Peronismo e izquierda en los 70
Sobre Conocer a Perón, de J. M. Abal Medina
Las memorias de los asesinos y sus amigos
«El asesino y el hombre que va a morir desfilaron juntos por las calles de Buenos Aires» es una afirmación publicada por La Nación en 1973, cuando la izquierda y la derecha peronistas desfilaban frente a la residencia del recién regresado Perón, en Gaspár Campos. Está citada en Conocer a Perón, de Juan Manuel Abal Medina (padre) publicado, y muy comentado en los medios, en estos días. El libro ha recibido elogios: «“Conocer a Perón” tiene la tensión y la magia de una novela bien escrita. También repara como pocas veces en la humanidad de los líderes políticos», titula esta nota firmada de Ernesto Tenembaum. Y algo de eso es cierto: lo de la magia, porque desaparecen cosas. Cosas muy importantes. Pero algo es falso: la humanidad no está en la enfermedad, el desvalimiento y la muerte, que afectan tanto a los políticos como al resto de los seres humanos y, digmámoslo todo, al resto de los seres vivos. El aspecto estrictamente humano del contenido del libro, aquello que sólo los seres humanos hacemos, es la política. A diferencia de las colmenas, los hormigueros y las manadas de babuinos, cuya organización instintiva no ha cambiado a lo largo de siglos y milenios, la organización social es pasible de evolucionar (o de involucionar) en virtud de la acción humana consciente. La política es esencialmente humana, aunque a veces nos cueste pensarla así. Por ejemplo, a leer este libro, ya que su contenido presenta una política cargada de inhumanidad.
En estos artículos tomaremos el libro de Abal Medina como exposición válida, de primera mano, de una interpretación del fenómeno peronista que nos permita entender, también, el ahora. Fundamentalmente, entender cómo es posible que una clase obrera tan combativa como la que vive en Argentina sea capaz de soportar con tanta pasividad un 100% de inflación, más del 40% de pobreza y con 2 de cada 3 niños en Argentina viviendo en condiciones miserables. Conocer a Perón nos ayuda a entender que el problema del flagelo económico (en tanto es la fuerza que gobierna y que controla las políticas y las cajas del Estado) y la falta de oposición a esta miseria generalizada (en tanto se trata de la fuerza que está al frente de los organismos de masas y de las dependencias estatales) tienen un solo nombre: peronismo. Su conformación actual como fuerza política se plasmó en aquellos años. Por eso vale la pena revisar esos años, tratar de entenderlos, leer este libro. Podemos ver allí la trama de estrategias y funcionamientos que hoy persisten, inmaculados, en el peronismo. Por ejemplo, el deliberado estancamiento de la vida social empantanada en sus mafiosas guerras intestinas.
En esta primera parte abordaremos algunos aspectos secundarios, pero muy importantes; en la segunda, dos cuestiones centrales del asunto. Comenzaremos por la historiografía falsa, distorsionada, del peronismo. Luego, la escala moral autocomplaciente que permite la convivencia con los peores elementos sociales como si fueran querubines. Y, en tercer lugar, la construcción de un linaje burgués, que se atribuye un inexistente carácter plebeyo, como parte del rechazo a la democracia como norma de funcionamiento.
En la segunda parte [IR A LA SEGUNDA PARTE] veremos en detalle el modo mafioso (aún vigente, porque es esencial a la tarea que se propone realizar el peronismo en este país) de relacionarse con los subordinados. Y la expresión, en palabras de los protagonistas, de la estrategia del peronismo: derrotar (o, si no es posible, al menos desviar) las luchas del movimiento obrero y cualquier amenaza a la estabilidad del degradado capitalismo argentino. El peronismo ha defendido el capital con ese modo mafioso de relación, compuesto por señales, reticencias e intimidaciones, y con su modo complementario: el verticalismo de los fierros y las culatas. Dos modos que siguen hoy vigentes, embarrando la guerra de mafias que Alberto y Cristina sostienen mientras el país se hunde en una de la crisis económica y social más formidables de la historia nacional.
