que los problemas son causados por los luchadores. Su presentación, prenda de unidad nacional, como un «león herbívoro amante de la paz», no debe confundirnos sobre qué tipo de paz era la que promovía. A los luchadores se le pueden atribuir responsabilidades pero no demasiadas, porque eso significaría atribuirles, a la vez, demasiada representatividad. Por lo tanto, el estancamiento y la incapacidad deben buscar otra fuente. Y esa fuente, invariablemente, es la traición, la deslealtad, la infiltración, los aprovechadores. Perón hablaba de la «Juventud» como Cristina habla de Alberto.
Ante la debacle del Gobierno en el año 73, ante el incumplimiento de lo prometido y de lo que motivó las luchas del 69, el peronismo únicamente podía salvarse a los ojos de sus propios seguidores encontrando un responsable. Un cuerpo extraño en la propia acción de gobierno que la deformara y extraviara. Algo que impidiera la acción clarividente del propio Perón. Y aquí es donde comienza la novela de la vejez y la dependencia.
«Sobre la actuación de López Rega y las preocupaciones que suscitaba, Jorge Taiana: “me dijo que las compartía, pero que veía muy difícil hacer algo, sobre todo por la confianza que la señora Isabel le tenía a López Rega. Me comentó: el General ha vivido mucho tiempo acompañado sólo por ellos dos. Usted es joven, sus padres son jóvenes y es difícil que pueda entender hasta qué punto alguien mayor y enfermo depende de sus cercanos”» (346) «el hombre se enclaustra, pierde movilidad, desplazamiento, autonomía. Se va quedando en un rincón. Entonces al no valerse por sí mismo, empieza a valerse por otro, necesita del valet, es decir de alguien que le sirve de valimiento. Ahí aparece el papel importante de los secretarios, herederos, sobrinos, etc. […] Y puede acontecer el aprovechamiento innoble de aquellos que tienen la oportunidad de cumplir esa misión, hay algo de sustitución y hurto en todas esas cosas” (Galasso). Esto es lo que fue pasando con López Rega, le relataba Jorge Antonio, lo odiaba, lo despreciaba pero le era cada vez más indispensable en la medida que sus fuerzas eran menores, en su gran soledad el anciano líder quedó preso de quien lo desbordaba con sus maniobras, manejaba su agenda, se imponía los médicos, decidía horarios» (357).
Esta historia tiene algunas cuestiones que merecen señalarse. La primera es que nos permite advertir cómo los colectivos de alcahuetes se hunden con su dirigente, por su incapacidad de señalar al rey desnudo. La segunda es que a lo largo de todos los testimonios queda más que claro que los que se engañaban eran los que creían que Perón no elegía a López Rega e Isabel, los que querían creer que estaba atrapado por ellos. La tercera, que el argumento de la soledad de Perón revela algo políticamente mucho más profundo. Al llegar el año 69, la resistencia peronista había fracasado: a casi una década de su auge, Perón seguía en Madrid y las insurrecciones obreras, los «-azos», no eran dirigidas por ni para el peronismo. En el país habían surgido como hongos los neoperonismos, los participacionismos, etc. Y, para la burguesía, la amenaza se trasladaba de la posibilidad de un bonapartismo peronista, o de la inestabilidad económica, a la posible revolución obrera, impactada por la revolución en Cuba. Con la misma velocidad con que la burguesía viró hacia Madrid para buscar una alternativa que canalizara el descontento, el viejo General, aislado y solo, sin haber construido una organización en la que respaldarse y desconfiando hasta de su sombra, entrevió la posibilidad del retorno. Y en la misma medida en que al comienzo le temía a Lanusse, prontamente se dio cuenta de que la amenaza estaba en otro lado.
Que el Secretario General del movimiento fuera alguien tan aislado como advenedizo, cuyo principal capital residía en los contactos con militares y en portar un apellido enlazado a una acción que le era ajena, señala la preocupación profunda de Perón: su incapacidad para confiar en alguien más que el pequeño círculo de seguidores que lo acompañaba en los aciagos momentos en que a casi nadie le parecía que allí, en Puerta de Hierro, se encontraba la verdadera llave de la solución a los problemas del país.
A Perón lo rescató el Cordobazo, un acontecimiento exterior al propio movimiento peronista. Por eso no confiaba en los dirigentes que se le acercaban y por eso tanto gustaba de hacerlos pelear entre ellos. Dice un viejo dicho que piensa el ladrón que todos son de su condición: así se le presentó a Perón el comienzo de la década del 70. Y, desconfiado de ser usado y descartado, se aseguró el cumplimiento de su plan de pacificación, por la buenas o por las malas, con el concurso de nulidades. En eso, también, el peronismo del 70 anticipa plenamente al actual.
En la tercera parte de nuestra lectura, acompañaremos la construcción envolvente del libro, que va desde la «guerra justa» y los «asesinatos deseados», realizados por «la Juventud», a la furia asesina de la derecha agazapada en la noche y en los ministerios. [IR A LA PARTE III]
Imagen principal: Saturno devorando a su hijo (1823), Francisco Goya.