El pasado 23 de mayo las universidades de EE.UU. y las principales ligas deportivas sellaron un acuerdo que la prensa califica de «histórico»: la creación del primer plan de reparto de ingresos para el atletismo universitario. Se trata de 2.800 millones de dólares que cubrirán dos aspectos: el pago retroactivo de ingresos por «nombre, imagen y semejanza» (lo explicamos más abajo) a los jugadores, incluidos los derechos de transmisión de los partidos, y un colchón que prevea el pago de esos mismos derechos en el futuro.
Un tercer aspecto, tácito, cubre el acuerdo: evitar que la demanda colectiva anti-monopolio llegue a juicio y consiga elevar esa cifra a 4.000 millones de dólares. Como vimos en la huelga de guionistas y actores en Los Ángeles1, quienes producen las ganancias millonarias reclaman una parte y quienes poseen los medios para producir conceden algo para no arriesgar mucho.
Puede llamar la atención que en el país más abiertamente capitalista y competitivo del mundo exista una preocupación, hoy, por el amateurismo. Y hasta se podría sospechar que detrás de todo este asunto no haya realmente una legítima preocupación, como ocurre en Argentina con la amenaza fantasma de transformar los clubes en sociedades anónimas (amenaza que obtura la preocupación y ocupación por los problemas reales del fútbol profesional)2.
Pero no es así. El amateurismo –en tanto impedimento a que los deportistas cobren por la exhibición de destrezas que nos brindan– es un momento necesario y crucial en el desarrollo del espectáculo deportivo. Alcanzado cierto punto de despliegue y desarrollo, cuando chocan los intereses en juego, se hace también necesario, para los capitalistas, conceder a los atletas su profesionalización.
Ojo: el fútbol y el deporte amateur existen y seguirán existiendo. Las canchitas y gimnasios de todo el mundo están repletas de millones de personas que practican deportes de manera aficionada. El conflicto que ilustramos con la nota de hoy se limita a algunos practicantes de deportes cuyas habilidades atraen tanto la atención de otras personas, que estas personas estarían dispuestas a pagar por disfrutar de ese espectáculo. Es en este punto cuando se le llama «amateurismo» a un negocio: cuando esos atletas que generan un beneficio económico para alguna entidad no reciben nada por generar esas ganancias (en cambio, el profesionalismo dispone que reciban alguna parte de lo producido).
Por supuesto, nada nos puede extrañar que un sistema basado en trabajo no pagado (como es el capitalismo) defienda formas de trabajo no pagado. Pero esta afirmación general del funcionamiento capitalista debe probar su capacidad explicativa en los casos particulares.
Explotadores sin fines de lucro
Desde que fue fundada, en 1910, la Asociación Nacional Deportiva Universitaria (National Collegiate Athletic Association o NCAA) operó con un modelo de negocios según el cual el atleta universitario fue definido como «aficionado», amateur. A medida que los deportes universitarios se desarrollaron hasta alcanzar la envergadura de una empresa gigantesca y multimillonaria, las demandas y acciones legales fueron socavando ese modelo.
En los últimos años, los atletas universitarios ya habían logrado avances significativos en la obtención del derecho a ganar dinero por sus actuaciones. Hace tres años, se les permitió por primera vez comercializar individualmente su nombre, imagen y semejanza de forma legal. Y en marzo, el equipo de baloncesto masculino de Dartmouth votó a favor de formar un sindicato después de que un funcionario federal dictaminó que los jugadores eran empleados de la escuela.3
Esa comercialización legal e individual del «nombre, imagen y semejanza» por parte del atleta se resume en sus siglas en inglés: NIL (name, image, likeness).
Después de más de 100 años de ser una operación puramente amateur, al menos para los jugadores, los atletas de la NCAA ahora pueden sacar provecho de su talento. «Es realmente la marca del estudiante-atleta en sí mismo y lo que aporta a la universidad como estudiante-atleta», dijo el entrenador del Salón de la Fama del Fútbol Americano Universitario Chris Ault, ex entrenador principal de fútbol americano y director atlético de Nevada. «Los deportes universitarios solían ser los mejores programas amateurs, y ya no son amateurs. Con las oportunidades de NIL ahora, se ha convertido en una oportunidad semiprofesional para los estudiantes-atletas. No hay nada de malo en ello. Debido a la financiación que la televisión está proporcionando y todo eso, deberían poder compartir la riqueza». […]
Hasta ahora, los atletas universitarios que capitalizaban su nombre, imagen y semejanza no sólo habían sido mal vistos, sino que eran una transgresión a las normas de la NCAA… Algo tan simple como recibir un pago por autógrafos les podía costar a los jugadores una sanción de varios partidos o, incluso, una temporada completa. Ahora, los jugadores pueden sacar provecho de sus habilidades… por una suma de siete cifras anuales.4
Este es un dato relevante para la comprensión del proceso que está llevándose a cabo en el país desde donde millones de ojos se deleitan con las habilidades de Lionel Messi. Las letras «NIL» compendian el objeto singular y mercantilizable que se encarna en el cuerpo individual del atleta universitario. Y en tanto NIL señala una mercancía inseparable del cuerpo que la produce (fuerza de trabajo), hay una dimensión sindical (más o menos corporativa, más o menos individualista) que se ha vuelto ineludible en todo este conflicto:
Al llegar a un acuerdo, la NCAA confía en recibir una exención antimonopolio del Congreso, lo que la protegería de nuevas demandas por compensaciones que, según dice, dañarían su capacidad para establecer sus propias reglas. […] «Lo que han hecho con el acuerdo es decir: “Vamos a compartir parte de los ingresos con ustedes”», dijo Berry, y agregó que una derrota en la corte podría haber canalizado aún más dinero a los jugadores y haber sido financieramente ruinosa para la NCAA.