El odio a la verdad y el saqueo de cementerios
Lo primero que llama la atención de los libros de origen ideológico peronista que tratan sobre la historia es que son delirantemente antiobreros y que están plagados de afirmaciones autoelogiosas, pero falsas. En esa historiografía del propio ombligo, nada de lo que ha hecho la clase obrera en su profusa trayectoria de lucha queda en pie. Por ejemplo, acerca del asesinato de Aramburu (ejecutado en 1970), se afirma en el libro, citando a Hernán Brienza: «era la primera vez que la violencia de los de abajo se ejercía hacia los de arriba» (62). Falso. En el año 1909, el jefe de la policía Ramón Falcón, cuyo nombre sigue siendo honrado con la segunda calle mas larga de la ciudad de Buenos Aires, reprimió ferozmente una gran concentración obrera por el 1° de Mayo, con decenas y decenas de muertos. El 14 de noviembre del mismo año, un anarquista, Simón Radowitzky, lo ajustició en Callao y Quintana (donde décadas más tarde fijaría su residencia Abal Medina, el autor del libro que comentamos). En 1923, el teniente coronel Varela, que bajo las órdenes del gobierno de Hipólito Yrigoyen se encargó de los fusilamientos en la Patagonia, fue enviado al infierno por el anarquista Kurt Wilckens. Se trata apenas de dos hechos entre muchos, los mas notorios, los más recordados por los historiadores serios, los más repudiados por la burguesía (por eso el peronismo los olvida).
El falseamiento tiene una función crucial: que la historia sea contada para la conveniencia de los poderosos. Por ejemplo, el editorial del periódico nacionalista Azul y Blanco, que más tarde dirigiría Abal Medina, frente a los fusilamientos por el alzamiento de Valle, afirma:
…desde que fue consolidada nuestra organización (nacional), jamás hasta el presente en nuestras luchas internas se castigó con pena de la vida al adversario vencido. Nuestros abuelos aprendieron la lección de Dorrego, que se grabó en nuestras mentes y en la historia (…) contemplamos con asombro (…) en nombre del Estado de derecho y de las libertades, el exterminio de una parte del país (25)
Nuevamente se tapan con olvido, desde el fusilamiento de Severino Di Giovanni a las masacres realizadas por el Estado burgués en la Patagonia, en La Forestal, en los Talleres Vasena… por mencionar sólo ejemplos muy conocidos. El peronismo niega la historia de la clase obrera porque sólo considera dignos de ocupar un lugar en la historia a los mártires burgueses. Este implacable borramiento de las luchas –y también de los sufrimientos– de la clase obrera es el telón de fondo de Conociendo a Perón. Como veremos, la clase obrera queda subsumida en «el pueblo». Y el pueblo no es más que un atributo del «líder». Entonces la historia deja de referirse a la lucha entre las clases para convertirse en una hagiografía de los grandes líderes burgueses.
De ahí que en otra página (y en contradicción aparente con algo de lo expresado antes, pero en armonía profunda con su espíritu) se cita nuevamente a Brienza para construir genealogías: después de Dorrego vendrán los…
…nuevos mártires, Facundo Quiroga, Martiniano Chilavert, Jerónimo Costa, el Chacho Peñaloza, Aurelio Salazar serían las gloriosas víctimas del sistema del siglo pasado. Tras la derrota momentánea del movimiento de masas peronista a raíz de la contrarrevolución de septiembre de 1955 –que bombardeara al pueblo en sus plazas–, nuevamente los doctores de casaca negra condenarían sanguinariamente a los militantes del pueblo. El general Juan José Valle, que como Dorrego sabría aceptar con honor la injusta sentencia de la oligarquía, y Felipe Vallese, obrero peronista, serían los símbolos más notables de la larga lista de perseguidos y asesinados. (61)
No sólo por una reivindicación histórica de la trayectoria de lucha del movimiento obrero son importantes estos señalamientos. También sirven para resaltar la voluntad necrofágica que acompaña al peronismo desde sus inicios. De las cuantiosas luchas y las incontables obreras y obreros que han sido víctimas de la represión burguesa hemos elegido, como ejemplos, a los que han sido investigados y recuperados del olvido el compañero Osvaldo Bayer. Muchos peronistas –y en particular la infame Revista Sudestada– suelen exhibir fotos y citas aisladas de Bayer, mientras repiten y amplifican la negación de su obra historiográfica y su tarea militante. Podemos ver anticipado el mecanismo de apropiarse del muerto para destruir mejor sus ideas que campea en casi toda la secuencia histórica relatada en Conocer a Perón.
El desinterés por la tragedia (ajena) y el saqueo de los cementerios
Negar lisa y llanamente, hacer desaparecer tramos completos de la historia, no es el único recurso propio y definitorio del peronismo en el plano ideológico. El otro consiste en bajarle el precio a las tragedias. Cuando Cristina Fernández de Kirchner, en su infantil opúsculo Sinceramente, acorralada por el movimiento de mujeres –luego de décadas–, explica por qué cambió su posición frente a la interrupción voluntaria del embarazo, reduce el problema político y social a un asunto familiar en relación a nietas:
Me puse a pensar… dentro de quince años yo voy a tener 80, voy a ser una vieja y Helenita va a estar en quinto año, María Emilia va a estar en cuarto de la secundaria, y les van a preguntar las compañeritas: «Che, ¿qué votó tu abuela?» Y ellas van a contestar: «Esa vieja votó en contra» ¡No, señor! … Eso no me lo voy a permitir. No, no, no, de ninguna manera. No estoy dispuesta a ser recordada mal por mis nietas.
Así Cristina Fernández pretende eludir que cada año de su gobierno envió a la muerte a cientos de mujeres. Y gobernó muchos años. Las muertes, los sufrimientos y los retrocesos de las y los trabajadores, cuando no son negados por Cristina, son minimizados hasta lo irrisorio. Así los explica también Abal Medina. El apoyo a privatización de la educación y su entrega a los curas, le «suena gracioso»:
Hoy a la distancia suena gracioso porque los que no teníamos impulsos antiperonistas, como era mi casa y el de muchos compañeros, militábamos por la enseñanza libre, cuando visto desde hoy habría sido más lógico lo contrario. (…) Nuestro origen familiar católico y los comienzos de la formación nacionalista nos alinearon en las filas de la libre. (31)
La decisión de apoyar el mantenimiento de la brecha y la desigualdad de género, «casi gracioso»:
Mis hermanos y yo estuvimos siempre enfrentados a los reformistas que dirigían el colegio. Eso nos llevó, por ejemplo, a actitudes que resultan absurdas, casi graciosas, como oponernos a la entrada de mujeres en la entonces llamada coeducación. (33)
Pararse en la vereda de enfrente de la Revolución Cubana, se le presenta como «una paradoja» :
Una de las paradojas que sucedió en esos días de enero de 1959, los de la toma del frigorífico Lisandro de La Torre, fue que ni el peronismo ni el nacionalismo celebraron la revolución cubana que acababa de suceder. En ese primer momento, los que la festejaron fueron los gorilas de todas sus expresiones, desde la izquierda hasta la ultraderecha, que veían similitudes entre Perón y Batista. (37)
Los atributos genéricos de un dirigente peronista
Los retorcimientos de la memoria aquí señalados no se deben a un particular gusto manierista, sino una necesidad política. Esto queda claro a medida que el propio protagonista y autor del libro deja entrever quién es. Deja entrever, porque ni lo dice abiertamente ni contiene sus ganas de mostrarlo. En primer lugar, proviene de una familia católica y antiperonista, de ésas bien alimentadas. Tan bien alimentada está su familia, que los curas comparten su mesa: «de la vida familiar participaban distintos sacerdotes que comían muchos domingos en nuestra casa» (22).