Inmediatamente después concederles la NIL, los atletas han buscado negociar colectivamente. En febrero, un juez federal de Boston dictaminó que los jugadores del equipo de baloncesto masculino de Dartmouth tenían derecho a sindicalizarse y debían ser considerados empleados. […] Pero es poco probable que el acuerdo, por sí solo, genere un impulso radical para la sindicalización en el atletismo universitario.
Dartmouth es una pequeña escuela privada en New Hampshire, que tiene leyes favorables a la sindicalización. Muchas potencias del fútbol, como la Universidad de Alabama y la Universidad de Georgia, se encuentran en estados con derecho al trabajo, donde los esfuerzos de sindicalización se enfrentan a duros obstáculos legales y políticos. Y la compensación sin sindicalización podría ser la ruta preferida para algunos atletas en las escuelas generadoras de ingresos más grandes.
«Creo que es bastante improbable que los atletas de las escuelas Power Four quieran sindicalizarse» […] Pero la NCAA se enfrenta a un cambio radical, incluso si sus atletas no se llaman empleados. «El hecho de que las escuelas probablemente deban pagar a estos jugadores significa que el modelo de negocio existente tiene que cambiar».5
Explotadores de la tradición
Nos resulta interesante retomar esta cuestión mientras ocurre en la estructura deportiva del país más poderoso del mundo. Porque lo que se está definiendo ahora en la Asociación Nacional Deportiva Universitaria (NCAA, en inglés) es exactamente lo que se determinó en Argentina, en el ámbito del fútbol, tras la huelga de jugadores de 1931: la aceptación, o no, por parte de los empleadores, del pago a los protagonistas del espectáculo, es decir, a los que producen los ingresos económicos para las entidades deportivas (y medios como la televisión, que en 1931 no existía en Argentina).
La conclusión inmediata del histórico acuerdo de 2.800 millones de dólares que la NCAA y las principales conferencias atléticas aceptaron el jueves apuntó al corazón del preciado modelo de amateurismo de la organización: las escuelas ahora pueden pagar directamente a sus atletas.
Pero otro principio fundamental permanece intacto y es probable que mantenerlo sea una prioridad para la NCAA: que los jugadores pagados por las universidades no son sus empleados y, por lo tanto, no tienen derecho a negociar colectivamente.6
Este es un intento, por parte de la NCAA, de salvar los vestigios del modelo amateur que ahora naufraga y que, durante décadas, prohibió a los atletas universitarios que recibieran un pago por los miles de millones de dólares que generaban anualmente.
Además, los deportes universitarios se han convertido en un negocio extendido a todo el territorio nacional, de manera que la migración de fuerza de trabajo se ha intensificado:
Las rivalidades y tradiciones regionales han sido dejadas de lado a medida que las escuelas han cambiado de lealtad a la conferencia en busca de dinero para la televisión. Las conferencias individuales ahora pueden extenderse desde Palo Alto, California, hasta Chestnut Hill, Massachusetts, lo que significa que muchos atletas en una variedad de deportes pasan más tiempo viajando a los juegos y menos tiempo en el campus.
«No sé cómo no los llamarías empleados en este momento», dijo Adam Hoffer, director de Política de Impuestos Especiales en la Tax Foundation y ex profesor de economía en la Universidad de Wisconsin-La Crosse. «La NCAA se va a parecer cada vez más a una liga profesional».7
Así como el club River Plate, nacido en el barrio de La Boca, cuya pobre cancha en la Dársena le valió hasta la década del 20 el mote de «darseneros», se mudó al otro extremo de la ciudad y, en pocos años (construcción de su primer gran estadio mediante), cambió su darsenera identidad barrial por una millonaria y aristócrata, así también «las rivalidades y tradiciones regionales» de los equipos universitarios en EE.UU. cambian según la ruta del negocio.
El espectáculo deportivo, en tanto satisfacción de necesidades humanas, forma parte de la reproducción de la vida. En una sociedad productora de mercancías ese espectáculo funciona necesariamente bajo la lógica del capital.
La defensa del amateurismo no se explica por una hipócrita barrera a la mercantilización. Se trata de una clara necesidad del negocio –de los complejos y variados negocios– para su misma subsistencia. Y el amateurismo, como una de las tantísimas y variadas formas jurídicas al interior del capitalismo (aceptadas y promovidas por la misma estructura del derecho burgués, que garantiza la propiedad privada y la explotación), puede ser un componente funcional o una pieza vetusta. Esto no lo decide el amor al deporte sino del momento de desarrollo del negocio.
Explotadores del relato
A quienes nos gusta el fútbol, este episodio nos remite a una época precisa de nuestro país: la década del 1920. En ese momento, los equipos de Primera del fútbol argentino habían llegado a dos puntos determinantes: los fundadores habían dejado paso en los puestos dirigenciales a burgueses y políticos burgueses, en la misma medida en que los clubes se habían transformado en unidades económicas importantes que generaban ingresos con trabajo gratuito, negreado o precarizado (amateurismo marrón).
En aquel momento los cismas en la asociación, las disputas entre los dirigentes, los campeonatos paralelos, giraban sobre ese punto: reconocer como trabajadores, o no, a los que producían el espectáculo que les permitía a los clubes acumular.
Finalmente, en 1931, a instancias de una movilización de los jugadores, la mayoría de los clubes resolvió fundar una liga profesional. Cabe señalar que clubes cuya prédica –y en muchos casos sus estatutos– eran radicalmente amateuristas, se pasaron al bando profesionalista sin consultar a un solo socio acerca de la decisión. Decisión que es, quizás, la más importante que han tomado las entidades deportivas del país en sus ciento y pico de años de existencia8.
Los clubes tienen socios pero éstos no son dueños de aquéllos, salvo formalmente. La misma lógica implica la consigna «la patria no se vende», que significa «Argentina ya tiene dueños y no son los trabajadores».
Pero al comparar el fútbol argentino profesional de 1920 (pequeño y en expansión) con el actual (pequeño y en decadencia), salta a la vista que el problema de la NCAA es un efecto de su crecimiento. El problema de la AFA es que su envergadura económica está cada vez más lejos no sólo de países europeos, América del norte u oriente, sino incluso de otros países sudamericanos (ya no le ve la patente a Brasil, por ejemplo). El fútbol, de la AFA se está quedando sin nafta. En cambio, el problema de la NCAA, de las universidades yanquis, es su cercanía con las grandes ligas en las que disputan las unidades económicas dedicadas al deporte más gigantescas del planeta. Unos se degradan, los otros crecieron demasiado.
Por eso las burguesías débiles, llegadas tardíamente, deben agregar a sus acciones una dosis mayor de hipocresía (y de teatro) que acompañe y disimule su fracaso. Mientras en las notas del New York Times se asume plenamente el carácter mercantil del sistema deportivo (junto a la necesidad de ciertos espacios que no reconozcan a sus trabajadores para que el sistema no se derrumbe en sus ingresos), en Argentina el reparto de la torta se presentó y se presenta como una batalla entre la pasión y el dinero, entre la identidad y la mercancía, entre el club de barrio y las sociedades anónimas.
Explotadores grandes y chicos
Comparar las tensiones yanquis entre las ligas universitarias y las profesionales con las tensiones argentinas entre la amenaza de las SAD y la realidad de los clubes nos permite pensar las diferencias entre un capitalismo en crisis por expansión y un capitalismo en crisis por agotamiento. Entre la sinceridad de los explotadores grandes y la hipocresía de los explotadores chicos. Entre la defensa yanqui del amateurismo entendido como un complejo entramado de estructuras estatales, ONG´s y corporaciones diversas que garantiza la acumulación (con el New York Times como vocero), y la defensa criolla de los clubes caracterizados por la torpeza, el fracaso y la violencia (con el Chiqui Tapia como representante).
Si combatir la mercantilización se traduce en defender las variantes fracasadas del capitalismo, entonces no es una lucha para acabar con la explotación y la anarquía, sino para direccionarla hacia ciertos privilegiados. Se trata de la defensa de una forma de capitalismo tan empobrecedora como otras. Al atacar lo lateral –y no la razón de ser del sistema– se lo defiende.