Cada persona labra su destino con acciones propias, de manera que sería injusto endilgarle a Abal Medina condiciones que excedían su mera voluntad, como la religión de los padres o la posición política que éstos adoptaban. Pero resulta que para este caso sucede todo lo contrario. Porque la precocidad y el protagonismo de Abal Medina es consecuencia directa de su carácter de heredero. Si tomáramos las ideas del sociólogo francés Pierre Bordieu:
Las instituciones escolares actuaban, de modo predominante, otorgando títulos y reconocimientos educativos a quienes pertenecían a situaciones culturales, sociales y económicas privilegiadas, y que con su acción legitimaban y reforzaban desigualdades sociales de origen, a las que daban el carácter de dones naturales de inteligencia. Así, el paso por las instancias educativas formales consagraba, mayoritaria si bien no exclusivamente, a estudiantes cuyas procedencias familiares –culturales, económicas y de vinculaciones sociales– los colocaban en situaciones aventajadas, o de complicidad objetiva, ante la acción escolar «igualitaria», que valoraba positivamente las sensibilidades, predisposiciones y conocimientos que traían de sus hogares y trayectorias previas, en múltiples aspectos coincidentes con los contenidos y destrezas impartidas como «nuevas» para todos pero que algunos ya poseían,i
Basta sustituir «instituciones educativas» por «partidos burgueses» para comprender cómo ocurrió que un personaje advenedizo al movimiento, que se negaba a declararse peronista –y, por lo tanto, a actuar en consecuencia– hasta que conoció a Perón en 1970, se transformó en el secretario general del movimiento por designio del mismísimo Perón. Así fueron sustituidos y opacados los miles de obreros y obreras de la resistencia peronista que lucharon durante los años de proscripción y que sólo son reconocidos como masa anónima de maniobra de los burgueses, jamás como actores protagónicos de la política nacional. De otro modo no se comprendería por qué semejante cargo le sería dado a alquien que declara:
Juan Valmaggia, que tenía pleno conocimiento de mi tendencia política (el nacionalismo para ese momento. NdeA), me llevó a colaborar en el diario La Nación, del que era subdirector. Fue mi primer trabajo. (34)
Es necesario comprender cómo llega a ser preponderante en el movimiento alguien que, anticipando la pasión del peronismo del siglo XXI por Recoleta y Puerto Madero, encontraba ya en esa zona cajetilla su lugar y el de sus amigos nacionalistas y peronistas (antes que él y señalándole el camino): Charcas y Esmeralda, de su amigo Sánchez Sorondo, cercano a Paraguay y Esmeralda, donde vivía otro amigo, José María Rosa. El mismo Abal Medina, con su ascenso en el movimiento, terminó acomodándose en Peronistown: Callao y Quintana. Esta extracción social del nacionalismo explica la necesaria sustitución de la idea de «pertenecer al pueblo» por la de «recibir el amor del pueblo». Pertenecer implica sufrir las mismas alegrías y miserias, sobre todo las últimas. En cambio, el amor puede ser recibido, tranquilamente, desde mullidas poltronas en la Recoleta. Cristina, como vemos, no ha inventado nada. La afirmación de José María Castiñeira de Dios, reproducida en el libro, «un pueblo al saberse conocido y amado se rinde a las empresas que lo solicitan» (41), ha secado su tinta en los ambientes calefaccionados de los semipisos peronistas en los barrios más chetos de Buenos Aires.