Y en nuestro país, la lucha contra el fantasma de las SAD expone una verdad. Dado que los clubes son privados, el Estado y su gobierno, no pueden imponer ese paso. Las SAD sólo podrían llegar al fútbol de la mano de los dirigentes. O bien porque lo decidan así o bien porque, en sus desfalcos, dejen al club insolvente y sólo quede esa opción: sobrevivir con financiamiento ajeno a los recursos genuinos.
La intranquilidad del hincha ante una amenaza tan sinuosa sólo es entendible como un reconocimiento, de hecho, de la verdadera estructura de los clubes y su historia. Así como los dirigentes dieron el paso del amateurismo al profesionalismo sin la participación de los socios, ¿por qué no lo harían de nuevo? ¿Por qué no se incluirán las SAD como posibilidad en una reunión de 30 presidentes, con el Chiqui Tapia a la cabeza, a cambio de algunos cheques y otros beneficios?
En este sentido, nos preguntamos si el temor a las SAD no es el reconocimiento implícito de que los socios ni cortan ni pinchan en las decisiones de los clubes. Para que el club no caiga en manos ajenas y especuladoras, los socios lo dejan en manos ajenas y especuladoras. El resultado es que los clubes de fútbol profesional son un centro organizador de abusos sexuales, violencia narco, malas prácticas con los empleados y decadencia deportiva. Eso es todo lo que se le tolera de hecho a esta dirigencia deportiva burguesa a cambio de que no se entregue al negocio de las SAD.
Lo triste es que semejante defensa de este modelo en decadencia es totalmente innecesaria, ya que (como sucede con el amateurismo de la NCAA) se trata de un modelo mucho más adecuado al capitalismo argentino que la capitalización en bolsa.
Por eso el New York Times y los sectores del establishment que representa ven como lógico y normal que el deporte universitario no entregue su «amateurismo» así nomás. Ni demonizan ni ensalzan la regulación del Estado burgués, ni romantizan ni cuestionan al «tercer sector»: entienden que la mercantilización se define por la vigencia del sistema de precios como forma general de organización social, no como vigencia absoluta de «lo privado».
Explotadores a secas
Jean-Luc Gordard decía que la historia del cine comenzó cuando alguien pagó un ticket para ver una película. La broma tiene su grano de verdad. Porque desde el momento en que se intercambió dinero por el disfrute de un espectáculo deportivo –y en Argentina esto sucede desde hace más de 100 años–, el deporte profesional responde a las leyes que regulan el sistema capitalista. Los que juegan, juegan para otros; los que observan, no juegan. Y, entre ambos grupos, media un pago en dinero.
Ya hemos señalado, al tratar el tema de la salud, que la salud pública es necesaria en el capitalismo para tomar un problema que ni puede dejarse de lado ni es rentable: la salud de millones de trabajadores en la miseria. Correlativamente, para el caso del espectáculo deportivo queremos señalar cómo lo que se sitúa en el territorio de lo «sin fines de lucro» es un componente esencial del mecanismo de obtención de lucro.
El mundo del deporte es un terreno fértil para sembrar la fe en un capitalismo noble, pequeño y desinteresado. Requiere aceptar que existen adversidad y lucha entre la supuesta nobleza de las pasiones y un mercado que se pasaría de rosca al envilecer «lo humano». Pero resulta que el disfrute de las pasiones, de la mayoría de ellas, está mercantilizado desde hace rato. Lo cual es perfectamente lógico, normal y «humano» en una sociedad que se caracteriza, precisamente, por resolver la satisfacción de las necesidades humanas a través de la compraventa en el mercado.
NOTAS:
1 La nota, publicada en dos partes, lleva por título común El gremialista Aquiles y el socialista Ulises: parte 1, «Tecnología, huelgas y socialismo»; parte 2, «Gigificación, coraje e inteligencia».
2 Escribimos sobre esto en «SAD, la amenaza fantasma: el negocio del fútbol, sus dirigentes y una falsa bandera», nota publicada el 23 de diciembre de 2023.
3 Billy Witz, «Después de décadas de preparación, amanece una nueva era para la NCAA: pagar directamente a los atletas», nota publicada en el New York Times el 23 de mayo de 2024.
4 Chris Murray, «¿Qué es N.I.L. y cómo está cambiando la cara de los deportes universitarios?», nota publicada en Nevava SportsNet el 28 de agosto de 2023.
5 Santul Nerkar, «La NCAA acordó pagar a los jugadores. No los llamará empleados», nota publicada en el New York Times el 25 de mayo de 2024.
6 Santul Nerkar, «La NCAA…» (ver nota 5).
7 Santul Nerkar, «La NCAA…» (ver nota 5).
8 Para un análisis pormenorizado de todo este proceso escribimos el libro Historia de los trabajadores del fútbol, (Buenos Aires, Ediciones VyS, 2024), en imprenta.