Para ser dirigente peronista es tan necesario vivir en un barrio caro como ostentar el apellido correcto. Igualmente peronista es para estos dirigentes ser mantenido por empresarios. Abal Medina, secretario general del movimiento, cumplía todos los requisitos:
Tuve el apoyo providencial de un amigo, Pedro Dachary, que contribuía en la publicación de Azul y Blanco y que profesaba con cuidado, dada su actividad empresarial, un definido peronismo. Decidió fijarme un salario mensual en su empresa petrolera con la única contraprestación de completar en unos meses mis estudios de derecho, recibirme y seguir atendiendo los constantes pedidos de compañeros que se me acercaban desde la muerte de Fernando, instándome a participar. (68)
En 1964, los hermanos Abal Medina (Juan Manuel con 19 años, Fernando con 17) conocieron a Leopoldo Marechal, quien «se mostró sorprendido de que todavía nos fuéramos peronistas» (41). Contrariando los papelitos de colores nac&pop, a Marechal le sorprendía que un católico nacionalista que trabajaba para La Nación no fuera peronista. ¿Por qué? Porque Marechal conocía muy bien al peronismo. Pero si bien esta anécdota arruina la idea de una extracción popular de los dirigentes peronistas, no alcanza para explicar el papel protagónico del muy joven Juan Manuel Abal Medina. El libro disipa la incógnita a lo largo de sus páginas, al exponer dos atributos altamente contradictorios que reunía en su persona.
Atributos personales: operador militar y hermano de un insurrecto
Uno de esos atributos (que desplegaremos en la segunda parte de este artículo) consiste en ser el hermano y tener el apellido de un miembro fundador de Montoneros y ejecutor de Aramburu. Era, de este modo, un posible nexo con el movimiento insurgente que se intentaba desviar y que, ante la imposibilidad de concretar el desvío, fue masacrado.
El segundo atributo contradice al anterior pero resulta imprescindible para cumplir la función de bisagra, de articulador, en el ejercicio de pinzas que tenía a Perón como protagonista: ser un operador en y de las Fuerzas Armadas. Cuando Abal Medina repasa su actuación al frente de la segunda etapa de la revista Azul y Blanco, menciona su simpatía inicial con el golpe de Onganía y Lanusse:
Salimos en 1966, el momento del golpe de Onganía, yo tenía 21 años… [Gente que había trabajado en la revista] tenía cercanía con el industrial Jorge Salimei, dueño de SaSeTru, la principal empresa de alimentos de aquella época. Éste había conocido a Onganía en los llamados Cursillos de Cristiandad y fue nombrado ministro de economía, cargo que ejerció con un perfil de tono nacionalista socialcristiano. Azul y Blanco apoyó de algún modo esa línea, pero el apoyo duró lo que duró Salimei, unos pocos meses antes de caer a instancias del sector más gorila del Ejército. (47-8)
Ese apoyo y esa relación con militares golpistas iba más allá de lo intelectual y se continuaba con tareas prácticas. Por «las conspiraciones nacionalistas que habíamos hecho en el Ejército, yo había sacado al coronel Ramón Eduardo Molina, jefe de la unidad de Junín, se había ido al Uruguay» (59). Gracias a su actividad en ese campo:
Se agregaban nuevos contactos militares que me permitían estar informado de las negociaciones y los contactos desde el otro lado del mostrador. Los contactos militares muy pronto fueron diferenciándose. Por un lado, aquellos con los que tenía mayor afinidad fueron avanzando en lo que sería, sobre finales de año, el levantamiento de Azul y Olavarría. Por otro los oficiales más identificados como liberales me permitieron conocer y en algunos casos prever los movimientos de Lanusse, tanto respecto del proceso político en general como de las actuaciones que inició en su sinuoso acercamiento al general Perón. (85)
Todo lo cual conduce a Abal Mediana a afirmar, más adelante, que el levantamiento de Azul y Olavarría «fue mi última participación en un fragote, como entonces llamábamos a estas tentativas de alzamiento» (90). Esto se debe no a una ruptura con las Fuerzas Armadas, sino a que Abal Medina comprendió (al igual que comprendieron las Fuerzas Armadas) que el único remedio posible ante la irrupción del movimiento obrero de masas, que el único camino para la defensa de la nacion occidental y cristiana, era traer de vuelta a Perón:
Desde que se había logrado rescatar y evitar que fueran sancionados varios de los oficiales comprometidos con el levantamiento conocido como de Azul y Olavarría, pero más definidamente desde enero de 1972, el plan de fondo en la cuestión militar era asegurar la masa crítica interna que hiciera posible la salida electoral y avanzar en ganar nuevas adhesiones que facilitaran una real renovación de los cuadros superiores de la fuerza. En esta tarea fueron adquiriendo relevancia dos figuras: los coroneles Horacio Ballester y Fernando de Baldrich. Yo era portador de una carta este último que le entregué al General. (270)
Cuando su hermano Fernando fue asesinado, el Abal Medina autor del libro que estamos comentando observa el trato desigual que recibía con respecto a los jóvenes de izquierda y los activistas obreros porque: «siendo secretario de redacción de Azul y Blanco yo era, de algún modo, una figura del nacionalismo joven, y con la policía que tenía la obsesión con los grupos de izquierda había consideraciones» (60). Como informante de Perón y apellido emblema de la insurgencia, su figura fue creciendo:
Me daban un crédito adicional las informaciones que había hecho llegar a lo largo del año, por suerte sin errar en ningún caso, sobre los temas militares o algunos aspectos de los pasos del Gobierno de Lanusse. Al respecto, Cámpora me comentó que el General le había dicho que por mi vía tenía mucha mejor información que por la del supuesto experto, en referencia a Osinde. (91)
Avanzada la tercera presidencia de Perón, el nexo institucional fundamental de Abal Medina sigue siendo el mundo de las Fuerzas Armadas:
Yo fui partidario de haber reincorporado en actividad a los muy prestigiosos coroneles Fernando Amadeo de Baldrich y Florentino Díaz Loza, que encabezaron los movimientos de Azul y Olavarría (…) Como dijo Baldrich en la carta al General de la que fui portador, también se hubiera logrado limpiar al Ejército del mitrismo para que fuera una fuerza realmente nacional. Pero muy condicionado por su poco resto físico y con información sectorizada, prefirió generales que él estimaba ya sin mayor apoyo interno y más fáciles de conducir, que coroneles que pudieran convertirse en caudillos militares. (348)
La ausencia que es atributo: la falta de juego propio
Contrastando con lo anterior se encuentra la exterioridad de toda rama o línea interna, de toda construcción territorial sindical o política, que expresan las siguientes líneas pero que a la vez, al negarle cualquier posibilidad de juegos propio, le entregaba un margen de confianza al propio Perón y su conducción paranoica. Con el regreso de Perón al país: «Entendía mi tarea cumplida y que no podía dirigir al movimiento en los pasos siguientes, porque mi conocimiento del peronismo era escaso» (189).
Y en el proceso de las candidaturas:
Me sumergí en ese ámbito para mí absolutamente desconocido del Congreso Justicialista. Yo no sólo no era congresal sino que además ni siquiera era afiliado al partido, porque nunca me había parecido importante cumplir esa formalidad. Como era clara mi posición en el movimiento y todos sabían que había estado largamente conversando con el General, inmediatamente antes de su partida fui recibido con un fuerte aplauso e instado por el presidente del Congreso a ocupar el centro de la mesa directiva y tomar la palabra. (218)
A través de las palabras escritas por Juan Manuel Abal Medina hemos expuesto en esta primera nota las condiciones generales necesarias para ser un dirigente peronista. Y la cierta distancia que hay con el folklore del movimiento. En la segunda nota y también en paralelo, expondremos en palabras del protagonista la distancia que hay entre las ilusiones que el General Perón alentaba en un principio, para ganarse la confianza de los insurrectos, y el siniestro plan cuyos pasos fundamentales él dirigió. Únicamente la enfermedad y la muerte le impidieron a Perón conducir las etapas que debieron asumir primero Isabel y, luego, la dictadura. [LEER LA SEGUNDA PARTE]
Imagen principal: El Asesino (1910), de Edvard Munch.
NOTAS:
i «La sociología según Pierre Bourdieu», por Ricardo Sidicaro, en Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron, Los herederos: los estudiantes y la cultura, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, p. XIX.